Capítulo Siete

La decisión de seguir cuidando a las criaturas un día y medio más imponía planificar un montón de cosas.

– Como las vamos a tener el fin de semana será necesario tener más provisiones -le dijo Britt contenta a Mitch y comenzó a hacer una lista.

Provisiones. De manera sospechosa, eso sonaba a «ir de compras».

– ¿Qué tipo de provisiones? -preguntó con recelo.

– Más pañales y comida para comenzar. Necesitaremos otras cosas, ropa, por ejemplo.

– ¿Ropa?

– Por supuesto. No pueden estar siempre con lo que llevan puesto. Necesitamos camisetas y ropa para dormir… y dos de esos asientos a los cuales se las amarra. Quizá una mesa para cambiarlas.

– Eso parece como una expedición importante -gimió-. Tendremos que ir los dos y llevarlas.

– No es posible -lo miró acongojada-. No podemos llevarlas en el coche sin los asientos para el coche. Es la única manera segura, además es obligatorio.

– Entonces uno de nosotros tendrá que quedarse con ellas mientras el otro va por las cosas.

Era evidente cuál iba a ser el papel de cada uno y Mitch frunció el ceño, no estaba seguro de estar preparado para quedarse dos horas o más solo con las gemelas. De pronto, chasqueó los dedos.

– Se me ha ocurrido una idea. Llamaremos a alguien para que venga a cuidarlas.

– Qué? -preguntó horrorizada-. No podemos dejarlas con unos extraños.

Mitch la miró un momento, sin decir nada, y preguntándose si ella se había dado cuenta de la ridiculez que acababa de decir. ¿Acaso él y ella no eran extraños para esas criaturas? Incluso ellos no se conocían antes de la medianoche pasada. Pero Britt no dio señales de comprender la ironía.

– No estoy hablando de extraños. Jimmy, el hijo de mi hermana, ha venido de la Isla Grande porque piensa ir a la ciudad universitaria de Manoa. Acaba de llamarme y yo llevo semanas intentando verlo. Esto será perfecto. El y su novia podrán venir para…

– Cuidar bebés no es un asunto social -dijo ella irritada. No pudo contagiarse del entusiasmo de Mitch-. No puede reemplazar una invitación a cenar.

– Lo sé, pero resolverá una necesidad. Jimmy es un chico estupendo. Te gustará.

– ¿Qué sabe de bebés? -seguía con el ceño fruncido.

– Nada en absoluto -le sonrió y le tomó las manos-. Igual que nosotros.

Britt no le devolvió la sonrisa. Sabía que su postura era absurda, pero no podía evitarlo. Era como una leona madre que tenía a los cachorros de otra. Protegería a esas criaturas con su vida. Los sobrinos y sus amiguitas extrañas no la impresionaban.

Se tranquilizó un poco cuando vio al sobrino de Mitch. Jimmy era más alto que su tío, pero tenía su misma mirada bonachona. Le gustó cómo abrazó con fuerza a Mitch cuando llegó.

– Mamá y Ken están en Australia -Jimmy tenía muchas noticias para Mitch-. Se han ido de luna de miel.

– Espera un momento -levantó la mano y frunció el ceño-. Se casaron hace dos años.

– Y ésta será su tercera luna de miel -Jimmy asintió y sonrió-. Ken dice que es para compensar el tiempo que estuvieron separados.

– El bueno de Ken -Mitchell rió-. Él sabe cómo hacer las cosas -arqueó una ceja y miró a su sobrino-. ¿Sigues llamándolo Ken? -preguntó curioso.

– A veces -Jimmy se calmó-. Sobre todo cuando hablo de él con otras personas. Cuando estamos cara a cara, es mi padre.

Mitchell asintió y calló un momento. Britt se sorprendió al comprender que él estaba enternecido y eso la dejó confundida.

– Shawnee, la madre de Jimmy, es mi hermana mayor -le explicó a Britt un momento después-. Éramos muy pequeños cuando nuestro padre murió y yo era un adolescente cuando murió nuestra madre. Así que Shawnee nos crió.

– ¿Cuántos hermanos sois? -preguntó Britt.

– Cuatro. Moki, supongo que ahora lo llaman Mack, Shawnee, mi hermano Kam y yo.

– ¿Eres el más joven?

– Sí, el bebé.

– Y se nota -dijo Jimmy-. Mamá siempre dice que es un mocoso mimado.

– tY qué me dices de ser hijo único, Jimbo? -repuso Mitchell-. ¿En qué te convierte eso?

– Supongo que en un niño mimado también -aceptó sonriendo-. Acepto que todos los parientes me han mimado en un momento u otro -su sonrisa se desvaneció un poco-. Mamá y Ken han intentado darme un hermanito o hermanita, pero hasta ahora…

– No lo sabía -Mitch frunció el ceño-. Creí que a su edad, ya no insistirían.

Britt no dijo una palabra, pero pensó en las dos criaturas que estaban en la otra habitación. Por primera vez había comprendido por qué la gente trataba de tener hijos. El milagro de la vida se reflejaba en los ojitos de las criaturas. Su existencia bastaba para darle a todo un nuevo significado, un sentimiento nuevo. Sintió un poco de tristeza porque sabía que quizá nunca tendría hijos propios.

– Taylor está embarazada otra vez -dijo Jimmy, sin haber respondido al comentario de Mitch sobre sus padres.

– Es la mujer de Mack, mi hermano mayor -le dijo Mitch a Britt-. Con éste serán tres, ¿no?

– Taylor jura que será el último -Jimmy asintió.

– ¿Cómo va el negocio de Mack? ¿Compró el estupendo avión Cessna del cual le hablé hace un mes?

– No creo -Jimmy movió la cabeza-. Era demasiado pequeño. Pero su negocio va de maravilla. Se han extendido hasta el aeropuerto Hilo.

– Sabía que Mack lo lograría -Mitchell asintió satisfecho.

– La semana pasada vi al tío Kam -dijo Jimmy-. Me invitó a cenar y me dijo que debería estudiar derecho. Luego se quejó de lo aburrida que es su vida porque no para de trabajar.

– Ese es mi hermano Kam -Mitchell rió-. Es incapaz de pensar en algo que no sea el trabajo.

– A diferencia de otros parientes que tenemos -continuó Jimmy-. Creemos que el tío Reggie está a punto de sumirse en las profundidades. Cree que está enamorado de una sirena. ¿Lo sabías?

– Tenía entendido que eso se le pasó el año pasado -Mitchell frunció el ceño-. Creía que ya estaba bien. ¿No le consiguió Shawnee trabajo en una serie de televisión que filmaban en la Isla Grande?

– Sí -Jimmy asintió-. Pero lo despidieron porque siempre faltaba del trabajo para ir a sentarse en Hamakua Point y fijar la vista en el océano -movió la cabeza-. ¿Qué me dices de eso? Enamorado de una sirena. Dice que una vez se le presentó y que le prometió volver. No quiere perder esa oportunidad.

– Dios mío -exclamó Mitch-. ¿Le habéis llevado al psiquiatra?

– ¿Bromeas? A mamá le es difícil convencerlo de que coma algo, le es imposible tratar de proporcionarle ayuda médica. Es una locura, pero así es el tío Reggie.

– Reggie es mi primo, el hijo de la hermana de mi madre -le explicó Mitchell a Britt-. Siempre está ocupado con algún proyecto alocado.Es posible que hayas visto su documental acerca de la vida marina del Hamakua Point. Lo transmitieron por televisión hace como un año. ¿No te pareció que hizo demasiado hincapié en las sirenas?

– Yo participé en el documental -comentó Jimmy sonriendo-. Todos participamos. Fue divertido ayudar al tío Reggie. Pero creo que fue demasiado para él. Pobre tipo.

Britt estaba sentada en el sofá escuchando con aparente tranquilidad la conversación sobre los Caine,.pero si alguien se hubiera fijado habría visto que tenía los nudillos blancos. Oír hablar de familias la ponía muy nerviosa. De cierta manera le encantaba tener información sobre la familia de Mitch. Pero una parte de ella no quería oír nada.

Finalmente las noticias familiares se terminaron. Britt suspiró y llevó a Jimmy a conocer a las criaturas. Al principio, él las levantó con temor, pero con la práctica mejoró.

– Mi novia llegará en cualquier momento -le aseguró a Britt-. Y ella sabe mucho de bebés. Ha cuidado a bastantes criaturas.

– Estupendo -el timbre de la puerta sonó en ese momento-. Seguro que es ella.

La novia de Jimmy no era como Britt la había imaginado. Pensaba encontrarse con una especie de versión más joven de las mujeres con las que salía su tío Mitchell. Pero la chica era pequeña, delgada, de aspecto inteligente, vestida con un pantalón y una camisa de una pieza. Tenía el pelo corto y nada de maquillaje.

– Pido disculpas por la forma en que estoy vestida -comentó al entrar-. Vengo del aeropuerto donde estaba probando el nuevo Apache que han recibido. No he tenido tiempo para cambiarme de ropa.

– Lani es piloto. Durante el verano trabaja para mi tío Mack -le informó Jimmy a Britt-. El es el que dirige el servicio de fletes aéreos en la Isla Grande.

– Comprendo -Britt sonrió, pero deseó que no volvieran a hablar de recuerdos familiares.

– Supongo que debo presentaros formalmente -dijo Jimmy sonriéndole a su amiga-. Esta es mi buena amiga Lani Tanaka. Lanie, seguro que recuerdas a mi tío Mitch. Y ésta es Britt, su… amiga.

Lani se encargó inmediatamente de las criaturas. Pero a Britt le resultaba difícil dejarlas. ¿Qué pasaría si Sonny llegaba a buscarlas? t0 si lo hacía Janine? Estuvo dándoles consejos a Lani y a Jimmy hasta que Mitchell le ciñó el brazo para conducirla afuera. Ella se quejó durante el trayecto al coche y se mantuvo enfurruñada mientras recorrían las calles de Honolulu.

Pero su estado de ánimo cambió cuando llegaron la tienda especializada en todo lo necesario para los niños. Nunca había visto un mundo de ensueño como ése. Quiso todo lo que veía.

– Mira esos vestiditos -gritó señalando unos vestidos multicolores.

– ¿Vestidos? -Mitchell no se dejaba impresionar con tanta facilidad. Hizo una mueca-. Todavía no pueden sentarse solas. No necesitan vestidos.

– ¡Los zapatos! -Britt ya estaba en la siguiente fila-. ¿No son encantadores? Tenemos que comprar dos pares.

– ¡Todavía no andan!

– Sacos de dormir para bebés -exclamó Britt-. Mira uno es amarillo y el otro es naranja. Con sus bolsas para guardarlos.

– ¿No crees que son demasiado pequeñas para ir de campamento? -comentó el señor Gruñón-. Espera al menos, hasta que crezcan lo suficiente para ponerse unos zapatos.

Britt no le hizo caso. Estaba divirtiéndose demasiado para permitir que Mitch le arruinara la diversión.

– Mira esas almohadas con los patos bordados. ¡Son preciosas!

– En el libro que leí decía que no deben usar almohadas antes del año de vida -frunció el ceño y ella se burló de él.

– Ay, Mitch, eres un aguafiestas -le dio una palmadita condescendiente en el brazo y siguió caminando. Él la siguió gruñendo.

De pronto, la actitud de Mitch cambió al ver algo que le llamó la atención.

– Mira estas bicicletas y los baloncitos -levantó uno y lo tiró de una mano a la otra-. Las niñas ya juegan al fútbol, ¿no? -preguntó esperanzado-. Y el coche de carreras en miniatura. Las dos cabrían en él. Mira, se presionan estos pedales…

– Mitch, no bromees -Brin suspiró y volvió a mirar los vestidos-. Todavía no pueden jugar con eso. Pero mira esos calcetines y esos zapatos de charol.

Pasaron una hora riendo y admirando las cosas que el mundo moderno ofrecía para los bebés y llegado el momento, Mitch sacó su tarjeta de crédito para pagarlo todo.

– Déjame pagar la mitad -insistió Britt, pero él no se dejó.

– Dejaron las criaturas a mi puerta. Ya has hecho más de lo que debías hacer -le dijo.

Britt se sintió un poco culpable porque ella había sido la que había decidido la mayor parte de las compras. Cedió porque parecía que para Mitch era importante hacerlo a su manera.

– ¿Bebé nuevo? -preguntó el cajero sonriendo-. Tiene suerte el pequeño. Sus padres son muy generosos.

– Mamá es la generosa -dijo Mitch sacando el pecho y sonriéndole a Britt con malicia-. Yo he venido sólo a dar un paseo -le guiñó un ojo al empleado-. Pero ya sabe cómo son las mujeres. Gastan, gastan y gastan.

– Tiene razón -dijo el empleado, inclinado hacia adelante y con una mirada significativa-. Se le pondrían los pelos de punta si le contase cómo gastan algunas mujeres. Compran cualquier cosa si uno se la presenta de la manera adecuada.

– Más le vale rogar que sigan haciéndolo -tronó Britt irritada-. El día en que dejen de gastar usted perderá su trabajo, ¿no cree? -el empleado la miró desconcertado.

– ¿No puedes aceptar una broma? -le susurró Mitch al salir de la tienda.

– Soporto las bromas, pero no los insultos -protestó.

– No sabía que fueras feminista. Cada día descubro algo nuevo en ti.

– Me gusta defender mis puntos de vista -replicó-. Y no creas que no me he dado cuenta de quién ha empezado. Has incitado al cajero antes de que se diera cuenta de lo que estaba haciendo. Supongo que no puede esperarse mucho más de un hombre que piensa que las mujeres son muñecas con las que se juega cuando se tienen ganas.

– ¿Te refieres a mí? -Mitch giró sobre sus talones y se la quedó mirando; la diversión había desaparecido de sus facciones. ¿Cómo podía estar tan equivocada respecto a él?

– Exactamente.

– ¿Es eso realmente lo que piensas de mi? -preguntó quedo.

Britt abrió la boca para decir algo mordaz, pero al ver su expresión fue incapaz de hacerlo. De pronto, comprendió que sus palabras lo habían herido y se arrepintió.

– No, Mitch -dijo tocándole el brazo. Sonrió titubeante-. ¿No soportas una broma?

– Por supuesto, muchacha -sonrió-. Soporto las bromas -se volvió-. Espero que encontremos el sitio en el que hemos dejado el coche.

Britt se protegió los ojos con la mano para buscar el coche, pero le costaba concentrarse, pues no podía dejar de pensar en Mitch. Él parecía de buen humor, pero había una extraña dureza en su interior. Deseó no tener que verlo emerger nunca. Algo le decía que Mitch podía ser peligroso si se le irritaba mucho.

Pero Mitch también debía conocer sus límites. Britt no permitiría que nadie la menospreciara por ser mujer.

– Allí está -señaló el coche y mientras se acercaban a él, a ella se le ocurrió otra cosa.

– Espero que alguien les enseñe a Danni y a Donna a respetarse -murmuró, para sí.


Fueron tambaleándose hacia el ascensor, cargados de paquetes. El estado de ánimo festivo los acompañó desde el pasillo hasta el apartamento. Pero cuando Mitch abrió la puerta y entraron, Britt cambió completamente de expresión, dejó los paquetes en el suelo y miró a Mitch con los ojos abiertos de par en par.

– Mitch -dijo-. No están aquí.

– ¿Qué quieres decir con que no están aquí? -guardó la tarjeta de Britt en su bolsillo e hizo una mueca-. Todavía no hemos buscado en la habitación.

– No están aquí -insistió-. Lo presiento -se volvió y le agarró el brazo-. ¿Habrán venido Janine o Sonny?

A Mitch se le hizo un nudo en el estómago. Fue hacia la habitación y la encontró vacía. Se volvió y vio que Britt estaba a su espalda, abrazándose los brazos y tratando de dominar el pánico.

– Tienes razón, no están -comentó él-. ¿Dónde diablos estarán Jimmy y Lani?

Britt lo miró a los ojos con la esperanza de encontrar en ellos algo que le diera fuerzas.

– ¿Qué hacemos? -preguntó con voz tensa-. ¿Llamamos a la policía?

– Exageras un poco -movió la cabeza-. Es posible que estén por aquí.

Britt volvió a agarrarle del brazo.

– No podemos quedarnos sin hacer nada -gritó-. ¿No puedes llamar a tus amigos de la comisaría?

Mitch podía hacerlo, pero no sabía qué iba a decirles. Sin embargo, debía intentarlo. Él tenía su propia idea de lo que podía estarles ocurriéndoles a las dos niñas.

– Llamaré a Jerry -anunció mientras buscaba el teléfono, pero antes que marcara el número, la puerta de entrada se abrió.

– Hola -Jimmy entró con una de las niñas en el hombro-. ¿Ya habéis vuelto?

Britt se adelantó cuando Lani entró detrás de Jimmy con Danni en brazos. Sin decir nada, le quitó a la criatura.

– ¿Dónde habéis estado? -preguntó Mitch muy serio.

– Hemos bajado al patio para dar un paseo -Jimmy pareció sorprendido.

– Las niñas necesitan vitamina D -les recordó Lani tranquila-. Miradlas. ¿No veis qué contentas están?

– Tranquila -le susurró Mitch a Britt-. Podíais habernos dejado una nota -continuó en voz alta, intentando dominar su enfado-. Creíamos que os habían secuestrado a todos.

– ¿Secuestrado? Jimmy pareció intrigado-. Ay, lo siento no sabíamos que ibais a volver tan pronto. Después de todo… -señaló los paquetes que estaban en el suelo-. Parece que habéis comprado toda la tienda.

Britt se movió y Mitch le rodeó los hombros con el brazo.

– No tienen la menor idea del problema que tenemos -le recordó Mitch a Britt-. No saben que Sonny y Janine existen.

Britt asintió con un movimiento brusco de cabeza, sabía que Mitch tenía razón. Estaba volcando todas sus fuerzas en controlarse y lo lograría, era indispensable que lo hiciera. Y por el bien de las criaturas debía mantenerse tranquila.

Sabía que el dolor que acababa de experimentar era una advertencia. No debería encariñarse tanto con las gemelas. ¿Por qué no se valía de su experiencia? ¿Qué diablos le pasaba?

Fuera lo que fuese, en ese momento podía detenerse. Para calmarse tuvo que abrazar fuerte a cada criatura, durante unos minutos.

– Gracias por vuestra ayuda -logró decir cuando los jóvenes se disponían a salir.

Mitch trató de pagarles, pero Jimmy no quiso aceptar el dinero.

– En vez de eso llévanos a cenar una de estas noches -sugirió-. Sabes que somos estudiantes hambrientos. Nos sentaría bien una comida gratis.

Mitch los acompañó a la puerta, se despidió de ellos y se volvió. Después abrazó con fuerza a Britt que llevaba en brazos a las dos criaturas.

– Menos mal que estáis bien -les susurró a las niñas, aunque miraba a Britt.

Sorprendida, Britt se lo quedó mirando. No se había dado cuenta antes de lo mucho que le había asustado a Mitch no ver a las criaturas. Saber que ella había sentido lo mismo le proporcionó un agradable sentimiento de simpatía. Cuando al final Mitch la soltó, Britt se sintió un poco triste. Le gustaba que él la abrazara.

Mientras Britt permanecía sentada con las niñas, Mitch reunió las compras y comenzó a sacarlas de las bolsas y paquetes.

– Ropa, niñas -les anunció levantando una prenda-. De haber sido niños, yo estaría pidiéndoles disculpas. Pero se dice que a las niñas les gusta la ropa -movió la cabeza-. Estamos llegando a las cosas mejores -arrastró una caja grande, la abrió y comenzó a sacar piezas de metal.

– Mirad qué columpio nuevo -le dijo Mitch a Donna mientras armaba un columpio para bebés-. Dentro de un rato estaréis meciéndoos, si no me equivoco al seguir las instrucciones. Es una pena que a nadie se le ocurra utilizar un inglés claro en las instrucciones.

Britt se echó a reír y levantó a una chiquilla y luego a la otra para que vieran lo que hacía Mitch. Luego éste tomó la siguiente bolsa.

– Aquí están los dados de espuma, niñas -anunció colocándolos en el suelo.

Britt colocó a las niñas boca abajo, cerca de ellos.

Pero los dados no les gustaron tanto como los sonajeros. Britt no sabía lo mucho que les gustaba a las criaturas golpear objetos que hacían ruido, pero pronto se enteró. Jugó con las niñas mientras Mitch terminaba de armar el columpio y colocaba unos móviles sobre las camitas. Britt tenía a las niñas en brazos cuando Mitch volvió.

– Hola, Donna. Hola, Danny -susurraba Britt-. ¿Nos habéis echado de menos cuando hemos salido?

Mitch la observó y tuvo que dominar el deseo de hacerle una advertencia. Era evidente que se estaba encariñando demasiado con las pequeñas. Pero seguía sin saber qué podía hacer al respecto. También él estaba encariñado con ellas.

– Listo -anunció al acercarse-. Todo lo que una niña puede desear. Así que no quiero oír más lloros, niñas, ¿de acuerdo? De ahora en adelante estaréis demasiado ocupadas para quejaros.

Al cabo de un rato a las niñas empezaron a cerrárseles los ojos. Luego Britt calentó dos biberones, después de dárselos, las acostaron y para entonces, los dos estaban agotados. Britt invitó a Mitch a la cocina para que tomara una taza de té. Se sentaron a la mesa, uno frente al otro.

– Me ha gustado conocer a Jimmy -comentó Britt después de darle un sorbo al té-. Me ha gustado mucho.

– Es un gran chico, ¿no? -Mitchell sonrió.

– Eso parece.

– El resto de mi familia también es muy agradable -comentó Mitch, inclinándose y sonriendo de manera afectuosa-. Algún día los conocerás. De vez en cuando ofrecemos reuniones familiares en la Isla Grande. Te llevaré a una.

A Britt le entusiasmó aquella propuesta.

– ¿Creciste allí? -le preguntó a Mitch.

– Sí.

Britt titubeó. Generalmente cambiaba de tema cuando llegaban a ese punto. La familia y la niñez de las personas no eran los temas que más le agradaban. Hablar de ello la hacía recordar cosas muy dolorosas. Pero después de conocer a Jimmy y de haber oído hablar de sus parientes tenía mucha curiosidad.

– ¿Cómo se vive dentro del seno de una familia cariñosa como la tuya? -preguntó abrazándose con fuerza.

– ¿Cómo? -Mitch se encogió de hombros sin saber lo difícil que le había resultado a Britt formular la pregunta-. No lo sé. Entonces, me parecía una vida normal. Reñíamos. Teníamos nuestros altibajos. Pero siempre salíamos adelante porque nos queríamos y respetábamos.

– Ah -murmuró Britt. Parecía demasiado bueno para que fuera verdad-. Pero tus padres no siempre estaban con vosotros, ¿verdad?

– No. Shawnee fue la que nos cuidó. Y la pobre tuvo mucho trabajo -sonrió al recordarlo-. Por ejemplo, mi hermano mayor, Mack, siempre estaba metido en algún lío. Tuvo problemas serios con la policía.

– Pero ése es el que tiene el servicio aéreo.

– Así es. Terminó siendo trabajador y honrado. Pero hubo momentos, muchos de ellos, en los que pensamos que iba a terminar mal.

Britt murmuró algo banal. Ella tenía muchas cosas que contarle sobre lo que era vivir en la adversidad, pero no lo haría, no podría.

– El siguiente en edad es Kam -continuó-. Kam era demasiado serio para meterse en algún lío. El siguiente soy yo… -sonrió abiertamente-. Yo era malditamente adorable.

Britt soltó una carcajada.

– Crees que tu encanto te despejará el camino en la vida, ¿no?

– Hasta ahora me ha dado muy buen resultado -contestó no muy serio.

– No comprendo por qué no has formado una familia propia después de haber tenido una vida familiar tan agradable.

– Tengo tiempo, no soy tan viejo.

– ¿Qué edad tienes?

– Treinta y dos años.

Britt arqueó una ceja e hizo una pregunta que sabía era muy indiscreta.

– ¿Qué edad tenía tu última amiguita?

– Oye -fingió estar enfadado-. Eso ha sido un golpe bajo.

– Es decir, era demasiado joven.

– No, de hecho, hace bastante tiempo que no tengo lo que podría catalogarse como una novia…

– ¿No? ¿Ahora no estás saliendo con nadie?

Mitch la observó fijamente. Britt se ruborizó y él sonrió.

– En estos momentos no -dijo con firmeza, sin querer pensar en Chenille-. Soy un hombre libre.

– Un donjuán. -dijo sin pensar y él hizo una mueca.

– No soy un donjuán.

– Entonces, ¿qué eres?

¿Qué era él? Mitch no se lo había preguntado desde hacía mucho tiempo. En el pasado y muchas veces, había sabido lo que era. En la secundaria, cuando había tocado la guitarra en un grupo era un roquero. Luego se había dedicado al deporte de la tabla hawaiana y casi había vivido para retar a las olas. En algún momento, después de la universidad se había convertido en un buen amante, y luego en investigador para la oficina del fiscal del distrito judicial. Seguía trabajando como investigador y disfrutaba haciéndolo, pero ya no parecía llenarlo como antes. Había pasado demasiado tiempo navegando, por decirlo así, trabajando mucho, flirteando mucho, saliendo con chicas y sin pensar en cómo sería su vida futura.

– ¿Qué eres? -volvió a preguntar Britt, inclinada hacia adelante-. ¿Qué esperas de la vida?

– Satisfacción -respondió.

– Es otra manera de decir «diversión» -dijo con expresión desdeñosa.

– ¿Qué tiene de malo la diversión? -preguntó él-. No la menosprecies hasta que la hayas probado.

– Por favor, no digas tonterías.

– Vamos, Britt -se inclinó hacia adelante como un cazador olfateando su presa-. Presiento que no sabes nada de lo que es diversión.

Britt volvió a ruborizarse y se aferró con fuerza al borde de la mesa.

– No es cierto, sí sé divertirme.

– Demuéstramelo -exigió con los dedos apoyados en la mesa-. ¿Qué haces para divertirte?

– Me divierto en este momento cuidando a las criaturas -respondió después de pensar.

– No me refiero a ese tipo de diversión y lo sabes -torció la boca en un gesto desdeñoso.

– Debería habérmelo imaginado -lo miró poniéndose a la defensiva-. Volvemos al sexo.

– ¿Eso crees?

Britt se puso de pie. Necesitaba huir, levantó las tazas y las llevó al fregadero.

– Olvídalo -dijo con voz dura-. Además de eso, la gente hace otras cosas para divertirse.

– No lo niego -aceptó y giró en la silla para observarla-. Y de eso estoy hablando -Mitch se puso de pie y se detuvo a espaldas de Britt para observarla mientras enjuagaba los platos-. Por lo que he visto, no te has divertido mucho en tu vida, Britt Lee. Al menos, si lo haces, no veo evidencias de ello.

Britt se puso muy tensa.

– Si no es divertido estar a mi lado, lo siento -masculló echando chispas por los ojos.

– No he dicho eso -repuso Mitch y la hizo volverse para que lo mirara de frente-. Me divierto contigo, pero Britt… -le escudriñó los ojos para tratar de ver algo en sus misteriosas profundidades-. ¿Qué te divierte?

– No se trata de la diversión -no estaba segura del hecho, pero esa pregunta la atemorizó hasta el punto de hacerle sentir casi pánico.

– Vamos -insistió Mitch acariciándole la mejilla-. Dime una cosa que te parezca divertida.

– Helado bañado con chocolate caliente -contestó animada y triunfal.

– Comida -movió la cabeza y se rió de ella-. Vamos. ¿No puedes decirme algo mejor, algo diferente?

Britt tenía la mente en blanco, la cercanía de Mitch la impedía pensar con claridad.

– No sé -murmuró nerviosa-. Dime el tipo de cosas a las que te refieres y quizá pueda darte un ejemplo.

– Te diré exactamente a lo que me refiero -asintió y bajó la voz-. Hablo de pasear bajo la lluvia -murmuró despacio para que ella pudiera imaginárselo-. Hablo de nadar a la luz de la luna. De inclinarse arriba del borde de Nuuanu Pali y oír el rugido del viento. De extender el brazo y encontrar una mano que espera estrechar la tuya en la oscuridad. Bailar al ritmo de una canción lenta y desear que nunca termine.

Britt movió la cabeza.

– Nunca he hecho ninguna de esas cosas -aceptó con tristeza.

Mitch sonrió y le acarició la barbilla.

– Es justo lo que quería decir.

Britt se enfrentaba con un dilema. Sabía que debería alejarse de Mitch, pero le gustaba tanto su contacto que todavía no deseaba hacerlo. Sin embargo, se sentía culpable por permitirle tocarla de esa manera.

– No me importa -masculló un poco incómoda y a punto de desistir de tratar de convencerlo-. No necesito diversión.

– Todos la necesitamos, al menos de vez en cuando -le acarició un hombro con un gesto de amigo-. ¿Qué me dices de cuando eras una chiquilla? ¿Recuerdas con qué te divertías?

– No -respondió y se volvió. No quería hablar de su infancia. Sin embargo, Mitch no estaba dispuesto a soltarla con tanta facilidad así que la siguió a la sala.

– ¿Cómo te divertías cuando tenías dieciséis años?

– No hacía nada -¿no lo comprendía? La diversión nunca había sido parte de su infancia.

– Estoy seguro de que acompañabas a los chicos a la hamburguesería o en el puesto de saimin ya que te criaste aquí en Hawai.

– Nunca -negó con un movimiento de cabeza.

– ¿Hablabas largo y tendió por teléfono con tus amigas?

– No.

– ¿Besabas a los chicos en el asiento de atrás de los coches?

– Sabes que no sería capaz -lo miró acongojada.

Mitch estaba anonadado. De acuerdo, ella le había aclarado que era virgen. Pero aquello no se lo esperaba.

– ¿Quieres decir que nunca dejaste que flirtearan contigo? -preguntó incrédulo.

– Por supuesto que no -levantó la barbilla, sabía lo que Mitch estaba pensando, pero se negaba a rendirse ante la presión-. Ya sabes que nunca hice ese tipo de cosas.

Britt se desplomó en un sillón y levantó una revista; fingió interesarse en un artículo acerca de los gases en las cloacas, en Europa oriental. Mitch se sentó a su lado, teniendo cuidado de no tocarla.

– Nunca lo has hecho -repitió-. ¿No te das cuenta de lo que te has perdido? Esa era la mayor diversión en la adolescencia.

– Por lo visto no puedes mantenerte alejado del sexo -lo retó exasperada.

– No comprendes -dijo después de titubear-. Eso tiene relación con el despertar de las hormonas y del sexo. No necesariamente tiene que terminar en algo más íntimo. De adolescente sabía besar durante horas y seguir más…

– Olvídalo -se volvió para no verlo-. No quiero oír la descripción de tus experiencias.

– Supongo que no tenemos tiempo para eso -bromeó-. Pero deberías experimentar una sesión de caricias, al menos una vez en tu vida -la miró pensativo-. Yo te enseñaré.

– ¡No! -gritó Britt atemorizada.

– No te preocupes. No será una repetición de lo que ha sucedido en el sofá esta mañana.

– En eso tienes razón -acercó la revista a su rostro y fingió leer.

– Brin -empujó suavemente la revista-. Vamos, tardaremos sólo unos minutos y te juro que no terminaremos haciendo el amor.

Britt se ruborizó presa de un deseo por Mitch que le hacía tener la sensación de estar volando como una cometa. A pesar de todo, volvió el rostro hacia él.

– Mitch -murmuró desvalida.

– Calla -respondió ciñéndole los hombros y mirándola a los ojos-. No digas nada hasta que hayamos terminado.

Los ojos de Britt eran tan azules como el cielo hawaiano y la piel de Mitch era oscura, tersa y cálida. Britt vio que Mitch se acercaba tanto a ella que sus facciones perfectas comenzaron a borrarse.

Al principio los labios de Mitch fueron para Britt como una brisa tropical. La joven suspiró y entreabrió la boca. Él le cubrió los labios y ella cerró los ojos para dejarse ir a la deriva y sentir su contacto. Fue una danza fantástica, un viaje en un globo y un trayecto en balsa sobre un río. Obedeciendo a un impulso, Britt deslizó la lengua por la boca de Mitch. Ella se sintió deseada, necesitada y amada. Sí, amada.

Britt se acercó más porque necesitaba tener a Mitch más cerca, pero él suspiró y se alejó un poco para frotar su rostro con el de ella.

– No, eres muy atrevida. Nada de tocarnos debajo del cuello. Recuerda que sólo nos podemos besar.

Britt suspiró por una decepción que no pudo ocultar y se acomodó para permitir que él volviera a besarla. El beso fue largo, lento y perezoso y la hizo caer en un trance, en un sueño embriagador. Mitch siguió besándola y cuanto más duraba el beso más deseaba ella que no terminara. Llegaron hasta un punto en el que ella ya no supo dónde terminaba su boca y dónde comenzaba la de él.

– Ah -murmuró cuando él se alejó.

– ¿Te ha gustado? -preguntó Mitch divertido mientras ella trataba de retornar a la realidad.

– Sí -respondió apoyando la cabeza en el sillón y mirándolo con ojos soñadores. Se sentía como una adolescente enamorada-. Ay, si…

– Me alegro, Britt -murmuró ronco. La risa había desaparecido de sus ojos y la miraba muy serio. Le despejó un mechón suelto que le había caído a la mejilla-. También a mí me ha gustado.

De pronto Mitch se puso de pie y atravesó la habitación. La joven quiso detenerlo, hacer que volviera a su lado. Pero comprendió a tiempo que parecería una tonta si se lo pedía. El agradable calor que la había llenado comenzó a desaparecer.

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