SE LE HACÍA raro andar por los mismos pasillos que el día anterior había recorrido como empleada.
Al verla, la gente se extrañaba, pero Callie sonrió y mantuvo la cabeza alta. Los demás le devolvían la sonrisa aunque lo cierto era que no tenía muchos amigos fuera de su departamento y sus amigos estaban todos despedidos.
Lynnette, la secretaria de Grant, no le sonrió. En cuanto la vio, se puso en pie y la acompañó al despacho de su jefe, pero no parecía demasiado contenta de tener que hacerlo.
«Debe de creer que voy detrás de Grant por su dinero», pensó Callie dejándose llevar por la intuición. «Vaya, así que lo protege. No está mal», añadió mentalmente.
Cuando entró en su despacho, Grant se levantó de manera cortés y le estrechó la mano, dejando muy claro que aquella reunión era de trabajo. Llevaba un bonito traje de lana y una camisa blanca inmaculada con una corbata azul cielo.
Desde luego, era la viva imagen del empresario ideal.
– Por favor, siéntese, señorita Stevens -le dijo indicándole una silla-. Me alegro tic que haya decidido venir.
– Gracias -contestó Callie.
A continuación, se sentó y se dio cuenta de que estaba nerviosa. ¿Por qué demonios habría decidido ponerse aquella falda tan corta?
– Bien, vayamos directamente al grano -anunció Grant procurando no fijarse en sus maravillosas piernas-. Al leer su curriculum, me he fijado en que asistió usted a varias clases de Derecho. ¿Tenía previsto estudiar la carrera de Derecho?
Callie dudó. Su pasado era un laberinto de vericuetos y situaciones a las que no quería volver.
– Hubo una época en mi vida en la que así lo pensé, sí -contestó.
Grant asintió de manera fría y reservada. En aquellos momentos, a Callie le costaba reconciliar aquella imagen con la del hombre con el que había tenido el encontronazo la noche anterior, el mismo hombre que la había excitado sobremanera al quitarse la camisa, el mismo hombre que se había pasado aquella misma mañana por su casa con bollos para el desayuno.
– Esta empresa tiene previsto abrir un par de filiales próximamente y he pensado que usted podría trabajar en el departamento jurídico -le propuso Grant-. Supongo que le interesará la oferta.
– No tengo estudios legales -le aclaró Callie-. ¿No necesitaría un título o algo así?
– Normalmente, sí -contestó Grant-. Sin embargo, si yo hablo con los del departamento, no creo que haya ningún problema.
– Entiendo.
Claro, era el jefe. Sin embargo, Callie no estaba acostumbrada a obtener ningún trato de favor.
– Empezaría usted como secretaria de personal -le indicó Grant-. La idea es que, en breve, se convierta en una experta en Derecho Mercantil. Aquí tiene las condiciones salariales -añadió escribiendo una cifra en un papel y pasándoselo.
Callie lo miró y se le pusieron los ojos como platos.
– Le he subido el sueldo -comentó Grant.
Callie lo miró a los ojos. Sí, se lo había subido. Mucho. ¿Qué querría aquel hombre en realidad?
– Esto es mucho más de lo que yo esperaba -contestó sinceramente-. ¿Qué espera de mí a cambio?
Grant la miró con un brillo diferente en los ojos y Callie se dio cuenta de que no era irritación sino humor.
– Tan joven y tan desconfiada -comentó-. Lo que espero es que haga usted un buen trabajo para esta empresa.
Callie frunció el ceño. Normalmente, se le daba bien calar a la gente, pero por alguna extraña razón no podía ver los motivos ulteriores de aquel hombre.
– No lo entiendo -confesó-. Este sueldo es demasiado para un trabajo que, en realidad, es de ayudante.
Grant se encogió de hombros.
– Entonces, rechace la oferta.
– No, claro que no voy a rechazarla -contestó Callie apartándose el pelo de la cara-. Necesito el dinero desesperadamente. Sin embargo, quiero que me quede muy claro qué es lo que se espera de mí a cambio de tanto dinero.
– Lo único que espero de usted es trabajo de calidad, y no me importa pagarlo.
A pesar de que Grant parecía hablar con sinceridad, Callie no podía dejar de tener la sensación de que le ocultaba algo. Aquel comentario de que no le importaba pagar a cambio de calidad parecía tener un doble significado que no llegaba a comprender por completo.
– No se arrepentirá -le dijo.
Grant asintió y se quedó mirando el horizonte.
– ¿Empiezo mañana? -le preguntó Callie.
– ¿Mañana?
¿Qué le ocurría a aquel hombre? La estaba mirando fijamente, como si la estuviera traspasando.
– Hola -le dijo Callie moviendo una mano ante sus ojos.
– Ah, sí -se apresuró a contestar Grant dándose cuenta de que se había ido de la conversación-. Mañana es perfecto.
A continuación, se pasó los dedos por el pelo y se quedó mirándola. En realidad, no se había alejado de aquella estancia ni un minuto sino, más bien, todo lo contrario. Lo que había estado pensando era en cómo demonios iba a sacar el tema del bebé.
¿Por qué no se atrevía a planteárselo con franqueza? Debía hacerlo. Necesitaba hacerlo. Sin embargo, no sabía cómo.
Aquello no era propio de él. Grant jamás se quedaba sin ideas, jamás huía de los temas difíciles. Siempre iba a por lo que quería con confianza en sí mismo, una confianza que algunos incluso llamaban arrogancia.
Jamás se le hubiera pasado por la cabeza que iba a tener problemas poniendo en palabras lo que quería y, sin embargo, allí estaba, devanándose los sesos sin llegar a ninguna solución.
¿Qué podía decir? ¿Cómo debía abordar el tema? ¿Con humor? ¿Con seriedad? ¿Como quien no quería la cosa?
«Sí, señorita Stevens, sólo una cosa más. Si accediera usted a tener un hijo conmigo, se le pagaría un gran extra en Navidad».
Sí, genial.
«Señorita Stevens, leyendo su curriculum me he dado cuenta también de que sería usted la mujer perfecta con la que tener un hijo. ¿Qué le parece?».
Grant hizo una mueca de disgusto. Sabía perfectamente lo que le parecería a Callie y no quería oírlo.
«Señorita Stevens, estoy seguro de que sabrá que la familia Carver es una familia muy pudiente en el estado de Texas. La tragedia pesa sobre nosotros porque yo soy el último Carver y no tengo descendencia. Necesito tener un hijo que se quede con el apellido y con la fortuna. Ha sido usted elegida para semejante honor… Si quiere, podrá contribuir a la causa de la historia de este estado…».
No, aquello tampoco saldría bien. ¿Por qué demonios no se le ocurría nada bueno? Probablemente, no se le ocurría nada porque no era el momento de hablar de aquel asunto. Tal vez, lo mejor sería dejar pasar algunas semanas, dejar que Callie se sintiera cómoda con él, incluso que comenzara a confiar en él y…
– ¿Algo más? -le estaba preguntando Callie, mirándolo con curiosidad.
– No, todavía no -suspiró Grant.
– ¿Cómo que todavía no?
– Quiero decir que no, que nada más. Gracias por haber venido. Hablaré con el departamento de personal para que tenga listo su contrato mañana por la mañana.
– Muy bien. Nos vemos entonces contestó Callie poniéndose en pie-. Muchas gracias por tocio, señor Carver. Le agradezco mucho lo que ha hecho por mí.
Grant se puso también en pie y le estrechó la mano.
– Nos vemos mañana -le dijo.
Callie le dirigió una última y confundida mirada y se fue. Grant era consciente de que era una tontería pero, cuando Callie salió por la puerta, se le antojó que la luz de la estancia disminuía.
– Hola, señor Carver.
Grant levantó la mirada y se encontró con Darren Evans, un brillante abogado que hacía poco que trabajaba para ellos. El joven estaba entrando en su despacho con un montón de papeles, pero no pudo evitar girar la cabeza al ver salir a Callie, que se estaba metiendo ya en el ascensor.
– Qué guapa -comentó enarcando una ceja.
– Sí -contestó Grant.
Por lo visto, Darren era un buen abogado, pero, según decían los rumores, era todavía mejor con las mujeres que con las leyes.
– Por lo visto es viuda. ¿Estoy en lo cierto?
– Sí -contestó Grant frunciendo el ceño-. ¿Por qué lo preguntas?
– Porque quería invitarla a salir -contestó el joven abogado.
– Me temo que llegas tarde -contestó Grant poniéndose a la defensiva.
– ¿Ah, sí?
– Sí, está con otra persona.
– ¿De verdad? ¿Con quién?
– No creo que sea asunto tuyo.
– Ah, bueno -suspiró Darren-. Qué pena -añadió saliendo del despacho de su jefe.
Una vez a solas, Grant se dio cuenta de que lo que le había dicho su joven empleado le tenía que servir para abrir los ojos. Debía darse cuenta de que no podía esperar mucho más tiempo para plantearle a Callie su idea. Si no obtenía un compromiso por su parte pronto, podía caer en las garras de un playboy como Darren Evans.
Tenía que encontrar la manera de sacar el tema.
Grant se puso en pie, se metió las manos en los bolsillos y comenzó pasearse por el despacho. Al acercarse a la ventana, miró hacia abajo. Y allí estaba. Callie se había parado junto a la fuente y estaba mirando el agua.
Ahora.
Tenía que ir en su busca cuanto antes.
Grant salió corriendo de su despacho, pasó apresuradamente junto a una asombrada Lynnette, pasó de largo junto al ascensor y bajó a toda velocidad por las escaleras, saltándolas de dos en dos como un esquiador sobre nieve polvo,
Tras bajar los seis pisos, llegó al vestíbulo, se paró en seco, tomó aire y miró a su alrededor. Callie seguía allí. Tenía que nacerlo.
Mientras se aproximaba a ella por detrás, se fijó en su cuerpo, en la curva de su cuello, en cómo le caía el pelo por la espalda.
Sí, quería que aquella mujer fuera la madre de su hijo.
De repente, se dio cuenta de que de nuevo se había precipitado. ¿De verdad estaba contemplando la posibilidad de pedirle a una mujer así que tuviera un hijo con él sin proponerle antes matrimonio? ¿Se había vuelto loco? Sería un gran insulto. Si quería seguir adelante, iba a tener que hacerlo con todas las consecuencias.
– Callie -le dijo.
Callie se giró hacia él, sorprendida, y se quedó mirándolo.
– Callie Stevens… -dijo Grant tomándola de la mano y mirándola a los ojos-. ¿Te quieres casar conmigo?
Tina estaba sentada en el suelo del salón con Molly.
– Has llegado pronto, ¿eh? -dijo Callie al entrar en casa-. Creía que tenías doble jornada -añadió besando a la pequeña y mirando a su madre.
Tina estaba sonriente, pero parecía muy cansada.
– Estaba tan cansada que no he podido ir al trabajo de por la tarde. Lo siento mucho, Callie. Sé que te lo había prometido.
– ¡Tina, por favor, no digas tonterías! ¡Si te cansas, debes volver a casa inmediatamente! No queremos que te pongas enferma. Tu hija te necesita, ¿verdad, cielito? -dijo Callie tomando a Molly en brazos.
– Sí, pero también necesitamos el dinero -contestó su amiga.
– Por eso, no hay problema -le aseguró Callie dejando a la niña junto a su madre-. Me he comprado todos los periódicos del día, voy a escanear los anuncios de trabajo y a actualizar mi curriculum. Mañana mismo me pongo a buscar trabajo. Ya verás cómo conseguiré algo -sonrió-. No te preocupes.
– ¿Cómo no me voy a preocupar, Callie? No tienes trabajo y las cosas van de mal en peor.
Molly estaba empezando a molestar, así que su madre le dio una piruleta para entretenerla.
– ¿No es malo que le des tantos caramelos? Se le van a estropear los dientes.
– ¿Qué dientes? -bromeó Tina-. No te preocupes, solamente le dejo comer una piruleta al día y le lavo los dientes en cuanto se la termina. Le encantan las piruletas de fresa y a mí me encanta verla feliz… -añadió con voz trémula.
Callie se arrepintió de haber criticado a su amiga, que ya tenía bastante con la enfermedad como para que viniera ella diciéndole cómo tenía que criar a su hija.
– ¿Qué tal la reunión? -le preguntó Tina cambiando de tema.
Callie dudó. No sabía qué contarle.
– Me ha ofrecido trabajo como secretaria en el departamento jurídico.
– ¡Eso es genial!
Callie sacudió la cabeza. Su vida se había acelerado y no sabía cómo pararla.
– No puedo aceptarlo. Ese hombre está loco -contestó.
A continuación, levantó la mano para indicarle a su amiga que, por favor, no le hiciera preguntas. Necesitaba tiempo para pensar sobre lo que había sucedido antes de compartirlo con ella.
– Lo siento mucho, Tina, pero ahora mismo no puedo hablar de ello. Luego.
– Muy bien -contestó Tina sorprendida-. Por cierto, han llamado de la residencia de tu suegra. Dicen que no te pueden reservar su habitación durante más tiempo. Si no les pagas el viernes, la van a cambiar al ala pública.
Callie sintió como si le hubieran dado un puñetazo en la boca del estómago. Sin embargo, tomó aire e intentó sonreír.
– Callie, si no hubiera sido por ti, no habría podido estar en una residencia privada durante más de un año. Te has portado muy bien con ella. Lo cierto es que no sé por qué te has cargado con esa responsabilidad a las espaldas.
– Porque es la madre de mi marido y siempre se portó bien conmigo -contestó Callie.
– Pero tu marido, no.
– No, pero eso no fue culpa suya. Yo soy el único pariente que tiene y ella es la única familia que yo tengo.
Tina suspiró y miró a su hija, que estaba jugando en el suelo.
– Te diré que no creo que haya muchas hijas en el mundo que sean tan generosas como tú con sus madres, así que ni hablar de las nueras con las suegras. Callie, deberías pensar en ti más a menudo.
– Te aseguro que ya lo hago. No te preocupes por mí. Estoy bien.
A continuación, Callie se trasladó a la cocina y comenzó a limpiar las encimeras. Sobre todo, porque necesitaba hacer algo, no porque realmente estuvieran sucias.
No podía dejar de pensar en la propuesta que le había hecho Grant Carver. Lo que le había sugerido era una locura.
Imposible.
Indignante.
¡Le había pedido que se casara con él!
Callie había estado a punto de caerse a la fuente.
Al principio, había pensado que estaba de broma, pero, al ver que no sonreía, se había dado cuenta de que lo decía en serio. Se quería casar con ella. Había algo más. Quería tener un hijo con ella.
Aquello mismo le había propuesto seis meses atrás. Sí, Grant Carver le había propuesto que tuviera un hijo con él y que se quedara trabajando como niñera en su casa. Por supuesto, Callie se había negado. Le había parecido una propuesta fría y distante.
Sin embargo, ahora Grant había ido más lejos y le había propuesto matrimonio. ¿Y qué diferencia había? Lo que le estaba proponiendo básicamente era pagarle por tener un hijo con él.
La gente normal no hacía cosas así.
Bueno, sí lo hacía, pero…
Grant le había hablado de aquel día en el que habían coincidido en la clínica de fertilización artificial y Callie había tenido que admitir que había ido allí para informarse sobre la posibilidad de hacerse inseminar artificialmente porque estaba tan desesperada como él por tener un hijo.
También le había contado que, al igual que él, tampoco quería casarse y que, al final, no habría podido seguir adelante con el proceso.
Sin embargo, eso no significaba que quisiera casarse con Grant Carver. Por mucho que él había insistido en dejarle claro que sería más un matrimonio de conveniencia que un matrimonio por amor, a Callie le seguía pareciendo una locura.
Callie abrió la nevera y sacó una cebolla y unas cuantas zanahorias. Poniéndolas sobre una tabla de madera, comenzó a cortarlas e intentó pensar en otra cosa.
Sin embargo, su mente se había quedado sin ideas. Lo único en lo que podía pensar era en aquella loca propuesta.
¿Qué derecho tenía Grant a aparecer en su vida y a ponérsela patas arriba? Ella, que era perfectamente feliz… bueno, a lo mejor no tan perfectamente feliz, pero feliz más o menos. Bueno, un poco estresada, pero aun así…
Grant le había hecho pensar en cosas en las que ella no quería pensar. Por ejemplo, ¿qué demonios quería hacer con su vida?
Desde luego, no quería casarse. Tampoco esperaba encontrar a su príncipe azul. Habían pasado ya seis años desde que había muerto Ralph y no había conocido a ningún hombre con el que se hubiera planteado ni remotamente casarse.
Bueno, sólo uno.
Grant Carver.
Entonces, ¿por qué no quería casarse con él ahora? ¿Por qué no consideraba su propuesta?
«¡Porque no te quiere, estúpida!».
Por lo menos, había sido sincero a ese respecto. Aun así, una pequeña parte, minúscula parte del cerebro de Callie no podía parar de preguntarse qué pasaría si…
«¡No!».
Prefería pasarse el resto de la vida sola que compartirla con un hombre que no la amara. Callie se paró un momento y reflexionó. ¿De verdad estaba analizando sinceramente la situación o se estaba limitando a repetir frases hechas?
De repente, se le ocurrió que, si accedía a la propuesta de Grant, les estaría haciendo la vida más fácil a cuatro personas sin contarse a ella misma.
No, imposible. Tenía que haber otra manera.
Callie se fijó en que Tina había dejado el correo sobre la mesa de la cocina y, al ojearlo, comprobó que se trataba de facturas.
Al instante, sintió que el estómago le daba un vuelco.
También había una nota de Karen, la dueña del edificio.
Callie, lo siento, pero si el viernes no me has entregado el cheque de pago del alquiler del mes…
El vuelco en el corazón de Callie se convirtió en un agudo dolor y Callie sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas. No era la primera vez que no llegaba a fin de mes, pero en esta ocasión realmente lo estaba pasando mal.
¿Qué iba a hacer? Aunque aceptara el trabajo que Grant le había ofrecido, el sueldo no le llegaría para pagar todas las deudas en las que se estaba metiendo.
– Caee.
Callie miró hacia abajo y vio que Molly le tiraba de la falda. Sonrió a la adorable niña y pensó en que Grant había perdido a una niña muy parecida. Por un instante, le pareció que comprendía lo terrible que tenía que haber sido para él.
Molly le echó los brazos y Callie se agachó para recogerla. La niña se quedó mirando fijamente las lágrimas que corrían por las mejillas de Callie, alargó el brazo y le tocó el pómulo, abriendo la boca sorprendida al comprobar que tenía la punta del dedo mojada.
Aquella hizo reír a Callie, que dejó que Molly le quitara las demás lágrimas una por una. A continuación, la abrazó con fuerza y le dio un gran beso, maravillándose ante la capacidad que tenía un bebé de disipar los problemas con su dulzura.
Callie deseaba con toda su alma tener un hijo, y tener a Molly en brazos no hacía sino recordárselo con fuerza. Un hijo era algo real y permanente.
Toda su vida había sido siempre temporal. Nunca había conocido a su padre. Su madre había sido de esas mujeres que necesitaban tener siempre a un hombre a su lado, pero que no tienen capacidad para que los novios les duren más que unos cuantos meses. Cuando ella murió, Callie había pasado a vivir en varios hogares de acogida. Nada de verdad, sólido ni duradero. Su vida había sido siempre incierta, nunca había tenido nada a lo que agarrarse de verdad.
Cuando se había casado con Ralph, había creído que lo había encontrado, pero pronto se dio cuenta de que no era así. Ralph había cambiado mucho de ser su novio a convertirse en su marido.
Y, de nuevo, estaba sola.
Callie era perfectamente consciente de que ésa era una de las razones por las que estaba tan empeñada en tener un hijo. Un hijo no era temporal. Un hijo era para siempre. Un hijo era ternura y confianza.
Un bebé llenaba los brazos de una mujer con algo más que olor a limpio; un bebé llenaba los brazos de una mujer con amor, felicidad, esperanza y confianza del futuro.
Y eso era exactamente lo que Callie quería. Lo necesitaba.
Si era sincera consigo misma, tenía que admitir que Grant podía hacer aquello por ella y que ella podía hacer lo mismo por él.
Podía darle eso a Grant.
Tenía la capacidad de hacerlo.
Podía dárselo a sí misma.
¿Iba a tener el valor de hacerlo?