El último ferry entre Fermoy y la isla de Trall llegaba al pueblo a las seis de la tarde del lunes. Claire permanecía en cubierta, observando parpadear desde allí las luces del pueblo. El capitán guiaba el barco durante los últimos metros que le separaban del puerto. Al poco rato, el cabrestante comenzó a girar y bajaron la rampa hacia tierra firme.
Claire miró por encima del hombro y descubrió a Will mirándola con atención. Estaba sentado en el capó del Mercedes.
Cada vez que la miraba. Claire no podía evitar pensar en la pasión que habían compartido durante los últimos tres días, en la mirada de Will cuando se deslizaba dentro de ella, o en cómo la miraba a los ojos en el momento del orgasmo. Aunque sólo hacía una semana que lo conocía, tenía la sensación de llevar con él toda una vida.
– Una vida -contestó Claire-. Ésta es tu vida, no la mía, Will. Yo he irrumpido de pronto en tu vida y, créeme, ha sido maravilloso. Pero no podemos continuar viviendo así. La vida no son unas vacaciones.
Will no dijo una sola palabra mientras conducían hasta la posada. Cuando llegó y apagó el motor, se volvió hacia Claire y le preguntó suavemente:
– ¿Y si yo le diera una razón para quedarte?
– Yo… no estoy segura de que ni siquiera así pudiera hacerlo -contestó Claire-. No puedo perder mis raíces, irme a vivir al otro extremo del mundo por… -tragó saliva.
– ¿Por un hombre del que no estás enamorada? -preguntó Will.
– No, por un hombre al que he conocido hace una semana.
Will lomó aire y asintió.
– Lo comprendo. Esta isla no tiene muchas cosas que ofrecerle a una mujer como tú.
Aquello no era cierto, pensó Claire. En Trall había muchas cosas que jamás encontraría en otra parte. Un hombre que la hacía sentirse sexy y atractiva para empezar. Y una gente encantadora que la había aceptado como si llevara viviendo allí toda su vida.
Pero había pasado tres años con Eric, convencida de que tenía un futuro a su lado, y se había equivocado. ¿Cómo podía tomar la decisión de quedarse con Will después de haber pasado una semana con él?
– No tienes que quedarte toda la vida -dijo Will-, sólo una semana más. Y al final de esa semana, podrás decidir si quieres quedarte otra. Es así de sencillo.
– Pensaré en ello -contestó Claire, forzando una sonrisa.
Abrió la puerta y salió, consciente de que bastaría otra palabra de Will para convencerla.
Will agarró el equipaje del asiento de atrás y alcanzó a Claire en la puerta.
– Prométeme que lo harás.
– Te lo prometo.
En el interior de la posada, todo estaba en silencio. Will dejó las bolsas en el suelo y ayudó a Claire a quitarse la chaqueta. Se dirigieron hacia el salón, atraídos por el calor del fuego. Pero en cuanto entraron. Sorcha asomó la cabeza por detrás del respaldo del sofá.
– Vaya, estáis en casa -dijo, pasándose las manos por el pelo.
– Sí, y tú también -replicó Will.
Un instante después, aparecía Eric al lado de Sorcha, sonriendo avergonzado. También él tenía el pelo revuelto, una clara señal de lo que habían estado haciendo en el sofá. Claire se volvió hacia Will y éste arrugó la nariz.
– Creía que te habrías ido -dijo Claire, concentrándose en su ex prometido.
– Me gusta estar aquí -respondió Eric, sonriendo a Sorcha-. He pensado que necesitaba unas vacaciones.
Claire se aclaró la garganta, estupefacta ante la escena que tenía ante ella.
– Pero… ¿no tienes que volver al trabajo?
– Siempre he estado demasiado obsesionado por el trabajo. Y me gustaría disculparme por ello. Claire. Sé lo difícil que tiene que haber sido para ti vivir conmigo. Pero creo que en esa época no supe ordenar mis prioridades.
– ¿En esa época? -preguntó Claire-. Eric, sólo ha pasado una semana desde entonces. Viniste aquí hace tres días decidido a hacerme volver y ahora, de pronto, eres tu el que no quiere marcharse.
– En la vida hay más cosas que el trabajo, ¿verdad, Will?
– Sí, yo siempre lo he pensado -contestó Will con desgana.
– Ya basta -exclamó Claire-. Eric, esto no es propio de ti. No puedes dejar ese trabajo. No sé lo que está pasando aquí, pero tienes que volver a Nueva York inmediatamente.
– Sorcha cree que debería quedarme.
– Es cierto -intervino Sorcha-. Le gusta estar aquí, y tiene muchas ideas sobre cómo aumentar el turismo en la isla.
Claire gimió, se llevó las manos a la cabeza y se volvió hacia Eric.
– ¿Has dejado que Sorcha te convenza? ¿Te ha dado algo de comer o de beber? Sorcha es una bruja. Eric. No sabe nada sobre el mundo de la publicidad, sobre lo importante que es tomar las decisiones adecuadas para sacar adelante una carrera. No lo estropees todo, Eric.
– Relájate -le aconsejó Eric.
– No, no voy a relajarme. Vas a volver a Nueva York mañana mismo. ¿Dónde tienes el billete? Voy a llamar ahora mismo a tu compañía aérea.
– Pero si me gusta estar aquí. La gente es muy simpática.
– ¡Te gusta estar aquí porque no eres capaz de pensar con claridad! Esto es una isla. Eric, aquí no tienes ni gimnasio, ni Starbucks, ni un lugar en el que comprarte zapatos italianos. No sobrevivirías aquí ni una semana.
– He cambiado.
– ¿Qué le has hecho? -le preguntó Claire a Sorcha.
– A mí no me mires.
– Has sido tú la que le has hechizado.
– Pero sólo porque Will me pidió que lo hiciera.
– ¡Eso no es cierto! -exclamó Will, y miró a Claire-. No es verdad, te lo juro. Le pedí que le mantuviera ocupado. Y hay una gran diferencia entre llevárselo a dar una vuelta por la isla y besuquearlo en mi sofá. ¡Yo sólo quería poder pasar más tiempo contigo!
Eric alzó la mano y se sentó.
– Un momento, ¿vosotros estáis…?
– Eso no es asunto tuyo -le espetó Claire-. Y ahora dime, ¿en qué habitación estás? -se volvió hacia Will-. ¿En qué habitación está?
– En la seis -respondió Will.
Claire se dirigió a recepción a grandes zancadas y tomó la llave de la habitación.
– Voy a subir a hacerte las maletas y después intentaré conseguir un vuelo en el que podamos irnos los dos.
Y sin más, dio media vuelta y se dirigió hacia las escaleras. Para cuando llegó a su habitación, tenía el pleno convencimiento de que había tomado la decisión correcta. Tenía que volver con Eric a Nueva York, aceptar un trabajo en su agencia y comenzar una nueva vida. Y en sólo unos meses, sus vacaciones en Irlanda y aventura con Will Donovan no serían nada más que un recuerdo agradable.
Localizó la habitación de Eric, abrió la puerta y fijó la mirada en las sábanas revueltas. El sujetador de Sorcha colgaba de uno de los postes de la cama. Pensó que debería estar enfadada, o celosa, o sentir algo. El hombre con el que había estado durmiendo hasta hacía una semana había estado en la cama con otra mujer. Pero no sentía nada, más allá de una ligera irritación.
Con un suave juramento, entró en la habitación, agarró una bolsa de viaje y comenzó a guardar cosas.
– ¿Qué estás haciendo?
Claire cerró los ojos al oír la voz de Will.
– Estoy haciéndole las maletas. Se va. Y yo no debería haberme ido contigo. Debería haberme asegurado de que regresara a Nueva York.
– Eso no es justo. No puedes culparte a ti misma.
– ¿A quién debería culpar entonces? ¿A ti?
– Es un hombre adulto. ¡Puede hacer lo que le apetezca!
– Se irá a Nueva York. En esta isla no duraría ni una semana.
– ¿Y tú te vas a ir con él?
– Me temo que es la única forma de conseguir que se suba en ese avión -replicó Claire. Metió una camisa doblada en la bolsa y se volvió hacia Will-. ¿En qué estabas pensando cuando le pediste a Sorcha que se ocupara de él?
– Ya te lo he dicho. Quería que le distrajera.
– Que le sedujera, querrás decir -musitó Claire, mirando con expresión asesina el sujetador de Sorcha.
– ¿Y qué? -replicó Will-. ¿Qué tiene eso de malo? Quería tenerte para mí solo durante unos días y pensé que Sorcha era la persona más adecuada para ocuparse de Eric. Sé que no puedo ofrecerle lo que quieres. Claire. Podría ofrecerte mucho más, pero no sé si eso te haría cambiar de opinión. Dios mío, antes tenía todo lo que cualquier mujer podía desear, pero no quería a ninguna de las mujeres que lo querían. Y ahora no tengo nada que tú puedas querer, pero te quiero a ti.
– Se suponía que lo nuestro no iba a durar. Los dos estuvimos de acuerdo en eso, ¿recuerdas?
– Sí, pero necesitaba prolongarlo todo lo que pudiera, y por eso llamé a Sorcha.
– Quizá haya sido mejor así. Si no hubiera tenido una buena razón para irme, es posible que me hubiera quedado. Pero no quiero ser la responsable de que Eric eche a perder su vida profesional por culpa de esa… bruja.
– ¿Y qué me dices sobre todas las razones que tienes para quedarte?
– Esas son las mismas razones por las que volveré. Esto no quiere decir que todo vaya a terminar entre nosotros. Podemos volver a vernos.
– Sí, claro -dijo Will, asintiendo.
Claire encontró el billete de Eric en el bolsillo interior de su chaqueta y se lo tendió a Will.
– Mi billete está en la repisa de la chimenea de mi habitación. Los dos viajamos con la misma compañía. ¿Puedes llamar para ver si podemos salir mañana a primera hora?
– ¿Vas a volver a Chicago o te vas con Eric a Nueva York?
Claire pensó durante largo rato su respuesta.
– A Nueva York. En realidad, el vuelo llega a Newark, así que bastará con que digas que vamos allí.
Will le quitó el billete, salió y cerró la puerta tras él sin decir palabra. Claire inclinó la cabeza y suspiró. Lo único que le quedaba por hacer era convencerse a sí misma de que había tomado la decisión correcta.
Will se sirvió un vaso de whisky, se inclinó hacia delante y posó los antebrazos en la mesa. Estaba llegando el día que tanto había temido y no podía hacer nada para evitarlo. Había hecho lo que Claire le había pedido y había llamado a la compañía aérea. Claire y Eric tomarían el avión en Shannon a las diez de la mañana del día siguiente. Tendrían que marcharse en el primer ferry, de modo que sólo le quedaban doce horas para estar con ella.
Claire se marcharía al día siguiente y él volvería a la vida de la que disfrutaba antes de que aquella mujer se hubiera presentado en su puerta. Recordó aquella noche, y también la innegable atracción que había experimentado en cuanto había puesto sus ojos en ella. No había hecho nada para resistirse a aquella atracción, y en ese momento estaba pagando el precio de no haberlo hecho.
– ¿Me invitas a una copa?
Will alzó la mirada y descubrió a Sorcha en el marco de la puerta.
– Sírvele tú misma.
Sorcha sacó un vaso del armario y se sirvió unos dedos de whisky.
– Lo siento, no pude resistirme.
– No estoy enfadado. Tú tienes tus propias necesidades y yo no soy nadie para impedir que las satisfagas.
– Es un tipo muy atractivo. Tiene un cuerpo increíble, y, además, es inteligente y divertido. Y piensa que soy una mujer interesante, inteligente y misteriosa.
– Por favor, dime que no te has acostado con él.
– De acuerdo, no me he acostado con él. ¿Eso te hace sentirte mejor?
– No, porque estás mintiendo.
– Soy una mujer adulta, puedo hacer lo que me apetezca, sin necesidad de que tú me animes a ello. Además, tú estabas con la norteamericana, así que no entiendo por qué estás tan enfadado.
– No estoy enfadado.
Sorcha se lo quedó mirando fijamente y entonces gimió.
– Oh. Dios mío, te has enamorado de ella, ¿verdad?
– ¿Y qué si me he enamorado?
– ¿Es que no has aprendido nada de mí, Will? El sexo es maravilloso, pero disfrutar del sexo no significa que tengas que encargar ya el ajuar. Lo que has tenido con Claire es sólo sexo, nada más.
– Eso tú no lo sabes.
– Os separa todo un océano -alzó la mano-, y ahora no me digas que el amor puede con todo. Eso son tonterías sentimentales.
– Antes apreciaba tu cinismo, pero ahora mismo me agota.
Sorcha se apartó el pelo de los ojos y le miró con atención.
– Entonces, ¿de verdad la quieres? ¿No estás confundiendo el amor con el sexo?
– No, creo que la quiero de verdad.
– Pues díselo.
– ¿Pero no te das cuenta de lo ridículo que sonaría? Sólo hace una semana que nos conocemos. No puedes enamorarte de alguien en una semana.
– Claro que puedes. Se llama amor a primera vista. Le pasa a mucha gente.
– Si ella quisiera quedarse, se quedaría. Se lo he pedido más de una vez. Pero, por si no lo has notado, ha aprovechado la primera oportunidad que ha tenido para irse con su ex prometido. Creo que con esa reacción ya tengo mi respuesta. Diablos, si incluso me ha pedido que le hiciera los arreglos del vuelo.
– Entonces, ¿por qué no te vas con ella?
– Nadie me ha invitado.
– Dios mío, eres el hombre más tonto con el que me he cruzado en mi vida. Si de verdad quieres a esa mujer, vete con ella.
– Se supone que, si de verdad tenemos que estar juntos, terminaremos estándolo. Pero no creo que podamos estar seguros de lo que sentimos hasta que no nos separemos.
– Muy bien, echa a perder toda tu vida si quieres. Pero cuando te sientas triste y solo, no vengas a buscarme. Porque no pienso ofrecerte ni una gota de compasión -bebió el último sorbo de whisky y se alisó el vestido-. Y ahora, si no te importa, voy a llevarme a Eric al pub, para que podamos pasar nuestra última noche en un ambiente divertido. Y tú también deberías aprovechar para disfrutar.
Will se despidió con un gesto de Sorcha, dejó su vaso en el fregadero y se dirigió al salón. Se acercó a la chimenea para echar más turba y retrocedió para contemplar el fuego.
Sorcha le había dicho que su vida cambiaría completamente en una semana. Will podría decir que era una locura, pero la verdad era que tenía la sensación de que Sorcha sabía que iba a pasar algo importante la noche de la llegada de Claire. Y quizá también él lo supiera.
Había estado esperando que llegara el momento de dar un paso al frente, y quizá ese momento había llegado. Podía decidir ignorarlo y esperar o aprovechar aquella oportunidad y ver hasta dónde le llevaba.
Se volvió y subió las escaleras. La habitación de Eric estaba vacía, su equipaje descansaba al lado de la cama. Continuó hasta la habitación de Claire: la encontró sentada al borde de la cama, preparando el despertador.
– Tu avión sale a las diez de la mañana -le dijo-. Tendrás que irte en el ferry de las seis. Pediré que vaya un coche a recogeros a Fermoy para llevaros al aeropuerto.
– Sorcha ha dicho que nos llevaría. ¿Se lo has dicho a Eric?
– No, pero he hablado con Sorcha. Eric y ella van a cenar en el pueblo. Si quieres, puedo preparar algo para nosotros.
– No, hemos comido tarde. Sólo quiero dormir un poco -sonrió a modo de disculpa-. Este fin de semana no hemos dormido mucho, ¿verdad?
El significado de sus palabras era evidente: no iban a pasar la noche juntos.
– Bueno, si quieres comer algo, la cocina siempre está abierta.
– Gracias.
Will hundió las manos en los bolsillos, sin saber muy bien qué decir a continuación.
– Se supone que deberíamos despedirnos…
– De acuerdo, entonces…
Claire dio un paso adelante y le tendió los brazos. Will la envolvió vacilante en los suyos, enterró el rostro en su pelo y respiró su dulce fragancia. La echaría de menos, pero quizá llegara un día en el que la imagen de Claire dejara de filtrarse en sus pensamientos a cada minuto. Retrocedió y le dio un beso en la boca.
– Cuídate. Claire.
– Tú también. Y si alguna vez vas a Nueva York, llámame.
Will necesitó de toda su fuerza de voluntad para soltarla. Tomó aire, caminó hacia la puerta y se obligó a marcharse sin mirar atrás. Una vez abajo, tomó las llaves de recepción y salió al frío de la noche.
Caminó hasta el coche, se metió y lo puso en marcha. Al salir del pueblo, sintonizó la radio y estuvo buscando en el dial hasta encontrar una canción de U2. Tomó la pista que llevaba al círculo de piedras y cuando llegó al final, se detuvo con la mirada fija en la oscuridad.
Nervioso, salió del coche, dejando el motor y las luces encendidas. La lluvia fría laceraba su piel como si fueran fragmentos de cristal los que caían sobre su rostro. Aun así, continuó avanzando hacia el círculo de piedras, siguiendo aquel camino que tenía grabado en el cerebro desde los años de la adolescencia.
Caminó hasta el altar y alzó la mirada hacia el cielo, un cielo negro, sin luna. Oía en la distancia las olas que rompían contra el acantilado. La lluvia le empapaba la camisa y los vaqueros, pero el frío le ayudaba a entumecer cualquier otro sentimiento.
Cerró los ojos, esperando que la lluvia borrara también sus pensamientos. Pero nada de lo que hiciera podría acabar con sus recuerdos, con el tacto de la piel de Claire, con la esencia de su pelo, con el sonido de su voz y la imagen de su cuerpo desnudo.
Estaba enamorado de Claire y no podía hacer nada para evitarlo.
Cuando Will regresó a la posada horas después, completamente empapado, se quitó los zapatos y cruzó el comedor y la cocina. Sin molestarse en buscar un vaso, agarró la botella de whisky y bebió un largo trago. El whisky caldeó su vientre y poco a poco fue haciendo desaparecer el frío de sus piernas y sus brazos.
Pero no conseguía sacarse a Claire de la cabeza. Sin pensar lo que hacía, se dirigió hacia la entrada y subió las escaleras. Al llegar a su habitación, giró el picaporte y vio que estaba abierta. Sin vacilar un instante, entró en el dormitorio de Claire.
La luz del bailo estaba encendida, iluminando la habitación lo suficiente como para permitirle distinguir el rostro de Claire.
Will permaneció junto a su cama, embebiéndose de su imagen.
Pero era como si de pronto Claire fuera intocable, como si ya se hubiera ido. La distancia que los separaba crecía con cada segundo. Will dejó la botella de whisky en la mesilla, alargó la mano y le apartó el pelo de los ojos con delicadeza. Pero no le bastó con mirarla. Se inclinó hacia delante y posó los labios en su frente, inhalando la esencia de su pelo.
Cuando retrocedió. Claire tenía los ojos abiertos. Se miraron durante largo rato: ninguno de ellos se movía, ninguno hablaba. Claire se incorporó entonces sobre un codo, buscó sus labios y le rodeó el cuello con un brazo para que se acercara. Al hacerlo, tocó la camisa empapada y frunció el ceño.
Se sentó en la cama y rápidamente, comenzó a desabrocharle en la camisa. A Will le castañeaban los dientes, pero no sabía si era por el frío o por la emoción de estar otra vez con ella.
Mientras Claire le desnudaba, permanecía mirándola, con los brazos a ambos lados de su cuerpo, como si temiera que pudiera cambiar de opinión y pedirle que se fuera. Cuando terminó de desnudarle. Claire abrió las sábanas en una silenciosa invitación.
Will se tumbó a su lado mientras ella se quitaba el camisón y lo tiraba al suelo. Permanecieron después tumbados, apoyando la frente el uno contra el otro. Claire comenzó a acariciarle lentamente el brazo, después la espalda.
Suspiró al sentir cómo iba desapareciendo el entumecimiento de sus músculos para ser sustituido por un delicioso calor. Comenzaron a tocarse, al principio vacilantes, pero el deseo no tardó en apoderarse de los dos.
Will capturó su boca en un beso lleno de un deseo agridulce. Sabía que no le pediría nada más que aquella última noche juntos. Se puso sobre ella y colocó las caderas entre sus piernas: le hizo alzar las rodillas y comenzó a mecerse contra ella. Y sentir su piel desnuda contra la suya estuvo a punto de desbordarle.
Aunque quería enterrarse dentro de ella, era completamente consciente de que no tenía preservativo. Ir a buscar uno supondría tener que abandonar la habitación y no sabía lo que podía pasar si lo hacía. Así que prefirió quedarse y buscar otras formas de alcanzar el orgasmo.
Continuaba moviéndose contra ella: la base de su miembro acariciaba la humedad que se deslizaba entre las piernas de Claire. Ella gemía suavemente, se arqueaba hacia él con la respiración convertida en una sucesión de jadeos. Comenzaron a estabilizar el ritmo de sus movimientos y Will cerró los ojos, disfrutando de aquella fricción.
Y, de pronto. Claire se apartó ligeramente y cuando volvieron a encontrarse. Will se deslizó dentro de ella. Se quedó paralizado, sorprendido ante aquel error. Claire estaba tan húmeda, tan abierta, que había sido casi inevitable. Pero entonces Claire comenzó a moverse otra vez y Will comprendió que no había sido un error. Claire sabía exactamente lo que estaba haciendo.
Gimió para sí ante la intensidad de aquellas sensaciones. Nada los separaba. La última barrera había caído. El calor de Claire le rodeaba, le envolvía, le acariciaba, y se sentía más excitado con cada una de sus caricias.
Claire gimió suavemente y cuando comenzó a retorcerse debajo de él. Will se supo cerca del orgasmo. Abandonó entonces su interior, pero continuó restregándose contra Claire, para, al cabo de unos segundos, volver a hundirse en ella.
La respiración de Claire se había convertido en una sucesión de jadeos. Continuaba moviéndose, aferrada a sus hombros y estremecida por el deseo. Y sólo entonces se permitió Will rendirse al increíble placer que estaba experimentando.
Lentamente, fueron elevándose juntos hasta el clímax. Los movimientos eran cada vez más rápidos. Claire se arqueaba contra él en cada una de sus embestidas. Will la sintió tensarse a su alrededor y estremecerse después con una serie de contracciones. Él se hundió en ella por última vez y se entregó completamente al orgasmo.
Continuaron moviéndose, consumidos todavía por el placer. Will sabía que podría estar haciendo el amor toda la noche. Jamás se saciaría de Claire. Pero lo que habían compartido había sido absolutamente perfecto y no quería estropearlo.
La abrazó por detrás, de manera que la espalda de Claire quedaba en su regazo y él apoyaba la barbilla en su hombro. Claire tomó sus manos, las colocó frente a ella y posó los labios en su palma.
Y así se quedó dormida, acurrucada contra él. Will también cerró los ojos, pero no era capaz de dormir, ni de dejar de pensar en el futuro.
¿Qué se suponía que iba a pasar después de aquello? ¿Sería capaz de sentir por otra mujer la pasión que había sentido por Claire?
Aquella noche no durmió. Permaneció despierto en la cama hasta que asomaron las primeras luces del amanecer. Cuando vio que el despertador de la mesilla marcaba las cinco de la mañana, comprendió que había llegado el momento de marcharse.
Le dio un beso a Claire en el hombro, se levantó, se vistió y, después de mirar a Claire por última vez, salió al pasillo. Una vez en el dormitorio, se cambió los vaqueros por unos pantalones de chándal, se puso una sudadera y unas playeras, salió a la calle y comenzó a correr.
El aire frío le despejaba la cabeza y llenaba sus pulmones mientras golpeaba rítmicamente el asfalto. Zancada tras zancada, iba corriendo como si de esa forma pudiera borrar hasta el último recuerdo de Claire.
Fue corriendo hasta el muelle y regresó por el pueblo. Al pasar por la tetería-panadería le detuvo la fragancia del pan recién hecho. Sí, se dijo, debería recuperar cuanto antes su antigua rutina.
Mary Kearney le sonrió al verle entrar.
– Vaya, hacía semanas que no te veía. Tengo entendido que estabas muy ocupado con esa norteamericana tan guapa.
– Eso ya se ha acabado. Vuelve a su país esta misma mañana.
Mary le metió dos bizcochos de mantequilla en una bolsa de papel y sacó un zumo de manzana del refrigerador que tenía detrás del mostrador.
– Te lo apuntaré en la cuenta.
Will se llevó su desayuno y continuó su carrera por el puerto. Había un lugar al que le gustaba ir cada mañana, un lugar desde el que se vela el ferry y los barcos de pesca saliendo al amanecer.
Para cuando vio los coches haciendo cola para subirse al ferry, el cielo comenzaba a teñirse de rosa por el este.
Will abrió la bolsa de papel y sacó uno de los bizcochos, todavía caliente. Le dio un mordisco y esperó a ver el coche rojo de Sorcha. Cuando lo distinguió, sintió que se le encogía el corazón al saber que Claire iba dentro.
Minutos después, el ferry se deslizaba por las aguas de la bahía con el coche de Sorcha a bordo. Estaba demasiado lejos como para distinguir las caras de los pasajeros, pero a Will le pareció reconocer la chaqueta de Claire.
Sonrió para sí. Seguro que estaba pensando en él. Preguntándose si estaría cometiendo un error al marcharse, preguntándose si se volverían a ver.
– Adiós, Claire -musitó-, que te vaya muy bien.
Tiró los restos del bizcocho en la hierba y comenzó a correr hacia el pueblo. Katie se encargaría de la posada. Él ni siquiera había deshecho todavía el equipaje que se había llevado a la península, así que agarraría esa misma bolsa y se marcharía en el siguiente ferry.
No podía quedarse allí. Y tampoco podía alojarse en su casa. Tenía que encontrar un lugar que no le recordara a Claire. Y cuando lo consiguiera, quizá fuera capaz de empezar a imaginar un futuro sin ella.