Leandro observó cómo Molly cruzaba el restaurante. Los hombres volvían la cabeza para mirarla. El vestido que llevaba puesto era poco llamativo, pero se le ceñía a los pechos y era lo suficientemente corto como para dejar al descubierto unas hermosas rodillas y acentuar los zapatos de tacón que llevaba puestos para contrarrestar su pequeña estatura. Sin embargo, los hombres no dejaban de mirarla y él tampoco. Tal vez fuera la llamativa melena de rizos negros o los enormes ojos del color de las esmeraldas, o la boca que él sólo tenía que mirar para excitarse. Ninguna mujer lo había afectado de aquel modo desde los años de su adolescencia.
– Este lugar está muy de moda -afirmó ella al tiempo que trataba de no mirarlo a la cara para no dejar que la atracción magnética de Leandro pudiera ejercer influencia alguna sobre ella. Estaba tan guapo como siempre.
– Vengo a cenar aquí a menudo. Es más rápido que pedir comida para que me la lleven a casa -respondió él-. Estás muy hermosa, querida mía.
– Eso no es cierto -replicó ella, tan rígida como una barra de hierro-. Di por sentado que querrías cenar en un lugar más tranquilo, en la clase de lugar en el que pudiéramos hablar.
¿Hablar? A Leandro no le gustaba el tono con el que ella había empleado aquella palabra. Sus deseos y necesidades eran la cumbre de la simplicidad masculina. Quería darse un festín visual con ella y llevársela a casa con él al final de la cena. Sin embargo, el comentario de Molly le puso muy nervioso y le empujó a comenzar la cena realizando él la primera pregunta.
– ¿No va siendo ya hora de que me hables sobre Jez?
– ¿Por qué dices eso? -replicó ella, tras levantar la cabeza del menú que estaba estudiando.
– Evidentemente, hay mucha familiaridad entre vosotros dos. ¿Qué lugar ocupa él en tu vida?
– Es mi mejor amigo. Como es dueño de la casa, también es mi casero.
Leandro jamás había tenido mucha fe en las relaciones platónicas entre hombres y mujeres. Estaba convencido de que Jez tenía un interés mucho más personal por Molly.
– Pues se comportó más bien como un guardián protegiendo su territorio y ahuyentando a la competencia… como un novio.
Molly se ruborizó. Le molestaba que Leandro sólo hubiera visto a Jez en una ocasión y se estuviera cuestionando el grado de amistad que había entre ambos. ¿Significaba este detalle que era muy astuto a la hora de calibrar la naturaleza humana o que era un tipo celoso?
– Jez me aprecia mucho, pero jamás ha habido nada entre nosotros. Nos conocemos desde que estábamos en casas de acogida cuando éramos pequeños.
– Pensaba que te habían adoptado.
– No por mucho tiempo. Yo era mayor y no había muchas personas que estuvieran dispuestas a adoptarme. Una pareja mayor que ya tenía un hijo me adoptó porque siempre habían querido una hija. Mi padre adoptivo murió de un ataque al corazón seis meses después de que yo me mudara a vivir con ellos. Mi madre adoptiva sufrió una fuerte depresión y decidió que ya tenía bastantes cosas entre manos como para tener que ocuparse además de una niña más. Regresé al programa de acogida a finales de ese mismo año.
Leandro pensó en lo privilegiada que había sido su infancia. Le habían hecho creer que, como heredero del título y de las propiedades familiares, era la persona más importante de la casa. Las largas y solitarias temporadas que pasaba en el internado contrastaban con un exceso de lujo y de atenciones durante sus vacaciones.
– Eso debió de ser muy duro para ti.
– Sobreviví. Tengo una personalidad bastante fuerte. Creo que aún no te has dado cuenta de eso, Leandro.
– ¿De verdad lo crees? Me pareces demasiado discutidora.
En ese momento tan inoportuno, el camarero apareció para servir el vino. Aún enojada por la censura de Leandro, Molly puso una mano sobre su copa y pidió un refresco de soda con lima en vez de vino. Cuando volvieron a estar solos, ella le espetó:
– ¡Yo no soy una persona discutidora!
– Yo no discuto con nadie en lugares públicos -le espetó Leandro con frialdad-. Si vuelves a levantar la voz, me levanto y me marcho de aquí.
– En este momento, te aseguro que sería capaz de arrojarte algo a la cabeza.
– Eso tampoco lo intentes -le advirtió él con una fría mirada que heló la furia de Molly con la eficacia de un cubo de hielo.
– En mi experiencia, la mayoría de los hombres se marchan hacia el otro lado cuando las cosas se ponen difíciles -replicó ella.
– Soy muy duro -dijo él con la dureza reflejada en el rostro mientras los ojos la observaban con la fiereza de las llamas-. Tu problema es que me deseas, pero no puedes soportarlo, gatita.
– ¡Eso no es cierto! -protestó Molly.
– Las verdades duelen -susurró él con la voz tan suave como la seda.
– ¿No te has parado a pensar en por qué me he puesto en contacto contigo? -le preguntó ella.
– ¿Te morías de ganas por asegurarme que estabas bien y de que no tenemos nada de lo que preocuparnos? -sugirió él.
Molly se tensó al escuchar aquella desafortunada interpretación.
– No. No estoy bien en el sentido al que tú te refieres.
El camarero volvió a aparecer para anotar lo que iban a tomar mientras Leandro se preguntaba de qué diablos estaba hablando Molly. No se podía creer que ella pudiera estar embarazada.
– ¿Y eso qué significa?
Molly no podía comprender por qué Leandro se comportaba de un modo tan obtuso.
– ¿No es evidente? Hoy he ido al médico, Leandro. ¡Voy a tener un hijo!
Leandro la estudió durante unos instantes, pensando, completamente anonadado por aquella abrumadora afirmación. Casi se había convencido de que era estéril y de que jamás podría ser padre. El anuncio de Molly lo pilló completamente desprevenido y lo aturdió por completo. Palideció y la contempló cuidadosamente mientras se preguntaba qué podía ganar ella de una mentira.
– Muy bien. Veo que te has quedado muy sorprendido. Yo también, pero no hay duda alguna. Estoy embarazada.
Leandro se tapó los ojos. ¿Sería posible que él pudiera engendrar un hijo? Era cierto que Aloise no había podido concebir, pero su esposa también se había negado a consultar con un ginecólogo. ¿Podía ser que una noche de pasión pudiera poner su mundo patas arriba? ¿Podría Molly estar embarazada de él? Durante un segundo, sintió alivio y satisfacción por saber que, después de todo, era capaz de asegurar la continuidad del apellido familiar. Entonces, aplastó esa sensación y la miró con ojos impenetrables. Si era cierto que ella estaba embarazada, tendría que casarse con ella por el bien del bebé. El no veía ninguna otra solución. Desgraciadamente, no tenía prisa alguna por volver a casarse otra vez. Era una pena que no hubiera podido aprovechar más su libertad mientras aún la tenía.
– Di algo -le susurró Molly.
– Este no es lugar para hablar de un asunto tan íntimo. Hablaremos en mi apartamento después de que hayamos cenado.
Por primera vez, Molly apreció plenamente lo hábil que Leandro era a la hora de controlar sus emociones y ocultar sus reacciones. Esa disciplina ponía muy nerviosa a Molly, que no dudaba nunca en expresar sus sentimientos.
El plato de pescado que Leandro pidió llegó por fin a la mesa. Al notar el aroma del pescado, Molly sintió unas profundas náuseas.
– Ciertos olores me resultan muy desagradables -explicó.
Eso fue lo último que se dijeron durante un tiempo porque Molly estuvo conteniendo las náuseas hasta que ya no pudo soportarlo más y luego abandonó la mesa para salir huyendo al aseo de señoras. Leandro hizo que le retiraran inmediatamente el pescado. Los minutos fueron pasando sin que ella regresara. Al final, él le pidió a una de las camareras que fuera al aseo para asegurarse de que Molly se encontraba bien. Poco después, ella apareció. Estaba muy pálida y tenía profundas ojeras en el rostro.
– Lo siento, ya no tengo hambre -susurró apartando el plato de su lado sin tocarlo.
Leandro sugirió que se marcharan. Ella protestó sobre el hecho de que él no hubiera cenado. Leandro respondió que no tenía hambre. Era cierto. Su apetito se había desvanecido. Se sentía como el condenado ante la que va a ser su última cena. No obstante, sabía muy bien cuál era su deber. Por eso, la rodeó con un brazo y la acompañó fuera del restaurante.
– Quiero que vayas a ver a un médico -le dijo él en la limusina.
– Se trata sólo de las náuseas típicas de la mañana…
– Pero ahora son las nueve y media de la noche.
– Bien, pues aparentemente les ocurre así a algunas personas. No significa que haya algo que vaya mal. Simplemente tendré que soportarlo.
Leandro estudió la esbelta figura de Molly. Era muy menuda y la preocupación se apoderó de él. No parecía lo suficientemente fuerte como para sobrevivir al hecho de perderse varias comidas. Decidió que no le quedaba elección. Su deber era casarse con ella, por Molly y por su hijo. Además, se lo debía a su familia. Sin embargo, eso no significaba que tuviera que gustarle el hecho de volver a perder su libertad. Aun así, si con ello conseguía asegurar la siguiente generación de su familia, podría ser que mereciera la pena sacrificarse.
Muy nerviosa, Molly observó cómo Leandro recorría sin parar el elegante salón de su apartamento. Tal vez no hubiera dicho ni una palabra fuera de lugar, pero ni siquiera él podía ocultar su tensión.
– Cuando se haya confirmado el embarazo -dijo él, por fin-, nos casaremos tan pronto como sea posible.
Molly parpadeó de asombro.
– No puedes hablar en serio. Casi no me conoces…
– Estás embarazada de mi hijo. Eso es lo único que necesito saber por el momento. Si el bebé resulta ser un niño, será mi heredero y el siguiente duque de Sandoval…
Ella lo observó con los ojos llenos de asombro.
– ¿Tu familia tiene un título?
– Sí.
– ¿Y quién es el actual duque?
– Yo, pero sólo utilizo mi título en España.
Durante unos segundos, a Molly le resultó imposible reaccionar.
– Eres un duque… ¿y tú me estás pidiendo que te me case contigo?
– No te estoy dando elección alguna. No puedes criar sola a un hijo mío -replicó él-. Quiero que mi hijo crezca en mi casa con su familia y que hable mi idioma. Esto sólo lo podremos conseguir convirtiéndonos en marido y mujer.
– Pero tú aún no has superado la muerte de tu anterior esposa -musitó Molly. Se arrepintió de estas palabras en cuanto las hubo pronunciado, cuando vio cómo se ensombrecía el rostro de Leandro.
– No soy un hombre emotivo, querida, y tampoco realizo comparaciones de mal gusto. Me pareces extremadamente atractiva y no veo razón alguna para que no podamos tener un exitoso matrimonio.
Asombrada por aquel punto de vista tan poco apasionado, Molly sacudió lentamente la cabeza.
– Quiero que el hombre que se case conmigo esté profundamente enamorado.
Leandro suspiró lleno de frustración.
– No puedo darte amor -respondió él, sin dudarlo.
Leandro era un duque, un verdadero duque español. A Molly le horrorizaba ese detalle. No era capaz de imaginarse cómo alguien tan corriente como ella podía convertirse en la esposa de un hombre tan rico y de tan alto estatus.
– Respeto profundamente tu sentimiento de responsabilidad hacia el bebé -dijo ella, muy tensa.
– Y hacia ti, querida -añadió mientras le agarraba las manos para obligarla a levantarse.
Al ver que la estrechaba contra sí, Molly sintió que se le secaba la garganta.
– Tan sólo hace un par de semanas en lo único en lo que pensabas era en que yo servía para ser tu amante. Si ni siquiera podía aspirar a la categoría de novia, ¿cómo puedes ahora pedirme con sinceridad que me case contigo?
Leandro ya se la estaba imaginando en su cama del castillo, una sugerente imagen que actuó como oportuno edulcorante para las pocas ganas que tenía de volver a casarse. Él la miró con ojos apasionados e hizo que ella se sintiera acalorada y algo mareada.
– A mi libido no le importan las etiquetas. Seas quien seas, te deseo.
Molly se echó a temblar al entrar en contacto con el poderoso y excitado cuerpo de Leandro. La deseaba y ella podía sentir la descarada prueba de su deseo. Sin embargo, ¿era aquel apetito suficiente para asentar sobre él un matrimonio?
– Lo más diplomático sería olvidar que yo en una ocasión te invité a que fueras mi amante. Si estás embarazada de mi hijo, eso ya no es factible.
– ¿Estás decidido a que el bebé lleve tus apellidos?
– ¿Acaso deseas tú que tu hijo sea ilegítimo?
– No, claro que no -repuso ella inmediatamente-, pero no quiero casarme precipitadamente y vivir el resto de mis días lamentándome por ello.
Leandro la examinó con considerable frialdad. Había esperado una respuesta mucho más entusiasta a su proposición. Pocas mujeres de la posición de Molly habrían dudado. ¿Qué le ocurría? ¿Qué la frenaba? ¿El tipo rubio con las manos llenas de aceite de coche?
– No habrá posibilidad alguna de divorcio -añadió Leandro.
Molly se sintió más impresionada que ofendida por aquella frase. No quería confiar su futuro a un hombre que era capaz de renunciar a sus votos matrimoniales a la primera dificultad. No obstante, tampoco quería promesas vacías. Aunque él no podía darle amor, podría darle muchas otras cosas. El matrimonio con él le reportaría seguridad económica y todo lo que su hijo pudiera necesitar.
– Bien, Molly… ¿cuál es tu respuesta?
– Necesito tiempo para pensar…
– No tenemos tiempo. Además, ¿qué es lo que te tienes que pensar?
– El hecho de que me hagas esa pregunta demuestra la profundidad de tu arrogancia.
– Te advierto que no voy a aceptar una respuesta negativa -le espetó él, con los ojos tan fríos como el hielo-. Si te niegas a casarte conmigo, me veré obligado a enfrentarme a ti para conseguir la custodia del niño.
La velocidad con la que Leandro recurrió a las amenazas sorprendió a Molly.
– ¿Estás tratando de intimidarme?
– No. Te estoy diciendo la verdad. Te estoy diciendo lo que ocurrirá si no te casas conmigo. ¿Prefieres que te mienta? En mi opinión, necesitas conocer todos los hechos antes de tomar una decisión sensata.
– ¿De verdad serías capaz de arrebatarme a mi hijo? -preguntó Molly. Se sentía abrumada por tal amenaza.
– Creo que eres demasiado sensata para llegar hasta ese punto. Estoy seguro de que tomarás la decisión adecuada para todos nosotros.
Sin embargo, la crueldad de la que Leandro había hecho gala la dejó atónita. No estaba preparada para algo así, tal y como no lo había estado para el hecho de que él le propusiera ser su amante. De repente, se dio cuenta de lo engañosas que resultaban su fría fachada y sus exquisitos modales. En vedad, Leandro podía ser tan agresivo, dominante y cruel en sus instintos como el macho de cualquier especie protegiendo su territorio.
– Ahora me gustaría marcharme a mi casa -afirmó ella.
– Mañana por la mañana confirmaremos tu embarazo y tú me darás una respuesta, pero primero…
Leandro la tomó entre sus brazos. Molly quiso resistirse e imitar a una muñeca de cera entre sus brazos, pero la pasión y la sensualidad de sus besos y los eróticos movimientos de la lengua entre los labios la excitaron profundamente. Tuvo que aferrarse a la chaqueta de él para no perder el equilibrio. Se sentía sin aliento, temblando y con un dolor prohibido cobrando vida entre sus esbeltos muslos.
– Te aseguro que no te quieres marchar a tu casa, querida…
A Molly le habría gustado darle un bofetón o gritarle, pero sabía que cualquiera de las dos reacciones le haría parecer infantil. Leandro la observaba con ojos ardientes y, aunque cada traicionera fibra de su ser la animaba a lanzarse de nuevo a los brazos de él, se resistió a la tentación de hacerlo. Desgraciadamente, el pensamiento de otra noche en la cama con él alejaba todos los pensamientos coherentes de su cabeza y la hizo odiarse. Sabía que ganar aquella batalla mental consigo misma era también perder porque Leandro tenía razón en una cosa: no quería dejarlo.
Cuando entró por la puerta principal de su casa, Jez la interceptó en el vestíbulo.
– ¿Y bien?
– Leandro me ha pedido que me case con él.
Jez estaba visiblemente sorprendido. Molly se dio cuenta de que, en secreto, se alegraba de que Leandro hubiera conseguido confundir a su amigo.
– He dicho que le daría mi respuesta mañana.
– Ese hombre te gusta. Está claro que no le vas a decir que no.
– Es el padre de mi hijo -replicó ella irguiendo la cabeza-. ¿No te parece que, al menos, debería darle una oportunidad?
Aquella noche, Molly no pudo dormir. ¿De verdad le gustaba Leandro Carrera Márquez? Suponía que sí porque desde el momento en el que se conocieron, ella no había podido sacárselo de la cabeza durante más de cinco minutos. Allí, tumbada en su cama, volvió a revivir la pasión de los besos de él y descubrió que sólo conseguía ansiar una unión más íntima. Avergonzada por su propio deseo, escondió el rostro en la almohada. Él la había amenazado con una batalla por la custodia de su hijo. Le había dejado muy claro que quería a aquel niño, tanto si nacía dentro como fuera del matrimonio. ¿No debería ella respetarlo aunque fuera sólo por eso? No quería criar en solitario a su hijo. No podía ofrecerle seguridad, ni comodidad ni las ventajas que el matrimonio con Leandro podría reportarle. ¿Cómo podía decirle que no?
Sin embargo, casarse con un hombre al que apenas conocía y mudarse a otro país, a otra cultura, cuando ni siquiera hablaba el idioma supondría un gran desafío. Ciertamente no sería lo más fácil. Además, sería la segunda esposa y no estaba del todo segura de que le apeteciera ese papel. Leandro había dicho que las comparaciones eran odiosas. ¿Significaba eso que no se podía comparar en modo alguno a su primera esposa? ¿Se estaba dejando llevar por la paranoia? Molly decidió que era paranoia. Habría preferido que Leandro no hubiera estado nunca con otra mujer y, sobre todo, que ninguna le hubiera importado lo suficiente como para casarse con ella.
A la mañana siguiente, él la recogió poco después de las diez y la acompañó a su cita con un ginecólogo en Harley Street. Una prueba de embarazo confirmó lo que ella ya sabía. Sufrió una reprimenda del médico por estar tan delgada, lo que la enojó profundamente, porque ella era así y, además, comía mucho.
– No creo que debas discutir con tu médico -le recriminó Leandro cuando volvieron a montarse en la limusina.
– Bueno, tú mismo dijiste que me gustaba demasiado discutir. Soy menuda y delgada. Nací menuda y delgada. ¡Creo que es mejor que vayas acostumbrándote!
– ¿Acaso voy a tener… oportunidad de acostumbrarme a ti? -le preguntó Leandro mientras la miraba fijamente a los ojos.
Ella giró la cabeza.
– No me has dado mucha elección cuando me has amenazado con ir a los tribunales para pelear por la custodia del niño…
– Entonces, ¿eso es un sí?
Molly siguió haciéndose la desinteresada y se encogió de hombros.
– No me gustan demasiado las bodas -admitió Leandro con abrumadora falta de táctica-. Me gustaría una discreta ceremonia religiosa celebrada aquí sólo con los testigos antes de regresar a España.
A Molly no le gustó aquel comentario. A Leandro no parecía importarle lo que ella pudiera desear. Él había estado casado antes y toda la pompa de las bodas parecía aburrirle. Sin embargo, ella esperaba casarse tan sólo una vez en su vida y habría preferido una boda normal.
Leandro la llevó a una exclusiva joyería para escoger las alianzas de boda. A continuación, almorzaron en un elegante hotel. Sin embargo, para entonces, el silencio de Molly estaba empezando a poner nervioso a Leandro.
– ¿Qué es lo que te pasa? -le preguntó él fríamente.
– Eres tan mandón que resulta insoportable. No sé si vuelvo a estar en el colegio o estoy en la cárcel porque nunca dejas de decirme qué hacer y cómo van a ser las cosas -se quejó ella.
– Deberías hablar más fuerte. Por naturaleza soy un hombre muy autoritario.
– Y a mí, por naturaleza, me gusta desafiar a los demás.
– En ese caso, vamos a chocar -replicó Leandro tras mirarla fijamente durante unos minutos.
Durante los siguientes diez días, los futuros novios no tuvieron muchas oportunidades de chocar entre ellos porque Leandro regresó a España por negocios. Su único medio de comunicación era alguna que otra llamada por teléfono.
Molly firmó su acuerdo prenupcial, dejó su trabajo y comenzó a dar carpetazo a su vida en Londres. Leandro le envió una tarjeta de crédito y le dijo que se fuera a comprar un vestido para la boda y también ropa que ponerse en un clima más cálido. Se marchó a Harrods y se compró un vestido de boda con el dinero de Leandro. Él le había sugerido algo elegante y sobrio, pero Molly no le hizo caso y se decantó por un corsé de encaje blanco acompañado de una gloriosa falda de vuelo y unos zapatos de tacón de vértigo.
Aquel día, cuando llegó a su casa, encontró una intrigante carta en el buzón. Provenía de un importante bufete de abogados de Londres y la invitaba a asistir a una reunión para hablar de un asunto confidencial. Molly sintió mucha curiosidad por saber por qué era necesario tanto misterio y llamó. Sin embargo, no le dieron información alguna por teléfono.
– ¿Crees que podría ser algo relacionado con un miembro de tu familia biológica que está tratando de ponerse en contacto contigo? -preguntó Jez-. ¿Una herencia, tal vez?
– Lo dudo. Sólo quedaban mi hermana y mi abuela y ésta me entregó a los servicios sociales.
Sin embargo, la curiosidad y la esperanza de que, efectivamente, alguien de su familia pudiera estar tratando de ponerse en contacto con ella hicieron que Molly acudiera a la cita. La hicieron pasar a un elegante despacho. Allí, la recibió Elena Carson, una abogada.
– Según tengo entendido, va usted a casarse muy pronto, señorita Chapman.
– Así es -replicó Molly. Se preguntó inmediatamente cómo la otra mujer conocía aquel detalle y por qué lo había mencionado.
– Debo pedirle que tenga paciencia sobre las razones por las que usted ha sido invitada a acudir hoy aquí. Mi cliente desea permanecer en el anonimato, pero me ha pedido que le haga a usted una generosa oferta económica.
– ¿Una oferta económica? -preguntó Molly, completamente asombrada. Algo decepcionada, comprendió que aquella reunión no tenía nada que ver con sus parientes de sangre. Se sintió algo estúpida por haber podido pensar que así podría ser.
– Mi cliente desea evitar su matrimonio.
– ¿Evitar mi matrimonio? -preguntó Molly, cada vez atónita.
– Mi cliente es consciente de que dicho matrimonio sería muy ventajoso para usted y está dispuesto a darle una gran suma de dinero para compensarla por tener que cambiar de opinión -respondió la abogada muy tranquilamente.
Molly se quedó boquiabierta. ¿Que alguien quería pagarle dinero por no casarse con Leandro? ¿Quién? ¿Un miembro de la familia de él? ¿Otra mujer que lo quisiera para sí?
– No estoy interesada en cambiar de opinión -replicó ella sin dudarlo.
– ¿Ha pensado usted en lo difícil que va a ser encajar en una familia de la nobleza española cuyos primeros miembros se remontan al siglo XV? ¿Ha pensado en lo difícil que podría ser cumplir las altísimas expectativas de su futuro esposo?
Molly se sentía furiosa.
– No quiero escuchar más tonterías. Aunque Leandro fuera rey, yo me sentiría igualmente capaz de afrontar el desafío porque él es el padre de mi hijo y supongo que él sabía perfectamente lo que estaba haciendo cuando me pidió que me convirtiera en su esposa -proclamó ella acaloradamente.
La abogada, sin embargo, ni siquiera pestañeó.
– Mi cliente actúa en interés de todos y reconoce que usted estaría haciendo un enorme sacrificio si renunciara a ese matrimonio…
– ¿De verdad? -la interrumpió Molly llena de furia mientras volvía a ponerse de pie.
– Y, por lo tanto, está dispuesto a ofrecerle a usted la cantidad de dos millones de libras para que usted se haga una vida en otro lugar sin volver a ponerse en contacto nunca con el señor Carrera -concluyó la abogada.
– Dado que no me voy a casar con Leandro por su dinero, no se puede utilizar para persuadirme de que no me case con él -proclamó Molly con su orgullo herido.
– La intención de mi cliente no era ofenderla a usted, señorita Chapman. Mi cliente sabe que está usted esperando un hijo y desea asegurarse de que tanto el niño como usted disfrutan de un futuro completamente asegurado. Debería usted considerar la oferta. Permítame que le diga que, si va a firmar o ha firmado ya un acuerdo prenupcial con su prometido, cabría la posibilidad de que recibiera usted mucho menos dinero en el caso de que se divorciaran.
Molly ya lo sabía, dado que había firmado tal acuerdo hacía tan sólo un par de días. Es decir, todo acto de adulterio, abandono o lo que vagamente se denominaba «comportamiento no razonable» la dejaría sumida en la pobreza. Sin embargo, Molly quería saber quién era capaz de ofrecer una cantidad de dinero tan grande para impedir un matrimonio. Desgraciadamente, la abogada se negó a proporcionarle aquella información. Evidentemente, el asunto no era ya tan secreto como ella había pensado en un principio. ¿A cuántas personas les había hablado Leandro de su embarazo? Si le decía lo que la abogada acababa de comunicarle a ella, ¿sabría él quién estaba detrás de todo aquello?
Como sólo faltaban cuarenta y ocho horas para la boda, Molly no durmió aquella noche pensando si debía contarle a Leandro lo sucedido en el bufete o no. ¿Y si se trataba de alguien de la familia más cercana de Leandro quien quería comprarla y persuadirla de que desapareciera para siempre? Por la cifra de dinero que la abogada le había ofrecido sólo se le ocurrió que el culpable seguramente era uno de sus parientes más cercanos. Leandro se pondría furioso. ¿De verdad quería arriesgarse a causar tantos problemas dentro del circulo familiar antes siquiera de llegar a España? ¿No sería mejor guardar silencio por el momento y darles a todos sus familiares la oportunidad de conocerla antes de juzgarla?