Capítulo 11

Se habían quedado a solas y Nick sabía que su futuro podía depender de los siguientes minutos.

– Tenemos que hablar en serio -dijo cuando recuperó el aliento.

– Sí.

– No sé por dónde empezar -fue lo mejor que se le ocurrió decir, dadas las circunstancias.

– Empieza diciéndome si sigues queriendo este empleo -dijo Rose. Y sonriendo, añadió-: Y por qué.

Nick reflexionó unos instantes.

– En un principio -dijo finalmente-, me atrajo la idea de poder hacer algo bueno y actuar de príncipe consorte durante un mes.

– ¿Pero…?

– Pero ahora me he implicado tanto que me costaría marcharme. El niño que rescató a Hoppy, toda su familia, el país entero necesita ayuda para recuperar sus derechos, y yo quiero ayudarlos.

– ¿Y yo puedo marcharme? -preguntó Rose, dubitativa.

– Puedes hacer lo que desees. Hay suficiente dinero en las arcas reales como para que puedas vivir el resto de tu vida.

– Yo no quiero una vida ociosa.

– No, pero querías viajar. Yo puedo actuar de príncipe regente y, cuando llegue el momento, tú puedes decidir si quieres recuperar el trono.

– Pero eso te dejaría en una especie de limbo.

– No, Rose -dijo Nick con vehemencia-. De verdad quiero este trabajo. Hay tanto por hacer… Sería un honor para mí trabajar para este país.

– Pero…

– ¿Pero?

– A mí me gustaría ayudarte.

– Puedes hacerlo dentro de un año. O ahora mismo. Si lo deseas, el trono es tuyo.

– No soy de sangre real.

– Eres la hija reconocida de un príncipe. Eres mi esposa. Así que tienes tanta o más legitimidad que la que otorga la sangre.

– Pero nuestra boda ha sido una farsa.

– Hemos firmado todos los documentos -Nick sonrió- y tu colección de botánica se ha hecho famosa. Todo el castillo piensa que nuestro matrimonio es real.

– Pero tú no quieres que me quede contigo -dijo Rose,

Nick no quiso creer que fuera verdad el tono esperanzado que había creído percibir en su voz.

– Tú quieres ser libre -dijo, intentando frenar su corazón. Era imposible que Rose lo amara… Pero en aquel instante decidió que no estaba dispuesto a dejarla ir sin presentar batalla-. Aunque no me importaría que te quedaras, siempre que sea lo que tú quieres. La libertad incluye la posibilidad de elegir libremente.

– Así es -dijo ella en un susurro-. Así que si decidiera quedarme y viajar… alrededor del perímetro del palacio con mi perro y un acompañante…

– ¿Qué acompañante?

– No sé… ¿Un marido?

Nick se quedó paralizado. El mundo se detuvo para él.

– ¿Qué te parecería un viaje así? -dijo ella-. ¿Te suena apetecible, aunque sólo sea en teoría?

– Puede que ofrezca algunas posibilidades de interés…

– ¿Por ejemplo?

– Por ejemplo… compartir una tienda de campaña es siempre divertido.

Rose le dedicó una de las sonrisas que lo habían enamorado desde el primer día. Nick sonrió a su vez y Rose supo que aquella sonrisa había iluminado su vida, borrando el pasado y lanzándola al futuro.

– Yo creo que en los terrenos del castillo hay sitio para montar una tienda -continuó ella-, pero tendríamos que pedirle a tu hermano que no nos deslumbre con los focos de seguridad o se perdería todo el romanticismo.

– ¿Quieres que sea algo romántico?

– ¿Tú no?

Nick dejó de sonreír y estudió el rostro de Rose inquisitivamente. Ella no entendía por qué no la tocaba cuando estaba ansiosa porque lo hiciera. Pero tenía que ser él quien diera el primer paso.

– Rose… tu libertad.

– ¿Qué pasa con mi libertad? Tú nunca habías pensado en casarte.

– Nunca había querido casarme hasta que te conocí, pero no te retendré. -Quiero que lo hagas.

– Nunca has sido libre.

– La libertad tiene algunas desventajas. Sólo se disfruta si incluye ciertos componentes.

– ¿Por ejemplo?

– Tú.

Nick sonrió de nuevo.

– Te amo, Rose -dijo, sencillamente.

Rose lo miró fijamente. En sus ojos descubrió amor y una profunda necesidad, pero también miedo, como si sintiera que se estaba exponiendo demasiado. Era la mirada del niño que había crecido en casas de adopción, que había luchado por ser independiente y no necesitar a nadie pero que, como ella, había llegado a la conclusión de que necesitar a otro no era tan malo, que necesitar podía ser una bendición.

– ¿Cómo es posible que me ames? -preguntó ella.

– Por tantas razones que no podría enumerarlas. Pero Rose, tu libertad…

– Soy libre -dijo ella-. Soy libre de ir donde quiera, de dejar la sombra de Max atrás y caminar hacia adelante sin sentirme culpable. Y todo gracias a ti. Tú me has dado la libertad y por eso te amo, Nick. Elijo amarte.

– ¿De verdad?

– De verdad.

Pero Nick la miraba como si no pudiera creerla.

– Tendremos que vivir aquí -dijo.

– ¡Qué mala suerte! ¡Vivir en un precioso castillo en uno de los países más hermosos del mundo! -bromeó Rose, sintiendo que la cabeza le daba vueltas de tanta felicidad-. Intentaré soportarlo.

– Estaremos expuestos al escrutinio público como si viviéramos en una pecera.

– Puede que sea divertido.

– Nunca te pediré que tengamos hijos.

– Puede que tenga que besarte yo a ti.

Y nunca averiguó quién besó a quién. Sólo supo que estaba en brazos de Nick y que se besaban apasionadamente.

Mientras tanto, por el cristal del invernadero, tres personas observaban aquella segunda ceremonia nupcial en la que un hombre y una mujer se convertían en marido y mujer.

– Después de todo, he llegado a tiempo -dijo Ruby con el rostro iluminado por una amplia sonrisa.

– Y todavía queda la coronación -dijo Erhard.

– Y quizá… -Julianna tomó a los dos ancianos del brazo para guiarlos hacia otra habitación y dejar a la pareja a solas-, con el tiempo, tengamos que acudir a uno o más bautizos -dijo con dulzura-. Creo que la sucesión al trono de Alp de Montez está asegurada.

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