A VER si hay suerte -susurró Shelley Sinclair a su compañera de trabajo. Jaye Martínez la miró sonriente. Estaban sentadas en dos cómodos butacones del salón de actos.
Shelley respiró hondo, cruzó los dedos y abrió el papel que le habían dado:
Industrias Allman. Equipo A. Intercambiarán papeles: Rafe Allman y Shelley Sinclair.
No podía creérselo. Releyó la nota desesperada. «¡No! Rafe Allman no, por favor», pensó.
Jaye leyó su papeleta y luego la de Shelley.
– Hagas lo hagas, que no sepa que tienes miedo -le dijo Shelley con ironía-. Los hombres como él pueden oler el miedo y destrozarte, igual que hacen los perros salvajes.
Pero Shelley no se había recuperado aún de la impresión y no la escuchó.
– ¿Qué? -le preguntó.
– Sólo es una broma, Shelley -le dijo Jaye sonriente-. No es para tanto. De hecho, es uno de los jefes más atractivos de todo el estado de Texas, así que tendrás que soportar su arrogancia. Es parte del juego.
– Esa es tu opinión, no la mía -contestó Shelley mirando el papel de su compañera-. Como a ti te ha tocado el señor Tanner, que es un encanto… Seguro que os lo pasáis genial.
– Ya estoy pensando en la manera de conseguir que coma de mi mano -explicó Jaye sonriente-. Tengo cuatro días para convencerlo de que soy su media naranja. ¿Crees que tendré suerte?
– Estoy segura de que sí -contestó Shelley sonriendo a su amiga.
Jaye Martínez era una mujer preciosa, con un cabello negro y brillante que contrastaba con la melena larga y rubia de Shelley.
Recogieron los maletines que les habían dado al inicio de la convención, los folletos y todas sus cosas y se dispusieron a salir del auditorio. Siguieron a un montón de gente que comenzaba a abarrotar el recibidor del lujoso hotel donde la conferencia de empresa estaba teniendo lugar. Fue entonces cuando Shelley divisó a Rafe Allman y a Jim Tanner. Estaban esperándolas.
Lo estaba pasando mal, no podía evitarlo. Por un lado, estaba fastidiada por su mala suerte al tener que participar con Rafe Allman en el juego de rol y, por otro, estaba enfadada consigo misma por el modo en el que su corazón latía ante la perspectiva de tener que pasar cuatro días trabajando con él.
Shelley miró a los dos hombres. No se parecían en nada. Jim Tanner era alto y rubio. Sus ojos tenían un brillo especial y su cara era risueña y de sonrisa fácil. Rafe Allman, aunque también era alto, poseía unos hombros anchos que le daban el aspecto de un hombre fuerte y robusto. Sus ojos eran oscuros e inquisitivos. Y su boca era más proclive a la mueca sarcástica que a la dulce sonrisa. Con todo ello, era un hombre tremendamente atractivo. No había una mujer en todo el hotel que no hubiera pagado por pasar cuatro días con él. Bueno, había una: Shelley Sinclair.
Lo conocía desde hacía demasiado tiempo, y lo conocía demasiado bien como para saber que estaría mejor alejada de él. Rafe era como un animal salvaje al que habían conseguido domar ligeramente pero nunca domesticar del todo.
Rafe las distinguió entre la multitud. A Jaye le dedicó una sonrisa de bienvenida que se enfrío ligeramente al mirar a Shelley. Pero ella no iba a dejar que eso la afectara. Levantó la barbilla y se recompuso. Iban a tener que trabajar codo con codo durante unos días y no estaba dispuesta a bajar la guardia ni lo más mínimo.
Rafe era el jefe supremo de Industrias Allman, la distribuidora de unas cuantas bodegas y viñedos del estado de Texas. Su padre era aún el presidente de la compañía, pero sólo sobre el papel. Rafe estaba al cargo de la empresa y la dirigía con aplomo y seguridad.
– Como corderos llevados al matadero -susurró Jaye a su amiga segundos antes de encontrarse con ellos.
– ¿Quiénes? ¿Nosotras o ellos? -preguntó Shelley.
– Os habéis saltado el discurso de bienvenida -dijo Jaye saludando a los dos hombres con sonrisa seductora-. Y os habéis perdido toda la información sobre lo que se supone que tenemos que hacer.
– Bueno, para eso os tenemos a vosotras -se defendió Rafe burlonamente-. Contamos con vuestra capacidad de trabajo y minuciosidad.
– Claro, claro. Será mejor que repartamos el trabajo -contestó Shelley-. A la próxima reunión vais vosotros mientras Jaye y yo hacemos novillos.
Rafe la miró sorprendido, hecho que a Shelley no se le pasó por alto. Quizá pensara que estaba siendo presuntuosa al hablarle así. Después de todo, él era el máximo dirigente de la empresa y ella, sólo una secretaria. Lo que no sabía era que la situación estaba a punto de cambiar radicalmente. Shelley estaba entusiasmada con la idea.
Durante una milésima de segundo se miraron a los ojos y Shelley se dio cuenta de que había algo más allí. Al mirarla no estaba pensando sólo en su actitud. Seguro que estaba acordándose de la última fiesta de Nochevieja, cuando estuvieron muy cerca de que pasara algo entre ellos. Había sido sólo un momento y, poco después, la oportunidad desapareció. Se habían pasado el resto del año evitándose, lo que había sido complicado. Y cada vez que se veían aquella sensación volvía y persistía la tensión entre ellos.
– Tenemos una mesa en el bar -les comentó Jim Tanner-. ¿Por qué no venís y nos lo contáis mientras tomamos algo?
Jaye se agarró de su brazo y comenzó a tomarle el pelo sobre lo sorprendido que se quedaría cuando supiese de qué iba el concurso de ese año. Detrás caminaban Shelley y Rafe, cada uno por su lado e intentando ignorarse.
El bar estaba hasta arriba de gente, y sólo quedaba sitio en la mesa donde estaban esperándoles otros dos empleados de Industrias Allman.
Shelley charló y se rió con sus compañeros, pero no se le escapó que Rafe eligió para sentarse la silla más alejada de ella.
– ¿Por qué no me cuenta alguien qué es lo que hacemos aquí? -preguntó Dorie Berger, una de las empleadas más jóvenes de la empresa-. Todos dicen que es un privilegio poder estar aquí, pero nadie me ha contado qué es lo que pasa durante estas convenciones.
– Verás -comenzó Rafe dedicándole una sonrisa, más concentrado en su escote que en su cara-. La competición tiene lugar cada año en una ciudad distinta. Cada empresa envía un máximo de tres equipos con siete empleados cada uno. Durante los cuatro días que dura el concurso tienen que preparar y elaborar su presentación final: El último día, cada equipo expone sus resultados frente a un jurado. El premio es un trofeo que se expone en la vitrina de la empresa. Pero, por encima de todo, gana el prestigio de esa empresa.
– Pero, ¿para qué se hace todo esto? -insistió Dorie, confusa.
– Se supone que ayuda a pensar de una forma distinta y a fomentar la creatividad -explicó Jim Tanner-. El objetivo es animarnos a mejorar y esforzarnos más en nuestra vida profesional.
– No estoy de acuerdo -espetó Rafe.
Todos se quedaron en silencio y lo miraron. Su actitud sacaba a Shelley de quicio. Rafe debía de pensar que él era lo mejor que le había pasado al planeta desde la invención de la rueda. Y no era así. Era un tipo normal. Muy guapo, muy dinámico y muy carismático, pero un tipo normal, al fin y al cabo.
– El objetivo -dijo Rafe disfrutando con la atención recibida- es ofrecer la mejor presentación de todo el concurso. El objetivo es machacar a los rivales. El objetivo… -agregó levantando su copa y contemplando a todos con mirada de hielo- ¡El objetivo es ganar!
– Eso se merece un brindis -dijo Jaye alzando también su copa.
Todos brindaron, incluida Shelley, a pesar de que su mente estaba en otro sitio. Iba a ser complicado para ella tener que liderar el grupo. Tendría que enfrentarse a Rafe durante cuatro días y no sabía si estaría preparada para ello.
Intentó desechar el pensamiento y concentrarse en el presente. Ya era bastante estresante tener que estar tomándose una copa en presencia de Rafe y su continuo escrutinio.
– ¿Y en qué consiste la competición? -preguntó de nuevo Dorie.
– Cambia cada año -explicó Jim-. Un año tuvimos que simular que nuestro producto era un político. Y lo tuvimos que vender como si estuviéramos en plena campaña electoral. Con mítines, pancartas y carteles.
– Y el año pasado tuvimos que organizar un musical de diez minutos de duración sobre nuestro producto.
¡Cada miembro del grupo tuvo que cantar una pequeña pieza musical durante al menos un minuto! -dijo Shelley con una sonrisa.
– ¡No!
– ¿Ganamos? -preguntó Rafe mirándola.
– Creo que el equipo A consiguió el quinto puesto -explicó Shelley y, viendo la mirada de desaprobación de Rafe, añadió-: No estuvo nada mal. Había un total de noventa y dos equipos compitiendo.
– Entonces, ¿viniste también el año pasado? -preguntó Rafe-. Creí que cada empleado venía como mucho cada tres años.
Asistir a esos eventos estaba considerado como un incentivo en la empresa. En teoría, cada empleado no acudía más que una vez cada tres años, con el fin de que todos pudieran presentarse tarde o temprano.
– Sí, vine también el año pasado -admitió Shelley-. De hecho, Harvey Yorgan iba a venir este año, pero su mujer se puso de parto prematuro. Así que me pidieron que viniera en el último momento.
La verdad era que había sido ella misma la que se había ofrecido a sustituirlo. Por una razón que no podía revelar a nadie. Algo de lo que esperaba que nadie se enterase. Rezaba, sobre todo, para que no llegase a oídos de Rafe Allman.
– Bueno. Estamos en ascuas -dijo Rafe mirándola fijamente-. ¿De qué se trata este año?
– Este año un miembro de cada equipo tiene que intercambiar su puesto con el del jefe -explicó ella algo nerviosa.
Él la miró sin entender bien lo que estaba explicando, así que se decidió a ampliar la información.
– La persona con el cargo más importante dentro del equipo tiene que pasar a ser uno de los empleados. Y uno de los empleados pasa a ser el nuevo jefe.
La tensión se podía cortar.
– ¡Genial! -dijo Rafe finalmente-. Así que no tengo que trabajar en absoluto.
Todos rieron. Todos menos Shelley. El seguía mirándola y ella sostenía su mirada. No iba a conseguir intimidarla, a pesar de que llevaba varios minutos con taquicardia.
– ¿Y de quién se trata? -preguntó Rafe, aunque probablemente ya lo habría averiguado.
– Jaye va a sustituir a Jim -dijo ella mirando a su amiga un instante-. Y tú y yo intercambiaremos nuestros puestos de trabajo.
– ¡Qué interesante! -concluyó él.
Shelley estaba casi sin aliento. Había algo en su voz y en sus ojos que le daba escalofríos. Recordó las palabras de su amiga, diciéndole que no mostrara miedo. Jaye sólo bromeaba, pero para Shelley era la pura realidad. Ese hombre le daba miedo.
No se trataba de un miedo físico. Sabía que no era un hombre agresivo. Pero había algo en él, una especie de magnetismo animal, que la volvía loca. A lo mejor el problema lo tuviera ella. Pensaba que quizá fuese la consecuencia de su propia debilidad. Se sentía atraída por hombres de ojos oscuros como la noche y barbillas fuertes, del mismo modo que otras mujeres tenían debilidad por el vino o el chocolate.
Fuera lo que fuera, se sentía atraída por él, aunque sabía que no podía dejarse llevar por esos sentimientos.
– Entonces, ¿qué hacemos? -preguntó Rafe-. ¿Bailar claqué al ritmo de la canción de la empresa?
– Tenemos que desarrollar un plan de acción que mejore el funcionamiento de la empresa de algún modo -explicó ella con sonrisa forzada.
– Te refieres a algo más que no sea vender un producto, proteger los puestos de nuestros empleados y conseguir beneficios, ¿verdad? -preguntó él.
– Eso es.
– Muy bien -dijo él recostándose en la silla y bebiendo un sorbo de su copa-. No te preocupes. Ya me encargo yo de todo.
Sus palabras fueron la gota que colmó la paciencia de Shelley. No entendía que pudiera sentirse atraída por un hombre que la sacaba siempre de quicio. Su tono condescendiente le recordó todas las veces que había sido humillada por él de un modo u otro. Tomó su carpeta, buscó una de las hojas informativas de la competición y se la entregó.
– De hecho, voy a ser yo la que me encargue de todo -dijo tan calmada como pudo-. Y mi primera decisión es organizar una reunión de trabajo.
– ¿Para qué? -preguntó él sorprendido.
Shelley empezó a darse cuenta de lo difícil que iba a ser trabajar con él. No iba a cederle las riendas de la compañía sin más… Era duro de pelar.
– Tenemos que preparar nuestra estrategia y comenzar enseguida con el plan de acción -explicó ella rápidamente-. La reunión será a las cinco en mi habitación. Por favor, Rafe, díselo a los demás. La lista de los miembros de nuestro equipo está con la información que te acabo de dar -agregó sonriente, sin dejar entrever su enfado-. Es tu primera tarea.
Todos se quedaron callados en la mesa, esperando que Rafe explotara o que sucediera algo. Todos contenían la respiración y Shelley se decidió a tomar la iniciativa antes de que Rafe la contestara.
Recogió su bolso, el maletín y el resto de los papeles y se levantó para irse.
– ¡Ah! Rafe -agregó, volviéndose hacia él-, creo que durante los próximos cuatro días será mejor que te dirijas a mí como señorita Sinclair, ¿de acuerdo? Eso nos ayudará a recordar nuestros nuevos puestos.
Shelley sonrió a sus estupefactos compañeros. La cara de Rafe reflejaba sentimientos que no consiguió descifrar. No sabía si estaría furioso, divertido con la situación o atónito. No tenía tiempo de quedarse e intentar descubrirlo. Había conseguido lo que quería con su despedida y no iba a estropearlo.
– ¡Hasta las cinco! -dijo despidiéndose.
No entendió sus palabras, pero reconoció el tono de voz de Rafe susurrando algo mientras ella se alejaba. Seguramente estaba riéndose de ella. Estaba furiosa y roja como un tomate.
«¡Maldito Rafe Allman!», se dijo mientras se dirigía al ascensor.
A las cinco de la tarde, Shelley seguía organizando su habitación, preparándola para la reunión. Colocó sillas y bajó el volumen de la música. Estaba muy nerviosa. Temía que Rafe decidiera desafiarla y no aparecer por allí. 0 quizás no se lo hubiese comunicado a los otros miembros del equipo. También cabía la posibilidad de que asistiera y se burlara de ella durante toda la tarde.
El caso es que los dos tenían un historial que se remontaba a un montón de años, tantos como veinte. Shelley había sido muy buena amiga de Jodie, la hermana de Rafe. Y, durante algunos años, había pasado muchas tardes en casa de los Allman. Su madre siempre estaba muy ocupada en la cafetería que regentaba, el Café de Millie, así que Shelley solía ir a casa de Jodie muchas tardes veraniegas.
Rafe y ella se llevaban mal desde entonces. Él disfrutaba burlándose de ella y avergonzándola. Recordaba cómo Rafe comentó, durante una cena a la que Shelley asistió en casa de los Allman, que ella llevaba ya sujetador. Shelley sólo tenía once años, pero nunca olvidaría cómo se sintió cuando todos la miraron sorprendidos y sonrientes. Debería haberlo asesinado entonces.
El caso es que iba a tener que colaborar con él durante todo el fin de semana y tenía que dejar sus recuerdos y sentimientos aparcados. Sabía que a Rafe lo reventaría que fuera su jefa, aunque sólo durante cuatro días, y tendría que luchar con él a brazo partido.
Había sido una lástima que Matt, el hermano mayor de Rafe, no hubiera podido asistir en vez de él. Matt era mayor, más inteligente y mucho más agradable. Era como el hermano mayor que ella siempre había echado en falta. Shelley habría hecho cualquier cosa por él.
Alguien llamó a la puerta. Respiró profundamente y la abrió.
– Buenas tardes, señorita Sinclair -dijo Rafe mirándola con ojos burlones.
Detrás de él estaban los demás empleados. Shelley reconoció a la mayoría. Estaba Candy Yang, la pasante, y Jerry, uno de los financieros. Jerry era además un amante dell bricolaje y eso podría serles útil. Dorie Berger era una joven con ganas de trabajar y de agradar. Sería fácil trabajar con ella. A los otros dos miembros del equipo no los conocía bien, pero parecían agradables.
– Aquí estamos -agregó Rafe-. Sus leales esclavos, sedientos de recibir órdenes suyas.
– Perfecto -dijo ella-. Pasad para que podamos empezar enseguida.
Cruzaron miradas mientras Rafe entraba sin prisas en la habitación. Su mirada era dura e inquebrantable. Iba a ser un fin de semana muy largo. El más largo de su vida.