Capítulo 2

Mientras Molly lo observaba con curiosidad, Leandro trató por todos los medios de contenerse. Al final, comprendió que le sería imposible. Extendió los brazos y la agarró con fuerza antes de estrecharla contra su poderoso y esbelto cuerpo.

Molly se apoyó sobre él. Dejó que los largos dedos se le enredaran en el cabello para levantarle el rostro. Entonces, tímidamente, levantó sus propias manos y dejó que se deslizaran a través de las profundidades del cabello de él. La necesidad que tenía de tocarlo estaba derribando todas sus inhibiciones. La amplia y sensual boca del español reclamó la de ella con explosiva pasión.

Molly jamás había sido besada de aquel modo, como nunca antes había conocido una pasión, urgencia y excitación como la que sintió en aquel momento. Se notaba mareada, fuera de control. La lengua de él se les deslizó entre los labios para retirarse enseguida, provocando que un deseo abrasador se apoderara de ella. Tembló de por la oleada de sensaciones que estaba experimentando, provocando que la boca se negara a separarse de la de él y que los pezones se le irguieran contra la camisa que llevaba puesta. Sus sentidos le daban vueltas por las caricias y el sabor de él, por lo que tuvo que agarrarse a las solapas de la chaqueta de él para no perder el equilibrio.

En algún lugar, la alarma de un coche comenzó a sonar. Leandro se tensó y levantó la cabeza. Entonces, comprendió lo que estaba haciendo y reconoció que estaba actuando según su impulso y sin utilizar el freno de la inteligencia. A pesar de todo, soltarla le costó más de lo que hubiera querido porque estaba muy excitado.

– Lo siento -murmuró.

A Molly le costaba también elaborar pensamiento racional alguno.

– ¿Por qué? -preguntó ella mientras él le colocaba las manos sobre los hombros para empujarla deliberadamente hacia atrás, alejándola de él.

– No debería haber ocurrido algo así y, en circunstancias normales, jamás habría pasado -susurró Leandro.

Molly recordó el hecho de que él, prácticamente, la había empujado de su lado y se sonrojó de vergüenza. No. Efectivamente aquel contacto no debería haber ocurrido nunca y no decía nada en su favor que él hubiera sido el primero en darse cuenta de ello y en hace algo al respecto. ¿En qué diablos había estado pensando ella? Sin embargo, aún sentía el cuerpo cálido y tembloroso.

El rubor que le cubría las mejillas se negaba a desaparecer.

– No me estoy comportando según soy. Tal vez haya bebido demasiado. ¿Qué otra explicación podría haber para mi comportamiento? -inquirió Leandro. Mientras la observaba, sonrojada por completo, no podía dejar de preguntarse qué edad tendría. En aquel momento, le parecía que era muy joven-. Dios mío… Eres la camarera.

Al escuchar tan claramente cómo había expresado él lo que ella era, Molly palideció. Era una persona, un ser humano, antes de ser camarera.

– Debería haberme dado cuenta de que serías un esnob de los pies a la cabeza. No te preocupes. No necesitas excusarte. No soy tan ingenua como para pensar que un beso significa que estábamos ante el nacimiento de una relación. ¡Además, tú no eres mi tipo!

Con una serie de rápidos movimientos, Molly vació la bandeja y se dirigió hacia el interior.

– Eres muy hermosa -murmuró Leandro-. No necesité ninguna otra excusa.

Molly se detuvo en seco al escuchar aquel inesperado cumplido. ¿Hermosa? ¿Desde cuándo era ella hermosa? Le habían dicho que no estaba mal en un par de ocasiones cuando iba muy arreglada, pero no podía haber nada de verdad en la etiqueta que él acababa de otorgarle. Medía poco más de un metro y medio y tenía una melena de rizos negros que eran a menudo imposibles de controlar. Tenía una piel bonita y se consideraba afortunada por poder comer más o menos lo que le gustaba sin ganar peso. En su opinión, aquellas dos cosas eran sus dos únicas ventajas.

– ¿Estabas ahí fuera con el señor Carrera? -le preguntó la madre de la novia, muy enojada, tras interceptarle el paso-. ¿Por qué has tenido que salir a molestarlo?

– No lo estaba molestando. Necesitaba darle las gracias por defenderme y simplemente le he llevado algo de comida -replicó Molly, levantando la barbilla en gesto desafiante.

La alta rubia la miró con airada superioridad.

– Ya le he dicho a tu jefe que tú no volverás a trabajar en mi casa. Tienes una actitud equivocada -le censuró Krystal-. No tenías ningún derecho a tratar de intentar un acercamiento personal con uno de mis invitados y estropear así la boda de mi hija.

Aquel injusto comentario hizo que los ojos de Molly se llenaran de lágrimas y tuvo que morderse la lengua para no contestar. No había hecho nada malo. Había sido insultada verbal y físicamente, pero nadie iba a disculparse con una simple camarera. Regresó a la cocina, donde Brian sugirió que empezara a ayudar al chef a recoger. Lo hizo rápidamente. Poco a poco, el tiempo fue pasando y, con él, el incesante parloteo de los invitados a la fiesta. Todo el mundo se fue marchando.

– Ve a ver si quedan más copas -le ordenó Brian.

Molly sacó una bandeja. La primera persona a la que vio fue al banquero español, apoyado contra la pared elegantemente y hablando por su teléfono móvil. Estaba pidiendo un taxi. Ella se negó a mirar en su dirección. Se dirigió a la sala contigua para recoger un montón de copas abandonadas. Leandro no dejaba de observarla como si se tratara de un ave de presa.

Ella le había dicho que no era su tipo, pero estaba convencido de que era mentira. Sin embargo, no era la clase de mujer que le había gustado en el pasado. Las rubias altas y elegantes habían sido más bien su tipo, como Aloise. Molly le atraía de un modo más básico. El sensual meneo de sus rotundas caderas habría atraído la atención de cualquier hombre de verdad. La melena de cabello rizado y salvaje, los enormes ojos verdes y la atrayente y gloriosa boca eran atributos muy sensuales, y eso sin mirar el resto de su cuerpo. Se excitaba sólo con mirarla. Recordar cómo ella le había respondido no mejoró su situación. Necesitaba una ducha fría. Necesitaba una mujer. Le enfurecía tener tan poco control sobre su cuerpo.

Cuando Molly terminó de ayudar a cargar la furgoneta del catering, las salas estaban prácticamente vacías. Se puso el abrigo y se dirigió hacia la parte delantera de la casa para ir al lugar en el que había aparcado su coche. Le sorprendió encontrarse al banquero español en la calzada.

Era una noche fría y ventosa y él no llevaba abrigo sobre el traje. El viento aullaba por la calle y parecía estar completamente helado.

– ¿No ha llegado aún tu taxi? -le preguntó ella, sin poder contenerse.

– Aparentemente, están muy ocupados esta noche. Creo que no he tenido tanto frío en toda mi vida. ¿Cómo se puede soportar este clima? -preguntó Leandro sin poder evitar que le castañetearan los dientes.

– Es lo que hay -dijo ella. La noche era tan fría que sin que pudiera evitarlo, se le ablandó el corazón-. Mira, me ofrecería a llevarte a tu casa, pero no quiero que te lleves la idea equivocada…

– ¿Y cómo me podía llevar la idea equivocada? -le preguntó Leandro. Sabía que iba a pasar mucho tiempo antes de que volviera a salir a una fiesta sin su chófer. Hasta que fue demasiado tarde, no se le había ocurrido que no podía marcharse a casa tras haber tomado unas copas.

– No te estoy acosando ni estoy expresando ningún interés personal en ti -replicó ella.

Leandro no pudo evitar sonreír porque él estaba pensando justamente lo contrario: que si la dejaba marcharse jamás volvería a verla. Jamás. Se había dado cuenta de que no estaba preparado para aceptar aquella eventualidad.

– Sé que no me estás acosando. Acepto que me lleves -murmuró suavemente.

– Iré a por mi coche -replicó ella. Cruzó la carretera y se dirigió al lugar donde estaba aparcado su antiguo Mini. Mientras abría la puerta y se sentaba en su interior para arrancarlo, no pudo dejar de arrepentirse de lo que había hecho. ¿Por qué no había podido marcharse sin decirle nada? Además, no le había preguntado dónde vivía. Seguro que no le pillaba de camino.

La aparición del brillante coche rojo sorprendió inicialmente a Leandro. Para poder entrar, se dio cuenta de que tenía que echar para atrás el asiento y así poder encajar su altura en un espacio tan pequeño.

– Veo que te gusta el rojo.

– Así resulta más fácil verlo en el aparcamiento. ¿Dónde vives?

La dirección de Leandro era tan exclusiva como ella se había temido, pero no estaba muy lejos de la parte de la ciudad en la que estaban.

– ¿Cómo llegaste a la recepción esta tarde?

– En coche, pero he bebido demasiado como para poder conducir.

– ¿Por eso dijiste que no te estabas comportando según eres?

– No. Hoy es el aniversario de la muerte de mi esposa. Falleció hace un año. Llevo algo desasosegado toda la semana -respondió Leandro. Inmediatamente se preguntó por qué le estaba contando algo tan personal a una desconocida.

– Vaya, lo siento mucho -dijo ella-. ¿Estaba enferma?

– No. Tuvo un accidente de coche. Culpa mía. Tuvimos un… intercambio de palabras antes de que ella se marchara…

– No creo que fuera culpa tuya -le aseguró firmemente Molly-. No deberías estar culpándote. A menos que estuvieras físicamente detrás del volante, sólo se trató de un trágico accidente. No es bueno pensar que fue de otra manera.

Molly pensó que aquella confesión significaba que era viudo. No sabía como se sentía ella al respecto. ¿Y él?

– Te sientes culpable por haberme besado, ¿verdad? -añadió.

– No creo que debamos hablar de ese tema -replicó él.

Al cambiar de marcha, Molly le rozó accidentalmente el muslo.

– Lo siento -murmuró ella, algo incómoda-. No hay mucho sitio en este coche.

El ambiente era muy tenso.

– ¿Cuánto tiempo llevas trabajando de camarera? -le preguntó Leandro para tratar de romper el incómodo silencio que reinaba en el pequeño espacio del coche.

– Empecé a trabajar a tiempo parcial cuando estaba en la universidad. Mi sueldo me ayudaba a pagar mi préstamo de estudios. Cuando tengo tiempo, soy ceramista, pero necesito trabajar de camarera para pagar mis facturas.

El silencio volvió a reinar entre ellos. Molly aparcó junto a un moderno edificio de apartamentos que él le indicó. Leandro le dio las gracias y trató de salir del coche, pero la puerta no se abría. El picaporte defectuoso, que ella creía que Jez había arreglado, volvía a hacer de las suyas. Molly se disculpó y salió corriendo del pequeño vehículo para abrir la puerta del pasajero desde el exterior.

Leandro se bajó y se estiró, aliviado de poder salir del limitado espacio interior del coche. Se dio cuenta de que Molly le llegaba a mitad del torso, pero decidió que había algo muy femenino en su diminuta estatura. Sin que pudiera evitarlo, se imaginó levantándola contra él. Le costó mucho rechazar este pensamiento. De todas formas, su cuerpo reaccionó con inmediato entusiasmo. Quería tomarla entre sus brazos y hacerle el amor. Estaba asombrado de lo mucho que le costó mantener las manos alejadas de ella, y furioso por no poder mantener su libido bajo control.

Con una rápida despedida, Molly volvió a meterse en el coche. Desde su interior, vio como él cruzaba la calle, se metía en el interior de un vestíbulo bien iluminado, intercambiaba un breve saludo con el portero y desaparecía de su vista. Se sintió terriblemente desilusionada de que él se hubiera marchado.

Sacudió la cabeza por su propia necedad y se inclinó hacia un lado para ponerse el cinturón de seguridad. Entonces, se dio cuenta de que había algo sobre el suelo. Se estiró para poder recoger el objeto y vio que se trataba de la cartera de un hombre, cartera que sólo podía pertenecer al hombre que acababa de salir del coche. Con un gruñido de impaciencia, volvió a salir del coche.

El portero no tuvo problema alguno en identificar la persona a la que ella se refería y se ofreció a entregarle la cartera. Sin embargo, Molly prefería darle la cartera personalmente. El portero trató de llamar al apartamento de Leandro, pero, como no consiguió respuesta, le aconsejó que subiera al último piso en el ascensor.

Mientras subía, Molly se preguntó a qué estaba jugando. Estaba literalmente persiguiéndolo. Tal vez debería dejar que fuera el portero quien le entregara la cartera. ¿Acaso había estado buscando una excusa para volver a ver a Leandro? Estaba empezando a tener dudas cuando las puertas del ascensor se abrieron. Salió a un vestíbulo semicircular. Leandro estaba delante de la única puerta registrándose los bolsillos. Al oír el sonido del ascensor, se dio la vuelta. Por el gesto que se reflejó en su rostro, se quedó muy sorprendido al verla.

– ¿Es esto lo que estás buscando? -le preguntó Molly mientras le mostraba la cartera-. La encontré en el suelo de mi coche.

– Es exactamente lo que estaba buscando -replicó. Abrió la cartera y sacó una tarjeta con la que abrió la puerta directamente-. Gracias… No, no te marches -añadió, al ver que ella hacía ademán de volver a meterse en el ascensor-. Entra a tomarte una copa conmigo.

– No, no puedo. No he subido para eso.

– Debería haber sido la razón principal -dijo él observándola con intensidad-. ¿Por qué estamos los dos intentando que esto no ocurra?

Molly no tuvo que preguntarle a qué se refería porque ya lo sabía. Desde el momento en el que lo vio, sólo había podido pensar en él. Sólo pensar que existía la posibilidad de que jamás volviera a verlo a pesar de que no lo conocía le disgustaba profundamente. Se sentía atraída a él como el hierro al imán y le resultaba imposible hacer nada para contener esa atracción.

– ¡Porque es una locura! -exclamó Molly dando un paso atrás.

Leandro le agarró la muñeca con una mano y la hizo entrar en su apartamento.

– No quiero permanecer aquí fuera hablando -susurró-. Todos nuestros movimientos están siendo grabados por cámaras de seguridad -explicó.

Encendió las luces del apartamento para iluminar un enorme vestíbulo de suelos de mármol y una hermosa mesa de cristal con una escultura de bronce encima. Lo que veía a su alrededor parecía el interior de una revista de decoración y eso la ponía muy nerviosa.

– ¡Mira cómo vives! -exclamó ella señalando a su alrededor-. Eres banquero. Yo soy una camarera. Es como si fuéramos habitantes de planetas diferentes.

– Tal vez esa novedad sea parte de la atracción y, ¿por qué no? -dijo él, agarrándole también la otra muñeca-. No quiero que te marches…

Comenzó a frotarle suavemente la muñeca con las yemas de los dedos. Cuando ella lo miró, supo que había cometido un error fatal. Ya no podía pensar y mucho menos respirar. Aunque no quería marcharse, en su vida casi nunca corría riesgos de ninguna clase. Había aprendido que los costes de ser otra cosa que una mujer sensata y cauta eran demasiado altos y dolorosos.

– Me aterroriza sentirme así -confesó.

– Tú me haces sentirme más vivo de lo que me he sentido en años… Eso no es motivo de miedo, sino de celebración…

A Molly le turbó profundamente que él estuviera describiendo exactamente lo que ella también estaba sintiendo. De algún modo, hacía que su reacción para con él resultara más aceptable y esto la ayudaba a dejar de escuchar la voz de su conciencia. La energía sensual se había desatado por completo en ella y le recorría todo el cuerpo, tensándole los pezones y llenándole la entrepierna de un calor líquido en una tormenta de poderosas sensaciones físicas que la volvían completamente loca. Entonces, Leandro se inclinó sobre ella y la besó apasionadamente.

Molly contuvo el aliento. Tanta urgencia era precisamente lo que deseaba su cuerpo. Sintió que él le quitaba el abrigo. Era como si estuviera pegada al musculoso cuerpo de Leandro. Los senos se aplastaban contra el fuerte tórax y los labios se separaban para dar la bienvenida a los eróticos movimientos de la lengua de él en la boca.

Al notar cómo ella respondía, Leandro se echó a temblar. Le bajó las manos a las caderas y la levantó hacia él. Molly le rodeó el cuello con los brazos y le devolvió el beso con idéntico fervor.

– ¿No quieres una copa? -le preguntó él.

– No si significa que vas a dejar de besarme -le dijo Molly mientras le hundía los dedos en el negro cabello para abrazarse a él. Tenía la misma sensación de gozo que cuando creaba un nuevo diseño sobre su torno de ceramista, la misma gloriosa convicción de que lo que estaba haciendo era lo adecuado.

– No puedo parar -gruñó Leandro deslizándole los labios sobre el esbelto cuello en una serie de rápidos y excitantes besos que hicieron que ella gimiera de placer. Cuando le acarició el paladar con la lengua, Molly tembló violentamente-. Quédate conmigo esta noche…

Al principio, la sorpresa y la desolación se apoderaron de ella. Pudo librarse de la cárcel de la sensualidad el tiempo suficiente como para plantearse rechazar esa invitación. No eran adolescentes besándose en el portal de una casa. Tal vez ella podría ser mucho menos experimentada que muchas jovencitas, pero sabía que lo que ocurriera a continuación era básicamente decisión suya. Pensó en apartarse de él, desearle buenas noches y asumir que, probablemente, no lo volvería a ver. La piel se le heló con ese pensamiento. Lo abrazó con fuerza. Nunca antes se había sentido así con respecto a un hombre y no estaba segura de que le gustara.

– Pero yo sólo soy una camarera…

– No importa. No importa nada… Lo que importa es quién eres cuando estás conmigo.

Molly levantó la mirada y se quedó atrapada por una sonrisa que le aceleró el corazón e hizo girar su mundo como si se tratara de un terremoto. De repente, ser sensata y cuidadosa no tenía atracción alguna para ella. Leandro la hacía querer ser osada, la clase de mujer que inspiraba a los hombres actos de locura…

– Me quedaré…

El la abrazó con fuerza y, por el modo tan apasionado en el que la besó, no dejó ninguna duda de que estaba completamente de acuerdo con su decisión. Molly sintió la erección de Leandro contra su cuerpo y se echó a temblar. El efecto que tenía sobre él la intimidaba y la excitaba a la vez. Leandro era tan hombre en comparación con los muchachos a los que ella había estado acostumbrada. La llevó a una habitación que se encontraba iluminada solamente por la luz de la luna. Entonces, se sentó sobre la cama y la colocó a ella entre sus piernas abiertas.

– Ahora estás a mi nivel, por lo que será mucho más fácil besarte -susurró. Le soltó el cabello e hizo que la espesa melena de rizos negros le cayera sobre los hombros-. Tienes un cabello muy hermoso…

– Es demasiado abundante y, además, está demasiado rizado.

– A mí no me lo parece, querida -musitó él. Comenzó a acariciarle posesivamente el cuerpo. Con los pulgares, le rozó los protuberantes pezones, que se veían a través de la fina blusa de algodón-. Y también tienes un cuerpo muy hermoso…

El intenso deseo que recorría a Molly estaba alcanzando niveles de impaciencia. Se inclinó hacia delante y rozó los labios de él con los suyos de una manera experimental mientras le iba quitando la corbata de seda. Entonces, le miró a los ojos, que eran tan oscuros como el ébano y tan insoldables como la noche.

– Espero que esto no sea un error -musitó ella, consciente de que estaba arriesgándose mucho con él al arrojar la cautela a los cuatro vientos.

Leandro se quitó la chaqueta y la besó apasionadamente, hasta dejarla prácticamente sin aliento.

– Nada que es tan bueno como esto podría ser un error -afirmó.

Molly se preguntó si él se sentiría del mismo modo por la mañana. También se preguntó cómo se sentiría ella, pero, mientras las hábiles manos de Leandro la acariciaran le resultaría imposible pensar en el futuro. El le desabrochó la cremallera de la falda y se la bajó. Tras quitársela, comenzó a desabrocharle con idéntica rapidez los botones de la blusa, para despojarla de ella con idéntica rapidez. La facilidad con la que la estaba desnudando sugería un nivel de sofisticación que la ponía nerviosa. Los pechos sobresalían de las copas del sujetador y él se los moldeó con un masculino gruñido de apreciación. Entonces, con los dedos, torturó los pezones y luego pasó a estimularlos con la boca y lengua.

Molly se estaba viendo envuelta por una serie de sensaciones tan ajenas a ella que tuvo que contener un gemido de placer. El poder de lo que estaba sintiendo era abrumador. Tenía la piel cubierta de sudor y el corazón le latía tan fuerte como una taladradora. Además, sentía dolor entre las piernas. Se sentía completamente desesperada por poder tocarlo, pero él no le daba la oportunidad. Entonces, la tumbó en la cama y se levantó inmediatamente para terminar de desnudarse…

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