PODÍA sentir la adrenalina corriendo por sus venas, pero se mantuvo con la cabeza fría y en control de la situación.
– ¡Mira! Quinn acaba de girar -dijo observando el coche azul.
– Tranquilízate un poco, Shelley -repuso él mientras se ponía el cinturón de seguridad y luego abrochaba el de ella-. Ya lo verás en otra ocasión, no tiene por qué ser ahora mismo.
Pero Shelley sentía que ésa era su única oportunidad. Era obvio que Quinn estaba tratando de evitarla y, si no hablaba con él entonces, no habría manera de localizarlo después.
Giró el coche bruscamente en el mismo sentido del coche azul y, al hacerlo, los neumáticos chirriaron sobre el asfalto.
– ¿No has girado demasiado deprisa? -la acusó él, algo preocupado.
– Tú calla y agárrate bien -le ordenó, con la vista puesta en el otro vehículo.
– ¡Shelley!
– ¿Qué?
– ¡Frena un poco!
– ¡No puedo!
Pero tuvo que hacerlo. Había peatones y tuvo que reducir y dejarlos pasar en un paso de cebra. Era importante que hablara con Quinn, pero no tanto como para poner en peligro la vida de otras personas.
– ¡Oh, no! -se quejó al ver a dos hombres cruzar la calle-. Venga, venga. Más deprisa.
Rafe empezó a decir algo, pero ella no podía oírlo. Tenía vía libre por fin y aceleró sin esperar. Llegó a la autopista. El coche azul había tomado mucha ventaja, así que pisó el acelerador e intentó alcanzarlo. No podía mirar a Rafe, pero sentía que la miraba asombrado. No le importaba en absoluto. Tenía el corazón a mil por hora, pero sabía que era buena conductora.
Quinn giró de nuevo ya fuera de la autopista y esa vez Shelley dobló la esquina con mayor cautela. El coche azul desapareció de su vista un par de calles más adelante. Giraron al llegar a ella, pero Quinn no estaba por ninguna parte.
– ¿Por dónde? -preguntó angustiada.
– No lo sé. Vete a la derecha.
Giró a la derecha pero la calle estaba cortada al tráfico con una cadena.
– ¡Cuidado! -gritó él.
Shelley pisó el freno con tanta fuerza que sólo los cinturones de seguridad evitaron que dieran con la cabeza en el cristal. El coche paró a pocos centímetros de la cadena. Ella miró hacia atrás para buscar el coche al otro lado de la calle, pero tampoco estaba allí. Se derrumbó en el asiento, exhausta y extrañada de que no les hubiera pasado nada.
Entonces Rafe estalló en carcajadas. Se giró a mirarlo y ella hizo lo propio.
– ¡Menuda carrera de locos! -dijo él riendo.
Pero las risas duraron poco. Él bajó la mirada hasta sus labios y Shelley supo que la iba a besar de nuevo. Parecía lo apropiado. Era un gesto necesario. Podía sentir el corazón palpitando fuerte en su pecho y veía el deseo asomando en los ojos de Rafe. Cada terminación nerviosa de su cuerpo esperaba que sucediera y lo esperó con los labios entreabiertos.
Rafe no dudó ni un instante y la besó con fuerza en la boca. Ella, receptiva, le respondió con la misma pasión y sus cuerpos se fundieron en un abrazo, encajando a la perfección. Shelley sabía que era una mala idea, pero no podía evitarlo. La boca de Rafe era cálida, jugosa y dulce. Lo deseaba más de lo que quería admitir. Nunca antes le había pasado aquello, y ese intenso sentimiento la asustó tanto que se separó de él.
– No puedo creer que haya pasado de nuevo -dijo sin apenas aliento.
Rafe la buscó con la mirada.
– ¿Qué quieres decir? -preguntó con voz ronca.
– Lo de… Lo de besarnos -dijo mientras se apartaba más de él-. Se supone que no deberías besarme.
– ¿Porqué?
– Porque… Porque nos odiamos, ¿no? -dijo insegura, sintiendo aún su aliento en la mejilla.
– No sé.
Rafe se acercó de nuevo y acarició su barbilla.
– ¿Qué haces? -preguntó Shelley mientras seguía intentando apartarlo sin éxito.
– Voy a besarte otra vez.
Shelley frunció el ceño y recobró la compostura. Lo miró y sacudió la cabeza.
– Nada de eso. Sólo un beso por persecución automovilística. No se permiten más.
Rafe titubeó. Shelley no sabía si en realidad quería que la dejara en paz o que le llevara la contraria. Cuando vio que él se apartaba y se sentaba de nuevo en el asiento, sintió una decepción que no esperaba.
Y rápidamente volvió a pensar en lo que los había llevado allí.
– ¡Maldita sea! ¡Hemos perdido a Quinn!
– ¿Por qué huía de nosotros?
Shelley sacudió la cabeza; ella también se hacía esa pregunta.
– No tengo ni idea. Siempre nos llevamos bien. De hecho, hasta llegó a haber algo más entre nosotros.
Respiró hondo, encendió de nuevo el motor y comenzó a maniobrar para dar media vuelta. Rafe la observó mientras lo hacía y volvían a la Autopista.
– A lo mejor hay algo que no quiere tener que decirte -sugirió Rafe-. ¿Podría ser eso?
– No creo. Pero, ¡yo qué sé! Supongo que todo es posible.
– ¡Madre mía! -añadió él riendo-. Ha sido toda una aventura. No tenía ni idea de que fueras la reina de la carretera -Shelley no pudo evitar sonreír. Estaba orgullosa-. Al fin y al cabo, yo estaba contigo cuando aprendiste a conducir. Seguramente fui yo quien te enseñó alguno de esos trucos.
Shelley dejó de sonreír, porque no era eso lo que recordaba ella.
– Rafe Allman, tú no me enseñaste nada de lo que sé. Fue Matt el que me enseñó a conducir en vuestro viejo Ford. Lo único que hacías tú era sentarte atrás y reírte de mí. Me volvías loca.
– No me reía de ti. Sólo te comentaba cosas. Eran críticas constructivas y consejos de experto -se defendió algo ofendido.
– No, tú te mofabas de mí y punto. Eras maleducado y grosero, y lo sabes.
– A lo mejor es que tú eras demasiado sensible. ¿Nunca has pensado que quizás ése fuera el problema?
– No, siempre fui muy consciente de quién era el problema -dijo mirándolo de reojo-: Tú. Me estuviste haciendo la vida imposible desde el principio. ¡Y todavía lo haces!
Rafe la miró y estalló en carcajadas. Era una risa fuerte y contagiosa. Ella también sonrió. No había conseguido su objetivo de esa tarde, pero se sentía muy bien por dentro y sabía que el responsable de ello era el hombre que tenía sentado a su lado.
– ¡Hombre! ¡Mira quién aparece por aquí!
Shelley miró a Candy con cara de arrepentimiento mientras entraba en el despacho donde el resto del equipo estaba trabajando en la campaña. Lo más seguro era que no hubieran hecho demasiado mientras Rafe y ella perseguían a Quinn por las calles de San Antonio, pero ahora que estaban de vuelta, era el momento de ponerse a trabajar en serio.
– Lo siento mucho -dijo mientras miraba lo que habían hecho-. Aún tenemos dos horas antes de la cena. Vamos a intentar sacar partido a ese tiempo.
– No te preocupes, Shelley -dijo Rafe guiñándole un ojo-. Tengo todo bajo control.
Shelley lo miró sorprendida. De vuelta al hotel, ambos habían decidido dirigirse a sus respectivas habitaciones para cambiarse pero, por lo que parecía, sólo ella lo había hecho. Él estaba metido en faena, con las mangas de la camisa enrolladas como si llevara todo el día trabajando allí.
– Escucha -le dijo Rafe a Candy-. Quiero ver el vídeo que has grabado. ¿Lo podrías poner en este televisor?
Shelley se acercó a él.
– ¿Qué haces? -le dijo en voz baja.
– Intento poner la maquinaria en movimiento -le contestó con la seguridad propia de un jefe.
– Soy yo la que tiene que hacer eso -le contestó en un susurro para que nadie la oyera.
Aunque no pudieran oírla, todos la observaban, pendientes de ver quién iba a ganar el pulso. Querían ver quién tomaría las riendas. Shelley respondió hondo y se decidió a dejar las cosas claras, aunque sus fuerzas flaquearon al verlo tan guapo y seguro de sí mismo.
– Rafe, verás, se supone que yo soy la jefa, ¿te acuerdas?
– Claro que me acuerdo -dijo sonriente-. No hay problema, Shelley. Todo va a salir bien.
Dorie se acercó a ellos.
– Señor Allman -dijo titubeante-, ya he cotejado los datos que me pidió. ¿Quiere que encuentre una fotocopiadora y haga copias de los guiones para todos?
– ¡Fenomenal, Dorie! Muchas gracias -dijo él tomando las páginas con los datos-. Y sí, mira a ver si encuentras una…
– ¡Un momento!
Shelley no aguantaba más y no fue consciente de su exclamación hasta que vio las caras atónitas de todos mirándola atentos. Había llegado el momento de desafiar a Rafe y ponerlo en su sitio de una vez por todas. Seguro que todos pensarían que se había convertido en una especie de bruja, pero tenía que hacerlo de todas formas.
– Creo que se nos está olvidando cuál es el enfoque de la competición de este año -comenzó algo temblorosa-. Se llama cambio de roles. Se supone que los jefes y los empleados tienen que cambiar temporalmente sus puestos de trabajo, intentar resolver un problema trabajando juntos y ver las cosas desde otro punto de vista al habitual. Se trata de conseguir nuevas ideas de la gente que normalmente trabaja en las trincheras.
Se paró. Todos seguían mirándola, inexpresivos. Todos menos Rafe. Sus ojos reflejaban algo distinto. No sabía si estaba enfadado o se estaba riendo de ella.
– Esa parte del concurso también está sujeta a la puntuación de los miembros del jurado y tiene más importancia que el propio contenido de nuestra campaña -añadió mirando a Rafe-. Así que vamos a centramos en mantener siempre claro el objetivo de este concurso, ¿de acuerdo?
– ¿Crees que a los jueces no les importa la calidad del plan de cada equipo? ¡Estás loca! -dijo Rafe con escepticismo.
Así que de eso se trataba. Shelley se dio cuenta de que Rafe aún soñaba con usar su idea en vez de la de ella. No podía creérselo. Había ganado la votación, pero quizá Rafe pudiera conseguir que el resto de los confusos miembros del equipo cambiaran su voto si los convencía.
– Rafe, tu idea estaba muy bien, pero hemos decidido desarrollar la mía -dijo con firmeza.
– Eso ya lo sé -dijo inocentemente Rafe.
– Si tanto te gusta tu idea, ¿por qué no se la ofreces al equipo B? -sugirió ella-. Según he oído, aún no tienen definido su plan de acción.
– ¿Cederles mi idea? Ni hablar. Es mía y la conservaré por si la tuya fracasa -respondió sorprendido.
Se quedo boquiabierta. Le costó Dios y ayuda no increparle ante tal comentario. Estaba portándose como un imbécil y estaba obligándola a comportarse de forma más dura de lo que ella quisiera. Pero sabía que si no se enfrentaba a él en ese momento, Rafe le haría la vida imposible durante los restantes días de competición. A ella y a los otros compañeros.
– De acuerdo. Vamos a ver si lo tenemos claro -dijo con voz firme y alta para que todos la oyeran-. Durante este fin de semana yo soy la jefa, Candy es mi ayudante personal y Rafe es el ayudante de Candy. Te transmitiré mis órdenes e instrucciones a través de Candy. Si tienes algún problema se lo comentas a Candy y ella me lo dirá a mí.
Todos seguían esperando, atentos, sin decir nada ni hacer nada, como si fuesen ganado. Quizás no estuviese siendo lo suficientemente enérgica y se preguntó qué tendría que hacer para que lo comprendieran de una vez.
– Así que volvemos al tema del nombre, ¿no? -dijo Rafe en tono burlón-. Quieres que todos te llamemos señorita Sinclair, ¿verdad?
– Pues sí. Creo que será lo más apropiado, teniendo en cuenta el objetivo de esta competición -dijo mirándolo desafiante, y añadió para todos-: Si a mí me llamáis Shelley y a Rafe lo llamáis señor Allman, es que no os estáis metiendo en el cambio de roles que este concurso supone. Lo entendéis, ¿verdad?
A un par de empleados les dio la risa tonta, hasta que Shelley los fulminó con la mirada y se callaron. Estaba satisfecha, había conseguido imponerse y que la respetaran. Tomó el guión de actividades y se dispuso a seguir trabajando.
– Vamos a elegir los distintos papeles para la parodia que vamos a representar, ¿de acuerdo? Candy, tú serás la chica del departamento de correos con el corazón de oro. Dorie, tú serás la secretaria embarazada. Jerry, tú serás el padre de la criatura. Y Rafe, tú vas a ser el supervisor escéptico que no cree que este programa de reorganización del trabajo vaya a funcionar.
– Eso no será difícil -dijo Rafe con una sonrisa burlona.
– Aunque al final de la obra te acabas convenciendo de que es una idea fantástica y te conviertes en el admirador número uno de ese programa -aclaró ella mirándolo.
– Esa parte me va a costar más trabajo. No sé si mi papel será creíble.
– Tendrás que apañártelas como puedas.
Rafe la miró como si se diese cuenta, por vez primera, de que ella no estaba dispuesta a ceder ni un centímetro en su plan.
– ¡Vaya! Le das a esta mujer un poco de poder y se convierte en una dictadora -dijo en tono burlón pero con un brillo de respeto en los ojos-. ¿Por qué eres tú quien elige quién hace cada papel de la obra?
Shelley se estiró tanto como pudo, aunque aún resultaba pequeña comparada con la altura de Rafe. Miró a todos con cara atónita.
– ¿Que por qué? ¿Necesitas que lo repitamos todos juntos de nuevo? ¡Shelley Sinclair es la jefa!
Todos lo repitieron, algunos con más entusiasmo que otros. Rafe permaneció callado. Shelley lo miró esperando su participación.
– Me niego a decirlo.
– 0 lo dices o te despido.
Se miraron fijamente los dos. Ninguno estaba dispuesto a ceder. Shelley no iba a dejar que ganara. Estaba dispuesta a prescindir de él durante la competición si fuera necesario. Se preguntó si Rafe la desafiaría, si la obligaría a llevar a cabo su amenaza. Le latía el corazón con fuerza. Era el momento cumbre del fin de semana, porque de su respuesta dependía que siguieran adelante con el proyecto o que se deshiciera el grupo.
Rafe seguía mirándola, intentando leer su pensamiento. Probablemente se preguntaba si Shelley sería capaz de llevar a cabo su amenaza. De pronto, algo cambió en su mirada. Ella no pudo descifrar su significado, quizás estuviese pensando en la carrera de coches de esa misma tarde y eso le llevase a la conclusión de que Shelley era capaz de muchas cosas, más de lo que él pensaba. Su cara se relajó y sonrió.
– Muy bien -dijo mirando a todos-. Digámoslo juntos de nuevo: «Shelley Sinclair es la jefa».
Shelley pudo respirar de nuevo. Se sentía muy aliviada y tenía la sensación de que ése había sido el último intento de Rafe por imponerse. No creía que fuera a enfrentarse a ella de nuevo, al menos no sobre el mismo tema.
– ¿A que ahora os sentís mucho mejor? -preguntó Shelley.
Todos rieron con ganas. Probablemente pensaran que todo había sido una broma. Esperaba que no se dieran cuenta de que el antagonismo entre ellos dos era real y venía de mucho tiempo atrás. Un enfrentamiento que no se había suavizado a pesar de los últimos y accidentados encuentros como el del coche. El beso había sido inolvidable, pero sus desavenencias seguían presentes a pesar de todo. Habían superado la última discusión, pero Shelley sabía que habría muchas otras en el camino, así que tendría que tener cuidado.
Trabajaronn en la representación toda la tarde. Repitieron las escenas mil veces, mejorando cosas, colaborando como un equipo de verdad. Shelley estaba muy satisfecha con los avances que estaban logrando. Rafe la trató con educación y respeto, pero también con jocosa camaradería. Todo un alivio para ella que hizo que las cosas funcionaran bien por fin.
Después se retiraron a sus habitaciones antes de quedar de nuevo para cenar en el restaurante. La cena fue fantástica, muy divertida. Todo el mundo estaba de buen humor. No pararon de charlar y reír y la cena se alargó hasta muy tarde. Comenzaron a levantarse tras los postres y Rafe, caballeroso como nunca, se acercó a retirarle la silla a Shelley.
– ¿Qué hacemos esta noche? -le murmuró Rafe al oído.