Capítulo 9

TIM abrió un ojo y vio a Natalia cubierta de chocolate

– Mmm -dijo comiéndose una gota que le había caído en la nariz.

– Dios mío, hay chocolate por todas partes -dijo Natalia tras apagar el aparato a ciegas. Estaba para comérsela. Tim comenzó a salivar. Natalia lo señaló con un dedo en plan de advertencia como si le hubiera leído el pensamiento.

– Ha sido culpa tuya -le reprochó.

– ¿Mía? -dijo Tim riendo-. ¿De dónde te sacas eso?

– ¡Me has distraído! Estaba trabajando y tú venga a… no has parado de…

– ¿Sí? -dijo Tim encantado con la dirección de la conversación.

– Da igual -añadió Natalia-. Ha sido culpa tuya y punto.

– Así que te distraigo…

– Sí, te lo acabo de decir, ¿no?

– Porque te gusto.

– Eso no lo he dicho.

– A mí también me gustas, Natalia.

– ¿De verdad? -dijo mirándolo a los ojos.

– Lo sabes de sobra.

Natalia cerró los ojos.

– Sí, pero no serías capaz de aprovecharte de una loca, ¿verdad? -dijo mojando una toalla y limpiándose la cara con fastidio.

Tim sintió unos deseos irreprimibles de besarla.

– Déjame a mí -dijo agarrándola de la muñeca.

– No.

– Solo quiero ayudarte -insistió acercándose y lamiéndole una gota de chocolate que tenía en el lóbulo de la oreja.

– Espera -dijo ella cerrando los ojos.

– ¿Por qué?

– Porque no puedo seguir enfadada contigo si me haces eso.

– Ah, bueno, si es por eso… -dijo Tim bajando la lengua por el cuello.

– Tim, te lo digo en serio -protestó Natalia.

– Sí quieres seguir enfadada conmigo… Bueno, tú misma.

El gemidito que emitió terminó de excitarlo.

– Tengo fama de no ceder -dijo Natalia-. Pregúntaselo a mis hermanas.

– Información familiar clasificada, ¿eh? – bromeó queriendo saberlo todo sobre ella-. Encantado de hablar con tus hermanas. Cuéntame más cosas -añadió bajando con los labios hasta su escote.

Se moría por liberarla de la ropa y seguir así por todo su cuerpo.

– Háblame de ti, Natalia.

– Aunque no lo creas, la gente me respeta y tiene en cuenta mis opiniones -contestó cerrando los ojos con la respiración entrecortada-. Ya te he dicho que les gusta cómo cocino, ¿verdad?

– Pero no has llamado a tu casa…

– Necesitaba un descanso -contestó concentrándose en la estela de saliva incandescente-. Me agobian un poco.

– ¿Tu padre? -preguntó Tim tomándola de la cintura y metiéndole las manos por debajo de la blusa hasta juguetear con la piel de su espalda.

– Sí, mi padre -contestó apretándolo contra su cuerpo-. Se preocupa por mí porque cree que en el mundo de verdad se aprovecharían de mí.

Tim la miró. Seguía con los ojos cerrados y tenía la boca entreabierta como si no le llegara el aire a los pulmones. Se moría por poseerla, pero, de repente, sus manos se negaron a continuar la exploración. No podía aprovecharse de ella, fuera quien fuese.

¿Y si fuera una princesa de verdad? Su cuerpo se moría por seguir lo que habían empezado, pero su cerebro le dijo que, quizás, no debería hacerlo.

El cerebro ganó.

Natalia se merecía mucho más que una noche. ¿Y qué le podía ofrecer él? ¿Qué más querría ella?

Natalia abrió los ojos viendo que había dejado de besarla.

– ¡Cómo ha quedado todo, madre mía! -exclamó observando la cocina-. La que has armado.

Tim sonrió.

– ¿Te estás riendo de mí?

– No, claro que no.

– Me voy a pasar todo el día para limpiarlo.

– Te vas a tener que quedar más tiempo, entonces.

– ¿Cuánto más? -preguntó Natalia agarrando una esponja.

«Toda la vida», pensó Tim.

– Depende, supongo.

– ¿De qué?

– Bueno, de la boda a la que tenías que ir, ¿no?

– No voy a ir. Intenté decírtelo el otro día, pero… -se encogió de hombros-. Ya he llamado y les he dicho que estoy…

– ¿Embadurnada de chocolate?

– Más o menos.

– ¿Por qué no me lo habías dicho?

– No estaba segura.

– Porque te querías ir.

– Porque me quería quedar.

Tim sintió un gran satisfacción.

– Eso no tiene nada de malo, ¿no?

– Lo cierto es que, si quieres, me puedo quedar unos días más…

Claro que quería.

– ¿Y luego?

– Me iré a mi casa -contestó dándole la espalda-. Y se acabó.

– ¿De verdad?

– Sí.

¿Tenía que ser así? ¿Qué tenía de malo hablar de las demás posibilidades? Él estaba dispuesto.

– Natalia… -dijo acercándose a ella.

Al hacerlo, pisó un buen charco de chocolate y, en un abrir y cerrar de ojos, estaba en el suelo.

– ¡Tim! -exclamó ella arrodillándose a su lado y abrazándolo-. ¿Estás bien? -añadió poniéndole la cara justo entre sus pechos.

Tim abrió los ojos y se encontró en aquel maravilloso cojín.

– Un poco mareado -contestó sinceramente.

Natalia lo abrazó más fuerte. Tan fuerte que Tim sintió un pezón en la oreja. Lo tenía tan cerca que le habría bastado con sacar la lengua para tocarlo. Al pensar en aquella posibilidad, no pudo evitar gemir.

– ¿Dónde te duele?

Tim no podía ni hablar. Sentía todas las curvas de su cuerpo y solo podía pensar en poseerla.

– ¿Tim? -dijo mirándolo asustada-. Di algo.

– Yo…

– ¿Sí? -dijo acercándose tanto que Tim sintió sus pestañas en la mejilla.

– Un beso de mariposa.

– Necesitas un médico.

– No creo que me sirva de mucho -contestó Tim pensando en la erección que amenazaba con romperle los vaqueros.

Natalia frunció el ceño y siguió su mirada. Al llegar a la entrepierna, se le quedaron los ojos como platos.

– No estás herido.

– No.

– Estás…, sí.

– Sí…

– ¿Es porque te estoy tocando? -preguntó lentamente.

– En parte, sí.

– ¿Y la otra parte?

– Que tengo tu pecho en la cara.

– ¡Ah! -exclamó apartándose tan rápidamente que a Tim no le dio tiempo de reaccionar y se golpeó la cabeza en el suelo.

– Ahora sí que me he hecho daño -dijo mirando el techo.

Natalia lo miró tapándose la boca y emitiendo un sonido que se parecía sospechosamente a una risa.

Tim la miró divertido.

– Lo siento.

– ¿Te estás riendo de mí? -le preguntó sentándose dolorido-. Seguimos cubiertos de chocolate.

Natalia le tocó el pecho.

– Iba a ser un postre muy rico.

Tim pensó que podría seguir siéndolo si le dejara quitarle el chocolate del cuerpo a lametazos. Aquel pensamiento le llevó a preguntarse quién estaba allí más necesitado de ayuda.

Decidió que su corazón.

– Si quieres, después de limpiar, hago otro postre -se ofreció Natalia.

En ese momento, se abrió la puerta y entró Sally.

– ¿Qué demonios ha pasado aquí?

– Hemos tenido un pequeño accidente – contestó Natalia.

Sally miró a su alrededor y se fijó en ellos.

– Ya, ya, accidente.

Tim se incorporó y se frotó la nuca.

– No irás a empezar otra pelea de barro, ¿verdad?

– No, preferiría cargar la escopeta y darte un tiro de gracia para ahorrarte el sufrimiento -contestó acercándose a su hermano-. ¿Me quieres contar por qué estás cubierto de chocolate?

– No.

– Me he perdido una buena juerga, ¿eh? -dijo Sally probando el dulce-. Mmm…

– ¿Está bueno? -preguntó Natalia.

– No está mal -contestó Sally intentando no mostrarse amable.

La verdad era que, desde la pelea, su actitud hacía Natalia había cambiado aunque no quisiera reconocerlo. Moriría antes de admitirlo, pero incluso le caía bien.

Natalia negó con la cabeza.

– Mentirosa.

– Eh, que he dicho que no está mal.

– Está perfecto.

– Deja de comportarte como si fueras una princesa.

– Es que lo soy.

– Lo que tú digas -dijo Sally poniendo los ojos en blanco y tomando un poco más.

– ¿Por qué te lo sigues comiendo si solo está pasable?

– Bueno… puede que esté bueno, sí.

– Claro que está bueno.

– Desde luego, está mejor que las chocolatinas de Seth.

Tim se apresuró a ponerse en pie. No quería tener que explicarle a Natalia que los estaba matando de hambre y por eso recurrían a las chocolatinas de Seth. No era el momento ahora que había conseguido que no siguiera enfadada con ella.

– Sally…

– ¿Qué es eso de las chocolatinas de Seth?

– Sí -contestó Sally-. Si haces este chocolate, puede que no tenga que seguir comiendo chocolatinas y comida basura como llevo haciendo una semana.

«Maldita sea», pensó Tim girándose hacia Natalia.

– Nat…

– ¿Qué me estás diciendo?

– Eh… nada, ¿verdad, Tim?

Tim sintió deseos de estrangular a su hermana. No quería mentir, pero, ¿cómo iba a decir la verdad sin herir a Natalia?

– ¿Tim? -dijo ella mirándolo fijamente.

– ¿No oís a Jake? Creo que me está llamando.

– ¿Y yo soy la loca? -dijo Natalia.

– Sí -contestó Sally agarrando a su hermano de la mano y llevándoselo hacia la puerta-. No te acerques. Es contagioso.


Natalia se encontró mirando a Tim constantemente y, aunque no tenía pruebas, estaba convencida de que él también la miraba.

No había vuelto a intentar nada y Natalia se lo agradecía. Estaba decidida a resistir el deseo de abalanzarse sobre él y a disfrutar de su estancia en el rancho. Lo que más le gustaba era cocinar.

Para su sorpresa, al cabo de un rato, Sally había vuelto y, sin mediar palabra, la había ayudado a limpiar la cocina.

Por si fuera poco, le había preguntado por su vida y por su familia. Natalia le había hablado de su padre, el rey, y de sus hermanas y Sally no se había reído.

Natalia estaba ahora sentada en el balancín del porche mirando a Tim, que estaba dando de comer a sus mascotas a la luz de la luna. Había tenido un día muy largo, pero seguía trabajando. Natalia sospechaba que debía de estar agotado. Sin pensarlo, se acercó al vallado.

– No hace falta que les des de comer -le dijo sonriendo.

– Están muertos de hambre, los pobres -contestó Tim.

– No -dijo Natalia encogiéndose de hombros -. Parecían hambrientos, así que…

– ¿Así que qué, princesa?

– Mi tratamiento es Su Alteza Real, si no te importa.

Tim sonrió.

– No cambies de tema. ¿Qué has hecho?

– Lo sabes perfectamente. Les he dado de comer -contestó-. Cuando no estabas mirando, claro.

– ¿Porqué?

– Porque están ahí, porque…

«Porque, no sé cómo, se me ha quitado el miedo».

Madre mía, lo que le iba a doler irse de allí.

Tal vez haría mejor en irse inmediatamente y no prolongar la agonía. Tenía dinero para un billete de autobús. Solo tendría que llamar a Amelia y estaría fuera de allí en menos de una hora.

Pero había algo que se lo impedía. Texas, el estado en el que todo se hacía a lo grande, se le había colado en el corazón. Y también algunos de sus habitantes, duros por fuera y dulces por dentro. Incluso Sally, a la que jamás olvidaría.

Y, sobre todo, Timothy Banning, que la estaba mirando con deseo.

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