TERCERA PARTE: El presente

Capítulo 23

«Claire, Claire, Claire.»

Kane, sentado ante el escritorio, apretó los dientes, obligándose a mantener la concentración, pero las letras del monitor se volvieron borrosas, mientras la imagen de Claire, hermosa y hechizante, le ardía en el cerebro. De nada servía lo que hiciera o con qué ocupara su mente, ella siempre estaría allí, justo debajo de la superficie de la conciencia, dispuesta a aparecer en cualquier momento.

Era una jodida maldición.

– Estúpido hijo de puta -murmuró en voz baja, mientras cerraba el ordenador portátil y alcanzaba con la mano una botella de guisqui. Su investigación sobre la noche en que había muerto Harley Taggert se había estancado, su interés había tomado un nuevo rumbo. Todo por Claire. Aquel deseo candente que corrió por sus venas hacía dieciséis años había permanecido latente durante años. Sin embargo, ahora estaba renaciendo de nuevo, distrayéndole, provocando que su mente se apartase del firme propósito que le había llevado hasta allí: vengarse de Dutch Holland.

Había varias razones reales y de peso por las que Kane odiaba a Dutch. Benedict Holland, sin ayuda de nadie, había destrozado su vida. Pero ahora las tornas habían cambiado. Kane tenía la oportunidad de darle a probar su propia medicina.

Sin embargo, ver de nuevo a Claire había enredado un poco las cosas, empañando su objetivo. Dios, era patético. ¿Cómo podía una mujer dar la vuelta a su modo de pensar?

Agarró la botella por el cuello con dos dedos y caminó por la cabaña limpia y recién pintada. Había un par de muebles nuevos sobre el suelo; los había comprado para sustituir el destartalado sofá color rosado y la mesa de metal rota. La frustración le atormentó. Nunca antes había perdido la concentración en un proyecto. Sus principales cualidades eran la claridad y la determinación. Siempre había sabido lo que quería, había ido a por ello y, como un perro con un hueso, no cedía hasta conseguir su premio.

Hasta ahora.

«¡Mierda!»

Con dificultad, se obligó a pensar en los hechos acontecidos aquella tormentosa noche, hacía dieciséis años. La noche en que Harley Taggert había perdido la vida, la noche que había generado tantas preguntas sin respuesta.

No había podido averiguar demasiado. No había obtenido éxito en las tres últimas semanas. Había intentado hablar con los ayudantes del sheriff y con las últimas personas que habían visto a Harley horas antes de morir, o con los testigos que habían presenciado los hechos después de que el coche de Miranda se hundiera en las oscuras aguas del lago. Pero habían pasado muchos años, durante los cuales los recuerdos se habían difuminado, las impresiones se habían alterado y el suceso se había convertido en un caso cerrado de la policía que lo único que hacía era coger polvo en algún armario cerrado con llave.

El sheriff McBain, el oficial a cargo de la investigación, había muerto por un cáncer de hígado, y los demás agentes, de los cuales ninguno permanecía aún en el cuerpo, mantenían la boca cerrada y los recuerdos confusos. Parecían bastante sinceros, pero eran demasiado mayores, estaban cansados y no parecían lo bastante interesados para reabrir un caso que había concluido confirmando que se trataba de un accidente. Existían rumores de que la investigación se había visto alterada debido a sobornos de Neal Taggert o Dutch Holland.

Kane apostaba a que había sido cosa de Dutch.

Caminó de vuelta al viejo escritorio de madera que había comprado en una tienda de muebles de segunda mano. Echó una ojeada a sus notas, frunció el ceño y se crujió los nudillos. No sólo Harley había muerto en circunstancias sospechosas aquella noche, sino que también Jack Songbird había encontrado la muerte al caer del risco de Illahee días antes. Hunter Riley, al parecer relacionado con Miranda Holland, desapareció de repente, al mismo tiempo que se extendió el rumor de que había dejado embarazada a una jovencita y había robado un coche. Riley abandonó el país, se fue a trabajar para la industria maderera de los Taggert en algún lugar de Canadá, y más tarde desapareció de la faz de la tierra. Kendall Forsythe, afligida tras la muerte de Harley, terminó por casarse con Weston Taggert.

– ¡Piensa! -se dijo, pasando las páginas de los informes policiales originales. La causa oficial de la muerte de Harley Taggert fue asfixia, pero antes de caer al agua se golpeó en la cabeza con una roca o algún otro objeto afilado y dentado. Quizás alguien le hubiese golpeado antes de arrojar su cuerpo inconsciente por la borda.

Cuando la policía rastreó la bahía en busca de pruebas o del arma del crimen, todo lo que encontraron fue un revólver en un contenedor de basura.

¿Estaba aquella pistola relacionada con el crimen? ¿O era una coincidencia que estuviera cerca del cuerpo? Kane cogió un vaso que había sobre la mesa, lo limpió con el borde de la camiseta y se sirvió un buen chorro de alcohol. La clave para descubrir la verdad de lo que había sucedido era hablar con tanta gente como le fuera posible y comprobar sus historias, comparándolas.

Quería empezar con Claire. No porque ella fuera la alternativa más lógica, sino porque quería, necesitaba, verla otra vez. Por Dios, se estaba convirtiendo en una obsesión. «Piensa, Moran, ¡piensa! ¡Usa la maldita cabeza!»

Habían pasado muchas cosas en dieciséis años. Kane había pasado los últimos meses siguiendo pistas, intentando encontrar a todas las personas -¿o sospechosos?- que tuvieran algo que ver con la muerte de Harley Taggert.

Sentado en el borde de la silla, abrió una libreta donde tenía apuntados los nombres de todas las personas que tuvieron que ver con la tragedia.

Neal Taggert, tras sufrir un derrame cerebral que casi acabó con su vida, había renunciado a la presidencia de Industrias Taggert. Weston cubría en la actualidad dichas tareas ejecutivas. Paige cuidaba de su padre enfermo la mayor parte del tiempo.

En cuanto al hijo mayor de Taggert, Weston, se había casado con Kendall Forsythe y habían tenido una hija, Stephanie, de quince años. Se casaron poco después de la muerte de Harley, y no tuvieron más hijos. Según decía todo el mundo, su matrimonio era tan inestable como firmes las rocas del acantilado de Illahee. Ni Weston ni Kendall poseían coartadas para la noche en que Harley se ahogó, pero la oficina del sheriff les descartó como posibles sospechosos. Igual que descartó a cualquier otra persona. Según los informes oficiales, la muerte de Harley Taggert había sido a causa de un accidente. Nada más.

Hank y Ruby Songbird estaban jubilados y seguían viviendo en Chinook. Se habían mudado a una casa prefabricada poco después de la muerte de Jack. Ruby nunca superó la muerte de su único hijo varón. Se convirtió en una mujer adusta y meditabunda, conocida por hablar en su lengua nativa. Se pasaba el día mirando por la ventana hacia el risco en el cual Jack perdió la vida.

Crystal se fue de Chinook después de aquel verano. Terminó el instituto y la universidad. En la actualidad vivía en Seattle y estaba casada con un doctor. Raramente visitaba a sus padres y no parecía guardar buenos recuerdos de aquella pequeña ciudad costera.

En cuanto a las Holland, eran muy interesantes. Miranda nunca se había casado y apenas quedaba con hombres, según había averiguado Kane. Estaba totalmente dedicada a su carrera profesional, una carrera que podría verse arruinada si se probase que de algún modo estaba relacionada con la muerte de Harley.

Tessa saltaba de un apartamento a otro en el sur de California. Se ganaba la vida pintando, igual que su madre había hecho antes de casarse con Dutch, o tocando la guitarra y cantando en algún establecimiento de poca categoría en Los Angeles. Le gustaba la marcha por naturaleza. La habían arrestado por exceder el límite de velocidad, por conducir bajo la influencia de estupefacientes y por posesión de sustancias ilegales, una vez con cocaína y dos con marihuana. Había convivido con varios hombres relacionados con el mundo del espectáculo, pero, al igual que Miranda, nunca la habían llevado al altar y había dado el «sí quiero».

Y por último estaba Claire. La preciosa, alegre y enigmática Claire, que había huido de Chinook, se había casado con un hombre mayor y había tenido dos hijos. Más tarde se había enterado de que su marido estaba liado con la novia de su hijo.

– Cabrón -musitó Kane, ingiriendo otro trago de güisqui.

Claire merecía algo mejor. Cualquier mujer se lo merecía. Kane esperó no encontrarse jamás con Paul St. John.

Miró el reloj, hizo una mueca al ver la hora y pidió a Dios que ojalá no tuviera que asistir a su próxima cita. Pero era necesaria si quería acabar de escribir su libro.

La lluvia matutina había dejado nubes altas, por cuyos huecos penetraban rayos de sol, creando una bruma cálida en el bosque. Había charcos en el camino que conducía a la entrada de la casa, pero cuando Kane subió al jeep, sintiendo de nuevo molestias en su herida de guerra, el agua ya casi se había secado. La última persona con la que le apetecía hablar aquel día era con Weston Taggert, pero necesitaba la versión del hermano mayor de Harley sobre los hechos acontecidos hacía dieciséis años.

Kane se dirigió a Chinook. Aparcó en la zona de aparcamiento del edificio más nuevo de la ciudad, un complejo de oficinas de dos pisos con vistas a la bahía. En el interior se ubicaba la nueva sede de Industrias Taggert. Kane avanzó por el vestíbulo y tomó el ascensor hasta llegar al segundo piso, donde encontró un escritorio situado frente a una doble puerta de roble.

– Kane Moran -le dijo a la diminuta mujer de pelo corto pelirrojo y labios a juego.

La mujer, que llevaba auriculares, levantó los ojos. Tenía unas pestañas larguísimas.

– Tengo una cita con el señor Taggert.

La mujer examinó la agenda, encontró su nombre, pulsó un botón en el teléfono para anunciar la cita y en poco segundos Kane se encontró sentado en la esquina de una enorme oficina con un ventanal desde el suelo hasta el techo. Había árboles colocados en macetas enormes a lo largo de una moqueta de color bronce. Junto a una pared había un mueble bar. En otra de las esquinas había dos sofás y, frente al ventanal, se erguía un escritorio macizo de palo de rosa, donde Weston le estaba esperando.

Weston llevaba un traje que valdría más de mil dólares. Estaba reclinado en su silla, con los dedos en la barbilla y los ojos medio cerrados en actitud pensativa. Aparte de unas cuantas arrugas alrededor de los ojos, no había envejecido. Aún tenía la mandíbula dura y el cuerpo esbelto. Su cabello no mostraba señal de calvicie o canas. Había llamado a Kane para aquella reunión, en lugar de haber sido al revés.

– Moran. -Se levantó y estrechó la mano de Kane por encima del escritorio-. Toma asiento.

Weston avanzó hacia las sillas situadas frente al escritorio.

– ¿Quieres tomar algo? ¿Un café o alguna bebida?

– No, gracias.

Kane se recostó en el sillón de piel rojiza y continuó esperando. Después de todo, verle había sido idea de Weston.

El presidente de Industrias Taggert fue directo al grano.

– He oído que estás escribiendo un libro sobre la muerte de mi hermano.

– Así es.

– ¿Por qué?

Kane se movió en el sillón y sonrió para sus adentros. Así que Weston no podía esperar. Genial. ¿Qué secretos guardaba el hermano mayor de Harley?

– Demasiadas preguntas sin respuesta.

– Sucedió hace dieciséis años.

Kane elevó un extremo del labio.

– Bueno, es que he estado ocupado, por eso lo retomo ahora.

– Parece que pienses que servirá de algo escribir ese libro -dijo Weston, tomando la delantera en la conversación.

A Kane no le gustó la sensación que le produjo, pero le siguió el juego.

– Creo que Dutch Holland sabe más acerca de la muerte de tu hermano de lo que cuenta. Y sospecho que él, o quizá tu padre, sobornó a las autoridades locales para que archivaran el caso.

– ¿Por qué querrían hacer algo así?

– Una pregunta interesante. ¿Por qué no te lo preguntas a ti?

– Yo no lo sé.

– Piensa, Weston.

– ¿Quieres decir que alguien tiene algo que esconder? ¿Que están intentando encubrir a alguien? -La voz de Weston sonaba incrédula, aunque Kane no acababa de creerle.

– Es sólo una hipótesis, pero merece la pena asegurarse.

– ¿Por qué remover la mierda? Es algo que está más que enterrado. Todo el mundo lo ha superado. -Sonrió de oreja a oreja, una sonrisa de empatia. Sin embargo, su expresión era tan fría como las profundas aguas del océano.

– Yo no lo he superado, y pienso que, dado que Dutch Holland ha decidido presentarse a las elecciones como gobernador, todos sus sucios secretos deberían salir a la luz.

– ¿Y a ti que más te da, Moran? A ti te importaba un bledo mi hermano.

– Es algo personal -dijo Kane, respondiendo a la fría sonrisa de Weston con otra sonrisa igual-. Entre Dutch y yo. -Apoyó la región lumbar en el respaldo del sillón-. Además, no sólo me interesa la muerte de Harley, sino los hechos que la precedieron -admitió Kane, proporcionando a Weston un poco de información a cambio de algo por su parte.

– ¿Como cuáles?

– Como lo que le ocurrió a Jack Songbird.

Weston se volvió, hurgó en el bolsillo de la chaqueta del traje y extrajo un paquete de cigarrillos Marlboro.

– Jack se emborrachó y cayó por el acantilado.

Encendió el cigarrillo con un mechero dorado. Dio una profunda calada al cigarrillo y expulsó una columna de humo en dirección al techo.

– Tal vez. Algunos piensan que se arrojó al vacío. Otros sospechan que fue asesinado.

– Déjame que adivine: Crystal Songbird, sus amigos y algunos ancianos de la tribu apoyan la teoría del asesinato. Demonios, han estado contando esa historia durante años, pero la verdad es que Jack no era más que otro indio desgraciado que bebía demasiado y que acabó pagándolo.

Los músculos de la espalda de Kane se contrajeron. Hizo lo posible por no apretar los puños y asestarle un puñetazo en aquella cara perfecta. Pero no había razón para demostrar a Weston lo que pensaba en realidad.

Weston examinó el extremo del cigarrillo.

– Sabes, Moran, si escribes algo que pueda difamar a mi familia te demandaré de tal manera que nadie querrá tener tu asqueroso culo cerca.

– Pensaba que querrías descubrir la verdad, a la vez que tener la oportunidad de vengarte de Dutch Holland.

– La verdad no me importa. Como ya te he dicho, es agua pasada, pertenece al pasado. En cuanto a Dutch, me las pagará. De una manera u otra. No necesito tu ayuda para conseguirlo.

– ¿Señor Taggert? -interrumpió la voz de la recepcionista-. Su mujer por la línea uno. Le he dicho que está ocupado pero…

Weston frunció el ceño irritado, a la vez que pulsaba un botón del interfono.

– Cogeré la llamada. Si me disculpas -se dirigió a Kane.

Kane no necesitaba una excusa para marcharse. Tenía lo que había ido a buscar: hacerse una idea sobre la familia Taggert y sobre Weston en particular. Pensaba que todo el clan de los Taggert daría saltos de alegría al enterarse de que un libro pondría al descubierto la verdad de lo sucedido, pero no había sido así. Weston había mostrado aversión hacia su proyecto, como si fuera culpable. Pero culpable ¿de qué?

Kane cruzó la calle sin mirar en dirección al coche. Sintió una sensación de triunfo. Algunas personas se estaban sintiendo molestas con sus preguntas, personas importantes. Iba bien encaminado.

Se metió en el jeep y arrancó el motor. A medida que avanzaba el tiempo, se sentía mejor. Sí, Weston estaba nervioso, pero ¿por qué? Kane tenía otro par de entrevistas aquella tarde. Quería hablar con los periodistas que habían cubierto las muertes de Harley Taggert y Jack Songbird. Había leído sus artículos, por supuesto, se los sabía casi de memoria, pero esperaba que las mentes de los reporteros le proporcionasen más pistas. A continuación quería hablar con las primeras personas que habían presenciado el accidente de coche de Miranda Holland, los buenos samaritanos que habían visto la reacción de las hermanas de primera mano. Quizás esas personas podrían proporcionarle nuevas pistas, una nueva perspectiva de la tragedia. Sólo después de hablar con todos ellos volvería a visitar a Claire.


Miranda miró a Frank Petrillo, situado al otro lado de la rayada mesa de fórmica, en el restaurante de Fracone, el único italiano en toda la ciudad donde Petrillo creía que merecía la pena pagar por una porción de pizza.

– Quiero que averigües todo lo que puedas sobre un tipo llamado Denver Styles.

– ¿Te está molestando? -preguntó Frank masticando chicle, a pesar de que acababa de pedir una cerveza-. ¿Es el tipo que te ha estado merodeando?

– No me está molestando. Trabaja para mi padre.

Petrillo elevó una de sus cejas grises, mientras una camarera de pecho voluminoso depositaba las bebidas sobre la mesa. Petrillo dio un sorbo y miró de reojo por encima del vaso.

– ¿Cuál es el problema?

– Dutch le ha contratado para que fisgonee en nuestra vida, en la mía y en la de mis hermanas, y yo no confío en él. -Miranda resumió su encuentro con Denver Styles, sin mencionar la noche en que murió Harley Taggert-. Se supone que es un detective privado de las afueras de la ciudad, creo, pero tengo el presentimiento de que ya le conozco. -Dio un trago a su vino Chardonnay y giró la copa entre sus dedos-. Sólo me gustaría saber quién es en realidad.

Petrillo, pensativo, se frotó la barbilla raspándose la barba.

– Denver Styles. Ese nombre no me dice nada.

– Pronto te dirá.

Petrillo siguió mascando el chicle y dio otro buen trago de cerveza. Los ojos le echaban chispas ante aquel nuevo reto, lo que hizo sentir a Miranda algo mejor. Frank escarbaría en aquel asunto hasta que los dedos le sangrasen, hasta descubrirlo todo sobre aquel nuevo empleado de Dutch.

Miranda sólo esperaba que lo averiguara a tiempo, antes de que Denver Styles o Kane Moran destapasen la verdad. Volvió a beber de la copa de vino justo cuando depositaron sobre la mesa la pizza que había pedido Petrillo, una mezcla de gambas, pimiento verde y olivas.

Frank bromeó con Miranda, intentando tranquilizarla, a la vez que partió una porción recargada de pizza. Sin embargo, Miranda no podía evitar la sensación de sentirse acorralada contra la pared, una pared húmeda, oscura y fría que siempre había visto a lo lejos pero que ahora amenazaba con acercarse.

Se sintió observada. Echó una ojeada al restaurante y se convenció de que la imaginación le estaba jugando una mala pasada. Denver Styles no estaba acechándola junto a las máquinas recreativas, o sentado en una esquina humeante del bar. No, simplemente su mente la estaba engañando otra vez, su culpa estaba resurgiendo de la tumba bajo el mar donde llevaba años enterrada. «¡Ánimo!» se dijo en silencio mientras alcanzaba el pedazo de pizza que realmente no le apetecía. Forzó una sonrisa y dio un mordisco.

– Relájate, pequeña -dijo Petrillo-. Todo saldrá bien.

– ¿Estás seguro?

Los ojos marrones de Petrillo echaron chispas.

– Claro que sí, joder.

Miranda sonrió y pidió al cielo poder creerle. Pero, maldita sea, no podía. Incluso en aquella acogedora pizzería, con gente que reía y hablaba, el camarero que limpiaba la barra y Frank Petrillo que le estaba guiñando el ojo al otro lado de la mesa, podía sentir una sensación horrible en la zona de la nuca. Y estaba asustada. Más asustada de lo que había estado en dieciséis años.


– Háblame de papá.

Samantha se sentó sobre la repisa de la cocina, donde Claire estaba desempaquetando la última caja de la mudanza. Llevaban en Chinook casi una semana, y aún no habían terminado de instalarse.

– ¿Qué quieres saber? -preguntó Claire.

– ¿Es tan malo como dice Sean?

Claire apretó los dientes. La pena en su corazón había cesado hacía tiempo, la primera vez que había descubierto que Paul la estaba engañando. Probablemente no había sido la única vez, ya que Paul siempre se había sentido atraído por mujeres jóvenes. Ahora, todo lo que sentía era vergüenza y remordimientos.

– Tu padre no es malo -dijo, preguntándose si estaba mintiendo-. Sólo es débil.

– ¿Débil?

– Sí. Le gustan, uh, le gustan las mujeres.

– Las chicas -corrigió Sam.

«Cualquier cosa que lleve faldas.»

– Sí, a veces las chicas también.

– Entonces sí que es malo.

– No quiero que pienses esas cosas de él.

– Pero tú lo haces -la acusó Samantha.

Sus ojos reflejaban sólo una pequeña parte del dolor que invadía todo su cuerpo. Dobló las piernas, arqueando la planta de los pies sobre el borde la repisa y descansando la barbilla en las rodillas. Tenía sucias las piernas largas y también los pies, descalzos, pero Claire no dijo nada. No era el momento de cambiar de tema y empezar a hablar de limpieza y microbios.

– Simplemente no quiero pensar en él y punto.

Claire decidió que tenía que ser sincera. Los niños se daban cuenta cuando mentía. Sam arrugó la nariz.

– ¿Irá a la cárcel?

La vergüenza comenzó a trepar por el cuello de Claire.

– No lo sé, puede ser… o puede que consiga que le rebajen la sentencia y que le otorguen la libertad condicional, supongo. Pero tendremos que esperar a ver qué pasa.

– Bueno, si se convierte en un presidiario, no quiero verle -decidió Samantha, sacudiendo la cabeza-. Incluso aunque no lo sea. Lo que hizo está mal. -Su barbilla tembló-. Se supone que los padres no hacen nada malo.

– Claro que no, cariño -dijo Claire, acercándose a la repisa y envolviendo los delgados hombros de Samantha con sus brazos-. Pero también somos humanos y a veces… a veces nos equivocamos.

– Pues él no debería haberse equivocado jamás.

– Lo sé. -Claire notó las lágrimas de Sam, cálidas y húmedas, goteándole sobre la blusa.

– No nos lo merecíamos.

– No, cariño, no -afirmó Claire. Samantha tosió con fuerza-. Pero tenemos que enfrentarnos a ello. Nos guste o no.

Samantha se estremeció. A continuación levantó su rostro, recorrido por las lágrimas.

– Sean dice que esto es una mierda.

Claire asintió con la cabeza, aunque odiaba la crudeza del lenguaje de Sean.

– Esta vez, Sean tiene razón. Vamos, te prepararé una taza de chocolate, y buscaremos una película que podamos ver.

– Una divertida -dijo Samantha, descendiendo al suelo.

– Sí, una divertida.

Capítulo 24

Era casi medianoche cuando Claire, inquieta, apartó el delgado edredón de la cama. Sin encender la luz, deslizó los brazos por la bata y caminó sigilosamente descalza por el pasillo. Dejó atrás las habitaciones donde dormían sus hijos, cuyas puertas estaban abiertas. Bajó las escaleras. En su mente circulaban imágenes de Kane, Harley y Paul. Parecía que tuviese un tornado en el cerebro. Cada vez la cabeza le daba más vueltas, mareándola.

Entró en la cocina, donde cogió una caja de fósforos. Seguidamente, cruzó las puertas francesas del comedor y se dirigió hacia el sendero cubierto de hierbajos que conducía al lago. Se detuvo con el propósito de encender las antorchas ahuyenta-mosquitos que había colocadas a lo largo del embarcadero, situadas a tres metros la una de la otra. Esperó, de este modo, repeler a los mosquitos que merodeaban por la bahía.

El fósforo chisporreteó en mitad de la noche y enseguida se encendieron seis antorchas, produciendo un aroma entre dulce y desagradable. Miranda se sentó en la última tabla del embarcadero. Las piernas desnudas le colgaban sobre el agua. Elevó el rostro hacia el cielo. Miles de estrellas brillaban con intensidad, y un cuarto de luna reluciente coronaba el cielo, dotando así de color plata a las aguas oscuras. Los peces saltaban, chapoteando en el lago, los gallos cantaban, y no muy lejos, un buho ululaba suavemente.

A Claire siempre le había encantado aquello. A pesar de todas las penas de su infancia, y de la tragedia por la muerte de Harley Taggert, sentía una gran paz cuando estaba en aquella casa, a orillas del lago Arrowhead. Dirigió la mirada más allá de la superficie lisa del agua, hacia la cabaña de Moran. En plena oscuridad, las ventanas tenían luz, y se preguntó por Kane. ¿Qué estaría haciendo? ¿Trabajar en su dichoso libro? ¿Remover el pasado? ¿Descubrir verdades que deberían mantenerse ocultas? Sintió una punzada en el corazón y comprendió que años atrás había amado a Kane con una pasión tan estúpida como intensa. Había algo en él capaz de remover todo su interior, de hacerle abandonar la razón en favor del deseo, de seducirla hasta el punto de sacrificar todo con tal de estar cerca de él, incluso su obstinado orgullo.

– Idiota -murmuró en voz baja.

Ningún hombre merecía que una mujer perdiese la dignidad por él. Ninguno. Pero, oh, incluso ahora, si tuviera la oportunidad de besarle, de tocarle, de sentir su cuerpo desnudo y firme contra el suyo…

– Basta -se reprochó, furiosa por sus pensamientos rebeldes-. ¡Ya no eres una colegiala! Por Dios Santo, ¡tienes más de treinta años! ¡Eres madre! ¡Te han hecho daño demasiadas veces!

Ojalá se pareciese más a Miranda. Fuerte. Independiente. Valiente. Sin embargo, en ocasiones, Claire se sentía como una niña pequeña y asustadiza.

– Por el amor de Dios, Claire, contrólate -suspiró.

Rozó el agua fría con al punta de los dedos y se apretó el cinturón de la bata. Años atrás, Claire había enterrado su amor por Kane en lo más profundo de su corazón. Había reprimido los instintos animales y las emociones salvajes que Kane había despertado en ella porque sabía que no tenían ningún futuro juntos. El destino, al parecer, se había interpuesto. Tras la muerte de Harley, Kane se había alistado, y Claire también había dejado Chinook. Marchó escapando del dolor y de la pena, y conoció a Paul St. John, un hombre al que realmente nunca había amado, pero que había prometido cuidar de ella. Claire tenía diecisiete años cuando se conocieron en un centro de estudios donde Paul daba clases de inglés y Claire terminaba bachillerato. Paul se la encontró llorando en un banco del patio, le ofreció un pañuelo donde enjugar las lágrimas y un hombro firme donde llorar. Claire no estaba acostumbrada a la amabilidad de los desconocidos y le habría rechazado, pero acababa de visitar una clínica local, donde le habían comunicado que estaba embarazada. Y sola. Miranda había empezado la universidad; Dominique, incapaz de soportar que su marido la engañara con otras mujeres, se divorció y se fue a Europa, llevándose a Tessa con ella. Dutch nunca había tenido una relación demasiado estrecha con Claire. Harley había muerto; Kane estaba en el ejército. Ella y el bebé se hubieran encontrado completamente solos en el mundo, de no ser por la amabilidad de Paul St. John.

Como una estúpida, le entregó su corazón. Sus escasos ahorros se estaban agotando. Conseguía pagar el alquiler cada mes gracias a un trabajo de camarera a tiempo parcial en un restaurante donde había tenido que mentir sobre su edad. Su única esperanza era enfrentarse a su temible padre, quien seguramente la reprendería y la llamaría zorra por concebir un Taggert.

Por alguna razón inexplicable, Paul se sintió atraído por Claire y su situación. Tal vez fue la impotencia de la chica, o quizá influyó el hecho de que tuviese una edad atractiva: no había cumplido los dieciocho. O tal vez Paul pensó que podría heredar parte de la riqueza de los Holland. Fuera cual fuera el motivo, la cortejó, le pidió matrimonio y la ayudó a terminar el instituto y la universidad. Paul, con treinta años, era más mayor y conocedor de la vida, y Claire necesitaba desesperadamente a alguien en quien confiar, en cualquiera, incluso aunque fuese un extraño al que apenas conocía. Claire pensaba que Paul era una persona de confianza y no se dio cuenta de lo equivocada que estaba hasta que pasaron los años.

Cuando Sean nació, Paul simuló ser el padre biológico del niño, y Claire, con el fin de hacer que todo pareciera normal, mintió al decir la fecha de nacimiento de Sean, atrasándola tres meses, para que nadie, ni siquiera sus hermanas, sospecharan que el bebé era en realidad hijo de Harley Taggert, o eso es lo que Claire creía. Dado que nadie en su familia vio al bebé hasta pasado un año, no le hicieron preguntas. Sean parecía mayor, más listo y un poco más adelantado que el resto de los niños de su edad.

Claire se dejó el alma cuidando al pequeño y, como sabía que era una parte viva de Harley, se entregó al ciento por ciento a él. Pero a medida que fue creciendo, se fue haciendo evidente que no corría una sola gota Taggert por sus venas.

El corazón le dio un vuelco cuando comprendió que su pequeño era la viva imagen de Kane Moran. Entonces adoró al niño aún más, si es que era posible, consciente de que era parte del demonio al que tanto había amado y, por lo tanto, era lo más preciado que había tenido jamás. De este modo, siempre estaría cerca de Kane y algún día… Bueno, tal vez algún día localizase a Kane y le contase que era padre de un niño guapo y maravilloso.

Durante tres años aquella mentira sobre la paternidad de Paul se mantuvo en secreto. Claire se quedó embarazada de Samantha. Aunque su vida no era perfecta, al menos era satisfactoria, y si Paul no era tan atento como al principio se debía a presiones laborales, o al menos era lo que Claire pensaba. Pero estaba equivocada, terriblemente equivocada.

Durante el segundo trimestre de su embarazo, Claire se enteró, por primera vez, de las infidelidades de su marido. Uno de los compañeros de su marido dejó escapar que Paul se estaba viendo con una mujer que trabajaba con él. Desde aquel momento, su matrimonio empezó a ir cuesta abajo, hasta fracasar por completo.

El matrimonio de Paul y Claire llevaba años roto. Sin embargo, no se divorciaron hasta hacía un año, cuando Paul vio a Sean con Jessica Stewart, su novia, y poco después la sedujo.

Claire sentía náuseas cada vez que pensaba en su marido con una chica demasiado joven para tener relaciones sexuales consensuadas con ella.

– No pienses en ello -se dijo, y volvió a centrar sus pensamientos en la cabaña de Moran, a preguntarse de nuevo por él. ¿Estaba allí? El corazón se le detuvo y cerró los ojos. No servía de nada pensar en él. El amor o la atracción sexual que habían compartido una vez había quedado atrás, muy atrás.


Kane había dejado de fumar hacía seis años, pero ahora, mientras observaba las antorchas que brillaban al otro lado del lago, le apetecía un cigarrillo. Lo necesitaba con urgencia. Las antorchas doradas le atraían hacia el agua desconocida y peligrosa, igual que las luces de aterrizaje atraen a un piloto para que aterrice.

Consciente de que estaba cometiendo una enorme equivocación, desató la vieja lancha motora que había amarrada al embarcadero, se apartó de tierra firme y calentó el motor. Agarró con fuerza el mando y puso en marcha el motor de arranque. Acompañado de un crujido y un renqueo, la Evinrude de doce caballos se puso en marcha y comenzó a navegar. El pequeño bote avanzaba a gran velocidad, cortando la superficie del agua, dejando una estela de espuma blanca a sus espaldas. El viento silbaba revolviéndole el cabello, y los dedos, sujetos al volante, le sudaban.

Tras entrevistar a varios testigos por la tarde y obtener menos de lo que esperaba, había renunciado a la idea de volver a ver a Claire. No estaba preparado. Había demasiadas cosas en ella que le atraían. Perdía objetividad cuando estaba con ella, y en lugar del periodista crítico, agresivo y riguroso del que se enorgullecía ser, volvía a convertirse en el adolescente macarra de hacía años. Volvía a excitarse como un semental salvaje y a desear hacerle el amor. Igual que un crío cachondo, había pasado noches masturbándose, imaginando cómo recorría con su lengua el cuerpo de Claire de arriba abajo, lamiéndole la zona entre sus pechos, bajo su espalda. En su mente, se imaginaba besando aquel espacio húmedo de vello rojizo que brotaba entre las piernas de Claire, y chupando aquella zona con entusiasmo, explorando los secretos oscuros y húmedos de la feminidad. Se veía desnudándola, besándole los senos hasta que enrojecieran, apretándolos con sus manos y succionándolos igual que un recién nacido, hasta hacer que Claire se estremeciera y la sangre le fluyera con la misma pasión ardiente y excitada que corría por las venas de Kane.

Aquellas viejas fantasías habían renacido últimamente, y Kane, el hombre que siempre mantenía el control, el periodista calmado que nunca había permitido que una mujer se le acercara demasiado al corazón, se encontró frustrado, sintiéndose de nuevo como un colegial excitado.

– Mierda-refunfuñó. Un cigarrillo no solucionaría el problema, ni un güisqui ni otra mujer. Nada, excepto acostarse con Claire Holland St. John.

El brillo de las antorchas aumentaba y el olor a citronella flotaba mezclado con la niebla, en dirección al cielo. Claire permanecía sentada en el embarcadero, con sus delgadas piernas sobre el agua, envuelta en una bata blanca y luminosa.

Kane apagó el motor y la lancha avanzó despacio hasta el embarcadero. Claire le observó. Sus ojos iluminaron la noche. Su rostro no llevaba maquillaje.

Kane lanzó la cuerda en dirección a un poste carcomido y amarró la lancha.

– Esto es propiedad privada -dijo ella, tal y como le había dicho en el pasado.

Dios, estaba preciosa.

– Yo también me alegro de verte.

– Parece que traspasar propiedades privadas es para ti un hábito.

Kane sonrió y se sentó junto a ella, con las piernas estiradas sobre las tablas, lejos del agua. La miró a la cara.

– Sí, un hábito que parece que no he podido abandonar.

– Pues ese hábito conseguirá que te metas en problemas.

– Ya lo ha conseguido. -Tan sólo contemplándola, la sangre le empezó a arder. Sintió el comienzo de una erección en la parte más honda de su entrepierna.

– Entonces, ¿por qué estás aquí? -la mirada de Claire, plateada bajo la luz de la luna, perforaba los ojos de Kane.

– No podía dormir y vi luces.

Movió la mandíbula a un lado, mientras Claire rozaba los dedos en las tablas del suelo.

– ¿Así que no es porque intentes conseguir un poco de porquería sobre mi padre para tu libro?

– Yo sólo busco la verdad.

– ¿Ah, sí? -Claire negó con la cabeza y suspiró-. En absoluto, Kane. Todo esto es una especia de venganza personal.

Kane quiso responderle, pero se mordió la lengua. Basta de mentiras. No podía haber más mentiras.

– ¿Por qué? ¿Por qué nos odias tanto?

– Yo no te odio.

– ¿Ah, no? -Claire se movió, alargó los pies hacia el agua, salpicando el embarcadero y los hombros de Kane. Dejó de mirar en dirección al lago. Se volvió y rozó ligeramente los hombros de Kane.

– Entonces, ¿por qué simplemente no nos dejas en paz?

– Tengo un trato…

– Tú mismo dijiste que no se trataba de dinero. ¿Entonces de qué? -preguntó ella. Su dentadura blanca destellaba, igual que el fuego en sus ojos.

– Es algo que necesito hacer.

– ¿Para conseguir que mi padre abandone su intención de ser gobernador? -preguntó frunciendo en ceño en la oscuridad-. No lo creo. ¿A ti que más te da?

– Es algo que viene de lejos. Algo entre tu padre y yo.

– ¿Por el accidente de tu padre? -preguntó. Kane no contestó. Claire volvió a mirar hacia el lago por encima del hombro-. Yo no defiendo a Dutch -admitió-. Él… nunca ha sido perfecto, y lo que le ocurrió a tu padre es algo imperdonable.

– Tú no sabes ni la mitad.

– ¿Ah, no? -miró a Kane con los ojos furiosos y completamente abiertos.

Kane se sintió desarmado. Los pómulos de Claire, más pronunciados al darse la vuelta, sus labios, húmedos y brillantes, sus cejas elevadas en señal de desconfianza… todo aquello le hacía olvidar la firme promesa que se había hecho de no volver a tocarla, de no cruzar aquella dolorosa barrera.

No obstante, al contemplarla, su determinación se desmoronó, y las imágenes que le habían mantenido despierto durante noches, imágenes de Claire yaciendo desnuda entre sus brazos, se hacían más reales, más alcanzables. Pudo percibir el olor de Claire, un aroma fresco y perfumado. El calor entre las piernas de Kane se hizo insoportable.

– Sé que tu padre pagó a un ex presidiario para vengarse de Dutch hace años. El ex presidiario ayudó a tu padre a forzar la entrada de nuestra casa, y entre ambos, con unas motosierras, decapitaron las esculturas que decoraban la baranda de las escaleras.

Asombrado, Kane se quedó paralizado.

– ¿Qué?

– Eso es, Moran. Tu padre entró en nuestra casa y destrozó la escalera. La única razón por la que Dutch no le denunció fue porque tenía miedo de que pudiese recibir mala prensa. Podrían convertir a tu padre, a un pobre y desgraciado lisiado, en una persona desamparada, en una víctima. Así que no dijo nada de lo sucedido y se olvidó. -Claire suspiró y se sopló el flequillo para apartárselo de los ojos-. Pero eso ya no importa -prosiguió-. Ahora que estamos aquí, papá está arreglando la baranda y… en fin, supongo que puedo entender por qué tu padre nos odiaba.

– A ti no. Sólo a Dutch.

– Como tú.

Un músculo empezó a palpitar en la mandíbula de Kane, pero se relajó cuando Claire colocó su mano sobre la suya.

– Mira, no quería hablarte así. Sé que tu padre murió, y lo siento.

– Está mejor así -dijo Kane, sintiendo el suave tacto de Claire sobre su mano.

Como si Claire se diese cuenta de la sensación que estaba produciendo en Kane, apartó las manos.

– Lo siento.

– No lo sientas. Era un miserable hijo de puta cuando estaba vivo. Quizás haya encontrado algo de paz ahora.

Aunque en realidad no lo creía posible. El alma de Hampton Moran debía de estar tan atormentada y rabiosa en la ultratumba como lo había estado cuando aún vivía. Ya había sido un hombre violento antes de sufrir aquel accidente que le había dejado lisiado. Y después había permitido que la envidia y la insatisfacción le arrancaran el corazón, envenenándole la sangre hasta tal punto que su mujer le abandonase, y que su hijo perdiese, poco a poco, todo el respeto y el amor que sentía por aquella carcasa de hombre en la que se había convertido.

– No me utilizarás, ¿sabes? -comentó Claire tranquilamente.

– ¿Que no te utilizaré?

– Sí, tú. Para tu libro. Sé que has estado fisgoneando por ahí, metiendo la nariz en el pasado, pero si has venido aquí porque piensas que te voy a contar algún secreto sobre la noche en la que Harley murió, andas muy equivocado.

– He venido aquí porque quería verte -dijo Kane, sorprendido ante su propia sinceridad-. Iba a venir antes, para intentar hablar contigo sobre el pasado, pero estaba demasiado cansado. Luego vi las luces y…

Se detuvo antes de hablar demasiado. A continuación, la miró a los ojos y se le encogió el alma. Antes de que pudiese reprimirse, se acercó a ella, la agarró de la nuca y sus labios se fundieron.

– Kane… no -dijo Claire, jadeando. La lengua de Kane se movía entre aquellos labios perfectos-. No puedo…

Pero era demasiado tarde. Los labios de Kane la necesitaban. Multitud de recuerdos le invadieron; la sensación de estar con ella, de tocarla, de sentir su cuerpo suave junto alsuyo. Kane la estrechó entre sus brazos, arrimándola contra él. La respiración de Claire era tan irregular como la de Kane y sus latidos retumbaban contra el pecho de él.

– Claire -susurró-, Claire.

Ella gimió, abrió la boca, ofreciéndosela a Kane. Éste le rozó con la lengua el borde de los dientes y del paladar. Seguidamente encontró la lengua de Claire y ambas empezaron a moverse en una danza húmeda y sensual, lo que provocó en Kane una mayor erección en su palpitante sexo.

Kane sintió cómo Claire se estremecía, y empezó a ascender con las manos por las costillas, por el interior de la ropa blanca, desabrochándole los diminutos botones del camisón.

– Kane… Oooh.

Por debajo del tejido, los dedos de Kane se aferraron a la piel de Claire. Alcanzó sus senos, ardientes y exuberantes, cuyos pezones estaban rígidos y excitados.

– Por favor…

Con una mano, Kane la cogió del pelo, con la otra le recorrió el pecho y le abrió la bata, descubriendo su blanca piel en mitad de la noche. Observaba, fascinado, cómo uno de sus gloriosos senos escapaba de la tela, mientras el resto de la bata se abría cada vez más, dejando al descubierto los firmes músculos de su abdomen, la apariencia erótica de su ombligo, y un indicio de rizos rojizos en el lugar donde se unían ambas piernas. Gimiendo, Kane descendió para besarle el pecho. Claire se arqueó hacia atrás, mientras Kane le lamía un pezón. Podía sentir cómo ella ardía por dentro, tan deseosa como él.

Claire rodeó a Kane con sus brazos y le atrajo hacia ella, retorciéndose mientras Kane abría la boca y succionaba con ansia. Claire comenzó a jadear, su respiración empezó a entrecortarse y no mostró resistencia, sino que se arrimó más a él, como si ella tampoco pudiera luchar contra aquello. Tenía las caderas pegadas al cuerpo de Kane. Éste deslizó una mano por debajo de la bata, rozó su abdomen y a continuación descendió hasta tocarle con los dedos el ángulo de sus piernas. Claire gimió al notar cómo la mano de Kane le rozaba los muslos, para después tocarle aquella zona cálida, profunda, blanda y escondida en su interior. Se agitó al ritmo de él. Echó la cabeza hacia atrás y perdió el control.

– Kane -gritó, mientras él ahondaba cada vez más. Consciente de que no podía dar marcha atrás, agarró con las manos el brazo de Kane-. Oh, no -susurró, como si se diese cuenta de repente de quién era y con quién estaba-. ¡No, no, no!

Kane se quedó inmóvil, con los dedos colocados aún en el centro sagrado y cálido de ella.

– Oh, Dios. Oh, no. -Claire se apartó de él y gimió como si estuviera agonizando-. Kane, por favor… no podemos… Oh, Dios, soy madre… Soy demasiado mayor para…

– Shh -la hizo callar él, abrazándola, envolviéndola con ambos brazos y apretando sus labios contra los de Claire.

La entrepierna le abrasaba, su sexo viril ansiaba unirse al de ella, pero intentó calmarse, normalizar su respiración, con el fin de entender que Claire tenía razón. No podían acabar aquel acto. No ahora. Ni nunca.

– Lo siento -dijo al fin, cuando pudo hablar.

Claire se estremeció en los brazos de Kane.

– No tienes por qué sentirlo.

– Pero…

– Por favor -Claire besó a Kane suavemente en los labios y le acunó la cabeza con las manos-. Sé cómo te sientes. Dios, yo también, pero… hay demasiado entre nosotros. Demasiado tiempo. Demasiados recuerdos. Demasiados errores. -Parpadeó rápido, como si quisiese evitar las lágrimas. Cuando él quiso abrazarla, ella le rehuyó.

– Yo, no… No puedo hacerlo… Aún no. Ni siquiera te conozco.

– Sí que me conoces -dijo Kane-. ¿Recuerdas?

– Sí. -Empezaron a caer lágrimas por sus mejillas-. Lo recuerdo.

Se humedeció los labios nerviosa, como si hubiera algo que quisiera contarle, algún secreto oscuro y doloroso, pero de pronto sacudió la cabeza, se puso en pie y se alejó corriendo tan rápido como le permitieron sus pies descalzos.

Capítulo 25

– Te estoy diciendo que ese hombre no tiene pasado -dijo Petrillo mientras se dejaba caer en una silla situada frente al escritorio de Miranda-. Es como si ese tal Denver Styles no existiera. No aparece en los archivos policiales, ni en el sistema de seguridad social, ni en hacienda, ni en los archivos de tráfico. -Se metió una mano en el bolsillo de su cazadora deportiva, la cual le ceñía demasiado, y sacó un paquete de chicles Juicy Fruit-. Opino que su nombres es falso, un alias.

Miranda, después de una semana de vacaciones, había vuelto al trabajo. Estaba decidida a mantener el equilibrio. Se negaba a permitir que su padre o uno de sus secuaces, en especial Styles, controlara su vida. Sentada tras una ordenada pila de correo y expedientes de casos del departamento, sintió una especie de escalofrío. Se tocó la cicatriz del cuello e intentó no pensar en los días oscuros de su vida en los que se había producido aquella herida. Se preguntó acerca del último empleado de su padre.

– ¿Cómo contactó tu padre con él?

– No me lo ha dicho ni lo hará.

– Hummm. Seguramente no fuese a través de las Páginas Amarillas.

Petrillo desenvolvió uno de los chicles, y lo dobló con cuidado antes de introducírselo en la boca. Le sonó el busca. Lo miró, frunció el ceño y lo apagó.

– No, no creo.

– Styles podría estar relacionado con el mundo criminal.

– No creo que sea un criminal, si eso es a lo que te refieres -continuó Miranda.

Recordó la imagen de Denver Styles en su mente. Guapo, frío, arrogante, y algo más, sí, perseverante. Miranda no tenía dudas de que cuando Styles se decidía por algo lo conseguía. No era de los que se andaban con tonterías. Se mordió el labio nerviosa. Le molestaba. Le molestaba mucho.

– Bueno, si no está metido en la mafia, estará metido en otra cosa, y apuesto dólares a Donuts a que no es nada bueno, ya sabes a lo que me refiero. Los ciudadanos honrados tienen dirección, teléfono, permisos para sus coches y perros, y están registrados en los archivos militares y gubernamentales. Ese tipo, Styles, es como un fantasma. -Chasqueó con el chicle y se frotó la mejilla-. Pero no voy a desistir -prometió-. De una u otra manera, averiguaré quién es y qué está haciendo con tu padre.

– ¿Cómo vas a hacerlo?

– Siguiéndole la pista, si tengo que hacerlo. -Parpadeó, pensando en aquel nuevo reto-. Quiero descubrirlo todo sobre ese tipo.

– Yo también -pensó Miranda en voz alta. Cogió un lápiz y repiqueteó ligeramente sobre los papeles, los cuales ocupaban la mitad de su escritorio. ¿Quién era Denver Styles? ¿Cómo había contactado con su padre? ¿Era un aliado político o una especie de detective privado?, ¿un busca fortunas?, ¿un hombre que haría cualquier cosa por un montón de dinero? Continuó jugueteando con el lápiz. Miró a Frank y vio que la estaba observando-. Tampoco quiero que pierdas demasiado tiempo con él. Debes de estar trabajando en otros casos para el departamento.

– Le presionaré un poco -dijo Petrillo, encendiendo de nuevo el busca-. Puede ser divertido.

«Y puede ser peligroso», pensó Miranda mientras recordaba los ojos de color gris intenso de Denver Styles, su barbilla marcada y aquella impresión general de que, cuando se proponía algo, nada podría detenerle.

«Bueno, no en esta ocasión.»


Las manos de Claire temblaron al servirse una taza de café. ¿En qué estaba pensando? Besar a Kane Moran. Tocarle. Dejar que la tocase. Incluso ahora, en la cocina, con la luz matinal del sol penetrando por la ventana, sentía un hormigueo entre las piernas cada vez que pensaba en las manos de Kane, en su boca, en su lengua y en todas aquellas maravillosas caricias que la habían hecho estremecer. Casi habían estado haciendo el amor. Como si todos los años pasados, todas las mentiras, todo el dolor, no hubiesen existido.

«Como si él no fuese el padre de Sean.»

Por el amor de Dios, ¿qué iba a hacer?

– Eres tonta -musitó en voz baja mientras echaba harina de tortitas en un cuenco. Rompió dos huevos con violencia y añadió leche. Intentó concentrarse en lo que estaba preparando en lugar de pensar en las increíbles sensaciones que Kane había hecho que viviera su cuerpo.

Llevaba mucho tiempo sin estar con un hombre. Años. Probablemente sólo había reaccionado así debido a la desesperación, eso era todo. Mientras removía la mezcla, miró por la ventana, contemplando la cabaña de Kane al otro lado del lago. Tenía que olvidar lo que habían compartido una vez, porque ahora Kane era un hombre distinto, un hombre que quería vengarse de su familia.

«No te fíes de él. Sólo te está utilizando para conseguir información para su maldito libro. Recuérdalo.»

Sin embargo, su cuerpo sentía un cosquilleo cada vez que le recordaba.

Vertió la mezcla en la plancha caliente, y escuchó los pasos ligeros de Samantha bajando por las escaleras. Si había algo que Paul hubiese hecho bien en su miserable vida, había sido bendecir a Claire con su hija.

Sam entró repentinamente en la cocina. Llevaba puesto el traje de baño, crema bronceadura y una bolsa playera que depositó sobre la repisa.

– ¿Dónde está Sean?

– Dormido, creo. ¿Por qué no le despiertas y le dices que el desayuno está listo?

– No está en su cuarto. Ya he ido a mirar.

– ¿No? -Aquello era extraño. A Sean le encantaba dormir hasta las dos del mediodía-. Tal vez haya ido a dar un paseo a caballo -dijo, aunque de pronto se le aceleró el corazón.

Sam hizo una mueca.

– Odia los caballos. A él le gustan los juegos de consola y el monopatín.

Aquello era cierto. A través de las puertas francesas, Claire vio los tres caballos, con las cabezas inclinadas hacia el suelo, arrancando briznas de hierba y moviendo las orejas y el rabo para espantar a las molestas moscas.

– Entonces habrá ido a pie.

– ¿Tan pronto? ¿Con quién?

– ¿Con quién? -repitió Claire.

– Sí, ¿con quién? No tiene amigos por aquí. Se pasa el día enviando e-mails y mensajes a móviles a sus amigos en Colorado.

– Ya hará nuevos amigos cuando empiece la escuela.

Sam hizo un gesto con los ojos.

– Seguro… Oh, mamá, mira las tortitas.

La plancha despedía humo, y Claire tiró la primera hornada de tortitas completamente quemadas a la basura.

– ¿Por qué no esperas un momento? -preguntó a su hija-. Voy a buscar a Sean.

– Vale.

Abrió la puerta y vio aparecer un jeep por el camino. El corazón se le detuvo. Kane estaba al volante, y Sean, con la mandíbula hacia fuera en señal de rebeldía y los ojos caídos, estaba sentado en el asiento del copiloto. Claire se quedó paralizada durante un segundo. ¿Acaso Kane no se daba cuenta de lo mucho que Sean se le parecía? Nariz recta, labios finos, hombros anchos y actitud de duro. Todos aquellos rasgos de rebeldía juvenil. Sean aún no se había convertido en el indomable y arrogante hijo de puta que había sido Kane, pero iba de camino. A Claire le empezaron a sudar las manos y sintió como si el mundo se le cayera encima. ¿Cómo iba a contárselo a los dos? Sean la condenaría por su falta de moral. No solamente le había ocultado la verdad, sino que también le había mentido. Nunca la perdonaría.

Y Kane tampoco. Cuando descubriese que Sean era su hijo, ¿qué haría? ¿Solicitaría la custodia? ¿La llamaría fulana? ¿Le abriría los brazos y el corazón a su hijo? Claire se aclaró la garganta para evitar la emoción, e intentó centrarse en el problema que se le avecinaba.

– Pero ¿qué demonios…?

Antes de que el jeep se detuviese por completo, Sean saltó del vehículo y se dirigió hacia la puerta delantera de la casa. Llevaba unos vaqueros negros, una estropeada camiseta negra y unos zapatos hechos polvo. Encontró a Claire en el porche.

– ¿Qué pasa aquí? -preguntó-. ¿Dónde has estado?

– En la ciudad.

Sean intentó esquivar a Claire, pero ésta le cogió por el brazo. Sean tenía los orificios nasales que le echaban fuego y pegó un tirón del brazo.

– ¿Qué pasa?

Vio a Kane acercándose con calma, como si esperara a que Claire hablara con su hijo antes de tomar parte en la discusión que estaba a punto de comenzar. Discusión que podía adivinarse en los furiosos ojos de Sean. Una estropeada cazadora de piel, una camiseta blanca, unos vaqueros desgastados y unas botas que necesitaban urgentemente un cepillado eran los eternos compañeros de Kane, los cuales únicamente servían para hacer recordar a Claire el muchacho que Kane había sido una vez, el delincuente juvenil que le había roto el corazón hacía dieciséis años. Claire se había comportado como una tonta, como una boba romanticona. Pero ahora tenía que encargarse de su hijo.

– Me he metido en un lío, ¿vale?

Sean comenzó a andar de nuevo hacia la puerta, pero Claire se plantó en medio de su camino.

– ¿Qué tipo de lío? -preguntó. El corazón le iba a mil. Sean era tan voluble últimamente, siempre a la defensiva, a punto de explotar-. Y no, por supuesto que no vale.

– No es nada. -Echó una mirada a Kane, luego dejó los ojos en blanco y continuó en voz baja-. Bueno, joder, me pillaron robando en una tienda.

– Robando en una tienda… -Claire se quedó helada. ¿Robando? Aquello era peor que cualquier otra cosa que hubiese hecho en Colorado, bueno, peor que cualquier cosa de la que Claire se hubiese enterado. Se volvió hacia Kane y esperó que él pudiese explicarle toda la historia-. ¿Qué ha pasado?

Sean dejó caer el peso sobre el pie contrario y empezó a observar la uña de su dedo pulgar. Apoyándose en uno de los ásperos postes que sujetaban el techo, Kane se cruzó de brazos. Haciendo un gesto de asentimiento a Sean, dijo:

– Pienso que deberías contarle a tu madre todos los detalles.

– ¿A quién le importa lo que tú pienses? -replicó Sean.

Sus palabras desprendían odio.

– ¡Sean! -Claire señaló el pecho de su hijo con el dedo. Uno de los caballos relinchó-. No seas maleducado. Vayamos al fondo de la cuestión.

– Intenté birlar un paquete de tabaco.

– ¿Cigarrillos? ¿Estabas robando cigarrillos? -El corazón le dio un vuelco. Llevaban en la ciudad menos de dos semanas y Sean ya se había metido en un lío. Un buen lío.

– Sí, y una botella de Thunderbird.

– ¿Thunderbird?

– Vino -aclaró Kane, y recibió una despiadada mirada por parte de Sean.

– Oh, Dios, ¿y qué pasó?

Sean señaló con la cabeza a Kane.

– Él me pilló. Me hizo volver a colocar todo y pedir disculpas al dueño de la tienda.

Kane tenía el rostro morado. Agachó la cabeza. Su mirada todavía era rebelde y fría.

– Chinook es una ciudad pequeña -explicó Kane-. Todo el mundo mete la nariz en asuntos ajenos. No querrás crearte una mala reputación, porque es algo que nunca se olvida. Créeme, sé lo que me digo.

– ¿Por qué? ¿Es que tú eres una especie de maleante o algo así? -preguntó Sean.

– Algo así.

Kane miró a Claire a los ojos y por un segundo Claire recordó a Kane como lo que había sido, un crío antipático con un padre lisiado. Siempre metido en líos. Siempre ignorando a la ley. Fumaba cigarrillos, bebía cerveza y conducía su motocicleta tapizada de cuero. Y ella le amaba. Con todo su indeciso corazón. Ahora, mirando a sus ojos color dorado, sintió el mismo subidón de adrenalina que había sentido siempre que había estado con él, la aceleración de su ritmo cardíaco, la repentina falta de aliento. Por su mente circulaban ideas de lo que podría haber sucedido si las cosas hubiesen sido distintas.

– No puedo creer que hicieras algo así -le dijo a su hijo.

– ¡No cogí nada!

– Porque te pillaron.

– ¿Y bien?

– Castigado sin salir. Dos semanas.

– Pues es un buen trato -murmuró-. Tampoco puedo hacer nada en este sitio. ¿Qué coño importa?

– No.

Furioso y avergonzado, Sean abrió la puerta con fuerza y caminó a zancadas hacia el interior. Claire quiso desplomarse sobre los peldaños del porche. En ocasiones como aquella, se arrepentía de no tener un marido con el que contar, un hombre que la respaldara en sus decisiones.

– Está enfadado -comentó Kane, mirándola a los ojos.

Claire tragó saliva.

– Por muchas cosas.

– ¿Incluido su padre?

Claire se quedó casi sin respiración. Pasaron unos segundos, al compás de los rápidos latidos de su corazón. ¿Por qué Kane no se percataba de las similitudes entre Sean y él?

– Paul nos ha dejado hundidos a todos.

– Ese tío es un mierda.

Claire quiso discutir, contestarle que eso a él no le importaba, pero no podía.

– Él… es aún el padre de mis hijos. No creo que sea necesario insultarle.

La sonrisa de Kane, enigmática y torcida, le llegó a Claire al corazón.

– Sólo le llamo como le veo. Háblame de Sean.

Claire se humedeció los labios. «Está preguntando, así que dile la verdad. ¡Dile que él es su padre!»

– Veo que te mantiene ocupada -opinó Kane, frunciendo el ceño mientras observaba la puerta delantera por donde Sean había entrado precipitadamente.

– Estará bien.

– No hasta que tengas mano dura con él.

– ¿Así que ahora eres consejero? -le preguntó, algo irritada, a la vez que intentaba poner en orden las emociones contradictorias que corrían por sus venas.

«Díselo -le gritaba la cabeza-. ¡Dile que él es el padre de Sean!» ¿Y luego qué? ¿Cómo reaccionaría? ¿Y qué pasaría con Sean? ¿Cómo se sentiría su hijo al averiguar que su madre le había estado mintiendo durante todos esos años? Se le hizo un nudo en le estómago debido a la ansiedad, y apartó la mirada de los ojos de Kane. Observó a un abejorro que volaba de un rosal a otro.

– ¿No aceptas que te dé un consejo sobre tu hijo?

– No. -Claire agarró el pomo de la puerta-. Sean lo está pasando mal no sólo por todo lo que sabe de su padre, sino también por habernos mudado aquí. Ha dejado a muchos amigos y… -El corazón se le encogió y pensó que quizás estaba destrozando la vida de su hijo-… Y vivir aquí es diferente.

– Pero no es tan malo -dijo Kane con voz suave, y, por un segundo, al mirar a Claire a los ojos, ésta deseó que se acercase y le tocase la cara con aquellos dedos ásperos-. Tú y yo lo hicimos.

– ¿Ah, sí? -se preguntó en voz alta. A continuación se aclaró la voz. Siempre que estaba junto a aquel hombre su mente perdía claridad, y el ambiente parecía alterarse, hacerse más denso y pegajoso. Se pasó la lengua por los labios.

– Sí.

Claire volvió a tragar saliva y tiró del pomo de la puerta.

– Gracias por salvarle el pellejo a Sean -le dijo-. Te lo agradezco… ¡Oh!

La palma de la mano de Kane cerró la puerta de un golpe. ¡Bam! En un instante se acercó a ella, de modo que su cuerpo casi rozó el de Claire. La punta de sus botas estaba a ras de las sandalias de ella. Sólo unas pulgadas separaban sus pechos y sus rostros estaban tan cerca que Claire podía ver la pigmentación en los ojos de Kane, sentir su calor y rudeza.

– He venido aquí por otra razón.

– Y… ¿cuál es? -susurró, con el vello de punta debido a la proximidad entre ambos cuerpos. El pulso le palpitaba con fuerza en la garganta.

– Para pedirte disculpas por lo de la otra noche.

– No tienes que disculparte.

– Saliste huyendo como un conejillo asustado.

– Yo… no sabía qué pensar… -admitió, aunque la sangre le hervía, el cuello le latía y la respiración se le aceleraba.

– Claro que sí -la engatusó. Colocó también la otra mano sobre la puerta, acorralando así a Claire entre sus brazos, ejerciendo presión sobre ella. Kane estaba delgado, musculoso y fuerte. No quedaba en él rastro alguno de adolescencia, ni de dulzura juvenil. Curvó los labios hacia abajo y suspiró, como si se dispusiera a reconocer sus más oscuros secretos-. No puedo apartarme de ti, Claire -dijo-. Cuando empecé este proyecto, me propuse poner distancia entre ambos. Intenté recordarme que lo que habíamos tenido años atrás formaba parte del pasado, pero no logro convencerme.

Claire tragó saliva, bajo la atenta mirada de Kane en su garganta.

– Por Dios, eres tan preciosa. -Alcanzó con su dedo un rizo que había caído sobre el rostro de Claire, cuya piel, al sentir el tacto de Kane, casi echó chispas-. Eres demasiado preciosa, maldita sea.

Claire quiso deshacerse en sus brazos. Tras el sonido sordo de sus latidos y el flujo de su sangre, oyó a su hija gritando desde la cocina.

– ¡Mamá! ¡Mamá! Las tortitas están listas.

Claire apartó una de las manos de Kane.

– Mira, tengo que irme… pero… -«No lo hagas, Claire. No le invites a entrar. Sabes que te está utilizando. Sólo intenta sonsacarte información para su maldito libro. ¡Es peligroso!»-…si no has almorzado aún…

– ¿Es una invitación? -su sonrisa era tan sincera que a Claire casi se le partió el corazón.

– Sí.

Kane echó una mirada al interior de la casa, donde pudo ver el vestíbulo y la baranda mutilada de la escalera.

– Creo que esta vez prefiero dejarlo. Tienes mucha faena con tus críos.

La desilusión invadió el interior de Claire, pero forzó una sonrisa.

– En otra ocasión, entonces.

– Me gustaría. -Se apartó de la puerta y se volvió rápidamente, como si tuviese miedo a volver a pensárselo.

Claire se apoyó en la pared exterior y recobró el aliento. ¿Qué le estaba sucediendo? Sin duda alguna Kane era un amor pasado, un amor que le había calado hondo, pero eso había sido años atrás. Hacía una eternidad.

– ¡Es un gilipollas! -La voz de Sean, bajando por la escalera, se coló por la mosquitera.

– Espera un momento. No hables así.

– Lo es. He visto cómo te mira. Sólo quiere… Bueno, ya sabes.

Abrió la puerta y encontró a su hijo recién salido de la ducha, con el pelo húmedo, pantalones y camiseta limpios. Estaba situado de pie en el último escalón, quedando por encima de ella. Había crecido muy rápido y se parecía muchísimo a Kane. Claire no lograba entender cómo ninguno de los dos había notado el parecido. Aunque, por el momento, era una bendición.

– No me fío de él -continuó Sean, lanzando una mirada de odio hacia el exterior-. Ni pizca.


La estaba esperando. Justo cuando Miranda llegó al garaje de su casa adosada en el lago Oswego, Denver Styles salió de un coche de alquiler que había aparcado en el lado opuesto de la calle.

«Genial -pensó Miranda-, justo lo que necesitaba». Cogió el maletín y el bolso, cerró el coche con llave y pulsó un botón para cerrar la puerta del garaje. Pero de nada sirvió. Cuando subió los cinco peldaños que llevaban a la vivienda, encontró a Styles frente a la puerta, reclinado sobre el timbre.

– Maldito pesado -dijo, dejando el maletín y el bolso sobre una silla de la cocina. A continuación, avanzó hacia la entrada y abrió la puerta-. ¿Qué pasa?

– Tenemos que hablar.

– No hay nada de lo que hablar.

Styles elevó una ceja con actitud seria.

– Yo creo que sí.

– Ya te dije todo lo que tenía que decirte cuando nos vimos en casa de mi padre. No sé por qué a Dutch le obsesiona la idea de que una de mis hermanas o yo tuvimos algo que ver con la muerte de Harley Taggert.

– Porque tu padre hizo que cerraran la investigación y porque sabe que Kane Moran no se detendrá hasta que descubra la verdad.

– La verdad es que las tres estuvimos en el autocine y…

– Y pensé que querrías saber qué fue de Hunter Riley.

Las rodillas casi se le doblaron.

– ¿Hunter?

– Estabas liada con él.

El tiempo retrocedió dieciséis años, y Miranda volvió a tener dieciocho, a correr por la playa, a coger a Hunter de la mano, a encontrarse con él en la cabaña, a hacer el amor con él hasta altas horas de la madrugada. Sintió como si el corazón se le detuviese.

– Hunter… Hunter era mi amigo.

– Y te dejó.

– Aceptó un trabajo en Canadá.

– ¿Ah, sí? -Los ojos de Styles, grises y serios, no se inmutaron. Apretó los labios-. Nunca llegó a trabajar en la maderera.

Miranda se inclinó en la pared, buscando apoyo.

– Pues Weston Taggert me lo dijo… me enseñó documentos laborales.

– ¿Y tú le creíste? -Styles introdujo las manos en los bolsillos traseros de sus vaqueros-. Según tengo entendido, los Taggert y tu familia no se apreciaban demasiado.

– Eso no lo puedo negar -reconoció Miranda, cuando pudo recuperar la voz.

¿Qué estaba sugiriendo? ¿Qué Hunter la había engañado? ¿Que había huido porque estaba embarazada? Un dolor tan intenso como si fuese reciente le invadió el corazón, provocando que casi cayera al suelo de rodillas.

– Excepto por tu hermana Claire, que estaba comprometida con Harley.

– Pero rompió con él aquella noche -dijo Miranda, luchando por recuperar la compostura. No podía derrumbarse, no podía permitir que Denver Styles encontrara una grieta en la armadura de su coartada.

– De acuerdo. -Echó una mirada al interior de la casa-. ¿Por qué no me invitas a entrar? -sugirió-. Creo que tenemos muchas cosas de las que hablar.


Tessa había vuelto. Y tenía mejor aspecto que la última vez que se habían visto. Con manos temblorosas, Weston encendió un cigarrillo y se dirigió hacia el patio trasero, donde Kendall le decía que debía fumar. Por qué soportaba a su mujer era algo que no entendía. Quizá porque tenía una cierta clase, porque sabía que le dejaría sin blanca si le pidiese el divorcio, o quizá porque Kendall hacía la vista gorda y permitía que Weston continuase con sus pequeños escarceos.

Aparte de leal, Kendall era poco más.

Weston se apoyó en la baranda y miró hacia el mar. Un barco pesquero navegaba lentamente en el horizonte, y unas cuantas nubes borrosas ocultaban el sol. Desde la descomunal casa de la colina podía ver la ciudad de Chinook y sentirse el rey de todo aquello.

Aquella casa fue idea de Kendall. Cristal, cedro, ladrillos y tejas situados sobre el acantilado, de manera que reflejaban las puestas de sol. Era la casa más grande y ostentosa de la costa norte. Hacía juego con él y con su pasión por construir su propio imperio. No había tenido suficiente con hacerse cargo de los negocios de su padre. No. Cuando llegó a la presidencia, se empeñó en expandir el negocio y, en la actualidad, había creado tres complejos más a lo largo de la costa, un casino en el sur construido sobre lo que habían sido tierras de tribus indígenas y dos aserraderos más al oeste de Washington. Cada vez que pujaba más alto que Dutch Holland por un pedazo de tierra, conseguía otra propiedad para Industrias Taggert y levantaba otro proyecto o edificio. De este modo, al enterarse de que los intereses de Dutch por aquellos terrenos disminuían, sentía una profunda satisfacción. «Toma, viejo cabrón. Eso es lo que te mereces por follarte a mi madre.»

– Has llegado pronto a casa.

La voz de Kendall le sorprendió. Se volvió y la vio. Como de costumbre, Kendall llevaba una bandeja delgada con una botella de Martini y dos vasos. Colocó la bandeja sobre la mesa situada bajo la enorme sombrilla y sirvió el alcohol en ambos vasos.

– He quedado con alguien esta noche.

– ¿Aquí? -se sorprendió Kendall.

– No. -Nunca hablaba de negocios con ella, y ella nunca preguntaba. Aquel había sido siempre su acuerdo.

– Paige va a pasarse por aquí.

Pensar en su hermana hizo que se le revolvieran las tripas. Aún era la misma zorra patética, gorda y cotilla. Paige odiaba a Weston, nunca había intentado ocultar su rencor hacia él. Weston apretó las muelas, aceptando la bebida que Kendall le ofrecía con sus delgados dedos. Era una mujer hermosa, de pelo claro y enormes ojos azules. Mantenía un buen tipo. No había ganado un solo kilo en todos los años que llevaban casados, y vestía elegantemente. Incluso después del nacimiento de Stephanie, Kendall había tenido cuidado en perder los kilos que había ganado. Se había negado a dar el pecho al bebé, ya que le preocupaba estropear la forma de sus senos. Había practicado ejercicio físico con un entrenador personal hasta recuperar la talla treinta y seis. Weston no podía quejarse, de no ser porque Kendall era aburrida como una ostra.

No como las hermanas Holland.

– ¿Paige no estaba cuidando de papá?

– Esta noche no. La enfermera está con él. Así que había pensado que podríamos hacer una barbacoa y ver una película. -Kendall colocó los finos dedos sobre las caderas-. Vamos, Weston, últimamente no has pasado tiempo con Stephanie.

Weston sintió un pequeño pinchazo de culpabilidad. No había duda de que su hija era especial. Weston quería a Stephanie, a pesar del hecho de que su plan de dejar embarazada a Kendall finalmente funcionase, y de que si Harley estuviese vivo se hubiese convertido en el padre de la niña. Quería a Stephanie más de lo que quería cualquier otra cosa en este mundo. Habría abofeteado a Kendall cuando le dijo que estaba embarazada, y que, dado que Harley estaba muerto, debía aceptar sus responsabilidades y reclamar su paternidad. Debería haber insistido para que abortara. Debería haberle dicho que se jodiera. Pero no lo hizo. Y si había una sola cosa de la que no se arrepintiera en esta vida era de haber tenido a su hija. Lo malo era que Kendall lo sabía y lo utilizaba en su beneficio.

– Veré a Steph mañana. Iremos a ver si encontramos un coche para ella -se ofreció Weston.

Kendall se rió.

– Sólo tiene quince años.

– Pronto dieciséis.

Se sacó el cigarrillo y dio un buen trago al vaso de Martini. La bebida siempre estaba perfecta. Kendall ponía especial cuidado. Debería quererla, suponía, pero decidió que era incapaz. Además, el amor y todas esas nociones románticas eran para idealistas y no tenían nada que ver con la realidad. Weston tenía los pies bien plantados en la tierra.

– Pero…

– No discutas, querida -la avisó, y Kendall cerró la boca de inmediato.

En el transcurso de su matrimonio en algunas ocasiones había tenido que ser duro con ella: un par de cachetes en la cara o en el culo cuando ella se había enfrentado a él. Más tarde, cuando Kendall se sentía arrepentida y dispuesta a probar su amor por él, Weston le proponía posturas sexuales extrañas para que Kendall le demostrara lo agradecida que estaba por ser la señora de Weston Taggert.

Siempre se mostraba dispuesta a agradarle. Realmente era extraño. Weston había pensado en una ocasión que Kendall era fría como el hielo, que su vagina era estrecha e impenetrable. Más tarde pensó de manera distinta. Cuando Kendall se dio cuenta de que Weston era quien la mantenía, de que era el acceso al linaje de la familia Taggert, se convirtió en una pequeña y ardiente máquina de amar, y le ofreció con entusiasmo todos sus favores. No era extraño, pues, que Harley, aquel debilucho, no pudiese haber roto nunca con ella. Pero fuera de la cama, a Weston le parecía aburrida.

– Sólo te pido que no decepciones a Stephanie mañana -dijo Kendall.

Weston brindó en su dirección.

– No lo haré. Prometido.

Pero eso sería mañana. Antes tenía que terminar el resto de la tarde. Esa noche se iba a reunir con Denver Styles y le ofrecería al nuevo empleado de Dutch Holland un trato tan bueno que no lo podría rechazar.

Bebió lentamente del Martini y sonrió.

Capítulo 26

– ¿Así que no recibiste ninguna carta de Riley? ¿Ninguna llamada? ¿Nada? -preguntó Denver, sentado en una de las sillas con respaldo de mimbre que había colocadas alrededor de una pequeña mesa de cocina.

Tenía un pie colocado encima de otra de las sillas. A lo largo de su conversación, observaba a Miranda con ojos de lince, sin perder detalle y haciendo que Miranda quisiera apartarse de su vista. Pero no lo hizo. Se había enfrentado a asesinos, violadores, maltratadores de mujeres, y había trabajado duro para conseguir que acabaran entre rejas. Se había mostrado fría ante prestigiosos abogados defensores, incluso había sobrevivido después del ataque con cuchillo de Ronnie Klug. Es más, había conseguido mentir y mantener escondida durante dieciséis años la verdad de lo sucedido aquella horrible noche. No importaba lo intimidatorio que resultase Styles, no podría obtener de ella lo que se proponía.

– No supe nada de Hunter. Ninguna carta, ninguna llamada telefónica. Nada.

La luz del sol se colaba a través de las ventanas, calentando la espalda de Miranda. El ejemplar del periódico del Metro de aquella mañana estaba abierto por la sección de The Oregonian, tendido junto a una cesta de fruta. La estropeada cazadora de Styles se encontraba colgada sin ningún cuidado sobre el respaldo de una silla. Parecía llevar allí desde siempre.

En dos tazas de cerámica había café, el cual perfumaba el ambiente. Sin embargo, a ninguno de los dos les apetecía beber. El teléfono móvil de Styles sonó, pero lo ignoró.

– ¿Y no pensaste que era raro?

– Sí, pero… supuse que se debía a los cargos de los que se le acusaba.

– ¿Abusos a menores y robo de vehículos? -preguntó.

Obviamente, Styles había hecho los deberes.

– Sí.

– Ninguno de los dos casos prosperaron.

– Lo sé, pero pensé que por eso se había marchado del país.

– Existen procesos de extradición, ¿sabes?

Por supuesto que lo sabía. Ahora. Pero por aquel entonces era mucho más joven y estaba menos informada sobre la ley. Se sentía dolida por el hecho de que Hunter la hubiese traicionado y pudiese haber estado engañándola con otra. Cuando perdió el contacto con él, le fue más fácil cerrar los ojos e intentar olvidar, pensar en lo peor. Además, por aquel entonces ya no importaba, en realidad. Había perdido el bebé. Y de alguna manera, había sobrevivido a noches oscuras y agotadoras.

Aquel dolor pasado, que intentaba desesperadamente cerrar con llave en algún lugar, le había arrebatado las fuerzas, apretándole el corazón tan fuerte que apenas podía respirar. Dios Santo, cómo deseaba tener ese niño, necesitaba aquella parte especial que Hunter le había dejado.

– Era joven -admitió, pasando los dedos por el borde de la taza de café-. Y estaba asustada.

– Y embarazada.

Aquella palabra pareció resonar por toda la habitación como el eco de una campana en una capilla. Resonó también en su corazón.

– Sí. -No había razón para mentir; Styles sabía demasiado. Sin lágrimas en los ojos, le miró y se negó a permitir que Styles pudiera ver el dolor que aún, después de tantos años, le invadía-. Aunque no creo que sea asunto de nadie.

Un destello de ternura y comprensión recorrió la áspera mirada de Styles, pero despareció enseguida, mientras Miranda se preguntaba si habían sido imaginaciones suyas. Styles no era de los que sentían empatía.

– Sólo hago mi trabajo.

– Escarbar en la mierda de la gente. Un trabajo estupendo.

Styles levantó una de sus cejas oscuras.

– No como el tuyo, abogada.

– Yo siempre busco la verdad.

– Como yo -dio un trago al café, ya tibio, y volvió a dejar la taza sobre la mesa. Su voz se suavizó al continuar preguntándole-: Así pues, ¿qué le sucedió al bebé?

Miranda cerró los ojos y dijo:

– Es algo de lo que no quiero hablar.

Oh Dios, qué dolor. Perder al bebé, perder una parte de Hunter. Y todo por culpa de… por culpa de… Se sintió mareada.

– Lo sé.

– No puedes saberlo -susurró-. Nadie puede.

– De acuerdo, basta de tópicos.

Styles la miró fijamente: pareció presenciar todo el pasado de Miranda, todas sus mentiras, todas sus verdades. Pasaron varios segundos en silencio. Finalmente Miranda abrió los ojos. ¿Qué importaba lo que aquel tipo supiera?

– Lo perdí.

– ¿Cuándo?

– La noche en que perdí el control de mi coche y terminé en el lago Arrowhead. Estoy segura de que has leído los informes médicos. Deben mencionar un aborto.

Aquello no lo sabían demasiadas personas. Por aquella época tenía dieciocho años y sus padres nunca supieron que estaba embarazada y que sufrió la pérdida del bebé. Miranda conocía por entonces bastante bien la ley y los derechos de confidencialidad entre paciente y doctor.

Si su padre lo había llegado a averiguar, jamás lo había mencionado. Así pues, el tema se enterró. Pero de algún modo Denver Styles había conseguido aquella información. ¿Cómo? Se frotó los brazos al sentir un escalofrío repentino.

– ¿Cómo contactaste con mi padre? -preguntó Miranda, intentando indagar.

Era un hombre interesante pero amenazador. Un hombre que no tenía pasado. Si Petrillo no lograba encontrar nada sobre él, significaría que nadie más podría.

– Él vino a buscarme.

– ¿Y cómo te encontró? -preguntó-. No creo que salgas en las guías o en Internet.

Styles esbozó un amago de sonrisa y sus ojos grises chispearon por un instante.

– A través de un conocido en común. -Terminó el café y se dispuso a coger la chaqueta-. Pero no estamos aquí para hablar de mí, ¿recuerdas? -¿Cómo podría olvidarlo?

Styles se acercó a ella.

– Sabes, Miranda, eres una mujer inteligente. Lista. Pero no fuiste tan lista hace dieciséis años. Personalmente pienso que la historia que contaste al departamento del sheriff sobre la noche de la muerte de Taggert es pura basura. Pienso que tú y tus hermanas hicisteis una especie de pacto para ser la una la coartada de la otra. Y pienso, lo aceptes o no, que toda esta porquería va a explotarte en la cara. Ahora bien, puedes contarme la verdad, que quedará entre nosotros y tu padre, o Kane Moran o los enemigos políticos de tu padre se aferrarán a dicha verdad y la convertirán en el escándalo más sonado de la historia de Chinook, Oregón. Tu decisión tendrá consecuencias. Tessa podría terminar necesitando más de un psiquiatra, y Claire creerá que el pequeño escándalo de su marido en Colorado es sólo una anécdota en su vida comparada con el vendaval que se avecinará cuando se descubra todo.

– Te equivocas -insistió Miranda. La rabia le fluía por las venas. Sin embargo, las palabras de Styles le dejaron aterrada-. Y si has terminado, creo que no tenemos nada más que hablar.

Styles echó la silla hacia atrás.

– Cambiarás de opinión.

– No tengo otra opinión.

– Ya lo veremos. -Cogió la cazadora del respaldo de la silla cercana, se metió la mano en el bolsillo y dejó sobre la mesa una tarjeta de un motel en Chinook, el Tradewinds-. Si quieres hablar conmigo, me alojo en la habitación veinticinco. Mi número de teléfono móvil es…

– No gastes saliva. -Miranda no se molestó en recoger la tarjeta de color blanco. Cuanto menos supiera de él, mejor. Por primera vez en su vida no se aferraba a la verdad, no sabía cómo hacerle frente.

Styles se colgó la chaqueta al hombro y tocó a Miranda en la nuca ligeramente con la mano que le quedaba libre.

– Piénsalo, Miranda -dijo en voz baja-. No es necesario que me acompañes a la puerta.

La piel de Miranda se acaloró al sentir el contacto de los dedos de Styles

Escuchó los pasos de Styles alejándose. Aún tenía la piel cálida donde él la había tocado. Un segundo más tarde, el pestillo de la puerta delantera se abrió, y a continuación se volvió a cerrar suavemente. Ya se había ido. Miranda expulsó el aire, suspirando. Todo se estaba desmoronando. Todas aquellas mentiras que había planeado con tanto cuidado.

Se mordió el labio inferior y se echó las manos a la frente.

– Dios, ayúdame -susurró, consciente de que se aproximaba el final.

Aunque tuviese que luchar contra viento y marea, Denver Styles no descansaría hasta terminar con su trabajo.


Tessa sintió la brisa salada en la cara y deseó encontrar algo de paz en su mente. El tipo de paz que se supone que una persona alcanza cuando contempla la inmensidad del océano. Aquella calma que siente la gente caminando sobre la arena. Sin embargo, pasear por la orilla del mar, sentir la marea espumosa mordisqueándole los dedos de los pies una y otra vez, sólo la alteraba y le provocaba nervios.

Nunca debía haber vuelto a Oregón. Debería haber permanecido lejos. Pero uno de sus psiquiatras, aquel calvo de barba pelirroja, el doctor Terry, le había dicho que tarde o temprano debía enfrentarse a sus demonios. Tenía que volver a su infierno personal, a aquel lugar de Oregón, y hacer frente a los que la habían utilizado y habían abusado de ella.

La arena estaba blanda bajo sus pies. Se podían divisar, aquí y allá, agujeritos redondos producidos por las almejas, o pequeños huecos en forma de cucharadas, los cuales indicaban que un cangrejo escarbaba debajo de la superficie. Algas y plantas acuáticas rotas, cáscaras de cangrejos y almejas, y trozos de medusas transparentes sembraban la arena blanca de la playa que rodeaba Stone Illahee. Allí vivía Tessa ahora, en una suite con yacusi, sauna, dos camas enormes y una vista espectacular al océano. Podía permanecer en aquella suite tanto tiempo como quisiera. Dutch quería que se sintiera cómoda.

– Muchas gracias, papá -dijo Tessa, acelerando el paso hasta el punto en que casi trotaba.

Había vuelto a Oregón con un único propósito y, ahora, paseando por la playa, no pudo evitar saborear el dulce sabor de la venganza. Había esperado dieciséis años para volver a aquel lugar, y tenía la esperanza de que la necesidad de reencontrarse con todas las personas que la habían tratado injustamente desapareciera gracias a los consejos médicos. Pero se equivocaba. Durante el tiempo que había permanecido en California, lejos de sus hermanas y de los recuerdos de aquella infernal y angustiosa noche, había conseguido quitarse de la cabeza aquel sentimiento vengativo, pero ahora, de nuevo en Oregón, frente a los martirios de su juventud, sólo podía pensar en una cosa. Necesitaba recuperarse, y luego, los que la habían herido en el pasado, se las pagarían. Ya verían.


Desde el desván situado sobre el garaje, Claire y Samantha estaban redecorando el estudio. Claire oyó el ruido del motor de una motocicleta. Asomó la cabeza por la ventana y le dio un vuelco el corazón. Montado sobre una Harley-Davidson, Kane Moran se acercaba por el paseo. Llevaba unas gafas estilo aviador, unos vaqueros viejos y la misma cazadora de siempre. Claire se acordó de aquellos paseos en moto. El viento soplándole sobre el cabello, los brazos rodeando el torso enfundado en cuero de Kane, el aroma a cuero y tabaco penetrándole por los orificios nasales. Pensó en los días en que le había echado de menos y en las noches en que había deseado abrazarle más que ninguna otra cosa.

El pelo de Kane brillaba bajo los últimos rayos del sol de aquella tarde, y Claire no pudo reprimir recordar cuánto le había amado, cuánto le había importado.

– Oh, Dios-musitó.

– ¿Qué? ¿Qué pasa? -preguntó Samanta, de puntillas, intentando mirar por encima del hombro de su madre-. ¡Guau! -dijo asombrada.

Sean estaba encestando en una canasta vieja que había montado en el garaje. Cuando escuchó y vio la motocicleta, se detuvo, colocó el balón entre la muñeca y la cadera, y se quedó mirando a Kane con expresión de asombro. Kane frenó la moto y la aparcó a metro y medio de Sean.

– ¿Es tuya? -le preguntó Sean mientras Kane se puso en pie.

– A partir de hoy, sí.

Sin saber que su madre le estaba viendo, Sean exclamó un silbido largo y agudo.

– ¡Joder!

– ¡Sean! -dijo Claire desde la ventana.

– Pero mamá, mira, ¡una Harley!

«Harley.» Claire volvió a recordar.

– Vaya cosa -murmuró Samantha en voz baja.

Kane se pasó la mano por la cara.

– ¿Te gusta?

– ¿Que si me gusta? -repitió Sean-. ¿Cómo no me va agustar?

– ¿Quieres dar una vuelta?

– ¿Quieres decir que me dejas llevarla?

– ¡Un momento! -Claire salió de la habitación precipitadamente y bajó las escaleras. En poco segundos apareció por el garaje hasta llegar al exterior-. Sean no tiene carné de conducir, ni siquiera permiso en Oregón.

– Jo, mamá, venga. -Sean empezó a botar el balón, sin separar los ojos de aquella enorme y reluciente moto.

– Ni hablar. ¿No tienes que tener un carné especial para conducir una de éstas?

– Legalmente -contestó Kane, balanceando la máquina entre las piernas.

– A mí sólo me importa lo legal.

– Pero, mamá…

– Sean, por favor.

Claire lanzó a Kane una mirada que le atravesó el corazón y vio de nuevo el parecido entre padre e hijo. La mandíbula rectangular, las cejas gruesas, la nariz recta y larga. ¿Cómo era posible que ellos no se diesen cuenta?

– Te diré lo que haremos: súbete y daremos un paseo -le dijo Kane al chico, sin saber aún que era su hijo.

Sacó un casco de la parte trasera de la moto y se lo ofreció a Sean, quien lo aceptó, soltando el balón naranja, que botó en dirección al garaje.

– ¿Y yo qué? -preguntó Samantha.

– Tú luego -prometió Kane.

Claire tuvo el claro presentimiento de que Kane trataba de manipularla.

Sean se acercó al vehículo. Sus ojos examinaban cada pequeño detalle de la brillante moto.

– ¡Cómo mola!

– Vamos.

Kane hizo un gesto a Sean para que montase y el chico no necesitó que le animara más. A pesar de sus comentarios sobre que odiaba a aquel gilipollas, subió a la moto, colocándose detrás de Kane, con el casco en la cabeza. A continuación, en lugar de agarrarse a la cintura de Kane, se cogió con fuerza al sillín.

Kane hizo revolucionar el motor y la motocicleta salió disparada.

– ¡Tened cuidado! -gritó Claire al viento, pues la moto ya había salido zumbando en tercera antes de tomar la curva.

Seguidamente, desaparecieron entre los árboles.

– Pensaba que Sean odiaba a ese tipo -comentó Samantha, mientras se echaba el pelo hacia atrás.

– Y yo también.

– Ha echado una mirada a la moto y ha cambiado de opinión. -Sam meneó la cabeza-. Hombres -añadió.

– Amén -le dio la razón su madre.

A lo lejos, podían oír cómo rugía la motocicleta. En aquel momento Claire fue consciente de la situación. Padre e hijo estaban solos. Se le saltaron las lágrimas, aunque ninguno de los dos pudiera comprender el importante significado de aquel paseo en solitario. Se le hizo un nudo en la garganta y parpadeó para no romper a llorar delante de Samantha. De algún modo, como fuera, tenía que encontrar las palabras para explicarle la verdad a Kane: que él era el padre de Sean. Pero no podía estropearlo. Existían demasiadas emociones, había demasiados corazones en juego. Cuando Kane lo descubriera, seguramente la odiaría por mentirle, por simular que Sean era hijo de otro hombre, por ocultárselo a todo el mundo, incluido a Sean. El chico le odiaría por no contarle que su verdadero padre había dejado a su madre para unirse al ejército, y más tarde se había convertido en un periodista medio famoso, y en un escritor decidido a arruinar la vida de su abuelo. «Que Dios nos ayude», rogó en silencio. El sonido de la gran moto se fue aproximando. Con los últimos rayos solares, ambos aparecieron por la curva y se detuvieron en el stop situado cerca del garaje.

– Ahora te toca a ti -le dijo Kane a Samantha, mientras Sean bajaba de la motocicleta a regañadientes.

Aunque Samantha se mostraba fría e indiferente ante el hecho de subirse en la Harley, no pudo evitar que los ojos le chispearan cuando se colocó el casco y partieron.

– Pues no sé por qué quiere montar -se quejó Sean-. A ella le gustan los caballos, los perros y esas tonterías.

– Quizás haya cambiado de opinión.

– ¡Bah! -pero parecía preocupado y echó varias canastas hasta que la motocicleta y Sam volvieron.

– Impresionante -dijo Samantha, bajándose de la moto y sacudiéndose las manos.

– Ya está.

– ¡Hemos subido al acantilado de Illahee!

– ¿Ah, sí?

Kane inclinó la cabeza. Ocultos tras las gafas, sus ojos miraron a Claire de un modo que hizo que a ésta se le cortara la respiración. Claire tuvo que apartar la mirada, fijarse en otra cosa, ya que podía adivinar en los ojos de Kane una proposición sexual a la que no podía negarse.

– ¿Y qué pasa contigo? -preguntó Kane con una voz ronca que hizo que a Claire se le pusiera la carne de gallina.

Claire dudó un instante, antes de que Sam dijera:

– Venga, mamá. Diviértete un poco.

– No sé…

– Ahora me toca a mí -insistió Sean.

– Luego -le dijo Kane.

Claire, a sabiendas de que estaba jugando con fuego, no pudo resistirse. Aunque estaba cometiendo un grave error, y recordaba su reacción cuando se habían encontrado a solas en el embarcadero, en mitad de la noche, no podía evitar querer estar a solas con él. Sólo con él, mecidos por el viento y la noche. Colocó una pierna por encima del sillín, rodeó a Kane con los brazos por la cintura y sintió un subidón de energía cuando la moto salió disparada por el camino.

En el prado, el caballo moteado relinchó con fuerza y, con el rabo levantado, corrió hacia la verja. Abetos cubiertos de musgo y hiedra se convirtieron en manchas borrosas. Claire descansó la cabeza entre los hombros de Kane, tal y como había hecho cuando no era más que una adolescente.

«Ten cuidado», la advirtió una voz molesta en su interior, pero se dejó llevar a la vez que sentía los músculos de Kane moverse al cambiar de marcha. El corazón le latía con fuerza. Podía notar la tensión de Kane provocada por el contacto de ambos cuerpos.

Dios, era estupendo abrazarle. Durante unos cuantos minutos de gloria, Claire olvidó el pasado, olvidó que ya no eran amantes. Con el sol en el horizonte, dejó que su mente fantasiosa evocara imágenes donde besaba a Kane, le tocaba, le hacía el amor una y otra vez.


Una brisa húmeda, procedente del océano, despeinó el cabello de Weston. Esperaba en el muelle junto a Stephanie, un yate de carreras del que se sentía orgulloso y feliz. Lo había comprado el año anterior. Miró su reloj. Las ocho y cuarto y ni rastro de Denver Styles. Mierda, aquel tipo iba a dejarle plantado. ¿Quién era aquel cabrón? ¿Y por qué le había contratado Dutch Holland? ¿Con qué propósito? Dutch siempre tenía una razón. ¿Pero cuál?

Introdujo la mano en el bolsillo de la chaqueta. Encontró un paquete de Marlboro y encendió un cigarrillo.

¿Quién demonios era Styles, un hombre del cual no parecía haber constancia? Era como si aquel tipo hubiese aparecido de la nada. ¿Y qué se proponía? Dios, era exasperante.

Echó la ceniza en el agua y vio cómo el sol avanzaba hacia el Pacífico. Durante los últimos años, Weston disfrutaba arrebatando empleados clave a Dutch. Y lo que es mejor, había unos cuantos hombres que aún trabajaban en Holland International y que se habían ganado la confianza de Dutch, pero se dejaban sobornar e informaban en secreto a Weston de todo lo que sucedía en la sede de la compañía, situada en Portland. Ninguno de ellos sabía nada de Denver Styles, por tanto, Weston pensó que tendría que ver con la candidatura de Dutch a las elecciones para gobernador. O quizá con el asqueroso librejo que estaba escribiendo Kane Moran. Aquel libro molestaba a Weston. Le gustaba la idea de que se descubrieran todos los trapos sucios de los Holland; sin embargo, podría salirle el tiro por la culata. Había demasiados secretos de familia comunes entre los Taggert y los Holland. Podrían desenterrarse demasiadas maldades en la vida de Weston.

– Hijo de puta -murmuró, mirando en dirección a la zona de aparcamiento del puerto deportivo.

¿Dónde demonios se había metido Styles?

Su teléfono móvil sonó. Arrojó la colilla sobre la baranda antes de comenzar a caminar hacia el camarote principal.

– Weston Taggert -dijo bruscamente. Comprobó de nuevo el reloj. ¿Styles se estaba burlando de él?

– Bueno, Weston, ¿qué tal estás? -preguntó una voz femenina y sexy.

A Weston casi se le detuvo el corazón. Debía de conocer aquella voz, pero había habido multitud de mujeres a lo largo de los años. Debía encontrar un rostro que encajase con aquella voz sensual.

– ¿Quién es?

– ¿No te acuerdas?

– ¿Debería? -La ansiedad le empezó a pellizcar el cerebro.

– Mmmm. Creo que sí.

Dios, ¿quién era? Aquella»zorra se estaba quedando con él.

– No estoy para tonterías.

– ¿No? No es eso lo que me parece recordar. Oh, Weston, no me digas que has cambiado ahora que te has convertido en un honrado y honesto hombre de familia.

¿Quién? ¿Quién? ¿Quién?

Una docena de rostros recorrieron su mente, pero enseguida los descartó.

– ¿Quién es? -exigió.

¿No te acuerdas? -preguntó, desilusionada.

Weston tuvo la sensación de que estaba jugando con él

– Eso me duele. -Sonó un suspiro y luego colgó.

– ¡Espera!

Pero se había ido. Weston se quedó mirando el teléfono durante más de un minuto, esperando que volviese a llamar, pero no fue así. A medida que pensaba sobre la conversación empezó a encajar las piezas. Era alguien de su pasado, alguien con quien se había enrollado antes de casarse y empezar una familia. Mierda, aun así la lista seguía siendo larga.

Oyó el sonido de pisadas en el muelle, miró por la portilla y vio a Denver Styles acercándose al Stephanie. Aunque estaba desconcertado debido a la llamada, consiguió volver a centrarse en el problema de Dutch Holland.

Holland. ¡Eso era! Sus labios se curvaron, formando una sonrisa áspera. Había mantenido una relación con la mujer de la llamada, con aquellos preciosos ojos.

– Espera y verás -dijo en voz baja.

Comenzó a pensar en la manera de volver a ver a Tessa Holland. Dieciséis años atrás, Tessa había sido una virgencita cachonda; ahora, con un poco más de edad y madurez, probablemente sería incluso más ardiente. Sonrió entre dientes. Tessa se había atrevido a llamarle y a burlarse de él como una puta barata. De acuerdo, Weston le seguiría el juego, cualquiera que fuese. La ingle se le contrajo al pensarlo.

Así que Tessa creía que jugaba con ventaja, ¿no? ¿No se sorprendería cuando se enterase de que no era así? Las tornas estaban a punto de cambiar para la hija menor de Dutch. Weston no podía esperar.

Capítulo 27

El sol llameaba en una esfera de color melocotón y ámbar, y las nubes altas reflejaban esos brillantes colores sobre la superficie el mar. Claire se dijo que Kane se estaba aprovechando de ella, que se estaba acercando a ella con el único propósito de su maldito libro. No obstante, no podía luchar contra aquel sentimiento de volver a enamorarse de él. Aquello era absurdo, lo sabía. Se trataba de una pequeña fantasía secreta que sólo ella conocía, y que no se atrevía a examinar con demasiado detenimiento.

En las afueras de Chinook, más allá del aserradero de los Taggert, Kane conducía la moto tierra adentro. Se dirigía hacia el norte, por la carretera del condado que llevaba de vuelta al lago Arrowhead. En lugar de tomar el camino de vuelta a casa, siguió recto, aún más deprisa, con las ruedas flotando sobre el asfalto.

– ¿Dónde vamos? -preguntó Claire en voz alta, aunque sus palabras perdían fuerza con el viento.

– Ahora lo verás.

Claire rió un instante, alegre, pero enseguida se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Dios mío, ¡no! El corazón se le encogió y se estremeció cuando notó que la moto reducía la velocidad. A lo lejos, vio un bosque de robles y abetos.

Kane giró, tomando un sendero, en dirección a la orilla del lago Arrowhead. La luz de los faros de la motocicleta alumbraba a través de la hierba alta. Finalmente, llegaron a orillas de las tranquilas aguas del lago. Agua oscura, imponente y de superficie lisa.

Un escalofrío le recorrió la columna vertebral. No era posible que estuviera allí, en el mismo lugar donde Miranda había precipitado su coche hacía dieciséis años. Claire aflojó los brazos de la cintura de Kane. El estómago se le revolvió. No sabía cómo podría enfrentarse a las preguntas que Kane seguramente le haría.

La moto rodó sobre una última duna y a continuación se detuvo, sacudiendo la arena. Kane apagó el motor. Su tono era bajo, pero ya no hablaba en broma, sino muy en serio.

– Creo que tenemos que hablar.

– Me has engañado -le comentó Claire, soltándole y bajando de la motocicleta. Pudo recordarse a sí misma y a sus hermanas en el interior del Camaro de Miranda, con el agua oscura y helada a su alrededor, y el pánico invadiéndole el cuerpo. No podía respirar, no podía pensar. Se frotó los brazos, como si el frío le estuviese calando los huesos, a pesar de que hacía una buena temperatura-. Me has traído aquí a propósito -prosiguió. Sus fantasías se derrumbaron.

Kane no se molestó en negarlo.

– Es cierto.

Se quitó las gafas y Claire le miró fijamente. Él no evitó la mirada, sino que la mantuvo, intentando penetrar en su alma. Sin embargo, Claire no se lo permitió.

– ¿Por qué?

– Creo que ha llegado la hora de que se aclare lo que sucedió aquella noche. -Bajó de la moto y se aproximó a ella.

Claire retrocedió al lado opuesto de la duna, donde había varias rocas y maleza. No quería estar cerca de Kane. Tenía miedo de cómo iba a responder si él la tocaba.

– Si crees que vas a conseguir alguna confesión por mi parte, o alguna versión diferente a la que le conté a la policía, estás muy equivocado.

– Claire… -Kane estaba cerca. Demasiado cerca.

– Por el amor de Dios, Kane. ¡Te he contado a ti y a todo el mundo, una y otra vez, todo lo que sucedió aquella noche! Compruébalo en los informes policiales.

Tropezó con una roca y estuvo a punto de caer de rodillas, pero Kane la sujetó por el brazo con una de sus enormes manos, ayudándola a incorporarse.

– Ya lo he hecho.

– Y con los artículos de prensa.

– También.

No la soltó. El brazo le ardía.

Claire mantuvo la calma.

– Entonces pregunta a cualquiera que estuvo aquí o con Harley aquella noche.

– Te estoy preguntando a ti -sus dedos se aferraban a Claire posesivamente.

Una emoción desagradable recorrió el cuerpo de ella.

– ¿Para que te diga algo que puedas publicar y así destruir a mi familia?

– Harley Taggert murió. Creo que se lo debemos a él y…

– A ti nunca te ha importado Harley. Por esa razón esto es de locos -dijo Claire, con el corazón latiéndole a toda velocidad. La sangre le hervía.

Kane continuaba frotándole el antebrazo. ¿Por qué no podía dejarla en paz, aceptar sus mentiras, apartar su mano cálida y llevarla de vuelta a casa antes de que se le escapara que Sean era hijo suyo?

– Me importas tú.

– Oh, Dios.

Aquella confesión resonó en mitad de la tarde, empezaron a aparecer las primeras estrellas. La luz del crepúsculo les envolvió. Claire intentó reprimir la necesidad que le gritaba que se inclinase hacia él, que le besase, que le dijera que nunca había dejado de quererle, que le confesase que, si no hubiese sido porque el destino se había interpuesto, le habría esperado para siempre.

– Deberías librarte de esa carga que llevas encima.

– Yo… yo creo que deberíamos dejar que Harley descansase en paz.

– ¿Es eso lo que quieres, Claire? ¿Que yo desaparezca de nuevo?

– Sí -contestó, pero se le hizo un nudo en la garganta.

– Mientes.

– No, yo…

– Ese es el problema, ¿te das cuenta? Siempre has mentido fatal.

«Si tú supieras… Oh, Kane, tenemos un hijo. Un hijo maravilloso, del que tendríamos que estar orgullosos y…»

La atrajo hacia él por el brazo, acercándola. Claire notó calor en sus extremidades cuando Kane la estrechó en sus brazos, envolviéndole el cuerpo como si fuera la única mujer en el mundo, y él el único hombre.

– Kane, no creo que… Oh.

Sus labios se fundieron en un beso cálido, intenso y salvaje.

Claire sintió cómo sus rodillas perdían fuerza.

– Claire -susurró, chasqueando la lengua al pronunciar su nombre-. La dulce, dulce Claire.

Ella cerró los ojos y se dijo que tenía que resistirse, apartarle, que estar cerca de él era jugar con fuego. Sin embargo se derritió, y todos aquellos pensamientos desaparecieron amedida que él ahondaba con su lengua, abriéndose paso a través de sus dientes. Claire se abrió a Kane como una flor se abre al sol. Deseaba más. En su pecho sentía la necesidad de que Kane la tocara, la acariciara, la amara. La pasión la envolvió poco a poco, provocándole un ardor en la sangre y un calor húmedo en lo más profundo de su feminidad. Se trataba de un dolor placentero que llevaba años sin experimentar. Le deseaba. Cómo le deseaba. Le rodeó el cuello con los brazos y dejó que Kane la tumbara en el suelo, presionando con su cuerpo contra el de ella.

Kane enterró el rostro en el pecho de Claire. Tenía la boca abierta y acarició con la lengua la blusa, humedeciendo el tejido. Colocó las manos en las nalgas de Claire, arrimándola más a él, de modo que la chica pudo sentir su pene, duro como una barra de hierro, presionando por debajo de los vaqueros. Claire se dio cuenta así de que él la deseaba tanto como ella a él.

Kane deslizó los dedos por los botones de la blusa. Los desabrochó con soltura, mientras Claire respiraba profundamente sobre el cuello de él. Finalmente, Kane vio el sujetador. Pasó la punta de los dedos por el tirante, y a continuación tiró bruscamente de la copa, descubriendo uno de los senos, cuyo pezón estaba rígido.

El aliento de Kane era húmedo y cálido. Claire formó una curva con su cuerpo, inclinándose hacia él. Con las manos le rodeó el cuello, provocándole para que le besara y excitara el pezón pequeño y duro. Kane lo lamió y mordisqueó, lo que provocó en Claire un torbellino de sensaciones placenteras por todo su cuerpo.

Kane continuó succionando con ansia. Rodó por el suelo, colocando a Claire sobre él, sobre su erección. Los senos de Claire, aunque no estaban completamente destapados, le excitaban. Tenía las manos colocadas sobre sus nalgas, de tal manera que las puntas de los dedos rozaban el ángulo de sus piernas. Claire se retorció y gimió. Kane le quitó la blusa y el sujetador, le besó y chupó los pezones, raspándole con la áspera barba en la piel.

El deseo se extendía como fuego por las venas de Claire. La pasión en su interior se hizo mayor. Se frotó contra Kane, rogándole más, aunque en algún lugar de su mente sabía que se estaba metiendo en problemas. Pero no podía parar. Había pasado tanto tiempo… tantísimo tiempo. Los dedos de Kane buscaron la cinturilla en los vaqueros de Claire y, lentamente, bajó la cremallera. Ella respiraba profunda y excitadamente. Kane le bajó los pantalones con facilidad.

«No, Claire. No cometas el mismo error otra vez.»

Con un gemido, Kane presionó con la cabeza sobre su ropa interior. Claire podía notar su respiración a través del fino encaje.

– Claire -murmuró Kane situado en su abdomen-. ¿Estás segura?

No estaba segura de nada excepto de que le deseaba. Con la sangre hirviéndole en las venas, le deseó ardientemente.

– S…sí. Sí, Kane, sí-contestó.

Kane le bajó las bragas con un movimiento rápido, elevó las caderas de Claire a la altura de sus hombros y arrimó la cabeza al lugar más íntimo de ella.

El cuerpo de Claire se convirtió en gelatina. Se retorció al sentir los labios y la lengua de Kane, su respiración cálida y dulce. Se inclinó hacia él, formando un arco con la espalda, mientras Kane la acariciaba.

– Kane -gritó, con voz irreconocible.

Kane le acariciaba las piernas con las manos, la besaba y la amaba. Mientras tanto, su lengua hacía magia al compás de los movimientos de Claire, que pedía más, que necesitaba mucho más…

– Eso es, cariño, déjate llevar. Síiii -dijo Kane, produciendo un sonido amortiguado.

Claire se sacudía, incapaz de detenerse. La luna y las estrellas daban vueltas en el cielo. Cuando sintió la primera convulsión, el planeta entero se sacudió. Chilló, con los dedos enredados en el pelo de Kane y el cuerpo empapado de sudor, mientras continuas sacudidas placenteras invadían su cuerpo.

– ¡Kane… Kane!

– Estoy aquí, princesa -dijo, levantando la cabeza entre las piernas, besando su abdomen y cuello, y finalmente sus labios. Las lágrimas empañaron los ojos de Claire y Kane se los besó-. No pasa nada, Claire.

– No, yo no debería…

– Shh. Sólo disfruta.

Le rozó el cuello con la boca y le acarició el pecho, consolándola a la vez que le pedía que no parase. Claire no podía parar y, a pesar de que la mente le decía que no una y otra vez, y de que aún le costaba respirar, metió los dedos por debajo de la chaqueta y la camiseta de Kane, quitándole rápidamente las prendas. Pudo notar cómo el aliento de Kane se aceleró cuando le tocó los pezones y el abdomen, repasando sus músculos. Descendió con los dedos hasta la cremallera.

Kane sujetó a Claire por la muñeca.

– No tienes que…

– Shh. -Claire le bajó la cremallera, le quitó los Levis, le tocó íntimamente, y escuchó los gemidos de Kane al pasar la mano por su pene erecto-. Quiero hacerlo -dijo ella, respirando sobre él. Estaba dispuesta a correr ese riesgo-. Quiero.

Kane gimió mientras Claire le besaba. Entonces él se encontró tan perdido como lo había estado antes ella. El deseo aumentó cuando ambos cuerpos comenzaron a rozarse, al agarrarla, al agitarse.

– Ten cuidado, Claire, no… Oooh. -De repente se movió. Colocó a Claire con la espalda contra el suelo, colocándose encima de ella. La excitación le palpitaba en la zona más profunda de su abdomen-. Dime que no.

– No puedo.

– Esto es un error.

– ¿Lo es? -preguntó Claire, mirándole. Podía notar la tensión en su rostro debido al deseo contenido.

– Oh, Dios, perdóname. -Se tapó una mejilla con la mano. Seguidamente, le separó las piernas con las rodillas-. Yo no quería que esto sucediera -dijo.

– Claro que sí. Igual… igual que yo.

– Sí.

La boca de Kane volvió a buscar la de Claire, a la vez que la penetró con un ansia animal y salvaje que hizo derretir cada uno de los huesos de Claire.

Claire respiraba con dificultad, mientras Kane empujaba contra ella. El tonto corazón de Claire se elevaba cuando Kane se despegaba de ella para volver a penetrarla de nuevo, fuerte y lentamente. Claire no podía respirar, no podía pensar. Kane la besaba en los ojos y en el cuello. Las estrellas se volvieron borrosas. Poco a poco Claire fue capaz de seguir el ritmo de Kane. Más rápido. Más rápido. Más rápido. Suave, caliente, húmedo. Hasta que Claire supo que explotaría.

– Kane -gimió mientras presionaba contra él. La Tierra y la luna chocaron. El alma de Claire se elevó a la altura de las estrellas, mientras él la besaba enloquecido-. Oh, Dios, Kane.

Con un grito de triunfo, Kane cayó sobre ella, vertiendo su semilla, estrujándole los senos, agarrando a Claire con tal desesperación que hizo que a ella se le desgarrara el corazón.

– Perdóname. -susurró Kane contra su piel.

– ¿Por qué?

– Por desearte tanto

– Eso no es pecado -dijo ella con los ojos llenos de lágrimas.

– ¿No? -se colocó a su lado y la atrajo hacia él, balanceándola, besándole el cuello, suspirando sobre su cabellos.

Claire se quedó inmóvil tras oír aquellas palabras. ¿La estaba utilizando? ¿Era eso lo que intentaba decirle? La garganta de repente se le secó y se preguntó por qué la había poseído, ¿qué le había hecho bajar la guardia y dejar que Kane se acercase tanto a ella?

– Yo… debería irme.

– Aún no. -Los fuertes brazos de Kane la sujetaron por el costado.

– Pero, los niños…

– Están bien. Quédate sólo un minuto, Claire. Déjame abrazarte.

– ¿Por qué? ¿Para que te cuente algo sobre el pasado que aún no sepas? ¿Para que cambie mi versión?

– No. Simplemente necesito un poco de paz en mi vida. -Se apoyó sobre el codo, con el cuerpo desnudo y tendido junto al de Claire-. ¿Es eso tan difícil de entender? -Sus ojos, oscuros como la noche, se clavaron en los de Claire.

– Yo… quiero confiar en ti.

– Pues hazlo.

– Pero estás intentando acabar con mi padre, mi familia, todo en lo que creo.

– No, cariño -dijo alargando las palabras a la vez que le acariciaba el pelo-. Yo sólo busco la verdad.

– ¿Y crees que la verdad nunca puede herir a las personas?

– No. La verdad a veces duele muchísimo, pero es mejor que vivir en una mentira.

Claire se preguntó si aquello era cierto, pero llevaba viviendo con una mentira tanto tiempo que probablemente no podía percibir la diferencia.

– De verdad, tengo que volver a casa.

Se dispuso a coger la ropa, pero Kane la detuvo, agarrándola por la muñeca con una de sus grandes manos.

– Sólo créeme cuanto te digo que, pase lo que pase, no quiero hacerte daño.

– Pero lo harás -dijo, finalmente consciente del significado de aquel horrible susurro, a la vez que pudo sentir el frío aliento de Kane al pronunciar tales palabras. Aquel hombre estaba siendo empujado por una fuerza desconocida, y no descansaría, no se daría por vencido, hasta que descubriese la verdad-. Lo harás -repitió cogiendo su ropa-. Porque piensas que no tienes otra elección.

– Y no la tengo.

– Estás equivocado, Kane. Todo el mundo tiene otra elección.

«Sí, y tú escoges no contarle la verdad sobre Sean. Y ahora has vuelto a hacer el amor con el padre de Sean. Oh, Claire. ¿Es que nunca aprenderás?»

Capítulo 28

– Parece que tus hijos están sobreviviendo -comentó Kane mientras observaba a Claire en la cocina, que estaba sirviendo una dosis de cafeína para ambos.

Kane había tenido que apartar a Sean de la Harley a la fuerza. El crío no paraba de hacerle preguntas sobre la moto, quería montarse en ella una y otra vez, y solamente aceptó subir a su cuarto cuando Kane le prometió llevar la motocicleta otro día y enseñarle a conducirla. Al menos Sean empezaba a encontrarle agradable, aunque aún había desconfianza en sus ojos cada vez que Kane tocaba a Claire. El chico intentaba proteger a su madre.

– Animar a Sean para que conduzca tu moto no es una buena idea -le advirtió Claire cuando Kane se lo propuso. Pero Sean estaba en el séptimo cielo, y según Kane, el crío necesitaba una ilusión en su vida. Obviamente, echaba de menos a sus amigos de Colorado. Los únicos chicos con los que se había relacionado en Chinook eran unos marginales y unos delincuentes juveniles. «Igual que tú.»

– Aquí tienes -dijo Claire ofreciéndole una taza de café, licor y nata montada-. Vamos mejor fuera.

Caminaron juntos hacia el porche y se sentaron en el viejo columpio. Los sonidos de la noche les rodeaban: una mariposa nocturna volaba contra la ventana, los coches pasaban a gran velocidad por la carretera, los peces chapoteaban en el lago, un tren rugía en la lejanía, y la música de un cede heavy metal vibraba a través de la ventana abierta de la habitación de Sean, en la segunda planta.

– Tienes razón. Sean y Sam están sobreviviendo aquí. Sam mejor que Sean, pero él es mayor, tenía más amigos -continuó Claire.

– Encontrará su sitio.

– Mmm. Los críos son fuertes.

Al escuchar aquella expresión, Kane comprendió la angustia de Claire al recordar el dolor por el que habían tenido que pasar sus hijos.

– ¿Más fuertes que tú? -Kane tenía colocado un brazo sobre los hombros de Claire, acariciándole la nunca.

Claire suspiró e inclinó la cabeza hacia atrás, dejando a la vista su cuello largo y claro, lo que provocó en Kane unas ganas tremendas de echársele encima. ¿Qué había en aquella mujer? Kane la miraba y perdía el control. La sangre se convertía en fuego en sus venas. Siempre había sido así. Probablemente siempre lo sería.

– ¿Más fuertes que yo? Puede ser. -Bebió de la taza.

Kane intentó no mirar la forma provocativa de sus labios.

– Háblame de él.

– ¿De quién? Ah, ¿de Paul? -Claire arrugó la nariz, y encogió un hombro-. ¿Qué quieres saber?

– ¿Cómo le conociste?

Claire frunció ligeramente el ceño, apartó la mirada de él y la dirigió al bosque.

– Era profesor en una escuela donde yo estaba sacándome el título de bachillerato. Se había divorciado de su segunda mujer. Debí haber sido más lista pero desafortunadamente no lo fui.

Bebió de nuevo y se preguntó hasta qué punto podía confiar en Kane. Era el momento de contarle la verdad, de decirle que el chico con el que había pasado la mayor parte del día era su hijo, pero no podía. Aún no. Cuando se enterara de que Sean era su hijo, su vida se complicaría más de lo que ya lo estaba. Por lo tanto, Claire sólo le contó lo imprescindible, omitiendo gran parte de la historia.

Le explicó que, tras la muerte de Harley y del reclutamiento de Kane, dejó Chinook y se mudó a Portland, donde acabó el bachillerato. No mencionó que estaba embarazada, ni que pensara tener al niño sola. Si sus padres se hubiesen enterado les habría parecido algo terrible. Así pues, Claire lo mantuvo en secreto. Ni Dutch ni Dominique, los cuales aún no se habían divorciado, supieron la verdad. No obstante, si sus padres se hubiesen enterado, a ella le habría traído sin cuidado. Aquel niño, cuyo padre pensaba que era Harley, era especial para ella. Más tarde, el hecho de que fuera, obviamente, hijo de Kane, sólo consiguió convertirlo en algo aún más deseado.

– A Paul le gustaba estar casado. Le gustaba tener una mujer cocinera, limpia, que cuidara de su casa y que fuera atractiva para presentarla en las fiestas de trabajo. Le gustaba la idea de estar casado con una mujer joven. Además, dado que me apellido Holland, probablemente pensara que algún día heredaría gran cantidad de dinero. Lo que no me dijo era que la causa de sus divorcios habían sido sus aventuras con chicas jóvenes, de las cuales algunas apenas llegaban a los dieciséis años.

– Vaya tío -murmuró Kane, dando un trago a su bebida.

– Recuerda que yo tenía sólo diecisiete años. Casarme con él fue algo irracional.

Pero se encontraba a la deriva y asustada. Paul se convirtió en su ancla. Al menos al principio. E hizo ver como que el hijo que Claire esperaba era suyo. Incluso mintieron a todo el mundo sobre la fecha de nacimiento de Sean, dijeron que había nacido en julio, cuando en realidad había nacido a finales de abril. Dado que Harley había muerto el agosto anterior, y que Claire estaba lejos de su familia por entonces, nadie supo la verdad. Sus padres no vieron a Sean hasta que tuvo cerca de un año, y Sean no sabía la verdadera fecha de su nacimiento, puesto que Claire manipuló el certificado que tenía que presentar en el colegio.

– ¿Qué puedo decir? Cometí un error.

– Y finalmente te has librado de él.

– De no ser porque es el padre de los niños. -Bueno, al menos el de Samantha.

– Pero a Sean le pusiste el nombre por Taggert. Sean Harlan St. John.

– Otro error -dijo Claire.

En principio había pensando que el bebé debería apellidarse Taggert, pero finalmente decidió que lo mejor para el niño sería que nadie lo supiera. Más tarde, cuando se hizo evidente que Sean era en realidad hijo de Kane, no supo qué hacer. Decidió centrarse en su matrimonio e intentar que las cosas funcionaran. Hacía todo lo que Paul le pedía. No planearon el segundo embarazo, y Paul no parecía estar contento con el hecho de tener otro hijo al que mantener, a pesar de que ese fuese realmente suyo. El bebé nació, una niña, y Paul aceptó la responsabilidad. Mientras tanto, Claire hacía malabares para llevar su vida hacia delante: iba a la escuela, corría de aquí para allá detrás de los niños y limpiaba la casa con el fin de aprobar las inspecciones de Paul. Más tarde, empezó a trabajar como profesora. Pasaba cada vez más horas fuera de casa y, con el tiempo, su matrimonio hizo aguas. Claire había crecido, se había vuelto más independiente y empezaba a tener sus propios pensamientos. Paul no lo aceptaba. Cuando Sean llegó a la adolescencia, Paul se volvió inflexible. No soportaba que Sean tuviese problemas con la justicia, pues le habían detenido por vandalismo y pequeños robos. Y entonces aparecieron las chicas. Colegialas atractivas se lanzaban a los brazos del guapo Sean. Finalmente, la vieja tara en el carácter de Paul resurgió en su fea cabezota. Se trataba de su deseo por las chicas jóvenes. Terminó seduciendo a Jessica Stewart, una de las novias de Sean. Pero aquella relación le estalló a Paul en la cara cuando Jessica no sólo se lo contó a sus padres, sino también a la policía. Más tarde otras chicas hicieron lo mismo y denunciaron a Paul.

– No me divorcié de él hasta que presentaron los cargos, aunque llevábamos separados mucho tiempo. Pensaba que era mejor continuar casados, por los niños.

– ¿Y ahora? -preguntó Kane, acercándose más a ella.

Suspirando, apoyó la cabeza en el hombro de Kane.

– Y ahora pienso que debería haber sido más lista, y dejarle la primera vez que supe que me estaba engañando, cuando Samantha tenía unos dos años. Pero era joven y dependía de él. La única opción que me quedaba era arrastrarme ante mi padre y rogarle que me ayudara. -Contempló el bosque oscuro y negó con la cabeza-. No quería hacer eso. Nunca.

– Por eso permaneciste junto a un hombre que te trataba como si fueses basura.

– No. Estábamos separados. Es sólo que no encontré el valor suficiente para divorciarme de él hasta que me di cuenta de que no teníamos ningún futuro juntos. Aunque no estuviese enamorada de él, pensaba que el matrimonio debía ser para siempre -sonrió amargamente-. Una fantasía romántica de juventud, supongo. Randa siempre dijo que mi vena romántica sería mi perdición. Parece que tenía razón. -Inquieta, bebió de la taza, pero el café se había enfriado y notó el sabor fuerte a alcohol.

– Así que no le querías.

«Nunca como te quise a ti!»

– No se trataba de amor, Kane. Sino compromiso. Con él. Con los niños. Con la familia. -Emitió una risilla ahogada-. Pero él no pensaba lo mismo. Finalmente me di cuenta, y aquí estoy, divorciada, sin trabajo, intentando criar a dos niños testarudos. -«Y mintiéndote. Oh, Dios, Kane, ojalá lo supieras. Ojalá pudieras adivinar que Sean es tu hijo, y no de Paul. Ni de Harley. ¡Tuyo!»

Claire se estremeció. Todos sus secretos se estaban desenmarañando. En cuanto Kane encontrara un hilo del que poder tirar, todas sus mentiras se descubrirían. Ya fuese por Kane o por Styles. ¿Y entonces qué? Claire se negaba a pensar en las consecuencias. Daba gracias a Dios por no tener una bola de cristal para ver el futuro.

Kane la besó en la sien y Claire reprimió un sollozo. No era justo volver a enamorarse de él, cuando estaba segura de que la verdad saldría a la luz, y de que él la odiaría hasta el fin de sus días.


– ¿Así que trabaja para Dutch Holland? -preguntó Weston, ofreciendo un trago a Denver Styles.

Cerró el mueble y tomó asiento en el lado más lejano del camarote. No le gustaba la idea de estar a solas con Denver Styles. Se sentía intranquilo, como un perro en celo sin pareja. Pero en aquel momento Weston necesitaba a Denver.

– Así es.

– ¿Se trata de un trabajo especial?

– Se podría decir. -Styles se dejó caer en una de las sillas. Apoyó un tobillo sobre la rodilla de la pierna opuesta. Su expresión rozaba la insolencia.

Weston intentó librarse de la idea que le hacía pensar que estaba siendo manipulado. Primero por Tessa, al teléfono, y ahora por aquel hombre silencioso con ojos de lince, vaqueros negros, camiseta desgastada y chaqueta hecha polvo. Llevaba botas de vaquero con algo de tacón y mostraba una actitud tan arrogante que le repelía hasta la médula de los huesos a Weston. Denver parecía haberse roto la nariz en más de una ocasión, y en sus manos morenas podían apreciarse cicatrices, probablemente a consecuencia de peleas a puñetazos o navajazos en su juventud. Styles era fuerte, delgado, y si la seguridad de la que hacía gala era verdadera, conocía sus puntos fuertes y débiles.

Era un hombre al que Weston no quería tener en su contra, al menos hasta averiguar más sobre aquel silencioso desconocido. Tenía que descubrir algún secreto de Styles, lo que fuera, para usarlo en su contra. Pero el tipo parecía no tener pasado. Era como si Denver Styles se hubiese presentado ante la puerta de Dutch Holland por arte de magia. Pero Weston no pensaba renunciar. Descubriría la verdad sobre Styles, aunque hubiese salido de las puertas del Hades. Todo el mundo tenía un pasado, y los que esconden el suyo probablemente tengan algún feo secreto que no quieren que nadie conozca. Perfecto. Aunque tuviera que morir en el intento, estaba decidido a averiguarlo todo sobre Styles y a conocer los secretos que ocultaba. A Weston no le gustaba sentirse en desventaja. Nunca.

– ¿Qué es lo que hace para Dutch?

Styles bebió, ingiriendo la mitad del güisqui que contenía el vaso. Repasó con la mirada la madera elegante del camarote, como si estuviera evaluando cada diminuto detalle.

– ¿Acaso es asunto suyo?

– Podría ser. -Weston sonrió de una manera que normalmente hacía relajar a la gente.

Obviamente, Styles no creyó que fuese una sonrisa sincera.

– Creo que está aquí para minimizar los daños -elevó una ceja oscura, alentando a Styles-. Lo que yo opino es que Dutch está planeando anunciar su candidatura a gobernador, pero quiere limpiar su casa antes de enfrentarse a la prensa. No quiere que ninguna sorpresa, ningún escándalo o secreto de familia le pille desprevenido. Ya tiene suficientes problemas con Moran y su libro. No necesita más problemas que puedan mandar su campaña al garete.

Styles no hizo ningún comentario al respecto. Simplemente continuó observando a Weston, sin parpadear, con aquella mirada intensa y condenatoria. Aquel tipo hizo que Weston sintiera escalofríos. No había duda de que era bueno en su trabajo. Maldita sea, lo era.

– ¿Qué es lo que quiere, Taggert?

La pregunta sorprendió a Weston. No esperaba que Styles fuese tan directo.

– Bueno, ya sabrá que los Holland y mi familia no somos exactamente amigos.

Styles comenzó a remover su bebida lentamente, al compás del suave balanceo del velero en su amarre. En el exterior, rugió el sonido de una sirena a lo lejos.

– De hecho, llevamos muchos años enemistados, y, lo crea o no, pienso que es algo que beneficia a la compañía -añadió Weston-. Sabe, creo que un poco de buena competencia favorece a la economía.

– ¿Buena competencia? -La expresión de Styles era de burla, como si Weston estuviese gastando saliva cuando Styles no creía una sola palabra de lo que decía-. No me venga con sandeces.

– Bueno, buena en su mayor parte.

– Le ha robado a Holland la mayoría de sus empleados clave.

– Oiga, no estaban satisfechos. Querían más dinero.

– Y probablemente tenga varios espías en la compañía de Dutch. -Styles entrecerró los ojos con expresión pensativa-. No intente engañarme, ¿de acuerdo? No se trata de competir, esto es una especie de venganza, y un arma de doble filo.

Dios, aquel tipo poseía más información de la que debería. Weston empezó a sudar. Sería mucho mejor tener a Styles como aliado que no como enemigo.

– Estaba pensando que podría ofrecerle un trato mejor del que tiene con Dutch.

– ¿Un trato con usted?

Weston asintió pensativamente. Tenía la vista centrada en Styles, esperando algún tipo de reacción. Pero no hubo ninguna.

– ¿Haciendo qué?

– Nada diferente a lo que está haciendo ahora.

Styles sorbió lentamente del vaso. No se inmutó ni demostró cualquier señal de emoción. Era como si tuviera los nervios de acero. Diablos, Weston no querría encontrárselo nunca como rival en una partida de póquer.

– Todo lo que quiero es que siga haciendo lo que hace con Dutch y que luego me informe a mí.

Un indicio de sonrisa, crítica y sarcástica, cruzó los delgados labios de Styles. Fuera, una boya repiqueteó.

– Por fin hemos ido al grano.

– Podría valerle la pena.

– ¿Qué le hace pensar que me puede comprar?

– Todo el mundo tiene un precio.

Weston se iba sintiendo un poco más cómodo. El licor iba calentándole la sangre, haciéndole más atrevido. Se sentía en su territorio, hablando de dinero y favores, un campo que conocía a la perfección. Styles no había echado a correr por la puerta ni había escupido epítetos de indignación contra Weston al escucharle sugerir que se le podía comprar. Oh, no. El hombre permanecía sentado, bebiendo su maldito guisqui y considerando sus opciones. Bien.

– Le pagaré lo que le está pagando Dutch. De esta manera, recibirá el doble, pero tendrá que mantenernos informados a los dos.

– ¿Y eso es todo?

– Bueno, también le pediría que no le informase de según qué cosas al bueno del viejo Dutch.

– No hay trato.

Weston levantó la cabeza. Estaba convencido de que Styles mordería el anzuelo.

– No me interesa joder al «bueno del viejo» Dutch.

– Él no se enterará.

– ¿No? -Styles sonrió sarcásticamente. Rodeó el vaso con los dedos. Los nudillos blancos se le transparentaban en la piel morena-. ¿Por qué debería confiar en usted?

– ¿Por qué no?

– Si firmo con usted y usted me descubre, ya me puedo despedir de este trabajo.

– No diré una palabra. Esto es algo entre usted y yo.

– ¿Ah, sí?

Los ojos de Styles brillaron con tal intensidad que Weston se asustó. ¿Quién era aquel tipo? ¿La encarnación de Lucifer?

– Como le he dicho, ¿por qué debería confiar en usted?

– Porque no le pagaría una cantidad desorbitada de dinero sólo para cargarme su reputación.

– ¿Y qué es una cantidad desorbitada de dinero?

De modo que le escuchaba. Weston sintió una alegría maléfica. A Styles le interesa lo que a todo el mundo.

– Le he dicho que…

– No me interesa.

– ¿Y si lo doblo? No, ¿lo triplico? -Weston estaba ansioso por ponerse manos a la obra. Cualquier cantidad de dinero le parecía insignificante-. Sea lo que sea lo que le esté pagando Dutch, lo triplicaré.

– ¿Por adelantado? -Aquella mirada intensa no apartaba el rostro de Weston-. Trescientos mil dólares.

– Cien mil para empezar. El resto después -dijo Weston-. Por ese dinero quiero que me mantenga al corriente de todo lo que esté investigando para Dutch e información sobre su nuevo proyecto: la siguiente fase de Stone Illahee.

Styles contrajo la mandíbula a la vez que pensaba.

– Eso es algo que todo el mundo conoce. Simplemente eche un vistazo a los archivos del condado. Está ampliando los planos originales. Va a construir un pequeño hotel con campo de golf, pistas de tenis, todo eso.

– ¿Dónde?

– Una media milla hacia el interior, partiendo del edificio principal.

Weston se estremeció horrorizado. Lo sospechaba, pero esperaba que aquella información fuese falsa, que Dutch hubiese encontrado una zona más resguardada, más pintoresca para la construcción de su nuevo proyecto. Joder, hasta los mejores planes…

– El condado ya ha autorizado las obras. Las excavaciones empiezan esta semana. -Styles de nuevo observaba a Weston, como si intentara leerle la mente.

– Tan pronto. Dios.

Cogió el paquete de cigarrillos y sintió sudor en la frente. «Tranquilo -se dijo-. Todavía no hay ningún problema.» Tuvo problemas al querer encender el cigarrillo Marlboro con el mechero. Todos sus planes, perfectamente atados, podrían derrumbarse con un solo movimiento de una máquina excavadora. «Tranquilízate. Te estás preocupando por nada».

– Bueno, ¿tenemos trato?

Styles permaneció en silencio, con la mandíbula encajada. Tenía los músculos contraídos, como si pensara que estaba negociando con el diablo, en vez de ser al revés.

– Podría ser un hombre rico cuando todo esto termine -le animó Weston.

– O un hombre muerto.

O ambas cosas, pensó Weston, aunque no lo dijo, sino que le ofreció la mano a Styles. Denver estuvo a punto de ignorarle, pero no fue lo bastante hombre para rechazar aquel trato. Excelente.

– De acuerdo, Taggert -dijo finalmente. Permaneció en pie y rechazó estrechar la mano de Weston-. Hemos hecho un trato. Pero si se filtra una sola palabra de esto se arrepentirá.

– ¿Ah, sí?

– Sacaré a relucir tanta mierda sobre su familia que se hundirá en ella. Con lo que he descubierto hasta el momento, parece ser que los Taggert no están más limpios que los Holland, de hecho, yo diría que mucho menos. -Estrechó los ojos y tensó los labios en una especie de actitud de superioridad-. Está de mierda hasta el cuello, Taggert, ambos lo sabemos, así que ni se le ocurra traicionarme.

– ¿Me está amenazando? -Weston no podía creer lo que oía. ¿Aquella sabandija estaba intentando asustarle?

– Sólo le estoy advirtiendo. Tómeselo como quiera. -Caminó hacia la puerta, sin mirar hacia atrás-. Espero el dinero en metálico. Cien mil dólares. En tres días.

Weston observó cómo Styles se iba e intentó convencerse de que aquel tipo hablaba mucho pero haría poco. Perro ladrador, poco mordedor. Pero Styles tenía autoridad, mirada de lince y varias cicatrices que demostraban que conocía bien la calle. Weston se secó en el pantalón el sudor de las palmas de las manos. Solamente esperaba que su instinto no le fallase y que no hubiese cometido el peor error de su vida.

Capítulo 29

Aquella pistola le preocupaba. A medida que Kane releía toda la información referente a la muerte de Harley Taggert, volvía una y otra vez a la pistola: un revólver sin registrar de pequeño calibre. En el momento de los hechos, los detectives no habían prestado atención a aquel arma, a pesar de haberla encontrado a orillas de la bahía, a poco más de medio kilómetro de distancia del lugar donde había aparecido flotando el cuerpo de Harley Taggert. El revólver tenía huellas, pero ninguna encajaba con los archivos policiales.

Así pues, ¿por qué apareció allí? ¿Podían haberla utilizado en otro crimen y después la habían arrojado a la bahía, reapareciendo por casualidad justo cuando encontraron el cuerpo de Harley? ¿O quizás alguien la había arrojado a las aguas oscuras con el único propósito de complicar la investigación y desviar la atención de la policía? ¿Se trataba de una coincidencia o de una prueba importante? ¿Tenía algo que ver con Claire? Le dio un vuelco el corazón al pensar nuevamente en ella, en volver a hacerle el amor. En su mente empezaron a estallar imágenes de Claire, cuyo cuerpo, bajo la luz de la luna, estaba desnudo y empapado en sudor. Kane se encontraba desprevenido y comenzó a excitarse salvajemente. Al recordar el tacto de la piel de Claire contra su cuerpo se excitó aún más. Se imaginó con ella, tocándola, besándola. Sintió los latidos de Claire al estrecharla entre sus brazos. No deseaba otra cosa que estar con ella a solas, hacerle el amor una y otra vez, explorar cada milímetro de su cuerpo con la lengua y los labios.

Dios santo, se estaba volviendo loco sólo con pensar en ella, y no tenía tiempo para fantasear. Ahora no, puesto que presentía que estaba a punto de encajar todas las piezas de lo sucedido aquella noche.

Por supuesto, las hermanas habían mentido. O estaban todas involucradas o estaban protegiendo a alguna de ellas. Pero no sabía a quién. No podía imaginarse a Claire como a una asesina de sangre fría. Pero quizás hubiese sido un accidente. Quizá, después de decirle a Harley que quería romper con él, Harley se había puesto violento, había comenzado a gritar y le había dicho que no la dejaría marchar. Tal vez habían forcejeado y en la pelea, en defensa propia, Claire había golpeado a Harley con una roca u otro objeto afilado, de modo que éste había acabado cayendo por la borda.

No. No podía ser. Si mató a Harley accidentalmente, ¿por qué no iba a llamar a la policía? ¿Por qué huir? ¿Por qué iba a contar aquella absurda historia sobre el autocine y simular que habían caído en el lago Arrowhead? No. No tenía ningún sentido. Pero es que nada lo tenía.

Mientras observaba la fotografía de la pequeña pistola, dudó que alguna vez pudiera llegar a averiguar la verdad.

Por lo tanto, Dutch Holland nunca pagaría por todos sus pecados.

Kane caminó hacia el porche principal, donde su padre, años antes de morir, esculpió numerosos osos y otras figuras en troncos. Nunca había existido un sentimiento de amor entre Kane y Hampton Moran. Kane sólo sentía leve compasión por un hombre que no hacía nada por superar su desafortunado accidente, y que culpaba continuamente al dueño de la compañía por su sufrimiento.

Pero por aquel entonces Kane no sabía la verdad. No sabía que su madre se había convertido en la querida de Dutch, que se había mudado a Portland, que vivía en un apartamento, y que Benedict Holland la estaba manteniendo. No sabía que los cheques de trescientos dólares que recibían mensualmente, provenían en realidad de Dutch, el padre de Claire.

– Cabrón -murmuró Kane.

Su madre había fallecido por una insuficiencia cardiaca el pasado invierno. Fue entonces cuando Kane se había enterado de la dolorosa verdad, la razón por la que Alice Moran había abandonado a su marido y a su hijo. Para convertirse en la querida de Dutch Holland.

A Kane se le revolvió el estómago sólo con pensar en su madre y Dutch juntos. Recordó las noches a solas en su habitación, esperando que su madre volviera, intentando reprimir las lágrimas, negándose a creer que le hubiera abandonado. Siempre había tenido la esperanza de que su madre volvería, incluso cuando su padre se refería a ella con duras palabras: «Es sólo la puta de un rico, no le importamos nada tú ni yo. No. Todo lo que quería era dinero y al final lo ha conseguido, abriéndose de piernas y revolcándose. Recuerda algo sobre las mujeres, hijo: harían cualquier cosa por conseguir dinero. Incluida tu madre.»

Kane apretó los dientes y cerró los puños. Benedict Holland había conseguido, sin ayuda de nadie, separar a su madre de su familia. No era de extrañar que Hampton hubiese entrado con una motosierra en la preciosa casa de los Holland. Dutch se merecía eso y más, y cuando Kane consiguiera lo que se proponía, Dutch Holland se las pagaría todas juntas.

«¿Y Claire? ¿Qué sucederá con ella? Cuando destapes a su padre y a sus hermanas, y probablemente las impliques en la muerte de Harley Taggert, ¿qué le ocurrirá a Claire y a sus hijos?»

Miró la fotografía de la pistola y se dijo que no era su problema, aunque sabía que sólo se estaba engañando porque, maldita sea, estaba empezando a enamorarse de Claire Holland St. John otra vez. Parecía que fuese su maldición particular.


– Denver Styles es un grano en el culo -dijo Tessa.

Llevaba puesto un bikini negro y una bata de encaje blanca, dejando, provocativamente, un hombro al descubierto. Desvió la mirada de su guitarra al ver entrar a Miranda en la suite, la cual se había convertido en su residencia. Bajo la bata de encaje se podía apreciar claramente un pirsin en su ombligo. También lucía un tatuaje tribal en el bíceps, que parecía un brazalete.

– ¿Te ha estado molestando?

Miranda no quería pensar en Styles. Era demasiado complicado, demasiado peligroso. Podía sentir su aliento en la nuca, vigilando cada uno de sus movimientos, esperando a que cometiera algún fallo, para después echarse sobre ella, como si se tratase de un cazador paciente tras su presa.

– Sí. Ha venido por aquí un par de veces.

– ¿Qué le has dicho?

Tessa sonrió. Sus cejas rubias se elevaron.

– ¿Textualmente? -Tocó una nota-. Le dije: «que te jodan».

– Muy bien, Tessa.

– Ese tipo es un ave de mal agüero -dijo mientras colocaba el instrumento de seis cuerdas sobre la moqueta junto a una maceta.

Miranda avanzó hacia la chimenea sin encender y se sentó en el borde del escalón.

– Llamé a papá y le dije que contratar a Styles había sido un error. Que remover el pasado no le interesaba. Pero continuó con la misma actitud. No me escuchó.

– Nunca lo hace. ¿Acaso no lo sabías? -preguntó Tessa-. Ey, ¿te apetece un trago? Tengo botellines de vino en la nevera. -Inmediatamente se aproximó descalza hacia la cocina, en cuyo rincón estaba situado el frigorífico.

– Yo no quiero nada.

– Venga, Randa, ¡anímate! -Tessa volvió con dos botellas abiertas de una especie de cóctel de vino y melocotón. Entregó a Miranda una de las botellas-. Salud.

Brindaron con el cuello de las botellas. Tessa guiñó un ojo a Miranda y dio un buen trago.

– Mira, Tessa. Me temo que Styles va a descubrir la verdad -admitió Miranda. A continuación, dio un trago a la desagradable bebida.

– Pues que lo haga.

– Ni hablar.

– Quizá ya sea hora. -Tessa cambió la expresión de su rostro. Empezó a morderse el labio inferior, como siempre hacía cuando era pequeña y se encontraba confusa o insegura-. Estoy cansada de tanto mentir, Randa. Nos equivocamos.

– ¡No! Es demasiado tarde para cambiarlo. -Miranda negó categóricamente con la cabeza-. Tenemos que ceñirnos a la historia.

– No sé.

– Pero si está hecho. -Agitada, Miranda avanzó hacia la puerta corredera de cristal y se apoyó en ella.

– ¿Estás segura?

– Tú sólo aguanta.

Miranda contempló el paisaje del océano Pacífico. Verde y turbio, el mar se agitaba sin descanso, como si también tuviera secretos demasiado oscuros y trágicos para revelarlos.

– No tienes que preocuparte por mí -dijo Tessa-. Es Claire quien se va a encontrar en problemas.

– ¿Claire? -repitió Miranda. Si ni siquiera conocía la historia-. ¿Por qué?

– Porque está enrollada con Kane Moran.

– No. -Miranda esperaba que Tessa la estuviera engañando. En ocasiones, la hija menor de Dutch fantaseaba. Otras veces simplemente se confundía por completo.

– Les he visto juntos.

– ¿Es que está loca? -El miedo provocó que su corazón empezara a latir de manera rápida e irregular.

– Ya sabes lo romántica que es. Siempre lo ha sido. Una tonta con los hombres. Estuvo saliendo con Harley y pocos meses después de su muerte se casó con ese imbécil de Paul. Yo sólo le vi una vez, cuando se aproximaba el día de la boda, pero él ya estaba fijándose en otras mujeres. ¡Incluida yo! -Suspiró y se dejó caer en el sillón-. Claire es una idiota. Siempre lo ha sido.

– Moran sólo la está utilizando.

– Puede ser.

– Hablaré con ella.

– No servirá de nada. No dejaba que nadie le dijera que dejara de ver a Harley Taggert, ¿recuerdas? Y luego Paul, por Dios. Le dije que me había estado tirando los tejos y no me creyó. Puedes hablarle hasta que se te quede la cara morada, Randa, pero créeme, no servirá de nada.

Por una vez, Tessa tenía razón. Claire nunca había escuchado a nadie en lo referente a asuntos del corazón. Aquello era peor de lo que Miranda creía. Sintió como si estuviera pisando las arenas movedizas del pasado y no tuviera escapatoria. Tarde o temprano ella, sus hermanas, su padre y su maldita carrera se irían al garete. Que Dios les ayudase.


Tenía que olvidarse de ella. Eso es lo que tenía que hacer. Pero Weston no era de los que dejaban escapar a una mujer dispuesta. Y Tessa Holland estaba más que dispuesta a retomar su relación desde donde la habían dejado hacía tanto tiempo, o al menos eso era lo que sugerían sus llamadas susurrantes.

Mierda. ¿Qué iba a hacer? Pisó el acelerador del Mercedes y el descapotable salió disparado por la carretera. Las ruedas chirriaban, el motor rugía, el viento azotaba. Una amplia masa de mar gris azulado se extendía hacia el oeste. Gigantes y espumosas olas avanzaban en dirección a tierra. Al este, se erguían las colinas boscosas, tan altas que casi rozaban el cielo. Pero Tessa permanecía en su cabeza. Weston no podía borrar su imagen.

La había visto en la ciudad, entrando en la tienda de licores. Su trasero redondito se movía debajo de una falda roja, corta y ajustada. Sus apetitosos pechos presionaban contra una camisa blanca anudada justo debajo del sujetador. Para ella, el tiempo apenas había pasado, aunque llevaba el pelo un poco más corto y escalado de lo que Weston recordaba, y tenía los pómulos más definidos debido al paso de los años. Sus ojos aún eran grandes y azules, y Weston supuso que su lengua aún podría poseer aquella magia especial.

Dios, ¿en qué estaba pensando? Si se volvía a liar con Tessa, o con alguna de las hermanas Holland, Kendall le mataría. Además, todas las Holland le tenían declarada la guerra, por lo tanto, Weston sería, probablemente, el último candidato con el que ellas mantendrían una aventura. Sin embargo, no podía dejar de pensar en las posibilidades. No había podido quitarse nunca a Miranda de la cabeza. Algo parecido había sucedido con Tessa, pero esta última era accesible, o eso es lo que le había hecho pensar la noche anterior, con su última llamada al móvil.

– ¿A que no adivinas lo que estoy haciendo? -le había susurrado Tessa-. Me estoy tocando. ¿Quieres saber dónde? -hablaba con voz baja y ahogada.

Weston no podía contestar, ya que se encontraba con su mujer e hija viendo la televisión en el salón.

– No creo.

– Me he lamido un dedo hasta mojarlo y luego me he tocado los pezones. Ahora también están húmedos. Duros. Y ahora voy a bajar un poco más y…

– Luego hablamos. Nunca hablo de trabajo en casa -le había contestado Weston, lo bastante alto para que su mujer le oyera. Sin embargo, había tenido que dar la espalda a Kendall, para esconder los indicios de su erección, la cual presionaba contra el pantalón que le había comprado hacía sólo una semana.

– Aquí estaré. En Stone Illahee. Esperando.

Weston colgó y casi se corrió en los pantalones. ¿A qué estaba jugando Tessa? La última vez que la había visto ella había intentado sacarle los ojos y ahora… ahora actuaba como si no pudiese esperar a acostarse con él. Había roto hacía mucho tiempo con ella, se recordó. Las manos, aferradas al volante, le empezaron a sudar. En la actualidad era un ciudadano respetable, tenía una reputación que debía proteger, pero no podía evitar recordar cómo se sentía cuando practicaba sexo con Tessa. En su interior se producía un subidón de energía cruda y salvaje, consciente de estar desacreditando a una Holland, mientras ésta le rogaba que siguiera.

Era algo muy excitante, una emoción que nunca había experimentado, y que tampoco había vuelto a experimentar. Ni las obscenas aventuras de su juventud ni las amantes que había tenido le habían producido la misma cantidad de adrenalina salvaje que había conseguido producirle Tessa.

Y ella estaba dispuesta de nuevo. Dios, estaba cachondo.

Pisó el freno al entrar en una curva. El coche patinó un poco. A continuación las ruedas se agarraron de nuevo al asfalto. Weston intentó quitarse a Tessa de la cabeza. No era momento para que una mujer le distrajera. Tenía cosas más importantes en las que pensar. Alcanzó la cima de la montaña y echó un vistazo a Stone Illahee. El estómago se le contrajo. Observó cómo las excavadoras trabajaban con ahínco en la siguiente fase de desarrollo del complejo. Las máquinas removían el terreno con sus enormes palas, levantando tierra, escombros, maleza y pequeños árboles. Excavaban sin cesar. Continuamente encontraban obstáculos que mejor deberían seguir enterrados.

El teléfono móvil le sonó. Weston contestó, contento de que algo le hubiese distraído, obligándose de este modo a dejar de pensar en Tessa y en las obras de Stone Illahee.


– Sabes, creo que nuestra familia está en un segundo plano -dijo Tessa, mientras arrancaba una uva de un racimo que había en un cuenco de fruta situado sobre la repisa de la cocina de la casa donde se había criado.

Claire sirvió un vaso de té helado a cada una de las hermanas. Sam estaba fuera, refrescándose en la piscina, y Sean había salido al lago a navegar. Era una tarde tranquila. Claire había terminado de rellenar algunas solicitudes para trabajar en la escuela local del distrito, con la esperanza de sustituir a algún profesor en otoño.

– ¿En un segundo plano?

– Sí. Papá y su juego de poder. Gobernador, por el amor de Dios. ¿Te lo imaginas? -Lanzó la uva al aire y la atrapóhábilmente con la boca-. La idea de que Dutch Holland posea tanto poder da miedo.

– Todavía no ha salido elegido. Ni siquiera por su propio partido.

– Buen apunte. -Tessa se sentó en un taburete, cerca de la repisa. Comenzó a dar vueltas-. ¿Sabes? He estaba llamando a Weston.

Claire se estremeció.

– ¿Qué? ¿Por qué?

– Bueno, ya sabes, sólo para tomarle el pelo. Decirle guarrerías, ese tipo de cosas.

– ¿Estás loca? No es el tipo de hombre al que puedas tomar el pelo y luego hacer como si tal cosa.

– ¿Por qué no? Creo que debería sufrir un poco.

– ¿Sufrir un poco? ¿Para qué? No lo entiendo. -Un pánico tremendo invadió a Claire, aunque ni ella misma sabía por qué. Weston no podía hacerles daño, ¿o sí?

– Confiad en mí, no hace falta que lo entendáis. Pero creo que Weston necesita que le den una lección. Ya ha hecho todo lo que le ha venido en gana durante demasiado tiempo.

– ¿Y tú vas a darle una lección? -rió Claire.

Sin embargo, sintió una sensación desagradable. Se trataba de la misma sensación que le recorría el cuerpo justo antes de que estallara una tormenta eléctrica, antes de que los relámpagos comenzaran a desgarrar el cielo.

– A Weston no se le pueden dar lecciones. Lo único que voy a hacer es incordiarle.

Claire sacudió la cabeza.

– Déjale en paz. No merece que te molestes.

Tessa entrecerró los ojos y miró por encima de Claire, en dirección a algo a lo lejos que sólo ella podía ver. De pronto, su rostro se llenó de dolor, y lágrimas sinceras y heladas bañaron sus ojos.

– Sí, bueno, ¿y qué hizo él para merecer esa pequeña familia perfecta, eh? No es exactamente un modelo de virtud.

– Normalmente la vida no es justa.

– Lo sé, lo sé, pero me fastidia que vivan… esa farsa… Ya sabes, ese icono de sueño americano: hombre fiel, que ama a su mujer, Kendall Forsythe, con esa niña mimada. Incluso tienen uno de esos caniches enanos con pedigrí. -Sorbió y se aclaró la voz-. Hacen que me ponga enferma.

– Eso te tiene que dar igual.

Tessa parpadeó. Intentó reprimir las endemoniadas lágrimas que habían empezado a brotar de sus ojos como chorros discontinuos en el momento en que menos se lo esperaba. Tamborileó con los dedos sobre la repisa y decidió no discutir más con Claire. ¿Qué iba a conseguir?

– Supongo que tienes razón, pero me saca de quicio.

– Déjale en paz.

Debería hacerlo. Claire tenía razón, pero Tessa quería acabar con aquella falsa reputación de Weston, a quien se le consideraba un pilar de la comunidad, un jodido icono para los hombres y mujeres que trabajaban en Industrias Taggert, cuando en realidad Weston era pura maldad, peor que una serpiente de cascabel. Cómo le gustaría exponer al mundo aquella parte oscura de Weston Taggert. Además, aunque nadie excepto Tessa lo supiera, Weston Taggert había conseguido destruir su vida sin ayuda de nadie.

Tal vez era el momento de arruinar la suya.


Claire estaba mintiendo. Kane podía notarlo. Se encontraba tumbado junta a ella en la casita de la piscina. Trató de adivinar qué podría estar ocultándole, a la vez que le acariciaba la curva de sus nalgas desnudas con una mano y la espalda con la otra.

Sabía que la historia sobre la noche en que murió Harley Taggert no era real, cosa que le asustaba tremendamente. ¿Y si Claire había matado a Harley por accidente? ¿Provocaría él, con la exposición de los hechos, que la metieran en la cárcel? Las entrañas se le revolvieron mientras suspiraba medio dormido en la cama donde acababan de hacer el amor. El olor a cloro procedente de la piscina se colaba por las ventanas abiertas, y entre los árboles soplaba el viento, moviendo ligeramente las hojas de abetos y robles.

Claire no podía permitir que se vieran en su habitación con los niños en casa. Por esa razón se habían encontrado allí, en la casita de la piscina, como adolescentes que acuden a hurtadillas a una cita secreta. Aquel lugar estaba lo bastante cerca de la casa para saber que los niños estaban bien, pero también era lo bastante privado para dar rienda suelta a sus deseos.

Y eso es lo que había hecho Kane. Ninguna otra mujer le había tocado jamás como lo hacía Claire Holland St. John. Ella era la única que conseguía remover todo su interior. Sus sentimientos hacia ella, tan próximos al amor que le producían pavor, hacían que Kane se cuestionara todo en lo que creía, todos los planes que había programado para el resto de su vida. Se había obstinado tanto en destapar los pecados de Dutch Holland que había ignorado cualquier otra cosa que no estuviera relacionada con aquella ansia de venganza.

Claire gimió en sueños y Kane la besó en la espalda.

– Kane -susurró ella buscándole, todavía dormida.

Kane sintió una sensación de satisfacción. Dios, qué preciosa era. La luz de la luna se colaba por las persianas, creando sombras plateadas en forma de barras sobre su piel blanca. Tenía la cintura delgada y se le marcaban las costillas.

Estaba tumbada boca arriba, por lo que Kane podía contemplar sus senos. Comenzó a excitarse nuevamente. Con ella nunca tenía suficiente, nunca se saciaba. Claire tenía los pezones suaves y redondos, pero cuando Kane respiró sobre ellos se pusieron duros. Incluso en sueños, Claire reaccionaba.

– Preciosísima princesa -dijo Kane, mientras deseaba que las cosas entre ellos fueran distintas, no tener que utilizarla para su venganza personal, estar con ella con la conciencia limpia y el corazón puro. Sin embargo no era así, tenía un motivo oculto que le había llevado a estar cerca de ella.

La culpabilidad le carcomía la conciencia. No obstante, la abrazó y besó. Claire suspiró, con los ojos medio abiertos, y sonrió con aquella sonrisa sexy e inocente que era la debilidad de Kane.

– ¿Otra vez? -preguntó Claire, bostezando, con el pelo revuelto sobre el brazo de Kane.

Él la besó. Sus labios encajaron a la perfección. Claire deslizó la lengua en el interior de la boca de Kane. Los pezones se le endurecieron, y en pocos segundos su cuerpo adormilado despertó y revivió, y su sangre empezó a hervir, igual que la de Kane.

Claire rodeó el cuello de Kane con sus brazos, quien recostó la cabeza en su canalillo. A continuación, él le separó las piernas con las rodillas y se hundió en su interior con la misma ansia y excitación que un crío de diecinueve años.

– Kane -le susurró Claire al oído, mientras Kane comenzaba a jadear.

El cuerpo de ella empezó a sudar, inclinándose hacia Kane en cada uno de sus empujes, hambrienta de deseo. Kane se movía cada vez más deprisa, agarrándola. Mantenía los ojos cerrados con fuerza, mientras la culpa le retumbaba en el cerebro. No podía hacerlo, no podía traicionarla, no podía amarla con tanta intensidad que dolía. Y después destruirla, a ella y a su familia.

Y entonces alcanzó el climax. Con un grito pronunciado y un empujón final, cayó sobre ella, fundiendo sus cuerpos en una unión maldita por todos los demonios del infierno.

Atormentado, la besó en la frente, notando el sabor salado de su sudor. Podía sentir las vibraciones del cuerpo de Claire a medida que disminuía su orgasmo.

– Nunca pretenderé hacerte daño -le dijo, apartándole el pelo de la cara con los labios.

– No lo harás -contestó ella confiada, mientras levantaba la cabeza para mirarle.

Kane la volvió a besar, larga e intensamente. Sabía que no tenía elección. A pesar de todas las promesas que se había hecho, estaba destinado a traicionarla. Así pues, no importaba lo que pasara, Claire le odiaría el resto de sus días.

Capítulo 30

– Basta. Me estás volviendo loca. ¿Se puede saber qué te pasa? -preguntó Paige, lanzando una mirada de odio a Weston mientras jugaban al bridge. Cogió un puñado de frutos secos revueltos y se dejó caer una almendra en la boca.

– A mí nada -mintió Weston, agitándose mentalmente con el fin de no mostrar sus emociones.

Había estado dando vueltas una y otra vez por la cocina y el estudio, donde Paige, Stephanie, Kendall y Neal estaban jugando a las cartas. Neal estaba sentado en su silla de ruedas, y aunque desde el derrame que había sufrido no podía caminar y apenas podía mover la parte derecha de su cuerpo, hablaba y usaba la mano izquierda lo bastante bien como para jugar semanalmente una partida de bridge.

– Algo te pasa -dijo Neal, observando a su hijo con un ojo entrecerrado-. Siempre te muestras inquieto cuando algo te preocupa.

– A papá no le pasa nada -interrumpió Stephanie-. Dejadle en paz. Mamá, te toca.

Weston se sintió abrigado. Stephanie siempre se ponía de su lado, defendiéndole contra el resto del mundo. Con aquel pelo rubio color trigo y aquellos ojos chispeantes, había heredado la combinación perfecta de genes para convertirse en una chica que quitaría el hipo. Aquella era su niñita. Pero los demás tenían razón. Se estaba volviendo.

Paige, que todavía sufría sobrepeso y llevaba siempre aquella molesta pulsera ruidosa, podía ver a través del alma de su hermano, algo que a Weston le aterraba. En ocasiones, Paige sonreía a Weston de un modo espeluznante, de un modo que parecía sugerir que conocía algo que podría utilizar en su contra, algo que podría amenazar su vida, algo que evitaba que Weston se pasara de la raya con ella. Paige incluso le había lanzado indirectas sobre aquel tema: «Será mejor que no termine muerta en un accidente o algo así, Weston, porque eso no funcionará. Si sufro una muerte inesperada y repentina, la policía irá a por ti», dijo en una ocasión. Weston se rió y le pidió que se explicase, pero Paige sonrió con aquella risita escalofriante y añadió: «No es broma.»

– No nos dejas concentrarnos. -Paige le lanzó una mirada severa y a continuación dirigió la atención a las cartas-. Siéntate o vete.

– No tienes que irte a ningún sitio, papá. -Buena chica, Stephanie. Díselo.

– Estás nervioso -dijo Kendall. En los extremos de su boca se percibía una actitud de desaprobación.

El perro trotó por la cocina, y se detuvo junto a su cuenco de agua.

Weston no podía soportar más sentirse encerrado.

– Tengo que ir a la oficina -dijo.

Kendall le siguió con los ojos. Nunca había confiado en él, creía que Weston iba detrás de cualquier cosa que llevara falda. Aquello no era totalmente verdad, pero Weston se había ganado esa fama debido a todas sus relaciones, ya fuesen buenas o malas.

– ¿Nuevos negocios? -preguntó Neal, que siempre mostraba interés en lo que sucedía en Industrias Taggert.

– No. Es sólo que me quedan algunos cabos por atar.

Weston cogió las llaves y se dirigió a la puerta trasera. Se había levantado un viento que agitaba las ramas de los árboles. Había humo, procedente de unas cuantas hogueras en la playa. El olor se mezclaba con la brisa salada del mar.

Condujo alejándose de la casa y trató de calmarse. Su hermana tenía razón. Estaba histérico. Por varias razones. La primera, y la más importante, era porque Denver Styles llevaba trabajando para él casi una semana y hasta el momento no había conseguido información nueva sobre Dutch o sobre cualquiera de las Holland.

Nada. Nothing. Zilch. El tipo no estaba haciendo su trabajo, o quizá no le estaba contando nada. Probablemente Dutch le había ofrecido más dinero, lo que sería un error por su parte. Un gran error.

La segunda razón era que estaba teniendo lugar la excavación de la fase más reciente de Stone Illahee. A Weston se le revolvió el estómago, y la bilis le alcanzó la garganta. Como colofón, Dutch iba a hacer oficial el anuncio de su candidatura a las próximas elecciones a gobernador en una fiesta que tendría lugar el próximo fin de semana. A Weston le ponía enfermo la simple idea de que Benedict Holland tuviera una posición de poder en el Estado. No, no podía ser.

Weston conducía como poseído, superando el límite de velocidad permitido, derrapando por las curvas, hasta que finalmente su oficina. Iba a encontrarse con Styles aquella noche, y no podía esperar. Debía conseguir que el dinero que había invertido en aquel tipo sirviese de algo. En algún lugar de su mente se preguntó si Styles le había estafado. ¿Por qué Denver Styles se había embolsado el dinero que Weston le había entregado y no le había informado a cambio? Weston había tomado una decisión. O Styles le proporcionaba información, importante información, o haría que se las pagase.

Weston apretó los dientes y los labios se le tensaron, presionando contra la dentadura. No le gustaba que le engañasen. Había trabajado duro durante mucho tiempo precisamente para que no le engañasen. Así pues, si Styles estaba jugando con él, se las pagaría. Se las pagaría con su puñetera vida. Como todos los que habían intentado burlarse de él en el pasado.

Cuando llegó al edificio donde se encontraba su oficina, abrió con llave la puerta trasera, tal y como le había dicho a Styles que haría. Seguidamente, cogió el ascensor hasta su oficina. Se acababa de servir un buen chorro de brandy y de aflojar el nudo de la corbata, cuando Denver Styles, vestido de negro, entró en la oficina.

Weston avanzó hacia el mueble bar, pero Styles sacudió con la cabeza, rechazando la oferta. Styles se apoyó en el ventanal y miró hacia el exterior.

– ¿Qué ha averiguado?

Styles elevó un hombro.

– No mucho.

La rabia hizo que le empezara a hervir la sangre.

– Seguro que en una semana ha podido descubrir algo.

– Unas cuantas cosas. Nada importante. Nada acerca de la noche en que su hermano murió, que es lo que más preocupa a Dutch.

Weston intentó tener paciencia. Sabía que lo mejor era que Styles consiguiera la información a su manera y a su ritmo. No obstante, le hubiese encantado agarrar a aquel tipo por el pescuezo y sacudirle hasta conseguir respuestas.

– ¿Cree que alguna de las chicas mató a Harley?

– No lo sé. -Hizo una pausa-. Todavía.

– ¿Y qué es lo que sabe? -preguntó Weston, sin poder evitar el tono desagradable al pronunciar aquellas palabras.

– Que Dutch está nervioso, preocupado por que alguien pueda descubrir que una de sus hijas es una asesina, a pesar de que no haya pruebas que apoyen esa teoría, y también que descubran que cuando Claire Holland marchó de Chinook, hace dieciséis años, estaba embarazada.

Weston se quedó pasmado.

– ¿Embarazada? ¿Claire? -«Pero si era Miranda quien estaba embarazada.» Weston hizo cálculos mentalmente-. ¿Quiere decir de su actual hijo?

– Sí. Sean Harlan St. John no nació en julio, como ella dice, sino en abril. Lo que significa que estaba embarazada antes de conocer a su marido.

– ¿El bebé era de Harley? -De repente las piernas de Weston no podían soportar su peso, y tuvo que tomar asiento.

Era imposible. No podía haber otro Taggert… Harley no podía ser padre de un niño y sin embargo… Su memoria volvió a recordar otro certificado de nacimiento, uno que había quemado años atrás, la prueba de que su padre no había sido fiel a Mikki. Le entraron ganas de vomitar, los intestinos le empezaron a dar punzadas. ¿Había otro heredero de la fortuna de los Taggert? Cerró los puños con fuerza. Había trabajado mucho para heredar todo, y ahora este niño, este intruso… ¡Oh, mierda!

Sintió el sudor en el bigote, provocado por los nervios. De pronto parecía como si las costillas le oprimiesen los pulmones y no le dejasen respirar. ¡No! ¡No! ¡No! Ahora no. No cuando estaba seguro de que iba a heredarlo todo, excepto un pequeño porcentaje del patrimonio de su padre. Así se había dictado en su voluntad. Incluso Paige sabía que, siendo mujer y sin trabajar en la empresa, sólo heredaría la vieja casa en la que habían crecido. Sin embargo, ahora… con el hijo de Harley… No, no podía ser.

– ¿Quién más lo sabe?

– Sólo Claire St. John, aunque estoy seguro de que Moran también lo descubrirá.

– ¡Maldita sea!

– El chico no tiene ni idea, y su supuesto padre, Paul St. John, tiene ya suficientes problemas para preocuparse de que la verdad salga a la luz.

– ¿Cree que Moran lo hará público?

La mente de Weston trabajaba cada vez más deprisa, hasta llevarle a la conclusión inevitable: que finalmente se probaría que Sean St. John era un Taggert. Su padre se alegraría muchísimo, a pesar de que la madre fuese una Holland. Uno de las mayores decepciones en la vida de Neal era que no había tenido herederos varones que llevaran el nombre de Taggert. Kendall se había negado a tener más hijos, incluso se había operado para asegurarse de que nunca más volvería a quedarse embarazada. Lo había pasado muy mal con el embarazo de Stephanie. No estaba dispuesta a volver a pasar por el mismo sufrimiento emocional y físico nueve meses más. Tener a Stephanie había merecido la pena, pero Kendall no quería volver a tener otro hijo.

Y ahora este problema.

– Supongo que Moran publicará cualquier cosa que difame a Dutch -dijo Styles-. Le odia y con razón. Su padre sufrió un accidente mientras trabajaba en la maderera y quedó paralítico. Nunca le compensaron completamente por los daños causados. Se convirtió en un maltratador, aunque no físicamente, sí emocional. La madre de Moran, Alice, abandonó a su hijo y a su marido cuando Moran era muy joven. Casualmente, terminó viviendo en Portland como amante de Dutch, y nunca volvió a tener contacto con su hijo durante todo el tiempo que éste creció junto a un padre borracho y violento.

– Hijo de puta -murmuró Weston, y pensó sobre su propia experiencia con Dutch Holland.

En su mente, aún podía ver la pecosa espalda de Dutch sobre el edredón viejo, con las piernas de Mikki envolviéndole mientras follaban como dos animales asquerosos. Aquella imagen le obsesionaba, había tenido sueños en los que aparecía… sueños perturbadores en donde Weston mataba a Dutch, a continuación montaba a la puta de su madre, pero cuando la miraba no era Mikki Taggert, sino una de las hijas de Holland, Miranda, Claire o Tessa.

– Aparte de eso, no tengo nada más -continuó Styles, interrumpiendo a Weston, absorto en sus espantosos pensamientos.

– Siga investigando -le dijo Weston, todavía dando vueltas a la información. Al menos Styles no parecía estar ocultándole lo que sabía.

– Lo haré. Sobre todo indagaré acerca de la noche en que murió Harley. -Se volvió y miró a Weston por primera vez. Sus ojos fríos y severos se clavaron en Weston con una expresión de venganza personal, lo que provocó en Weston que casi se le detuviese el corazón-. Pienso igual que Moran. Algo de lo sucedido aquella noche no encaja.

Se encontraban sobre terreno peligroso. Según Weston, cuanto menos se supiera acerca de la noche en que Harley murió, mejor. Styles se sacó del bolsillo de la chaqueta un trozo de papel. Se trataba de una copia de un artículo que mostraba una fotografía de una pistola.

– Moran parece obsesionado con esta prueba -dijo, acercándole el trozo de papel a Weston-. ¿Usted qué piensa?

Weston miró la fotografía.

– No sé.

– El arma se encontró no muy lejos del cuerpo.

– Lo sé, pero la policía no la relacionó con el crimen.

– Pero es extraño, ¿no cree?

«No tanto», pensó Weston, mientras le arrancaba a Styles el papel de las manos y lo doblaba con cuidado. No quería recordar que habían encontrado el arma de su madre en la escena del crimen. Nadie reclamó el pequeño revolver, y no estaba registrado, naturalmente. No obstante, todos en la familia Taggert sabían que aquel arma había desaparecido hacía semanas del cajón de la cómoda de Mikki Taggert.

– Sí -dijo, asintiendo con la cabeza y mirando a los ojos inquisitivos de Styles-. Muy extraño.


– ¿Me estás diciendo que Sean es hijo de Harley Taggert? -preguntó Dutch mirando a Denver con el rostro colorado y un puro entre los dientes.

Estaban sentados el uno frente al otro, en la barra del bar del Hotel Danvers, muy conocido en Portland.

– Podría ser. Aunque aún tengo que comprobar el tipo de sangre.

– ¡Por el amor de Dios! ¿Cuánto tiempo puede llevarte eso?

– No mucho. Unos días. Incluso podría tenerlo para mañana.

– ¿Por qué pudo haber mentido Claire?

– Tendrás que preguntárselo a ella -contestó Styles.

No había probado su café con coñac; en cambio, Dutch iba por la segunda taza.

– ¿Y qué hay de la noche que murió Taggert? ¿Sabía él algo del bebé?

Styles se encogió de hombros.

– La única que conoce la respuesta a eso es Claire.

Dutch terminó la bebida y frunció el ceño.

– Supongo que ésta no es la peor noticia que podía esperar, pero tampoco es que me entusiasme.

– Házselo saber al director de su campaña, Murdock, él hará algo para evitar que salgas perjudicado con todo esto.

Dutch se frotó la barbilla y suspiró.

– La gente cuenta conmigo. No puedo permitir que ningún viejo escándalo me salpique. Tienes que conseguir llegar al fondo de todo este asunto, Styles, antes de que lo hagan mi oponente o Moran. Si conseguimos averiguar a qué nos enfrentamos, tendremos una oportunidad, si no… Oh, Dios, prefiero no pensarlo. Tú solamente descubre qué sucedió aquella noche.

– Eso haré -prometió Denver.

Y era lo que se proponía, a pesar de que mantener informado a Benedict Holland no era una de sus prioridades.


Después de trabajar el viernes, Miranda condujo directamente al lugar donde estaban trabajando en la ampliación de Stone Illahee. Según le había comunicado la secretaria de su padre en Portland, Dutch iba a supervisar las obras durante todo el fin de semana. Miranda necesitaba hablar con él antes de que éste anunciara su candidatura en la fiesta del domingo por la noche. Sólo Dutch podía pedirle a Denver Styles que se detuviera.

El tipo la estaba vigilando, sin duda. Había pasado por su oficina y por su casa en diversas ocasiones, y siempre que estaba con ella hacía que Miranda se sintiera nerviosa. No se debía a las preguntas que le hacía, sino por su presencia. Misterioso, pensativo, con facciones que podían cambiar de agradable a distante en un segundo. Styles la desconcertaba, a ella, que se sentía orgullosa de su frialdad ante cualquier situación; a ella, que no perdía la calma ante ningún abogado defensor, testigo desfavorable o sospechoso inestable. Aquel hombre había conseguido asustarla. Había conseguido que se cuestionara y que casi cambiase la versión de su historia.

– Tranquilízate -se dijo mientras cruzaba con el coche las puertas abiertas de la alambrada que cercaba el lugar de la excavación. El polvo sopló por encima del parabrisas del Volvo y el aire se resecó, en ausencia de la humedad característica del océano.

Había varias furgonetas aparcadas desordenadamente en una zona donde se amontonaban las rocas, hierba y árboles arrancados de la tierra. El Cadillac de Dutch estaba aparcado entre un camión de media tonelada de color gris y una furgoneta pintada de varios colores, abollada y con guardabarros que no eran los originales. Dutch no estaba dentro del coche, pero Miranda le encontró enseguida.

Dutch estaba arrancando el extremo de un puro junto a un grupo de trabajadores. Observaba una excavadora inmóvil, que expulsaba humo negro en la cálida atmósfera del verano.

Los hombres estaban serios y hablaban en voz baja. Al salir del coche, Miranda sintió un nudo en el estómago. Se trataba de un presentimiento anunciando que algo iba mal, muy mal. A lo lejos, oyó el primer bramido de una sirena, y, en un instante, a medida que el sonido se aproximaba, se dio cuenta de que, por alguna razón, la policía se dirigía hacia allá. Aceleró el paso por el camino de tierra, mientras el miedo le recorría el cuerpo. ¿Qué sucedía? ¿Le había pasado algo a alguien en la obra? Cuando se acercó al lugar, oyó trozos de conversación.

– …llevaba años aquí -masculló un hombre enorme con casco y mono de trabajo.

– Dios santo, ¿quién será? -dijo otro trabajador flaco, con poco pelo y gafas sin montura.

– A mí no se me ocurre nadie -volvió a decir el hombre enorme.

¿De qué estaban hablando? ¿De quién?

– A mí no me suena.

– A mí tampoco -dijo Dutch, dando una calada a su puro y mirando a sus pies, donde la tierra se removía mientras la máquina excavaba en el agujero.

– Me pregunto si llevará DNI.

Detrás de Miranda, aullaba una sirena. Un coche de policía cruzó las puertas a toda velocidad. Miranda, que aún caminaba, miró de reojo hacia el coche, el cual se detuvo cerca de su Volvo. Dos ayudantes del sheriff salieron y se apresuraron hacia el lugar donde estaba congregado el grupo de hombres. Justo en ese momento Miranda llegó junto a su padre. Miró hacia abajo, hacía el terraplén que tenía a sus pies, hacia el enorme agujero abierto en la tierra, donde la arena era húmeda y fresca. Allá, entre los escombros de hojas, rocas y basura, había un cuerpo, poco más que un esqueleto, con algunos trapos enganchados en los huesos.

A Miranda se le revolvió el estómago, estuvo a punto de vomitar.

– Oh, Dios -dijo.

En ese momento su padre se percató de su presencia.

– Randa, ¿qué haces aquí? Deberías estar…

– He visto cadáveres antes -replicó ella. Sin embargo, había algo en aquel cuerpo descompuesto que le inquietaba.

Los ayudantes del sheriff se acercaron, cuando Miranda empezó a sentir de nuevo aquel horrible presentimiento.

– Bueno, veamos qué tenemos aquí. ¡Jesús! Mira esto.

– Vamos a acordonar la zona -le dijo el segundo de los agentes-. No toquen nada más. -Miró hacia la máquina excavadora como si fuese una herramienta del diablo. A continuación, dirigió la mirada hacia la pequeña multitud-. Los forenses tendrán que ver todo esto. Que nadie toque nada.

Pero Miranda apenas podía escuchar la orden. Tenía los ojos clavados en la mano derecha del cadáver, en el anillo que llevaba el esqueleto, casi suelto, en uno de los dedos.

¡No! ¡Imposible! El corazón se le rompió. Dejó escapar de sus labios un pequeño grito.

– ¡No! -gritó- ¡No! ¡No! ¡No!

– Pero ¿qué demonios…?

Las rodillas se le doblaron, y su padre la sujetó por los brazos. El dolor le resonaba en el cerebro. No podía ser… Oh, Dios, por favor, no. Hunter no. No su amado…

– Miranda, por el amor de Dios, ¿qué…?

– Hunter -dijo con lágrimas cayéndole de los ojos-. ¡Oh, no, Hunter!

Intentó negarse a aceptar lo que veían sus ojos, pero no podía, porque allí, en aquella mano sin vida, se encontraba el anillo que Hunter Riley llevaba justo antes de desaparecer. Miranda, temblorosa y luchando por no derrumbarse, se dio cuenta de que Hunter no había huido a Canadá. De alguna manera, por alguna razón, alguien le había asesinado.


Sentado a su escritorio, Kane apretó los dientes mientras observaba las pruebas de las mentiras de Claire. Los archivos del Estado de Oregón sobre el nacimiento de Sean Harlan St. John no coincidían con la fecha que le había dicho Claire. Ella le había contado que Sean había nacido en julio. Sin embargo, el niño había nacido a finales de abril, justo nueve meses después de la muerte de Harley. Así pues, Sean no era un St. John, sino un Taggert.

¿O no?

Se le ocurrió otra idea, más condenatoria que la primera. Al principio la descartó, por si se tratase de imaginaciones suyas, pero más tarde volvió a su cabeza y decidió a tenerla en cuenta como una posibilidad real. ¿Por qué no podría ser Sean su hijo? ¿Acaso no había hecho el amor con Claire una y otra vez justo antes de irse al ejército, la mañana siguiente a la noche que murió HarleyTaggert? El período de tiempo encajaba a la perfección. ¿Era posible? ¿Podía tener un hijo?

Un sentimiento desconocido y poco grato le recorrió el cuerpo. Un hijo. ¡Podía ser padre!

– Joder.

Salió de casa en dirección al porche delantero. Las aguas del lago eran oscuras, debido a la oscuridad de la noche, y algunas estrellas habían empezado a parpadear en el cielo color púrpura. El chico se parecía a él, mucho más que a los Taggert, pero quizá sólo estaba hablando su ridículo orgullo masculino. Le gustaría pensar que él era el padre del hijo de Claire, en lugar de Harley Taggert. Pero no podía ser. ¿Acaso Claire no le había puesto el nombre a su hijo por Taggert? Sean Harlan St. John.

Arrugó el papel culpable de todo aquello en el puño. ¿En qué estaba pensando Claire, haciendo pasar a Sean como hijo de un hombre, cuando en realidad la verdad era que… quién demonios conocía la verdad?

Sólo Claire, quien le había mentido a él, al mundo entero, durante dieciséis largos años.

Introdujo la copia del certificado en el bolsillo delantero de sus vaqueros, se dirigió a zancadas hacia el camino de hierbajos que llevaba al embarcadero, subió al viejo bote y calentó el motor. Enseguida el motor se apagó, pues no tenía gasolina. Kane podía conducir en coche hasta el lado opuesto del lago, pero decidió que necesitaba tiempo para pensar, para calmarse. Así que empezó a caminar a paso lento, bordeando el lago Arrowhead. A pie tardaría cerca de una hora en llegar, pero por el momento lo que necesitaba era aclarar las ideas, que se le pasase el enfado.

Con la luz pálida de la luna como única guía, continuó avanzando, por las playas de arena y de rocas, a través de árboles y maleza, sin detenerse, decidido a llevar a cabo su propósito. Se acabaron las mentiras. De ahora en adelante sólo le importaba la verdad, por muy dolorosa o desagradable que resultase.

Claire iba a contarle todo lo que le estaba ocultando, fuese lo que fuese.

Sudoroso, vio la luz en la planta baja de la vieja casa. Había dejado atrás la cuadra y los prados donde los caballos, al notar su presencia, habían resoplado para después seguir pastando. Con el certificado de nacimiento ardiéndole en el bolsillo, se dirigió por el césped hacia el camino que llevaba a la puerta de la casa. Sin embargo, al aproximarse, unas voces llamaron su atención y se dirigió hacia el porche trasero, donde vio a las tres hermanas. Estaban sentadas alrededor de una mesa con una única vela que apenas alumbraba.

Kane estuvo a punto de saludarlas, pero se dio cuenta de que una de las mujeres estaba llorando en voz baja. Se quedó inmóvil. Ninguna de ellas le había visto aún, dado que la noche era oscura y un seto le proporcionaba escondite. Los niños no estaban por allí. Kane supuso que ya estarían en la cama, durmiendo en sus habitaciones, puesto que ya era más de medianoche.

– ¿Estás segura de que era Hunter? -preguntó Claire.

Su voz penetró en Kane como ninguna otra lo hacía.

– Sí, sí. -Miranda sorbió-. Su ropa, su anillo… -sollozó. A continuación se recuperó.

La cabeza de Kane daba vueltas. ¿Hunter? ¿Hunter Riley?

– ¿Así que nunca se fue a Canadá? -preguntó esta vez Tessa

– No creo. No sé -Miranda iba retomando el control. Por la mente de Kane rondaban numerosas preguntas.

¿Había vuelto a la ciudad?

– Quienquiera que le matase, no quería que le encontraran nunca.

¿Matarle? ¿Riley había muerto?

Kane no movió un solo músculo. Se sintió culpable por escuchar a escondidas, no podía irrumpir en aquella conversación privada, pero tampoco podía dejar de escuchar.

– ¿Piensas que fue asesinado? -preguntó Claire, incrédula.

– Por supuesto. Gozaba de buena salud, y aunque la policía no sepa cómo… cómo murió, le enterraron en el bosque y nadie supo nada de él durante… ¿cuánto? Quince, no, dieciséis años.

– Por Dios -dijo Tessa.

– Oh, Randa, lo siento mucho -suspiró Claire.

– Sólo una persona sabe lo que sucedió. -La voz de Miranda se hizo más fuerte y condenatoria-. Weston Taggert me mintió. El día que fui a verle, a preguntarle sobre Hunter. Me contó que estaba en Canadá, trabajando para Industrias Taggert. Y era mentira.

– ¿Crees que Weston le mató? -preguntó Tessa mientras encendía un cigarrillo. La llama del encendedor le iluminó el rostro. También tenía los ojos empañados en lágrimas.

– O sabe quién lo hizo.

– Todo esto es horroroso. -Tessa expulsó una columna de humo hacia el tejado del porche y el aroma a tabaco llegó hasta Kane-. ¿Qué podemos hacer?

– Ir a la policía -dijo Claire convencida.

Kane podía ver su rostro a través de las ramas del seto: medio a oscuras a la luz de la vela, seguía igual de bello.

– No sé si podemos.

– ¿Por qué no? Mira, Randa, estamos hablando de asesinato. Y según lo que sabemos, lo hizo Weston.

– Hay algo más -dijo Miranda-. Vi un objeto no muy lejos del cuerpo.

Kane, maldiciéndose en silencio, continuaba escuchando.

– ¿Qué? -preguntó Tessa.

– Un cuchillo. Ya lo había visto antes.

– ¿Era el arma del crimen? -Tessa dio una profunda calada al cigarrillo, cuyo extremo rojo intenso brilló en mitad de la noche.

– No lo sé. Pero era el cuchillo de Jack Songbird. Aquel que nadie pudo encontrar después de su muerte.

– ¿Así que piensas que Jack mató a Hunter? -La creativa mente de Tessa ya estaba llegando a sus propias conclusiones.

– No, no. Hunter aún estaba vivo cuando enterraron a Jack, pero… pero quienquiera que matase a Hunter, probablemente mató a Jack.

¿Y a Harley Taggert? Kane tenía la mandíbula tan tensa que le dolía. ¿Qué demonios estaba sucediendo allí? Debería interrumpir repentinamente a las hermanas, ordenarles que le contasen la verdad. Sin embargo, no podía invadir su privacidad y dolor.

Claire se inclinó y tocó a Miranda en el hombro, y Randa, siempre la dura del grupo, pareció hundirse. Un lamento suave de profundo duelo escapó de su garganta.

– Yo le quería. -Randa sacudió la cabeza y se envolvió el torso con los brazos, como si intentara autoprotegerse. La fiscal dura había desaparecido y había dado paso a una mujer angustiada y triste-. Le quería más de lo que pensaba que era posible -musitó.

– Lo sé -susurró Claire.

– El amor duele. -Tessa expulsó el humo de su cigarrillo. Luego apagó la colilla en una bandeja situada sobre la mesa.

– A veces -asintió Claire, y respiró hondo-. Esta nueva investigación seguro que lo reabrirá todo, sabéis, todo el caso de Harley Taggert, el de Jack y el de Hunter.

Tessa resopló.

– Kane Moran y Denver Styles ya se han encargado de eso. Dios, ese Moran es como un grano en el culo, y Styles… ese tío me da escalofríos. Nunca sabes en qué está pesando.

– A mí Weston Taggert me da escalofríos -dijo Claire.

– Amén. -Miranda cerró los ojos y empezó a balancearse ligeramente, como si tratase de consolarse.

– De acuerdo, escuchad. Todo lo que sucedió aquella noche va a salir a la luz. Kane, Denver Styles y papá no son los únicos que están interesados en que así sea -dijo Claire.

– Claire tiene razón -comentó Miranda, su voz tenía un tono catastrófico-. La gente empezará a preguntarse qué sucedió.

– Y Ruby y Jack Songbird empezarán a molestar acerca del cuchillo de Jack. Periodistas de todo el país y rivales en la carrera de papá como gobernador, e incluso los ciudadanos que recuerden lo sucedido aquella noche, comenzarán a hacer preguntas, a meter sus narices. Van a descubrir la verdad.

– Oh, Dios -susurró Tessa y empezó a temblar.

– Nos ceñiremos a la historia. -La voz de Miranda volvía a sonar calmada. Volvía a tomar el control de la situación.

– Pero la historia carece de fundamento -Claire estaba de pie, paseando por el porche. Su silueta oscura se reflejaba en las ventanas iluminadas, caminando de un lado para otro-. Y yo ni siquiera sé qué pasó aquella noche.

Kane sintió una sensación de alivio. Claire no había tomado parte en aquello, fuese lo que fuese. «Pero te mintió, ¿no? ¡Sobre tu hijo!»

Claire tocó a Miranda por el hombro de nuevo.

– Nunca me contasteis lo que sucedió.

– Es mejor que no lo sepas -dijo Miranda, mientras Claire continuaba paseando.

– ¿Bromeas? Me he vuelto loca durante años, preguntándome por qué estábamos mintiendo, intentando imaginarme lo que sucedió. -De repente se detuvo y se arropó con los brazos, como si intentara proteger su corazón de la verdad.

Kane expulsó aliento. No había asesinado a Harley. No es que Kane hubiese pensando alguna vez que Claire hubiera tenido algo que ver, pero sabía que le había mentido. A él y al mundo entero. Sin embargo, Claire ni siquiera sabía por qué.

– Es… es por mi culpa -dijo Tessa, con voz débil.

– No, Tessa, no…

– Cállate, Randa. Aceptaste la responsabilidad de todo esto por protegerme.

«¿Tessa? ¿La asesina?»

Tessa metió los dedos de ambas manos entre su pelo rubio y corto.

– Aquella noche estaba borracha e iba con Weston. Estábamos en la casita de la piscina cuando Randa entró y se puso histérica al vernos.

– Debí haberlo matado -dijo Randa.

– Randa ya había intentado hacer que rompiese con él. Me había dicho que Weston era un perdedor. Pero aquella noche yo había bebido mucho y cuando él vino a verme… Oh, mierda, era una imbécil, siempre yendo detrás de él, ya sabes.

Claire no hizo ningún comentario, sólo se quedó mirando a su hermana pequeña.

– No pude soportarlo -le comentó Miranda-. Weston casi me había violado aquella noche en su oficina. Conseguí librarme de él dándole un rodillazo en la entrepierna. Así que cuando le vi con Tessa… enloquecí. Intenté separarles y Weston… decidió darme una lección, así que… Oh, Dios…-su voz tembló-…así que cuando le ataqué se desabrochó el pantalón y… y… Claire, me violó tan brutalmente que yo…

– Perdió al bebé -susurró Tessa.

Kane apretó el puño. Se le hizo un nudo en el estómago.

Claire se quedó paralizada.

– ¿Perdiste al bebé?

– Estaba embarazada de Hunter.

– ¡Oh, Randa! -Claire avanzó hacia la silla de Randa, cayó de rodillas y abrazó a su hermana fuertemente-. Yo… lo siento tantísimo.

– Eso no es todo -añadió Tessa-. Yo me quedé allí mirando cómo lo hacía. Estaba demasiado borracha, demasiado aturdida para hacer algo, excepto mirar cómo la golpeaba, le arrancaba la ropa, la echaba en el sofá, le bajaba las bragas y… y… Oh, Randa, lo siento, no sabes cuánto, cuánto lo siento.

– Shhh.

A Kane le entraron arcadas y pensó que estaba a punto de vomitar. Si volviese a ver a Weston Taggert se encargaría personalmente de darle una paliza a aquel cabrón, y luego acabaría con su vida. Pero todavía no había acabado.

– Estaba… estaba tan alterada, que cuando pude mover las piernas fui a por Weston -dijo Tessa-. En cuanto llegué a su casa, le vi salir otra vez. -Respiró hondo y con dificultad-. Le seguí hasta el puerto deportivo.

– Oh, Dios.

– Tessa, no -dijo Miranda, con los ojos completamente abiertos-. No es una buena idea.

– Pero es la verdad, maldita sea. Pensaba que estaba siguiendo a Weston en dirección al barco, pero estaba oscuro y yo iba borracha y… y él parecía distinto. Supongo que confundí a Harley con Weston, así que le golpeé con una piedra que había cogido. Él se dio la vuelta… y era Harley y… cayó por encima de la barandilla. Yo no quería… no quería… -Empezó a llorar y a toser-. Le vi intentando luchar para no hundirse, agitándose pero… pero… no podía nadar. Era como si estuviera atrapado y… y… Oh, Dios… salí corriendo. Le dejé allí. Yo… yo…

– No -susurró Claire, con la voz quebrada por el dolor-. No. No. No.

– Me la encontré volviendo a casa, atontada. Aún llevaba la piedra -interrumpió Miranda, con la voz sorprendentemente tranquila-. Me contó lo ocurrido. Yo hice una llamada anónima a la policía desde una cabina, pero la policía ya se había personado porque el dueño de otro barco había visto el cuerpo. Entonces me dirigí con el coche hacia casa y fue cuando te encontramos.

– ¿Y la sangre de tu falda era por el bebé?

– Sí -susurró Miranda-. El bebé de Hunter.

– ¿Y qué… qué pasó con la roca con la que Tessa golpeó a Harley?

– No lo sé. Me deshice de ella cuando paramos el coche para decirte que Harley había muerto. ¿Te acuerdas de aquel tramo de la carretera?

Claire asintió con la cabeza. Tenía el rostro pálido como la muerte, y el gesto desencajado por el horror. No tenía ni idea de lo que le estaban contando sus hermanas.

– La lancé hacia el bosque.

Claire se puso de pie y corrió hacia el extremo opuesto del porche. Una vez allí, se apoyó en la baranda y vomitó todo lo que llevaba en el estómago. Lloraba y seguía vomitando desesperadamente.

Mientas tanto, todo lo que podía hacer Kane era permanecer escondido entre las sombras. Quería correr hacia ella, estrecharla entre sus brazos, consolarla. A pesar de sus mentiras. A pesar de todos los años y todas las circunstancias que les habían separado. Pero no podía.

Tampoco podía escribir la historia sobre la muerte de Harley Taggert. Ahora no, cuando conocía la verdad. Podría arruinar demasiadas vidas inocentes. La venganza personal contra Dutch Holland había acabado. Así debía ser. Dutch, el cabrón, era el padre de Claire y también el abuelo de su propio hijo. Kane, cobijado bajo la sombra del seto, decidió que destruiría todos sus archivos. Si las hermanas querían delatarse, allá ellas, pero él no lo haría ni llevaría a Tessa ante los tribunales. Si Weston Taggert era realmente el asesino de Jack y Hunter, pronto se descubriría.

En cuanto a Claire y a sus mentiras sobre Sean, tenía que hablar con ella en otro momento. Kane vio cómo Miranda echó de repente la silla para atrás y se dirigió hacia Claire.

– Todo irá bien -susurró, mientras las dos hermanas se abrazaban.

– Pero ¿qué pasa con Weston? -dijo Tessa-. No podemos dejar que se libre de todo esto.

Miranda tenía una expresión seria.

– La policía se dará cuenta de que falseó los documentos laborales de Hunter. Atarán cabos. Además, he estado investigando con la ayuda de un amigo del departamento, Frank Petrillo. Alguno de los negocios de Weston, en particular el que intenta cerrar con una tribu para abrir un casino, no está en regla. Así que va a tener más problemas con la justicia de lo que jamás hubiese pensado. Aunque eso ya no importa.

– Claro que importa -dijo Tessa, con tono distante-. Tiene que pagar.

– Shh. No hables así -le pidió Miranda-. Y ten esperanza. Sé que es difícil, pero las cosas acabarán saliendo bien.

– Nunca irán bien -dijo Tessa.

Kane, con sentimiento de culpa sobre los hombros por escuchar a escondidas como un vulgar fisgón, se escabulló en dirección al camino que bordeaba el lago. Sin embargo, pudo escuchar la voz de Tessa tras él.

– Pienso que estamos condenadas -continuó como absorta-. Cada una de nosotras.

Capítulo 31

Claire no podía comer ni dormir. Tras las revelaciones de la noche anterior, había pasado horas agitada y dando vueltas en la cama, mirando el reloj y recordando a Harley, al dulce y encantador Harley. Le había querido con un amor inocente de juventud, y no se había cuestionado sus sentimientos hacia él, hasta que apareció Kane. A pesar de sus errores, de sus defectos, no merecía morir y Tessa tampoco merecía ser una asesina.

Claire se duchó y vistió. Llevó a los niños a Stone Illahee, para que asistieran a sus clases de tenis y pasaran el día en la piscina. Más tarde, volvió a casa y se preguntó qué podría hacer para recuperar un poco de orden en su vida. Consideró la idea de llamar a la policía. Alcanzó el teléfono en varias ocasiones, pero luego decidió dejar a Miranda al mando. Después de todo, Miranda trabajaba en la oficina del fiscal del condado de Multnomah, la ciudad más grande de Portland. Así pues, como funcionaría de la justicia, debía de ceñirse a la verdad y seguir las leyes al pie de la letra. Las autoridades de Chinook acabarían siendo informadas.

«¿Y tú qué? ¿Es que no te preocupa lo que está bien y lo que está mal? ¿La muerte de Harley? ¿La violación de Weston a Miranda? ¿La pérdida del bebé de Miranda y Hunter?»

El dolor le desgarraba el corazón. Todo aquello la atormentaba. La atormentaba muchísimo.

Igual que cuando era una niña, sintió la necesidad de salir corriendo, de ignorar todo aquello que le quedaba por hacer. Caminó hacia la cuadra y contempló las nubes flotando en el cielo. ¿Qué más daba? En pocos minutos estaba ensillando la pequeña yegua y trotando hacia su habitual sendero cubierto de hierbajos, en dirección al terreno sagrado de las tribus nativas americanas. Se trataba de aquel claro del bosque situado en el risco, sobre el que Ruby le había advertido hacía años. Aquel lugar especial donde Kane y ella habían hallado el amor.

Kane. El corazón se le encogió al pensar en él. Seguramente Kane descubriría la verdad, destaparía las mentiras. De un modo u otro averiguaría que Sean era su hijo. ¿Y entonces qué? ¿Odiaría a Claire durante el resto de sus días, la abandonaría, lucharía por la custodia? Las ideas le daban vueltas en la cabeza. Oh, Dios, tenía que contárselo, y pronto.

Una bandada de gaviotas volaba por encima de los árboles, y las telarañas, entre las ramas, brillaban con el rocío de la mañana. Mientras la yegua trotaba segura en dirección a las nubes, varias hojas abofetearon el rostro de Claire.

Una vez en el risco, Claire aminoró el paso y dirigió la yegua hacia la zona de acampada donde se había encontrado con Kane. Sin embargo, aquel día no estaba y, excepto los restos de cenizas frías de una hoguera apagada, no había indicios de que nadie hubiera estado allí. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral, la carne se le puso de gallina y se preguntó si Ruby tendría razón, si los espíritus de los muertos habitaban en aquel pedazo de tierra.

Desilusionada, dejó que la yegua pastara y, sobre la silla de montar, contempló el océano oscuro y misterioso desde la cumbre. Las nubes se agolpaban en el cielo, amenazantes. Se dio cuenta de que en realidad no le apetecía cabalgar, sino que lo que quería era volver a ver a Kane. No necesitaba volver a ver aquel lugar lúgubre, sino a Kane.

Y eso era lo que haría.

– ¡Arre! -Tiró de las riendas. Hizo que el caballo girara en dirección a casa, presionó fuerte con las rodillas y ordenó a la yegua galopar. Por alguna razón, parecía sentir que el tiempo se le agotaba, que si no encontraba a Kane y le contaba la verdad sería demasiado tarde.


La última persona a la que Weston esperaba encontrar en su oficina era a Tessa Holland. Pero allí estaba, sentada en el sofá, con sus bonitas piernas cruzadas y un cigarrillo consumiéndosele en la mano. De algún modo, había conseguido burlar a la nazi de su secretaria, pero a Weston no le importaba. Tessa estaba tan sexy como siempre. Llevaba un jersey blanco ajustado y una falda negra corta. Weston sintió cómo su pene empezó a palpitar. Maldijo en silencio su libido hiperactiva, pues siempre conseguía meterle en problemas. En serios problemas.

– Tessa -dijo, intentando parecer despreocupado. Apoyó el trasero en una esquina de su escritorio y se dio una palmada en la rodilla con las manos-. ¿A qué debo el honor?

– Creí que ya era hora de poner las cartas sobre la mesa.

– ¿Las tuyas?

– No. Las tuyas. -Dio una calada a su cigarrillo y expulsó una bocanada de humo-. ¿Te has enterado de que han encontrado el cuerpo de Hunter Riley en la zona de excavación de la ampliación de Stone Illahee?

Weston tenía que andarse con cuidado. Obviamente, Tessa sabía más de lo que él pensaba.

– Escuché que habían encontrado a un chico, que suponen que es Riley por un anillo que llevaba, pero que no tendrán los resultados definitivos hasta que se realicen las pruebas dentales.

– Es sólo cuestión de tiempo. -Tessa ladeó la cabeza y miró a Weston de una manera que le produjo escalofríos-. Fuiste tú, Weston -le dijo-. Todas lo sabemos, porque mentiste cuando contaste que estaba trabajando en la plantilla de Canadá. -Chasqueó con la lengua-. Sabes, pensaba que eras más listo.

– Así que, has venido aquí para… ¿acusarme de asesinato? -rió-. Vamos, Tessa. Relájate. Según recuerdo, lo pasamos bien juntos. ¿No es por eso por lo que has venido, por lo que has vuelto?

– Ni en tus sueños. Sólo quería jugar contigo.

– Tessa, cariño…

– Según recuerdo yo, a veces también lo pasamos mal -dijo, abriendo un poco más sus ojos azules-. Como cuando me golpeaste y me obligaste a agacharme y a chupártela.

– Bueno, yo no…

– ¿Y qué me dices de cuando violaste a Miranda? ¿Te acuerdas? Sufrió un aborto. ¿Lo sabías? -Tessa se levantó y avanzó rápidamente hacia Weston. Se colocó cerca de él y le clavó en el pecho dos de sus dedos, con los cuales continuaba sujetando el cigarrillo, marca Virginia Slim. Tenía una actitud autoritaria y vengativa. Ya no era aquella niñita asustadiza-. Tu ataque fue tan brutal que perdió el bebé. Y yo estaba tan débil, tan jodidamente inútil, que ni siquiera pude ponerme en pie para ayudarla. Debí haberte matado entonces, Weston, y ahorrárselo al Estado cuando te condenen por el asesinato de Hunter Riley.

– Yo no lo hice…

– Entonces sabes quién fue. -Dejó caer la ceniza en la moqueta-. Más vale que consigas un buen abogado, porque lo vas a necesitar.

– No tienes ninguna prueba de lo que estás diciendo -replicó Weston, sereno por fuera, pero deshecho por dentro-. ¿Y quién te va a creer? ¿Cuántos psiquiatras has visitado en los últimos quince años? ¿Cinco? ¿Diez? ¿Y no corrían rumores de que te tirabas a uno de tus terapeutas? Por Dios, Tessa, no sé de qué estás hablando. No eres más que otra psicópata chiflada.

Tessa no retrocedió ni un milímetro.

– ¿Y qué me dices de Jack Songbird? ¿Sabes que encontraron su cuchillo junto al cuerpo de Hunter? -Sonrió de una forma extraña, curvando sus labios carnosos pintados con pintalabios rojo brillante. Se dio un golpecito en la cabeza, como si le hubiera venido algo a la cabeza, y continuó preguntando-: ¿No te vi yo con aquel cuchillo? ¿Recuerdas? Justo después de que te rayasen el coche.

Weston empezó a sudar, pero estaba demasiado acostumbrado a aquel tipo de juegos para dejarse vencer.

– Estás chiflada, ¿verdad?

– Vas a caer, Taggert, es cuestión de tiempo. Sólo quería que supieras que estoy deseando testificar, no sólo por lo del cuchillo, sino también por todo lo demás. No tengo nada que perder y, ¿sabes qué? me siento bien.

Weston rió, aunque lo que de verdad quería era estrangularla.

– Adelante. No tengo nada que ocultar. ¿Por qué iba yo a querer asesinar a Riley o a Songbird?

– Buena pregunta, pero ya sabes -dijo apagando el cigarrillo en una bandeja de metal que había situada sobre la mesa, cerca del sillón-, a la policía se le da bien averiguar los móviles. Ah. -Se detuvo, como si se hubiese olvidado de algo, aunque su actuación era tan impecable que Weston estaba seguro de que lo tenía todo preparado- supongo que sabrás que también están investigando tus negocios.

– ¿Mis negocios? -se le hizo un nudo en la garganta.

– Sí, no estoy segura de qué rama del gobierno lo está investigando, Hacienda, el Estado o algo así, pero más te vale rezar para que tus cuentas estén en regla. -Cogió el bolso, y se dirigió hacia la puerta-. Vine a darte la buena noticia porque imaginaba que te lo debía, dado todo lo que has hecho por mí y por mi familia. -Le tiró un besó y agarró el pomo de la puerta-. Nos vemos en los tribunales.

Y se fue de la oficina, dejando atrás el aroma a humo y a perfume caro. Estaba tirándose un farol, tenía que ser eso. ¿O le odiaba tanto que era capaz de humillarse testificando contra él? ¿No existía un artículo de prescripción para los casos de violación y agresiones o… había cambiado? En cuanto al asesinato… «Piensa, Taggert. Piensa. Has estado en aprietos peores que éste. ¡Tiene que haber una solución!»

Rodeó el escritorio y se sentó en la silla. El corazón le iba a mil por hora y tenía el cuerpo empapado en sudor. Creyó que iba a perder el control de su estómago, pero la sensación desapareció cuando se dio cuenta de que guardaba un as en la manga. Todo lo que tenía que hacer era librarse de Tessa. Y también de Sean. El chico era hijo de Harley, una amenaza para la herencia, así que tendría que encargarse de él. Weston había trabajado mucho y duro. Había tenido que quitar a más de una persona de en medio con tal de conseguir todo el dinero de los Taggert. El único rival que le quedaba en la repartición de la fortuna era Paige, pero nunca había podido librarse de ella. Necesitaba que Paige cuidara del viejo. Además, había algo en ella, en aquella forma que tenía de elevar la barbilla, o en el brillo de sus ojos, que le advertía que podía ser muy peligrosa. Weston estaba convencido de que Paige, aunque nunca le había dicho nada, conocía todas las barbaridades que él había cometido; las mantenía ocultas y esperaba el momento oportuno para utilizarlas en su contra.

Se dispuso a utilizar el teléfono de la mesa, pero lo pensó mejor, y sacó el móvil de su maletín. Abrió el teléfono. Con dedos hábiles marcó el número de Denver Styles. Saltó el buzón de voz, y dejó un mensaje para Styles, en el que le pedía que se viesen aquella misma tarde.


Claire nunca había estado en la pequeña cabaña al otro lado del lago. Sabía que allí vivía Kane, incluso había navegado por aquella zona, pero nunca se había detenido en aquel lugar, y su relación con Kane antes de que éste se fuera al ejército había sido tan corta y fugaz que no había habido tiempo. Además, por aquellos días, Kane siempre buscaba excusas para dejar la casa y al borracho de su padre.

A medida que se acercaba con el coche hacia la zona de aparcamiento de la casa, el corazón le latía cada vez más fuerte. El jeep de Kane estaba aparcado en el camino. Tenía que enfrentarse a él y contarle que él era el padre de Sean. Basta de mentiras. Tenía los dedos húmedos por el sudor. Encontró un millón de excusas para posponer lo inevitable, pero no podía. Era la hora.

Comenzó a subir los peldaños del porche, cuando Kane abrió la puerta.

– ¿Me buscabas? -preguntó.

Parecía más distante de lo normal. No le dio un beso, ni siquiera le dedicó una sonrisa. Sin embargo, estaba tan atractivo como siempre, igual de varonil. Una parte en Claire quiso rodearle con los brazos el cuello, besarle y no separarse nunca de él.

– Tenemos que hablar.

Kane levantó una ceja dorada en señal de interés.

– ¿Sobre qué? -preguntó con aire despreocupado.

Claire pudo notar un tono… ¿condenatorio?… en su voz.

– Sobre muchas cosas.

Kane tenía la boca en línea recta y los ojos a la defensiva. Dejó la puerta abierta y Claire se atrevió a pasar. La casa estaba ordenada, excepto el escritorio donde Kane trabajaba, lleno de papeles, bolígrafos, carpetas y clips. También había un ordenador. Claire notó la presencia de Kane tras ella, esperando. Intentó encontrar las palabras para que él pudiera comprenderla.

– Hay… algo que tienes que saber. -Estaba temblando por dentro. ¿Durante cuánto tiempo había esperado aquel momento? ¿Durante cuánto tiempo había soñado con ello y también lo había temido? Y ahora las palabras no querían salir de su garganta. Dieciséis años de mentiras. Dieciséis. Había veces en las que ella misma dudaba de la verdad.

– Date la vuelta, Claire -le dijo, tocándola en el hombro. Dándole la vuelta con delicadeza, obligándola así a que le mirara a los ojos.

– Es que es difícil -se aclaró la voz-. Es… es sobre Sean.

Los labios de Kane se tensaron una fracción.

– No es hijo de Paul.

– ¿Qué? No, pero… -Oh Dios, ¡lo sabía!

– Sino mío.

Las palabras parecían resonar en el cerebro de Claire, pero no había más que silencio en la habitación. ¿Era rencor lo que reflejaban los ojos de Kane? ¿O simplemente enfado?

– Sí.

– ¿Por qué no me lo dijiste?

– Yo… no podía. Cuando lo supe estaba casada. Había acordado con Paul que diríamos que el hijo era suyo, y pensaba… Quiero decir, hasta que Sean tuvo tres o cuatro meses, creía que… -Los ojos se llenaron de lágrimas. La vergüenza coloreó sus mejillas.

– Creías que era hijo de Taggert.

– Sí -La voz le temblaba-. Yo… Oh… Kane, lo siento mucho. -Nunca había sido tan sincera. Se arrepentía tantísimo de habérselo ocultado, de todo el tiempo perdido.

Claire se echó a los brazos de Kane y notó su cuerpo rígido.

– Pensaba que era de Harley. Durante el embarazo y los tres primeros meses de vida, creía que el padre de Sean había muerto, que nunca más volveríamos a verle. Pero luego… a medida que los meses y los años pasaron, se hizo evidente que era hijo tuyo, pero me quedé embarazada de Sam y era más fácil simular que éramos una familia normal y feliz. -Parpadeó con los ojos llenos de cálidas lágrimas-. Naturalmente, no lo éramos.

Kane sintió cómo un escalofrío le recorría el cuerpo. Algo en su interior pareció resquebrajarse. Sus brazos, distantes instantes antes, estrecharon fuertemente el cuerpo de Claire, abrazándola, como si quisiera poseer su alma y cuerpo.

– Ya está -le dijo contra su pelo, mientras notaba cómo las rodillas se le doblaban. ¿Qué había hecho ella para merecer comprensión? La besó en la coronilla.

Claire emitió un pequeño sollozo ahogado.

– Te quiero -le dijo Claire.

Kane la abrazó incluso con más fuerza.

– Te quiero. -Subió las manos y movió la cabeza de Claire hacia arriba, para poder mirarle a los ojos-. Ya sabía lo de Sean.

Claire se quedó inmóvil.

– ¿De verdad?

– Lo descubrí ayer.

– ¿Qué?

Dios mío, lo sabía y había dejado que se humillara, que se arrastrara ante él. Intentó apartarlo, pero él continuó sujetándola, presionando la cabeza de Claire contra su hombro.

– Conseguí una copia del certificado de nacimiento.

– Oh, no -Claire quería que la tierra se la tragase.

– Al principio pensé que era hijo de Taggert. Pero después, pensándolo, vi que se parecía mucho a mi familia. El tipo de sangre también encaja. Lo he comprobado.

– Yo no lo supe hasta que fue demasiado tarde. Luego pensé que sería mejor para él pensar que Paul era su padre biológico, dado que estábamos casados -sollozó-. Otra equivocación.

– Todo va a salir bien -dijo, sorprendiendo así a Claire. Deseaba que Claire le creyera, que confiara en él.

– No sé cómo.

– Quiero que te cases conmigo, Claire -le dijo, mirándola y dedicándole sólo un esbozo de sonrisa-. Hemos perdido demasiado tiempo, pero creo que podemos recuperarlo. Todos.

Anonadada, Claire le miró. ¿Casarse? ¿Kane quería casarse?

– Pero Sean y Samantha…

– Ambos serán mis hijos.

– No creo que… es decir… Kane, estás escribiendo un libro sobre Harley.

Todo estaba sucediendo demasiado deprisa. Dieciséis años era demasiado tiempo para repararlo en un segundo.

– Se acabó. Tengo que hacerte una confesión.

Kane llevó a Claire al sofá, donde se hundieron el uno junto al otro. Una vez sentados, le pasó la mano a Claire por encima del hombro y le explicó lo sucedido la noche anterior. Le contó que había caminado a orillas del lago, con el fin de enfrentarse al hecho de que Sean fuera su hijo, que luego había oído la conversación de las tres hermanas y que había sido incapaz de dejar de escuchar.

– No debí quedarme allí escuchando a escondidas -dijo, obviamente, con la culpa aún carcomiéndole.

De nuevo, Claire se quedó helada al pensar que Kane había oído aquella conversación privada. El dolor de Miranda y la escalofriante confesión de Tessa.

– Pero no podía irme. Créeme, vuestro secreto está a salvo conmigo.

– Ya no hay nada a salvo. -Aquella era la única certeza en su vida.

– Shh. -La besó, notando el sabor salado de sus lágrimas-. Tú sólo confía en mí, Claire.

– Lo hago. -Se estremeció y emitió un pequeño suspiro de rendición. ¿Cuánto tiempo llevaba esperando escuchar aquellas palabras? Hubo un tiempo en que Claire nunca habría pensado que llegarían a estar juntos.

– Cásate conmigo.

– Sí… sí, quiero -prometió con lágrimas en los ojos.


Weston arrió el foque y el velero cortó el viento. Había llamado a Denver Styles para pedirle que se reunieran. Ahora se encontraban a solas en el Stephanie, rumbo mar adentro. Navegando en aquel impresionante velero, Weston se preguntó hasta qué punto podía confiar en Styles. El muy hijo de puta avaricioso haría cualquier cosa por dinero, de eso estaba seguro, y según le había demostrado, Styles no tenía escrúpulos. Era un detective privado solitario que probablemente mantenía lazos con el mundo criminal.

– Tengo un problema -reconoció Weston, manejando el velero en el sentido del viento.

– ¿De qué tipo? -Styles desvió la mirada en dirección a Weston.

– Uno que espero me ayude a solucionar.

– Tal vez.

– Necesito que algunas personas… desaparezcan.

El viento sopló sobre el pelo de Styles, tapándole parte del rostro. Sin embargo, el tipo no cambió de expresión. Continuó mirando a Weston con aquellos ojos grises del mismo color que el acero.

– ¿Qué quiere decir con «desaparecer»?

– Pues que nos dejen para siempre.

Styles se frotó la mandíbula.

– Quiere que se los carguen.

Weston elevó un hombro y dijo:

– Eso sería lo más fácil, supongo. Un accidente en la 101, donde la carretera zigzaguea por encima del mar… el quitamiedos podría ceder y el coche podría precipitarse fuera de la carretera. Caería por el acantilado, zambulléndose en el océano.

Styles apretó los dientes, casi imperceptiblemente.

– ¿Y quiénes irían en el coche?

– Tessa Holland y su sobrino, Sean St. John.

– ¿Y si digo que no?

– Hay mucho dinero en juego.

Styles dudó y Weston supo que le tenía. A aquel cabrón sólo le motivaba el dinero.

– ¿Cuánto?

– Medio millón de dólares. Todo lo que tiene que hacer es encontrar la manera de raptarles y hacer que Tessa ingiera licor, tal vez el chico también, dado que es un gamberro y apuesto a que está harto de beber cerveza. Después de emborracharles, colóqueles en el coche de Tessa, y mientras todo el mundo acude a la fiesta que Dutch celebra mañana por la noche para anunciar su candidatura a gobernador, ambos sufrirán un accidente.

– Y usted tendrá una coartada. -No había un ápice de inflexión en la voz de Denver.

– Exacto. -Weston giró el velero en dirección al canal que conducía a la bahía-. ¿Qué me dice?

– ¿Quinientos mil?

– Eso es. Cien mil por adelantado.

Los fríos ojos de Styles echaron chispas, un minúsculo indicio de duda o remordimiento de conciencia. Poco después, sonrió de oreja a oreja.

– De acuerdo, Taggert -dijo-. Pero quiero mi dinero mañana por la noche, en cuanto termine la fiesta. Luego, desapareceré. Nunca más volverá a saber de mí.

– Perfecto -dijo Weston. De pronto le empezaba a gustar el estilo de aquel tipo-. Perfecto.

Capítulo 32

– Hay algo de lo que quiero hablarte -dijo Claire cuando Sean entró precipitadamente en casa.

Últimamente su hijo salía mucho y continuaba enfadado por haberse mudado a Oregón. Aunque no le habían vuelto a pillar robando, se había estado juntando con algunos críos que a Claire no le gustaban, llegaba tarde a casa y se quejaba constantemente. A menudo, Claire podía notar el olor a cigarrillos y cerveza, aunque nunca le había pillado con las manos en la masa o borracho. Sean se disponía a subir las escaleras, en dirección a su habitación.

– ¿Qué? -A la defensiva, se volvió hacia su madre. Vio que llevaba un vestido color crema-. Joder. Crees que voy a asistir a esa puñetera fiesta, ¿no?

– Es la gran noche del abuelo.

– Le pueden dar al abuelo. No es más que un cabrón manipulador.

– ¡Sean!

– ¿Qué pasa? Es la verdad. Además, tengo planes.

– ¿Con quién?

– ¿Y eso qué importa?

– Por supuesto que importa. Sean, a esta fiesta no puedes faltar.

– Claro que sí. Al abuelo no le importa que vaya. Además, ni siquiera le gusto.

– ¿Por qué dices eso?

– Lo noto en su mirada.

– Estás paranoico -dijo Samantha mientras bajaba las escaleras con su vestido nuevo, confeccionado con seda rosa que hacía frufrú.

– Sí, y tú eres una…

– Dejadlo, ¿de acuerdo? No tenemos tiempo para esto. Entremos en la cocina, Sean, hay algo de lo que quiero hablar contigo. -«Es ahora o nunca», se dijo. Demasiada gente sabía que Sean no era hijo de Paul. Era hora de que él conociera la verdad.

– Si alguien te ha dicho que he estado robando cosas, es mentira…

– Samantha, necesitamos estar a solas unos minutos -le dijo Claire.

Sam asintió y se dirigió hacia el porche de delante.

– No te ensucies.

– No lo haré, tranquila.

La puerta delantera se cerró de un portazo tras ella.

Claire siguió a su hijo hacia el interior de la cocina. Le observó revolver en el frigorífico hasta que se decidió por una lata de Coca-Cola y un trozo de pollo frío, y se sentó en un taburete, junto a la repisa. Sus ojos mostraban desconfianza, el pelo le cubría el rostro, tenía una expresión de enfado.

Sin embargo, Claire le quería con todo su corazón.

– Hay algo que quiero que sepas. Algo que debí haberte contado hace mucho tiempo.

– ¿Sí? -Destapó el refrescó-. ¿Qué?

– Es sobre tu padre.

– Es un pervertido. -Tomó un buen trago a la Coca-Cola.

– No, Sean, no te estoy hablando de Paul.

– Joder, entonces ¿qué…? -Le lanzó una mirada severa.

Claire reposó los dedos en el antebrazo de Sean. Pudo sentir la tensión de sus músculos.

– Paul St. John no es tu padre biológico.

– Pero ¿qué coño…? -se apartó de ella como si estuviera ardiendo-. ¿Qué quieres decir con que no es mi padre biológico?

– Pues eso. Escúchame. No estaba casada cuando me quedé embarazada de ti. Mantenía una relación con una persona, pero él se alistó en el ejército y no llegó a saberlo.

– ¿Qué? -Saltó del taburete y avanzó hacia el extremo opuesto de la cocina, donde golpeó la pared-. ¿Qué? Por el amor de Dios, mamá, ¿es esto algún tipo de broma?

– No es ninguna broma.

– Pero… -Sacudió la cabeza incrédulo.

– Tu padre es Kane Moran.

Sean apenas pudo articular palabra.

– ¿El tipo de la motocicleta?

– El que te pilló robando en la tienda.

– ¿Es mi padre? -Su voz se quebró-. Esto no es más que otra mentira, ¿verdad?

– No -Claire le miró completamente seria.

El rostro de Sean pasó del rojo de un rebelde, al blanco de un fantasma.

– No puede ser.

– Sí, Sean, debí habértelo dicho antes.

– ¡Joder que si debías habérmelo dicho! ¿Pero esto qué es, mamá? ¿Vas a decirme que toda mi vida es una mentira?

– No, pero…

– Dios, ¡no me lo puedo creer! -Se le saltaron las lágrimas-. Te estabas tirando a ese tal Moran y luego me hiciste pasar por el hijo de ese pervertido de St. John. Por el amor de Dios. ¿Y Sam? -Su voz se quebró nuevamente y le empezaron a caer lágrimas de los ojos sin que él pudiese evitarlo.

– Paul es su padre.

– Por Dios, mamá.

– Sean, escúchame…

– ¡Ni hablar!

Retrocedió, tropezó con el taburete y se dirigió hacia la puerta. Salió corriendo de la cocina, todo lo rápido que le permitieron sus piernas. Claire fue tras él, cruzó las puertas francesas en dirección al porche, pero los tacones se le enganchaban entre las tablillas del suelo, así que no pudo llegar a alcanzar a Sean en su carrera hacia el garaje, hacia el embarcadero, hacia el bosque.

– ¡Sean! -chilló- ¡Sean!

– ¿Qué ha pasado? -preguntó Sam desde el porche.

– Le he dado una noticia que no quería recibir.

– ¿Qué noticia?

– Ya te lo diré luego. Ahora tengo que encontrarle.

– Deja que se le pase -le aconsejó Sam-. En realidad no hace falta que vaya a la fiesta, ¿verdad?

– Debería.

– Si va lo único que hará será molestar -dijo Samantha, sabiamente.

Claire miró hacia el bosque y se sintió impotente. Quizá Sam tuviese razón. Pero poco después volvió a sentir la necesidad de seguir a su hijo, abrazarle y decirle que todo saldría bien, que sentía haberle mentido, pero que la vida continuaba. Pidió a Dios que su hijo estuviese bien y que ella estuviese haciendo lo correcto.

– Está bien. Démosle un poco de tiempo -le dijo a Samantha, y se dispusieron a entrar en casa.

Cuando llegaron a la cocina, el teléfono sonó. Claire descolgó el auricular tras el tercer tono.

– ¿Claire? -La voz de Miranda temblaba-. ¿Has visto a Tessa?

– No. ¿Debería?

– Íbamos a asistir juntas a la fiesta, pero no está en su suite ni en cualquier otra parte de Stone Illahee.

Aquello no era ninguna sorpresa.

– Ya sabes cómo es.

– Sé que no quería asistir, pero anoche me dijo que lo haría.

– Sabes que suele cambiar de idea fácilmente.

– Esto es diferente -dijo Miranda.

Una nueva inquietud recorrió la columna vertebral de Claire.

– Hablé con ella hace dos horas y me dijo que estaría lista. Lo que pasa es que creo que había estado bebiendo.

– A veces, cuando necesita un poco de confianza…

– Lo sé, lo sé, se toma un trago. Pero… Oh, en fin, imagino que no puedo hacer nada. Nos vemos en la fiesta. Quizá Tessa aparezca por allí.

– Quizá -dijo Claire, mirando hacia el bosque en donde su hijo se había adentrado.

Sean volvería a casa. Siempre lo hacía, pero no hasta encontrarse bien y listo.

Claire contempló el cielo vespertino y no pudo evitar sentir un mal presentimiento.

Capítulo 33

A Weston le temblaba la mano al servirse licor en un vaso. Estaba perdiendo el control. Estupendo. Cómo le reventaba todo aquello. Aquella misma noche Dutch Holland haría oficial su candidatura a gobernador. Mientras aquel cabrón estaba allí, cenando y ganándose a la élite de Oregón, bailando, riendo, bebiendo, preparándose para un emocionante y tardío viaje, la policía estaría encajando todas las piezas de lo que le había sucedido a Hunter Riley.

Por no mencionar lo que había descubierto Kane Moran con su maldita investigación. Maldición.

Weston se llevó el vaso de güisqui a los labios y miró por el ventanal de su oficina, captando una vista panorámica de la ciudad de Chinook y más allá de ésta, por encima de los tejados, hacia el inmenso océano Pacífico, oscuro y misterioso, espejo de sus propios e inconmensurables pensamientos. La oficina estaba en penumbra; excepto por la lámpara del pasillo. Weston observó su reflejo en el vaso, una figura fantasmal, bebiendo a solas. Tras él, las luces de la ciudad brillaban sin descanso. Daba la sensación de que Weston estaba superpuesto al resto de Chinook. De hecho, así era como debía ser: siempre a la sombra, en las alturas, impresionando al resto de la ciudad. Pero también había otra imagen, una que Weston sólo podía ver en su mente: la de un chico encerrado en un sótano oscuro, al que habían amenazado con perder su casa, su herencia, el amor de sus padres.

– No me vuelvas replicar en la vida, chico -le había gritado Neal Taggert, abofeteándole en la cara mientras le empujaba hacia la puerta del sótano-. Y a tu madre tampoco. Si lo haces, te juro que te golpearé en cada centímetro de tu miserable cuerpo y tendrás que ir olvidando que vives aquí, conmigo, con tu madre. Me aseguraré de que todo vaya a parar a manos de Harley y Paige. -Le clavó los dedos en el brazo. Se inclinó a su oído-. Y me aseguraré de que cualquier hijo bastardo que engendre consiga más que tú.

Ni se reía ni sonreía. La expresión de Neal Taggert era dura como una piedra. Tenía los ojos oscuros por la decepción y la ira, mientras ordenaba imperiosamente a Weston que entrara en el sótano.

Temblando, Weston hizo lo que su padre le había ordenado. La puerta se cerró con un estruendo y Weston pudo oír cómo su padre le echaba el cerrojo.

No había luz en aquel sepulcro. El interruptor estaba colocado al pie de las escaleras, al otro lado de la puerta. Neal Taggert soltó unos tacos en voz baja, mientras subía las escaleras y dejaba a Weston a solas. La única iluminación que había era la que entraba por debajo de la puerta. Weston había pasado horas en aquel lugar. Cada minuto le había parecido una eternidad. El miedo le corría constantemente por la espalda. Su imaginación se disparaba, imaginaba ratas, arañas y murciélagos. Se sentó con la espalda apoyada en la puerta, los brazos sobre las rodillas. Tenía la vejiga tan llena que casi se le escapó el pis, hasta que finalmente se dirigió a una esquina y orinó contra la pared. Más tarde, cuando una criada descubrió la mancha, le golpearon nuevamente, porque su padre pensó que Weston había orinado allí simplemente para demostrar aún más su rebeldía.

Dios, el viejo era un cabrón. En la actualidad el carácter de Neal se había suavizado debido a la vejez y a la debilidad, las cuales le habían arqueado la espalda y le habían dejado sin poder hacer uso de las piernas. Al menos no podría tener más hijos. Y por el momento, no habían aparecido más hijos bastardos. Había habido uno… Hunter Riley… pero ahora estaba muerto. Como Songbird. Weston no estaba seguro sobre el indio. Corrían rumores que decían que Neal y Ruby Songbird habían estado juntos. Nunca se había probado, pero aquel Songbird era un gilipollas, siempre llegaba tarde, se burlaba de Weston, rayaba coches… y Neal nunca había querido despedir a aquel hijo de puta. Así pues, Weston comenzó a atar cabos. Aunque Jack no hubiese sido hijo de Neal, era como un grano en el culo, siempre metiéndose con cómo trataba Weston a Crystal, y luego lo del coche… Por una u otra razón, aquel desgraciado hijo de puta merecía morir.

Las luces de la ciudad iban desapareciendo poco a poco, a la vez que la niebla comenzaba a cubrir el mar.

Weston agitó su bebida. A continuación pegó un trago. De fondo, un coche de policía con las luces encendidas cruzaba la ciudad a toda prisa y a continuación desaparecía tras una esquina. La niebla se hacía más espesa. Weston comprobó el reloj. Era la hora…

Otra tragedia estaba a punto de acontecer.

Weston ya lo había puesto todo en marcha. Se acercó al ordenador y envió un par de e-mails. Uno de ellos a su contable, el otro a un capataz de la maderera, a sabiendas que ambos e-mails quedarían registrados indicando la fecha y la hora. Poco después, realizó dos llamadas rápidas desde el teléfono de su oficina, por si acaso la policía comprobase el uso del aparato. Su coche permanecía aparcado en su plaza habitual, al cuidado de un vigilante nocturno. Weston no pensaba moverlo, tenía otro vehículo a su disposición, una furgoneta de encargos a domicilio que años atrás había conducido el padre de Kendall. Se trataba de un vehículo corriente, de color azul oscuro, de la marca Ford, como había docenas en la ciudad, casi idéntico al que conducía el padre de Jack Songbird, el marido de Ruby… Sí, era perfecto. Sobre todo porque llevaba dos matrículas falsas con número distinto. Weston había robado ambas placas. La de delante pertenecía a un Dodge que había aparcado junto a un bar del pueblo; la trasera la había cogido discretamente la noche anterior de la furgoneta de Songbird, mientras se encontraba aparcada frente a su domicilio. Todo estaba preparado para aquella noche en la que Dutch Holland pensaba anunciar su candidatura a gobernador. Solamente quedaban unos cuantos cabos sueltos por atar.

Colocándose un par de guantes negros y ajustados, Weston cerró con llave la puerta de su oficina y bajó por la escalera trasera.

En silencio, abrió la puerta, adentrándose en la noche sobre la cual caía una densa niebla.


Sean dio una patada a una piedra y frunció el ceño mientras avanzaba por la calle. La piedra rebotó en un bache y golpeó el guardabarros de un Toyota nuevo y reluciente. Genial. Justo lo que necesitaba. Más problemas. Como si no tuviera suficientes. Colocó el monopatín en el suelo y comenzó a rodar rápidamente por las calles de la pequeña y silenciosa ciudad. Dios, cómo odiaba aquel lugar. No podía entender por qué su madre no se mudaba de nuevo a Colorado.

«Claro que lo entiendes. Es por ese gilipollas. Por tu padre real.»

No podía librarse de aquel pensamiento. Escupió a la vez que avanzaba sobre el monopatín doblando una esquina, mientras sentía el viento húmedo sobre el rostro. Por suerte, empezaba a haber niebla, así que podría pasearse por aparcamientos, jardines y callejones sin que nadie le viera. De nuevo aquella imagen de su madre con aquel tipo, Kane Moran.

– No es más que un imbécil -murmuró subiéndose el cuello de la chaqueta de camuflaje y evitando no pensar en su madre. Joder, no era mucho mayor que él cuando se había acostado con aquel cerdo. No le gustaba aquel tipo. Y no iba a cambiar de opinión sólo porque a Moran le gustaran las motos. El tío era un holgazán, todo el día por ahí y… y… Sean nunca jamás, jamás, llamaría papá a aquel imbécil. Oh, joder, no.

Sean vio un coche policía con las luces encendidas cruzando la ciudad en dirección norte. Rápidamente cambió el rumbo hacia el sur, lejos de la chillona sirena. No necesitaba problemas esa noche. Su madre probablemente había llamado a la policía, ya que llevaba mucho tiempo fuera de casa. Sean sintió remordimientos de conciencia. No quería preocupar a nadie, solamente necesitaba espacio, tiempo para pensar cómo llevar todo aquello. Sabía que de ninguna manera su madre querría mudarse de nuevo a Colorado, lo que le fastidiaba tremendamente. Quizá pudiese llegar a un trato con Jeff y sus padres, quizá dejasen que se quedase con ellos.

Como si Claire fuese a permitirlo.

Oyó un coche tras él y balanceó el peso de su cuerpo para girar en dirección al aparcamiento de la escuela primaria. Sean esperaba que el coche pasara de largo. Pensó en volver de nuevo a casa. Sin embargo, las luces del coche, borrosas en la niebla, giraron hacia el aparcamiento.

¡Mierda!

Sean se dirigió hacia la salida.

El coche le siguió. Los dos rayos idénticos le alcanzaron con su luz difusa, justo cuando Sean esquivaba un bache. Genial. Sencillamente genial.

Se dispuso a salir de allí cuanto antes. Cogió velocidad, a la vez que se atrevió a echar una mirada de reojo. No se trataba de un jeep, ni de un coche policía. De hecho… el coche se parecía mucho al Mustang de su tía Tessa. Se sintió mejor. Tessa le gustaba. La hermana mayor de su madre, Miranda, abogada fiscal, por el amor de Dios, le parecía un fulana de la metrópolis. Era demasiado seria y trabajaba para la puñetera policía. En cambio, la hermana menor, de pelo color rubio platino, pirsin en el ombligo, tatuaje y guitarra, era enrollada. Sean comenzó a aminorar el paso cuando Tessa bajó la ventanilla.

– ¿Sean?

Pillada.

Tessa le había visto. No importaba lo que pasara, se lo diría a su madre. A no ser que Sean hablara con ella. Sean se detuvo y se volvió. El rostro de Tessa, iluminado bajo una farola, estaba pálido y ojeroso. Leía el miedo en sus ojos.

– Creo que deberías subir al coche.

– No… Yo…

Entonces se percató de la presencia de un tipo, sentado en el asiento del copiloto. Aquel hombre tenía el rostro sombreado, oculto bajo la oscuridad y la niebla. Aun así, las vibraciones que Sean percibió no fueron buenas, además de la mala cara que tenía su tía.

– Tu madre está preocupada.

Peor para ella.

– Lo superará.

– Sean, por favor.

Dios, su voz sonaba desesperada, tensa.

– No. -Se dio la vuelta, dispuesto a marchar, cuando vio al hombre moverse, salir del coche. La adrenalina fluyó por sus venas. El temor hizo que se lanzase sobre el monopatín, pero el hombre dio la vuelta al coche en un instante.

– Será mejor que entres en el coche -le dijo a Sean con una voz que le aterrorizó.

Sean saltó sobre su monopatín, pero el hombre le cogió bruscamente del brazo.

– Vamos, Sean -le dijo mientras se abría la chaqueta para que Sean pudiese ver el arma que llevaba enfundada-. Ya.


Kane golpeó suavemente la mesa con el lápiz mientras ojeaba sus notas. Allí se hallaban los informes de la autopsia de Hunter Riley y Jack Songbird, dos personas que habían muerto en circunstancias desconocidas, igual que Harley Taggert, hacía dieciséis años. Tres hombres que, según parecía, tenían poco en común, aparte de vivir en Chinook y trabajar para Neal Taggert. Harley, amante de Claire, era un muchacho rico y consentido que no encajaba en su trabajo; Jack, un nativo americano rebelde de actitud inconformista; y Hunter, un chico que se había desencaminado pero que luego había intentado enmendarse. Este último también había estado enamorado de Miranda y la había dejado embarazada.

Dos de los hombres habían estado relacionados con las Holland. Dos de los hombres pertenecían a la clase baja de la ciudad. Los tres habían muerto antes de tiempo.

¿Por qué?

¿A quién le beneficiarían aquellas muertes?

Si Tessa había matado a Harley, ¿había matado a los otros dos también? ¿Con qué fin? No parecía una psicótica, y había matado a Harley pensando que era Weston… Kane hizo una mueca mientras pensaba en el mayor de los hijos de Neal Taggert. Prepotente. Manipulador. Pura maldad. La pistola que habían encontrado en el agua seguía sin ser reclamada. Sin embargo, Kane había podido averiguar que Mikki Taggert había adquirido un revólver de pequeño calibre hacía años, en una feria de armas. Había conseguido dicha información entrevistando a una antigua criada que había estado trabajando en la casa de los Taggert. La doncella juró haber visto una pistola en el cajón de la cómoda de Mikki, y aunque era igual que la pistola encontrada en la bahía, cerca del cuerpo de Harley, la criada no podía asegurar que se tratara de la misma. Además, le había explicado que, meses antes de la muerte de Harley, robaron o perdieron el revólver. En diversas ocasiones se interrogó al personal de la casa acerca de objetos perdidos, uno de los cuales era la pistola.

Pero a Harley no le mataron de un tiro. No tenía una herida de bala. La pistola se encontró cerca de su cuerpo, pero todas las balas estaban en el tambor.

Tessa mató a Harley.

Tessa no pudo haber matado a Jack o a Hunter.

Kane indicó en un mapa los lugares donde se encontraba todo el mundo cuando atacaron a Jack, suponiendo que no se hubiese caído por accidente del acantilado, lo cual descartó, ya que existían más asesinatos. Había demasiadas coincidencias. No. Kane no creía en las coincidencias.

Miró su ordenador portátil, en cuya pantalla había una imagen de un mapa de Chinook y alrededores. Faltaba algo. Maximizó otra ventana y comprobó la lista que había confeccionado con los principales protagonistas del misterio: Holland, Taggert, Songbird, Riley, y se preguntó acerca de la conexión entre ellos.

Existían rumores generalizados acerca de que ambos, Neal Taggert y Dutch Holland, no eran monógamos. Diablos, su propia madre había sucumbido a los encantos del viejo Benedict. Kane contrajo la mandíbula mientras consideraba su propio papel en aquel drama, más parecido a una telenovela, teniendo en cuenta el accidente de su padre, la traición de su madre y el encaprichamiento de Kane hacia Claire Holland. Era como si todo el mundo en Chinook estuviese liado con todo el mundo.

Había habladurías sobre hijos ilegítimos de Neal Taggert. El viejo había estado relacionado amorosamente con varias mujeres de la localidad.

Años atrás, las pruebas de ADN no estaban disponibles, al menos no eran tan conocidas. Sin embargo, ahora eran posibles. La paternidad se podía probar. Donde antes sólo había rumores o pruebas sanguíneas que pudiesen demostrar la posibilidad de la paternidad de un hombre, ahora se podía tener la certeza. Kane lo había comprobado. Las pruebas sanguíneas realizadas hacía años concluyeron que Hunter Riley podía haber sido hijo de Neal Taggert. En cambio, Jack Songbird no, a pesar de los rumores que se habían extendido por paseos, bares, iglesias y cafeterías de Chinook.

Kane había intentado hablar con Neal Taggert en numerosas ocasiones, pero el viejo se había negado a verle. Aquella noche, la noche en que su rival iba a anunciar su candidatura a gobernador, parecía ser un buen momento para que Neal Taggert confesara.

¿Cómo es ese dicho, «Si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma»? Algo así. En fin, definitivamente la montaña iría a Mahoma.

Dejando sus notas sobre la mesa, Kane cogió las llaves y salió de la vieja y estropeada cabaña donde había crecido.

En el exterior, la niebla era densa y húmeda, la cual le envolvió el cuello y le alisó el pelo. Sin embargo, Kane no prestó atención a la bruma. Se colocó tras el volante, introdujo la llave en el contacto y puso el vehículo en marcha. Aquella noche, cayese quien cayese, averiguaría la verdad.

Las luces de los faros cortaban la noche, dos rayos que penetraban en la densa niebla. Un coche, una especie de todoterreno, se detuvo en el paseo circular. Cuando Paige ojeó entre la persiana, tuvo un mal presentimiento. Nadie iba a visitarles, a ella o a su padre, por la noche. No, no podía ser nada bueno. Se mojó los labios, nerviosa, mientras observaba a un hombre moverse en el asiento del conductor. Cuando se abrió la puerta del vehículo, se encendió la luz interior. El corazón de Paige se encogió al reconocer a Kane Moran. Las facciones de Kane estaban borrosas en la oscuridad, pero aun así pudo reconocerle. Maldita sea, aquel tipo era como un grano en el culo, como un chicle pegado en la suela del zapato en un día de calor.

Paige no esperó a que llamara al timbre. Le abrió la puerta cuando Kane iba por el segundo escalón del porche que rodeaba la casa. Una casa situada en las montañas, la misma en la que Paige llevaba viviendo toda la vida.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó, avanzando hacia el porche para que su padre no pudiera oír la conversación.

– Tengo que ver a tu padre.

– Está descansando -contestó rápidamente-. Está inválido. Se acuesta pronto.

– Me ha estado evitando.

– ¿Y le culpas? -Por Dios, el tipo no se daba por aludido y Paige estaba empezando a ponerse nerviosa. Miró de reojo las ventanas del estudio, donde su padre estaba viendo la televisión-. Estás removiendo demasiado dolor para él. Pensaba que tendrías la decencia de dejar las cosas tal y como están.

– Yo sólo quiero la verdad.

– Y sacar provecho de ello -dijo, levantando una ceja con desdén-. No intentes elevar todo esto a nada más que lo que es: una persona haciendo dinero a costa de la tragedia de otra.

– ¿Es eso lo que crees que estoy haciendo?

Elevó un extremo de la boca formando una atractiva sonrisa, la misma que Paige recordaba de su juventud, antes de perder diez kilos, antes de llevar la ortodoncia, antes de aprender a teñirse el pelo y cortárselo con un estilo favorecedor, antes de descubrir la magia del maquillaje. Se trataba de la misma sonrisa de complicidad que los amigos de Weston le dedicaban mientras se mofaban de ella despiadadamente.

– Sé lo que estás haciendo.

– ¿De qué tienes miedo?

– ¿Yo? -preguntó mientras empezaba a sudar nerviosamente-. De nada.

– Entonces déjame ver a Neal. Déjame escuchar lo que tiene que decir.

– No, ahora no, le molestarás.

– ¿Preferiría una citación judicial? -preguntó Kane. La sonrisa desapareció de su rostro. El brillo de sus ojos reflejaba determinación-. Porque ése será mi próximo paso. Creo que tengo suficientes pruebas para demostrar que tu hermano fue asesinado y que el asesino fue alguien a quien conocíais. Pensé que tu padre y tú querríais conocer esa información. Estoy seguro de que la policía querrá. No hay ningún artículo de prescripción en casos de asesinato, ya sabes, y como recordarás, murieron tres hombres aquel verano. Tres hombres jóvenes. Harley sólo fue uno de ellos. Creo que todos están conectados, y el hilo que los une es que los tres trabajaban para tu querido padre. Ahora bien, o hablo con él aquí y ahora o le mostraré al distrito del fiscal lo que he descubierto y Neal tendrá que hablar con un detective de homicidios.

– Ya lo ha hecho, docenas de veces. -La voz de Paige sonaba convincente, pero las palmas de sus manos estaban húmedas, e hizo todo lo posible por no secárselas en el pantalón.

– Bueno, eso sólo fue un precalentamiento para lo que está por llegar -dijo Kane.

Por el rabillo del ojo, Paige vio moverse la persiana del estudio, unos dedos entre las láminas, unos ojos de anciano tras el cristal observando.

– Vete a casa y déjanos en paz.

– No puedo.

Tap. Tap. Tap. Paige y Moran se volvieron hacia la ventana. Neal abrió la persiana e hizo un gesto para que entraran. Paige quiso que la tierra se la tragara. Sacudió la cabeza, pero Neal frunció el ceño y empezó a gesticular bruscamente.

– Parece que quiere charlar -observó Kane, y pasó junto a Paige, hacia la puerta.

Ella le agarró fuerte del brazo.

– No sé qué has averiguado, pero creo que antes tendrías que hablar conmigo.

– ¿Algún peso del que te quieras librar?

Paige se humedeció los labios. La verdad le martilleaba en la cabeza. Imágenes de la noche de la muerte de Harley. Visiones horribles. Recuerdos oscuros. Estaba tan oscuro, solamente unas pocas farolas del puerto. El velero chocaba contra el amarradero. Los mástiles se elevaban en las alturas. Las luces brillaban en el interior. En la lejanía, Paige oía ruido de fiesta y música flotando sobre el agua. Había gente en cubierta, un hombre alto que Paige reconoció como Harley y una mujer rubia que llevaba algo en la mano. Un arma.

Paige se estremeció. Aunque se encontraba lejos y estaba oscuro, Paige pudo recordar cómo la mujer había golpeado a Harley por detrás. Ferozmente. Furiosamente. Lo bastante fuerte para que el sonido, el desagradable crujido de huesos resonara sobre las aguas. Paige, de pie entre las sombras, comenzó a respirar con dificultad y dejó caer la pistola con la que pretendía asustar a Harley para hacerle despabilar, para hacerle darse cuenta de que Kendall era la mujer a la que amaba. Pero ahora… Aquella rubia… ¿Kendall?… Estaba furiosa, como poseída, golpeando a Harley en la cara. Paige había dejado caer la pistola de su madre. El revólver resbaló por el embarcadero, hasta caer en el agua con un fuerte plop. Paige no esperó a que la descubrieran. Dio media vuelta y corrió tan rápido como sus piernas le permitieron en dirección a su bicicleta, escondida entre los coches aparcados. Seguidamente, pedaleó tan deprisa como pudo, antes de que Kendall la viera, antes de que la dulce y preciosa Kendall se diera cuenta de que Paige había presenciado su crimen.

«Deberías haberte quedado allí. Deberías haber pedido ayuda. Deberías haber hecho algo por salvar la vida de tu hermano, aunque eso significase incriminar a la única chica que te había tratado con una pizca de dignidad. Sin embargo, huíste para que nadie te viera, dejando allí el arma, dejando que Harley se ahogara. Cabía la posibilidad de que le hubieras salvado. No murió del golpe, sino porque se ahogó, y tú sabías nadar, habías estado en el equipo de natación…» La culpa la carcomía por dentro. Se dio cuenta de que estaba llorando. Las lágrimas le corrían por las mejillas mientras Kane Moran la observaba. Se había acabado. Por fin se iban a descubrir todas las mentiras.

– Sí -dijo finalmente, golpeándose la cara con el dorso de la mano. No había razón para intentar proteger a Kendall durante más tiempo. Además, el encaprichamiento de Paige hacia su amiga se había desgastado con el paso de los años… ¿Cómo podía Kendall haberse casado con Weston? Harley era débil, pero Weston… era una persona cruel-. Tal vez tengas razón -admitió-, pero hay algunas cosas que quiero contarte sin que mi padre escuche.

Abrió la puerta y guió a Kane hacia el estudio donde su padre estaba a punto de enterarse de que su nuera, la madre de su nieta, había asesinado a su hijo.

Paige hizo entrar a Kane en el estudio. Su padre estaba sentado en su silla de ruedas. Neal miró a Kane de arriba abajo, luego hizo un gesto a Paige en dirección al mueble bar.

– Ofrece una copa a nuestro invitado.

– No hace falta, gracias -dijo Kane, negando con la cabeza.

– Pues a mí sí. Tomaré un cubata de güisqui escocés.

Paige dudó.

– Pero el doctor ha dicho que…

– Al diablo con ese matasanos. Sírveme un trago. ¿Qué más me puede hacer? ¿Dejarme en una maldita silla de ruedas? -ordenó Neal.

Paige sabía que no se podía razonar con él. Tenía un humor de perros. De acuerdo. Entonces le pondría un güisqui doble, no, tal vez triple. A Neal no pareció importarle que Paige le pasara el vaso y él le diera un buen trago.

– Ahora, ¿por qué demonios estás aquí? ¿Por ese puñetero libro que estás escribiendo?

– Esa es la principal razón.

– Entonces dime, ¿quién mató a mi hijo?

– Todavía estoy trabajando en ello -Kane miró a Paige, que miraba la televisión, donde se emitía una vieja repetición de una comedia que a su padre le encantaba-. Pensaba que vosotros dos podríais ayudarme.

– Bah. Yo ya dije lo que tenía que decir hace mucho tiempo. ¿Crees que mi historia va a cambiar?

– No, pero pensé que podría arrojar algo de luz sobre quién podía querer ver muerto a Harley.

Kane tenía una teoría en la que había estado trabajando. Sabía que Tessa había golpeado a Harley en la cabeza, que principalmente había sido ella quien le había propinado el golpe que le había arrebatado la vida, pero faltaban algunas piezas en el rompecabezas. El revólver en el agua no tenía sentido. Harley se ahogó, con un fuerte golpe en la cabeza. Sin embargo, no fue lo bastante fuerte para hacer que se desmayase. Así pues, ¿por qué no había intentado salvarse?

– ¿Quién?

– Eso es lo que le estoy preguntando.

Paige apenas podía respirar. Se estaba acercando.

– Tenía problemas con las mujeres. Más que Weston. No podía elegir entre Claire Holland o Kendall Forsythe, que ahora es la esposa de Weston -resopló, como si para él fuera una elección fácil. Kane se irritó visiblemente, pero Neal no pareció notarlo-. Kendall venía de una buena familia, la quería, de verdad, pero todo se torció cuando apareció la chica de los Holland, la mediana. Le tenía tan bien cogido que Harley pensaba que se iba a casar con ella. -Bufó enojado. A continuación, agitó la bebida-. En mi opinión, probablemente fue ella. Harley debió de haber roto el compromiso… y ella enloqueció.

Todos los músculos de la espalda de Kane se contrajeron. Su sonrisa hacía rato que había desaparecido.

– No lo creo. Según Claire, fue ella quien rompió el compromiso.

– Sí, claro. -Neal razonaba como si pensara que nadie sería tan estúpido-. Siempre le dije a la policía que había sido ella. Harley no se cayó por la borda, golpeándose la cabeza y ahogándose.

– ¿No como Jack Songbird? -replicó Kane.

– ¿Qué estás diciendo? ¿Que los mató la misma persona?

– Y a Hunter Riley.

– Por el amor de Dios, estás escribiendo una obra de ficción, ¿verdad?

– Lo único que quiero saber es quién saldría beneficiado con la muerte de Harley.

Paige tragó saliva mientras su padre observaba a Kane por encima de las gafas.

– Bueno, eso es bastante fácil de adivinar, ¿no? Pero créeme, Weston no mató a su hermano.

Los ojos de Kane se estrecharon y Paige notó las chispas en su mirada. Era como si Kane estuviera esperando a que Neal pronunciara aquellas palabras.

– ¿Por qué no?

– Porque estaba lejos de aquí. Ni siquiera se encontraba en la ciudad.

– ¿Estás seguro?

Hubo un momento de duda. Durante aquella fracción de segundo Paige supo que su padre estaba mintiendo. Lo había estado haciendo durante dieciséis años. Igual que ella.

– Ya dije que estaba conmigo, ¿no?

– Durante la mayor parte de la noche. Luego estuvo con Kendall, y el resto aún no se sabe.

«¿Kendall? ¿Ella y Weston habían mentido para protegerse el uno al otro?» No tenía sentido.

– Estás pescando, Moran, sin ningún anzuelo -el anciano rió como si se hubiera marcado un tanto sobre Moran.

Sin embargo, Paige pensaba de otra forma, y supo que aquella noche tendría que contar la verdad. Había vivido con la mentira durante demasiado tiempo. Siempre leal a Kendall por razones equivocadas. Había intentado proteger a la única amiga que pensaba que tenía, y ¿para qué? Todo iba a salir a la luz, y Weston estaba perdiendo el control. Sólo era cuestión de tiempo que su hermano se acabara delatando. Entonces todo el mundo, incluidas Kendall y ella, correrían peligro.


– No me gusta… -Claire se frotó los brazos y contempló la noche húmeda y brumosa.

Sean llevaba desaparecido horas, no las necesarias para denunciar la desaparición de una persona pero sí las suficientes para pasar de estar preocupada a crispada y finalmente desesperada. Por primera vez deseó haberse dejado convencer y haberle comprado un teléfono móvil para comunicarse con él. Le había esperado y buscado. Ahora, le gustase o no, se vio obligada a coger el teléfono y llamar a Kane al móvil.

Kane atendió la llamada tras el segundo tono.

– Moran.

Claire se apoyó sobre el borde de la repisa de la cocina. La voz de Kane era tranquilizadora, sin embargo, hizo que rompiera a llorar.

– Soy Claire.

– ¿Estás bien?

– No… La verdad es que no. Es Sean. Ha desaparecido.

Kane de pronto tomó aliento.

– ¿Desde cuándo?

– Hace unas cuatro horas.

– ¿Dónde podría haber ido?

– No lo sé. Discutimos y… y… -«¡Cálmate, Claire!»- se marchó. Pensé que iría a alguna parte hasta que se le pasara, ya sabes, que cuando se le pasara volvería. Eso es lo que suele hacer siempre.

«Pero nada es normal desde que volví a Oregón.» Miró por la ventana. No podía ver nada a través de la densa niebla.

– ¿Sobre qué discutisteis?

Claire dudó. A continuación se atrevió.

– Le dije la verdad sobre ti. Que tú eras su padre.

– Y supongo que la noticia no le hizo ilusión.

Claire resopló.

– En absoluto.

– ¿Dónde podría haber ido?

– No lo sé. Le esperé un par de horas y luego salí a buscarle con el coche. -Se mordió el labio y pasó un dedo a lo largo del borde la repisa-. Fui a un par de sitios donde los críos suelen juntarse. Luego llamé a tres chicos de los que Sean me ha hablado desde que estamos aquí, pero no le encontré, y si los chicos saben dónde está, no me lo han querido decir.

– Tampoco hace tanto tiempo.

Pero había algo en la voz de Kane, algo que no decía.

– Ya -dijo Claire. Justo entonces oyó un pitido en el auricular-. Está entrando otra llamada. Debo cogerla. Podría ser Sean.

– Voy de camino, estoy sólo a unos veinte minutos. Llegaré enseguida. No te muevas de ahí -dijo Kane, y colgó.

Claire cogió la llamada que había en espera.

– ¿Hola?

– ¿Claire? -la voz de Tessa sonaba lejana y asustada.

– ¿Dónde estás?

– Sean está conmigo.

– ¿Le has encontrado? Bien. Tráele a casa. -Miró el reloj-. Si nos damos prisa podemos llegar a la fiesta.

– No voy a ir.

– ¿Por qué no? -El pavor le rozó el corazón-. Espera un momento. Déjame hablar con Sean.

– No puedo.

¿No parecía que a Tessa le costara articular las palabras?

– ¿Por qué no? -preguntó.

– Porque es demasiado tarde, Claire. Demasiado tarde para todos.

– Espera, Tessa. ¿Dónde estáis? Dime dónde estáis e iré a buscaros.

Clic. La llamada se cortó.

Claire estaba orientada hacia la izquierda, mirando por la ventana las agitadas sombras. Tessa tenía a Sean, estaban juncos. Tessa había matado a Harley. Tessa parecía desesperada al teléfono, diferente. Dios santo, ¿qué pensaba hacer?

Rápidamente, volvió a coger el teléfono y marcó el número de Kane. Un tono. Dos. Tres.

– Vamos, vamos. -Pero saltó el buzón de voz y Claire colgó el teléfono frustrada.

Kane venía en camino, ¿no era lo que había dicho? «Dale tiempo a que llegue.» Necesitaba tranquilizarse, pensar con claridad. ¿Qué podía hacer? Llamar a Miranda. Como ayudante del fiscal del distrito tenía suficientes contactos en el departamento policial para conseguir la ayuda que necesitaban para encontrar a Tessa y a Sean. No sería difícil localizar el Mustang de Tessa.

Claire marcó el número del teléfono móvil de Miranda y esperó a que diera tono. Dios, ¿es que nadie iba a contestar aquella noche? Un tono. Dos. Al fin oyó la voz de su hermana.

– ¿Hola?

– Miranda, soy Claire. Tienes que ayudarme. Tessa tiene a Sean y…

– ¿Hola? ¿Hola? -La voz de Miranda se perdía en la línea.

– ¡Miranda, soy yo! Tessa tiene…

– ¿Claire, eres tú? Se corta… Vuelve a llamar… momento.

– ¡Miranda! Por favor, ¡tienes que escucharme!

Pero las interferencias en la línea se hicieron más fuertes y de repente se cortó.

– ¡Maldita sea! -Claire empezó a marcar el número de Kane otra vez.

– ¿Mamá?

Claire se volvió, no esperaba ver a su hija de pie en la puerta de la cocina. El rostro de Samantha lucía una mueca de preocupación. Llevaba un vestido amarillo de dos piezas que dejaba al descubierto parte de su abdomen liso y pequeño. Tenía el pelo recogido en lo alto de la cabeza y llevaba demasiado maquillaje en los ojos, pintalabios y algo que hacía que le brillara la piel.

– ¿Pasa algo?

«De todo.»

– Sólo estoy preocupada por Sean -dijo, intentando tranquilizarse. No había razones para asustar a Samantha.

– Ya vendrá.

«Oh, Dios, eso espero.»

– Solamente está haciendo el imbécil… el idiota.

«Ojalá pudiera creerte», pensó Claire.

– No estás vestida… Eh, ¿pasa algo?

– Ya te he dicho que estoy preocupada. Yo, um, puede que al final no vaya a la fiesta. Kane viene de camino y vamos a salir a buscar a Sean.

La expresión de Samantha cambió.

– Eso quiere decir que no iremos a la fiesta del abuelo, ¿verdad?

– Iremos luego. Cuando encontremos a tu hermano.

– Eso es lo que quiere, ¿sabes? Estropearlo todo. -Hizo un gesto con los ojos, cuya sombra era excesiva, y se cruzó de brazos. El vestido se le subió, descubriendo más su estómago.

– ¿Por qué no te pones algo más adecuado? -sugirió Claire a la vez que su mente estaba atemorizada por su hijo. ¿Donde narices estaba Kane? En realidad no habían pasado más de unos minutos desde que había hablado con él, pero le parecía una eternidad.

– Me gusta éste.

– Es bonito. Te queda bien, pero necesitas algo un poco mas serio.

Acompañó a su hija escaleras arribas, hacia la habitación. Una vez allí, revolvió en el armario, pero Samantha rechazaba todo lo que le sacaba su madre.

– Tú quieres que parezca una cateta.

– No, quiero que parezcas una pardilla -le contestó Claire, intentando mostrar humor cuando en realidad no lo sentía. No tenía tiempo para ese tipo de discusiones. No tenía tiempo para nada más excepto para encontrar a su hijo. ¿Dónde demonios estaban Tessa y Sean? ¿Por qué se estaba comportando así su hermana? Y Kane, ¿dónde diablos se había…? Oyó un ruido de motor aproximándose a la casa-. Mira, Sam, sólo estaba bromeando. ¿Por qué no te pones esto? -le preguntó, mostrándole un vestido azul marino de cuello alto.

– Qué aburrido. La tía Tessa se moriría si se pusiera algo así.

– Yo no llamaría a la tía Tessa un ejemplo de moda. No va a ser ella quien elija lo que te vas a poner, ni vamos a tener en cuenta sus gustos. -Dejó el vestido sobre el respaldo de la silla del escritorio-. Simplemente encuentra algo formal y de buen gusto, ¿de acuerdo? Ya ha llegado Kane.

– ¿De veras estás preocupada por Sean?

– Sí -admitió Claire-. Lo estoy -contestó mientras salía corriendo de la habitación, pero pudo ver a su hija haciendo un gesto con los ojos y murmurando en voz baja.

– …Siempre fastidiándolo todo…

– Quédate aquí, luego vengo -le dijo Claire bajando apresuradamente las escaleras.

Llegó a la planta baja, cogió el bolso, el móvil y las llaves. En ese momento oyó llamar a la puerta. Aliviada, la abrió. Esperaba que fuera Kane y estaba dispuesta a echarse en sus brazos.

– He estado intentando localizarte. Tessa ha llamado y…

Weston Taggert estaba de pie, en las sombras del porche.

– ¿Y qué?

Un horror tan oscuro como la misma muerte le recorrió la columna.

– Espera. ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó. Tenía los pulmones oprimidos y los extremos de su boca expresaban total desesperación. Las rodillas amenazaban con ceder.

– Creo que deberías venir conmigo -le dijo con una expresión sombría.

– ¿Contigo? ¿Por qué?

Pero lo sabía. Oh, Dios, lo sabía con una certeza soterrada.

– Porque, Claire, tengo a tu hijo.

Capítulo 34

Kane conducía como loco. Pisó el acelerador y tomó una curva demasiado deprisa. Los neumáticos chirriaron en protesta y un coche que iba por el sentido contrario le esquivó bruscamente. El conductor hizo sonar la bocina antes de desaparecer en la niebla. Pero a Kane no le importó. Tenía que llegar hasta Claire y encontrar a Sean. Justo cuando colgó, salió por la puerta, y se dio cuenta, con tal seguridad que le provocó escalofríos, de que Claire tenía razón al temer por la vida de su hijo. El motivo: Weston Taggert.

Paige había admitido haber estado en el muelle aquella noche. Había creído ver a una Kendall furiosa, la cual había matado a Harley por salir con Claire. Pero era a Tessa a quien había visto. Al no saber la verdad, había callado durante dieciséis años para proteger a Kendall. Y también había llevado a cabo su propia penitencia cuidando de su padre por no haber ayudado a salvar a su hermano.

Pero Neal Taggert le había facilitado la verdadera clave. La única persona que podría haber salido beneficiado de la muerte de Harley era Weston. Que no hubiese asesinado a su hermano era, según Kane, cuestión de suerte. Los otros dos hombres, sobre los cuales se había rumoreado que eran medio hermanos de Weston, habían encontrado la muerte de manera repentina y prematura. Kane no sabía por qué Paige, la única progenie Taggert que quedaba, había conseguido sobrevivir, pero probablemente tendría algo que ver con el testamento de Neal.

Kane casi dejó atrás el desvío que conducía a la propiedad de los Holland. Sin embargo, consiguió girar en el último instante. Los rayos de luz de los faros cortaban la niebla, alumbrando los troncos musgosos de los altísimos abetos. Si realmente Weston había matado a todos los hijos de Neal, ¿también querría librarse de los hijos de éstos, es decir, de los nietos de Neal? Jack y Hunter habían muerto sin tener hijos, y Harley también, pero Weston podía estar equivocado. Si había visto a Sean y había hecho cálculos, ¿no supondría que el hijo de Claire era hijo de Harley?

«Ni lo pienses -se dijo-, el chico está enfadado, eso es todo, y salió para calmarse. Estará a salvo en alguna parte. Seguramente ya estará en casa con Claire.»

Apenas visibles a través de la niebla y los árboles, las luces de la vieja casa resplandecían en calma. Kane tomó una última curva y pisó el pedal del freno.

Apagó el motor, se guardó las llaves en el bolsillo y subió las escaleras del porche. La puerta se abrió y apareció Samantha. Llevaba puesto un vestido negro. De fondo, la luz interior de la casa.

– ¿Mamá?… Ah…

– ¿No está tu madre por aquí? -preguntó Kane.

– No lo sé. Estaba… -Obviamente, la chica estaba preocupada-. Yo estaba arriba, arreglándome para la fiesta del abuelo y mamá y yo tuvimos una especie de discusión. Luego bajó las escaleras, creo. Pero no está aquí.

– Su coche está aparcado frente al garaje.

– Sí, lo sé.

– ¿Falta algún otro vehículo?

Samantha negó con la cabeza.

– Creo que no. -Se mordió el labio. Parecía inquieta-. Estaba preocupada por Sean, y creo que llegó alguien. Vi un coche llegar y luego marcharse.

– ¿Quién era?

– No lo sé. Me estaba vistiendo, tenía la radio encendida y, y… ¡ahora ya no está!

La chica se estaba poniendo muy nerviosa. Se volvió a morder el labio. Parecía que fuese a romper a llorar.

Kane le pasó el brazo por los hombros.

– Escucha, encontraré a tu madre -le dijo-. ¿Puedes llamar a alguien para que se quede contigo? No, mejor, veamos si puedes quedarte en casa de alguien.

– Iré contigo.

– No creo que sea una buena idea.

– ¿Por qué no?

– Porque podría tardar un poco hasta encontrarla. ¿No tienes idea de dónde puede estar? ¿O con quién?

– No. Se supone que íbamos a asistir a la fiesta.

– Qué hay del coche… ¿Lo viste?

Samantha negó con la cabeza, luego se quedó quieta.

– No era un coche -dijo entrecerrando los ojos para concentrarse. El labio inferior le temblaba-, creo que era un camión.

– ¿Un camión grande?

– Una… una camioneta.

– ¿De qué color?

– Negra o… u oscura.

– ¿Viste a alguien dentro?

Samantha sacudió la cabeza lentamente.

– Estaba muy oscuro y había demasiada niebla. -Tragó saliva con dificultad. Seguidamente, dijo con un hilo de voz-: ¿Mamá está en apuros?

– No lo sé, Samantha. Pero quiero encontrarla. Vamos a llamar a alguien con quien puedas quedarte.

– Pero yo quiero ir.

– Creo que sería mejor que te quedaras aquí.

Kane oyó el sonido de un coche acercándose. Vio la luz de los faros a través de la niebla.

– Vamos dentro -sugirió, cruzando el umbral justo cuando el coche tomaba la última curva.

La gravilla crujió cuando el Volvo se detuvo. Miranda, que llevaba puesto un vestido largo negro, salió del coche.

– ¿Y Claire?

– Desparecida -dijo Kane.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Miranda mientras subía los escalones del porche.

– Salió con alguien. Samantha puede explicártelo. Yo voy tras ellos.

– ¿Quiénes son? -continuó interrogando.

– No estoy seguro.

– Espera un momento. ¿Qué está pasando?

– Samantha te lo dirá. Creo que Claire y Sean podrían estar con Weston Taggert.

– ¿Taggert? ¿Por qué? -preguntó.

– Está metido en todo esto hasta el cuello, sea lo que sea -dijo Kane sin entrar en detalles debido a que Samantha estaba presente.

– Pero Claire me llamó, creo, por algo de Sean.

– Creo que Taggert está detrás de todo. Desde el principio -le dijo para que Miranda pudiera comprender la gravedad de la situación-. Creo que se ha estado cargando, sistemáticamente, a todo aquel que significara una amenaza para la fortuna de su familia.

– Pero Paige…

– En su caso no lo entiendo. Todavía. Pero no tenemos tiempo para sentarnos y hacer conjeturas. Lleva a Samantha dentro y cierra con llave todas las puertas. Después llama al contacto que tengas en el departamento de policía, y dile que busquen una camioneta de color negro o azul oscuro o verde oscuro. ¿Tienes idea de cómo era, cariño? -preguntó mirando a Samantha-. ¿Viste la matrícula?

Samantha estaba junto a Miranda. Tenía los ojos muy abiertos y asustados. Negó con la cabeza.

– Estaba oscuro y había niebla.

– Shh. No pasa nada -dijo Miranda, obviamente intentando quitar seriedad al asunto-. Me ocuparé de Samantha y llamaré a la comisaría. Tengo un amigo, Petrillo. Él hará que se encarguen de todo.

– Perfecto. Entrad. Cerrad las puertas. Podéis llamarme al móvil -dijo y recitó el número mientras se dirigía al jeep.

La imagen de Weston y Claire juntos hacía que el corazón casi se le detuviera. Weston el violador. Weston el asesino. Weston, quien no se pensaría dos veces matar a Claire o a Sean.

Kane puso el jeep en marcha y salió disparado, derrapando con los neumáticos. Aceleró hacia la carretera. Decidió dirigirse a Industrias Taggert. Los asesinatos habían comenzado con hombres que habían trabajando para Neal Taggert, y ahora Weston estaba al mando de la corporación.

– De acuerdo -dijo Miranda con el teléfono colocado entre la oreja y el hombro. Hablaba con Petrillo. Estar allí encerrada le hacía subirse por las paredes. Por suerte Samantha estaba en el estudio, tapada con una manta y viendo la televisión. Aun así, Miranda hablaba en voz baja-. No me importa que Sean no lleve veinticuatro horas desaparecido. Hablo en serio. Kane Moran piensa que Weston Taggert mató a Jack Songbird y a Hunter Riley.

– ¿Y qué hay de su hermano? ¿Harley?

Miranda hizo de tripas corazón.

– No creo que Weston tuviese algo que ver. -Por Dios, ¿durante cuánto tiempo tendría que mentir? ¿Podría proteger a Tessa? ¿Y dónde demonios se había metido? ¿No había dicho Claire algo sobre que Sean y Tessa estaban juntos? La conversación telefónica se oía a trozos, pero eso era lo que le había parecido entender-. Pero quiero que traigan a Weston Taggert para interrogarle. Ya.

– Hecho -dijo Petrillo, y colgó.

Miranda intentó contactar con Claire a través del móvil… Otra vez… El buzón de voz. El maldito teléfono no estaba disponible. ¿Dónde estaba? ¿Dónde se la habría llevado Weston? Si es que estaba realmente con Weston. Samantha no había visto al hombre con el que Claire se había ido. ¿Se habría marchado por voluntad propia? No, sin lugar a dudas, no habría dejado a su hija sin decirle adónde iba. Lo que parecía más probable era que hubiese salido repentinamente, con el fin de que Samantha no se viese involucrada.

Absurdamente, Miranda pensó en Denver Styles. Marcó rápidamente el único número que tenía de él, un móvil cuyo tono emitió un pitido. Maldito Oregón, con aquellos riscos altos, montañas, simas profundas y pésima cobertura. Le gustara o no, tendría que esperar. Se dirigió hacia el estudio y vio a Samantha acurrucada en el sofá. Tenía cerrados los ojos cargados de maquillaje. Parecía como si estuviera durmiendo. Miranda entró en la habitación y la muchacha se despertó. Esforzándose por no llorar, le dijo:

– Tú sabes dónde está mamá, ¿verdad?

– Aún no.

– ¿Crees que le ha pasado algo malo? -Una lágrima le brotó del lagrimal.

A Miranda se le desgarró el corazón. Aunque Samantha intentara hacerse la dura, la verdad es que estaba aterrada. Miranda se sentó en el sofá y le pasó el brazo por el hombro a su sobrina. Samantha estaba temblando.

– No te preocupes, cariño -le dijo con la esperanza de tranquilizarla-. Encontraremos a tu madre y a tu hermano.

– Todo es por su culpa -replicó Samantha, con voz ahogada mientras intentaba evitar sollozar-. No debió haberse ido.

– Shh. No sabía que sucedería esto -susurró, y añadió en voz baja-: Ninguno lo sabíamos.


– ¿Dónde me llevas? ¿Dónde está Sean? -le preguntó Claire a Weston.

Él ponía cuidado en no sobrepasar el límite de velocidad. Circulaban por la carretera estrecha que serpenteaba a gran altura encima del mar. En la camioneta había un estante para rifles, pero el rifle no estaba allí, sino cerca de la mano izquierda de Weston, un lugar imposible de alcanzar. Cuando Claire vio el arma, sintió un escalofrío. ¿Hasta qué punto estaba desesperado aquel hombre? ¿Dónde estaba Sean? La idea de que su hijo pudiese estar muerto le hizo estremecer. No, no podía pensar en eso.

Sean tenía que estar vivo. Tenía que estarlo. Y ella tenía que salvarle como pudiera.

Aquella noche no podía verse el océano a través de la niebla. El único modo de saber dónde terminaba el asfalto era mirando la raya blanca que había pintada sobre la calzada, pero ésta se difuminaba en contacto con el arcén. Con los ojos clavados en la carretera, Weston continuó conduciendo en dirección sur. Aunque Claire no podía ver que faltaban trozos de quitamiedos por aquella carretera, era consciente de que, si cayesen desde aquel acantilado, se precipitarían en el furioso mar, a decenas de metros de profundidad.

– ¿Dónde demonios vamos, Weston?

– Ya lo verás cuando lleguemos.

– ¿Mi hijo está bien? No le habrás hecho daño, ¿eh, cabrón?

– Cállate.

Pero Claire intentaba distraer a Weston mientras metía la mano en el bolso. Sus dedos se movieron sigilosamente, buscando el teléfono móvil. No se atrevió a sacarlo, tuvo que hurgar en la oscuridad. Gracias a Dios Weston tenía la radio encendida, escuchaba las noticias, la predicción del tiempo. Los dedos de Claire encontraron el teléfono. Lo abrió. Tosió y se aclaró la voz, mientras el teléfono hacía un clic. Podía ver la pantalla digital dentro del bolso. Con un movimiento rápido, manejó el teléfono, intentando bajar el volumen. El corazón le latía un millón de veces por minuto y apenas podía respirar. Rogó poder llamar al 911, sin que Weston se diera cuenta de lo que estaba haciendo.

Un coche se aproximó. Podían ver las luces de los faros en el espejo retrovisor. Weston miró por el espejo y redujo la velocidad, esperando a que el coche les adelantara. No fue así.

– Maldita sea -refunfuñó.

Vio un espacio en la calzada, un mirador desde el cual se podían contemplar las vistas del mar en un día claro. El coche que iba tras ellos les adelantó. Weston comprobó la hora. Seguidamente, retomó la marcha. Claire pudo ver cómo la pantalla de su teléfono, dentro del bolso, se iluminaba. Nerviosa, marcó los números, y a continuación, tapó el altavoz con la mano. Miró hacia adelante, y cuando creyó que habían descolgado al otro lado de la línea, dijo:

– ¿Dónde vamos? ¿Al sur?

– Te he dicho que no hagas preguntas -contestó Weston.

Claire le pareció oír una voz femenina: «Policía».

– ¿Dónde vamos? ¿Dónde está Sean? Se supone que tendría que estar en la fiesta de mi padre, recuerdas. Dutch va a anunciar su candidatura a las elecciones para gobernador esta noche, y yo no estaré presente. Si alguna de mis hermanas, de mis hijos, no asistimos, va a sospechar que algo sucede.

– Todo habrá acabado antes de que se entere.

– Eso no es verdad. Miranda trabaja para el departamento del fiscal en Portland. Te pillarán como a un perro, que es lo que eres. Weston Taggert, si nos haces daño a mí o a mi hijo o a alguien más, te encontrarán.

– ¿Igual que descubrieron lo de Harley? -replicó y rió después-. No sabes lo que ocurrió, ¿verdad? Durante todo este tiempo has creído estar protegiendo a tu hermana, Tessa, porque ella golpeó a Harley en la cabeza con una roca.

El corazón de Claire se detuvo.

¿Qué estaba diciendo?

– Eso podría haber servido. Sin embargo, no podía estar seguro. No podía correr ese riesgo. Detesté tener que hacerlo, pero Harley era débil, y ya estaba harto de tener que cargar con él.

– ¿Así que tú le mataste? Pero espera, ¿cómo? -dijo Claire, rezando en silencio para que la policía no hubiese colgado y estuviese grabando la confesión de Weston.

– Yo estaba allí aquella noche. Vi lo sucedido y me tiré al agua. Al principio pensé en salvar al muy hijo de puta, pero luego se me ocurrió dejar que muriera.

– ¿Qué hiciste? -preguntó, más asustada que nunca en su vida.

Weston le lanzó una mirada que hizo que Claire sintiera escalofríos. Aquel hombre era pura maldad.

– Simplemente ayudé a que la naturaleza siguiera su curso. Le agarré de los tobillos hasta que dejó de esforzarse por salir.

– Pero tú… ¿cómo podías respirar? Es decir…

– Tengo una capacidad pulmonar increíble. Harley ya había caído al agua, se sumergía cada vez más. Sólo tuve que esperar.

– Oh, Dios.

Su sonrisa era una línea blanca.

– ¿Y sabes cuál era mi fantasía por aquel entonces?

Claire no contestó, no quería saberlo. Lo único en lo que podía pensar era en salvar a Sean y a Tessa.

– Conseguir a todas las hermanas Holland. Pensaba que sería la máxima venganza…

Dejó de hablar de repente, cuando vio un desvío en la carretera. Se trataba de un camino viejo de leñadores que bordeaba los pocos árboles que quedaban en dirección norte.

– ¿Dónde está Sean? -continuó insistiendo-. Y Tessa.

Weston le lanzó una mirada.

– A salvo.

– Por aquí, en este sendero viejo. ¿Dónde estamos?

– ¿No lo sabes? Aquí es donde empezó, Claire. Éste fue el primer campo de leñadores que compró tu padre. Es el lugar apropiado, ya que retrocede a los tiempos de Stone Illahee, justo el lugar donde tu padre va anunciar su candidatura a gobernador. Dios. Vamos, nos están esperando.

– ¿Quién?

– Para empezar, tu hijo y tu hermana. Les he reunido. Bueno, yo no. Yo tengo una coartada para el momento en que han desaparecido.

Claire se derrumbó al ver la puerta vieja y oxidada por la que el vehículo cruzó en dirección a la colina. Seguramente la policía le seguiría el rastro… ¿o no? Incluso aunque así fuese, cuando lo hiciesen sería demasiado tarde, pues Claire estaba segura de que Weston tenía el propósito de asesinarles a todos.

A menos que ella le detuviese.


– ¿Lo has oído? -preguntó Petrillo deteniendo la grabación.

Miranda apretaba el auricular, muerta de miedo.

– Sí -consiguió decir, aterrorizada. Había oído la llamada que Claire había hecho a la policía. Había escuchado, con horror, la conversación entre Claire y Weston Taggert. El cabrón que le había violado, había matado a Harley y había dejado que Tessa cargara con la culpa. Había matado a Jack y a Hunter. El corazón se le contrajo por el temor-. Tienes que ayudarles -susurró, para que Samantha no pudiese oírla.

– Trabajamos en ello. Creemos, por la pistas que nos ha proporcionado tu hermana, que se encuentran en el campo veinticuatro, un risco escarpado situado al sur de Stone Illahee. Ese lugar lleva abandonado cincuenta años. Ya he mandado a algunos hombres.

– Espero que no sea demasiado tarde.

– Yo también -dijo Petrillo preocupado-. Alguien debería decírselo a tu padre.

Miranda miró el reloj. Casi las nueve. Su padre debía de estar a punto de anunciar la noticia en la sala de baile de Stone Illahee. A Miranda se le contrajo el estómago.

– Ya me encargaré de eso. Tú sólo consíguelo, Petrillo. Coge a ese hijo de puta y asegúrate de que mis hermanas y mi sobrino estén a salvo.

– Hacemos todo lo posible -dijo antes de colgar.

Miranda se volvió y vio a Samantha en la entrada.

– Estás hablando de mamá, ¿verdad?

– La policía cree que la ha encontrado.

– ¿Está bien?

– Eso creemos. Lo sabremos pronto. El mejor detective del mundo está trabajando en ello. Ahora, sube, lávate la cara y date prisa. Tenemos que ir a la fiesta y explicarle al abuelo lo que está pasando.

Samantha subió las escaleras como una bala. Rápidamente, Miranda marcó el número del teléfono móvil de Kane Moran. Estaba enamorado de Claire. Sean era su hijo. Merecía saber qué estaba pasando.


Kane colgó el teléfono y comprobó la hora. Se encontraba a sólo cinco minutos del desvío que llevaba al viejo camino de leñadores. Había estado en la oficina de Weston y el vigilante de seguridad se había empeñado en que aún se encontraba allí, puesto que su coche continuaba aparcado en su plaza. Sin embargo, Kane había insistido para que le llamara y, al no poder contactar, habían ido a su oficina. Weston no se encontraba en el edificio y, tras hablar con un vigilante de un aparcamiento cercano, descubrieron que faltaba una furgoneta color azul oscuro. La misma furgoneta que había visto Samantha. La misma furgoneta a la que había subido Claire. Kane no se atrevía a pensar en ello y en lo que podría ocurrirle a manos de Weston.

Era demasiado doloroso. Pero si aquel cerdo se atrevía a tocarla, Kane le mataría.

Un momento.

«¿Y de qué le servirías a Claire entonces? ¿De qué le servirías a tu hijo?»

Apretó los dientes e intentó mirar a través de la noche. No quería plantearse las consecuencias. Ahora tenía que encontrarles. Oyó sirenas que cortaban el silencio de la noche, pero fue incapaz de ver luces en la niebla. Casi se pasó el desvío de largo. Hundió el coche por el camino de gravilla y polvo. Las malas hierbas y los baches le dieron la bienvenida. Encontró una verja oxidada abierta. Cambió de marcha y pisó el acelerador. No sabía la longitud de aquel camino, no alcanzaba a ver la cima del risco, donde el estrecho camino serpenteaba rodeando la montaña.

No llevaba arma. Ni pistola. Ni siquiera un cuchillo. Pero había aprendido a pelear cuerpo a cuerpo el tiempo que había estado en el ejército. Sabía lo que significaba matar a un hombre.

Y si Weston Taggert había herido a alguno de ellos, se las pagaría. El motor rugía montaña arriba, anunciando su llegada. Los neumáticos giraban y se adherían al suelo en la pronunciada pendiente. Tuvo que accionar la tracción en las cuatro ruedas para evitar resbalar colina abajo, envuelto en la nebulosa de la nada.

– Vamos, vamos -dijo con la esperanza de ver aparecer la furgoneta en la oscuridad. De enfrentarse a Taggert. De, por Dios, salvar a Claire. Tenían asuntos pendientes, ambos, y ahora eran cuatro. Decididamente, Sean y Samantha formaban parte del asunto. Y así debía ser.

¿Dónde demonios estaban? Dios, llevaba ascendiendo diez minutos sin parar, y seguía sin haber ni rastro… De repente, Kane llegó a un claro. Dos vehículos con luces tenues estaban aparcados entre unos edificios ruinosos con porches caídos y ventanas rotas. Entre la camioneta oscura y una furgoneta mugrienta gris, iluminado por los rayos, se apiñaba un grupo de personas, rodeado por una niebla semejante a humo. El corazón de Kane empezó a latir vertiginosamente cuando distinguió a Claire y a Tessa, vivas e inmóviles. Weston se encontraba a su lado, amenazándolas con un rifle. Al otro lado del claro había un segundo hombre que Kane reconoció como Denver Styles. Faltaba Sean.

Con el corazón en un puño, Kane salió lentamente del coche. La mortífera mirada de Weston se centró en él, pero continuó apuntando con el rifle a las mujeres.

– Mira quién ha venido. La puñetera caballería. Arriba las manos, Moran.

Kane hizo lo que le pidió. Sólo tenía que acercarse a Weston lo suficiente para saltar sobre él. El rifle, cuando dejara de apuntar a Claire, ya no sería un problema. Kane había aprendido, hacía años, cómo desarmar a un hombre.

La niebla, densa debido a la bruma del mar, ayudaría a camuflar sus movimientos.

– ¿Qué está haciendo él aquí? -preguntó Styles, lanzando una mirada irritada a Kane.

– Intenta hacerse el héroe.

– Todo ha acabado -interrumpió Kane-. La policía está al corriente.

– Por supuesto -se burló Weston, aunque parecía algo nervioso.

La cosa no iba bien. Lo último que Kane quería era que Weston presionara el gatillo a causa de los nervios.

– Nuestro plan sigue adelante. -Weston no pensaba dejar que le disuadieran. Inclinó la barbilla hacia Kane. Desde los árboles próximos, un buho ululó en su soledad-. Simplemente nos aseguraremos de que Moran también sea víctima del accidente. Tan pronto como encontremos al chico.

– Te he dicho que el niño no importa -dijo Styles-. No es pariente tuyo. Es bijo de Moran, no de Harley.

– ¿Estás seguro de eso?

– Yo mismo vi los resultados de la prueba de ADN.

¿Cómo? se preguntó Kane. ¿Qué pintaba aquel tipo? ¿Era un matón? ¿Un asesino a sueldo? Styles complicaba las cosas. Kane sabía que podía con Taggert, pero Styles era otro tema. Los dos hombres a los que tenía que reducir se encontraban lejos el uno del otro. Afortunadamente, Styles no empuñaba ningún arma. Pero eso no quería decir que no llevase un arma escondida bajo la chaqueta.

– Pero el chico puede delatarte. Te ha visto la cara.

– Yo voy a desaparecer -dijo Styles-. A esconderme de la policía. Si piensan que el accidente fue planeado, me culparán, ya que es tu camioneta la que se va a despeñar por el acantilado. Nadie podrá saber nunca que tú estas detrás de todo. Así que dame el dinero y yo haré el resto. Puedes largarte, consigue una coartada.

Así que aquel tipo era un asesino a sueldo. Bueno, Styles tendría que acercarse a Taggert para que éste le entregase el dinero. Cuando lo hiciera, Kane actuaría. De ninguna manera iba a permitir que Claire se montara al coche con cualquiera de aquellos dos cabrones. Los músculos se le contrajeron. Estaba de puntillas, listo para abalanzarse.

– ¿Y qué pasa con él? -preguntó Weston haciendo un gesto hacia Kane con la boca del rifle.

Kane se quedó helado.

Styles ni le miró. Tenía la mandíbula dura como una roca, los labios formando una fina línea.

– Tal y como has dicho, Moran también irá.

– Cabrones, ¿creéis que os vais a salir con la vuestra? -Claire miró a Kane.

– Shh. No digas nada -le advirtió Tessa. Había algo extraño en su actitud-. Haz lo que te dicen.

– ¿Te has vuelto loca? ¡No pienso hacerlo! Nunca. -Claire estaba furiosa y asustada.

Kane quería encontrar el modo de consolarla.

– Yo tampoco, Taggert. Como te he dicho, la policía lo sabe todo.

– ¿Y dónde están? Por Dios, Styles, acabemos con esto. -Metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y extrajo un sobre grueso. Kane avanzó-. Aquí está casi todo. Tendrás el resto cuando termines el trabajo, y si me entero de que mientes sobre el chico…

– No miente. Deja a Sean al margen de esto -dijo Claire-. Sea lo que sea. -Parecía desesperada. Aterrorizada-. ¡Sean no es el hijo de Harley!

Claire se aproximó a Weston, intentando convencerle, ignorando el cañón del arma que apuntaba a su pecho. Kane notó una sensación en los oídos, vio las intenciones de Weston.

– ¡No! ¡Apártate, Claire! -gritó, corriendo hacia ella. De reojo, vio moverse a Styles.

– ¡Ahora! -gritó Styles a la vez que el cañón del rifle se desvió, apuntando a Kane.

Se abalanzó sobre Weston.

Estalló el sonido de un rifle.

Kane golpeó con fuerza a Taggert. Taggert gritó y ambos cayeron, al igual que el rifle, sobre la tierra. Kane golpeó al hombre con sus puños, una y otra vez, parecía que quisiera incrustarle la nariz en el cerebro. Se empezaron a oír gritos desde todos los lugares. Por el rabillo del ojo, Kane vio a una docena de hombres con uniforme del SWAT salir de entre los árboles. Sonaban sirenas y entonces vio a Claire, con el rostro pálido, corriendo hacia ellos.

– ¡Atrás! -ordenó Styles, apuntando con una pistola a Kane-. Déjale ya, Moran. -Sacó una cartera del bolsillo y le enseñó la placa-. ¡Traed a los médicos, ya!

Alguien separó a Kane de Taggert. Este último estaba retorciéndose de dolor en el suelo, expulsando sangre a borbotones por la boca.

– ¡Estás herido! -exclamó Claire, mirándole la camiseta y la mancha de sangre que había sobre ella.

– Es de Taggert.

Styles todavía apuntaba a Taggert con su arma.

– ¿Quién demonios eres? -le preguntó Kane.

– FBI. Agente secreto. Taggert estaba metido en todo tipo de asuntos ilegales.

– ¿Dónde está Sean? -preguntó Claire.

Por primera vez, Styles sonrió.

– Con su abuelo. No creo que Dutch vaya a presentarse a las elecciones para gobernador, después de todo.

– ¡Necesitamos un helicóptero! -dijo el médico que estaba atendiendo a Taggert.

Styles asintió, caminó hacia la camioneta y emitió la orden desde su walkie-talkie.

Kane abrazó a Claire. Todo había terminado. Si Taggert conseguía sobrevivir, estaría bajo arresto. Claire estaba a salvo. Sean estaba a salvo. Volverían a casa. Besó a Claire en la mejilla, manchada de lágrimas, y suspiró.

– Vamos, princesa -le dijo-. Vayamos con nuestro hijo.

Загрузка...