Capítulo 6

CLAUDIA estaba sentada en el banco, quitándose los botines. Los nuevos uniformes habían llegado el martes y aunque estaban confeccionados en algodón, el diseño era aún más ridículo que el anterior. En lugar de una casaca roja con lunares verdes, era una chaqueta de lentejuelas doradas… con botines y leotardos rojos.

En realidad, aunque hubiera sido de seda y creado por un diseñador italiano, Claudia no habría estado satisfecha.

Después de la noche loca del sábado, Tom había desaparecido dejándola sin saber si lo que hubo entre ellos era real o una fantasía inducida por el champán.

Suspirando, se tumbó en el banco y se cubrió la cara con el brazo. Cinco días sin saber una sola palabra de él.Nadie en los almacenes sabia nada sencillamente se había esfumado. Una buena periodista sabría cómo encontrarlo sabría a quién preguntar, pero en aquel momento no se sentía como una buena periodista En realidad estaba hecha un lío.

Durante aquellos días, mientras atendía a los años, miraba una y otra vez para ver si lo veía. La idea de no volver a estar con él, de no volver a besarlo era insoportable.

Pero era absurdo. Después de todo, ¿qué había visto en Tom Dalton? Una aventura estaría bien pero pronto él empezaría a pedir lo mismo que lo demás. Querría una esposa, alguien que le hiciera la colada y que tuviese niños.

Pues ella no era esa mujer. Ella era una chica dura una periodista cuyo único objetivo en la vida era trabajar para un gran periódico. Y ningún hombre, por irresistible que fuera, la haría cambiar de opinión.

Entonces miró de nuevo el archivo que llevaba guardado en el bolso. Ni siquiera lo había abierto.Intentó hacerlo varias veces, diciéndose que eso era lo que haría una buena periodista pero su conciencia interfería siempre

Sin embargo en aquel momento se levantó para sacarlo del bolso. ¿Qué lealtad iba a tener por un hombre que la había abandonado después de pasar una noche…?

– Qué te parecen los nuevos uniformes?

Claudia se volvió, con el corazón en la garganta. Tom estaba en el quicio de la puerta vestido de esmoquin más guapo que nunca. Las mechas rosas habían desaparecido, igual que el pendiente, y no pudo evitar una sonrisa

Pero al recordar cómo la había abandonado, la sonrisa se convirtió en una mueca.

– Vaya, vaya. Mira quién está aquí. Estaba empezando a preguntarme si volvería a verte.

Tenía todo el derecho del mundo a estar enfadada. No era su mujer ni su novia y no quería serlo, pero…

– Aquí estoy.

– Parece que tú también llevas un uniforme. ¿Eso es lo que los directores generales llevan ahora?

– Es que voy a una fiesta. ¿Por qué estás enfadada conmigo?

– ¿Yo enfadada? ¿Por qué iba a estar enfadada?

– Eso digo yo.

Claudia soltó una risita.

– Quizá porque después de pasar una noche romántica encerrada en tus malditos almacenes me abandonaste sin decir una palabra. ¡Hoy es jueves! Hace cinco días… aunque no los he contado… hace cinco días que no sé nada de ti.

– Te dejé una nota-dijo Tom-. Y te he enviado dos o tres faxes por día. La señorita Lewis los puso en tu buzón.

– En mi buzón?

El señaló unos buzones grises colgados en la pared.

– Así es como enviamos los informes a cada empleado.

– Yo… no sabía que tenía un buzón-murmuró Claudia. ¿Le había mandado faxes? ¿Dos o tres al día? Eso era muy romántico-. De todas formas, no te perdono.

Sonriendo, Tom la tomó por la cintura. Y cuando ella se negó a mirarlo, levantó su barbilla con el dedo.

– Entonces tendré que compensarte de alguna forma. He venido para invitarte a una fiesta. Te apetece?

– Espero que la fiesta sea la semana que viene que la razón por la que llevas un esmoquin es que tus otros trajes están en la tintorería Sería muy poco ortodoxo invitarme a una fiesta que tiene lugar hoy mismo.

– En realidad, empieza dentro de hora y media Pero no tienes que preocuparte por el pelo o el maquillaje…

– Cómo?

– Que estás muy guapa así Tienes una belleza natural y no necesitas cosméticos

– ¡Claro que los necesito! Pero la respuesta es:«no»-exclamó Claudia.

– Por qué? ¿Porque te lo he pedido muy tarde? Esa no me parece una buena razón.

– Ah, no? Pues tenías que habérmelo dicho antes

– Lo hice. Te lo he preguntado por fax varias veces. ¿Qué culpa tengo yo si tuve que irme de Schuyler Falls a toda prisa?-suspiré él-. Pero da igual. Entiendo que no quieras venir. No tienes ninguna obligación Que hayamos pasado una noche juntos… además, no hicimos nada…, y podría pedírselo a Janine, de Contabilidad o a Lila, de…

Una oleada de rabiosos celos sorprendió a Claudia No pensaba dejar que otra mujer se acercase a Tom. Y menos con lo guapo que estaba vestido de esmoquin.

– Sí-dijo entonces.

– Sí no tienes ninguna obligación? ¿O sí, vienes conmigo a la fiesta?

– Sí a las dos cosas… Espera, no puedo ir a la fiesta. No tengo nada que ponerme.

– Yo podría ponerme un uniforme de paje. Entonces iríamos conjuntados, ¿no?-rió Tom.

– No seas bobo-murmuró Claudia, irritada.

Tendría que invitar a Janine o a Lila, unas frescas que no se separarían de él en toda la noche. Y al final, quizá Tom las besaría como la había besado a ella.

– En fin, resulta que yo tengo una pequeña tienda con vestidos y zapatos-rió él entonces-. Pero cierra en diez minutos. Le diré al guarda de seguridad que vas a quedarte comprando y le pediré a alguno de los dependientes que espere.

– En serio?

– En serio. Puedes elegir lo que quieras.

– No puedo aceptar…

– Es solo un préstamo-la interrumpió Tom-. Puedes devolverlo todo mañana.

– La gente empezará a rumorear. Que le prestes un vestido de noche a uno de tus pajes levantará todo tipo de sospechas.

– Pago a mis empleados para que se guarden los rumores en el bolsillo.-

– Entonces, ¿esto es una cita?

El se quedó pensativo un momento.

– Sí. Creo que podríamos considerarla nuestra primera cita.

– Creía que la noche que paramos aquí ha sido nuestra primera cita,

– Entonces, esto es un gran paso adelante-se rió Tom-Una segunda cita.

En ese momento anunciaron por megafonía el cierre de los almacenes.

– Tengo que hacer una llamada Te espero en el despacho, ¿de acuerdo? Le diré al guarda de seguridad que no bloquee el ascensor.

– De acuerdo.

Claudia se cambió de ropa y Cuando salió de vestuario apenas había luces encendidas Subió en e ascensor a la tercera planta, donde estaban los vestidos de noche, e inmediatamente se sintió atraída por uno con corpiño de lentejuelas azul zafiro y falda de terciopelo Pero cuando vio el precio soltó la etiqueta como si quemase

– ¡Mil quinientos dólares!

– Ese le queda precioso, querida.

Claudia Volvió la cabeza y vio a una señora mayor que la observaba de brazos cruzados

– Es muy caro. Además, no sé si la fiesta es tan formal Quizá debería ponerme algo menos…, elegante. Un sencillo Vestido negro. Algo más… ¿barato?

La mujer se acercó y tomó el vestido de la percha.

– Pruébeselo ¿qué puede perder? Bajaré a zapatería para buscar algo a juego. ¿Qué número?

– El treinta y siete-contestó Claudia.

– Muy bien. Volveré enseguida. Me llamo Millie, por cierto El señor Dalton me ha pedido que la atienda.

Claudia entró en el probador y se miró al espejo. Aquella era la fantasía de cualquier chica, pero podría convertirse en una pesadilla. Al fin y al cabo, ella no era una chica de la alta sociedad, sino un paje. O más bien, una periodista disfrazada de paje.

– Considera esto parte de la investigación-murmuró-. No es una fiesta, es una oportunidad. Y Tom no es una cita, es una forma de conseguir el reportaje.

Se miró al espejo durante largo rato, intentando reconciliar sus sentimientos. Ser periodista siempre había sido lo más importante de su vida. Pero en aquel momento todo estaba confuso… mezclado con la idea de un posible futuro con Tom Dalton.

Nerviosa, examinó su ropa interior. Era una pena ponerse aquello encima de un simple conjunto de algodón. De modo que se desnudó completamente y se puso el vestido.

Cuando se miró al espejo, no pudo evitar una exclamación.

– Dios mío!

Nunca se había visto como una mujer guapa. En todo caso, atractiva. Mona, incluso. Pero nunca guapa. Pero todo había cambiado en cuanto se puso vestido. El azul profundo del corpiño resaltaba el tono porcelana de su piel y el rico caoba de su pelo.

Tarareando Ifeel pretty, Claudia dio una vueltecita. No recordaba la última vez que se puso un vestido Normalmente llevaba trajes de chaqueta o vaqueros, pero aquello era un escándalo.

– A lo mejor hay baile-murmuró. Le encantaría bailar con Tom, estar entre sus brazos, apretado contra su pecho…

– He encontrado los zapatos-oyó la voz de M lije en el pasillo de los probadores.

Claudia abrió la puerta y se encontró con un precioso par de zapatos de raso azul. A su lado, un bolso a juego y un chal de seda azul noche.

Millie la ayudó a abrocharse el vestido y después la convenció para que se pintase un poco. Ella misma la llevó al salón de belleza y mientras Claudia se ponía un poco de máscara y brillo en los labios, le recogió el pelo con una horquilla de brillantitos, dejando algunos mechones sueltos alrededor de su cara.

– Está perfecta. Seguro que el señor Dalton se quedará impresionado.

– Lo estoy, desde luego-oyeron la Voz de Tom desde la puerta-. ¿Estás lista?

Claudia se pasó una mano por la falda, nerviosa.

– Mientras no nos acerquemos a una mesa con comida o bebida. Espero devolver el vestido sin una sola mancha. Pero si lo mancho, tú tendrás que pagar el tinte. Este vestido cuesta más de lo que yo gano en un año.

– He encontrado esto abajo-dijo Tom entonces, mostrándole un collar de zafiros y diamantes.-Parece que hay un departamento de joyería en la tienda y yo tengo la llave de la caja fuerte.

Claudia apretó los labios mientras él le ponía el collar.

– Gracias-rió, mirándose al espejo-. El collar, el vestido, la fiesta… Esto es como la película de Richard Gere y Julia Roberts. Excepto que yo no soy una prostituta y tú bueno, tú sí eres rico.

Y mucho más guapo que Richard Gere, pensó.

– ¿Una prostituta?

– Sí, ya sabes, en Pretty woman. ¿Es que no vas al cine?

– La verdad es que casi nunca tengo tiempo.

– La alquilaremos un día. En nuestra tercera cita-dijo ella entonces.

– Eso estaría bien-murmuró Tom, acariciando sus hombros desnudos.

Claudia se sentía como una Cenicienta, con príncipe azul y todo. Pero ¿el príncipe azul seguiría que riéndola cuando hubiese sacado a la luz pública todos los secretos de palacio? Ya había decidido devolver el archivo al cajón, pero era más fácil pensarlo que hacerlo. Tarde o temprano, él notaría que faltaba. Y ese sería el final. La fantasía de Cenicienta se habría terminado.

– ¿Estás lista?

Claudia dejó escapar un suspiro. Al menos, cuan do todo terminase le quedaría el recuerdo de aquella noche, aquella fiesta, aquel vestido. Y ni su furia ni su desdén podrían robársela.


Claudia miraba por la ventanilla del coche, observando cómo salían del pueblo y entraban en una zona residencial. No había tenido tiempo de visitar Schuyler Falis y la sorprendió la belleza de aquel vecindario. Pasaron por delante de enormes mansiones, una vez el retiro de millonarios de Nueva York.

Tom entró con el Mercedes a través de un camino rodeado de árboles para detenerse ante una mansión de piedra.

– Es como un castillo-murmuró Claudia. Si no se hubiera sentido como Cenicienta, se sentiría así en aquel momento. Una Cenicienta mentirosa que podría convertirse en calabaza antes de medianoche.

– La construyó mi bisabuelo-dijo Tom-. Mis abuelos vivieron aquí hasta que se trasladaron a Arizona y ahora es mía.

– Esta es tu casa?-exclamó ella.

– Sé que es un poco grande para una sola persona, un poco ostentosa. Pero es mi hogar.

– Es demasiado grande para diez personas!

– Pero sería perfecta para una familia, ¿no crees?

Había hecho la pregunta mirándola a los ojos y Claudia se puso colorada. Se preguntaba cómo sería estar casada con Tom. Incluso se imaginaba con niños. Por primera vez en toda su vida. Pero no eran más que fantasías, algo con lo que ocupar el tiempo mientras trabajaba disfrazada de paje.

Claudia Moore no era el tipo de chica que se ponía tonta con un hombre, por muy guapo y encantador que fuese. Y desde luego no era el tipo de chica que se volvía loca por un anillo de compromiso y un vestido de novia. Era una mujer madura, una mujer profesional para quien la pasión no podía interferir con el trabajo.

– ¿Por qué ha organizado alguien una fiesta en tu casa?

– Es mi fiesta. Como director de los almacenes Dalton, debo dar una fiesta en Navidad. Invito a otros hombres de negocios de Schuyler Falis, políticos locales, banqueros y unos cuantos amigos.

– Espera!-exclamó Claudia-. ¿Esta es tu fiesta? Y yo soy tu cita. ¿Significa eso que debo…?

– No te preocupes-dijo Tom, tomando su mano-. No tienes que hacer nada. Y te llevaré casa cuando quieras.

Antes de salir del coche, Claudia tomó aire. Hasta aquel momento la fiesta le había parecido algo poco peligroso. Pero ir con el anfitrión…, la gente empezaría a murmurar, a preguntarse quién era.

Y tenía la impresión de que aquella gente no se ría tan relajada como sus compañeros de trabajo.

– No te preocupes-insistió él al ver su cara-. Estás guapísima. Solo tendrás que sonreír y los dejarás sin palabras.

Claudia intentó sonreír, pero fracasó miserablemente.

– Gracias.

Tom la besó en los labios entonces. Debería haberse apartado enseguida porque el aparcacoches estaba esperando, pero el sabor de sus labios era demasiado delicioso y siguió besándola durante un rato

– Quizá deberíamos olvidarnos de la fiesta. Nadie me echaría de menos. Además, conozco un sitio muy oscuro donde podríamos aparcar…

– Y quizá deberíamos dejar las ventanillas llenas de vaho para la sexta cita-bromeó Claudia-. Vamos, es tu fiesta.

– Si prometes que habrá una sexta cita, supongo que puedo esperar

– Claro que habrá más citas-Sonrió ella.

Pero no era cierto. Una vez que su trabajo en Schuyler Falls hubiera terminado, se marcharía.

Tom salió del coche y le tiró llaves al chico. Después, abrió la puerta y tomó su mano graciosamente para ayudarla a salir.Cuando entraron en la casa, los invitados se volvieron para observarla sin disimular su curiosidad.

Claudia se esforzó por sonreír, pero las presentaciones le entraban por un oído y le salían por otro. Por fin, cuando le había presentado a la mejor Sociedad de Schuy Falis, se retiraron a un saloncito.

– No ha estado tan mal, ¿no? ¿Te apetece una copa de champán?

– Solo una. Para calmar los nervios.

Cuando Tom fue a buscar la copa, ella se dedicó a observar un jarrón chino.

– Es precioso, ¿verdad? Es de una dinastía…, no recuerdo cuál.

Claudia se volvió tan bruscamente que golpeó el jarrón con el codo. Asustada, intentó sujetarlo, pero fue el caballero que se dirigía a ella quien lo colocó en su sitio.

– Lo siento. Debería tener más cuidado

– Claudia Moore, ¿verdad?

– Me conoce? Me temo que yo no…

No lo conocía, pero había algo muy familiar en el rostro de aquel hombre

– Soy el abuelo de Tom, Theodore Dalton. Te he visto en los almacenes. Trabajas como paje de Santa Claus, ¿verdad?

Claudia sonrió.

– Encantada de conocerlo, señor Dalton. Es una fiesta preciosa.

El hombre sonrió también, mirando por encima del hombro.

– Entonces, ¿ya lo has descubierto todo?

– Perdone?

– Ya has descubierto quién es el verdadero Santa Claus de los almacenes Dalton?

El corazón se le puso en la garganta y tuvo que parpadear, sorprendida.

– No sé si entiendo.

– Eres periodista, ¿verdad?

– Cómo lo sabe?

Theodore Dalton sonrió, una sonrisa que le recordaba mucho a la de Tom.

– Tengo mis fuentes. Además, yo siempre he pensado que el ataque directo es mucho mejor que los subterfugios. ¿Por qué no preguntas directamente y te dejas de rodeos?

Claudia abrió la boca, pero volvió a cerrarla de nuevo. Eso no podía funcionar, ¿no? La respuesta no podía ser tan simple.

– Muy bien-empezó a decir-. Le preguntaré. ¿Sabe quién está detrás de los regalos que Santa Claus hace cada año a los niños de Schuyler Falis?

– Sí-contestó él.

– Quién?

– Yo, por supuesto. Y antes que yo, mi padre. Y después de mí lo hará mi hijo y luego mi nieto. Mi padre creó una fundación cuando abrió los almacenes y, además de las contribuciones secretas, aportamos una buena cantidad de dinero a causas benéficas.

– Usted-murmuró Claudia entonces, observándolo atentamente-. Usted es Santa Claus. ¿Llevo varios días teniéndolo a cinco metros?

– Así es. Y eres un paje terrible. No estás hecha para llevar los botines de cascabeles.

– No, es verdad-suspiró ella-. Pero pensé que era la mejor forma de conseguir el artículo.

– Y ahora lo tienes.

– Sí, es verdad.

Ya tenía el artículo. Y una vez que tuviera todos los datos no habría razón para quedarse en Schuyler Falls, no habría razón para seguir al lado de Tom Dalton, ninguna oportunidad para un futuro perfecto con él.

– Pero no creo que escribas ese artículo-dijo entonces Theodore.

Claudia parpadeó, sorprendida.

– Por qué no?

– Porque estás enamorada de mi nieto y traicionar nuestro secreto sería traicionar a la familia. Y a él. No creo que vayas a hacer eso.

– Pero tengo que escribir ese artículo. No puedo volver al Times con las manos vacías. Esta es mi oportunidad para conseguir un empleo fijo en el mejor periódico del país.

Él asintió solemnemente

– Pues entonces tienes por delante una difícil elección, Claudia. No me gustaría estar en tu lugar.

– Por qué me lo ha contado?

Theodore se encogió de hombros.

– Porque quiero a mi nieto y deseo lo mejor para él.

– Entonces, ¿esto es una prueba?

– Llámalo como quieras.

– ¿-Y si quiero los detalles de la historia?

– Le diré a la señorita Lewis que te dé toda la documentación. Estará preparada mañana por la mañana.

– Va a decirle a Tom quién soy y qué hago aquí?

– Creo que eso solo depende de ti-contestó él.

Después, le hizo un saludo con la cabeza y desapareció.

Claudia se dejó caer en un sillón para recuperar el aliento. ¿Se lo diría a su nieto? ¿Y qué motivos tenía para haberle contado quién era?

El problema era que cuanto más tiempo pasaba con Tom, más deseaba no tener que escribir ese artículo.

Además, ¿a quién le importaba un Santa Claus de pueblo, por generoso que fuera? Sería un buen artículo, pero ¿haría algo por la paz mundial? Solo era una historia insignificante, una historia que podría olvidar, junto con el trabajo en el New York Times

– Déjalo-murmuró, la decisión clara de repente. Habría otros artículos, otros periódicos. Pero sabía en su corazón que solo tenía una oportunidad con Tom Dalton y quería aprovecharla.

Tom apenas vio a Claudia durante el resto de la fiesta. Aunque pasaron uno al lado del otro varias veces, no fue capaz de quitarse de encima a socios y amigos. En aquel momento la observaba, charlando con el alcalde de Schuyler Falls, al lado del enorme abeto de Navidad.

Al principio estaba preocupado por ella. Parecía incómoda. Pero una vez que empezó a charlar con la gente, se convirtió en la alegre y simpática Claudia Moore que encantaba a todo el mundo.

Tom miró alrededor. La gente empezaba a marchar porque al día siguiente debían levantarse temprano y solo quedaban los que solo se marcharían cuando dejasen de servir alcohol. La observó hablan do con un concejal muy bien vestido. Su nombre era Bob o BilI, no lo recordaba. Lo que sí recordaba era su reputación de mujeriego.

De una zancada se acercó a Claudia y tomó su mano.

– Perdone, no he tenido oportunidad de hablar con ella en toda la noche y esa no es forma de tratar a una mujer hermosa-dijo, tomando una botella de champán y dos copas.

– Adónde vamos?

– A algún sitio donde podamos estar solos. Ven, te enseñaré la casa.

Claudia admiró un saloncito cubierto de alfombras persas en el que había un segundo árbol de Navidad, este con adornos antiguos.

– Es precioso.

Tom se alegraba de que le gustase, aunque no sabía por qué le importaba tanto.

– El decorador adornó los árboles, pero mi madre y mi abuela son las responsables del resto de la decoración. Además de cortinas nuevas y una mano de pintura cada diez años, esta casa no ha cambiado mucho desde que la construyó mi bisabuelo-son rió, mirando alrededor-. Siempre me ha gustado. Pasé mi infancia aquí.

– Enséñame tu habitación-dijo Claudia entonces subieron al segundo piso y Tom abrió una puerta al final del pasillo. Si había esperado recordatorios de su infancia, no iba a encontrarlos allí. Su habitación era muy masculina, dominada por una enorme cama con dosel y un sofá frente a la chimenea.

– Es muy bonita. Enséñame el resto-dijo Claudia, apartando la mirada de la cama.

– No te preocupes. No va a pasar nada que tu no quieras que pase.

– No estoy preocupada. Sé que eres un caballero.

Un caballero con pensamientos impuros. ¿Cómo podía estar con Claudia y no pensar en besarla o en quitarle la ropa con lentitud hasta que estuviera completamente desnuda frente a él? Era una mujer que haría que un monje se cuestionase el voto de castidad. Y aunque había pasado mucho tiempo desde que disfrutó de los placeres que puede ofrecer una mujer, a Tom nunca le había interesado la castidad.

– Ven, vamos a tomar una copa-dijo, sentándose en la cama.

– No deberíamos volver con los invitados?

Tom negó con la cabeza.

– Se irán a casa tarde o temprano y yo quiero pasar un rato contigo. Has estado maravillosa.

– Yo?

– Esta noche, en la fiesta. Estabas preciosa y has sido encantadora con todo el mundo.

– Será por el vestido-sonrió Claudia.

– No lo creo. Estarías igual de guapa sin el vestido y las joyas.

El doble sentido no le pasó desapercibido a ninguno de los dos, aunque Tom no lo había dicho propósito.

Claudia, nerviosa, se pasó una mano por la falda de terciopelo.

– Creo que sería mejor volver a la fiesta.

– Quédate. Solo un ratito-murmuró él, buscando sus labios.

La besó como había deseado hacerlo durante toda la noche, larga, profundamente Un beso apasionado y tierno a la vez.

– Has dicho que no pasaría nada a menos que yo quisiera-susurró Claudia-. ¿Y si… y si yo quisiera que pasara algo?

– Estás segura?-preguntó Tom, levantando su barbilla con un dedo.

Claudia asintió, pero él no estaba Convencido del todo. Entonces empezó a acariciar su cuello para comprobar su reacción. Claudia cerró los ojos, disfrutando de las caricias y, de repente, Tom no pudo contenerse más. Quería que se derritiera entre sus brazos, quería que pronunciase su nombre con algo más que deseo, con amor. La besó en el cuello y después desabrochó el collar de zafiros, pero no pudo sujetarlo a tiempo y se deslizó entre sus pechos.

Tom contuvo una risita.

– Estupendo. Creo que me falta práctica. O quizá estoy un poco nervioso.

– No te preocupes-murmuró ella, levantando la mano para sacar el collar.

– No, deja. Lo haré yo.

Pero cuando metió los dedos por el corpiño una ola de deseo lo envolvió, robándole el aliento. Transfigurado, desabrochó la cremallera lentamente.

– No-murmuró, cuando ella quiso sujetarlo.

El corpiño se deslizó, revelando el cuerpo de Claudia ante sus ojos por primera vez. Tom se quedó asombrado de su belleza, de su perfección. Nervioso, alargó la mano para acariciar uno de sus pechos, masajeando el pezón hasta que se endureció bajo sus dedos.

– Eres más bonita de lo que había imaginado.

De nuevo ella se puso colorada y Tom se quedó enamorado de su inocencia. No sabía el poder que ejercía sobre él. Aunque parecía dura por fuera, había empezado a conocer a la mujer que era en realidad: natural, dulce, vulnerable e insegura de su magnetismo sexual.

Tom alargó la mano y le quitó la horquilla del pelo, que cayó en cascada sobre sus hombros. Suavemente, la tumbó sobre la cama y entonces, como empujado por una voluntad invisible, empezó a besarla. Primero los labios y la garganta, el cuello, el escote… cuando envolvió un pezón entre los labios, Claudia emitió un gemido de protesta. Sorprendido, se apartó. Claudia Moore se había convertido en alguien muy importante para él y no quería arriesgarse a perderla.

Cuando la miró a los ojos no vio en ellos pasión, sino duda y temor.

– No tenemos que hacerlo si no quieres.

– No, no pasa nada. Yo quiero hacerlo-susurró ella, enredando los dedos en su pelo.

Pero Tom sabía que el momento había pasado.

– Cariño, tenemos mucho tiempo. Te haré el amor, puedes estar segura. Pero solo cuando confíes en que voy a tocarte como mereces que te toquen.

Claudia se mordió los labios y él tuvo que hacer un esfuerzo para apartarse Pero había demasiadas cosas sin resolver entre ellos.

– Por qué no te llevo a casa? Bajaré a calentar el coche mientras tú… te vistes.

Ella asintió, con un brillo de alivio en sus ojos de color ámbar.

– Espera-dijo al ver que se levantaba.

– Qué?

– Puedes pedirme un taxi. Deberías quedarte aquí hasta que se marchen todos los invitados.

Tom estaba a punto de protestar, pero entonces se dio cuenta de que las buenas formas no tenían nada que ver con la petición. Claudia había conseguido mantener oculta su vida privada y no quería preguntas indiscretas Preguntas que Tom no estaba dispuesto a hacer y ella no estaba dispuesta a contestar

– El chofer de mi abuelo sigue aquí. Le diré que te lleve a casa.

– Creo que necesito ayuda con la cremallera-dijo Claudia entonces

Tom le subió la cremallera del corpiño, besándola en el cuello mientras lo hacia

– Vamos. A casa y a la cama.

Mientras salían juntos de la habitación, deseaba meterla en su propia cama y encontrarla desnuda por la mañana, apretada contra su pecho.

Pero no podía ser. Había cosas por las que merecía la pena esperar en la vida y no tenía ninguna duda de que Claudia Moore era una de ellas.

Загрузка...