Nick durmió con Danielle aquella noche y también la siguiente. En contra de lo que le indicaba el sentido común.
Pero había descubierto que el sentido común no imperaba en su relación con Danielle. Hacían el amor, hablaban, reían.
Y seguían fingiendo estar prometidos ante la familia de Nick.
Pero aunque quedarse había sido elección suya, resultó muy difícil, porque a cada día que pasaba estaba más seguro de la única cosa que Danielle no querría oír.
Estaban hechos el uno para el otro.
Una mañana se despertó y encontró la cama vacía. Lo asaltó el pánico, pero Sadie abrió un ojo desde su lugar en el suelo y le lanzó una mirada triste.
– Bueno, si tú sigues aquí, ella también debe estar -se relajó Nick.
La perra cerró los ojos y no le hizo caso.
Pero cuando Danielle salió del baño completamente vestida, se puso en pie para que la acariciara.
– ¡Eh! -pidió Nick, tumbado todavía-. Vuelve a la cama y despiértame.
– A mí me parece que ya estás despierto.
– Tengo una pesadilla. Consuélame.
La joven tomó la correa de Sadie.
– Tengo que sacar a la perra.
Nick abandonó la cama con un suspiro y se puso los pantalones vaqueros. Se acercó a ella por detrás.
– ¿Cómo lo haces? -pasó un dedo por un hombro que la blusa sin mangas dejaba al descubierto.
– Tiene que salir a…
– Me quieres con todo tu corazón por la noche y luego, por el día, te apartas. Te distancias.
La joven se quedó muy quieta.
– Yo no hago nada de eso.
– ¿De verdad? -La volvió hacia sí y la miró a los ojos-. Lo estás haciendo ahora. Enfadándote para evitar el tema que importa.
– ¿Y cuál es?
– Nosotros.
– Nick…
– ¿Por qué, Danielle? ¿Por qué te abres a mí solo cuando estás desnuda y desesperada porque te…?
– Yo nunca estoy desesperada.
Trató de volverse, pero él la apretó contra la puerta.
– ¿Quieres apostar? -preguntó con suavidad; rozó con los pulgares la piel debajo de sus pechos, un lugar donde sabía que podía hacerla ronronear como un gato.
Danielle cerró los ojos.
– Eso no te dará resultado.
– Ajá -había captado el tono de deseo de su voz y repitió la caricia, esa vez un poco más arriba, cerca de los pezones.
A Danielle le latió el pulso en la base del cuello. Nick acercó la boca a aquel punto y soltó un gemido.
– Esto es… -él empezó a besarle la garganta y ella soltó un gemido.
Nick la izó solo lo suficiente para apretar su erección contra la V de su pantalón corto.
– Nick… ¿qué intentas demostrar?
Él apenas lo recordaba.
– Creo que se trata de que puedes sentirte desesperada por mí -murmuró.
– Yo nunca estoy… desesperada.
Pero sus palabras sonaban débiles, y Nick le acarició los muslos, y los abrió para poder colocarse entre ellos.
– Los papeles -oyó que decía ella-. Tienen que llegar hoy.
Nick lo sabía ya, lo recordó al despertarse. Y sabía también que ella se iría de allí en cuanto llegaran.
– No deberíamos… -dijo Danielle.
– Claro que no, pero lo hacemos -le cubrió la boca con la suya porque no quería oír todos los motivos por los que hacían el tonto.
Conocía bien aquellos motivos. El beso los borró de su mente en cuanto ella se entregó con un gritito y le devolvió la caricia con pasión.
Nick sentía un deseo intenso, un sentimiento fuerte, y el corazón le galopaba en el pecho hasta el punto de pensar que, si no la hacía suya de inmediato, moriría. Desaparecieron los pantalones de ella y se abrieron sus vaqueros. La izó más y la penetró con un movimiento que hizo gritar a ambos. No sabía cómo podía seguir deseándola así, con aquella fuerza, pero el deseo lo consumía.
– Nick… -el sollozo le indicaba que ella también estaba consumida.
– Pon tus piernas alrededor de mi cintura, así. Sí, ahí.
Penetró en su cuerpo generoso hasta que otro grito indicó que ella llegaba al orgasmo. La observó estremecerse, pronunciando su nombre, y la siguió de cerca.
Pasaron unos momentos antes de que pudiera moverse, pero al fin levantó el rostro del cuello de ella.
Danielle tenía la cabeza apoyada en la puerta, con los ojos cerrados, y le temblaban todavía las extremidades. Nick quería tocarla, pero como también le temblaban los brazos tenía miedo de que, si le soltaba las nalgas, se cayera.
La joven se movió, hasta que él tuvo que soltarla, y buscó la ropa que habían esparcido por la habitación.
Se cubrió los pechos con la blusa y lo miró con tristeza.
– No puedo seguir con esto.
– ¿Te refieres a hacer el amor?
– Esto -se puso los pantalones-. Esto de fingir que estamos prometidos -se puso la blusa, olvidando el sujetador-. Esto -señaló la puerta contra la que habían estado apoyados-. Todo esto.
Antes de que él pudiera contestar, alguien llamó a aquella puerta.
– ¿Nick? -preguntó Maureen desde el otro lado-. Clint y yo acabamos de abrir una botella de champán. Un regalo de nuestro distribuidor. Baja con tu prometida y brindaremos.
Nick miró a Danielle, que le devolvió la mirada con solemnidad, como queriendo indicar que aquello estaba muy mal.
– Danos un minuto -dijo el hombre.
Danielle movió la cabeza.
No quería seguir jugando, pero no importaba, porque él tampoco. Y había llegado el momento de decírselo. La vio buscar un calcetín y encontrarlo.
– Yo quiero que sea verdad, Danielle.
El calcetín se le cayó de los dedos.
– ¿Qué has dicho?
– Yo tampoco quiero seguir fingiendo. Quiero acostarme contigo por la noche, despertarme abrazado a ti. Quiero compartir tu vida y que tú compartas la mía.
– Estás loco -susurró ella.
– Es posible.
– No puedes querer compartir mi vida. Yo no quiero compartir mi vida.
– Te quiero, Danielle.
La joven apretó los labios y se volvió. Se acercó a la ventana y miró los jardines llenos de color.
– Eso es ridículo. No me conoces.
– Yo creo que sí -repuso él.
– Muy bien -los hombros de ella estaban rígidos. El cuello también. De hecho, su cuerpo entero parecía tan rígido como si fuera a romperse parte por parte-. Yo no te conozco a ti.
– Que te sientas entre la espada y la pared no es motivo para mentir -contestó él.
Danielle se volvió a mirarlo con una réplica airada preparada en los labios, pero murió cuando vio que, aunque su voz había sonado firme, él se hallaba lejos de estar seguro de sí.
Y además, su amor por ella le brillaba en los ojos.
– ¡Oh, Nick!
El hombre apretó la mandíbula.
– Estás encantada.
Más bien aterrorizada. ¿Cómo era posible que afrontar su amor le resultara más duro que afrontar el odio de Ted?
– Llevamos vidas muy diferentes.
– ¿Y qué?
– Que… tú mismo lo dijiste. Tu trabajo te obliga a viajar por todo el mundo. Estás muy poco en casa.
– Y también te dije que había disfrutado de estas vacaciones. Tanto que estoy pensando que no sería malo cambiar de estilo de vida. Puedo seguir escribiendo, Danielle, sin desaparecer durante meses enteros -la miró con intensidad-. Si tú buscas algo duradero.
– De eso se trata. No sé lo que busco.
– Sí lo sabes. Pero no quieres admitirlo. Dios no permita que compartas…
– Ya lo he probado, muchas gracias.
– Conmigo no -la miraba con calor-. No me compares con él.
– No es tan sencillo.
– Estoy harto de golpearme la cabeza contra la pared para conseguir que confíes en mí. Que me desees.
– Te deseo, Nick. Ese nunca será el problema.
– Preferiría tener tu confianza.
Danielle sentía las costillas rígidas. Le dolía el estómago. Necesitaba aire.
– No me fío.
– Por la noche sí.
¡Maldición! ¿Dónde estaba la correa de Sadie?
– Cuando está oscuro confías en mí -dijo él a sus espaldas-. Cuando puedes engañarte pensando que es solo sexo, solo temporal.
Sadie tenía ya la correa puesta. Danielle la agarró y miró a Nick. Al ver su rabia y su dolor se le encogió el corazón.
– Pero es a la luz del día cuando llegan los retos -adivinó él-. ¿Pues sabes una cosa, Danielle? Yo no soy como él y nunca lo seré. Nunca te meteré en un molde y te obligaré a hacer cosas que no quieres. No me interesa cambiarte ni pedirte que seas alguien que no eres. Te quiero tal y como eres.
Cubrió con su mano la que ella tenía en el picaporte.
– Pero no toleraré esa mirada, la de que te estás preguntando cuánto falta para que muestre mi verdadera personalidad, la mirada que dice que no importa las veces que me dejes hacerte el amor, seguirás guardándote una parte de tu corazón.
– Nick, basta. Por favor, basta -tenía que pensar. Necesitaba respirar.
Abrió la puerta.
Sadie gimió, alterada por la tensión que se respiraba entre ellos. Danielle tiró de la correa.
– Vamos.
La perra agachó la cabeza y utilizó su peso para tirar hacia atrás.
– ¿Huyes, Danielle? -preguntó Nick.
La joven lo maldijo en su interior por no comprenderla. Aquello no le resultaba fácil, era…
Sadie dio otro empujón y se sentó en los pies de Nick.
– Ya has huido otras veces -le hizo notar él, colocando una mano en la cabeza del animal-. Y todavía no te ha dado resultado. ¿Por qué no intentas solucionar esto para variar?
La joven miró a su perra, que rehusaba moverse.
– Adelante -le sugirió Nick-. Huye. Sigue corriendo. No te abras a mí. No reconozcas lo que siento por ti. Serás más feliz así, ¿verdad?
¿Qué sabía él?
– Vamos, Sadie.
Salió de la estancia, pero el animal no la siguió.
– Déjala -la retó Nick-. Si solo necesitas tomar el aire…
– A ti ni siquiera te gusta.
El hombre la miró y movió la cabeza.
– Veo que sigues sin verme.
Danielle le devolvió la mirada, tensa y rígida. Creía que la quería. ¡A ella! No podía respirar, así que soltó la correa y salió a correr al jardín.
Sola.
Sola como siempre.
Nick miró a Sadie.
Esta, desde su posición encima de los pies de él, donde la sangre dejaba de circular rápidamente, le lanzó una mirada de reproche, herida, como si él tuviera la culpa de todo.
– Eh, eres tú la que ha decidido quedarse -le recordó él.
Sadie le rozó el estómago con la cabeza y levantó los ojos húmedos hacia él.
– Oh, no. No empieces con eso. Soy el segundo plato y lo sé. Deberías haberte ido con ella.
La perra emitió un suspiro patético. Un suspiro de autocompasión.
– ¡Ah, qué diablos! -se pasó los dedos por el pelo y se agachó-. Sabes que os he tomado cariño a las dos, ¿verdad?
Sadie se apoyó sobre él, que cayó sentado al suelo, y se subió a su regazo.
– Vaya lío, ¿eh? -murmuró el hombre. Sin poder evitarlo, abrazó al animal.
El mastín colocó la cabeza en su hombro y le lanzó un chorro de saliva por la espalda. Nick apenas si se dio cuenta.
– Todo saldrá bien -murmuró.
¿Pero cómo? Seguía viendo el brillo de las lágrimas en los ojos de Danielle cuando le dijo que la quería.
Su amor la ponía nerviosa.
El corazón le dio un vuelco, y desapareció gran parte de su enfado. Pero para ser un hombre que no había sido particularmente romántico hasta entonces, tenía muchas esperanzas.
Por ejemplo la de ser correspondido.
Nick sacó a Sadie por la puerta de atrás. Se sentaron en el largo porche con vistas a los jardines y colinas llenas de senderos. Mucho más abajo se divisaba un prado verde.
Era un lugar hermoso, y Nick sabía que, si Danielle buscaba paz, la encontraría allí en los senderos.
Maureen salió de la casa y se sentó a su lado.
– Dos cosas -dijo, directa al grano como siempre-. Le pedí a un amigo de la comisaría que investigara a ese tal Ted.
La expresión de su rostro indicaba que había encontrado algo.
– ¿Y?
– Un ciudadano modelo, muy trabajador. Siempre paga sus facturas, bla bla, bla bla.
– ¿Pero? Me parece que no todo acaba ahí.
– Oh, no. Hay más. Varias denuncias por asalto con agravantes.
– ¿Condenado?
– No. Todas las denuncias se acabaron retirando. Pero si tenemos en cuenta eso, junto con el hecho de que en los cinco últimos años ha sido despedido de dos compañías financieras por los mismos motivos, también sin denuncias, empezamos a ver otra imagen del ciudadano modelo. ¿Conoces a ese tipo?
– Personalmente no -repuso Nick, sombrío-. ¿Cuál es la segunda cosa?
– ¿Has pisado tú mis hortalizas recién plantadas en la pared este de la posada?
– ¿Me tomas el pelo? ¿Y arriesgarme a una muerte cierta? -Miró a la perra y luego a Maureen-. ¿Seguro que son huellas de personas?
– No solo son de personas, son de hombre. Decididamente no son de Clint, no se atrevería. Además, son muy grandes -miró los pies de Nick.
– Inocente -juró este, levantando las manos-. ¿Pero quién querría asomarse a las ventanas…?
¡Ah, maldición!
Ted, asalto con agravantes, maltratador de perros e imbécil integral.
Y Danielle estaba por allí sola.