Capítulo 8

CALLIE no había hecho más que poner un pie en casa de Grant, cuando su marido se la había vuelto a llevar; la había metido en el coche y se la había llevado al aeropuerto.

– ¿Adonde vamos? -le había preguntado.

Grant estaba satisfecho porque la había sorprendido. Se la veía feliz. Había demasiada tristeza en su vida en aquellos momentos y Grant quería darle un respiro.

– Es una sorpresa.

– Pero ¿nos vamos a quedar a dormir fuera o algo? Te lo digo porque no llevo pijama ni nada.

Grant sonrió misteriosamente y no contestó.

– Lo malo de las sorpresas es que las mujeres necesitamos tiempo para preparar las cosas, sobre todo lo que nos vamos a poner -bromeó Callie.

– Lo tendré en cuenta para la próxima vez -contestó Grant.

Le podría haber dicho que había hablado con la encargada de la tienda de la isla a la que se dirigían, que le había dado las tallas y los colores y que todo estaría preparado en la habitación para cuando ella llegara, pero no le dijo nada.

Cuando aterrizaron en Santa Talia, una isla poco conocida del Caribe, los recibió la brisa fresca y el aroma de las flores. Allí, al igual que en Hawai, tenían la costumbre de dar la bienvenida con collares florales.

El complejo en el que se iban a hospedar consistía en varios bungalós diseminados por las laderas de césped y en un edificio central en el que estaban la recepción, el comedor y las tiendas.

Callie se quedó maravillada al ver la preciosa habitación que tenían y no pudo evitar gritar entusiasmada al ver que el armario estaba lleno de ropa de su talla.

– Me siento como si fuera la Cenicienta -le dijo a Grant sacando la ropa del armario y dejándola sobre la cama para admirarla.

– Entonces, supongo que yo soy el Príncipe Azul -bromeó Grant-. Mejor no utilices zapatos de cristal, ¿de acuerdo?

Aquello hizo reír a Callie, pero cuando miró a Grant a los ojos se sonrojó porque sabía para qué habían ido hasta allí. Sentía que Grant estaba muy excitado y ella, también.

Sin embargo, al mismo tiempo, todo aquello le daba pánico.

Había pasado una semana terrible, llevada por la tristeza y la desesperación de ver lo que le estaba sucediendo a su amiga Tina y con una necesidad incontrolable de ayudarla.

Por eso, le había costado mucho separarse de su lado y, cuando había visto que se subían a un avión, había intentado revelarse, pero luego había pensado que Grant también tenía derecho a su compañía y no había dicho nada.

Ahora, se alegraba porque estaba convencida de que aquel viaje les iba a ir de maravilla a los dos.

– ¿Damos un paseo por la playa? -sugirió Grant.

– Muy bien -contestó Callie.

Estaba atardeciendo. No habían cenado, pero ninguno de los dos tenía hambre, así que se sentaron en la arena y dejaron que el agua les lamiera los pies.

Cuando decidieron subirse a unas rocas que había cerca y Grant la ayudó, Callie percibió lo mucho que la deseaba y sintió que el aire no le llegaba a los pulmones.

Les sirvieron una cena suntuosa en su habitación, pero Callie apenas pudo probar bocado. Les habían llevado una botella de champán y brindaron.

– Por las lunas de miel -dijo Grant elevando su copa.

– Por las lunas de miel -contestó Callie sonriendo.

Después de cenar, bajaron de nuevo a pasear por la playa. Ya había oscurecido y la luz de la luna se reflejaba sobre la superficie del agua. Al volver, a ambos les pareció que el refugio de su habitación era de lo más apetecible y Grant se aseguró de cerrar la puerta con llave.

A continuación, le tomó a Callie el rostro entre las manos y la besó con delicadeza.

– Te prometí que no haríamos nada hasta que tú quisieras. ¿Estás preparada?

Callie asintió con un nudo en la garganta. Sentía que el corazón le latía aceleradamente. Nunca había estado tan asustada y emocionada a la vez. No tenía ni idea de cómo iba a sentirse después de haber hecho aquello, pero se moría por probar.

Grant murmuró algo y le separó los labios con la lengua. Callie lo dejó entrar en su boca. Tímidamente al principio; apasionadamente, al cabo de unos segundos.

Callie le pasó los brazos por el cuello y se arqueó contra su cuerpo. Quería sentir sus pechos contra su torso fuerte y musculado.

Se oía una música lejana y aquella música, mezclada con el sonido de las olas del mar, componía una preciosa sinfonía.

Callie sentía las manos de Grant, grandes y sensibles y, allá por donde pasaban, dejaban una estela de fuego que estaba comenzando a quemarla en lugares íntimos.

Grant deslizó las manos por sus brazos y, en un abrir y cerrar de ojos, el vestido de Callie cayó al suelo.

Por primera vez en su vida, le iban a hacer el amor e iba a hacer el amor a otra persona.

Aquello era maravilloso.

Un día para recordar siempre.

No tenía ni idea de si se iba a arrepentir cuando hubiera pasado, pero tenía que hacerlo. Su cuerpo estaba preparado, se estaba derritiendo y flotando al mismo tiempo. No se sentía normal en absoluto y le encantaba.

Cuando besó a Grant en el cuello, pensó que no le costaría nada hacerse adicta a aquella sensación. Y, de repente, sintió una urgencia dentro de sí, una necesidad tan intensa que la hizo gritar.

– Espera, Callie -murmuró Grant con voz grave-. No te preocupes, cada cosa a su tiempo.

A continuación, Ja tomó en brazos y la llevó a la cama y Callie se dio cuenta de que estaba invadida por la pasión y de que era un estado que no quería abandonar jamás.

Un rato después, estaban los dos tumbados, uno al lado del otro, ambos intentando recuperar la respiración.

Callie había descubierto un nuevo mundo lleno de sensaciones, pero también había un nuevo mundo de cercanía y de afecto.

Ahora sabía lo que era hacer el amor con un hombre. ¿También sabía lo que era el amor? Unos momentos antes, habría contestado que sí a aquella pregunta sin dudar. Ahora, desde la distancia, su frialdad, ya no estaba tan segura.

– Me siento… de maravilla -contestó acariciándole el pecho a Grant.

– Me alegro -contestó él mirándola con cariño.

Sin embargo, de repente su mirada se distanció y se volvió más fría.

– Espero que haya servido de algo -comentó-. Tendremos que seguir intentándolo hasta que…

Callie cerró los ojos, triste, y retiró la mano. Ella pensando en el amor y él siempre tan calculador. Por unos instantes, Callie entendió aquello que decían muchas personas de que del amor al odio había un paso.

«Por favor, Grant, no estropees este momento».

Grant se inclinó sobre ella y comenzó a besarla alrededor del ombligo. Para su sorpresa, Callie se encontró deseándolo de nuevo como si no acabara de haberle satisfecho unos momentos antes.

«Así que así van a ser las cosas entre nosotros», pensó Callie.

Parecía que su relación iba a alternar alegría y pena. Bueno, si aquello era lo que el destino le había deparado, lo aceptaba. Admitía que, más o menos, le gustaba.

Para cuando terminó su luna de miel, habían pasado dos días gloriosos. Callie no había sido jamás tan feliz. Después de aquellas horas con Grant, era toda una experta en hacer el amor. Aquello la hacía reír, pero era verdad.

La primera noche habían hecho el amor tres veces y, desde entonces, había perdido la cuenta. Y en cada ocasión había tenido la sensación de aprender un poco más sobre el hombre con el que se había casado.

Durante el corto periodo de tiempo que pasaron juntos en la isla, se desarrolló entre ellos una cercanía que la asombró. Grant se había mostrado amable y afectuoso y Callie tenía la sensación de que podía contarle o pedirle cualquier cosa.

Bueno, casi cualquier cosa porque no se atrevía a hablarle ni de su primera mujer ni de su hija.

Estaban recogiendo las cosas para irse y Callie ya echaba de menos aquel lugar.

– ¿Te lo has pasado bien? -le preguntó Grant con una gran sonrisa.

– Oh, esto ha sido un paraíso -contestó Callie.

– Es un lugar precioso, ¿verdad? Bueno, lo tenemos todo, ¿no?

– Creo que sí.

– Tenemos doce minutos hasta que llegue el coche para llevarnos al aeropuerto -comentó Grant consultando el reloj-. Doce minutos.

Callie sonrió con un brillo especial en los ojos.

– ¿Doce minutos, dices?

Grant sonrió y enarcó una ceja.

– ¿Qué me dices?

Callie se encogió de hombros.

– ¿Por qué no?

Riendo ambos, se desnudaron a toda velocidad y se volvieron a meter en la cama, donde dieron rienda suelta a la pasión.

Callie estaba maravillada ante lo poco que hacía falta para que se excitara en compañía de Grant, y no sabía si era porque lo amaba o porque amaba la forma en la que le hacía el amor.

Volver fue como salir de una maravillosa fantasía y entrar en la dura y fría realidad.

Llegaron tarde del aeropuerto y Callie se fue directamente a la cocina para comenzar a familiarizarse con aquella casa a la que había ido un par de veces antes de la boda para preparar su habitación.

Grant se preguntaba por qué necesitaba Callie un espacio para ella sola, pero no había dicho nada.

Callie preparó chocolate caliente y se sentaron los dos en la cocina a tomárselo mientras recordaban el fin de semana.

Los dos estaban cansados y Grant iba a proponer que se fueran a la cama cuando Callie sonrió, se puso en pie y se perdió por el pasillo tras darle las buenas noches.

Y Grant se quedó allí, sentado a la mesa de la cocina, con la boca abierta. Por supuesto, comprendía que Callie estuviera cansada, pero no entendía por qué no quería dormir con él cuando él se moría de ganas por dormir a su lado, abrazándola…

Hacía tanto tiempo que no dormía con nadie…

Desde Jan, por supuesto, desde Jan.

Lo primero que se le pasó por la cabeza fue acercarse a la puerta del dormitorio de Callie y preguntarle qué demonios estaba haciendo, pero consiguió controlarse porque quería permitirle que tuviera su propio espacio y que las cosas se desarrollaran de manera natural.

De momento, iba a tener que aguantarse y confiar en que Callie se diera cuenta de que el hecho de haber pasado un fin de semana juntos en el Caribe no era suficiente como para asegurar la descendencia.

Callie estaba apoyada contra la puerta de su dormitorio con los ojos cerrados, escuchando atentamente. Había avanzado en silencio por el pasillo, esperando oír su voz y perdiendo la esperanza con cada paso.

¿Por qué no la había llamado? ¿Por qué no le había dicho: «Eh, ¿adonde vas? Te quiero en mi cama inmediatamente»?

Callie supuso que era porque Grant no quería que ocupara el lugar de Jan en su cama, así que decidió no presionarlo. Era consciente de que, para Grant, Jan seguía siendo su verdadera mujer.

Ella era su socia en aquella historia de tener un hijo.

No debía presionarlo, no debía intentar que Grant le diera más de lo que habían acordado, pero se le iba a hacer muy difícil después de lo que habían compartido en Santa Talia.

Tina estaba peor.

Los médicos habían decidido que no podían operarla y las posibilidades no eran muchas. Callie volvió a cuidarla y corría a su lado en cuanto salía del trabajo porque quería ayudar a que la transición fuera lo menos traumática posible para su amiga y para su hija.

Así que los maravillosos días que había pasado en el Caribe con su marido fueron quedando atrás hasta que le parecieron un sueño.

Aquella noche, Grant no estaba de humor y ella tampoco estaba muy tranquila. Los dos sabían que se acercaba un momento de sinceridad.

Grant había estado trabajando hasta muy tarde en el despacho y Callie se había pasado por casa de Tina y había estado allí un par de horas.

Prepararon la cena entre los dos y cenaron tranquilamente, hablando sobre un proyecto de la empresa, evitando hablar de Tina.

– Trabajas demasiado -dijo Grant al verla bostezar-. Y, además, no duermes bien.

– Tienes razón, pero tengo muchas cosas que hacer.

– Podrías dejar de trabajar y así tendrías más tiempo para estar con Tina -le propuso Grant.

– Lo he pensado, pero no me parece justo para mis compañeros de trabajo.

– Callie, esta situación es especial y es sólo temporal, así que tómate todo el tiempo que necesites. Tu amiga te necesita.

Callie sonrió, agradecida por su consideración, aunque sabía que, en el fondo, lo que había movido a Grant a decirle algo así era que quería que le hiciera más caso.

– Lo cierto es que la que más me necesita es Molly -comentó.

Al instante, a Grant se le ensombrecieron los ojos y desvió la mirada, como siempre que hablaban de la niña. Aquella reacción molestaba mucho a Callie, pero no tuvo ocasión de preguntarle nada porque Grant ya estaba hablando de un par de viajes de negocios que tenía que hacer.

Tras recoger la mesa, se sentaron a tomar un café y a hablar durante "media hora.

– Callie, ¿no te parece que deberíamos volver a ponernos manos a la obra? -le preguntó Grant de repente.

Callie lo miró asombrada.

– ¿Te refieres a…?

– Sí, a eso me refiero.

– ¿Estás seguro? -le preguntó Callie mirándolo a los ojos.

– ¿De qué?

Callie tomó aire.

– No sabía si me deseabas.

– Callie, mírame. Te deseo. No lo dudes. Me tendría que haber puesto un cartel en la frente que dijera: «Deseo a Callie».

Callie sonrió.

– ¿Estás seguro?

– Estoy seguro.

Callie se encogió de hombros y dejó la taza de café en el fregadero.

– Muy bien, entonces. ¿En tu habitación o en la mía?

Grant se puso en pie, la tomó en brazos y la condujo a su dormitorio.

– Te voy a enseñar cuál es tu sitio en esta casa -contestó.

Callie se rió a carcajadas mientras Grant la depositaba en el centro de su cama y siguió riéndose mientras se quitaba la blusa y el sujetador, pero, cuando sintió los labios de Grant en uno de sus pezones, dejó de reírse y se convirtió en la mujer apasionada que había aprendido a ser en el Caribe.

Una hora después, con las luces apagadas y la casa cerrada, Grant se dio cuenta de que se sentía bien por primera vez en todo el día.

Le gustaba cómo olía el pelo de Callie y lo suave que era su piel, le encantaba sentir sus piernas entrelazadas alrededor de sus caderas y sus dedos en sus hombros. Y los gritos que daba al llegar al orgasmo lo volvían loco.

De repente, se encontró pensando que Jan nunca había sido tan apasionada, hacer el amor nunca había sido nada importante para ella. Callie, sin embargo, se entregaba por completo.

Al instante, se dijo que debía apartar aquel pensamiento de su mente. No debía hacer comparaciones. No estaba bien y no era justo.

Lo importante era que se sentía saciado y satisfecho, como un gato panza arriba al sol. Hacer el amor con ella era algo tan maravilloso que no había pensado en que Callie pudiera querer irse.

Sin embargo, sintió que se escapaba de la cama y se ponía la bata. Grant se quedó muy quieto, con los ojos cerrados, sintiendo cómo salía de la habitación y se iba por el pasillo, cómo se alejaba de él.

¿Por qué no querría quedarse a su lado?

Su ausencia era insoportable y Grant decidió que iba a tener que hacer algo al respecto.

Callie debía admitir que las últimas noches estaban resultando maravillosas.

Los días, sin embargo, estaban resultando terribles.

Mostrarse alegre con Tina se le estaba haciendo cada vez más difícil. Su amiga estaba constantemente medicada y, normalmente, dormida. Una enfermera del hospital acudía dos veces al día y, por supuesto, estaban las enfermeras que Grant había contratado.

Molly disponía de una niñera para ella sola durante todo el día, pero no entendía por qué su madre estaba todo el rato en la cama. Callie intentaba estar todo el tiempo que podía con ella con la idea de mantener las cosas dentro de una relativa normalidad.

Lo más importante era la niña.

Era imposible que una criatura tan pequeña entendiera lo que estaba sucediendo exactamente, pero obviamente presentía que no era nada bueno.

Callie se sentía muy mal porque sabía que Molly lo estaba pasando mal y debía de estar asustada. Ella sabía por experiencia lo que era sentirse asustada en la infancia porque había tenido que soportar las borracheras de muchos novios de su madre,

No quería que Molly tuviera aquellos recuerdos. Debía protegerla fuera como fuese.

Había una cosa que no le encajaba en todo aquello. Grant se había portado de maravilla, pagando las enfermeras y la niñera y pasando a ver Tina siempre que podía, pero ¿por qué se comportaba de manera tan extraña siempre que estaba con Molly?

Solía intentar evitar a la niña y lo más triste de todo era que la pequeña estaba fascinada con él y se iluminaba como un arbolito de Navidad siempre que lo veía.

Un día, Callie reunió valor y le preguntó a su cuñada:

– Gena, ¿qué le pasa a Grant con Molly? ¿Por qué no le cae bien?

Gena la miró apenada.

– ¿La evita?

– Sí, como si tuviera la peste.

Gena asintió y apretó los labios.

– Supongo que debería decírtelo él, pero, ya que no lo ha hecho, te lo voy a decir yo -contestó-. Molly le recuerda a Lisa.

Callie frunció el ceño.

– Es cierto que las dos tienen el pelo oscuro y rizado, pero…

– Yo opino lo mismo que tú. No se parecen en nada, pero Grant les encuentra un parecido insoportable y se le hace imposible estar cerca de la pequeña.

– Pero va a tener que aceptarla porque… bueno, porque Molly se va a quedar conmigo.

Gena la miró con los ojos muy abiertos.

– ¿La vas a adoptar si Tina se muere?

Callie asintió.

– Se lo he prometido.

– Te entiendo perfectamente -suspiró Gena abrazándola-. Madre mía, me parece que se avecinan tiempos duros en tu matrimonio.

– Si pudiera hacer que Grant viera a la niña con otros ojos…

– No tiene nada que ver con Molly -le aseguró Gena-. Mi hermano se siente culpable porque cree que no pasó suficiente tiempo con su hija y por eso reacciona tan mal cuando está Molly cerca.

– No te entiendo -contestó Callie confusa.

– Grant era el típico adicto al trabajo. Mi hermano vivía para el trabajo y Jan hacía más o menos lo mismo, pero con sus actividades y sus amigas. Tenían una niñera contratada. Había días en los que quedaban después del trabajo para cenar por ahí y, cuando volvían a casa, era tarde y Lisa ya estaba acostada. Lo cierto es que solían hacerlo a menudo. Eran una pareja de lo más moderna que trataba a su hija como si fuera la mascota.

Aquello sorprendió sobremanera a Callie. No se podía imaginar a Grant haciendo algo así.

– ¿Me estás diciendo que Grant se siente culpable por haber descuidado a Lisa y por eso descuida a Molly?

– Decir tanto es exagerado. Lo que estoy diciendo es que Grant se siente culpable, se imagina a su hija mirándolo, llorando, demandando más atención y se ve a sí mismo yéndose a trabajar en lugar de atendiéndola.

Callie asintió imaginándose la situación y decidió que, cuando encontrara el momento apropiado, iba a hablar con Grant para que cambiara su manera de actuar.

Grant tenía una manera muy extraña de lidiar con el dolor. Además de cómo se comportaba con Molly, en su casa no tenía ni una sola fotografía de su primera familia. Callie había registrado todas las habitaciones. Nada. En aquella casa no había absolutamente ninguna señal que indicara que el hombre que la habitada hubiera estado casado y hubiera tenido una hija.

Y, sin embargo, de alguna manera, la presencia de Jan se dejaba sentir en toda la casa hasta el punto de que Callie se preguntaba si iba a ser capaz de deshacerse de ella algún día.

Aun así, en general, su relación con Grant era cada día mejor. Además, estaba encantada con su trabajo y, aunque se le hacía un poco raro estar casada con el jefe y sabía que los demás rumoreaban a sus espaldas, no le importaba.

A ella lo único que le importaba era hacer bien su trabajo, ocuparse de Tina y de Molly y, por supuesto, quedarse embarazada.

A ver si se quedaba de una vez porque hacía ya más de un mes que lo estaban intentando y nada. Se estaba empezando a preocupar.

– No te preocupes -le dijo su cuñada-. Relájate y deja que la Madre Naturaleza siga su curso. Ya no eres una adolescente y tu cuerpo se ha acostumbrado a cierta manera de vivir. Ahora, le pides un gran cambio. Debes darle tiempo. Ya verás, cuando menos te lo esperes te quedarás embarazada.

Las palabras de Gena resultaron proféticas porque, efectivamente, Callie se quedó embarazada. Probablemente, ya lo estaba la noche en la que habló con su cuñada.

Estaba completamente segura de que estaba embarazada porque se había hecho una prueba en casa, pero no quería decírselo a Grant porque tenía miedo de que dejara de hacerle caso, de que se concentrara en el trabajo y ya no quisiera hacerle el amor.

Aunque al admitírselo a sí misma se sonrojara, lo cierto era que le encantaba cómo le hacía el amor y no quería que dejara de hacerlo. Le encantaba la intensidad de las sensaciones que se apoderaban de ambos en aquellos momentos y el poder abrazarlo y apoyar la cabeza en su pecho y soñar con que él también la amaba.

Callie estaba segura de que sentía cierto aprecio por ella, pero tenía miedo de que la apartara de su lado. Si se sentía culpable por Lisa, ¿no le estaría sucediendo lo mismo con Jan? ¿Y si decidía que no podía justificarse a sí mismo seguir haciendo el amor con una mujer que no era la suya ahora que ya no había necesidad?

Aquella noche, tumbada a su lado, escuchando su respiración, se dijo que no estaba haciendo lo correcto. Grant era un buen hombre y merecía saber la verdad, así que Callie decidió contársela la noche siguiente.

Al día siguiente, se levantó muy nerviosa, salió antes del trabajo, se fue a casa y preparó una cena especial, encendió velas y esperó.

Cuando Grant llegó a casa, apenas la miró.

– Tengo un viaje de negocios -anunció-. Siento mucho decírtelo con tan poca anticipación. Me tengo que ir a Madrid. Las negociaciones que estábamos manteniendo allí van muy mal y puede que esté fuera dos semanas.

– ¿Cómo? -se sorprendió Callie.

– Lo siento mucho, ya sé que no es el mejor momento para que me vaya, pero no tengo elección. Me tengo que ir -contestó Grant abrazándola y besándola.

Aquel gesto, tan espontáneo, dejó a Callie encantada para el resto de la noche porque no era normal que Grant dejara fluir su afecto así.

Lo malo era que no le había dicho nada del embarazo y ahora iba a tener que esperar a que volviera de Europa.

Sí se lo decía ahora, tal vez le haría más difícil tener que irse de viaje y era evidente que no podía aplazarlo, así que Callie decidió esperar, se guardó el secreto y se regocijó en la ilusión que le iba a hacer a Grant cuando se lo dijera.

Загрузка...