Capítulo 2

Era preciosa. Quizá la mujer más guapa que había conocido nunca. Will la observó beber un sorbo de vino y se recostó contra el sofá en el que estaba sentado.

Después de cenar, se habían trasladado al salón. Will había abierto una botella de cabernet y había reavivado el fuego de la chimenea, agradeciendo no tener otros huéspedes a los que atender. En aquel momento, quería concentrar toda su atención en Claire.

No se parecía a ninguna de las mujeres que había conocido. Después de toda la publicidad que había seguido a su elección como uno de los hombres más codiciados de Irlanda, le había costado conocer a mujeres que estuvieran realmente interesadas en él y no en su dinero.

De hecho, cuando tenía una cita, gastaba toda su energía intentando discernir los verdaderos motivos de la mujer en cuestión para salir con él.

Había conseguido mantener una relación seria con una mujer con la que había llegado a pensar que podría casarse. Pero en el momento en el que había descubierto que Will estaba pensando vender su negocio y trasladarse a Trall, ella le había dejado por un jugador de fútbol.

Para Claire, él sólo era el dueño de una posada, y eso le gustaba.

– ¿Cuánto tiempo piensas quedarte aquí?

Claire bebió un sorbo de vino y respiró profundamente.

– Un día o dos. Quiero conocer la isla.

– Estoy seguro de que te sentirás bien en este lugar.

– Sí, yo también lo creo -se tapó la boca para disimular un bostezo y le miró con expresión de disculpa-. Lo siento. No soy capaz de mantener los ojos abiertos. Creo que debería irme a dormir.

Will no estaba ansioso por poner fin a la velada, pero sentía curiosidad por saber cómo terminaría. ¿Le permitiría darle otro beso? Se levantó y le tendió la mano.

– Vamos entonces. Te ayudaré a trasladar tu equipaje.

Will tomó su mano y la ayudó a levantarse. Claire se meció ligeramente. Will no estaba seguro de si por el cansancio o por el vino. La ayudó a mantener el equilibro y ella se inclinó contra él apoyó la cabeza en su pecho.

– Estás caliente -musitó ella-. A lo mejor debería llevarte a mi habitación y olvidarme de la chimenea.

– Sí, estoy caliente.

Y más caliente cada segundo. Aquel contacto físico entre ellos era suficiente para avivar su deseo, como reflejaba el flujo de sangre que corría hacia sus genitales.

Will la abrazó y le acarició la espalda. Notó que la respiración de Claire iba haciéndose más queda, más lenta, y comprendió que se estaba quedando dormida de pie. Cuando advirtió que comenzaban a doblársele las rodillas, la levantó en brazos.

Claire abrió los ojos de repente y preguntó sorprendida:

– ¿Qué haces?

– Te estoy llevando a tu habitación -dijo Will, comenzando a subir las escaleras-. Estás casi dormida y no sé si podrás subir por tu propio pie.

Con un suspiro. Claire se acurrucó en su abrazo.

– Creo que el servicio del hotel es realmente maravilloso -dijo, apoyando la cabeza en su hombro-. Voy a recomendárselo a todas mis amigas.

Will la llevó a una habitación situada en el otro extremo del pasillo y abrió la puerta con el pie. Había colocado un radiador en una esquina y había encendido la chimenea, de modo que la habitación estaba caliente cuando entraron. En cualquier caso, esperaba que Claire no lo notara y repitiera la invitación que le había hecho antes.

La dejó al lado de la cama, pero Claire continuaba aferrándose a su cuello. Y cuando alzó el rostro hacia él, Will hizo lo que había estado deseando hacer durante toda la noche. Cubrió su boca con los labios y disfrutó de su sabor. Claire respondió sin vacilar, deslizando la lengua en su boca y ofreciéndole en silencio mucho más que un beso.

La atracción que había entre ellos era innegable, pero Will no estaba seguro de cómo manejarla. Con cualquier otra mujer, se habría metido inmediatamente en la cama y habría hecho el amor durante toda la noche. ¡Pero Claire O'Connor era su huésped! Y estaba también el hechizo de Sorcha. Si tenía algo que ver con aquella atracción, no sabía de qué manera podía estar afectándole al juicio.

Aun así, no fue capaz de resistirse a la tentación de disfrutar con ella unos segundos más. Posó las manos sobre su cuerpo y las deslizó por debajo de la blusa de seda para acariciar su piel. Ella se inclinó hacia delante, invitándole a continuar su exploración.

Will le desabrochó lentamente los botones de la blusa, fue abriéndolos uno a uno e inclinándose para besar cada centímetro de piel desnuda que dejaba al descubierto. Cuando estaba a punto de llegar a sus senos, se sentó en la cama y la colocó entre sus piernas.

Buscó su vientre cálido y suave con los labios y abarcó la cintura con sus manos mientras la besaba. Claire hundió las manos en su pelo y fue guiando su cabeza hasta el encaje de su sujetador. Will hociqueó la carne turgente de sus senos y tiró de la copa de encaje para descubrir un pezón.

Claire echó la cabeza hacia atrás en el instante en el que los labios de Will alcanzaron aquel pico erguido Un instante después, estaban los dos en la cama, hechos un nudo de piernas y brazos. Will se concentró completamente en aquel placer, en la maravilla de explorar aquel cuerpo con labios y manos, inhalando la esencia de Claire y deleitándose en los sonidos que escapaban de su boca con cada una de sus caricias.

Entrelazó los dedos con los suyos, le hizo alzar los brazos por encima de la cabeza y fijó la mirada en su rostro:

– ¿Estás segura de que quieres que sigamos?

Claire no abrió los ojos: se limitó a sonreír.

– Sí.

– Mírame -le pidió Will. Claire obedeció y se quedaron mirándose fijamente los dos.

– ¿Te gustaría dormir? -le preguntó.

– Sí -contestó ella.

Will dio media vuelta, se levantó y permaneció al lado de la cama. Si iba a disfrutar de una noche de pasión con Claire O'Connor, quería que fuera una noche que ambos recordaran, una noche que durara más que una hora o dos. Se inclinó hacia delante para arroparla.

– Mañana me darás las gracias -susurró mientras le quitaba los zapatos-. Y no te equivoques conmigo. Me gusta el sexo, pero soy capaz de controlar mis impulsos. Aunque mentiría si dijera que no me está matando tener que salir de este dormitorio -le abrochó con mucho cuidado la blusa-. Estoy seguro de que esta noche no voy a poder dormir.

Se inclinó y rozó sus labios con un beso.

– Lo dejaremos para otro momento.

– Sí, para otro momento -susurró ella con una sonrisa.

Will abandonó el dormitorio, cerró la puerta tras él y cruzó el pasillo hasta llegar a las escaleras. Al pasar por el salón, agarró la copa de vino y la botella vacía antes de dirigirse a la cocina.

Aunque era tarde, no estaba cansado. La verdad era que estaba tan excitado, que le extrañaría ser capaz de dormir. O de pasar toda la noche encerrado en su habitación, pensando en la preciosidad que tenía en el piso de arriba y sabiendo que, si quería, podría entrar en la habitación y meterse con ella en la cama.

– ¿Ha resultado ser una mujer desenfrenada y salvaje?

Will giró sobre sus talones y descubrió a Sorcha en el marco de la puerta. Llevaba una túnica blanca atada con un cinturón y una corona de acebo en la cabeza.

– ¿Qué demonios estás haciendo aquí?

– Simple curiosidad -replicó. Cruzó la habitación y se colocó en frente de él-. Quería saber si me hechizo había funcionado.

– No -mintió-. ¿De verdad esperabas que lo hiciera?

Sorcha frunció el ceño y lo miró fijamente, como si le estuviera intentado leer el pensamiento.

– ¿Por qué no crees en mis poderes, Will? Son auténticos.

– Sorcha, es tarde y necesito dormir. Vete a tu casa.

– No puedo. Tengo que ir al círculo de piedras a hacer un conjuro. Maggie Foley quiere tener nietos y me está pagando para que haga rituales de la fertilidad durante una semana para sus tres hijas.

– Pero has preferido venir aquí a molestarme.

– Si no crees en la magia, es imposible que funcione -alargó la mano hacia su bolso, sacó una botella y la abrió-. Toma, es posible que te venga bien. Vas a necesitar toda la ayuda que puedas encontrar.

– ¿Qué es esto?

– Agua del manantial del Druida. Utilízala. Si no encuentras pronto a una mujer, creo que terminarás volviéndote loco. No es bueno que un hombre reprima toda esa energía sexual.

– Tanto tú como el resto de los habitantes de Trall sois los culpables. Tú fuiste la que me propuso como candidato a Soltero más Codiciado. Pensasteis que serviría para hacer publicidad de Trall, pero lo único que conseguisteis fue arruinar mi vida social.

– El agua podría cambiar eso -dijo Sorcha.

– No hay ningún manantial del Druida. Seguro que esa agua es del grifo de tu casa.

Vació la botella de agua en el fregadero y se la devolvió.

Sorcha se encogió de hombros.

– Muy bien, como tú quieras -se volvió hacia la puerta.

– ¿Vas a revocar el hechizo? -le preguntó Will.

Sorcha se volvió lentamente hacia él con una sonrisa de satisfacción.

– Crees en mis poderes, pero no quieres admitirlo. Yo ya he hecho mi trabajo, el resto, depende de ti.

Y, sin más, se marchó. Will rió para así. Así que a lo mejor había algo de verdad en el hechizo de Sorcha. Dejaría que Claire descansara del viaje y se recuperara de los efectos del vino durante esa noche. Pero al día siguiente, pensaba llegar hasta el fondo de la intensa atracción que se había despertado entre ellos. Y después averiguaría si realmente los supuestos poderes de Sorcha tenían algún efecto en él.


Claire se despertó lentamente y abrió los ojos en una habitación iluminada por el sol de la mañana. Al principio, no estaba segura de dónde estaba. Volvió a cerrar los ojos, convencida de que estaba soñando, pero se dio cuenta de que no estaba dormida. Apoyándose sobre un codo, miró a su alrededor. No, no estaba en su dormitorio. Estaba en Irlanda. Pero aquélla no era la habitación que le habían asignado. Tampoco veía su equipaje por ninguna parte… Poco a poco, fue recordando lo ocurrido la noche anterior.

– Oh, no -musitó.

¿Sería aquel el dormitorio de Will? ¿Había pasado la noche en su cama? Miró bajo las sábanas y suspiró aliviada. Todavía estaba vestida, aunque tenía la blusa mal abrochada.

– Así que no hice ninguna estupidez -frunció el ceño-. ¿Y por qué no hice ninguna estupidez?

Llamaron a la puerta y Claire se levantó inmediatamente de la cama. Intentó alisar las arrugas de la blusa y se pasó la mano por el pelo antes de abrir y descubrir a Will al otro lado, con una bandeja.

– Te he preparado un café -le dijo-. He pensado que podrías necesitarlo.

Claire se frotó la sien, repentinamente consciente de que le dolía.

– ¿Qué hora es?

– Las doce. Las seis de la mañana en Chicago. Pero si lo prefieres, puedo traerte el café más tarde. Te he dejado las maletas en el pasillo.

Claire hizo un gesto, invitándole a pasar, y se sentó al borde de la cama. Will colocó la bandeja en una mesita y se la acercó. Le sirvió café en la taza.

– Tienes leche y azúcar -dijo, señalando la bandeja.

– Lo prefiero solo -bebió un sorbo, mirándole por encima del borde de la taza-. ¿Qué pasó anoche?

– ¿No te acuerdas?

– Vagamente. Pero no bebí tanto. Sólo un par de copas de vino.

– Creo que estabas más cansada que bebida -dijo Will-. Te quedaste dormida, te traje a esta habitación y…

– ¿Y?

– Y te metí en la cama.

– ¿Y eso fue todo?

– Sí. Bueno, no del todo. Estuvimos tonteando un poco antes de que te quedaras dormida.

– Define «tontear». No quiero que haya malentendidos.

Will le tomó la mano y jugueteó con sus dedos mientras hablaba.

– Nos besamos, nos acariciamos y allí acabo todo. Tú me invitaste a pasar la noche contigo, pero no quise aprovecharme.

– Qué noble por tu parte.

– No, no tan noble. Créeme, consideré seriamente la posibilidad de aceptar tu ofrecimiento. Y me he pasado la noche deseando abofetearme por no haberlo hecho. Vivo en una maldita isla. No se ven mujeres tan guapas por aquí todos los días.

– Lo siento -dijo Claire.

– ¿Qué es lo que sientes?

– Haberle alentado. La verdad es que no he venido aquí para… Bueno, aunque te encuentro muy… -Claire bebió rápidamente otro sorbo de café.

¿Por qué le costaba tanto decirle que no le deseaba?, gimió Claire para sí. ¿Quizá porque deseaba a Will Donovan más de lo que jamás había deseado a un hombre en su vida?

– Has venido a la isla a pasar unas vacaciones -dijo Will. Se levantó lentamente-. Si quieres, puedo llevarte hoy a recorrerla.

– Gracias, pero pensaba ir al pueblo dando un paseo y hacer algunas compras.

– Procura abrigarte. Hace mucho frío.

Claire le observó atentamente mientras salía de la habitación, cerrando la puerta tras él. Soltó entonces la respiración. La verdad era que le habría encantado pasar el día entero con Will, acurrucada frente a la chimenea, bebiendo vino y aprendiendo a conocerse… más íntimamente. Pero había viajado hasta Trall con intención de encontrar el manantial del Druida. Y si quería lograr su objetivo, tendría que realizar algún trabajo de investigación. La primera persona a la que debería ver era la sacerdotisa druida que el capitán Billy había mencionado.

Cuando terminó el café, deshizo el equipaje. Siguiendo el consejo de Will, se puso un jersey y unos pantalones de pana. A continuación, se lavó los dientes, se peinó y decidió prescindir del maquillaje. No tenía sentido arreglarse para parecerle a Will más atractiva.

Al bajar, lo encontró sentado a la mesa del comedor, con un montón de documentos frente a él. Le miró desde el marco de la puerta del comedor, admirando sus atractivas facciones, la firmeza de su mandíbula y la sensualidad de su boca.

Tenía el pelo de un color indefinido, entre el castaño y el negro, y suficientemente largo como para que rozara su cuello. Claire apretó las manos al recordar su tacto. Su perfil era casi aristocrático. Tenía una nariz perfecta, la frente alta y la barbilla fuerte. Claire siempre había pensado que Eric era el hombre más atractivo que había conocido nunca, pero, comparado con Will, le resultaba casi corriente.

¿Cómo era posible que un hombre como Will continuara soltero? Tenía una personalidad encantadora, era atractivo, educado e incluso tenía un cierto aire de chico malo. Y había estado a punto de seducir a una completa desconocida sin ni siquiera intentarlo.

Claire se aclaró la garganta al adentrarse en la habitación. Will alzó la mirada lentamente.

– Hola -le saludó.

– Siento interrumpirle -dijo Claire-. Esperaba que pudieras darme alguna información.

– ¿Sobre?

– El capitán del barco del correo me habló de una sacerdotisa druida que vive en la isla. Me gustaría conocerla -dijo Claire.

– ¿Quieres conocer a Sorcha? ¿Por qué?

– No sé. Cuando el capitán me habló de ella, me pareció… interesante. ¿Tiene alguna tienda en el pueblo?

– Sí, se llama El Corazón del Dragón. Vende bisutería y baratijas relacionadas con los druidas. La verdad es que Sorcha es un poco… -se interrumpió-, excéntrica, llene tendencia a prometer más de lo que puede conseguir. Si quieres conocerla, puedo acompañarte.

– No, no te preocupes. ¿Qué otras visitas podrías sugerirme? Me gustaría verlo todo antes de marcharme.

Will se echó a reír.

– No te hará falla hacer una lista. No hay muchas cosas que ver. Está la iglesia, que tiene algunas reliquias en el interior y unas cruces celtas en el cementerio. También hay un museo sobre la isla en la parte de atrás de la oficina de correos. Y en la calle Parsons tienes algunas tiendas de antigüedades y cosas por el estilo. También se puede hacer un recorrido de la isla en carro de caballos, empieza a las doce en la plaza del mercado. A la mayoría de los turistas les gusta.

– ¿Y a ti qué le parece especialmente digno de ver?

– Está el círculo de piedras, por ejemplo -le informó Will-. No es muy grande, pero es interesante. Puedo llevarte si quieres. Ya he terminado con esto. Y después, podemos parar a almorzar en el pueblo.

Claire se lo pensó durante varios segundos y asintió. ¿Qué daño podía hacerle? A pesar de que pretendía guardar las distancias, pasar el día con Will sería infinitamente más interesante que pasear sola por la isla. Y a la luz del día le sería mucho más fácil controlar sus impulsos cuando estaba con él.

– De acuerdo -dijo.

Will le tendió la mano y ella se la tomó vacilante. Pero en el instante en el que se tocaron. Claire se arrepintió de haber aceptado su ofrecimiento. El tacto de sus dedos, cálidos y fuertes, le hizo imaginárselos deslizándose sobre su piel desnuda, acariciando rincones demasiado íntimos para mencionarlos siquiera. Apartó la mano y comenzó a juguetear con los botones de la chaqueta.

– En cuanto agarre el abrigo podremos marcharnos -dijo Will.

Salieron por la puerta de la cocina. Will la ayudó a montarse en una camioneta, que después rodeó para ocupar el asiento del conductor. Cuando comenzó a conducir. Claire se arriesgó a mirarle y sonrió para sí. Estaba prohibido tocar, se dijo, pero mirar no le haría ningún dallo.

Salieron del pueblo y llegaron hacia las colinas del centro de la isla. Una vez allí, tuvieron que parar y esperar a que un rebaño de ovejas cruzara por la carretera. Will le señaló las casas de piedra de la zona y los restos de un castillo, del que apenas quedaban un montón de piedras.

Llegaron a la cumbre de la colina y, unos segundos después. Claire pudo ver de nuevo el mar. Will detuvo entonces el coche.

– A partir de ahora, tendremos que ir andando. Pero no estamos lejos.

Claire abandonó el vehículo y se reunió con él en el inicio de un sendero estrecho. Durante la mayor parte del camino. Will le sostuvo la mano y cuando el camino se hizo más rocoso, se adelantó y se volvió para sujetarla por la cintura y ayudarle a subir los desvencijados escalones de piedra que permitían salvar los muros que separaban los prados. Llegaron a una pequeña elevación y de pronto apareció ante ellos una verde pradera sobre la que se alzaban orgullosos hacia el cielo unos pilares de piedra colocados en círculo.

Claire contuvo la respiración.

– Es precioso -musitó.

Will se volvió hacia ella y la miró a los ojos. Alargó la mano para acariciarle la mejilla y Claire se estremeció ante aquel contacto.

Y entonces, Will se inclinó hacia delante y la besó. Claire entreabrió los labios mientras él profundizaba su beso: su cuerpo comenzó a palpitar presa de las más deliciosas sensaciones. Pero el beso terminó tan rápidamente como había empezado.

Will miró hacia el cielo.

– Será mejor que nos demos prisa. Parece que va a llover.

Bajaron corriendo hasta el círculo de piedras. Era como una versión en miniatura de Stonehenge; las piedras no medían más de tres metros de alto y uno veinte de ancho. El diámetro del círculo era de unos quince metros.

Claire lo recorrió por fuera, acariciando cada pilar al pasar, sorprendida por la magia del lugar: podía sentirla vibrar en el aire, en la esencia del viento.

– Es un lugar con mucha fuerza. ¿Qué hacían aquí?

– Dicen que era como una especie de calendario. Los druidas celebraban diferentes épocas del año, como los solsticios y los equinoccios. Beltane y Samhain y un par de fechas más que no soy capaz de recordar. Si todavía estás para entonces aquí, Sorcha piensa celebrar el Samhain el viernes. Toda la isla viene a ver el ritual.

– ¿Se hacen sacrificios?

– ¿Te refieres a cosas como sacrificar vírgenes? -se echó a reír-. Cuando yo era adolescente, solía venir aquí con algunas chicas. Pensábamos que la magia nos daría suerte.

– ¿Y funcionaba? -preguntó Claire.

– A veces.

– ¿Y alguna vez has vuelto con una mujer siendo adulto?

– Ahora mismo estoy aquí contigo -respondió con una sonrisa maliciosa.

Claire se echó a reír.

– ¿Y esperas tener suerte conmigo?

Will la agarró por la cintura, la hizo apoyarse en una de las piedras y la atrapó con sus brazos. Presionó los labios contra los suyos y la miró a los ojos.

– Los tiempos han cambiado. A lo mejor eres tú la que tienes suerte conmigo -la hizo volverse hasta que fue él el que quedó apoyado contra la piedra.

– ¿Y me permitirás pasar de la primera base? -bromeó Claire.

Will frunció el ceño.

– ¿De la primera base? ¿Estás hablando de béisbol?

– Sí -respondió Claire-. Ésa era una forma de decir hasta dónde estabas dispuesta a llegar con un chico cuando era más joven, la primera base es un beso, la segunda, meter las manos por debajo la blusa. En la tercera, ya pueden llegarse a las bragas y un home run es tener sexo completo.

– No me extraña que a los estadounidenses les guste tanto el béisbol. Es mucho más interesante que el criquet. Bueno, así que nosotros ya hemos llegado a la segunda base -dijo Will.

– ¿Ah, sí?

– Sí, ayer por la noche -deslizó la mano bajo la blusa, entrando en contacto con su piel caliente.

Claire se estremeció ante aquel contacto, pero inmediatamente imitó el gesto. Deslizó la mano bajo el jersey de Will y la posó en su pecho.

– Sí, supongo que podría considerarse que estamos en la segunda base.

Will cubrió el seno de Claire con la palma de la mano y acarició el pezón con el pulgar. Claire suspiró suavemente, cerró los ojos y, un segundo después, sus labios se encontraron en un beso duro y demandante.

De pronto. Claire ya no era capaz de dejar de tocarle. Le empujó contra la piedra y le alzó el jersey, mostrando los músculos cincelados de su abdomen. Impaciente. Will se quitó la cazadora y se sacó después el jersey por la cabeza. El contacto con el viento le puso la carne de gallina. Al verle. Claire presionó los labios contra su pecho. Todavía estaba completamente vestida y Will no hacía ningún intento de desnudarla, aunque continuaba con las manos bajo su blusa.

Lentamente, ella le acarició el pezón con la lengua, rodeándolo varias veces hasta hacerle erguirse. Will gimió suavemente y hundió los dedos en su pelo.

Claire descendió hasta el cinturón de Will y siguió bajando, palpando la tela de los vaqueros y sintiendo su erección bajo sus dedos. En otras circunstancias, habría vacilado. Pero aquel lugar mágico la hacía sentirse abierta y desinhibida, como si hubieran accedido a un mundo sin normas, regido solamente por impulsos y deseos.

Claire comenzó a desabrocharle el cinturón mientras Will se apoyaba contra el pilar de piedra. La observaba desabrocharle el cinturón con la respiración contenida, como si bastara aquel contacto para llevarle al límite. Claire ya se lo había desabrochado casi por completo cuando cayó la primera gola de lluvia.

Un segundo después, los cielos parecieron abrirse. Claire alzó la mirada y descubrió a Will mirándola, sonriendo y diciendo:

– Supongo que ésta es la respuesta de los dioses.

– ¿Y crees que deberíamos escucharles?

– Sólo hasta que encontremos un lugar protegido de la lluvia -Will agarró la chaqueta y corrieron de nuevo hacia el camino.

Claire estaba empapada, pero no le importaba. Jamás había experimentado nada tan excitante. Había algo entre ellos, una fuerza de la naturaleza que era imposible negar.

¿Tendría que ver aquella sensación con la magia de aquella tierra? ¿De dónde procederían aquellos sentimientos? ¿Y por qué se sentía tan empujada a actuar conforme a ellos? Por un instante, pensó en detener a Will, en tumbarse sobre la hierba para hacer el amor en medio de la pradera y bajo de la lluvia.

Pero al final decidió que una cama caliente y una chimenea eran elementos mucho más propicios para el placer.


– No creo que se haya roto.

Will le subió delicadamente la manga de la chaqueta para examinarle la muñeca. De camino al coche. Claire había resbalado en una piedra cubierta de musgo y se había caído al suelo. En aquel momento permanecía sentada en el suelo, sobre el barro, con el pelo empapado y la ropa manchada.

– Mueve los dedos -Claire esbozó una mueca al hacerlo-. Vaya, es posible que sí esté rota.

– Probablemente sólo sea un esguince -insistió Claire-. De verdad. Ayúdame a levantarme. En cuanto le ponga un poco de hielo se me pasará el dolor.

Will se quitó el jersey para improvisar con él un cabestrillo. La ayudó a regresar al coche y, en cuanto la instaló en el asiento de pasajeros, se colocó tras el volante. La miró de reojo mientras conducía. Claire procuraba quitarle importancia a lo ocurrido, pero por la tensión de su barbilla, era evidente que el dolor era considerable.

Claire le miró y forzó una sonrisa.

– Ya me encuentro mejor -le aseguró.

Will fijó de nuevo la atención en la carretera, procurando esquivar baches y charcos lo mejor que podía, pero cada vez que el coche daba un bote. Claire soltaba un grito de dolor.

Al llegar a la carretera principal, Will giró hacia el pueblo.

– Hay una clínica en la isla -Claire abrió la boca para protestar, pero Will la interrumpió posando la mano en su boca-. Por favor, en esto no me lleves la contraria.

Alargó la mano hacia la chaqueta, sacó el teléfono móvil y llamó a Annie Mulroony que, además de ser la madre de Sorcha, era enfermera y atendía diariamente la consulta.

– El médico viene una vez a la semana -le explicó a Claire-. Si tenemos suerte, es posible que esté hoy allí.

Cinco minutos después, llegaban a una casa blanca situada al final del pueblo. Annie les estaba esperando en la puerta. Había sido la enfermera y la comadrona de la isla durante los últimos veinte años. Los pacientes a los que no estaba en condiciones de atender por la gravedad de sus heridas eran trasladados a tierra firme en helicóptero o en ferry.

– ¿Cuál ha sido el problema? -pregunto mientras ayudaba a Claire a entrar en la consulta.

– Creo que sólo es un esguince -dijo Claire.

Annie miró a Will por encima del hombro mientras Claire se sentaba en la camilla.

– ¿Y por qué estáis llenos de barro?

– La he llevado a ver el círculo de piedras -contestó Will-. Se ha resbalado en el camino y se ha caído al suelo.

Annie le miró con el ceño fruncido.

– Ya sabes cómo funcionan esas cosas. A los dioses no les gusta que profanen los lugares sagrados con determinados juegos de manos.

– Sólo hemos ido a ver el círculo de piedra.

Annie miró de nuevo hacia Claire.

– ¿Eso es verdad? -al ver que Claire se sonrojaba, sacudió la cabeza-. Sí, ya veo. Te haremos una radiografía, ¿de acuerdo? Si está rota la muñeca, la entablillaremos y esperaremos a que venga el médico para escayolarte -miró a Will-. Jovencito, haz el favor de esperar fuera.

Will se sentó en una de las sillas de la sala de espera y estuvo hojeando distraídamente un ejemplar de una revista del corazón. Pero los chismes de los famosos no consiguieron despertar su interés, así que se levantó y comenzó a pasear. Jamás había creído las supersticiones que rodeaban el círculo de piedras, pero no podía evitar preguntarse si no habría sido castigado por haber intentado seducir a Claire.

Al fin y al cabo, era su huésped. Y aunque era evidente que ella estaba disfrutando tanto como él, había algo ligeramente perverso en su relación. Pero, diablos, había sido ella la que había dado el primer paso empezando a hablar de béisbol y de todas esas cosas, de modo que no tenía ningún motivo para sentirse culpable.

Pasaron cincuenta minutos antes de que Claire saliera de la consulta. Annie salía tras ella.

– Está bien -le dijo, tendiéndole a Will su jersey-. Por lo que yo he podido apreciar, no hay ningún hueso roto, pero tendré que consultar con el doctor Reilly mañana. Si él descubre algo, os llamará. Ponte hielo sobre la muñeca y procura no mover la mano.

– Gracias -dijo Claire-. ¿Me enviará la cuenta a la posada?

– Yo me encargaré de eso, no te preocupes -respondió Will.

Para cuando llegaron a la posada. Claire estaba notablemente molesta, advirtió Will. La llevó a su habitación y bajó de nuevo las escaleras para buscar algún analgésico. Cuando regresó de nuevo al dormitorio, la encontró delante de la chimenea, intentando bajarse la cremallera de los pantalones.

– No puedo quitármelos -musitó Claire, bajando la mirada hacia los pantalones manchados de barro.

– Tranquila, déjame ayudarte -dejó los frascos de analgésicos encima de la cama, cruzó la habitación y se colocó delante de ella.

Will no estaba muy seguro de cómo debería emprender la tarea, pero decidió intentar permanecer lo más imperturbable posible. Alargó la mano hacia la cremallera, se la bajó y después comenzó a quitarle los pantalones.

Había desnudado a muchas mujeres a lo largo de su vida, y casi siempre había disfrutado al hacerlo. Pero el simple acto de ayudar a Claire a desnudarse, estaba cargado de una tensión que convertía en eléctrica cada una de sus caricias.

Se había olvidado de quitarle antes los zapatos y los calcetines, así que tuvo que agacharse y ocuparse de los cordones, agradeciendo el tener algo que hacer que le permitiera desviar la atención de aquellas piernas perfectas, y de las minúsculas bragas que Claire llevaba.

Claire levantó un pie, perdió el equilibrio y se meció de manera que el encaje de las bragas quedó presionado contra la barbilla de Will. Éste sofocó un gemido e intentó ignorar la actividad que se desencadenó en el interior de sus pantalones.

Cuando por fin consiguió quitarle un zapato, se volvió hacia el otro. Pero cuando agarró a Claire el tobillo, ésta perdió el equilibrio por completo y se inclinó hacia delante. Will le rodeó la cintura con los brazos y amortiguó su caída con su cuerpo. A los pocos segundos, estaban hechos un nudo de brazos y piernas.

Claire miró a Will a los ojos. Su melena rubia acariciaba las mejillas de él. Tenía los pantalones enredados alrededor de los tobillos y Will era profundamente consciente de su propia excitación. Claire se movió ligeramente y al hacerlo, entraron en contacto la delicada seda de sus bragas y la tela fuerte de los vaqueros, en la que se evidenciaba su erección.

A los labios de Claire asomó una sonrisa.

– ¿Pero qué es todo esto? -susurró, colocándose un mechón de pelo tras la oreja.

– La verdad es que esperaba que tú me lo dijeras -respondió Will-. Eres tú la que lo ha provocado.

– ¿Y yo soy la responsable de deshacerme de ello?

– Lo de «deshacerse de ello» resulta un poco duro -dijo Will-. A lo mejor, si continuamos un rato aquí tumbados, encontremos la manera de solucionarlo.

Claire le rodeó el cuello con el brazo bueno, le invitó a colocarse sobre ella y comenzó a moverse lentamente debajo de él a un ritmo tentador que no ayudaba en nada a aliviar la situación de Will.

Aquello era una locura, se dijo Will. Acababan de conocerse, pero había entre ellos una atracción, un deseo, que se multiplicaba cada vez que se tocaban.

Cerró los ojos, entregándose a las sensaciones que fluían por su cuerpo. Se permitiría disfrutar de ellas un momento y después abandonaría sensatamente la habitación.

Pero mientras se mecía contra ella, Will se dio cuenta de que el deseo superaba con creces al sentido común. Se sentía bien, tan bien como la primera vez que, siendo adolescente, había experimentado aquel deseo que necesitaba ser liberado a cualquier precio.

Hundió las manos en su pelo y la besó, al principio con delicadeza. Después, a medida que el deseo fue agudizándose, casi con desesperación. Claire era tan atractiva, tan excitante e irresistible que jamás se saciaría de ella. Pero también era una completa desconocida, además de una huésped de su posada.

Tomó aire, se detuvo y se separó de ella. Se tapó los ojos con el brazo y gimió.

– Esto es una locura. Tenemos que detenerlo.

Todo era culpa de Sorcha, por haberle metido aquellas estúpidas ideas en la cabeza.

– Creo que voy a darme un baño -musitó Claire.

– ¿Es que estás decidida a torturarme? -preguntó Will, alzando la mirada hacia ella.

Claire le estudió durante varios segundos y sacudió la cabeza.

– La verdad es que no tengo la menor idea de lo que estoy haciendo. Pero en cuanto lo averigüe, te lo haré saber.

Y, sin más, se metió en el cuarto de baño y cerró la puerta. Unos segundos después. Will oía el agua en la bañera. Cerró los ojos otra vez y la imaginó desprendiéndose del resto de su ropa y hundiéndose en la bañera.

En cuanto Claire se hubiera preparado para pasar la noche, decidió, iría directamente a ver a Sorcha e insistiría en que deshiciera los maleficios que quedaban pendientes. ¿Cómo demonios se suponía que iba a resistirse a aquella mujer cuando ella no hacía absolutamente nada para resistirse a él? Pero Sorcha lo arreglaría todo. Y después, estaba seguro de que sería completamente capaz de controlar aquel deseo desesperado de seducir a Claire O'Connor.

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