Capítulo 5

ENCAJE blanco y promesas. ¿Qué imágenes acudían a la cabeza pensando en aquellas palabras? Obviamente, el sueño de cualquier chica. A Callie siempre le habían encantado las bodas y, cuanto más encaje blanco, mejor.

Sin embargo, su primer enlace no le había gustado demasiado porque había sido sombrío y rápido, bastante raro, y ahora se estaba empezando a preguntar por qué le parecía que su segunda boda podría resultar igual.

Iba a estar casada dos veces y ninguna de las veces de manera tradicional. Bueno, quizá fuera que, al final, no estaba de Dios que ella fuera una chica tradicional.

Por lo que le había contado Grant, que se había encargado de todo lo relativo a la ceremonia, Callie sospechaba que aquella boda iba a ser tan corta y poco romántica como la primera, una ceremonia pragmática en una oficina gubernamental con dos testigos. Vamos, como ir a recoger el carné de conducir.

Lo cierto era que Callie temía el momento como quien teme ir al dentista, sabiendo que era un trámite por el que tenía que pasar para seguir adelante con su vida.

Había empezado aquella semana su nuevo trabajo y le estaba gustando mucho. Incluso le gustaba ver a Grant de vez en cuando por allí. Sus compañeros de trabajo se habían quedado alucinados al ver su anillo de compromiso, pero de momento había conseguido mantener el nombre del prometido en secreto.

Desde luego, cuando les contara que se iba a casar con el jefe se iba a montar un buen revuelo.

Grant la había invitado a cenar varias veces durante aquella semana y su hermana había ido con ellos. Gena había resultado ser alta y delgada y tan guapa como su hermano.

– ¿Tu abuelo va a venir a la boda? -le había preguntado Callie a Grant.

– No, aunque la cabeza le va de maravilla, físicamente no está en su mejor momento. Podríamos ir a verlo.

Y así había sido. Al día siguiente, Grant la había llevado a casa de Grant Carver IV, que vivía a media ahora de la ciudad, en un rancho que era de la familia desde hacía más de ciento cincuenta años.

El abuelo de Grant resultó ser un hombre de edad, digno y elegante que, al principio, aterrorizó a Callie pues la miró de arriba abajo y la interrogó sin piedad. Sin embargo, transcurridos unos minutos, se mostró mucho más amable y, cuando Grant le dijo que le iba a enseñar a su prometida el rancho, la abrazó y le dio su bendición.

– Me cae bien -comentó Callie mientras salían de la casa-. Tú serás así cuando tengas ochenta años, más o menos, ¿no? Eres la sexta generación de Grant Carver y se supone que yo tengo que producir la séptima, ¿verdad?

– Así es -contestó Grant-. ¿Te estás arrepintiendo?

Callie miró a su alrededor, fijándose en la maravillosa casa, en el precioso paisaje del rancho y en el hombre que tenía ante sí.

No, claro que no se estaba arrepintiendo de su decisión. Iba a tener una vida que todo el mundo envidiaría. Sólo el tiempo diría si aquello se convertiría en un sueño o en una pesadilla.

Debía arriesgarse.

– No sé lo que pasará, pero estoy dispuesta a intentarlo -sonrió.

– Me alegro.

Callie había elegido aquel día pantalones blancos, una delicada blusa azul cielo y un pañuelo blanco al cuello, intentando parecer de campo, pero, sin duda, Grant se llevaba la palma pues sus botas eran de vaquero de verdad, llevaba unos pantalones vaqueros desgastados con un cinturón de cuero de enorme hebilla de plata y camisa abierta y remangada.

Desde luego, era la imagen perfecta de aquellos vaqueros con los que soñaban muchas mujeres y a Callie la tenía anonadada.

Grant le presentó a Misty, el golden retriever del rancho, una perra encantadora y juguetona. A continuación, le presentó también a Rosa Cortez, la mujer que se encargaba de limpiar y cocinar en casa de su abuelo «desde siempre».

Grant llevó a Callie a los establos, donde Callie tocó un caballo por primera vez en su vida.

– ¡Qué grandes son! -gritó, alucinada y un poco nerviosa-. En las películas, parecen más pequeños.

– No me puedo creer que nunca hayas montado a caballo -contestó Grant-. Tendremos que remediar eso. Mira, la vieja Bessie, que es esa yegua de ahí, te irá muy bien. Es un encanto.

Callie se acercó a la yegua y la acarició. Efectivamente, tenía pinta de ser un encanto, pero Callie no tenía ninguna intención de montarla.

– Me gusta tener los pies en la tierra -objetó.

Grant se rió.

– Sí, pero cuando te hayas subido en un caballo, no te vas a querer bajar nunca. Es como volar.

Callie no insistió, pero tenía muy claro que no tenía ninguna intención de subirse a un caballo. Aun así, mientras recorría las cuadras, se aseguró de llamar a todos los caballos que había y de acariciar a todos los que se dejaron.

Al salir de las cuadras, encontraron a un grupo de vaqueros trabajando. Al acercarse, Callie vio que se estaban ocupando de marcar a las reses y arrugó la nariz. No estaba muy segura de que aquello le fuera a gustar. Miró a Grant, pensando en sugerirle que volvieran a la casa, pero entonces se fijó en que él estaba mirando en otra dirección y, al seguir sus ojos, vio que estaba mirando a un vaquero alto y guapo que iba hacia ellos.

– Hola -saludó Grant tocándose el sombrero.

– Hola -contestó el otro tocándose el sombrero también.

Aunque el saludo había sido frío, Callie se dio cuenta de que aquellos dos hombres eran muy amigos. En California, se habrían abrazado y en Francia se habrían besado en la mejilla, pero estaban en Texas y allí las cosas eran diferentes.

– Callie, te presento a Will Jamison.

Callie sonrió.

– Encantado de conocerte, Callie -dijo Will.

– Will es el capataz del rancho. Antes de él, lo fue su padre -la informó Grant-. Somos amigos desde hace mucho tiempo.

– Mucho tiempo -añadió Will-. A veces, me pregunto si no nos cambiarían al nacer. A lo mejor, debería ser yo el que condujera el coche espectacular y tú el que estuviera aquí trabajando todo el día entre el polvo.

– No le hagas caso, Callie -le dijo Grant-. Está intentando darte pena -añadió con una sonrisa-. Si intentas hacer que este hombre se ponga un traje y una corbata durante sólo un día, volverá corriendo al rancho como alma que lleva el diablo.

– Nos criamos juntos -la informó Will con amabilidad mientras acariciaba a Misty-. Eramos inseparables hasta que éste lo fastidió todo yéndose a la ciudad para convertirse en un hombre de negocios.

– Eh, que lo hice porque un hombre tiene que trabajar para ganarse la vida.

Will se rió.

– ¿A eso que haces tú lo llamas trabajar? -se burló-. Te voy a dar yo a ti trabajar -añadió tomando una cuerda-. A ver si todavía te acuerdas de algo.

Grant aceptó la cuerda.

– A ver si atrapas a una de las pequeñas y la marcas -lo retó Will.

– Hace años que no hago esto -contestó Grant comenzando a mover la cuerda.

– Claro, lo que pasa es que no te quieres estropear la manicura, ¿verdad? Anda, trae acá, que estás hecho un señorito.

– Apártate, vaquero -le advirtió Grant en tono de broma-. Ahora verás.

A continuación, fue hacia el ganado. Will sonrió y le guiñó el ojo a Callie.

– Ven aquí -le dijo guiándola detrás de la valla por seguridad-. Ya verás.

Grant lo hizo muy bien. Will le fue explicando a Callie lo que estaba haciendo en cada momento. Cuando Grant hizo caer al suelo a una de las reses y le ató las patas, Callie hizo una mueca de disgusto y se mordió el labio y, cuando Grant la marcó con el hierro al rojo vivo, tuvo que cerrar los ojos.

– ¿Eres de Texas? -le preguntó Will con escepticismo.

– Sí, soy de Texas -contestó Callie echándose el pelo hacia atrás y levantando el mentón con mucha dignidad-. Nacida y criada en Texas.

– En Dallas, supongo -dijo el capataz sacudiendo la cabeza.

– Sí, soy de la ciudad -admitió Callie-. Sin embargo, por lo visto mi padre fue campeón de varios rodeos -añadió, hablando de algo de lo que jamás había hablado.

Will la miró alucinado.

– ¿De verdad? ¿Cómo se llamaba?

Callie se encogió de hombros.

– Nunca me lo dijo. Mi madre me lo dijo una vez y lo escribí en algún lugar. Supongo que, si algún día lo necesitara para algo, lo encontraría.

– Entiendo -contestó Will-. Fue una de esas situaciones de «si te he visto no me acuerdo», ¿no?

– Lo has pillado al vuelo.

A continuación, se quedaron en silencio durante unos segundos, observando a Grant, que estaba haciendo un gran esfuerzo. ¿Quién le iba a decir a Callie que se iba a casar con un vaquero? Aquello la hizo sonreír.

Cuando la pobre ternera se puso en pie a toda velocidad y salió huyendo de allí para alejarse de aquellos locos, Will se giró hacia ella de nuevo.

– He oído que Grant y tú os vais a casar -comentó.

– Efectivamente.

– Te aseguro que no podrías casarte con un hombre mejor. Te hará estar orgullosa de él. No lo dudes.

Callie percibió la sinceridad de sus palabras y la vio en sus ojos.

– Supongo que tienes razón.

Will asintió.

– Vamos a tener que enseñarte a montar a caballo y a ser una mujer de rancho.

Callie intentó sonreír.

– ¿Es imprescindible?

– Por supuesto. Vas a ser una Carver. Tienes que sentirte a gusto en el rancho y saber cómo funcionan las cosas por aquí.

No era aquello lo que Callie había pensado.

– ¿Jan sabía hacer las tareas del rancho? -preguntó preocupada.

¿Por qué demonios pensaba tan a menudo en la primera mujer de Grant?

– No, la verdad es que no sabía -contestó Will en absoluto molesto por la pregunta-. Y, si quieres mi opinión, debería haberse esforzado un poco más. Tú pareces más inteligente. Supongo que entenderás que los compromisos se deben hacer en todos los aspectos de la vida, incluso si estamos hablando de marcar al ganado. No puede ganar siempre uno de los dos miembros de la pareja. Tienes que desarrollar tu intuición para saber cuándo tienes que ceder y cuándo te tienes que mantener firme. Exactamente igual que Grant acaba de hacer ahora mismo con la ternera.

En aquel momento, Grant llamó a su amigo y Will fue hacia él. Callie se quedó donde estaba, reflexionando sobre lo que le acababa de decir Will. Jamás habría pensado que un vaquero le iba a dar una lección de vida, pero eso era exactamente lo que acababa de hacer Will Jamison.

A Callie le había gustado aquel hombre y le agradecía el consejo. Seguramente, sería un gran aliado en el futuro.

Grant se reunió con ella con la ropa sucia, pero encantado.

– Todavía soy capaz de marcar una ternera -proclamó orgulloso-. Lo cierto es que podría volver a hacerme cargo del rancho y seguro que iría mucho mejor de lo que va ahora -bromeó.

Por supuesto, aquello hizo que Will contestara y se quedaron charlando un rato. A continuación, Grant le pasó el brazo por los hombros a Callie para volver a casa. Mientras lo hacía, seguía hablando con su amigo. Cuando Callie se dio la vuelta, pilló a Will con los pulgares en alto, haciéndole una señal inequívoca a Grant de que le gustaba la mujer con la que había elegido casarse.

Aquello hizo que Callie se sintiera muy bien.

Una vez en casa de nuevo, Grant se duchó y Callie lo esperó.

– Rosa dice que la comida estará dentro de media hora -anunció Grant al salir de la ducha.

– ¿Y qué hacemos hasta entonces?

Grant se quedó pensativo.

– Ven, te voy a enseñar mi habitación -contestó con una mirada lujuriosa que era pura broma.

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