EL RANCHO estaba completamente decorado para una boda. Su boda.
Callie estaba anonadada.
– No me lo puedo creer. ¡Mira cómo está todo!
Había cestas llenas de flores por todas partes. Alguien había colocado flores blancas a ambos lados del camino que conducía hasta la casa. Había rosas por todas partes, en floreros, en cuencos y en macetas.
Una vez dentro, Callie comprobó que la decoración era todavía más bonita.
– ¡Rosa, qué bonito está todo! -exclamó Callie al ver al ama de llaves.
– Por supuesto, estamos de boda -contestó Rosa encogiéndose de hombros.
En aquel momento, apareció Gena.
– Ven, corre, vamos a mi habitación, que te quiero enseñar una cosa -le dijo su futura cuñada.
Callie la siguió escaleras arriba, cargando con la maleta en la que llevaba el traje de chaqueta blanco y los accesorios que tenía para vestirse para la ceremonia. Sin embargo, en cuanto hubo puesto un pie en la habitación de Gena, supo que no lo iba necesitar.
Allí, ante sus ojos, había un precioso vestido de novia, el vestido de novia más bonito que Callie había visto jamás.
– ¡Es precioso! -exclamó sinceramente-. ¿De dónde ha salido? -añadió acercándose, pero sin atreverse a tocarlo.
Gena sonrió.
– Es mío.
Callie se giró hacia ella.
– ¿Estás casada?
– No, al final las cosas no salieron como yo había planeado -contestó Gena entristeciéndose por unos segundos-. Creo que te va a quedar un poco grande, pero va a venir una modista a darte un par de puntadas, así que póntelo y vamos a ver qué podemos hacer.
Durante una hora, Callie se dedicó a ponerse y a quitarse el vestido mientras la modista se lo arreglaba. Lo cierto era que estaba muy aliviada. Al final, iba a poder llevar un vestido de novia de verdad. Las cosas estaban empezando a salir bien y se sentía muy dichosa.
Se sentía tan cómoda que se atrevió a pedirle algo muy personal a Gena.
– Háblame de la mujer de Grant -le dijo mientras su futura cuñada le hacía tirabuzones y le colocaba perlas por todo el pelo.
– Querrás decir su primera mujer -la corrigió Gena con una sonrisa-. Jan era como un colibrí, pequeña, bonita e inquieta. No paraba, siempre tenía algo que decir o que hacer. Se conocieron en la universidad y se casaron en cuanto mi hermano terminó la carrera.
Callie asintió, contenta de poderse formar una imagen en la cabeza de la mujer con la que Grant había compartido momentos importantes de su vida.
– Así que no tuvieron a su hija hasta transcurridos varios años -comentó.
– Efectivamente -contestó Gena-. Yo no creo que mi cuñada quisiera tener hijos. Estaba demasiado ocupada con sus cosas. Sin embargo, al final, cedió y cumplió.
Gena no se dio cuenta de que Callie se había sorprendido por sus palabras porque, por lo que ya sabía, a Grant le encantaban los niños. Aquello le hizo suponer que aquel asunto habría causado problemas en la pareja.
– Tenían sus más y sus menos, pero Grant la adoraba. Cuando murió, quedó destrozado. Perder a Lisa, su querida hijita, casi lo mató. Pasaron muchos meses hasta que pudo hablar de ello. Yo creía que no se iba a volver a casar nunca -confesó Gena-. Durante mucho tiempo no pudo ver fotografías de ninguna de ellas. Al final, logré convencerlo para que pusiera una en su despacho, pero ya te habrás dado cuenta de dónde la tiene colocada, en la estantería que hay detrás de la mesa y bien alta, un lugar al que nunca mira.
– ¿Y por qué la puso?
– Como tributo. Yo lo acompañé el día en el que la colocó. Le dije que no podía fingir que no habían existido nunca porque ellas se merecían más y estuvo de acuerdo.
Callie sintió que se le saltaban las lágrimas.
– ¿Qué te parece que tu hermano y yo nos vayamos a casar, Gena?
Gena se quedó pensativa unos instantes.
– Voy a ser sincera contigo, Callie. Al principio, no me hizo ninguna gracia, pero, ahora que te conozco un poco, he cambiado de opinión.
Callie sonrió a aquella mujer que estaba a punto de convertirse en su cuñada. -Me alegro.
Definitivamente, las cosas se le habían ido de las manos y Grant no estaba contento porque a él le gustaba tenerlo todo bajo control.
– ¿Por qué me tengo que poner este traje tan ridículo? -le dijo a Will, que estaba tumbado en su cama, riéndose ante el enfado de su amigo.
– Porque le vas a dar a esa chica una boda como Dios manda.
– ¿Quién te ha dicho eso? -dijo Grant girándose hacia su amigo.
– Tu hermana -sonrió Will.
– Ah.
Su hermana, que era mayor que él, era la única persona de la que Grant aceptaba órdenes. Grant se pasó los dedos por el pelo de manera distraída. A lo mejor, al final, Callie y él tendrían que considerar la opción de irse de la fiesta sin que nadie los viera.
– Se suponía que esta boda no iba a ser así.
– Eso ya lo sabemos todos, pero no pasa nada. Déjate llevar.
– Si me dejo llevar, a lo mejor me ahogo -murmuró Grant.
– No, hombre no. No te preocupes, estaremos a tu lado para ayudarte en todo lo que necesites. Al fin y al cabo, ¿para qué están la familia y los amigos?
Will tenía razón, pero, precisamente por la familia y los amigos, porque no habían querido defraudarlos, Callie y él se encontraban en aquella situación.
– Nunca habría pensado que te iba a ver tan nervioso -comentó su amigo.
– No estoy nervioso -contestó Grant.
– ¿Cómo que no? -sonrió Will poniéndose en pie y desabrochándose la camisa-. Yo también me voy a vestir porque tengo que ir bien vestido para ser tu testigo, ¿verdad? Como si no tuviera mejores cosas que hacer esta mañana -bromeó.
– Ya supongo -murmuró Grant vistiéndose también.
– Por lo menos, nosotros no tenemos que ir a la peluquería -bromeó Will-. Claro que a ti, después de cómo te has estado tocando el pelo, a lo mejor no te vendría mal que te dieran un golpe de peine.
– Si te atreves a acercarte a mí con un peluquero, suspendo la boda -respondió Grant.
Will se encogió de hombros.
– No he dicho nada. El pelo alborotado siempre te ha quedado muy bien.
Grant se quedó escuchando.
– Hay alguien tocando el piano en la planta de abajo -comentó.
– Sí, han traído a un pianista y, por lo que me han dicho, también va a venir una señora que canta -contestó Will.
– Esto parece una boda de verdad.
Su amigo le dio una palmada en el hombro.
– Muy bien, veo que ya te has dado cuenta. Es una boda de verdad.
Grant estaba nervioso. Todo aquello estaba siendo muy diferente a como él lo había imaginado. ¿Cómo hacía uno que su matrimonio fuera única y exclusivamente de conveniencia casándose con pianista y flores y todo? ¿Cómo era posible que todo se les hubiera ido de las manos de aquella manera?
Callie había tenido razón la noche anterior cuando había dicho que todo aquello era demasiado, pero ya era demasiado tarde para echarse atrás.
Al bajar las escaleras unos minutos después, Grant se encontró con Tina. Había mandado un coche a recogerla y se alegraba mucho de que hubiera ido. Sin embargo, cuando vio a su hija, aquella niña que le recordaba tanto a Lisa, tuvo que agarrarse a la barandilla para no caerse.
¿Qué demonios hacía Molly allí? ¿Por qué se le había ocurrido a su madre llevarla a la boda? Grant sabía que era irracional, pero no pudo reaccionar de otra manera. Al ver a la niña, no pudo controlar sus emociones. El dolor se apoderó de él con una intensidad casi insoportable.
No podía casarse con Callie con una niña exactamente igual que su hija mirándolo. Normalmente, era un hombre lógico y pragmático que no dejaba que sus emociones se mezclaran en su vida, pero en aquellos momentos estaba dejando que sus sentimientos lo controlaran.
Rápidamente, buscó a Rosa y le señaló a la hija de Tina.
– Por favor, que alguien se haga cargo de la niña durante la ceremonia -le indicó.
– Sin problema -sonrió él ama de llaves.
– ¿Qué pasa? -le preguntó Gena a su hermano al ver que Rosa bajaba las escaleras a toda velocidad en dirección a la niña.
Grant desvió la mirada.
– Es la hija de Tina -le dijo a su hermana-. Se me ha ocurrido que se lo pasará mejor jugando con Rosa que aguantando la ceremonia.
Su hermana frunció el ceño.
– ¿Te ha pedido su madre que te encargues de ella?
– No, pero… -contestó Grant tragando saliva-. Mi-rala. Es exactamente igual que Lisa, ¿no te das cuenta? No puedo casarme con ella delante. No puedo.
– Grant, no es para tanto… -contestó su hermana mirando a la niña.
Pero Grant estaba subiendo las escaleras de nuevo, ignorando su comentario.
Grant no podía explicar lo que le sucedía, pero, siempre que veía a Molly, le parecía que veía a Lisa mirándolo con tristeza y reproche, y no podía soportarlo.
Por fin, llegó el momento de que comenzara la ceremonia.
Habían colocado sillas en el jardín, formando un pasillo central. Grant avanzó por él detrás de Will y se colocaron junto al altar. El rancho estaba lleno de gente y Grant se preocupó ante la posibilidad de que Callie se sintiera intimidada.
– ¿Has puesto un anuncio en el periódico o qué? -le preguntó Will mirando a su alrededor.
– No, yo no he hecho nada -murmuró Grant.
A continuación, miró a su abuelo, que estaba sentado en la primera fila. Al verlo sonriente y satisfecho, se sintió mejor.
Entonces, el pianista comenzó a tocar Here comes the bride y apareció Tina, muy digna y feliz. Detrás de ella, iba Callie, tan hermosa que Grant sintió que la respiración no le llegaba a los pulmones.
Al ver que lo miraba y sonreía, se sintió inmensamente aliviado. Todo iba a salir bien. La ceremonia iba a ir bien y aquella misma noche se iban a poner manos a la obra para concebir un precioso bebé.
Lo cierto era que Grant se moría de ganas de que llegara aquel momento.
– Hola -murmuró Callie al llegar a su lado. -Hola, guapa -contestó Grant. -¿Nos casamos? -sonrió Callie. -Vamos allá -contestó Grant.
Magia.
Era la única palabra que se le ocurría a Callie. Magia, magia de verdad, magia maravillosa.
Había creído que se iba a sentir incómoda en una habitación llena de gente a la que no conocía de nada. Las únicas personas a las que conocía eran Tina, Molly, Grant y su hermana.
Sin embargo, fue más que suficiente porque todos los demás se comportaron como si la conocieran de toda la vida. Era el centro de atención y de las preguntas, jamás se había sentido así de bien.
Todo el mundo estaba encantado por ella y por Grant, pensando que iniciaban juntos la andadura hacia la felicidad total. Aquello había hecho que, al principio, Callie se sintiera mal, fingiendo que aquél era un matrimonio normal cuando ellos dos sabían que era por conveniencia.
Sin embargo, ¿de qué serviría explicárselo a la gente? No lo iban a entender. Además, Callie estaba empezando a dejarse llevar e incluso estaba empezando a sentirse como si fuera un matrimonio por amor.
Cada vez que miraba a Grant, reaccionaba estremeciéndose por dentro ante lo guapo que lo veía de esmoquin.
¿Empezaría así el amor?
«¡Esto no es amor, tonta! Lo que te pasa es que estás deseando que llegue la noche de bodas», se dijo.
Tal vez. No merecía la pena negarse que, cada vez que pensaba en aquella noche, sentía que el corazón le daba un vuelco.
¿Y qué? Sí, lo cierto era que estaba deseando quedarse a solas con él. Estaba nerviosa, pero por un buen motivo.
Y, de repente, Tina agarró el ramo de novia, el ponche de champán se terminó, los sandwiches desaparecieron, la tarta voló y llegó el momento de irse.
Callie y Grant se despidieron de todos los presentes, dándoles las gracias por haber ido. Los invitados se despidieron de ellos con buenas palabras y risas.
Callie oyó que habían atado cosas a la parte trasera del coche de Grant y vio que se pasaban bolsitas de arroz de unos a otros.
Aquello era una locura.
Era una boda de verdad.
Callie nunca había pensado que algo así le fuera a suceder a ella. Se giró hacia Grant.
– Un beso y nos podremos ir -le dijo su marido.
Callie asintió, feliz. Grant se inclinó hacia ella y sus labios se tocaron. Callie suspiró.
Magia.
Y, entonces, de repente, todo saltó por los aires.
Alguien gritó, la gente se giró confundida. ¿Qué estaba ocurriendo?
– Que alguien llame a una ambulancia -gritó alguien-. Rápido. Tina se ha desmayado
– ¿Tina? -se asustó Callie.
Para cuando consiguió abrirse paso entre la gente, su amiga ya estaba sentada y alguien le estaba acercando un vaso de agua a los labios.
– Estoy bien -dijo Tina intentando sonreír-. Es sólo que… -añadió con voz trémula antes de volver a perder el conocimiento.
Evidentemente, no estaba bien en absoluto. Callie lo pasó fatal hasta que llegó la ambulancia que había de llevarlas al hospital.
– Tengo que ir con ella -le dijo a Grant-. Lo siento mucho, pero…
– Por supuesto, ve con ella.
– Te llamo desde el hospital.
– Muy bien.
Grant se quedó observando cómo Callie se subía vestida de novia a la parte trasera de la ambulancia y se dio cuenta de que no iba a haber noche de bodas, pero no importaba porque lo único esencial en aquellos momentos era la salud de Tina
Eso y…
– ¿Dónde está la niña? -le preguntó a Gena-. Espero que no haya visto nada de esto.
– No, no te preocupes, está durmiendo en mi cama.
Grant asintió y tomó aire.
– Supongo que tendremos que buscar a alguien para cuidarla.
– Sí, luego. De momento, puede quedarse conmigo -contestó su hermana.
– ¿Estás segura?
– Sí, completamente segura. Es adorable. Yo me haré cargo de ella hasta que sepamos algo de su madre.
Grant asintió y se quedó mirando la carretera que conducía fuera del rancho, aquella carretera por la que había desaparecido Callie, y se preguntó cuánto tiempo pasaría hasta que volviera a tenerla entre sus brazos.
Hacía una semana que se había casado, pero todavía no tenía esposa.
A Tina le habían dado el alta en el hospital, pero no estaba bien, así que Callie se había quedado en su casa cuidándola y Grant llevaba la mayor parte de la semana solo.
Así que allí estaba, sentado en su casa, a oscuras, con una copa de bourbon con agua en la mano, pensando en todo lo que había sucedido.
Se había casado con Callie, pero realmente todavía no eran marido y mujer porque todavía no había podido hacerla suya, algo que lo estaba volviendo loco.
La veía todos los días porque se pasaba por el hospital o por casa de Tina para echar una mano. Había contratado a varias enfermeras y a una niñera profesional para ayudar en el momento en el que Tina había salido del hospital.
A pesar de todo, Callie había decidido quedarse con Tina y con la niña y a Grant le había parecido bien porque, aunque Molly contaba con una niñera para ella sola, entendía que Callie se sintiera obligada a estar cerca de la pequeña para que no sufriera.
Por supuesto, Grant quería que Callie volviera a casa con él, pero no había dicho nada. No le había resultado fácil, pero había preferido morderse la lengua.
Lo que le estaba sucediendo a Tina era trágico. El cáncer con el que llevaba luchando más de un año se le había reproducido. Los médicos estaban considerando la posibilidad de someterla a quimioterapia y radiación.
Eran momentos difíciles y Callie quería ayudar a su amiga. Grant lo entendía perfectamente. De hecho, aquel rasgo de su personalidad, considerado y compasivo, era uno de los que más le gustaban de ella.
Lo cierto era que, cuanto más la conocía, más le parecía que la madre de sus futuros hijos era una mujer maravillosa.
De alguna manera, sin embargo, era todo lo contrario a su primera mujer. Jan había sido una mujer puro fuego y pasión, llena de vida y de risa y de cambios de humor repentinos. Grant la quería apasionadamente y la echaba muchísimo de menos, así que prefería no pensar en ella.
Precisamente por eso, había elegido a una mujer completamente diferente.
Callie.
Mientras que Jan se dejaba llevar por los impulsos, Callie era más fría, aplicaba la lógica y mantenía las distancias hasta que estaba segura de lo que estaba haciendo. Grant apreciaba cada día más aquella habilidad.
Según le había dicho, se iba a ir a vivir con él al día siguiente y, aunque lo deseaba fervientemente, Grant estaba preocupado ya que, al haber estado separados una semana entera, se había creado entre ellos un patrón equivocado.
Debían romperlo. No estaba seguro de cómo hacerlo y no quería parecer un hombre de las cavernas, pero estaba convencido de que tenía que hacer algo.
Tenía una sensación extraña en la boca del estómago cada vez que pensaba en que, aunque viviera con él, si Callie seguía preocupada por su amiga, lo más seguro era que no le apeteciera ponerse a fabricar bebés.
Grant le había prometido no presionarla hasta que estuviera preparada y las circunstancias se habían vuelto en su contra. Tenía que encontrar la manera de devolverle a Callie la alegría. Tenía que pensar en algo nuevo.
Grant se quedó pensativo durante un rato y, de pronto, se le ocurrió una idea.
Tras pensar un poco más, decidió que era fantástica, así que descolgó el teléfono y marcó el número del aeropuerto.
Se iban a ir de luna de miel.