– ¿Así que Denver Styles era del FBI? -preguntó Claire.
Sus hermanas y ella estaban sentadas al aire libre, alrededor de una mesa, dos semanas después de que Weston Taggert fuese detenido. Estaba casi anocheciendo. Sean estaba echando unas canastas y Samantha estaba arriba, escuchando la radio. Algunas notas de música flotaban entre las ramas gruesas de los abetos que rodeaban el patio.
– Styles trabajaba de incógnito, tan incógnito que nadie aquí, en Chinook, ni siquiera la policía, le conocía -dijo Miranda, cuya irritación era perceptible a la vez que daba vueltas con los dedos a su vaso de vino.
– Y tú te pensabas que se estaba interesando por ti, ¿no? -dijo Tessa mientras encendía un cigarrillo y ponía un pie descalzo sobre una silla vacía-. Cuando eras parte de la investigación.
– Hubiese estado bien.
– Oh, venga, Randa. Hubiese puesto en peligro toda la trama, o la operación, o como quiera que se llame.
– Tessa tiene razón -añadió Claire sonriendo-. Reconócelo, lo que te fastidia es que empezases a enamorarte de él.
– Si eso es lo que queréis pensar… -contestó, y bebió de su vaso.
– Es la verdad.
– Llamó aquí preguntando por ti -continuó Tessa.
– Lo sé.
– ¿Le devolviste la llamada?
Miranda elevó ligeramente un extremo del labio.
– Me lo estoy pensando.
– Oh, por el amor de Dios, ve a por él. Te sientes avergonzada, ¿y qué? Él sólo estaba haciendo su trabajo. Y además, tiene un buen culo.
– ¡Tessa! -dijo Miranda, como si aquello le asombrara.
– Sí, como si no te hubieses dado cuenta.
Claire rió tontamente.
– Shh. Mi hija podría oírnos.
– Oh, lo siento -dijo Tessa-. Como si ése fuera el mayor de tus problemas.
– Vale, vale, tienes razón.
Claire tenía cosas más importantes a las que prestar atención. Aunque Kane hubiese ayudado a salvar a su madre, Sean no acababa de confiar en el hombre que se suponía que era su padre. Seguía dolido por lo sucedido con Paul, y no le apasionaba la idea de dejar entrar en su vida a otro hombre, a pesar de ser de la misma sangre.
Últimamente, le había expresado su opinión acerca de que Claire se volviera a casar.
– ¿Es que te has vuelto loca, mamá? -había preguntado mientras intentaba perfeccionar un salto con monopatín sobre el muro situado cerca del lago-. Acabas de salir de un fiasco matrimonial y te vas meter en otro. ¿Es que no te puedes esperar? ¿No es eso lo que siempre me dices que haga?
Claire había discutido con él, incluso le había contado que Kane había sido su primer amor. Su hijo, con falta de tacto, le había echado en cara su relación con Harley y las consecuencias de ésta, aunque eso no lo dijo. Claire decidió que en eso sí que tenía razón su hijo. Pero Sean iba más lejos.
– Y no me gusta cómo te llama «princesa».
– Es sólo una broma -le había explicado.
– Sí, pues muy mala.
– Eso no lo cambio, me gusta -expresó.
Aquel tema era como un callejón sin salida. Y empeoraba las cosas que Samantha pensara que Kane era un buen tipo. Aquello fastidiaba a Sean. Bueno, pues que le moleste, pensaba Claire mientras daba un trago a su bebida.
– ¿Así que vas a casarte con Kane el próximo año? -preguntó Tessa.
– Umm, ése es el plan.
– No es lo mismo que si no le conocieras. ¿Cuánto tiempo hace? ¿Dieciséis años?
– Tal vez incluso más, pero ¿quién lo cuenta? Lo que importa es el presente. -Y era verdad. Amaba a Kane, él también la amaba a ella, y podrían esperar un poco hasta que las cosas volvieran a la normalidad.
Tessa se acabó su vaso de vino.
– Me alegro de que papá renunciase a aquella chorrada de presentarse a gobernador. ¿No se hubiese convertido en un verdadero dolor de cabeza?
Habían pasado tantas cosas… Weston estaba detenido, todavía hospitalizado, pero se esperaba que viviese y que fuese juzgado. Paige se encontraba a cargo de Industrias Taggert y Kendall había solicitado el divorcio. Stephanie y ella se habían mudado a Portland. Dutch había abandonado sus sueños de político y se sentía satisfecho pasando más tiempo con sus hijas, a la vez que construía la siguiente fase de Stone Illahee. Ruby y Jack Songbird habían demandado a Weston Taggert por la horrible muerte de su hijo, y Tessa, finalmente, podía descansar.
– ¿Y ahora qué vas a hacer? -le preguntó Miranda a su hermana pequeña.
– Ahora que soy una mujer libre, que sé que no maté a Harley, volveré a California y, quizá, pruebe a tomar clases de arte o algo parecido. No lo sé. -Entrecerró los ojos en dirección al lago Arrowhead-. Quizá simplemente me quede por aquí una temporada. No sabéis lo bien que sienta sentirse libre al fin.
– Sí, lo sé -dijo Claire-. Los papeles de divorcio llegaron el lunes.
– ¡Felicidades! -dijo Miranda.
Se volvió y vio un bote cortando la superficie del lago. Al timón estaba Kane Moran, y maldita sea, el corazón de Claire todavía brincaba al ver a Kane con su chaqueta de cuero y vaqueros. Había envejecido con el paso de los años, pero quedaba en él una parte de aquel chico rebelde del cual se había enamorado años atrás.
– ¿Estás segura de que podrás aguantar un año? -preguntó Tessa, consciente de la expresión de su hermana.
– Mmm. Ya veremos. Creo que sería lo mejor.
– ¿Tú crees? -Tessa no estaba convencida.
Kane amarró el bote, saludó con la mano a las hermanas. A continuación, caminó a paso ligero hacia el embarcadero y luego en dirección al garaje. Le dijo algo a Sean, quien, levantando un hombro en señal de poco interés, le pasó la pelota. Poco después, estaban jugando a un intenso uno contra uno.
– Me parece que al final todo saldrá bien -comentó Miranda, viendo cómo Sean esquivaba a Kane y metía una canasta.
– Crucemos los dedos -dijo Claire sonriendo mientras observaba a padre e hijo rivalizando por la pelota-. Crucemos los dedos.