Casa Limone se erguía en un maravilloso paisaje de bosques y colinas en la Toscana. Era una joya del Renacimiento con gruesos muros y una torre, aunque su interior estaba decorado en el estilo más contemporáneo. La casa estaba situada al final de un largo sendero, muy aislada, rodeada de olivares, viñedos y hermosos campos moteados de flores silvestres.
Molly se sorprendió cuando Leandro admitió que era sólo una de las casas que había comprado como inversión a lo largo de los años y que había dejado en manos de una agencia para que la alquilara. Nunca antes le había mencionado el extenso listado de propiedades que tenía por todo el mundo. Cuando descendieron del vehículo que los había transportado desde el aeropuerto, una tensa expresión se dibujó en el rostro de Molly.
– ¿La trajiste a ella aquí? ¿A Aloise? -quiso saber. Se odió por preguntarle aquello, pero, al mismo tiempo, tenía que saberlo.
– No. Ella prefería la ciudad.
– Oh… -susurró ella. Se había dado cuenta de que era la primera vez que Leandro le respondía una pregunta sobre Aloise. Molly decidió no perder el tiempo y entró a matar-¿Fue de verdad un matrimonio tan perfecto?
– No -confesó él-. Los dos fuimos muy infelices -añadió, mientas tomaba las maletas y las llevaba al interior de la casa. Entonces, cambió abruptamente de tema-. ¿Qué fue lo último que te dijo hoy Nikolai?
– Abbey nos deseó todo lo mejor. Nikolai aún no ha tenido oportunidad de conocerte y, además, lo hicisteis en las circunstancias equivocadas.
– ¿Qué te dijo? -insistió Leandro.
– Que contigo no puedo ser yo misma. Que nunca funcionará.
– Es muy astuto…
– Tú también.
«Además de guapo, listo y de ser el hombre al que amo», añadió en el interior de su cabeza.
– Pensé que lo era hasta que te quitaste la alianza de boda -confesó Leandro.
Molly observó los hermosos rasgos del rostro de su esposo y sintió que el corazón se aceleraba. Había temido que no volvería a estar tan cerca de él. El futuro se había convertido en un destino aterrador. Había perdido la fe en su propio juicio. El dolor de estar sin él había teñido todo lo que pensaba y lo que sentía. En ese instante, el alivio de estar con él fue arrollador.
– ¿Quieres recuperar tus anillos?
– Ya veremos cómo van las cosas…
– ¿Significa eso que estoy a prueba?
– Supongo que lo estamos los dos. No quiero que rompamos después de que nuestro hijo se haya acostumbrado a tenernos cerca. Por lo tanto, si no podemos solucionar las cosas, sería mejor que nos separáramos antes de que él naciera.
Leandro se quedó atónito al ver la firmeza del tono de su voz. Evidentemente, ella había considerado el asunto con detenimiento. Se inclinó sobre ella y colocó las manos a ambos lados de la cabeza de ella, aprisionándola.
– Te aseguro que lucharé hasta la muerte para conseguir que sigas a mi lado…
– No será ningún fracaso perder esta batalla. Simplemente significará que no estamos hechos el uno para el otro, pero que lo intentamos. No quiero que te quedes a mi lado sólo por el niño.
– Te aseguro que no estoy aquí por eso… estoy aquí porque te deseo, tesoro mío… -susurró él. Entonces, extendió un dedo y comenzó a acariciarle los labios, deteniéndose en su abertura cuando éstos se separaron-. Me he pasado una semana entera viviendo con la idea de que tal vez no volviera a estar contigo.
– Yo también -admitió ella. Al menos estaban teniendo los mismos pensamientos sobre su relación.
– En estos momentos, eso es en lo único en lo que puedo pensar, pero no es lo que tú deseas de mí ahora…
– ¿No?
– Por supuesto que no -susurró él-. Lo que tú quieres es charlar y que tengamos una romántica cena y, después, tal vez ir a dar un paseo.
Molly sabía que aquel programa de contención sexual le apetecía tan poco a él como a ella misma. Estuvo a punto de soltar una carcajada. Evidentemente, había pensado mucho en lo que ella podría esperar de él y, si se estaba equivocando, era porque aún no había comprendido lo que ella más deseaba de él.
– Tal vez podríamos hacer eso mañana. En estos momentos, quiero todo tu tiempo y tu atención para mí sola… que es lo único que he deseado siempre -musitó Molly. Entonces, levantó las manos y comenzó a desabrocharle la camisa-. Lo que ambos queremos es perfecto. Además, sólo tenemos que agradarnos a nosotros mismos.
Leandro le agarró posesivamente la larga melena de rizos negros con una mano y le puso la otra sobre la cadera. La besó con pura y ardiente pasión. Los eróticos movimientos de la lengua provocaron en ella una tremenda excitación que la hizo temblar de deseo. Fue Molly quien rompió el beso para terminar de desabrocharle la camisa. Le colocó las manos completamente extendidas sobre el torso y dejó que los dedos fueran explorando los remolinos de vello que le cubrían el pecho y se iban perdiendo más abajo, por debajo del cinturón. Entonces, mortificada por su propia ansia, le tomó la mano y comenzó a subir las escaleras.
– Tú también me deseas…
– Cállate o te devoraré aquí mismo, en las escaleras -le advirtió Molly.
Como respuesta a esa amenaza, Leandro la estrechó contra su cuerpo y la besó con una pasión que le quitó por completo el sentido. Al llegar al dormitorio, le quitó el vestido delante de la fresca brisa que entraba por las ventanas abiertas. Los pájaros cantaban en los bosques de la parte trasera de la casa. Un profundo sentimiento de felicidad brotó en ella, como si no hubiese podido creer que había vuelto con Leandro hasta aquel mismo instante.
Molly se deslizó por las frescas sábanas de lino y lo sintió a su lado, completamente excitado. Gozó con ello. Leandro le acarició los senos, centrándose con ternura en los hinchados pezones.
– Leandro, por favor…
– Confía en mí -susurró él-. Será mejor así…
Molly le ofreció las caderas, ansiando una rápida satisfacción. Incluso antes de que él le tocara la parte más sensible de todo su cuerpo, era puro fuego líquido, llamas de deseo ardiente e increíblemente receptivo. El sonido de los gemidos que ella emitía empujó a Leandro a besarla de nuevo, apasionadamente. Su propia impaciencia la atormentaba. Su necesidad era más intensa que nada de lo que hubiera conocido antes.
Leandro la colocó dulcemente de costado, de espaldas a él. Entonces, la penetró con un dulce y placentero movimiento que la hizo gritar de sorpresa y placer. Como él había prometido, fue mucho mejor así. Su lento e insistente ritmo resultaba indescriptiblemente sensual y extremadamente controlado. La excitación que ella sentía alcanzó alturas increíbles al tiempo que las oleadas de placer comenzaban a hacerse dueñas de su cuerpo. El clímax fue poderoso. Los ojos se le llenaron de lágrimas por la maravillosa intensidad del gozo experimentado. Sin embargo, nada podía haber sido más precioso para ella que el momento en el que Leandro lanzó un gruñido de éxtasis y se vertió dentro de ella. La estrechó con fuerza contra su cuerpo y apretó la boca contra el dulce hombro, al tiempo que musitaba palabras incomprensibles en español.
En aquel momento, en el pináculo de la felicidad, ella reconoció lo fiero y elemental que era el deseo de ambos por volver a hacer el amor. Necesitaban redescubrir y compartir esa intimidad otra vez después de su separación, por muy breve que ésta hubiera sido.
Leandro le colocó los dedos sobre el vientre justo en el momento en el que el bebé daba una fuerte patada.
– ¿Ha sido nuestro hijo? -preguntó, atónito.
– Así es…
– Te he apuntado a la consulta de un ginecólogo local durante nuestra estancia -dijo él sin apartar la mano.
– Eso no era necesario -replicó ella, aunque le gustaba que se hubiera preocupado de tomar tal precaución.
– A mí me parece que sí, tesoro mío. Por si acaso necesitas ver a un médico mientras estemos aquí. Por cierto, la próxima vez que vayas a hacerte una ecografía, yo te acompañaré. Siempre he querido hacerlo, pero creía que mí presencia te resultaría una intromisión. Además, tú jamás mostraste deseo alguno de que yo te acompañara.
Molly comprendió que él se había sentido excluido de una situación que no conocía. Se acercó a él y le tocó la boca con sus propios labios.
– Yo di por sentado que sabrías que yo querría que vinieras conmigo para apoyarme, pero no dije nada al respeto porque no quería que te sintieras obligado. Sabía lo ocupado que estabas.
– Un hombre jamás está demasiado ocupado para su familia y, si lo está, no se merece tener una. Mi padre murió cuando yo tenía cinco años y casi no me acuerdo de él. El año siguiente, me mandaron a un internado.
– Es una edad muy temprana para que alejen a un niño de su casa.
– Yo también lo creo. De hecho, no creo que deba enviar a mi hijo a un internado. Estoy dispuesto a romper la tradición.
A la mañana fueron a visitar al ginecólogo que habían recomendado a Leandro. El médico hizo una ecografía y Molly disfrutó con la fascinación que mostró Leandro con las imágenes y las preguntas que hizo. Sintió un profundo amor cuando él mostró su preocupación en el momento en el que el médico sugirió que el niño naciera por cesárea porque era demasiado grande y Molly muy menuda.
– ¿Estás segura de que a los bebés les gustan tanto los colores fuertes? -preguntó Leandro mientras observaba la colcha multicolor para la cuna y parpadeaba exageradamente.
– Según todas las investigaciones, sí.
– Lo de los colores no es lo mío, corazón -admitió Leandro mientras regresaban al coche. La tarde era tan cálida que decidió cambiar de opinión y la hizo sentarse a la sombra en la terraza de un café-. Siéntate. Estás muy cansada.
Ella sonrió. Estaba muy cansada, sí, pero de estar embarazada. De arrastrar un peso tan enorme de tropezarse con sus propios pies. Sin embargo, se sentía feliz.
Leandro pidió en perfecto italiano el helado favorito de Molly y una copa de vino para él. Se habían sentado en aquella terraza en muchas ocasiones porque estaba muy cerca de su casa.
La estancia de cuatro semanas en la Toscana le había enseñado a Molly a que podía relajarse cuando estaba con Leandro. A él se le daba muy bien cuidar de ella y prever todas sus necesidades. Como siempre, trataba de evitar que el amor que sentía hacia él se le notara en los ojos cuando lo miraba. Desde el principio, se había esforzado mucho por mantener las cosas sin sobresaltos. Desde el principio, él había sido sincero cuando le dijo que no podía darle su amor. Estaba decidida a que Leandro no se sintiera incómodo para no arriesgarse a destruir lo que había entre ellos. Era feliz con lo que tenía en aquellos momentos con Leandro. Además, lo había hecho oficial. La noche anterior, había vuelto a ponerse los anillos que se había quitado el día en el que se marchó de España. Notó que él le miraba la mano constantemente, como si le gustara vérselos puestos.
A lo largo de aquel mes, Molly había conseguido deshacerse de todos sus temores y se había permitido ser feliz. La sombra de Aloise se había evaporado y ya no podía atormentarla. Aunque hubiera sido el amor de la vida de Leandro, su matrimonio no había funcionado y Molly ya no sentía envidia hacia ella. Sin embargo, seguía teniendo curiosidad. Iba a hablarle a Leandro sobre las cajas de píldoras anticonceptivas que había encontrado en el vestidor, pero se sentía tan feliz que no quería que nada pudiera estropearlo.
Había tenido una magnífica luna de miel seis meses después de casarse en la maravillosa Italia. Jamás olvidaría Casa Limone. Recordaría eternamente el aroma de los limones del huerto porque, en una ocasión, hicieron el amor allí. Del mismo modo, el sabor del chocolate le recordaría su embarazo. Lo deseaba casi tanto como deseaba a Leandro, que no sabía lo que era una noche entera durmiendo. El no tardó en confesarle que el libro que había estado leyendo le había aconsejado mal, dado que sugería que el interés de una mujer por el sexo diminuía a medida que el embarazo avanzaba.
Molly apoyó el rostro sobre una mano y admiró a su guapo marido con profunda apreciación. Era tan atractivo que sentía constantes deseos de besarlo, de tocarlo y de acariciarlo. Le parecía que era completamente normal, dado que no podía creerse la suerte que había tenido y necesitaba comprobar constantemente que él era suyo.
– ¿Estás pensando en que mañana vamos a volver a España? Tu familia se va a alojar con nosotros este fin de semana -le recordó él.
Molly sonrió. Sabía que a él le preocupaba que no quisiera volver al castillo, pero no era así. Al contrario. Estaba deseando regresar. Estaba segura de que todo sería muy diferente en aquella ocasión. Después de todo, doña María ya no vivía allí. Por fin, la casa de su esposo sería también suya.
– Me muero de ganas volver a ver a Ophelia -dijo ella.
– Pero si las dos siempre estáis hablando por teléfono…
– Tú vas a volver a trabajar pasado mañana -susurró ella, muy apenada. Sabía que debían recuperar la vida normal, pero le asustaba. Le encantaba tener a Leandro cerca de ella todo el tiempo.
– Te prometo que no trabajaré tantas horas como antes y que tampoco viajaré durante algún tiempo. Además, te llamaré por lo menos dos veces al día. Para mí, es muy importante que seas feliz.
Como Leandro parecía estar tomándose tan en serio su matrimonio, Molly no podía evitar preguntarse qué era lo que había fallado en el primero. Aquella noche, cenaron en un pequeño restaurante en el que ya habían estado antes. Durante el trayecto de vuelta a casa, ella le pidió que le hablara de Aloise.
– Era todo para todo el mundo. Su familia la tenía idealizada. Sus colegas la admiraban. Yo la consideraba una buena amiga. Nuestras familias comenzaron a presionarnos para que estuviéramos juntos cuando teníamos veintitantos años. Hasta aquel momento, yo había disfrutado de mi libertad y di por sentado que ella también. Podríamos habernos negado, pero nuestro matrimonio parecía tener sentido. Yo creía que ella quería las mismas cosas de la vida que yo.
– ¿Consideraste el matrimonio como una unión práctica?
– Pensé que Aloise pensaba lo mismo. Ella tampoco estaba enamorada, pero era muy femenina y, naturalmente, a mí me parecía muy atractiva. Después de la boda, nuestra amistad pareció desvanecerse. Yo no sabía lo que pasaba y ella insistía en que no pasaba nada.
Entraron en la casa. Rápidamente, Molly encendió las luces.
– ¿Qué pasó el día del accidente?
– Lo que voy a contarte debe seguir siendo un secreto por el bien de la familia de Aloise. Ella no quería que ellos lo supieran. Yo le pregunté por qué me trataba como si yo fuera su enemigo -prosiguió, tras una pequeña pausa-. Entonces, por fin me contó la verdad. Yo me enfadé mucho con ella…
– ¿Qué le dijiste?
– La acusé de engañarme y de arruinar las vidas de los dos porque ella quería que siguiéramos viviendo una mentira y… Dios mío… Yo quería escapar de todo eso…
– No comprendo. ¿Cuál era la verdad?
Leandro lanzó una dura carcajada.
– Era lesbiana. En el momento en el que lo admitió, no pude comprender cómo no me había dado cuenta. Ella se sentía atrapada en nuestra vida. Nuestro matrimonio era un desastre, pero ella estaba dispuesta a sacrificarlo todo por guardar su secreto. En el momento en el que ella más necesitaba mi comprensión y mi apoyo, yo le di la espalda. Por eso ella salió huyendo, se metió en el coche y terminó estrellándose y matándose en la carretera.
Molly se quedó atónita. Extendió las manos y agarró con fuerza las de Leandro.
– Es normal que sintieras que ella te había estado engañando. No fue culpa tuya que ella tuviera ese accidente, como tampoco lo fue que tu matrimonio no funcionara. Era imposible. Ella estaba muy disgustada. Debió de ser muy desgraciada. Los dos lo fuisteis. Déjalo estar. No te culpes de ese accidente…
Leandro soltó las manos y se inclinó sobre ella para tomarla en brazos.
– Siempre eres muy considerada con mis sentimientos. Yo no sabía que tenía tantos hasta que te conocí, corazón mío. Además, estaba el placer erótico en estado puro de una mujer que me deseaba por mí mismo. ¿Cómo iba a poder mantenerme alejado de ti?
– Yo no soy una mujer fuerte y tú provocas adicción -dijo ella mientras Leandro subía la escalera con ella en brazos-. ¡Yo era una chica decente hasta que apareciste tú!
– Para mí significó mucho ser el primero. Creo que me enamoré de ti la primera noche que nos conocimos, pero no sabía lo que me había pasado. Aunque no estaba enamorado de ella, Aloise me hizo mucho daño. Me esforcé mucho con ella sin conseguir nada. Contigo quería mantener las distancias, no implicarme demasiado, pero no pude…
– ¿Te enamoraste de mí?
– Perdidamente. Nunca antes había estado enamorado. Había deseado a una mujer, sí, pero enamorarme… No conocía la diferencia. Todo el tiempo estuve en pleno conflicto conmigo mismo. Por eso te pedí que fueras mi amante.
– Eso me dolió.
Al llegar a la habitación, la colocó sobre un enorme diván. Entonces, se agachó delante de ella, le agarró las manos y se las besó a modo de ferviente disculpa. Con los ojos llenos de amor, Molly le acarició suavemente la cabeza.
– Te mereciste que me quedara embarazada. ¿Por qué te tomaste la molestia de decirme que no me podías dar amor cuando me pediste que me casara contigo?
– No sabía que pudiera darlo. El amor jamás ha sido mi estilo. Durante mucho tiempo, estuve celoso de Jez.
– ¿De Jez? -preguntó ella, incrédula.
– El y tú teníais unos vínculos muy fuertes que a mí me resultaban amenazadores -admitió Leandro-. De hecho, creo que conocerte ha servido para bajarme los humos. Lo hice todo mal. No te di la boda ni la luna de miel que deberías haber tenido…
– … ni fuiste el novio ideal. Pero eras genial en la cama después del horario de oficina.
– Me encanta volver a casa para estar contigo.
– ¡Pero si llegabas tarde todas las noches!
– Me obligaba a disimular para, de ese modo, no perder el control. Odio perder el control.
– Pues a mí me gusta cuando lo pierdes -susurró Molly-. ¡Vaya! Aún no te he contado lo de las píldoras anticonceptivas que encontré en el vestidor el día en el que me marché de casa.
Leandro se quedó atónito. Inmediatamente, se dio cuenta de que sólo pudieron haber pertenecido a Aloise.
– No quería tener hijos conmigo…
– Supongo que, si se sentía atrapada en esa vida, un hijo la habría atrapado aún más.
– ¿Y eso qué importa ahora? -susurró él mientras le acariciaba el vientre con un orgulloso aire de satisfacción-. De todo eso hace tanto tiempo… Además, tú y yo estamos hechos el uno para el otro. En el momento en el que te vi, me sentí atraído por ti.
– Yo me di cuenta de que te amaba el día en el que me marché del castillo. Salir de allí me rompió el corazón.
– Yo tardé demasiado tiempo en darme cuenta de lo que te estaba haciendo. Cuando te marchaste, me sentí vacío, pero ciertamente sirvió para despertarme, mi vida. No sabía que me amabas…
– Loca, apasionadamente y para siempre -le juró Molly con fervor.
Leandro se rindió por completo al brillo cálido que vio en los ojos de ella y la besó con una pasión que la dejó completamente sin aliento.
Dieciocho meses después, Molly bajó a la playa con Ophelia y los tres hijos de ésta. La isla griega de Rastros, que pertenecía a Lysander, era un oasis de paz y tranquilidad.
El miembro más pequeño de la familia, Felipe, iba dormido en su silla de paseo. Unas pestañas larguísimas acariciaban la piel olivácea de sus mejillas. Con sus rizos negros y ojos verdes, el primogénito de Molly y Leandro, combinaba bellamente los genes de sus padres. Era un niño muy vivaracho, que casi nunca dormía durante el día. Sin embargo, como la noche anterior habían celebrado una barbacoa en la playa hasta muy tarde, estaba compensando la falta de sueño en aquellos momentos.
Felipe nació mediante cesárea, de la que su madre se recuperó rápidamente. Hasta cierto punto, el nacimiento del niño había servido para limar asperezas en la familia de Leandro. Gracias a la intervención de Molly, doña María pudo asistir al bautizo de su nieto. Se comportó con una cortesía extrema con su nuera a lo largo de toda la celebración. Estefanía, la hermana mayor de Leandro, visitaba con regularidad el castillo. Molly sabía que no debía de hacerse ilusiones con su suegra, pero prefería tolerar visitas ocasionales para mantener la paz y la unidad en la familia.
Julia siguió siendo una buena amiga. Había conseguido superar hacía ya mucho tiempo la fallida relación con Fernando Santos y estaba saliendo con un acaudalado empresario que parecía pensar que el sol salía sólo para iluminarla a ella con sus rayos. Ese nuevo pretendiente contaba plenamente con la aprobación de Leandro.
Molly iba a Londres con regularidad para reunirse con sus hermanos y, a menudo, hacía tiempo para ver a Jez. Éste tenía una novia y Molly esperaba que los dos empezaran a vivir juntos muy pronto.
La vida de Molly en España era muy ajetreada, lo que francamente le encantaba. Había decidido que el patio de la granja vieja, donde estaba su estudio, sería un estupendo pueblo artesano en el que los artistas de la zona podían trabajar, exponer y vender sus obras. Financiado por Leandro y Nikolai había tenido una profunda aceptación.
Con la ayuda de Basilio, Molly había conseguido que el castillo funcionara como un reloj. Además, ella hablaba ya español a la perfección y era muy querida por todos los empleados.
– Aquí están… -anunció Ophelia cuando un helicóptero de Metaxis pasó por encima de sus cabezas para ir a aterrizar detrás de la hermosa casa de la que era dueña junto a su esposo-. Lysander dijo que volverían para almorzar y es casi la hora de cenar.
– Nikolai me mandó un mensaje en el que me decía que habían tenido un retraso. Lo siento, se me olvidó decíroslo -confesó Abbey, que iba persiguiendo a su hijo Danilo, de tres años, y al hermanito de éste por la arena de la playa, cuando pasó delante de ellas.
– Vaya, Nikolai gana en el tema de la comunicación -reconoció Molly.
– Sí, pero os apuesto algo que ha puesto su nombre en la lista de espera de otro coche de esos de serie limitada que tanto le gustan -predijo Abbey-. Tenemos todos los garajes llenos de coches. Ni siquiera tiene tiempo para conducirlos todos.
– Simplemente le gusta coleccionarlos -dijo Molly. Se dispuso a sacar a Felipe de la sillita porque el pequeño acababa de despertarse.
Regresó hacia la imponente casa al mismo tiempo que los tres hombres se disponían a bajar a la playa para reunirse con sus esposas. Al ver a Leandro, el corazón le dio un vuelco. Algunas veces le parecía que lo amaba tanto que le dolía. Este era precisamente uno de esos momentos. Al contrario de Lysander y Nikolai, a él no le importaban en absoluto los coches de lujo, pero para cultivar la amistad con los hermanos de Molly, había hecho el esfuerzo de acompañarlos para hacerse amigo de ellos. Los tres hombres se llevaban tan bien como sus esposas, aunque, precisamente por ser hombres, había entre ellos un cierto grado de competitividad que no existía entre las mujeres.
Leandro tomó a Felipe en brazos y lo arrojó al aire. El niño gritó de alegría ante una encantada Molly. Le gustaba mucho el hecho de que Leandro disfrutara tanto con su hijo. Tras colocarse al niño en un brazo, agarró a Molly con el otro.
– Anoche te eché mucho de menos, preciosa mía.
– Yo también. Hicimos una barbacoa en la playa para los niños.
Leandro la miró a los ojos y la estrechó contra su cuerpo. Molly sintió un hormigueo en los labios y un profundo rubor en las mejillas.
– ¿Cuándo vais a dejar de comportaros vosotros dos como si aún estuvierais de luna de miel? -les gritó Nikolai al pasar a su lado a grandes zancadas.
– Nunca… -susurró Leandro sin dejar de mirar a su esposa.
Se preguntó si le gustaría el loro tan parlanchín que le había comprado en Londres. Ophelia le había dicho que se podía quedar con Haddock, pero ella no había querido aceptarlo porque los hijos de su hermana le tenían mucho cariño al loro.
Molly se sentía segura y feliz. Más tarde, cuando Leandro y ella estuvieran solos, le diría que su segundo hijo estaba ya de camino. Sabía que él estaría tan contento con la noticia como ella misma.
Felipe pidió que lo dejaran en el suelo para poder ir a ver el castillo de arena que Poppy y sus hermanos estaban construyendo. Molly miró a Nikolai, que estaba abrazado a Abbey mientras sus dos hijos hacían lo propio con las perneras de los pantalones de su padre. Lysander le estaba dando a Ophelia el juego de llaves de un coche y no hacía más que bromear sobre un vehículo suyo que ella había estrellado. Molly sonrió. Adoraba el hecho de tener un marido tan maravilloso y una familia tan cariñosa y cercana con la que compartirlo todo…