Capítulo 10

La mañana llegó demasiado pronto. O quizá no era todavía la mañana siguiente. Rose se desperezó. El fuego se había reducido a un puñado de brasas. Durante la noche, Nick había llevado a su improvisado lecho unas almohadas y un edredón. Seguían tumbados de lado, con la espalda de Rose acoplada al pecho de Nick.

Llamaron suavemente a la puerta y Rose dedujo que eso era lo que la había despertado. Levantó el brazo de Nick para mirar la hora en su reloj y él, dejando escapar una risita, la sujetó con fuerza.

– ¿Adonde vas, esposa mía?

– La puerta, Nick… Son las dos de la tarde.

– ¡Vaya! -dijo él, y se limitó a estrecharla con fuerza y a besarle la nuca. Rose se removió y, aunque a desgana, se incorporó. El sol se filtraba a través de las cortinas. Hoppy los miraba expectante desde el sofá.

Llamaron de nuevo a la puerta. Resoplando de impaciencia, Nick alargó la mano hacia sus pantalones.

– Ocúltate mientras abro.

– ¿Por qué iba a ocultarme?

Nick sonrió.

– ¿Quieres que te vean desnuda? Rose sonrió. La noche anterior habían intentado asesinarla, pero en aquel momento se sentía libre y feliz.

– Vete -repitió Nick y envolviéndola en el edredón, la empujó suavemente.

Rose rodó hasta ocultarse tras el sofá. Por un extremo, espió a Nick. Vio que iba abrir con el torso desnudo. En el suelo, seguían las braguitas que se había quitado por la noche.

– Nick, espera…

Demasiado tarde. Nick había abierto la puerta. La sirvienta que estaba al otro lado se quedó muda al verlo semidesnudo.

– ¿Qué desea? -preguntó él. La sirvienta deslizó la mirada por la habitación con expresión de sorpresa-. ¿Sí? -insistió Nick.

– Yo… El señor Erhard desea verlos -balbuceó ella-. Dice… Dice que lo siente, pero que es urgente. Le hemos dicho que no han desayunado y ha pedido que sirvamos cruasanes y zumo en la galería.

– Preferimos desayunar en aquí -dijo Nick.

La sirvienta vio en aquel momento las bragas y apretó los labios sin que Nick supiese si se trataba de un gesto de desaprobación o de un intento de contener la risa.

– No… -balbuceó ella una vez más. Ante la mirada inquisitiva de Nick, se precipitó a añadir-: El señor Erhard dice que tienen compañía.

– ¿Qué compañía?

– La princesa Julianna y una mujer a la que no conozco, pero que dice llamarse Ruby.

– ¡Ruby! -repitió Nick, atónito.

– Por favor, señor. Les esperan en la galería. Si necesitan algo… Cualquier cosa…

– Tenemos todo lo que necesitamos -dijo Nick con firmeza.

Y la joven ya no pudo contener una risita sofocada.

– Eso me parecía -dijo con una sonrisa de complicidad…

– ¿Te das cuenta de que la disciplina está haciéndose añicos en este palacio? -dijo Nick al cerrar la puerta.

– Sí -dijo Rose, riendo y abrazando a Hoppy al tiempo que salía de detrás del sofá-. Creo que está pisando mis bragas, señor.

Nick se agachó para recogerlas.

– ¿Cómo no me di cuenta anoche de cómo eran? -dijo, mirándolas con admiración-. ¿Son un modelo especial para la boda?

– Claro -dijo ella. Luego rió y añadió-: No. Siempre uso bragas como ésas.

– Bromeas -dijo él, mirándolas al trasluz como si fueran una pieza de porcelana. Eran de encaje rosa y blanco, con mariposas bordadas-. ¡Dios mío, las he pisado! ¿Llevas esto siendo veterinaria? -preguntó con una sonrisa de picardía.

– Visto pantalones de peto y siempre estoy cubierta de barro, así necesito que alguna parte de mí sea un poco femenina -dijo ella, echándose a reír. Pero de pronto se puso seria al recordar algo que la sirvienta había dicho-. ¿Julianna está aquí?

– Y Ruby -dijo Nick en el mismo tono de inquietud.

– ¿La invitaste a la boda?

– Le dije que no era más que una maniobra política, un asunto práctico, y que no hacía falta que viniera. ¿Y tú a tus suegros?

– Sí -dijo Rose-, pero Gladys me colgó el teléfono. ¿Por qué te preocupa que Ruby haya venido?

– Porque sí.

Rose sonrió.

– Suenas como si tuvieras diez años. ¿Por qué?

– Porque va a implicarse.

– Ah -tras una pausa, Rose añadió-: ¿Y cuál es el problema?

– Que le horrorizará la idea de que no sea un matrimonio de verdad, que sea un fraude.

Rose recibió aquellas palabras como una bofetada.

– Un fraude -susurró, abatida-. Yo… Sí, claro. Lo siento.

– Ella siempre ha querido que sus muchachos se casaran -dijo él, que estaba tan concentrado en adivinar las implicaciones de la visita de Ruby como para notar el cambio de humor de Rose-. Ella se casó por amor y su sueño es que nosotros hagamos lo mismo. Nunca entenderá que nosotros hayamos actuado como lo hemos hecho. Que haya venido…

– Y Julianna… -susurró Rose, concentrándose en sus propios problemas-. ¿Por qué habrá venido? La invitamos a la boda, pero no quiso venir. No la he vuelto a ver desde aquella espantosa noche.

– Y ahora nos esperan en la galería -dijo Nick, pensativo-. ¿Crees que deberíamos escapar por la ventana?

– No creo que sean peligrosos.

– Si Ruby está enfadada, puede llegar a serlo.

– Si está enfadada, será porque te lo mereces.

– Gracias por ponerte de mi parte.

– Mira quién fue a hablar. ¿Te importa pasarme mis bragas?

– ¿Te las vas a poner?

– Hoy prefiero golondrinas -dijo ella con dignidad-. Le recuerdo, señor, que éste es mi dormitorio, que mi ropa está aquí mientras que la suya está en su dormitorio. En consecuencia, debería marcharse.

– De acuerdo -dijo él, desconcertado-. Golondrinas… -tragó-. Pero Rose…

– ¿Sí?

– Te esperaré en lo alto de la escalera. Creo que deberíamos bajar juntos.

– ¿Prefieres presentar un frente común?

– Así es.

Nick volvió a su dormitorio para ducharse y vestirse. Para cuando llegó al rellano de la escalera, Rose lo estaba esperando.

– Se ve que tardas más que yo en ponerte el maquillaje -bromeó ella. Y comenzó a bajar las escaleras. Llevaba unos vaqueros viejos y una camiseta holgada. No tenía ni una gota de maquillaje ni quedaba rastro de la elegante novia de la noche anterior. Pero Nick no podía dejar de pensar que, debajo, llevaba golondrinas.

Rose se detuvo a mitad de la escalera y giró la cabeza. Al ver que Nick no se había movido, preguntó.

– ¿Vienes o no?

– Claro -dijo él, saliendo de su ensimismamiento.

Y Rose sonrió.

– No he encontrado golondrinas, así que me he puesto abejorros.

Nick estuvo a punto de tropezar, pero consiguió seguir a Rose por el laberinto de corredores hacia la galería. «Abejorros». De camino, se cruzaron con varios miembros del servicio que les sonrieron con complicidad. Era evidente que aprobaban lo que estaba sucediendo entre sus señores. Quizá ya había corrido el rumor de las mariposas. Pero nadie más que él sabía de la existencia de los abejorros. Y no pensaba contárselo a nadie.

No conseguía concentrarse en el asunto que más debía preocuparle en aquel momento y casi le alivió llegar finalmente al invernadero. Cuando Rose abrió la puerta descubrió varias filas de naranjos bajo una magnífica bóveda de cristal. Las baldosas del suelo eran espectaculares y formaban, como un puzzle, el escudo real.

Pero Nick apenas percibió nada de todo eso. Al final de la nave central, había una mesa a la que se sentaban tres personas. Erhard, Julianna y Ruby.

Ruby era una mujer menuda, de cabello blanco. Vestía uno de sus habituales conjuntos de suéter y rebeca, con falda de tweed y zapatos planos. La única señal de que consideraba aquélla una ocasión especial, era que lucía el collar de perlas que le habían regalado sus hijos adoptivos en su sesenta cumpleaños. Parecía seria y preocupada.

Al verlos entrar se puso en pie y Nick tuvo las mismas ganas de huir que había experimentado a los diez años cuando Ruby lo pilló comiendo azucarillos y mantequilla hasta empacharse.

– Nikolai Jean Louis de Montez -dijo ella en el mismo tono que había usado entonces-, ¿se puede saber qué estás haciendo?

Nick tuvo que reprimir el impulso de sostener a Rose delante de sí a modo de escudo. Por su parte, ella miraba a Julianna como si fuera un fantasma.

– Te dije que si querías te compraría un billete de avión -dijo él como excusa. Y Ruby caminó hacia él con tal determinación que temió que fuera a tirarle de las orejas. Estaba realmente enfadada.

– Me dijiste -dijo ella con frialdad- que ibas a casarte con una princesa europea para que pudiera recuperar el trono, que no era más que un trámite, un contrato, dos firmas en un papel. ¿Por qué iba a querer venir a veros firmar?

– Y eso iba a ser -dijo él, Y sin saber qué añadir, dijo-. ¿Cómo has venido?

– ¡Qué más da! -replicó ella-. Sam me pidió que no se lo dijera a nadie. Unos soldados muy amables me han traído.

Nick pensó que debía haber recordado que Ruby siempre conseguía lo que quería. Y que todavía no se había librado de una buena reprimenda.

– Hubiera venido antes -continuó Ruby-, pero estaba cuidando de los niños de Pierce. Fue allí cuando abrí una revista y vi a Rose inclinada sobre una carnada de cerditos. Al instante supe que no se trataba de un mero trámite, así que pedí a Sam que organizara el viaje -lanzó una mirada a Nick con la que le indicó que se ocuparía de él más tarde y se volvió hacia Rose. Pero ésta se estaba enfrentando a sus propios fantasmas.

Sabía que la mujer que tenía ante sí era Julianna, pero apenas podía reconocerla. No quedaba nada de la elegante mujer a la que habían visto la noche que llegaron. Tenía un ojo morado, el cabello despeinado y el rostro manchado de rime!. Parecía exhausta, desesperada.

– Rose, nunca hubiera imaginado…

– ¿El qué? -interrumpió Rose. -Lo de anoche. Lo juro, no lo sabía. Pensé que… -¿De qué estás hablando? -preguntó Rose.

Su hermanastra hizo ademán de tomarle la mano, pero cambió de idea y se apoyó en la mesa como si temiera perder el equilibrio.

– Creía que Jacques se había dado por vencido -susurró-. Dijo que se iba a París, que sabía que el consejo nunca se pondría de nuestro lado. Rose, me casé con Jacques a los diecisiete años. Sé que no es excusa y que debía haberle dejado, pero siempre conservé la esperanza de que las cosas mejoraran. Creía que lo amaba. Nunca…

– Querías ser reina -dijo Rose bruscamente. Y Julianna pareció hacerse aún más pequeña.

– Desde muy pequeña mi padre me dijo que ése era mi derecho, que era la elegida. Pero estaban Keifer y Konrad, así que la posibilidad de heredar la corona era muy remota. Sólo ahora me he enterado de que Jacques sabía que Konrad moriría joven, porque… -tomó aire y continuó con un hilo de voz, como si apenas pudiera pronunciar las palabras-: Juro que no lo sabía, pero quizá mi padre sí. Ahora creo que ésa fue la razón de que Jacques se casara conmigo.

– Oh, Jules -exclamó Rose con la voz quebrada por la emoción.

– Para cuando Konrad murió, yo ya sabía que Jacques no me amaba -continuó Julianna, su rostro reflejó un intenso sufrimiento-. Padecía tanto que dejé de… razonar. Cuando Erhard vino a verme tras la muerte de Konrad le dije que Jacques podía hacer lo que quisiera con el país, que me daba lo mismo.

Todos los presentes la miraban y Nick reconoció en Ruby la expresión que adoptaba siempre que llegaba un chico nuevo a la casa y se daba cuenta de que era un cachorro extraviado en busca de una madre. Sólo que Julianna casi tenía treinta años.

– Yo diría que estabas deprimida -dijo Ruby, compasiva-. A mí me sucedió lo mismo cuando murió mi marido. Me sentía sumida en una niebla tan densa que no podía atravesarla.

– Tienes razón, así me he sentido todo este tiempo -dijo Julianna, sollozando-. La semana pasada, después de aquel espantoso incidente en el río, fuimos a París. Pero ayer Jacques dijo que debíamos volver, que aunque no asistiríamos a la boda, debíamos estar cerca.

– ¿Por qué? -preguntó Erhard.

Y Julianna se cubrió el rostro como si no pudiera continuar.

– No me dio explicaciones -dijo en un susurro-. Hacía tiempo que no me las daba. Creo que pensaba que ni siquiera lo oía. Y toda la culpa es mía. Sólo obedeciéndole me dejaba en paz.

– Pero anoche… -dijo Erhard.

– Estaba muy inquieto -procedió Julianna-. Nos alojábamos en uno de los pabellones de caza, lo cual debería haber despertado mis sospechas. Pero no quise pensar. O quizá estaba pensando en ti, Rose, en que te ibas a casar y que yo no iba a estar en tu boda.

– ¿Tú tampoco? -preguntó Ruby, alzando la barbilla en un gesto de indignación.

– Me fui a la cama -siguió Julianna-, pero podía oír a Jacques en la planta baja, yendo de una habitación a otra, inquieto. Y de pronto la niebla empezó a disiparse y empecé a pensar. Le oí hablar por teléfono diciendo que podíamos llegar al palacio en una hora, que aunque alguien sospechara, era imposible rastrear el origen de la transferencia bancada y que nadie había sospechado de él cuando lo de Konrad. Todo el mundo había creído que conducía borracho, dijo muy satisfecho de sí mismo. Y también habló de Erhard… -Julianna miró al anciano como si le costara creer que estuviera allí-. Dijo: «pero con Erhard no has sido tan eficaz. Debías haberle pegado con la fuerza suficiente como para que no volviera a inmiscuirse en mis planes. Sin embargo, ayer apareció…» Intentó matarte.

– Pero no lo consiguió -explicó Erhard-. Cuando vinieron a mi casa hace un par de semanas, el perro de mi mujer dio la alarma. Al pobre le costó la vida, pero nosotros logramos escapar -cerró los ojos y recordó el pánico de aquella noche. Luego los abrió y miró a Nick y a Rose-. Lo siento, debía haberos puesto sobre aviso, pero no creí que se atrevería a atacaros. Está claro que me equivoqué.

– Todos nos equivocamos -musitó Julianna. Yo nunca pensé que Jacques fuera capaz de algo así, pero lo era. Le oí decir: «acabaremos con ellos». Entonces supe que estaba dando la orden de que mataran a Rose y a Nick.

Se produjo un profundo silencio durante el que Julianna miró a Rose fijamente.

– Eres mi hermanastra -dijo finalmente-, nada puede cambiar eso -tomó aire y continuó-: Bajé y me enfrenté a él. Entonces, me pegó.

– ¡Dios mío! -exclamó Ruby.

– Me arrastró hasta el dormitorio y me encerró. Luego arrancó la línea del teléfono y me amenazó con acusarme de ser su cómplice. Grité y peleé, pero él se rió y me dijo que me tomara un calmante. Entonces, sonó el teléfono de la planta baja. Le oí contestar. Y luego ni una palabra. Un silencio total.

Hizo una pausa y Nick vio reflejado el terror en su rostro.

– Pensé que todo había acabado -miró a Rose como si todavía no pudiera creer que siguiera viva-. Entonces oí abrirse la puerta principal y a continuación el coche de Jacques. Esta mañana, un guarda me ha liberado. He llamado y me han dicho que estabas a salvo, pero necesitaba comprobarlo por mí misma -sacudió la cabeza como si intentara despertar de una pesadilla-. Rose te juro que no sabía lo que había planeado, que yo jamás…

– Ya lo sé -dijo Rose con dulzura, tomando las manos de su hermanastra-. Incluso anoche, cuando Nick dijo que tenía que haber sido cosa de Jacques, yo sabía que tú no estabas implicada. Eres mi hermanastra.

Julianna se cubrió el rostro con las manos.

– ¡Dios mío! ¡Qué pensaréis de mí! Quiero escapar, ser una persona normal. Ser lavandera. No quiero ser princesa.

– Ser lavandera es un poco radical -bromeó Rose.

Y Julianna rió y lloró a un tiempo.

– Me da lo mismo. Pero Jacques no me dejará.

– No es tu dueño, así que puedes hacer lo que quieras -dijo Rose-. En cuanto a ser princesa, ¿no puedes renunciar a tus derechos? ¿No es eso posible, Erhard?

El anciano estaba pálido. Eran demasiadas emociones juntas. Nick fue hasta un mueble bar y le sirvió un brandy.

Erhard lo tomó mecánicamente.

– Debía haberos advertido de los peligros -musitó-, pero ansiaba tanto que se celebrara esta boda…

– Bebe un poco -lo animó Nick-, y deja de actuar como si acabaras de confesar un asesinato. Anoche ya atrapamos a un asesino y, comparado con eso, todo lo demás son insignificancias -sacudió la cabeza antes de añadir-. Además, has perdido a tu perro y estoy seguro de que, para Rose, eso sí es un verdadero drama.

Erhard alzó la mirada y Nick, sonriendo, posó una mano sobre su hombro.

– Ahora estamos todos juntos y vivos. Y no tardaremos en encontrar a Jacques.

– Así que ha llegado el momento de que me cuentes la verdad -dijo Ruby, quien había permanecido un tiempo récord callada, pero que en los últimos segundos había intercambiado en voz baja unas precipitadas palabras con Rose-, Rose me dice que esta boda es un fraude, un matrimonio de conveniencia.

– ¿Rose? -dijo él, mirándola desconcertado. Ella sonrió y se encogió de hombros.

– Ha llegado el momento de ser sinceros. Es un fraude. Así lo has dicho esta mañana.

Así era. Pero durante la noche… Las imágenes se sucedieron en su mente: Rose en enaguas, apuntando con el revólver, el rostro desencajado. Rose contra el mundo. Rose con abejorros. Rose en sus brazos.

Pero ella siguió hablando.

– Si Julianna cede sus derechos, yo podría hacer lo mismo -dijo en tono resolutivo-. Con ello, Nick se convertiría en el príncipe heredero. Es la mejor opción. Después de todo, mi padre no pertenecía a la realeza y a Nick le gusta la idea, ¿verdad, Nick?

Nick no estaba seguro. La pregunta quedó suspendida en el aire y todos lo miraron.

Quizá sí.

– Mi madre era princesa -dijo pensativo-. Y siempre sintió nostalgia por el país. A ella le gustaría que aceptara…

– ¿Ves? -dijo Rose-. Puedes hacerlo.

– Tendréis que hacerlo juntos -dijo Ruby, intuyendo que algo no iba bien-. Después de todo, estáis casados.

– Sí -Nick tomó aire-, pero quizá Rose preferiría no estarlo.

Ruby puso los brazos en jarras y los miró alternativamente.

– Empiezo a no entender anda. ¿No os casasteis ayer?

– Sí, pero Rose no quería casarse -explicó Nick-. Sólo lo hizo por sentido de la responsabilidad. Y ya es hora de que, como Julianna, se sienta liberada. Si lo desea, podemos anular la boda. Estoy dispuesto a asumir el liderazgo en solitario.

– Tengo la impresión de que vuestros súbditos van a estar muy desconcertados -dijo Ruby.

– Puede que hasta quieran echar a Nick -dijo Rose. Y Nick la vio revivir como la luchadora que era.

Nick adoraba esa faceta de su personalidad. Y precisamente porque la adoraba, sabía que debía dejarle marchar.

– Rose tiene razón -dijo Julianna, incorporándose de nuevo a la conversación.

– No creo que Nick pueda ocupar el trono solo -corroboró Erhard.

Ruby, que había estado muy concentrada intentando seguir la discusión aunque le faltaban elementos de juicio, no estaba dispuesta a quedarse al margen.

– Nick hará lo que deba. Es un chico muy responsable.

– ¿Sí? -intervino Rose, mirando a Nick-. Nunca lo hubiera imaginado -sonrió con picardía y él sintió que el día se iluminaba. En medio del caos, Rose era capaz de dedicarle una broma cómplice sobre la noche anterior.

– ¿Por qué no quieres el trono? -preguntó Julianna a Rose.

– Tengo la impresión de que hace mucho tiempo que nadie le pregunta a Rose lo que quiere -intervino Ruby de nuevo-. ¿Sabíais que sus suegros querían que se quedara embarazada con el esperma de su difunto hijo?

Todos la miraron perplejos. Finalmente, Nick se volvió a Rose y preguntó:

– ¿Es eso verdad?

– Sí -dijo ella-, pero no comprendo cómo es posible que Ruby lo sepa.

– Igual que el señor Fritz hizo averiguaciones sobre Nick -dijo Ruby, enigmática-. Cuando me dijeron en el club de macramé que alguien había estado haciendo preguntas sobre él, llamé a una amiga mía en Yorkshire, que me informó de los sacrificios que Rose ha hecho -se volvió hacia ella-. Primero, reemplazaste a tu marido en el pueblo y ahora quieren que aceptes la corona. Ya basta.

– Yo lo he elegido -dijo Rose.

Nick la observaba y tuvo una súbita" iluminación. No tenía sentido que hubiera sido ella la elegida para asumir tantas responsabilidades.

– ¿Por qué le pediste a Rose que aceptara el reto? -preguntó a Erhard. Y algo en el timbre de su voz hizo que todos se volvieran hacia él-. El padre de Rose no la consideraba de sangre real. Has insinuado que Julianna tampoco era su hija legítima. Dijiste que no tenía sentido pedir pruebas de ADN, pero quizá estabas equivocado. ¿Por qué no elegiste esa opción? ¿No debía haber sido yo el que aceptara la responsabilidad?

– No te conocía -dijo Erhard.

– Tampoco conocías a Rose.

– A ella sí -Erhard seguía apretando entre sus manos la copa de brandy-. Rose vivió aquí hasta los quince años. Siempre se podía contar con ella. Su madre estaba enferma, su padre era un borracho, el viejo príncipe perdía autoridad, y ella cargaba con el peso de todo sin protestar. Cuando hice averiguaciones, descubrí que había seguido actuando de la misma manera en Yorkshire. Necesitábamos a alguien de sus características.

– Querías que Rose siguiera cargando con el peso de la responsabilidad.

– No reflexioné.

– Es comprensible -dijo Nick amablemente-. No estabas pensando en el bienestar de Rose, sino en el de todo un país. Necesitabas contar con la mejor, y Rose lo es. Pero ha llegado la hora de que alguien cuide de ella. Y ese alguien voy a ser yo.

Rose parecía confusa. Nick le tomó la mano, pero se dijo que la amaba demasiado como para intentar retenerla.

– Ésta es mi propuesta -dijo. Sintió cómo Rose se amoldaba a su cuerpo y tuvo que recordarse que no debía retenerla para no pasarle el brazo por los hombros-: Julianna, tú abdicarás. Mientras encontramos a Jacques deberías irte con Ruby -sonrió a su madre adoptiva-. Sé que estás enfadada conmigo, pero nunca me has fallado y ahora necesito tu ayuda -se volvió a Erhard-. Quizá tú también deberías irte. La casa de Ruby es el mejor lugar del mundo para recuperarse. Además, tiene un montón de perros. Seguro que tú y tu mujer volverías con un nuevo cachorro.

– ¿Y Rose? -preguntó Ruby.

– No pienso ir a ninguna parte -dijo la aludida, irguiéndose.

– Tienes que irte.

– ¿Y dejarte solo para que te maten?

– Tranquila -dijo Ruby con firmeza-. Ya me he ocupado yo de eso.

Nick la miró sorprendido.

– ¿Ya te has ocupado de qué?

– Tus hermanos llegarán esta noche -replicó Ruby-. Cuando me he enterado de lo del intento de asesinato, me he puesto en contacto con Erhard y hemos elaborado un plan. En este mismo momento Sam se está poniendo al mando de las fuerzas armadas. Darcy se ocupará de la policía y Blake de los asuntos legales. En unos días, este país estará en orden y Rose podrá decidir si quiere volver.

– Yo no… -empezó Rose.

Nick sacudió la cabeza y sonrió.

– ¿Pretendes llevarle la contraria a Ruby?

– No pienso dejarte -dijo ella.

– No tienes de qué preocuparte -dijo Ruby-. Ya sé que Nick es muy atractivo y tiene una encantadora sonrisa, pero debe darte tiempo. No estará solo. Contará con sus hermanos.

– Pero… -Rose necesitaba excusas-, no podría llevarme a Hoppy.

– ¿Quién es Hoppy? -preguntó Ruby, desconcertada.

Rose señaló al perrito que, en una esquina, los miraba con curiosidad.

– Para entrar en Australia tendría que pasar un periodo de cuarentena -explicó Rose-, así que no puedo irme. Es mi responsabilidad.

– Nick cuidará de él -dijo Ruby.

– Nick no es suficientemente responsable.

– Tú lo sabes mejor que nadie -dijo Nick sonriéndole-. Después de todo, eres mi esposa.

– Dijiste que se trataba de un falso matrimonio -dijo Ruby, mirándolos con severidad.

– Eso lo dijo Nick -dijo Rose.

– ¿Has cambiado de opinión? -le preguntó Nick.

– Todavía no he aprendido a nadar -dijo ella. Y sonrió con temor, como si estuviera a punto de saltar de un precipicio.

– Entonces, ¿es o no una farsa? -preguntó Ruby, impacientándose.

– Pregúntale a Nick qué llevo en mi ropa interior -susurró Rose.

– Abejorros -dijo él al instante.

– ¿Y en mis bragas nupciales?

– Mariposas.

– Ya lo veis, ¿os parece esto una farsa? -dijo Rose.

Se produjo un profundo silencio.

– ¿Sabéis qué? -dijo Ruby finalmente, mirando al vacío-. Creo que necesito un brandy. Julianna, Erhard, si me acompañáis, quizá pueda llegar a servirme una copa.

– ¿Estás segura de que podemos dejarlos solos? -bromeó Erhard.

– No sé. Sólo hablan de abejorros y de mariposas -dijo Ruby-. A no ser que te interese la botánica tengo la impresión de que esta conversación va a ser muy aburrida.

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