RAFE siguió haciendo equilibrios con su silla mientras observaba al resto del grupo ensayar la obra. Tenía que admitir que estaban consiguiendo darle coherencia al proyecto. Aún pensaba que su idea habría estado mejor para la competición, pero se había convencido de que la de Shelley era también bastante buena.
Lo único que le faltaba era aceptar que le estaba empezando a gustar Shelley en todos los sentidos. Absolutamente en todos.
Al verla dirigir la obra en ese momento no pudo evitar sonreír. Era una líder increíble, lo llevaba en las venas. La competición estaba dándole una ocasión irrepetible para mostrar sus cualidades para organizar y motivar a las personas que trabajaban para ella. De no haber sido por el particular diseño del concurso de ese año, ni Rafe ni otros cargos medios de Industrias Allman se habrían dado cuenta de sus asombrosas cualidades para la dirección. Estaba decidido a buscar ese mismo lunes un nuevo puesto para ella que sacara más partido a su valía profesional.
– ¡Eh! ¡Chica! -le dijo en voz baja cuando Shelley pasó a su lado-. Tengo algo que decirte.
Se volvió a mirarlo y vio que tenía un brillo especial en los ojos.
– Si me vas a comentar otra vez que tengo unos labios suculentos, olvídalo -dijo con cara de pocos amigos.
– No, ese tipo de comentarios los dejo para luego, para cuando estemos solos -respondió sonriendo.
– ¡Rafe!
– La verdad es que lo que te iba a comentar no es tan apasionante. Matt me ha llamado antes. Mi padre está preocupado por el concurso y envía a Matt para que nos eche una mano. Llegará mañana.
– ¡Ah! -exclamó ella desplomándose en la silla de al lado-. Lo siento mucho, Rafe.
– No tienes nada que sentir -dijo sin comprender su reacción-. No pasa nada. Matt no puede estar en el equipo, pero nos podrá dar algún consejo. Nos vendrá bien tener algo de aire fresco en el grupo.
– ¡Vale! Entonces, ¿no te importa que venga?
– ¿Por qué me iba a importar? Matt nos puede ser de mucha ayuda -dijo, añadiendo con curiosidad-: Pensé que erais buenos amigos.
– Y lo somos. Pero como tu padre está siempre intentando ponerle en medio y que sea el centro de atención, pensé que…
«Así que de eso se trata», pensó Rafe. Shelley seguía dándole vueltas a su particular teoría sobre cómo su padre prefería a Matt por encima de él.
Y la verdad era que, aunque le costara admitirlo, podía haber algo de razón en su teoría. Se preguntaba si eso habría hecho que la relación con su hermano fuera distinta. Se quedó madurando esa idea durante un rato pero no era el momento de pensar en ello, así que intentó quitárselo de la cabeza.
– Shelley, no estoy celoso de mi hermano mayor si eso es lo que temes -dijo con poca convicción.
– ¿Estás seguro?
– Así es -dijo riendo-. He hecho una encuesta y cada parte de mí está de acuerdo. Gracias por preocuparte, pero no es necesario. Matt y yo nos llevamos bien y siempre ha sido así. No te inquietes por ello -añadió tomando su mano.
Rafe se dio cuenta de que ella se quedaba con ganas de seguir analizando el tema. Pensaba que todas las mujeres eran iguales, siempre intentando buscar los motivos y las causas de todo. Iba a tener que convencerla para que cambiara y disfrutara más de la vida, para que se tomara las cosas con más calma y se dejara llevar. Claro que antes tendría que aprender él a vivir así.
– ¿A qué hora viene? -inquirió ella, a pesar de que tenía otras cuestiones más importantes en la cabeza que hubiera deseado preguntarle a Rafe.
– Temprano, creo.
– ¡Vaya! Y aún no he hablado con Quinn -dijo ella con una mueca y hablando más para sí que para otros.
– ¿Y eso que tiene que ver con la llegada de Matt? -preguntó él sin comprender por qué ella había hecho la conexión.
– Por… Por nada. Nada en absoluto -explicó desconcertada-. Estaba pensando que tengo un día de lo más ajetreado mañana.
Se levantó y cambió de actitud.
– Venga, no seas vago. Necesito que hagas mucho más antes de la hora de comer. Quiero que reduzcas la duración del vídeo con los niños en el colegio.
Shelley se dispuso a añadir algo de atrezzo a la presentación. Colocó un espejo en un caballete y se separó un poco para comprobar el efecto que hacía.
– La cinta es una monada, pero es demasiado larga. Necesitamos reducir y cortar un montón de cosas. El total de la presentación no puede alargarse más de siete minutos -añadió ella sonriéndole.
Volvió a observar el espejo y se acercó para recolocarlo y ver qué tal quedaría desde el punto de vista de la audiencia.
– Va a ser difícil deshacerse de algunas partes del vídeo, pero tenemos que hacerlo -siguió ella.
– Espera un momento, jefa -protestó él-. No creo que yo deba ocuparme de la edición del vídeo. No tengo experiencia.
Shelley no podía creerse que empezara otra vez con las quejas. Era exasperante.
– 0 editas esa cinta o presentas tu dimisión. Como quieras -dijo mientras le daba en el hombro con su lápiz
– Aguafiestas -repuso con el ceño fruncido.
Ella le sonrió por un momento, antes de retomar su papel de jefa.
– Toma, la cinta. Todo lo que necesitas para editarla está en sala de audiovisuales. Venga, empieza. El tiempo es oro.
Rafe se resistió a irse. Notaba que Shelley se estaba ablandando. Estaba perdiendo sus fuerzas y su autoridad. Pensó que quizás fuera el momento para intentarlo una vez más. Sabía que su idea era tan buena que ganarían el premio con ella. Seguía preocupado por ganar la competición.
– ¿Sabes qué? Aún no es demasiado tarde para pensar en usar mi idea para la competición. No íbamos a necesitar mucho material, además yo ya tengo mucho trabajo adelantado y…
– ¿Por qué no pones los pies en el suelo y admites de una vez esta situación? -dijo ella fuera de sí-. Estamos desarrollando mi idea y, si tan importante es para ti ganar, ¿por qué no te mueves y empiezas a trabajar duro para que podamos conseguirlo?
Se volvió y comenzó a cortar cartulina para la decoración del escenario. Esperó que él se diera por enterado de que estaba siendo ignorado.
Rafe se quedó mirando su propia imagen en el espejo que Shelley acababa de colocar.
«Ella tiene razón» le dijo su propio reflejo. Quiso protestar, pero se contuvo. Sabía que era verdad. Recogió la cinta de vídeo, le lanzó a Shelley una mirada lasciva que ella ignoró y salió de la sala. Se dio cuenta de que la jefa se había hartado ya de sus tonterías.
Trabajaron duro todo el día. Shelley estaba al borde de un ataque de nervios. Al principio no le había importado demasiado ganar el concurso o no. Sólo le importaba hacer un buen trabajo y no dejar a la empresa en mal lugar. Para ella ganar era lo de menos.
Pero ahora que sabía cuánto significaba el triunfo para Rafe, quería conseguirlo a toda costa. Sabía que tenía más que ver con la necesidad de demostrarle lo que valía a su padre que con otra cosa. Shelley estaba empezando a adoptar como suyas las batallas y preocupaciones de Rafe. Lo que era importante para Rafe también lo era para ella. Recordaba cómo su padre lo ignoraba continuamente cuando eran niños. Siempre estaba pendiente de Matt. Quería que fuese Matt el que dirigiera la empresa en vez de Rafe, que tenía muchas más cualidades para hacerlo. Lo paradójico era, además, que Matt no tenía ningún interés en el negocio familiar.
Shelley estaba concentrada en ganar. Lo tenía que conseguir, aunque sólo fuera por Rafe. En primer lugar, quería demostrarle que su idea era buena y, en segundo lugar, quería verlo feliz.
Pero estaba preocupada. No les quedaba mucho tiempo y no parecía suficiente para hacer que la presentación fuera tan buena como ella pretendía. Algunas de las piezas que quería colocar en el escenario eran imposibles de terminar a tiempo y las camisetas que querían llevar durante la final no habían llegado aún.
Cada equipo participante llevaba camisetas iguales, con un estilo y color diferentes. Formaba parte del tema de cada grupo. Shelley se temía que, sin las camisetas, no podrían siquiera clasificarse. A pesar de todo, el grupo estaba trabajando muy duro y estaba muy satisfecha con sus esfuerzos.
Era muy incómodo encontrarse a monitores de la competición espiándolos de vez en cuando. Comprobando que cumplieran todas las normas y tomando nota sobre el cambio de roles jefe-empleado en cada equipo.
A pesar de todo, el fin de semana estaba resultando más divertido de lo que ella había imaginado. Le parecía imposible que la idea de trabajar con Rafe le hubiera parecido tan terrible al principio. Aún había problemas entre ellos, pero su presencia se estaba convirtiendo en una parte importante de su vida, y de una manera que nunca habría sospechado.
Quinn también ocupaba parte de su pensamiento. Aún no había conseguido ponerse en contacto con él, a pesar de que se había pasado parte de la mañana llamando a todas las personas que podían darle alguna pista sobre él.
Por otro lado, había conseguido no encontrarse con Jason McLaughlin por el hotel, lo cual le hacía la vida mucho más fácil. Además, casi nunca se acordaba de que estaba en el mismo hotel. Todo un cambio en su vida, teniendo en cuenta que había pasado muchos años obsesionada con él.
El trabajar en ese proyecto la estaba animando más de lo que habría sospechado. Se estaba dando cuenta de que se le daba bien organizar tareas y coordinar a grupos de gente. El grupo se había integrado bien en esa dinámica y confiaba en ella para resolver todas sus dudas. Todos creían que sabía lo que estaba haciendo. Claro que ella se daba cuenta de que eso no era del todo verdad. Había aún muchos cabos sueltos y cosas por terminar.
El equipo estaba funcionando bien. Aunque se enteró que algunos de ellos se habían escaqueado la noche anterior y habían salido de copas con otros miembros del equipo B, e incluso con participantes de otras empresas. Según oyó comentar a otras personas, Done había sido la reina de la noche. No conocía los detalles porque la gente tendía a dejar de hablar del tema en cuanto veían que se acercaba Shelley. Claro que ella no era quién para protestar cuando había estado bailando y de marcha también. Además, todos se presentaron puntuales esa mañana y dispuestos a trabajar, por lo que no podía tener ninguna queja.
Todo iba bien, pero su olfato le decía que había una crisis al acecho en el horizonte.
Rafe no habían vuelto aún de la sala de audiovisuales con la cinta editada cuando el teléfono sonó, lo contestó Candy y saltó de alegría.
– ¡Han llegado las camisetas! Alguien tiene que bajar al vestíbulo a recogerlas ahora mismo.
– ¡Menos mal! -suspiró Shelley aliviada.
– Me muero de ganas de verlas -comentó Dorie.
Shelley sonrió, se quitó los guantes que llevaba puestos para pegar los carteles y se levantó.
– Voy a buscarlas. Vuelvo enseguida y nos las probamos, ¿vale?
Las salas de trabajo en las que se encontraban estaban en el sótano, así que tuvo que tomar el ascensor para subir hasta el vestíbulo. Estaba acercándose ya al mostrador de recepción cuando alguien la llamó. Se giró para ver quién era.
– ¡Jason!
La tomó del brazo antes de que pudiera reaccionar y la arrastró hasta un hueco entre dos columnas.
– Shelley, Shelley -dijo él seductoramente con los ojos entrecerrados-. He estado intentando verte a solas desde que llegamos. Necesitamos hablar largo y tendido.
Shelley se quedó mirándolo. Aquel hombre le resultaba repulsivo.
– Estoy muy ocupada, Jason. Mandaron nuestras camisetas al hotel equivocado o algo así. Por fin han 11egádo, así que tengo que recogerlas y…
– Venga, cariño -dijo mientras acariciaba su brazo-.
Tenemos que dejar este competitivo concurso durante un rato y hablar de los viejos tiempos. Podríamos recordar aquellos días, e incluso probar alguna de aquellas posturas:…
Siguió observándolo fijamente. Todavía era un hombre atractivo, pero su verdadero yo, sórdido y desaliñado, estaba empezando a aflorar a través de su apariencia de donjuán. Sobre todo en los ojos. No podía creerse que no lo hubiera notado antes. Su mirada era fría, diabólica y anodina. Pensó en la cálida mirada de Rafe y, sintió aversión por Jason.
– Jason, no pasaría tiempo contigo ni aunque fueras el último hombre sobre la faz de la Tierra. Ya nos hemos dicho todo lo que nos teníamos que decir. Y lo hicimos hace mucho tiempo.
Intentó deshacerse de él, pero la agarró con más fuerza.
– Pero sabes que aún hay química entre nosotros. ¿Es que no notas las chispas? -insistió Jason.
Se sentía muy estúpida por haber caído en sus insolentes armas de seducción años atrás. Debía de haber estado muy ciega y muy loca para acabar saliendo con ese hombre.
– No hay ninguna química. No tienes lo que se necesita para que sienta algo por ti -le dijo tan seca como pudo.
– ¿Qué? -dijo él confuso, sin enterarse de lo que le estaba diciendo.
– Que no hay química. Ni química, ni deseo, ni chispas. Donde tú ves chispas sólo hay un fuego de resentimiento por lo que me hiciste pasar aquel verano.
– Escucha, cariño -comenzó a explicar confuso, como si fuera la primera vez en su vida que era rechazado-. Lo que ocurrió no fue culpa mía. Si hubieras esperado unas semanas más podría haberme librado fácilmente de Frances y…
Estaba contándole cómo se podía haber deshecho de su mujer para volver con su amante. Era un tipo despreciable. Aunque ella no se había comportado mucho mejor al aceptar ese tipo de relación y seguirle el juego. Se sintió tan mal que sólo pensaba en darse una ducha muy caliente y frotarse el cuerpo con un estropajo. Quería quitarse las huellas que ese hombre había dejado en su piel.
– Suéltame, Jason -dijo con calma.
La estaba agarrando con tanta fuerza que empezaba a dolerle. Miró a su alrededor, buscando a alguien conocido. Pensó que si no podía convencerlo de que la dejara en paz tendría que empezar a gritar.
– Esto no tiene gracia -le dijo comenzando a ponerse nerviosa.
– No, Shelley -contestó él con voz suave, pero sin aflojar la mano-. No estás siendo razonable, tienes que dejar que té explique las cosas.
Intentó zafarse de él, pero era un hombre muy fuerte, demasiado para ella.
– Jason, si no me sueltas ahora mismo…
Otra mano agarró la muñeca de Jason con fuerza, como parte de un movimiento pensado para causar dolor. Eso hizo que soltara el brazo de Shelley al instante.
– ¡Eh! -gritó Jason, separándose bruscamente de ella.
– Vuelve a tocarla y te rompo el cuello.
Shelley estaba sin aliento. Todo había sido muy rápido. Rafe había llegado y Jason emprendía la retirada por fin.
– ¿Sabes una cosa? -dijo Jason con desprecio-. Todos los Allman sois iguales. Deberíais aprender a comportaron en una sociedad civilizada.
– Si vosotros, los McLaughlin, sois el producto de esa sociedad civilizada de la que hablas -replicó Rafe-, prefiero seguir siendo un granjero. Y no necesito que me des lecciones de modales -añadió pasando su brazo por los hombros de ella-. Y Shelley tampoco.
– ¡Ah! -dijo Jason sarcástico-. ¿Es que ahora hablas en su nombre?
– ¡Sí! -contestó ella en voz alta y clara-. Rafe puede hablar en mi nombre cuando le dé la gana.
Jason estaba resentido y se encogió de hombros, como si aquello no le importara en absoluto.
– Ya veremos cómo estáis mañana, después de la competición -advirtió con sonrisa malévola.
Se dio media vuelta y desapareció de allí.
– ¿Qué ha querido decir con eso? -le preguntó Rafe.
– Ni idea -dijo ella y, mirándolo, sonrió y lo abrazó con fuerza-. Estoy tan contenta de que aparecieras por aquí… Muchas gracias. Gracias, gracias.
– De nada, para eso estamos -le dijo devolviéndole el abrazo sin entusiasmo-. ¿Qué ha pasado?
– Vine a recoger las camisetas -comenzó mientras se separaba de él-, me vio y me abordó, eso es todo.
Rafe la miraba sin entender, buscando en su mirada y en su rostro las respuestas que necesitaba.
– ¿Pero qué pasa? ¿Todavía sientes algo por él?
– No, Rafe. Te juro que no. En absoluto -contestó ella insistente.
Quería creerla, pero sentía un recelo que ni él mismo entendía.
– Entonces, ¿por qué reaccionas así? -preguntó con cautela.
Shelley no entendía a qué reacción se refería. Todo lo que había sentido durante su desagradable encuentro con Jason había sido desprecio. Quizás estuviera pensando en cómo ella había cambiado durante los últimos años.
– Es que… -dijo Shelley sin saber muy bien qué explicarle ni cómo hacerlo-. Es imposible borrar de golpe todos los sentimientos que se van acumulando con el tiempo, ¿no crees?
Rafe no le contestó, esperando su explicación.
– Jason fue una parte muy importante de mi vida durante un tiempo. No puedo negarlo. Estaba loca por él cuando estaba en el instituto. Así que cuando vine a San Antonio y empecé a trabajar para él… ¡Estaba en el séptimo cielo!
Se detuvo, arrepintiéndose de haberle explicado tanto. Rafe siguió esperando sin decir nada. No estaba seguro de que quisiera escuchar eso, pero tenía que hacerlo, aunque sus palabras se le clavaban como espadas. Él también había tenido novias y que Shelley hubiera acabado saliendo con el tipo del que había estado siempre enamorada no era el fin del mundo, era normal. La mayoría de las mujeres con las que había estado habían pasado por algo parecido y nunca le había parecido mal. Años después, la verdad era que ni siquiera se acordaba de ellas. No recordaba a ninguna en especial, nunca llegó a enamorarse. De hecho, había llegado a pensar que no era capaz de ello, que nunca le iba a pasar. Hasta que llegó Shelley.
En ella había algo distinto. Ella lo conocía perfectamente y tenía la capacidad de entrar dentro de su alma y controlar sus emociones como nadie lo había hecho. No sabía por qué pero así era.
– Así que estuvimos juntos durante algún tiempo -prosiguió ella-. Aunque ahora desearía que nunca hubiera pasado, pero pasó. Poco después me di cuenta de que era un error. Y de que, además, él no era quien yo pensaba, no merecía la pena. Es un imbécil y espero no volver a cruzar palabra con él.
– Gracias por contarme todo esto, Shelley. Has sido muy sincera -dijo él con media sonrisa-. Había venido a ayudarte con las camisetas así que, ¿por qué no las recogemos y nos olvidamos del tema?
Se acercó a la recepción del brazo de Rafe. Se sentía muy inquieta por dentro. Había algo en la manera en la que él había respondido a su explicación que le decía que no estaba convencido, que no la creía del todo. Y no sabía qué podía hacer para demostrarle que era verdad.
Las camisetas fueron un éxito. En azul claro y de buen algodón, tenían el logotipo de la empresa sobre un bolsillo y la imagen de un viñedo en la espalda. Por suerte, habían acertado con la talla de todos. Se las probaron y desfilaron delante del espejo. Parecían un equipo de verdad.
– ¡Dios mío! Es la hora de comer -dijo Shelley mirando el reloj-. ¡Pero no podemos permitirnos perder esa hora!
– No te preocupes -le contestó Rafe-. Me he tomado la libertad de pedir unas pizzas para todos. Así no tendremos que salir de aquí.
– ¡Gracias, Rafe! Es la solución perfecta. Nos tomamos la pizza y seguimos trabajando -dijo sonriente-. Sabía que al final nos vendría bien tenerte en el equipo.
– Servirte es mi misión en la vida -dijo con solemnidad.
Estaba encantada de comprobar que el buen humor había vuelto a sus ojos.
– ¡Venid todos! -anunció Shelley cuando llegó la comida-. Vamos a comer, pero sin gandulear. Han publicado ya los horarios para el ensayo final y nosotros lo tenemos a las seis de la tarde. Tenemos que estar listos para entonces.
Todos se quejaron.
– Vamos a trabajar sin descanso hasta las cinco y luego vais cada uno a vuestra habitación para relajaros durante una hora, ¿de acuerdo?
– ¡Shelley! -le dijo Rafe una hora más tarde, señalando la puerta con la cabeza-. Parece que tienes visita.
Levantó la vista del cartel que estaba pintando y vivió a Lindy, sonriéndole desde fuera de la sala.
– ¡Hola! -la saludó-. Estoy ahí en un segundo.
Rafe tomó su pincel y Shelley se limpió las manos antes de ir a saludar a su amiga.
– Me alegro de verte.
– Quería hablar contigo un minuto -dijo Lindy mirando nerviosa a su alrededor-. ¿Podemos salir al patio?
– Claro.
Shelley miró a Rafe y el asintió con la cabeza, sabiendo que le estaba pidiendo que se hiciera cargo del trabajo durante unos minutos. Era increíble cómo habían pasado del odio mutuo a desarrollar la capacidad de entenderse sin palabras. Y todo en un par de días.
Ambas mujeres salieron al patio. Estaba diseñado para rememorar los jardines tropicales. Había exuberantes plantas verdes por todas partes, grandes palmeras, una pajarera llena de aves cantarinas y un fabuloso estanque con esculturas alrededor. Shelley agarró a Lindy del brazo mientras comenzaban su paseo entre las plantas.
– Tenía que verte -comenzó Lindy apartándose el flequillo de los ojos y sonriendo a su amiga-. Perdona que anoche estuviera tan distante, pero no podía hablar delante de Greg y Henry -agregó a modo de disculpa-. Ya sabes cómo son los del grupo, tienen esa mentalidad arcaica de la lucha de clases muy arraigada.
– Sí, es verdad -asintió Shelley.
– Te consideran una traidora por cómo te alejaste de nosotros cuando comenzaste a salir con tu jefe. Creen que te vendiste.
– Ya lo sé. Y no los culpo por estar molestos. Yo tampoco estoy satisfecha con lo que hice -confesó mirando a su amiga-. Y tú, ¿sientes también que te traicioné?
– Claro que no. Siempre me caíste bien, Shelley. -¿Qué tal tú? ¿Estás pensando en hacer algo más con tu vida, cambiar algo?
– He tenido algunas crisis, pero tengo claro que no me voy a quedar por aquí para siempre.
– ¡Eso espero! -dijo Shelley abrazándola afectuosamente-. Tienes mucho talento. Pero bueno, seguro que te dicen eso todo el tiempo. Yo no quiero sermonearte así que dime, ¿qué es lo que has venido a contarme? ¿Has visto a Quinn?
– No. He intentado hablar con él pero no contesta el teléfono. Creo que lo ha desconectado. Pero puedo hablarte de Penny -Lindy se detuvo, mojándose los labios y mirando a Shelley con cara de preocupación-. Creo que será mejor que te sientes. No va a ser fácil para ti.
– ¿Qué? -dijo Shelley sin moverse -agarró a Lindy. Tenía un mal presentimiento-. ¿Qué es lo que pasa? -repitió.
Lindy respiró hondo.
– Penny murió hace algo más de un año.
– ¿Qué? -gritó Shelley espantada, derrumbándose en uno de los bancos-. ¡No! Pero, ¿qué pasó?
Lindy se sentó a su lado.
– Tenía cáncer de páncreas. Lo descubrieron muy tarde y fue fulminante. Murió un par de semanas después.
– ¡Es horrible! -exclamó Shelley cubriéndose la cara con la manos-. ¡Pobre Penny! ¡Pobre Quinn!
No podía creérselo.
– ¿Y el bebé? -preguntó sin apenas fuerza.
– No tenía ni idea de.que hubiera un bebé. Si tuvo un hijo no se lo dijo a nadie. Y Quinn tampoco comentó nunca nada.
– Entonces, ¿dónde estará el bebé? -preguntó Shelley mirándola.
– ¿Estás seguro de que hubo uno?
– La verdad es que ya no estoy segura de nada -admitió Shelley con un suspiro.
– Supongo que es que conoces al padre…
– A lo mejor. Si es que hay un hijo…
Se quedaron en silencio un tiempo, conmovidas por las vueltas que daba la vida y la desgracia de Penny.
– Supongo que querrás hablar con Quinn -dijo Lindy.
– Pero él no quiere hablar conmigo.
– No -dijo Lindy con una sonrisa pícara-. Oye, me alegro mucho por ti. Veo que has encontrado a un hombre verdaderamente interesante esta vez. La verdad es que estaba muerta de envidia anoche. Parecéis tan enamorados…
– ¿Enamorados? -preguntó Shelley sorprendida-. ¿Rafe y yo?
– Al menos eso me pareció. Os estuve observando mientras bailabais. ¿Así que no hay idilio? ¡Qué pena! ¡Es un hombre muy atractivo!
«¿Un idilio? ¿Con Rafe?», pensó Shelley. La idea de tener algo con él la atraía más de lo que quería admitir. No era una idea tan descabellada… ¿0 sí?