Mitch volvió por segunda vez de la comisaría de policía a las dos de la madrugada. Entró en el apartamento temiendo que Britt se hubiera ido con las criaturas. Pero, desde luego, eso era ridículo. ¿Adónde podría ir? Fue a la habitación y la observó mientras dormía. Después salió y se acostó en el sofá.
Estaba demasiado tenso como para dormir. Imaginaba muchas cosas, veía imágenes de su propio padre, recordaba el día que había muerto; y también el día que había muerto su madre. Cuando pensaba en ellos, sentía un lugar vacío dentro de él, sentía que la vida era injusta. Pero él había tenido suerte. Había vivido en el seno de una familia amplia y aunque las dos pérdidas le habían causado pesar, no habían sido devastadoras. Su vida había cambiado mucho. Shawnee lo había cuidado como una madre; y Mack y Kam también habían sido muy importantes para él. Luego había tenido al tío Toki, a la prima Reggie y a la tía Melle, más todos los demás parientes que siempre habían estado disponibles.
A pesar de todo, él había conocido a su madre y a su padre. ¿Qué conocerían esas pequeñas? ¿Fotos en un álbum? Datos horribles acerca de sus padres, datos que ninguna niña debía conocer. No, la vida no era justa. La vida no era justa y, a veces, era difícil conciliar el sueño.
Pero debió dormir un poco porque de pronto se dio cuenta de que el sol se filtraba por las ventanas. Britt le colocó a una niña en el pecho.
– ¿Y bien? -preguntó-. ¿Han descubierto a algún pariente?
– Buenos días también a ti -contestó Mitch después de frotarse los ojos.
Britt lo sorprendió dándole un beso fugaz en los labios.
– Me voy a tomar el día libre -anunció-. Uno de los dos tendrá que llevar a las criaturas.
– Yo también -anunció serena-. Ya se lo he dicho a Gary de modo que está arreglado.
Mitch asintió y frunció el ceño. Britt estaba extrañamente contenta.
– cY bien? -volvió a preguntar ella-. ¿Han encontrado a algún pariente?
– Todavía no. Jerry seguirá intentándolo hoy, pero hasta ahora, parece que tanto Sonny como Janine estaban muy solos. Los pocos amigos que han encontrado nunca los oyeron hablar de algún pariente y no hay nada en el expediente. Parece que nadie sabe de la existencia de las criaturas.
– Interesante -Brin frunció los labios-. Muy interesante.
– Brin -Mitch se enderezó-. ¿Qué estás tramando?
– ¿Quién, yo? -abrió los ojos de par en par-. Nada. ¿Quieres desayunar?
No, la deseaba a ella. Ya no tenía sentido negarlo. El plan de ser «amigos» había desaparecido. Ella era como una invitación a la tentación. Su forma de moverse, la curva de sus piernas, la manera en que los senos se presionaban contra la tela tejida de la blusa, el arco de sus cejas, todo lo enloquecía. La deseaba.
Se puso de pie, dejó a Donna en el suelo en una manta y siguió a la cocina. La alejó de la cocina, le dio un beso y deslizó las manos por su cintura.
Britt no titubeó. Se puso de puntillas para rodearle el cuello con los brazos y arqueó el cuerpo para moldearse al de él. Mitch deslizó las manos por el pantaloncillo de lino de Britt para sumirse en la suave carne de su trasero. Presionó las caderas de Britt contra las suyas y cuando la joven contuvo el aliento junto a su boca, la besó con más pasión.
De pronto se alejó y movió la cabeza como si necesitara aclarar sus ideas.
– tMitch? -preguntó Britt con tranquilidad sorprendente. Mitch se la quedó mirando. ¿Quién era la virgen? Maldición, aquella mujer lo asustaba.
– Tengo que irme, Britt -logró decir-. Comprendes, ¿no? Necesito salir de aquí para poder respirar…
– ¿Te estaba asfixiando? -intentó sonreír.
– Sabes que no.
Pero él necesitaba irse.
Britt lo vio salir y se tocó los labios con las yemas de los dedos; le gustaba el hormigueo que Mitch había dejado en ellos. El beso de Gary no podía compararse con los de Mitch.
Se volvió hacia la cocina sonriendo para sí. De pronto, deseaba muchas cosas. Quizá demasiadas.
Cuando Mitch volvió bien entrada la tarde, ella estaba lista para recibir cualquier noticia. Todavía no habían encontrado a ningún pariente y parecía que no existían. Al recibir la noticia, Britt asintió como si lo hubiera sabido de antemano y, de cierta manera, así era.
– Entonces no tienen a nadie.
– Así es. Tendrán que ir a una casa donde las cuiden hasta que alguien las adopte.
– No -movió la cabeza con decisión-. Nada de familia que las cuide.
– Britt, sé razonable.
– Soy razonable -le dirigió una mirada desafiante-. Mitch, escucha, quiero agradecerte tu ayuda, pero ya no te necesitaré más.
– ¿Qué diablos quieres decir? -movió la cabeza preguntándose quién de los dos estaría volviéndose loco.
– Me las arreglé bastante bien sin ti durante el día -se volvió para levantar otro paquete de pañales-. Cada vez tengo más práctica. Puedes volver a tu vida. Yo me encargaré de ellas de ahora en adelante.
– ¿De qué estás hablando? -le agarró los hombros y la volvió para que lo mirara de frente.
– Nada -evitó mirarlo a los ojos-. Vete, por favor.
– Espera un momento. No me voy a ir de aquí. ¿Qué piensas hacer?
– No te preocupes por eso -le sonrió con frialdad-. Me encargaré de todo -se soltó y se volvió-. Vuelve a tu apartamento, llama a tu novia y dile que la verás esta noche…
– No, Britt, dime -le ciñó el brazo y tiró de ella-. Hemos llegado juntos hasta aquí. Terminaremos juntos. No te dejaré sola con esta responsabilidad. Dímelo.
– ¿Qué tengo que decirte? -preguntó haciéndose la inocente.
– Dime lo que piensas hacer -masculló.
– Nada. Cuidar a las niñas y…
– ¿Y qué?
– Todavía no lo sé. Pero todavía no puedo entregárselas a los Servicios Sociales -volvió la cabeza para que Mitch no pudiera mirarla a los ojos-. Tengo que pensar.
– ¿No puedes pensar estando yo aquí?
– Así es.
– ¿Por qué?
– Porque sé que no aprobarás lo que quiero hacer. Tú quieres deshacerte de ellas, entregárselas a una trabajadora social, a alguien que no les tiene cariño y que sólo desempeña un trabajo y que se las entregará a cualquiera. Yo no pienso hacerlo.
– Tienes que hacerlo. No tienes elección.
– Sí, hay otro camino -respiró hondo y añadió-: Las adoptaré.
– Britt, eso es imposible -se la quedó mirando y vio que tenia los ojos brillantes como si tuviera fiebre. Movió la cabeza más por incredulidad que por enfado.
– ¿Por qué?
– No sabes nada de bebés. Se necesita algo más que comprar pañales y acercarles el biberón a la boca. Es un compromiso para dieciocho años. Implica mucho trabajo, muchos sinsabores. ¿Cómo puedes estar preparada para todo eso?
– No me has dicho nada que yo no me haya dicho.
– Eres una profesional -decidió insistir con más fuerza-. Te volverás loca con dos bebés en casa -le ciñó las manos-. Estás soñando. Es un bello sueño, pero no tiene nada de realista.
– No me importa. Es lo que tengo que hacer -endureció la mirada.
– No sabes lo que dices. Eso es imposible.
– Te equivocas -se volvió y lo condujo hacia la puerta.
– Debes aceptar los hechos, Britt. Eres una mujer soltera, tienes un trabajo. No puedes poner tu vida patas arriba. No es ése tu camino, estás preparada para otra cosa. No dará resultado.
– Vete, por favor vete -dijo después de abrir la puerta y empujarlo hacia ella.
– Britt, esto te conducirá directamente al desastre. Es una locura -se volvió dispuesto a resistir.
– No me importa que sea una locura. No las devolveré.
– Britt…
Le dio un empujón y cerró la puerta. Mitch fijó la i, mirada en la madera, sin poder creer en lo que acababa de suceder. Britt era una persona racional. El debería ~ poder convencerla con un argumento racional. ¿Qué había pasado?
Llamó a la puerta. Tocó el timbre. Britt no contestó. Al final, volvió a su propio apartamento donde dio un puñetazo en la pared antes de sentarse enfurruñado ~ durante media hora. ¿Qué haría? ¿Llamar a la policía? i, ¿A los Servicios Sociales? Tampoco. ¿Seguiría con su habitual rutina fingiendo que ese fin de semana no había ocurrido? Era inconcebible. Entonces, ¿qué haría? De pronto recordó algo que había olvidado. Él tenía una llave.
Volvió a casa de Britt. Metió la tarjeta en la cerradura, la sacó y permitió que las luces parpadearan antes de hacer girar el picaporte.
Britt se acercó a él antes de que Mitch llegara a la mitad de la habitación.
– Me voy a llevar a las niñas -anunció Mitch.
– No -respondió presa del pánico-. ¡No!
– Sí -dio un paso más hacia la habitación y ella se le adelantó para interrumpirle el paso.
Mitch la levantó en brazos, la abrazó e intentó tranquilizarla. Britt lloraba. Había dejado de luchar y se aferraba a él, sollozando como si tuviera el corazón roto. Mitch siguió abrazándola, meciéndola y murmurando palabras cariñosas y Britt continuó llorando, liberándose de años de tristeza, de dolor y miedo. Mitch le acarició el pelo y besó las lágrimas en sus mejillas.
Mitch no pretendía que eso llegara a nada más, pero fue inevitable.
– ¿Britt? -murmuró mientras le observaba los ojos llenos de lágrimas. No pudo hacer la pregunta, pero Britt la comprendió. Lo miró de frente y asintió.
– Sí -respondió, le rodeó el cuello con los brazos y buscó su boca.
El beso de Mitch fue maravillosamente apasionado. Él no dejaba de repetirse que debía ir despacio, pero era incapaz de controlarse. No pudo detenerse. Le quitó la blusa y luego el sujetador para poder acariciarle los senos. Britt se aferró a él de manera posesiva.
Mitch había imaginado que ella tardaría en excitarse ya que llevaba años dominando su sexualidad. Pensaba que iba a tener que ser delicado y persuasivo para que ella se desinhibiera. Pero descubrió que Britt era como una bomba de tiempo cuyo día había llegado. Parecía que todos los deseos reprimidos durante años explotaban ante sus caricias.
Britt lo ayudó cuando Mitch comenzó a tirar de su pantalón. Lo tiró al suelo y se tumbó en el sofá para observar fijamente a su amada. Mitch se quedó muy quieto mientras admiraba la belleza de los pezones oscuros, endurecidos en sus suaves senos, el valle que bajaba desde su ombligo y la oscuridad que conducía al misterio que encerraba entre las piernas.
Mitch se dijo que debía seguir lentamente. Britt era virgen. No quería herirla ni asustarla. Pero ella se contorsionaba y se arqueaba como si no pudiera soportar un segundo más sin que la tocara, así que Mitch empezó a darse prisa. Apenas acababa de quitarse la ropa cuando ella tiró de él para colocarlo encima de ella.
– Britt -murmuró él-. No quiero lastimarte…
Ella no oía. Se movía a su lado, deseándole tanto como él la deseaba a ella. Mitch se dio cuenta de que Britt comenzaba a exigir y eso lo sorprendió.
No debería haberle sorprendido. Britt había esperado ese momento durante muchos años. Se había dicho que no lo necesitaba ni lo deseaba, pero eso había sido cierto hasta que había aparecido Mitch en su vida. El deseo abierto que veía en los ojos de Mitch hizo que su corazón se desbocara y lo único que quería era unirse a él, recibirlo dentro de su cuerpo, y disfrutar con él como nunca se había atrevido a imaginar.
Mitch la penetró con lentitud, dominando la satisfacción que le exigía su cuerpo. Hubo un momento de conmoción. Britt abrió los ojos y contuvo la respiración.
– ¿Estas bien? -preguntó Mitch y comenzó a retirarse.
– ¡Sí! -respondió con fiereza y le incrustó los dedos en la espalda-. No te alejes, ay, no lo hagas.
Mitch dominó la intensidad de su deseo y se obligó a ir despacio. Al mismo tiempo se inclinó para acariciar un pezón con la lengua; luego, fascinado vio que ella explotaba debajo de él, que se estremecía y gritaba con los ojos abiertos por la sorpresa.
Britt volvió suspirando a la realidad y Mitch la besó con inmensa ternura.
– ¿Estás bien? -preguntó Mitch sonriendo.
– Sí -murmuró y lo miró un poco cohibida e intrigada.
– ¿Tú no…?
– Todavía no, dentro de un minuto -Mitch sonrió tratando de controlarse.
Britt no sabía nada, todo era nuevo para ella. Nuevo y tan diferente a cualquier otra cosa en su vida que todavía no sabía qué pensar al respecto. Pero Mitch seguía dentro de ella, moviéndose despacio mientras seguía besándola y murmurándole palabras cariñosas. Britt se conmocionó al comenzar a sentir un fuego en el vientre.
– ¿Mitch? -lo miró intrigada.
– Está bien -le dijo acariciándole la mejilla-. Esta vez, estaré contigo hasta el final.
– Ah.
El viaje comenzaba de nuevo y Mitch no tenía forma de detenerlo. La promesa de Mitch se estaba convirtiendo en realidad, Mitch estaba con ella. Mitch gritó su nombre. La sensación fue tan intensa, tan sobrecogedora que Britt tuvo la sensación de que la habitación giraba y que unas luces doradas caían en cascada desde. el cielo. Mitch la abrazaba con fuerza y ella estuvo a punto de gritarle que lo amaba.
Lo amaba, era cierto, pero eso sólo le importaba a ella.
Lo abrazó con ternura y apoyó la cabeza de Mitch en sus senos con todo el cariño que era capaz de dar. Mitch permanecía quieto mientras recobraba el aliento y ella cerró los ojos pensando en cuánto le quería. Estaba completamente enamorada.
– ¿Britt?
Britt bajó la mirada y vio que Mitch la estaba observando.
– Britt, gracias -murmuró al mismo tiempo que le acariciaba los labios con un dedo-. Gracias por haberme permitido ser el primero.
Britt rió quedo. El primero y el único. Después de eso, nunca permitiría que otro hombre se acercara a ella. Nunca.