– ME quieres -dijo Natalia lentamente. No se podía creer que aquella voz tranquila y calmada fuera la suya. Nadie se había dado cuenta de que le temblaban las piernas.
– Sí -dijo Tim sonriendo desarmado mirando a su público-. ¿Podríamos entrar en casa y hablarlo?
– Claro que no, joven -intervino Amelia-. Siempre tiene que haber una carabina con Su Alteza.
– Amelia, por favor -sonrió Natalia-. Llevo con él toda la semana.
– ¿Qué? -gritó la niñera horrorizada.
– No es lo que tú te crees -mintió Natalia para tranquilizarla-. Quiero decir que he estado trabajando, cocinando, ayudando… Oh, Amelia, si supieras lo bien que me he sentido ganándome el sueldo -dijo abrazando a la mujer de nuevo.
– Tú no necesitas ganarte ningún sueldo.
– Ya lo sé, pero…
– Perdón -intervino Tim-. ¿Hola? Estábamos hablando de algo muy importante, ¿recuerdas? -añadió saludando con la mano y tomando a Natalia de los hombros. Al demonio con los guardaespaldas.
Natalia lo miró a los ojos y vio lo que había soñado toda la vida con ver.
– Me quieres -dijo-. A mí, a la mujer.
– Te quiero, sí, a ti, a la mujer que me hace reír, a la mujer que alegra mis días, a la mujer con la quiero envejecer.
– Pero no sé cocinar comida americana.
– No, pero siempre habrá chocolatinas y comida basura. Natalia, cásate conmigo.
– ¿Y mi lado de princesa? -preguntó ella aguantando la respiración. Amelia hizo un movimiento a sus espaldas y temió que fuera a golpear a Tim con la sombrilla antes de que le diera tiempo de contestar-. ¿Tim? Me quieres, sí, a la mujer, pero, ¿qué hacemos con la princesa?
– Que se quede también -contestó Tim agarrándole la cara con aquellas manos tan grandes que tanto le gustaban-. Lo quiero todo, el lote completo, Natalia. El cuero, los vaqueros y hasta los pintalabios azules. Quiero todo de ti… -se interrumpió y miró a los guardaespaldas-. Supongo que ellos no vendrán con nosotros de luna de miel, ¿no?
Natalia se quedó sin respiración.
– ¿Luna de miel?
Tim le apartó un mechón de pelo de la cara y le acarició la cara.
– ¿Te quieres casar conmigo? Así, me vigilarás para que no recoja más animales de geriátrico y no coma demasiado chocolate.
– Me encantan tus animales de geriátrico -contestó Natalia con lágrimas en los ojos-, pero…
– De peros nada, ya has oído a Amelia.
– No puedo pedirte que dejes esto -susurró-. Sé que significa mucho para ti y mi casa, mi familia, significan mucho para mí también.
– Tiene que haber una manera de combinarlos -dijo Tim desesperado-. Podría dejar a Sally la mitad del año con el rancho.
– No hay problema -dijo su hermana.
Natalia lo agarró de las muñecas y lo miró sinceramente sorprendida.
– ¿Estarías dispuesto a dejar el rancho? ¿Te vendrías a vivir conmigo a un país que nunca has visto?
Tim se acercó y la besó.
– Natalia, me iría a la luna si tú me lo pidieras. Lo único que quiero es estar contigo.
Natalia no quería ni parpadear por miedo a que aquel hombre perfecto, fuerte, bueno y sorprendente desapareciera.
– Quiero vivir en Texas.
Amelia carraspeó.
– Es cierto -dijo Natalia sin dejar de mirar a Tim-. Lo siento, Amelia, pero estoy enamorada de él.
Amelia gimió, sacó un pañuelo del bolso y se puso a llorar a todo llorar.
– ¿Amelia? ¿Estás llorando? -preguntó Natalia anonadada. No había visto llorar a su niñera en la vida.
– Cariño -dijo Amelia entrecortadamente.
Estaba llorando tan fuerte que la señora Cerdo se puso a gruñir y Pickle no tardó en unirse.
– Me estás asustando -dijo Natalia.
– No te puedes ni imaginar cuánto tiempo llevaba esperando algo así -dijo Amelia-. Es amor de verdad. Es lo más bonito que he visto en mi vida. Vas a ser tremendamente feliz.
– Todavía no ha dicho que sí -apuntó Tim.
– No -dijo Amelia secándose las lágrimas-, es cierto.
– Quiero oírtelo decir.
– Te quiero -dijo Natalia con convicción-. Te quiero, Timothy Banning, y no quiero que abandones nada por mí. De verdad, quiero vivir aquí -le aseguró-. Vendrás a verme a menudo, ¿verdad? -añadió mirando a su niñera.
– Claro que sí.
Tim estaba pasmado.
– Solo una cosa -dijo Natalia.
– Lo que quieras.
– Si no me he quedado embarazada después de lo del preservativo roto…
Amelia gritó horrorizada y golpeó a Tim con la sombrilla.
– ¡Eh! -exclamó él cubriéndose con el brazo.
– No fue culpa suya, Amelia -le aseguró Natalia-. Es que no le cabía…
Los allí reunidos comenzaron a gritar de nuevo.
Tim sintió que se sonrojaba como en su vida.
– Se lo está inventando -dijo cerrando los ojos.
– Como iba diciendo… -dijo Natalia-. Si no estoy embarazada, me gustaría estarlo. ¿Te parece bien?
Tim abrió los ojos y la estrechó entre sus brazos.
– Me parece perfecto -contestó-. Te quiero, princesa.
– Alteza Real -lo corrigió Amelia.
– ¿Qué tal princesa del salvaje Oeste? – propuso Red.
– No, mejor, la horrible pesadilla se convierte en mi adorable cuñada -dijo Sally.
– ¿Qué os parece señora de Banning? -preguntó Tim.
– Perfecto -contestó Natalia.