Capítulo 10

– ¿QUÉ miras? -susurró Natalia.

– A ti -contestó Tim.

Natalia dio un paso atrás. Tim sonrió. Sabía que Natalia no quería sentir nada por él porque a él le pasaba lo mismo con ella. Ninguno parecía haberlo conseguido porque aquello… aquella cosa había sido más fuerte que ellos.

– Para -dijo Natalia con decisión. Tim comprendió que estaba asustada y la entendía.

Él nunca había sentido por otra mujer lo que sentía por ella. Nunca se había tenido que preocupar por olvidar a una mujer porque siempre se habían olvidado ellas de él.

No parecía que Natalia quisiera hacerlo.

La situación era de lo más excitante. Aquella mujer era de lo más excitante.

– Sigues mirándome -lo acusó.

– Sí -sonrió Tim-. Es porque eres guapísima. Ya sé que no es muy original y que, probablemente, te lo habrán dicho un millón de veces, pero… -se interrumpió al ver que se le habían empañado los ojos-… ¿Natalia?

– No -dijo dando otro paso atrás.

No había contado con la presencia de Pickles, que estaba justo detrás, y la cabra emitió un agudo sonido de dolor cuando la pisó.

– ¡Perdón! -exclamó Natalia girándose y acariciando al animal.

De paso, aprovechó para secarse unas cuantas lágrimas que le resbalaban por las mejillas.

– Silencio, Pickles -dijo Tim acercándose a Natalia-. Háblame -le pidió.

– Tu caballo te está intentando robar -le dijo ella entre el griterío de los animales.

Efectivamente, Misty estaba olfateándole el bolsillo en busca de algo dulce. El lío que habían armado entre los tres hacía imposible hablar.

– Vámonos -dijo Tim.

Natalia se había tapado los oídos.

– ¿Qué?

– He dicho que… Oh, por Dios -dijo Tim agarrándola de la mano y sacándola del vallado.

En lugar de ir hacia la casa, la llevó hacia las cuadras, pero no entraron. La condujo a una pequeña ladera que había detrás en la que pudieron sentarse en paz y observar sus tierras.

Estaba oscuro, pero la luna iluminaba suficiente. Además, había un millón de estrellas. Se sentaron tan juntos que se rozaban el brazo el uno al otro. Tim la agarró de la cintura y la apretó contra sí.

– Así mucho mejor -dijo mirándola a los ojos-. ¿Quieres irte? ¿Es eso? ¿Echas de menos tu casa? ¿Te está haciendo la vida imposible mi hermana? ¿Qué te pasa?

– ¿De verdad… te parezco guapa?

Tenía los ojos rojos y el pelo por la cara, en la que lucía una mancha de barro. Probablemente, de los animales, esas criaturas que decía que le daban miedo y a las que daba de comer siempre que podía. Tim sintió que se le encogía el corazón.

– Realmente lo eres.

– ¿Como mujer?

– Sí -contestó Tim-. Claro que supongo que te lo habrán dicho muchas veces.

– Solo como princesa y no te creas que tantas, la verdad -sonrió-. Es la primera vez que me lo dicen como mujer.

Tim había olvidado prácticamente lo del tema de la princesa.

– Por eso estoy aquí, porque quería ver cómo era ser una mujer independiente -le explicó-. Nada más y nada menos y… -tomó aire-… me gustaría que supieras que no me lo había pasado mejor en mi vida.

Tim pensó en lo mucho que se había esforzado, en todo lo que le había soportado a Sally, se dio cuenta de lo mucho que le debía de haber costado llevar aquella vida. Tenía suficiente dinero para irse y no se había ido.

– Supongo que, ahora que puedes, te irás corriendo. Esta vida no es fácil.

– No, pero me gusta. Aquí da igual lo que haga, la prensa no está pendiente de mí día y noche. Aquí siento que la vida es de verdad.

En ese momento, una de las vacas mugió, otra le contestó y una tercera se sumó al concierto. En la lejanía, oyeron a la señora Cerdo gruñir y se rieron.

– De verdad -repitió Tim aliviado al verla sonreír-. Pero es que la vida es eso, Natalia. A mí me da igual cómo vistas o lo que hagas.

– Ya lo sé -contestó ella con los ojos rojos de nuevo-, pero me voy mañana, Tim. No tengo más remedio, pero quiero que sepas que voy a echar de menos este lugar… y a ti.

Sin saber muy bien cómo, se encontró besándola. Lo que iba a ser un pequeño beso de despedida se convirtió en un apasionado beso.

Natalia le había agarrado del pelo y lo apretaba contra ella con fuerza. ¿Qué iba a hacer? Seguir besándola, claro. De lo contrario, corría el riesgo de quedarse calvo.

Al sentir su lengua, el deseo que había estado intentando mantener a raya se apoderó de él. Para colmo, Natalia se acercó más a él, estaba prácticamente sentada en su regazo, con los pechos contra su torso y los pezones horadándole la piel.

Era inútil repetirse que se había prometido a sí mismo no aprovecharse de ella.

En un abrir y cerrar de ojos, se encontró con Natalia sentada encima sobre aquella parte de su anatomía que pedía más a gritos. Tim la agarró de las caderas y la movió delante y atrás hasta que la lujuria le nubló la mente.

Natalia gimió dejándole claro que estaba tan excitada como él.

Bien. Muy bien.

No, un momento. Mal, muy mal. Uno de ellos tenía que controlarse, tenía que parar aquello.

Desde luego, no iba a ser él.

Natalia repitió los movimientos por cuenta propia haciéndolo enloquecer.

– Más nos vale parar -dijo Tim con voz ronca.

Natalia lo agarró del pelo con fuerza de nuevo y siguió besándolo. Tim sintió que estallaba de deseo. Y solo con un beso.

¿Solo con un beso? Aquel no era un beso normal y corriente. Se estaban quitando el aire el uno al otro de los pulmones y estaban gimiendo en mitad de la noche.

– Natalia -repitió.

Ella se sentó a horcajadas sobre él, con una pierna a cada lado de su cuerpo y le abrazó la cintura.

Y Tim se encontró con que la parte más ardiente y necesitada del cuerpo de ella se estaba frotando contra la parte más ardiente y necesitada del suyo.

– Ojalá llevara falda -susurró-. No tendría más que levantármela y…

Tim tembló de placer con solo imaginarse la escena.

– Natalia, tenemos que controlarnos -dijo en un hilo de voz-. Se nos va a ir de las manos -añadió comprobando que las suyas estaban bien sujetas a su trasero.

– Me gustaría llevarme ese recuerdo sobre nosotros. ¿Qué hay de malo?

– No hay nada de malo, pero una noche no es suficiente para ti.

– Claro que sí.

– Pues no debería serlo.

– Aquí, en este lugar mágico, contigo, soy una mujer y quiero sentirme como tal… Por favor -insistió apretándose contra él hasta casi hacerle olvidar por qué se estaba negando a hacer realidad sus deseos-. Nadie me hace sentir como tú.

Tim se sintió de repente como Superman.

– Natalia, quiero que estés segura.

Natalia le agarró la mano y se la puso sobre un pecho.

– Lo estoy.

A Tim casi se le paró el corazón al sentir un pezón duro como una piedra bajo la mano. Al presionarlo, Natalia emitió un dulce gemido que le hizo alzar la otra mano y colocarla sobre el otro pecho. Natalia suspiró y se apretó un poco más contra su cuerpo. Echó la cabeza hacia atrás poniéndole el cuello justo a la altura de la boca.

Tim adelantó la cabeza y comenzó a darle besos por la garganta y el escote.

– No te puedes imaginar cómo me gusta -jadeó Natalia.

A él también le estaba encantando. No solo el momento sexual sino la emoción que estaba sintiendo en su corazón, algo que le decía que aquello estaba bien.

Natalia se quitó la camiseta.

Tim creyó desmayarse. Llevaba un sujetador de encaje blanco que estaba a punto de estallar.

– Levanta las manos -le dijo ella.

Tim obedeció y Natalia le quitó la camiseta.

– Siempre había querido estar así con un hombre -dijo pegándose a su cuerpo.

De repente, se dio cuenta de que llevaba puesto el sujetador, se lo desabrochó y lo tiró. Suspiró y se volvió a pegar a él, piel con piel.

Tim también suspiró porque acababa de ver los pechos más bonitos que había visto en su vida.

– Así -dijo Natalia-. Sí. ¿Estás mejor?

Tim no se atrevía ni a moverse. Estaba convencido de que, si lo hacía, no podría controlarse y terminaría eyaculando allí mismo.

– ¿Tim? -insistió ella.

Lo estaba volviendo loco.

– No te muevas -contestó Tim agarrándola de las caderas.

A pesar de que la estaba agarrando, consiguió rozarse contra él con fuerza.

– Natalia… espera.

Natalia se paró en seco, le soltó el pelo y se cubrió los pechos con las manos.

– Perdón.

– ¿Qué? No, no es eso…

– Te he vuelto a presionar. De nuevo. Es… inexcusable por mi parte.

Hizo amago de apartarse, pero Tim se lo impidió. La agarró, la tumbó en el césped y se colocó encima de ella. Le tomó las muñecas y se las puso sobre la cabeza para poder admirar aquellos pechos de nuevo.

– No te muevas -le ordenó-. ¿Entiendes lo que está pasando? Si te mueves, me vas a hacer eyacular. Me muero por tocarte. ¿Te parece bien?

– Creía que…

– Pues te has equivocado.

Natalia lo miró fijamente y se relajó.

– Muy bien -dijo Tim deslizando los labios por su cuello-. Así está mucho mejor.

Natalia echó la cabeza hacia atrás y se quedó mirando el cielo negro, la inmensidad del campo, absorbió el peso de su cuerpo y gimió de placer al sentir su boca recorriendo sus pechos.

Intentó hacer como si no fuera la primera vez que disfrutaba de una experiencia parecida, pero, al sentir la leve succión de sus labios sobre un pezón, no pudo evitar gritar de placer.

Estaba muerta de deseo y no podía parar quieta. Las caderas se movían solas, el corazón amenazaba con salirse del pecho y la sangre le zumbaba en las venas. Estaba segura de que se iba a morir si no la tocaba por todas partes.

– Mmm, veo que te gusta -dijo Tim pasando al otro pecho-. ¿Verdad?

Natalia volvió a gritar de placer en respuesta.

– No pares -le rogó-. No te atrevas a parar – añadió consiguiendo que le soltara las muñecas.

Acto seguido, lo agarró de las orejas y le obligó a bajar la cabeza de nuevo sobre sus pechos.

¿Por qué nadie le había dicho nunca lo divertido que era el sexo? Si lo hubiera sabido antes, no habría dejado pasar tanto tiempo para probarlo.

Natalia había perdido el control por completo, pero Tim, no. De alguna manera, había conseguido mantener la cabeza fría. La estaba volviendo loca y él tan tranquilo. No, aquello no podía ser. Natalia estaba dispuesta a hacer lo que fuera para ponerlo igual.

Deslizó las manos por su espalda y siguió bajando hasta llegar a su precioso trasero.

Al notar las manos de Natalia, Tim dio un respingo hacia delante. Así, fenomenal. Mucho mejor. Sin pensarlo, Natalia separó más las piernas para colocarlo exactamente donde quería tenerlo.

Estaba a punto de alcanzar el clímax, pero decidió que iba a hacer lo que fuera para mantener el control hasta conseguir que él estuviera como ella y alcanzar juntos el orgasmo. Como si tenía que ponerse a resolver ecuaciones de matemáticas, daba igual.

Le desabrochó los vaqueros.

– Fuera -le ordenó.

– A sus órdenes -contestó Tim obedeciendo.

Colocándose de rodillas junto a ella, le quitó también los pantalones. Le acarició las piernas mirándola fijamente con tanto deseo que Natalia arqueó la espalda.

– ¿Pica?

Natalia parpadeó y lo miró confundida. Ah, se refería al césped.

– No, ni me he enterado -contestó-. Solo estoy pendiente de tus manos.

– Eso está bien -dijo Tim deshaciéndose también de sus braguitas.

Se echó hacia delante y la besó con pasión. Nadie la había besado así nunca aunque algunos lo habían intentado, pero ella no había entendido lo que querían. El sexo siempre le había parecido algo sudoroso, un poco asqueroso y muy trabajoso. Para colmo, y según muchas de sus amigas, insatisfactorio.

Por eso, no se había molestado en practicarlo. No había sido por timidez ni pudor. De hecho, sabía cómo darse placer, pero no había dejado nunca que lo hiciera un hombre.

Con Tim iba a ser diferente.

Sintió sus manos recorrer su cuerpo, pararse en sus pechos, acariciarlos… Ahora era su boca. Eso quería decir que tenía las manos libres. Sí, sí, sí. Sintió las manos en la tripa. «Más abajo, más abajo», imploró en silencio. Y más abajo se dirigieron… pero no al lugar que ella quería.

«¡Vaya!»

Un momento, estaba subiendo de nuevo. Sí, sí, sí. Seguro que aquella vez se quedaban donde debían.

Pues no. Habían pasado de nuevo de largo.

Tim le acarició el cuerpo entero de nuevo como si tuvieran todo el tiempo del mundo. De nuevo los muslos, por fuera… por dentro, sí, vamos, un poco más, un poco más… pero no.

– Tim.

– Mmm… Me encantas -dijo él jugueteando con uno de sus pezones.

Natalia sintió una descarga y arqueó la espalda. Como no se diera prisa en darle placer de alguna forma, aquello iba a terminar mal.

– Tim.

– Aquí estoy.

Tal vez no supiera qué hacer. No pasaba nada. Natalia era una mujer del siglo XXI y podía mostrárselo.

Separó las piernas y echó las caderas hacia delante con decisión. Cuando sintió sus dedos en los muslos de nuevo, gimió e hizo un inequívoco movimiento pélvico.

– Ah -murmuró Tim-. Estás casi a punto…

– ¡Sin el casi! -le aseguró-. ¡Estoy ya ahí!

– ¿De verdad? A ver… -dijo adentrándose entre sus piernas y, por fin, parando en el lugar exacto.

Natalia gritó sin ningún pudor y Tim gimió al comprobar que tenía los dedos mojados.

– Tienes razón -admitió-. Estás a punto de…

– A punto, no -insistió Natalia gimiendo al volver a sentir sus dedos certeros-. ¡Estoy al borde ya!

– Estupendo… -dijo Tim acariciándola al ritmo perfecto.

Aquel orgasmo fue el mejor de su vida. Natalia apretó los puños, puso los ojos en blanco, echó la cabeza hacia atrás y se dejó llevar.

Aquellos dedos maestros la hicieron estallar y ver estrellas, fuegos artificiales y el Nirvana.

Cuando volvió a la normalidad, se encontró tumbada sobre el césped mirando al cielo con los ojos fijos.

– ¿Estás bien? -preguntó Tim.

Acababa de tener su primer orgasmo inducido por mano masculina. Un orgasmo con gritos y todo. Sintió que estaba sudando de pies a cabeza y se puso a reír.

– Supongo que eso es un sí -dijo él sonriendo.

Natalia se dio cuenta de que, maldición, al final, había llegado ella antes que él. No podía ser.

– ¿Hay más? -aventuró.

«Por favor, sí, sí».

Tim enarcó una ceja.

– Cuando hablas así, pareces una princesa de verdad.

– Más -repitió Natalia.

– Bueno, es que, tenemos un problemilla de preservativos, ¿sabes?

– En el bolsillo de atrás de mis pantalones -dijo Natalia.

– ¿Llevas preservativos?

– Amelia siempre me insiste.

– ¿Amelia? -dijo Tim sacando el preservativo y abriéndolo-. Bueno, da igual. Ya me contarás quién es en otro momento.

– ¿Me dejas? -dijo Natalia, que siempre había deseado hacer aquello-. Está… pegajoso, ¿no? Tim, me parece que esto no te va a caber -bromeó.

Tim se rió y lo tomó de sus manos.

– Claro que sí -dijo poniéndoselo-. ¿Ves?

A Natalia le costaba respirar y no podía apartar los ojos de su erección.

– Nunca había visto nada más sensual – confesó-. ¿A los hombres les gusta ver tocarse a las mujeres?

– Los hombres nos morimos por ver tocarse a las mujeres -le aseguró Tim.

Natalia deslizó una mano y comenzó a tocarse. Cuando estaba a punto de preguntarle si así estaba bien, Tim gimió de placer y la tumbó de espaldas sobre la hierba para colocarse encima de ella.

– ¡Oh! -exclamó Natalia al notar que se introducía en su cuerpo.

– Qué gusto -dijo Tim sin parar de besarla y de acariciarle el pelo.

«Desde luego», pensó ella.

Natalia quería más, lo quería todo.

Sobre todo, antes de que Tim se diera cuenta de que era la primera vez para ella.

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