Capítulo Cinco

Cuando Mitch se despertó tenía la cabeza pegada a la melena de Britt. Antes no se había dado cuenta de lo largo, tupido, sedoso y fragante que era. Se estiró con los ojos a medio abrir y respiró su aroma. Durante un momento, olvidó su plan de fomentar una amistad con ella.

Britt se despertó al mismo tiempo. Miró el reloj, igual que siempre. Después permaneció quieta porque presintió que Mitch también estaba despierto. A pesar de que le daba la espalda lo sentía. De pronto fue consciente de que la estaba tocando el pelo.

Aquella situación era ridícula. Eran dos adultos, medio vestidos, separados sólo por unas sábanas, que se habían despertado al mismo tiempo, pero no sabían cómo mirarse a los ojos.

– Qué haces? -murmuró Britt.

– Aspiro el aroma de tu pelo -respondió sin titubear.

Ay Dios. Aquello empeoraba la situación.

– Por qué?

– Porque huele muy bien. Es un olor exótico como el del sándalo. Me recuerda ritos extraños en templos antiguos…

– Tienes alucinaciones -consiguió decir ahogando una carcajada.

– Si esto es la locura, no intentes curarme -murmuró mientras enroscaba un mechón en sus dedos.

La risa desapareció y de pronto Britt tuvo dificultad para respirar. Si permanecía en esa postura, casi imaginó…

Imaginó, ¿qué? ¿Estaba loca? Debía acabar con aquella situación inmediatamente. No necesitaba a ningún hombre en su vida. No quería a un hombre en su cama todas las noches. Y definitivamente no quería casarse. Había rechazado todo eso durante toda su vida.

Era necesario que lo detuviera, que alejara su mano, debía decir algo mordaz.

Mitch la observaba apoyado sobre un codo. La luz del sol de la mañana se filtraba y le daba un color dorado cremoso a la piel femenina. La línea de su cuello, la curva de su hombro, el tirante deslizado por su brazo… era un cuadro de tanta belleza que no podía dejar de mirarla.

Ahí estaba su amiga.

En ese momento sus sentimientos no eran los de un amigo así que debía dominarlos. Aquella relación no daría resultado si no dominaba su libido.

Lo logró a base de un esfuerzo sobrehumano.

– Las niñas no se han despertado -dijo él animado y mirando a su alrededor-. ¿Cómo hemos tenido tanta suerte?

Britt suspiró aliviada.

– Ni siquiera han chistado -aceptó y se cubrió el pecho antes de volverse para verlo.

Se dijo que mirarlo la ayudaría porque así desaparecía el misterio.

– Llevan horas durmiendo -dijo él.

– Tres, para ser exacta. No lo considero un récord.

– Parecen horas después de anoche -se desperezó-.

Gracias por dejar que me quedara aquí, Britt. Te lo agradezco.

– No. Gracias a ti. Sin ti no hubiera podido con las niñas.

Mitch le sonrió y ella le correspondió. Todo iba a marchar bien. Los dos se dominarían. Era un acuerdo tácito entre los dos.

Mitch fue el primero en desviar la mirada. Estaba un poco nervioso como si no supiera qué se suponía que debía hacer. Últimamente cuando despertaba en la cama con una mujer lo primero que pensaba era en cómo escapar con el menor sufrimiento.

Chenille Savoy debía haber sido la que cambiara las cosas, la que cambiara su mala suerte con las mujeres. ¡Vaya broma! Se preguntó si Chenille volvería a hablarle alguna vez. Seguramente no. Las mujeres como ella no soportaban que nadie las dejaran plantadas.

– Ha sido divertido -dijo Britt-. Como la primera vez en la que me dieron permiso para pasar la noche fuera.

– Como mi primera fiesta -sonrió-. Pero no diría que ha sido divertido aunque sí interesante.

– Supongo que está a punto de terminar -comentó Britt inquieta y desvió la mirada.

– ¿Eso crees? ¿Por qué lo dices?

– No podemos seguir así. Tendremos que hacer algo con estas criaturas.

– Tienes razón -se volvió y dirigió la mirada hacia el lugar en el que las pequeñas seguían durmiendo-. Son encantadoras, ¿verdad?

Britt asintió, era cierto. Pero necesitaban volver a su casa, dondequiera que estuviera. Miró a Mitch y pensó que iba a pasarlo mal cuando se llevaran a las gemelas. ¡Nunca lo hubiera imaginado!

– ¿Crees que Janine vendrá a buscar a sus hijas esta mañana? -preguntó Mitch.

– No tengo la menor idea -no podía describir lo que pensaba de una madre capaz de abandonar así a sus hijas.

– Si no encontramos a Janine ni a Sonny, supongo que tendremos que permitir que el Servicio Social cuide a las criaturas hasta que encuentren a sus padres.

– Aquellas palabras enfriaron la mañana.

– ¿Trabajan los sábados? -preguntó él.

– Estoy segura de que deben tener algún teléfono de emergencia -se encogió de hombros.

Los dos permanecieron sentados un momento mientras pensaban. Pocas horas antes, Mitch había querido deshacerse de las chiquillas, pero por algún motivo había cambiado de opinión. Desde luego, quería que estuvieran en el hogar que les correspondía, pero sólo si era lo mejor para ellas.

– Se me ha ocurrido algo. Te dije que trabajo en la oficina del fiscal del distrito. Tengo facilidad para hablar con la policía y podría ir al centro de la ciudad para tratar de averiguar cómo está la situación sobre Sonny. Es posible que también averigüe algo sobre Janine. ¿Qué dices?

Britt levantó la mirada contenta, sintiendo que le habían quitado un peso de encima.

– Sería maravilloso. ¿Crees que realmente podrías averiguar algo?

– Lo averiguaré si ellos saben algo -le pareció extraño que le agradara complacerla-. Te prometo que buscaré en todos los rincones. Tienen una red de información muy amplia, no te imaginas lo grande que es.

– Estupendo.

Britt desvió la mirada porque presintió que se iban a sonreír de nuevo y temió lo que aquello podría desencadenar. Ya era hora de seguir la rutina acostumbrada. Midió la distancia que había hasta el baño y pensó en cómo llegar allí sin tener que ponerse la blusa y la falda.

– Creo que me voy a dar una ducha -anunció-. Hay otro baño al lado de la sala si quieres…

– También yo tengo un baño al otro lado del pasillo -le recordó-. Será mejor que vaya a mi apartamento -añadió y se frotó la barba.

– Muy bien, pero… -sonrió.

– Pero, ¿qué? -preguntó él.

– Iba a decir que no dejes que ningún vecino te vea. Pero acabo de recordar que no conocemos a ninguno, ¿verdad?

– Exacto -se levantó de la cama y se desperezó-. Tu reputación está segura.

– También la tuya.

– Volveré dentro de unos minutos -rió. Miró hacia las criaturas que dormían y se dirigió hacia la puerta de entrada.

Tenía la mano a pocos centímetros del picaporte cuando llamaron a la puerta.

– iBritt! -gritó alguien afuera-. ¿Estas en casa? Déjame entrar.

Mitch volvió a la habitación y Britt, que había oído todo, se asomó intrigada.

– Parece que es Gary, mi jefe -dijo-. ¿Qué diablos querrá?

– ¿Le abro la puerta? -preguntó Mitch sin intentar contestar a la pregunta de Britt.

– Está bien -dijo después de titubear-. Pero antes voy a ducharme. Dile que espere.

Ella desapareció y Mitch abrió la puerta justo cuando Gary iba a llamar de nuevo. Gary casi perdió el equilibrio al entrar. Era un hombre delgado, alto, de pelo rojo rizado y con gafas. Iba con ropa deportiva.

– ¿Dónde está ella? -exigió y al ver a Mitch parpadeó como si no pudiera dar crédito a lo que estaba viendo.

– Tranquilízate -murmuró Mitch-. Britt está bien.

– ¿Puedo preguntarle qué hace usted aquí? -preguntó Gary enfadado mirando a Mitch de pies a cabeza.

Mitch se encogió de hombros. Había pensado dejar entrar a aquel hombre y luego irse a su propio apartamento, pero comenzaba a creer que iba a cambiar de opinión.

– No, no se lo permito.

– No me diga que usted… usted… -balbuceó.

– ¿Qué he pasado la noche aquí? -la sonrisa de Mitch fue letal-. Odio ser yo el que se lo diga, pero así es.

– ¿Por qué, por qué? -no se lo preguntaba a Mitch, se lo preguntaba al destino o quizá a Britt misma. Tenía la mano sobre el corazón como si estuviera a punto de sufrir un ataque cardíaco.

La reacción del hombre era un poco melodramática dada la situación.

– Tranquilízate, hombre -le dio una palmadita en el hombro-. ¿Te apetece un zumo de naranja o un café?

– Nada -Gary miró a su alrededor con tristeza-. Tengo que ver a Britt inmediatamente.

– Britt está ocupada en este momento, pero yo estoy disponible. Si necesitas hablar con alguien, aquí estoy yo -volvió a tocarle el hombro-. ¿Por qué no nos sentamos y…?

– ¿Por qué no me permites verla? -lo interrumpió Gary-. ¿Qué está haciendo?

– Se está bañando.

– Eso dices tú -Gary volvió a mirar a su alrededor-. ¿Cómo ha podido hacerlo? -masculló.

– Escúchame, Gary -dijo y con cuidado trató de empujarlo hacia la puerta-. Si no quieres sentarte… bueno siento que tengas que irte tan pronto. Pero si quieres déjame el recado y yo se lo daré a Britt.

– Cómo sabes mi nombre? -preguntó Gary al hacerse a un lado para evitar que Mitch lo empujara hacia la puerta-. Yo no sé quién eres tú.

– Mitch Caine -dijo resignado-. Ahora…

– ¿Habéis hablado de mi? -preguntó Gary esperanzado.

– Bueno, ella me ha contado quién eres… -Mitch suspiró.

– Es increíble -dijo Gary mucho más tranquilo-. Espero que no tomes esta velada en serio. Espero que te des cuenta de que Britt se siente despechada.

– ¿De modo que eso es? -Mitch arqueó una ceja.

– Sí, ayer tuvimos un contratiempo en la oficina -asintió nervioso-. Discutimos, y ya sabes que Britt es un poco exagerada.

– Sin duda.

– Pero hay que aceptar las cosas como son. Teniendo la mente clara, un hombre como tú nunca la atraería, ¿o sí?

Aquel hombre era insufrible. Mitch sonrió pero la sonrisa no llegó hasta sus ojos.

– Estoy de acuerdo contigo en eso, Gary. Britt y yo hemos pasado una noche muy larga e intimamos bastante. ¿Comprendes? Nosotros dos somos así… -levantó dos dedos presionados uno al otro.

Gary trató de mirarlo con desprecio, pero sólo consiguió mover la cabeza preocupado.

– No lo creo.

– Créelo -murmuró Mitch sonriendo.

– ¿Qué le has hecho? -preguntó Gary mirándolo fijamente. Comenzó a pasearse por la habitación-. ¿Dónde está? ¿Britt, Britt?

Gary fue a la habitación y al no ver allí a Britt, empezó a llamar a la puerta del baño.

– Britt déjame entrar. ¿Qué te ha hecho?

– ¿Gary? -preguntó sorprendida.

Desgraciadamente Britt no había cerrado con cerrojo. Mitch lo consideró como una muestra de la confianza hacia él.

Pero Gary no compartía esos sentimientos cuando hizo girar milagrosamente el picaporte. Mitch dio un paso adelante, pero fue demasiado tarde. Britt comprendió que había entrado alguien en el baño porque vio la silueta de un hombre a través de la mampara de la ducha.

Aquello no podía estar sucediendo. La gente no se metía en el baño cuando una se estaba duchando. Pero aquella silueta tenía que ser la de Gary porque su voz era inconfundible.

– Britt -gritó Gary-. Britt, tienes que decirme que no estás… que no… que este hombre no significa nada para ti.

– ¿Gary? -gritó Britt al mismo tiempo que cogía una toalla para cubrirse, aunque ya había cerrado el grifo-. ¿Qué haces aquí?

– Britt, necesito hablar contigo.

– ¡Sal inmediatamente! -gritó.

Pero Gary era muy testarudo. No obedeció y trató de acercarse aunque casi no podía ver a causa del vapor.

– Insisto en que me digas toda la verdad, Britt. ¿Dónde estás?

Britt estaba horrorizada. Aquello era imposible, no podía estar sucediéndole a ella. Sin embargo, ocurría.

– Gary, sal del baño -exigió dominando la histeria. Luego llamó al único que podría ayudarla. Rogó que Mitch todavía estuviera en el apartamento.

– ¡Mitch, Mitch, dile que salga -vio otra figuró detrás de la de Gary y la observó esperanzada-. ¿Mitch? -repitió.

– Estoy aquí, Britt -dijo quedo-. Lo sacaré.

– Date prisa -gritó Britt aferrándose a la toalla.

– No me iré antes de que me contestes -insistió Gary.

– Lo siento, Gary, tienes que irte -Britt pudo ver que Mitch le agarraba un brazo y se sorprendió al ver que Gary bajaba los hombros y se doblegaba.

– Está bien, me iré, pero me sentaré frente a tu puerta y no me iré hasta que hables conmigo, Britt. Quiero que me expliques algunas cosas.

– Te daré todas las explicaciones que quieras -respondió impaciente y sosteniendo la toalla empapada alrededor de su cuerpo-. Pero ahora vete.

Oyó pasos y el sonido de la puerta al cerrarse. Britt suspiró, movió la cabeza y comenzó a quitarse la toalla. Su tranquilidad duró menos de un segundo porque Mitch empezó a hablar y ella comprendió que no estaba sola.

– De ser tú le diría a él que…

– iMitch! -gritó y volvió a taparse con la toalla-. ¿Por qué sigues aquí?

– Me he quedado cuando Gary se ha ido -respondió en tono inocente. Se acercó a la puerta de la ducha para que ella pudiera verle.

Gary volvió a llamar a la puerta, pero Mitch había tomado la precaución de cerrar con llave. Ignoraron a Gary.

– ¿Siempre te bañas con una toalla?

– Sólo me la pongo cuando trata de acompañarme demasiada gente -no sabía si reír o llorar-. Esto parece la Estación Grand Central.

– Lo sé. No deberías haber dejado que entrara Gary.

– Yo no lo he dejado entrar, has sido tú.

– No. De haber sabido que no habías cerrado bien la puerta lo habría mantenido alejado. Desde luego, he entrado con él, pero sólo ha sido para asegurarme de que no se le ocurriera hacer nada.

– Me preocupan tus ideas.

– No te preocupes -aseguró Mitch en tono burlón que la enfureció-. No ha podido ver nada porque al entrar en el baño las gafas se le han empañado con el vapor.

– Ya me siento mucho mejor -respondió con un deje de sarcasmo en la voz-. Pero hay otro asunto. ¿Qué me dices de ti?

– ¿De mi? -se aclaró la garganta-. No te preocupes por mí. Recuerda que somos amigos. De cualquier manera, no sé por qué estás tan enfadada. El cuerpo desnudo es una belleza natural.

– Sal, Mitch.

– Quiero decir que no tienes de qué avergonzarte -continuó como si no la hubiera oído.

– ¿Cómo puedes saberlo? -exigió intrigada.

– ¿Quién, yo? -tosió con delicadeza-. No se me han empañado las gafas porque no llevo.

– Qué quieres decir? -se aferró más a la toalla que la envolvía.

– Te he visto desnuda -respondió despreocupado-. Y lo que he visto me ha parecido perfecto.

– Mitch, sal o gritaré tanto que el edificio se derrumbará.

– Ya me voy, me voy. ¡Dios, qué regañona eres! Cuando oyó que la puerta se cerraba, Britt asomó la cabeza para estar segura de que Mitch había salido. Sólo entonces tuvo valor para soltar la toalla que cayó empapada a sus pies.


Britt tardó diez minutos en calmarse lo suficiente para secarse, ponerse una bata y abrir la puerta para reunirse con los dos hombres que la esperaban.

– Ya has salido -dijo Gary en tono lastimero.

– Hola -dijo Mitch, haciéndose el inocente.

Britt los observó como una maestra enfadada.

– No volváis a hacerlo -les dijo a los dos-. Habéis invadido mi espacio. No me parece nada bien.

– Lo siento, Britt -dijo Gary a la defensiva-. Pero estaba muy preocupado.

Mitch no dijo nada, pero, al menos, logró mostrarse un poco arrepentido. Britt lo miró y tuvo que dominar una sonrisa antes de desviar la mirada. En ese momento le sería más fácil lidiar con Gary.

– éA qué has venido, Gary? -le preguntó-. ¿Qué es tan malditamente importante?

– He venido a ver si estabas bien.

– ¿Por qué no habría de estar bien? -frunció el ceño.

– No sabía qué ocurría -extendió los brazos-. No es típico en ti tener a un extraño en tu apartamento.

– No soy tan extraño -repuso Mitch sin dirigirse a nadie en especial-. Quizá un poco raro, pero no extraño.

– He empezado a preocuparme -continuó Gary-. Me he dicho que quizá te habían raptado y que no habías podido decírmelo por teléfono.

– Eso sí es extraño -murmuró Mitch muy quedo.

Britt observaba a Gary maravillada. Nunca se le había ocurrido pensar que pudiera tener una imaginación tan vívida.

– Gary, has venido a salvarme -dijo quedo.

Mitch frunció el ceño. No le gustaba el giro que estaba tomando la conversación y se sentía un poco marginado.

– Yo también te salvaría -anunció para que Britt recordara que él estaba presente-. Podría salvarte tan bien como cualquiera.

– Te tengo cariño, Britt -decía Gary. Con torpeza, le dio la mano y la miró a los ojos-. ¿No lo sabes? Si necesitas a alguien no tienes por qué pedirle ayuda a nadie como él. Siempre estaré disponible para ti. ¿No lo sabes?

– Ay, Gary -no supo qué decir. Estaba enternecida. Nunca le había dicho nada parecido. Ella no se había dado cuenta…

Mitch observaba callado, hecho al cual no estaba acostumbrado. Quiso decir algo, actuar, pero lo único que podría decir para salvar la situación era proponerle matrimonio.

Britt estaba impresionada y Mitch lo advirtió. Tenía el rostro radiante, el pelo mojado. Estaba recién bañada, sin una pizca de maquillaje y sin duda, era la mujer más bella que había visto en su vida. Deseó que Gary saliera de ahí porque deseaba tocarla y abrazarla.

De pronto recordó que ella sería su amiga. De acuerdo, quería que Gary se fuera para que ella se pusiera un pantalón vaquero y una sudadera vieja; quería que se recogiera el pelo en una cola de caballo para poder deshacerse de esos deseos provocadores que comenzaba a tener.

De alguna manera Gary tendría que irse. Mitch frunció el ceño con rencor al ver que los otros dos murmuraban quedo con las manos entrelazadas y mirándose a los ojos. Tendría que hacer algo para detenerlos.

– ¿Quieres que haga la cama? -preguntó de pronto-. Supongo que la hemos deshecho, ¿no? -los otros dos se volvieron para mirarlo y él sonrió-. Esta noche.

Los ojos de Gary se llenaron de odio y los de Britt de enfado, pero Mitch no se arrepintió de lo que había dicho. Miró de frente a Gary. Este tenía la ventaja de ser unos ocho centímetros más alto que él, pero no le importó. Britt los observó horrorizada.

Pero la situación le salvó porque las gemelas anunciaron en ese momento su presencia.

– ¿Qué ha sido ese ruido? -preguntó Gary que no las había visto.

– Las niñas -respondió Britt agradecida.

– ¿Niñas? -Gary se volvió y las vio-. ¿Tienes unas niñas y no me lo habías dicho?

Britt rió y miró a Mitch con desaprobación antes de ir a levantar a una.

– Gary, cálmate, no es lo que supones -levantó a Danni en brazos y miró a Mitch-. Estamos cuidando a las hijas de unos amigos.

– ¿Amigos? ¿Amigos que no conozco? -Gary se acercó a la camita improvisada de Donna y la miró boquiabierto.

– No los conoces -dijo Britt entregándole a Danni a Mitch antes de inclinarse para levantar a Donna-. ¿No son encantadoras?

– ¿Puedo? -Gary le quitó a Donna-. En efecto, son adorables. Preciosas.

Britt ojeó a Mitch y movió la cabeza. Era evidente que Gary tenía experiencia con pequeños.

– ¿Sabes mucho de bebés? -le preguntó con la mayor indiferencia que pudo mostrar. Les vendría bien cualquier ayuda que les brindaran.

– Por supuesto que sí -respondió-. Mi hermana tiene seis hijos. La más pequeña tiene seis meses. Voy a verlos con frecuencia.

– ¿De verdad? -Britt miró a Mitch de manera significativa-. Estupendo. ¿Qué me dices de estas criaturas?

– Su aspecto es estupendo. ¿Qué edad tienen?

– ¿Qué edad les calculas? -preguntó Britt sonriendo.

– Dos meses quizá -Gary movió la cabeza.

– Dos meses -Britt le sonrió a Mitch-. Eso es, has dado en el clavo, es justo la edad que tienen.

Inició un serie de preguntas que Gary contestó respecto a la crianza de los bebés. A Mitch no le gustó, pero al menos aquella conversación no era tan íntima como la que había iniciado Gary minutos antes. No le molestaba tanto el que hablaran de bebés.

Con diplomacia, se fue a su propio apartamento y dedicó media hora a limpiar un poco, oír los recados del contestador y ponerse un pantalón y una camiseta de punto azul claro. Luego volvió al apartamento de Britt.

No le gustó lo que vio al volver. Britt y Gary estaban sentados en el sofá y cada uno de ellos tenía a una criatura en brazos. Hablaban muy serios, con las cabezas muy cerca y casi no levantaron la vista al oírlo entrar.

– ¿Ya han comido? -preguntó enfadado por sentirse marginado.

– No, te estaba esperando -Brin levantó la cabeza-. Toma a Danni para que vaya a calentar los biberones.

Depositó a la criatura en su regazo y Mitch inmediatamente se sintió mucho mejor. Cobró fuerzas con la sonrisa de la niña y miró a Gary. Éste sostenía a Donna y Mitch frunció el ceño.

– ¿De modo que eres el jefe de Britt en el museo? -dijo a manera de reto.

– Sí -contestó Gary-. Lo soy.

– ¿Puedo preguntarte qué tal trabaja?

– Muy bien, por supuesto. Aunque eso no es asunto tuyo.

– Estoy seguro de que ella es muy eficiente -continuó Mitch-. También estoy seguro de que podría llevar el museo sola. ¿No es hora de que le den un ascenso?

Gary balbuceó y Mitch sonrió.

– Estoy seguro de que podría hacer su trabajo con la mitad de su cerebro atado -continuó contento de poder enfadar al pobre hombre-. ¿Se te ha ocurrido eso alguna vez? ¿Qué debe ella hacer para lograrlo?

Gary volvió a balbucear sin decir nada inteligente. Britt había salido de la cocina y había oído lo último que había dicho Mitch.

– iMitch! -le advirtió-. Basta -los ojos de Gary reflejaban angustia y ella lo tranquilizó-. Mitch está diciendo tonterías, Gary, no quiero tu puesto.

– Aún no -dijo Mitch con indiferencia-. Pero la semilla ya está plantada…

– Mitch -lo miró fijamente-. Gary, creo que será mejor que te vayas.

– Odio dejarte con él así -se puso de pie a regañadientes y le entregó a la criatura que tenía en brazos. Miró a Mitch como si fuera algo que debía evitar a cualquier precio.

– No te preocupes, estaré bien -Brin le dio una palmadita en el brazo al mismo tiempo que miraba a Mitch enfadada. Se dominó para no sonreír con malicia-. En realidad es inofensivo.

– Te llamaré más tarde -dijo Gary poco convencido después de observar a Mitch.

– Muy bien, hazlo -le abrió la puerta y sonrió.

– Recuerda que estoy disponible, de día o de noche…

– Hasta luego, Gary -casi lo sacó antes de cerrar la puerta.

Se volvió para regañar a Mitch con la mirada. -Vamos a darles el biberón -dijo y se dirigió a la cocina.

Eso hicieron, sentados uno frente al otro, sin hablar mucho.

Mitch pensó en lo que había ocurrido y se preguntó por qué había actuado de esa manera tan extraña. ¿Por qué había sido tan posesivo con Britt? No era algo normal en él. Su lema era vivir y dejar vivir a los demás, pero se había enfadado cuando Britt le había sonreído a Gary.

Miró a Britt pero era evidente que ella estaba pensando en otra cosa. Entre los dos se había creado un sentimiento nuevo de reserva y él no estaba seguro de que le gustara. Pero quizá fuera algo normal. Era como si la visita de Gary los hubiera devuelto a la realidad y el embrujo se hubiera roto. La verdad era que eran dos solteros que de alguna manera habían terminado cuidando a dos gemelas. Eso era todo. No había nada más. El tiempo que iban a pasar juntos pronto se acabaría.


Capitulo Seis

Mitch bajó la mirada hacia Danni que comía con avidez en sus brazos y se preguntó por primera vez en la vida qué se sentiría tener un hijo propio. Levantó la vista y vio que Britt lo observaba con expresión divertida, como si le hubiera adivinado el pensamiento.

– ¿Alguna vez tendrás hijos? -le preguntó él sin morderse la lengua.

– No, nunca -respondió sin titubear.

– ¿Qué quieres decir? -se puso ceñudo porque no era la contestación que quería oír-. Quiero una explicación más completa.

– No me voy a casar -dijo mirándolo con franqueza-. Y no voy a tener hijos.

– ¿Cómo lo sabes?

– Siempre lo he sabido -se encogió de hombros.

– No puedes estar segura de eso. Si llegas a conocer al hombre indicado y si las cosas marchan por buen camino…

Britt advirtió cierto reproche en la voz de Mitch, pero no comprendió por qué le importaba a él.

– ¿Qué me dices de ti? No llevas el tipo de vida destinado a terminar con una familia feliz. ¿Me equivoco?

– No sé de qué hablas -se puso a la defensiva-. Por supuesto que te equivocas.

– Por supuesto. Por eso has pasado fuera casi todas las noches de esta semana.

A Mitch le molestó la insinuación. Le gustaba divertirse. ¿No le gustaba hacerlo a todo el mundo? Pero en el fondo no era un loco desenfrenado. Al menos, no creía que lo fuera. De cualquier manera, eso no significaba que nunca cambiaría de modo de vida para formar una familia. La familia era la base de la vida. Él procedía de una familia y algún día tendría una propia. Así se suponía que debía ser.

– Por el momento sólo… pruebo lo que se me ofrece. Cuando finalmente encuentre algo que me guste, lo compraré. Algún día decidiré echar raíces.

– Comprendo -comentó con sagacidad al mismo tiempo que cambiaba la postura de la criatura-. ¿De modo que de momento dedicas tu tiempo a conducir Porsches y Lamborghinis, pero algún día te establecerás con una furgoneta y quedarás satisfecho?

– No creo que las situaciones sean análogas.

– ¿De verdad? Ya lo veremos.

– ¿Con qué tipo de coche te compararías? -preguntó Mitch para irritarla-. ¿Quizá un deportivo fabricado en Estados Unidos?

– Jamás -respondió y se puso de pie con la criatura en brazos-. Soy un camión de reparto. Estable y confiable, y hay algunas cosas que de ninguna manera haré.

Britt entró a la habitación y Mitch la siguió, pero se mantuve de espaldas a ella mientras colocaba a las gemelas en las camas improvisadas. Después la ayudó a hacer la cama.

Ella levantó la vista cuando él estiró una sábana, estaba sorprendida y un poco cohibida. Le parecía que hacer una cama juntos era demasiado íntimo. Pero era una tontería. Habían dormido en esa cama la noche anterior, Mitch se había asegurado de que Gary lo supiera. Hacerla por la mañana no podía ser más íntimo que dormir en ella.

Pero de alguna manera lo era. No pudo evitar mirarlo y le pareció que era un hombre estupendo.

– De modo que ese es tu jefe -dijo Mitch por fin. El tema de Gary había estado pendiente entre los dos desde que éste se había ido y Mitch consideraba que ya era hora de mencionarlo.

– Sí. ¿Me haces el favor de estirar esa sábana?

Mitch obedeció y se volvió para mirarla.

– ¿Os lleváis bien en el trabajo?

– ¿Qué? -lo miró distraída-. ¿Te refieres a Gary? Llevamos trabajando juntos unos cinco años. ¿Por qué lo preguntas?

– No te he preguntado cuánto tiempo lleváis trabajando juntos, he preguntado si es muy íntima vuestra relación.

– ¿Por qué lo preguntas? ¿Por qué quieres saberlo?

– ¿Quién, yo? -trató de fingir inocencia, aunque los dos sabían que ya era tarde para adoptar esa postura. Levantó una almohada y la arrojó a la cabecera de la cama-. Simplemente trato de entablar una conversación.

– Comprendo. Entonces no te importará que no conteste tu pregunta -comenzó a volverse.

– Vamos, Britt -le agarró el brazo y la volvió para que lo mirara a los ojos-. ¿Qué significa Gary para ti?

– Es mi jefe -mintió Britt; el corazón le latía con una fuerza inusitada-. Supongo que podría decirse que es un amigo. Sólo eso.

Esa era la respuesta que Mitch quería oír, pero casi no la escuchó. Su estado de ánimo había cambiado, era algo natural, pero extraño. Enroscó los dedos en el brazo de Britt y la mantuvo cerca.

– ¿Quieres ser amiga mía? -le preguntó.

Britt frunció el ceño, estaba confundida porque no estaba segura de si se trataba de una broma. Pero en los ojos de Mitch no había rastro de diversión. La miraba y ella le sostuvo la mirada. Parecía que su mente no podía funcionar ni protegerla como de costumbre, no podía construir los muros y crear la distancia que siempre lograba salvarla.

Sin darse cuenta extendió una mano y le rozó la mejilla. Entreabrió los labios, pero no dijo nada. Mitch le cubrió la boca con la suya y ella se oyó jadear.

Fue un jadeo breve porque no hubo tiempo para más.

Britt le rodeó el cuello con los brazos y se estrechó contra Mitch mientras éste la besaba. Se aferró a Mitch como si fuera una balsa en un mar de misterio que le iba ser explicado en ese momento: por qué la gente se besaba, por qué se abrazaba, por qué se enamoraba. Dentro de un momento ella conocería las respuestas, pero para eso él debía seguir besándola, abrazándola con fuerza y llenándola de calor.

Las gemelas empezaron a llorar. Britt tardó un poco en advertirlo y no lo asimiló de inmediato. Pero lloraban y tendrían que atenderlas. Aquello significaba que deberían dejar de besarse. A regañadientes se alejó y Mitch hizo lo mismo.

– No -mascullaba él como si estuviera enfadado; tenía los ojos llenos de remordimiento-. No, tonto de capirote, así no.

Britt no comprendió. Durante un momento temió que Mitch le estuviera hablando a ella, pero se dio cuenta de que estaba hablando consigo mismo. Seguía sin comprender. Pero no había tiempo para explicaciones. Las criaturas lloraban.

Mitch la observó cuando se acercó a las gemelas y se maldijo en silencio. Aquella no era manera de tratar a una amiga. Si no tenía cuidado lo echaría todo a perder.

Britt no se parecía a las otras mujeres que él conocía. Desde que tenía memoria, siempre había estado rodeado de mujeres. En párvulos, las niñas lo habían elegido como el chico más guapo. En la secundaria, había sido el mayor conquistador y así constaba en el libro escolar del año. En la preparatoria había salido con varias chicas, con algunas durante poco tiempo y con otras durante más tiempo. Había salido con mujeres bellas, sensuales, divertidas. Nada había durado mucho porque la mitad de la alegría era la novedad, el misterio, la persecución. Lo había hecho mil veces y podría hacerlo cuando quisiera.

Pero quería algo diferente con Britt. Por eso se le había ocurrido que podrían ser amigos. Los amigos no llegaban y se iban como los amantes. Un amigo era de por vida. Y por experiencia, él sabía que la manera más rápida de perder a una mujer era tener una relación sentimental con ella.

– ¿Podrás cuidar sola a las criaturas? -preguntó de pronto-. Quiero ir a la fiscalía antes del mediodía. Creo que obtendré mejores resultados con el turno matutino. Hay algunos tipos en la tarde que de poder, se divertirían fastidiándome.

– Adelante -respondió-. Cuanto antes lo averigüemos, mejor.

Mitch asintió y se volvió.

Britt lo observó salir con sentimientos ambiguos. Nunca había conocido a un hombre que desencadenara todos esos conflictos en ella. Él le gustaba. Tendría que aceptarlo, al menos para sí. Le gustaba mucho y cuando la había besado…

Nunca se había sentido así. No sabía que era posible. En las novelas y en las películas se hablaba del flechazo amoroso y la pasión sobrecogedora, pero ella siempre había pensado que aquellos sentimientos pertenecían al mundo de la fantasía, como las princesas y los príncipes que mataban dragones. Se inventaban para divertir y entretener; no existían en la realidad. Pero ya no estaba tan segura.

El problema era que eso podría llegar a ser muy embarazoso. Britt sabía que ese tipo de relación no duraría. En cuanto resolvieran el problema de las gemelas, Mitch desaparecería y si seguía enamorada de él, el asunto podría ser bastante molesto.

La solución, por supuesto, era no permitir que las cosas se le subieran a la cabeza. Con sensatez se dijo que no se tomaría en serio nada de lo que él dijera o hiciera. Seguramente lo había dicho todo cientos de veces antes.

Pero una parte pequeña de ella se rebeló. ¿Por qué no disfrutar cuando pudiera mientras durara? ¿Por qué no?


Mitch olvidó la inquietud bastante pronto. Salió del apartamento sintiéndose ligero y excitado. Le pareció gracioso el hecho de ver chiquillos por doquier. Nunca les había prestado atención. Simplemente habían sido parte del paisaje.

– Oye, Sally -le dijo a la rubia despampanante de recepción y le hizo un guiño lascivo.

– Hola, Mitch -respondió siguiéndole la corriente-. ¿Cómo estás?

– Igual que siempre, Sal. Sigo buscando el corazón de oro, como de costumbre.

– Avísame cuando estés dispuesto a buscar a una mujer verdadera, cariño -dijo y se movió de forma provocadora-. Es posible que quieras tratar que sea tuya luego de haberla probado.

Mitch hizo una mueca y se protegió los ojos como si hubiera demasiada luz.

– ¿Quién está? -preguntó-. ¿Jerri? ¿Craig Hattori?

– No, los dos han salido.

– Muy bien -miró a su alrededor para asegurarse de que nadie podía oírlo-. ¿Podría ir a hacer una investigación en la oficina de Jerry? Sólo necesito las claves de entrada y salida.

– No sé, Mitch.

Desde hace cuánto tiempo nos conocemos, Sally? Sabes que no haré nada que pueda causarle problemas a nadie. Además, sabes que Jerry me dejaría usar su oficina.

– Está bien, pero hazlo deprisa -asintió a regañadientes-. Si sigues allí cuando el capitán Texiera llegue, diré que no sé cómo has entrado.

– Hecho -le dio un beso fugaz en la mejilla-. Muchas gracias, Sal, me has salvado la vida.

Los antecedentes criminales de Sonny eran largos y sensacionales. Había entrado y salido de prisión desde los dieciséis años; acusado de todo. En ese momento era el sospechoso principal de un asesinato en un hotel. Había una orden de arresto contra él. La última dirección que se le conocía era el apartamento que ocupaba Mitch.

– Estupendo -murmuró mientras leía el expediente en el ordenador-. He tenido suerte de que algún novato no haya ido a detenerme por equivocación.

Janine aparecía como una de las amiguitas de Sonny. Como no sabía su apellido, Mitch tuvo que suponer que ella debía ser la madre de las criaturas. Lo que averiguó no fue agradable, pero los antecedentes de la mujer no eran tan terribles como los de Sonny. Había entrado en un reformatorio a los quince años, la habían acusado de robo menor. No era una chica decente, pero últimamente no había cometido ninguna fechoría.

– Supongo que estaba demasiado ocupada en tener hijos -masculló entre dientes.

No aparecía su dirección ni los nombres de parientes en el expediente. Ninguna pista que él pudiera seguir.

Mitch apagó la computadora y ordenó el escritorio de Jerry. Saludó con un movimiento de brazo a Sally, salió y volvió a su apartamento, con el ceño fruncido porque no había averiguado nada nuevo que pudiera ayudarlos a tomar una decisión.


– Es decir, aunque Sonny apareciera, no podríamos entregarle las criaturas a una persona como él -dijo Britt después de escuchar el informe de Mitch.

– Sonny es un desgraciado, pero en este momento no está acusado de nada -le recordó Mitch-. Sólo tienen sospechas. Y si él es el padre natural…

– ¿Quieres decir que darías a Danni y a Donna a un hombre como ése? -exigió-. ¿Cómo puedes tan siquiera pensarlo?

– Escucha, Britt. El Servicio Social se las entregará en cuanto él aparezca. Sonny tiene derecho a tenerlas, a menos de que se pueda demostrar que él les haría algún daño. Es su padre.

– Sólo tenemos la palabra de Janine.

– Sé lo que sientes -miró hacia la habitación en la que dormían las gemelas-. Tampoco a mí me gusta la idea de que queden en manos de Sonny o de Janine. Pobrecitas, pero incluso la gente mala tiene hijos. No se puede hacer nada al respecto.

Britt guardó silencio. Mitch se movió inquieto y deseó poder evitar lo que iba a hacer a continuación.

– Creo que lo mejor será llamar a los Servicios Sociales -murmuró-. Preguntaremos dónde hay que llevarlas y yo…

– No.

– ¿Qué?

– No -repitió Britt-. No llamaremos a los Servicios Sociales.

– Britt, no podemos hacer otra cosa. No pueden quedarse aquí, no son nuestras.

Calló y Britt se limitó a mover la cabeza.

– Britt, hablaremos con el que esté a cargo de la oficina. Les diré todo lo que sé de Sonny y de Janine y ellos podrán hacer una petición formal para que la policía les mande los expedientes. Luego harán lo que proceda. Quizá decidan buscarles unos padres adoptivos. Danni y Donna podrían terminar en un hogar agradable…

– ¡No! -se soltó sus manos y se alejó de Mitch-. No. No. No podemos permitir que eso suceda.

– Brin ¿qué te pasa?

– No podemos permitir que unos extraños se queden con ellas -dijo casi sin aliento, mirándolo a los ojos y rogándole que la comprendiera-. Por favor, Mitch, trata de entenderlo -le moldeó el rostro y le escudriñó los ojos-. No podemos hacer eso, no podemos.

Britt estaba temblando. Para intentar tranquilizarla, Mitch la abrazó con fuerza. No tenía idea de por qué eso la asustaba tanto, pero quería ayudarla, hacerla recapacitar para que tratara el asunto de manera racional.

– Britt, Britt -murmuró mientras le acariciaba el pelo-. Cálmate. De alguna manera solucionaremos el problema. Te juro que lo haremos.

Britt respiró hondo y se estremeció. Mitch le besó el pelo, la oreja, la sien, sin dejar de murmurar palabras tontas. Sin darse cuenta le rozó un seno con la mano. Deslizó la mano para moldeárselo y ella no se alejó. Al contrario, pareció gustarle.

En ese momento, Mitch no pensaba en amigas. La deseaba como no recordaba haber deseado nunca a otra mujer. Era una necesidad violenta que lo había dominado sin advertencia previa. La besaba y ella le correspondía con los labios abiertos y candentes. Mitch deslizó las manos por debajo de la bata y la acarició con urgencia.

Britt cerró los ojos y se dejó llevar por aquellas maravillosas sensaciones. Permitió que el calor se convirtiera en una necesidad imposible de negar. No se detuvo a preguntarse si realmente lo deseaba, si estaba dispuesta a arrastrarse en aquel loco abandono. En ese momento sólo deseaba algo que borrara los horribles cuadros que se le aparecían en la mente.

– Deprisa -le murmuró junto al cuello con los ojos bien cerrados-. Hazlo rápido.

Mitch contuvo el aliento y permitió que aquellas palabras llegaran a su mente. Las asimiló al igual que el hecho de que Britt yacía debajo de él, muy quieta, cuando se alejó un poco para mirarla, tuvo que detenerse. Tuvo que valerse de todas sus fuerzas para alejarse más.

– Dios mío -murmuró ronco-. Eres virgen ¿no?

– Vete -abrió los ojos que de pronto estuvieron llenos de lágrimas y bajó la cabeza-. Vete…

Pero Mitch no quería irse. En vez de eso la levantó y la arrulló en sus brazos.

– Britt, lo lamento -murmuró-. Parecías tan triste que quería… -¿ponerla contenta? Sabía que eso sólo era parte de la historia. La había deseado con tanta intensidad que había estado a punto de olvidarse de todo. Seguía deseándola. La sentía fresca y suave en sus brazos y deseó sumirse dentro de su frescura. Pero lo que más necesitaba era que Britt volviera a sonreír.

– Dime qué pasa -insistió con amabilidad, despejándola el pelo y mirándola a los ojos-. ¿Qué puedo hacer?

Britt comenzaba a dominarse y a recobrar el control. Era gracioso que no se sintiera avergonzada por lo ocurrido, o mejor dicho, por lo que había estado a punto de ocurrir.

– Yo soy la que lo lamento -de pronto, se irguió y logró sonreír-. Supongo que anoche no dormí suficiente y estoy un poco aturdida. Ya me encuentro mejor. Gracias, Mitch -le dio un golpecito en el brazo-. Eres un buen amigo.

Mitch estuvo a punto de ruborizarse por la ironía de esa relación.

Sabía que Britt había sentido un dolor profundo que él no había sido capaz de identificar, y que deseaba algo que hiciera desaparecer ese dolor. El no sabía a qué se debía el dolor y era evidente que ella no quería hablar de ello. Maldición, Britt era virgen y él había estado a punto de hacer el amor con ella. Una virgen. Había estado a punto de arruinarle todo. La primera vez para ella debía ser especial. Debía ser maravilloso y él había estado a punto de hacer que fuera horrible.

– ¿De modo que realmente eres virgen? -murmuró incómodo.

Britt lo observó y se preguntó por qué era tan importante para él. No lo era para ella. Su falta de experiencia era un síntoma y no una meta en sí.

– Tenía entendido que te lo había dejado claro desde el principio -dijo.

– Supongo que soy un poco tonto -deseó volver a abrazarla-. De hecho, ignoraba que todavía existieran vírgenes.

– Eso es porque no prestas atención -se volvió y le sonrió-. Hay muchas, pero no son el tipo de mujer que te atrae.

– ¿Qué quieres decir? -abrió los ojos de par en par-. ¿Que me atraen las mujeres fáciles?

– No -sonrió-. Pero te atrae el tipo de mujer que sabe enviar las señales sexuales que captan los hombres -rió al verle la expresión y le dio una palmadita consoladora en el hombro-. Eso no tiene nada de malo. No estoy intentando establecer un juicio de valores, sólo digo…

– Sólo estás diciendo que soy un patán.

Eso era lo que él deseaba, ¿no? Todo sería perfecto si él pudiera dominar aquella necesidad compulsiva de ser algo más que un amigo para ella. Tendría que luchar contra ello porque deseaba su amistad. Deseaba tener una amiga. Hasta ese momento las cosas marchaban con dificultad, pero tendría que seguir intentándolo.

– Escucha, Britt, respecto a las gemelas…

– Por favor, Mitch -lo miró animada-. Ayúdame con esto. No soporto pensar que las vamos a entregar sin saber lo que les va a pasar. Es sábado por la tarde. Tengámoslas aquí hasta el lunes y quizá se nos ocurra algo.

– ¿Hasta el lunes? -no, eso no estaba bien. No podrían hacerlo. Las gemelas deberían estar con alguna autoridad que supiera lo que había que hacer-. Britt, estas niñas están abandonadas.

– No -dijo con firmeza y moviendo la cabeza-. No las abandonaron. Janine las dejó para que el padre las cuidara y él, que no lo sabe, no ha venido. Eso es todo. Míralo de esa manera. ¿Qué pasaría si Janine fuera nuestra amiga? Estaríamos cuidando a sus hijas hasta que ella volviera.

– ¿Cuándo crees que volverá?

– No lo sé -movió la cabeza-. Pero, Mitch, Janine quiere a estas pequeñas. No puedo creer que las deje aquí mucho tiempo más. Tiene que volver a ver cómo están y cuando lo haga…

– ¿Qué haremos cuando lo haga? Tendremos que devolvérselas.

– Nos enfrentaremos al problema cuando suceda. Mientras tanto, debemos esperar. Sólo hasta el lunes -posó una mano en el brazo de Mitch-. Sólo hasta el lunes.

– Está bien -la miró a los ojos y suspiró-. Hasta el lunes.

– Gracias -murmuró antes de inclinarse hacia adelante para darle un beso en la mejilla. Luego se levantó y comenzó a ordenar la habitación-. Esto está hecho un desastre. Tendré que pasar la aspiradora. ¿Haces el favor de estar pendiente de las niñas?

Él asintió, la observaba divertido por sus radicales cambios de humor. Era muy diferente de la mujer que había imaginado al principio. Desde luego era eficiente y una perfeccionista, pero era mucho más. Tenía temores y pasiones, deseos y una voluntad férrea. Se dijo que el hombre que la estorbara necesitaría la ayuda de Dios y sonrió para sus adentros. Britt lo aplastaría como si fuera una apisonadora de vapor.

Pero no lo haría con él. Desde luego que no.

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