Capítulo 6

Molly se miró en el espejo del armario desde todos los ángulos. Ciertamente, Leandro no podría acusarla de no parecer una verdadera novia. Se había comprado todos lo necesario para la ocasión, desde la provocativa ropa interior hasta la liga de encaje adornada con una cinta azul. Su vestido era de ensueño, propio de una princesa de cuento de hadas, y estaba confeccionado en organza y raso. La pedrería del corpiño y la falda reflejaban hermosamente la luz. Unas peinetas en forma de mariposa le recogían el cabello en la parte posterior de la cabeza. No había añadido nada más para no excederse con los adornos.

– ¿Estás lista? -le preguntó Jez-. El conductor de la limusina está muy nervioso. Sin embargo, quiero que sepas que no es demasiado tarde para cambiar de opinión.

– Sé lo que estoy haciendo -respondió Molly a su mejor amigo-. Quiero que mi hijo tenga lo que yo no he tenido nunca…un hogar y una familia.

– Esperemos que Leandro sepa aceptar el desafío -replicó Jez secamente.

– No creo que tuviera tantas ganas de casarse conmigo si no fuera así -respondió Molly tratando de parecer más positiva de lo que se sentía. El hecho de que hubieran intentado sobornarla para que no se casara con Leandro había afectado profundamente su seguridad en sí misma. ¿Tan poco adecuada era como esposa para él?

Jez había accedido a actuar como testigo en la ceremonia. Molly se alegró de tener el apoyo de su amigo mientras la limusina la llevaba de camino a la iglesia. Al entrar por la puerta del templo, sintió que el corazón le latía frenéticamente en la base de la garganta. Comenzó a avanzar hacia el altar del brazo de Jez. Leandro, acompañado sólo por otro hombre, la estaba esperando. Iba vestido con un traje gris marengo de raya diplomática, que acompañaba con una camisa blanca. Estaba tan guapo…

Leandro observó a Molly. Estaba radiante, tal y como correspondía a una novia. Sus ojos verdes eran mares llenos de luz en su delicado rostro. Sus labios resultaban tan hermosos como las rosas que llevaba en su ramo y tan sensuales como los cremosos pechos que se asomaban por encima del escote del romántico vestido. Cuando ella se arrodilló a su lado, le supuso un desafío apartar los ojos de ella. La tensión que estaba sintiendo en la entrepierna se intensificó un poco más.

Molly dijo sus votos con voz clara y serena, a pesar de los nervios que la atenazaban por dentro. Era muy consciente de la cercanía de Leandro. Se permitió mirar su duro y bronceado perfil y sintió que el pulso se le aceleraba cuando él se volvió a mirarla al llegar el momento de intercambiar los anillos. Ya era su esposo.

Cuando la ceremonia terminó, él le presentó a su abogado, que era el hombre que había actuado como su testigo. A ella le sorprendió mucho que no se tratara de un amigo.

Los dos testigos declinaron la invitación de acompañarlos a almorzar. Jez la abrazó emocionadamente, dado que la pareja iba a marcharse directamente a España después de comer.

– No me puedo creer que estemos casados -le dio a Leandro mientras almorzaban en la suite de un lujoso hotel.

Por el contrario, Leandro se había sentido casado desde el instante en el que entró en la iglesia. Ya se estaba enfrentando a una opresiva sensación de confinamiento, a la que no había contribuido a aliviar la llamada histérica de su madre poco antes de la ceremonia, en la que le pidió desesperadamente que cambiara de opinión. Comprendió que tal vez había sido demasiado optimista al pensar que su familia vería el buen sentido de su decisión. Después de todo, una novia embarazada reunía a la vez dos de las cosas que se esperaban de él.

– Supongo que es mejor que vaya a cambiarme -dijo ella tras levantarse de la mesa.

– No. Déjate el vestido puesto, querida.

– ¿Para el vuelo?

– ¿Y por qué no? -replicó él, con los ojos llenos de deseo.

Leandro le agarró una mano y tiró de ella para saborear el fresco aroma a limón que había aprendido a asociar con la presencia de Molly.

– Quiero quitártelo yo. Podrás cambiarte antes de que aterricemos…

Molly se sonrojó. Aquel comentario la excitó profundamente. Los pezones se le irguieron y una cálida humedad la inundó. Leandro le había enseñado a desearlo y, aunque le molestaba que así fuera, no podía aún contener la pasión que provocaban en ella sus caricias.

– ¿Cómo fue tu primera boda? -le preguntó ella mientras iban de camino al aeropuerto. Se moría de ganas por saberlo aunque había tenido que sacrificar su orgullo para hacerlo.

– No creo que debamos hablar de eso -replicó él, muy secamente.

– ¿Y por qué no? -quiso saber ella. Se sentía ofendida por la reticencia de Leandro.

El respiró profundamente.

– Fue diferente. Una gran boda de sociedad.

Después de esa frase, quedó sumido en un profundo silencio. No obstante, había dicho más que suficiente para satisfacer la curiosidad de Molly. Ella deseó no haber preguntado nada. Una vez más, estaba haciendo comparaciones. De hecho, ni siquiera había sonreído ni le había dicho lo guapa que estaba en el día en el que todas las mujeres esperan sentirse verdaderamente especiales.

Ya en el aeropuerto, mucha gente se volvió para mirarla con su vestido de novia. Molly no prestó atención, pero sintió lo mucho que Leandro despreciaba aquel escrutinio. Estaba muy tenso. Las cosas no mejoraron cuando su equipo de seguridad no fue lo suficientemente rápido para evitar que un fotógrafo se les pusiera delante y les tomara una foto.

– Deberías haberme dejado que me cambiara.

– Creía que te gustaría recibir tanta atención, querida. Te has vestido para que así sea y, además, te aseguraste de que hubiera un fotógrafo en la iglesia para inmortalizar la ocasión.

Molly respiró profundamente y se contuvo para no responder. No creía que la sala VIP del aeropuerto fuera el lugar más adecuado para tener una discusión con su marido. Apretó los dientes y decidió esperar hasta que estuvieron acomodados en la cabina del lujoso avión privado de Leandro.

Con gran dificultad, se sentó y trató de abrocharse el cinturón.

– Creo que, después de todo, no ha sido muy buena idea pedirte que no te quitaras el vestido de novia -admitió Leandro poco después de que despegaran.

– Oh, bueno. Al menos no me pediste que me pusiera una bolsa de papel sobre la cabeza ni fingiste en el aeropuerto que no me conocías -ironizó ella.

– ¿Qué significa ese extraño comentario? -replicó él.

– Que cuando me criticas por haber contratado un fotógrafo, dejas al descubierto lo poco realistas que son tus expectativas -respondió ella. Con eso, se quitó el cinturón y volvió a ponerse de pie-. Se supone que éste es el día de mi boda. Al contrario que tú, yo me he casado antes y me habría gustado que fuera una ocasión más memorable. Por supuesto, lo que yo podría querer no te importa a ti en absoluto. No sólo eres una persona autoritaria, Leandro… ¡estás a punto de convertirte en un tirano dominante!

– Estás histérica -dijo él fríamente.

– No, no lo estoy. Si estuviera histérica, estaría arrojando cosas por todas partes y gritando como una loca. En realidad, estoy furiosa contigo. ¡Por supuesto que quería fotografías del día de mi boda! Poder fingir de algún modo que se trataba de un matrimonio normal nos podría venir bien para el futuro. ¿O acaso te gustaría decirle a nuestro hijo que no tenemos ninguna foto porque fue una boda improvisada y tú no viste necesidad alguna de celebrar la ocasión?

– Si querías un fotógrafo, deberías habérmelo dicho.

– ¿Cuándo? Estabas en España y a mí ni siquiera se me permitió formar parte de los preparativos -le recordó ella.

– Di por sentado que te aliviaría ver que yo me ocupaba de todo.

– ¿Y qué malo había en preguntarme a mí lo que sentía al respecto? Pero claro, tú nunca me preguntas nada. No te importa cómo me siento, entonces, ¿por qué molestarte?

– Si no me importara, ¿tendrías ese anillo en el dedo? -le espetó él lleno de convicción.

– No. Si yo te importara, no me habrías amenazado para asegurarte de que me ponías este anillo en el dedo -repuso Molly-. Ese fue el acto de un hombre muy cruel, a quien no le importa lo que tenga que hacer para conseguir lo que quiere.

Leandro la miró fijamente a los ojos.

– Lo considero un acto necesario, empujado por mi comprensible preocupación por tu bienestar, un acto que me ha hecho estar en la posición perfecta para poder cuidar de ti y de mi hijo. En estos momentos, considero ese papel como el propósito fundamental de mi vida.

– No sabes cómo tener una relación, ¿verdad? En vez de tratar de ganarte mi confianza y mi apreciación, utilizas amenazas. Tal vez la agresividad funcione bien en el mundo de los negocios, pero no se pueden forjar relaciones humanas saludables de ese modo.

De repente, se produjo una fuerte turbulencia. Leandro dio un paso al frente y la tomó entre sus brazos. Suponía que ella consideraría también agresivo aquel gesto, pero si no tenía el suficiente sentido común como para sentarse o, al menos, quitarse unos zapatos tan altos e inestables, terminaría cayéndose y haciéndose daño.

– ¡Déjame en el suelo, Leandro! -le gritó Molly, aun temiendo que pudiera escucharles la tripulación de la nave.

De un codazo, Leandro abrió la puerta que conducía al dormitorio y la dejó con exagerada dulzura sobre la cama. Entonces, se sentó a su lado y le quitó los zapatos.

– Ahora eres mi esposa. Por supuesto que me preocupo por ti. Vamos a celebrar nuestro matrimonio con una gran fiesta en mi casa mañana por la noche, gatita mía.

Al escuchar aquellas palabras, Molly abrió mucho los ojos. Sus sentimientos heridos se vieron compensados inmediatamente por el hecho de que él hubiera organizado aquella fiesta para presentarla a todos los suyos. Aquel acto la compensaría de algún modo de la poco ceremoniosa boda que habían tenido.

– Deberías habérmelo dicho antes.

– Me gustan las fiestas tan poco como las bodas -confesó él.

Molly sonrió. Era tan guapo que su imagen fue borrando poco a poco el enfado que sentía. Le agarró con fuerza la corbata y tiró de él.

– Eres una causa perdida. ¿Cómo le dices a tu esposa algo así en el día de tu boda?

– ¿Ha estado mal? -preguntó Leandro, sorprendido sinceramente.

– Sí, pero tú vas a compensarme por ello…

Leandro estaba en trance por la mirada tan sugerente que había en los expresivos ojos de Molly. La pasión que ella era incapaz de ocultar prendía fácilmente la de él. La aplastó con fuerza contra el colchón y le atrapó los labios con urgencia, haciendo que estos se separaran con el suave contacto de la lengua.

Casi sin que se diera cuenta, Molly comprobó que él estaba desabrochando hábilmente el corsé y el sujetador. Se sentía incapaz de reaccionar, pero ardía por dentro. Las agradables sensaciones se transformaron en un placer total cuando él le cubrió los desnudos pechos y comenzó a estimularle los rosados pezones con los pulgares. Estos se irguieron hasta lo imposible y aquello le hizo lanzar un gemido de placer.

– Me encantan tus pechos, querida…

Mientras él recorría concienzudamente los cremosos pechos para asegurarse de que no quedaba ni un centímetro por estimular, Molly se retorcía de placer bajo él. De repente, él le quitó la falda del vestido y se levantó de la cama para terminar de quitarse la ropa. Mientras terminaba con la camisa, Leandro se dio un festín con la embrujadora apariencia de su esposa, ataviada con delicadas braguitas blancas y medias de encaje. De repente, se mostró más dispuesto a admitir que el matrimonio tenía sus compensaciones.

– Estás increíblemente sexy -le dijo con voz ronca-. No puedo apartar los ojos de ti.

Molly estaba sufriendo un problema similar. El físico de piel dorada que Leandro estaba dejando al descubierto a medida que se iba desnudando era imponente, desde los poderosos pectorales hasta los largos y fuertes muslos. Esta admiración no pasó por alto la potente erección que resultaba claramente visible por los ceñidos boxers que él llevaba. Algo se tensó en su interior dando paso a una oleada de deseo que se le extendió por todo el cuerpo. La fuerza de la pasión que sentía hacia él la dejaba atónita.

Cuando Leandro se tumbó en la cama al lado de ella, Molly lo abrazó. Le encantaba el aroma de su piel y el tacto del vello que le cubría el torso. Se advirtió que no iba a enamorarse de él. Decidió que no iba a darle más de lo que él estaba dispuesto a ofrecerle. Leandro le quitó las prendas que ella aún llevaba puestas y, lentamente, centró toda su atención en dar placer al cuerpo de Molly, que se retorcía de dicha bajo sus caricias.

La tensa sensación que estaba experimentando en el centro de su feminidad era como un dulce dolor que iba incrementándose poco a poco mientras ella se movía, tratando de encontrar la satisfacción que él le negaba.

El cabello de Leandro le rozó el estómago mientras le hundía la lengua en la suave hondonada del ombligo. Entonces, siguió hacia abajo, dirigiéndose a un destino mucho más íntimo entre los esbeltos muslos. Molly se quedó rígida de la sorpresa, pero Leandro era muy persuasivo y, muy pronto, estaba demasiado excitada como para poder resistirse. El salvaje y fiero anhelo que luchaba por explotar dentro de ella no tenía ni conciencia ni vergüenza. Donde quiera que él la tocara, Molly ardía. El corazón le latía frenéticamente mientras recibía las atentas delicias de aquella exploración. No se reconocía en aquella tormenta de excitación que la iba empujando cada vez más alto. Un único dedo forzó la delicada entrada del cuerpo de Molly. Ella gritó de puro placer y movió convulsamente las caderas. Estaba más que lista para él…

– Dios mío, querida… No puedo esperar -confesó él con impaciencia.

La excitación de Molly también había alcanzado cotas insuperables cuando él la agarró con fuerza y la penetró. El placer fue tan intenso que lanzó otro grito de gozo, pero él lo amortiguó con su propia boca. Entonces, comenzó a moverse dentro de ella, introduciéndole el miembro viril y satisfaciendo por fin el ansia que la había atormentado hasta entonces con la enérgica fuerza y el ritmo de su masculina necesidad. Ella levantó las caderas para recibirlo mejor mientras que Leandro le colocaba una mano bajo el trasero para inmovilizarla plenamente mientras se hundía en ella con un fuego abrasador.

– Jamás he sentido nada como esto -gruñó Leandro con profunda satisfacción. No dejaba de mirarla mientras tomaba y daba placer. Una ligera capa de sudor le cubría el delgado y bronceado rostro.

Las oleadas de excitación eran cada vez más intensas hasta que Molly explotó en medio de un mundo de penetrante luz, de éxtasis y de gozosas sensaciones. El cuerpo se le tensó justo antes de alcanzar el clímax mientras que él tembló sobre ella y la penetró aún más profundamente, por lo que aquel pequeño terremoto de gozo se prolongó un poco más en el tiempo, dejándola a la deriva en un mar de cálido y dulce placer.

– Hmm -gruñó Leandro, tras volver a tumbarse sobre la cama y colocarla a ella encima de él-. En la cama eres la perfección absoluta…

Molly le rodeó con sus brazos mientras disfrutaba de los besos que él estaba depositando sobre su frente. Se preguntó sobre cómo se sentía en referencia a aquel cumplido. Suponía que el sexo era la verdadera y única fuente de su atracción y, tanto si le gustaba como si no, un componente muy importante en el éxito futuro de su matrimonio. Estaba segura de que era poco realista y también egoísta por su parte querer más de eso de un hombre que estaba completamente a años luz de ella en lo que se refería a físico y éxito.

– Me gustaría quedarme aquí durante horas, pero no falta mucho para que aterricemos. Un helicóptero nos llevará al castillo, donde sé que mi familia estará esperando con impaciencia para conocerte.

Molly levantó bruscamente la cabeza.

– ¿Qué castillo?

– Mi casa.

– ¿Quieres decir que… que vives en un castillo? ¿Y que voy a conocer a tu familia inmediatamente?

Leandro observó con asombro cómo Molly se levantaba de un salto de la cama. -¿Qué es lo que pasa?

– ¡Mírame! -exclamó ella horrorizada mientras se miraba a sí misma en el espejo del armario-. Estoy hecha un asco y, además, ¿qué me voy a poner?

– Tienes las maletas aquí…

– Pero no sé lo que debo ponerme en un castillo…

Aún completamente desnuda, ella se lanzó sobre una de las maletas y trató de llevarla al suelo.

– ¿Qué estás haciendo? -le preguntó Leandro, al tiempo que se levantaba de la cama para quitarle la maleta de las manos y ponerla sobre la cama-. Ni se te ocurra levantar algo tan pesado.

– ¿Qué me voy a poner? -repitió ella mientras revolvía los contenidos de la maleta, que eran básicamente prendas informales de brillantes colores-. No tengo nada elegante.

– Pues te dije que fueras de compras -le recordó Leandro.

– Pero no me compré muchas cosas dado que estoy embarazada -le dijo ella con frustración-. Dentro de unas pocas semanas no me servirá nada de esto y tendré que comprar prendas pre-mamá. Por eso, decidí no desperdiciar el dinero.

– No importa lo que te pongas -dijo Leandro, en un intento por calmarla.

Molly seleccionó un vestido muy veraniego de color cereza y negro.

– ¿Crees que esto podría servir?

– Servirá lo que te pongas. Tú eres mi esposa y no tienes que impresionar a nadie en nuestra casa.

Molly se sintió muy emocionada por aquellas palabras, pero Leandro había nacido en un castillo y ella tenía mucho miedo de conocer a la familia de él. No quería que la primera impresión fuera mala.

– No es tan sencillo.

– Claro que lo es -replicó él agarrándole las manos en un intento de tranquilizarla.

Cuando ella se retocó el maquillaje, pensó que su despeinado cabello y los enrojecidos labios delataban muy claramente que acababa de acostarse con su esposo. El vestido era muy informal. Antes de que los dos se montaran en el helicóptero, ella observó a Leandro. Su apariencia, como siempre, era completamente inmaculada.

Aunque se había asegurado que estaba preparada para un castillo, ciertamente no lo estaba para el enorme edificio que pudo observar cuando el helicóptero se disponía a aterrizar. El castillo de Leandro era de los de verdad, con torres, torreones y murallas medievales. Estaba en una colina, rodeado por extensos jardines y dominando un fértil valle cubierto de bosques y campos de olivos.

– No me extraña que creas que eres el centro del mundo -comentó ella, refiriéndose a la seguridad que Leandro siempre mostraba en sí mismo-. ¿Y quién diablos son todas esas personas que están esperando a la entrada?

– Nuestros empleados. Nuestro matrimonio es un acontecimiento muy importante para mi casa y todo el mundo quiere darte la bienvenida a tu nuevo hogar y desearte todo lo mejor.

Molly estaba convencida de que ella sería una desilusión para todos. Consciente del ejército de ojos que se habían posado sobre ella, se acurrucó al lado de Leandro.

– Todos nos están mirando -susurró mientras esbozaba una tensa sonrisa.

– Probablemente porque creen que te he robado de alguna cuna.

Éste fue el menor de los obstáculos que Molly tuvo que saltar. Tras entrar en el grandioso vestíbulo del castillo, adornado con retratos enormes y esculturas de mármol, la madre de Leandro se acercó a saludarla. Era una mujer alta, de cabello plateado y fríos ojos. Iba acompañada de dos mujeres más jóvenes, que, como ella, llevaban trajes muy elegantes. Mientras se realizaban las presentaciones, el ambiente siguió igual de frío. Doña María y sus dos hijas, Estefanía y Julia, se limitaron a mirar secamente a Molly mientras ésta trataba de pronunciar palabras de saludo y agradecimiento y de comportarse como si no hubiera notado que, en aquella bienvenida, faltaba algo. Ciertamente esperaba que no fueran a compartir el mismo techo con todas aquellas personas.

Leandro se quedó atónito cuando entró en el abarrotado salón, en el que parecía haberse organizado una recepción formal. Vio rostros que no había visto desde hacía diez o veinte años. Su madre había reunido a todos los parientes que tenía, incluso a los primos lejanos, para intimidar a su esposa.

– ¿Es ésta la fiesta que mencionaste? -susurró Molly. Se sentía muy poco vestida cuando se comparaba con el resto de las mujeres, que llevaban elegantes vestidos y relucientes joyas.

– No. Aquí está toda la familia. Lo siento. No sabía que se había planeado todo esto.

Al ver la sala repleta de invitados, Molly tragó saliva, pero levantó la barbilla. Sabía que debía preguntarlo.

– ¿Vive tu madre aquí contigo?

– No. Vive en Sevilla, pero viene a verme de vez en cuando -susurró Leandro mientras realizaba las presentaciones.

Muchos de los invitados hablaban inglés, pero pocos tenían un dominio suficiente del idioma como para poder tener una conversación relajada con ellos. Molly se dio cuenta de que, si tenía intención de encajar en aquel mundo, tenía que aprender español lo más rápidamente que fuera posible.

– Tengo que aprender español -le dijo a Leandro en cuanto pudo-. Evidentemente, tú no vas a estar siempre a mi lado para actuar de intérprete. ¿Conoces a alguien que estuviera dispuesto a enseñarme?

– Lo organizaré todo. Efectivamente, aprender aunque fuera sólo un poco de español te ayudaría mucho -replicó él con una sonrisa.

De repente, su hermana Julia se acercó a él y le dijo algo.

– Una llamada de teléfono -explicó Leandro antes de marcharse-. Trataré de no tardar mucho, querida.

– ¡Dios mío! -exclamó la bonita morena-. Hay que ver cómo miras a Leandro. Estás realmente enamorada de mi hermano.

Molly palideció. Estaba a punto de refutar aquella afirmación cuando se le ocurrió que, como esposa de Leandro, podría ser mejor guardar silencio sobre aquel tema. ¿De verdad que lo miraba de un modo particular? Sintió una profunda vergüenza.

Lejos de su intimidante madre, Julia era una chica completamente diferente. Tomó dos copas de la bandeja que llevaba un camarero y le entregó una a Molly.

– No puedo beber -respondió Molly con una sonrisa de disculpa.

– Lo siento… se me había olvidado que estás embarazada. Todos seguimos estando aún muy sorprendidos. A ti te costó cinco minutos lo que Aloise no pudo conseguir en cinco años.

Aquella frase sació la curiosidad de Molly en varios aspectos. El primer matrimonio de su esposo había durado cinco años y la esposa de él, Aloise, no había sido capaz de concebir. ¿Explicaba esto el porqué Leandro había estado tan convencido de que no se podría quedar embarazada? Le parecía que sí.

– Ven a conocer a Fernando -la animó Julia-. Es más joven y más divertido.

Fernando Santos era el encargado de la finca. Se trataba de un hombre joven y atlético de unos veintiocho o veintinueve años. Julia se puso muy contenta al verlo y la pareja intercambió bromas, hasta que doña María volvió a llamar a su hija a su lado desde el otro lado de la sala.

– ¿Es usted la persona a la que debería preguntar si hay algún cobertizo vacío que yo pudiera utilizar para colocar un horno para cocer cerámica? -le preguntó Molly al tiempo que miraba a su esposo y se preguntaba por qué él la estaba mirando tan fijamente.

– Sí, Su Excelencia. Podría haber un lugar adecuado en el viejo patio -replicó Fernando-. Tuvimos que construir nuevos cobertizos para la maquinaria agrícola y ahora hay varios vacíos.

– Llámame Molly -sugirió ella. Sonrió abiertamente. Se sentía muy contenta porque un trabajo diario ya no le impedía realizar sus ambiciones artísticas y, por lo tanto, podía hacer lo que quisiera con su tiempo.

– Creo que eso ofendería a su familia política, señora. Usted es la esposa del Duque y, en esta casa, se mantienen las formalidades tradicionales.

– Me va a costar algún tiempo acostumbrarme.

– Sin embargo, sé que hablo en nombre de todos los empleados cuando le dio que estamos todos muy contentos de que Su Excelencia se haya vuelto a casar -le dijo el joven muy afectuosamente.

Leandro se unió a ellos en aquel momento. Fernando se quedó más callado. Leandro parecía muy frío y distante. Tras una conversación sobre los olivares, que se realizó en inglés por la presencia de Molly, Leandro la acompañó a una espaciosa sala. Molly lo miró y se puso tensa. La mirada de su esposo le dejaba muy claro que algo no le había gustado.

– Mantén las distancias con Fernando Santos -le espetó Leandro-. Aunque es un empleado ejemplar, tiene una cierta reputación con las mujeres, y el hecho de que te vieran disfrutando a menudo de su compañía no te beneficiaría en absoluto.

Asombrada por aquel comentario, Molly replicó:

– ¿Qué demonios estás tratando de decirme?

– Que no flirtees con él y que mantengas las distancias con ese hombre cuando estéis cerca.

– No estaba flirteando -replicó ella-. Sólo estábamos hablando. No creía que fueras un hombre celoso, pero gracias por advertírmelo.

– No he tenido celos en toda mi vida -dijo él con gélida dignidad-, pero tu comportamiento estaba atrayendo la atención de…

– ¿En el día de mi boda? ¿Estando embarazada de tu hijo? ¿Está todo el mundo loco aquí o sólo eres tú? -le preguntó Molly con incredulidad. Entonces, se dio la vuelta y se alejó de él con la cabeza muy alta.

Leandro la observó atentamente. Era una mujer muy menuda con un vestido muy llamativo, que se le ceñía perfectamente al cuerpo. Apretó los dientes. Contuvo la necesidad de detenerla y de obligarla a escucharle. A ella le gustaba la compañía de los hombres y a estos la suya. Sabía lo cercana que estaba a Jez Andrews. Su mejor amigo era un hombre, no una mujer, y no se sentía cómodo con ese hecho. Otro hombre podría interpretar fácilmente que las sonrisas de afecto y la simpatía innata de Molly eran una invitación. También parecía completamente ajena al hecho de lo sexy que estaba con aquel vestido, que era mucho más propio de la playa que del salón de baile de un castillo…

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