Capítulo 3

Cuando salió del cuarto de bailo envuelta en la toalla. Claire encontró la chimenea encendida. Se acercó hasta ella y extendió las manos para recibir el calor del fuego. Afortunadamente, Will había decidido aprovechar que estaba en el baño para salir de la habitación.

Claire se pasó la mano por el pelo mojado, tomó la bata y se la puso. Desde que había llegado a la posada, no había hecho otra cosa que pensar en Will. Era como si se hubiera deslizado en un mundo de fantasía en el que los hombres y las mujeres se sentían atraídos de manera inmediata y se mostraban dispuestos a arrojarse a los brazos del otro sin pensárselo dos veces.

Pero ella siempre había pensado detenidamente cada uno de los pasos que daba en sus relaciones sentimentales. Era una mujer prudente. Y acostarse con un hombre al que conocía desde hacía menos de veinticuatro horas era el epítome de la…

– Estupidez -musitó para sí.

Sí, estaba en un país extranjero y todos sus problemas se encontraban a un océano de distancia. Y mirar a los ojos de Will Donovan tenía un afecto amnésico sobre ella. Quedarse durante un mes en Irlanda para poder tener una aventura con Will Donovan no era una opción. Eric era su futuro y ya era hora de ocuparse del asunto que la había llevado hasta allí, de encontrar el manantial del Druida, llenar una botella de agua y regresar a casa.

Abrió el cajón de la cómoda y sacó su viejo diario. Todavía escribía en él muy de vez en cuando y, cuando sentía que su mundo se tambaleaba, volvía a él para recordar los planes que había hecho para su vida. Hojeó sus páginas y encontró la lista dedicada a su futuro marido.

«Uno», leyó, «tiene que ser atractivo. Dos, de pelo oscuro y ojos bonitos. Tres, tiene que gustarle Madonna», en realidad, eso ya no importaba. «Cuatro, que sea un hombre de éxito y viva en Chicago. Y que le gusten los gatos».

Claire continuó leyendo la lista, recordando el momento en el que se había dado cuenta de que Eric cumplía todos los requisitos, afición por Madonna, incluida. Claire incluso había recortado siendo adolescente una fotografía de una revista del marido soñado y la había pegado en su diario. Y Eric se parecía ligeramente al hombre de la fotografía.

Buscó en el diario y encontró la fotografía. En cuanto la miró, contuvo la respiración. Había algo familiar en aquellos ojos, algo que le recordaba a… Will Donovan.

Rápidamente cerró el diario y volvió a guardarlo debajo de su ropa interior. Sí, quizá Will cumpliera algunos de los requisitos, pero ella había construido todos sus planes alrededor de Eric. Aunque entonces, ¿por qué se sentía tan atraída por Will?

Jamás en su vida había tenido una aventura puramente sexual: jamás había sentido aquel tipo de excitación. Y aunque su lado práctico estaba dispuesto a escuchar todas las campanas de advertencia, otra parte de ella estaba deseando arrojar la precaución al viento. Y si de verdad quería dejarse llevar, seguramente Will Donovan fuera la persona más adecuada junto a la que hacerlo.

Al fin y al cabo, podía hacer realidad todas sus fantasías sexuales y después regresar a su vida de siempre sin arrepentimientos.

Llamaron entonces a la puerta de la habitación y Claire se pasó la mano por el pelo.

– Adelante -dijo, cerrándose la bata.

La puerta se abrió lentamente y apareció Will al otro lado.

– He preparado algo de cenar -dijo-. Está en la cocina, tengo que salir, pero volveré después. Si tienes hambre, sírvele tú misma.

Claire forzó una sonrisa e intentó ignorar el vuelco que le había dado el corazón al verle. ¿Cómo era posible que aquel hombre tuviera ese efecto sobre ella? ¿Era su forma de mirarla, siempre con aquella intensidad que le hacía sentirse como si estuviera desnudando su alma, además de su cuerpo? ¿O era aquel gesto de su boca, que parecía siempre a punto de besarla? Un escalofrío le recorrió la espalda mientras retrocedía y fijaba la mirada en el fuego.

– Gracias por encender la chimenea -le dijo-. Y por la cena, pero la verdad es que no tengo hambre.

– Si te apetece algo… de comer, quiero decir, la cocina está abierta -insistió Will.

– Ya sé lo que quieres decir -respondió Claire mirándole de nuevo.

– Entonces me voy. No tardaré.

Claire mantuvo la mirada fija en el fuego hasta que oyó que la puerta se cerraba. Entonces, gimió suavemente. Sujetándose la muñeca contra el pecho, se dejó caer en la cama, cerró los ojos e intentó dejar de pensar en Will Donovan. A los pocos minutos, se levantó y se acercó a la ventana.

Corrió la cortina y desde allí vio a Will alejándose a toda velocidad en su coche.

Pasó la siguiente media hora en su habitación, intentando convencerse de que no había cometido un error al ir a Irlanda, aunque se hubiera gastado una buena parte de sus ahorros en comprar el billete de avión. Pero cuanto más pensaba en el manantial del Druida y en su ridícula leyenda, más comenzaba a sentirse como una estúpida.

Siempre había estado muy segura de lo que quería. Y en ese momento, por primera vez en su vida, había salido tras algo tan ridículo como un manantial mágico. Le sonó el estómago y cerró los ojos. No había comido nada desde la hora del almuerzo y ya eran casi las nueve. Sí, sería mejor que bajara a la cocina aprovechando que Will estaba fuera.

Salió de la habitación y bajó las escaleras sin molestarse en calzarse. Una vez en la cocina, vio una cazuela sobre los fuegos y una hogaza de pan en el mostrador. Agarró un vaso del escurreplatos, abrió la nevera y buscó algo de beber. Olfateó el cartón de leche, se sirvió un vaso y volvió a guardarlo en la nevera.

– Tú debes de ser la estadounidense.

La voz llegó hasta ella en medio de la oscuridad. Claire giró sobre sus talones bruscamente, derramando al hacerlo la mitad del vaso de leche. Una figura esbelta vestida con una túnica blanca emergió de entre las sombras, cerca de la puerta trasera de la cocina.

– Me has asustado -dijo Claire, llevándose la mano al pecho.

– Lo siento. Deberías probar el estofado. Will prepara un cordero riquísimo.

– Ahora no está aquí -dijo Claire-. Ha salido.

– Lo sé. Ha venido a buscarme. Pero le estoy evitando.

Claire sintió una ligera punzada de celos. ¿Sería aquella mujer la amante de Will? Desde luego, era una mujer atractiva.

– Sí, ya veo -dijo Claire, asintiendo lentamente.

– No, no es lo que piensas. Will y yo somos amigos. Supongo que podrías considerarme algo así como su consejera espiritual -le tendió la mano-. Soy Sorcha Mulroony.

– Oh, eres la sacerdotisa druida -Claire le estrechó la mano-. Yo soy Claire O'Connor, la estadounidense.

– Eres encantadora -dijo Sorcha, estudiándola con atención-. Y es una suerte, teniendo en cuenta el hechizo que le he hecho a Will. Fuimos amantes, ¿sabes? Pero ya no lo somos. Fue hace mucho tiempo, así que no te preocupes -Sorcha le quitó el vaso de leche y lo dejó en el mostrador-. ¿Y todavía no le has seducido? Es maravilloso en la cama. Muy… muy intenso.

Claire intentó disimular su sorpresa ante la audacia de aquella pregunta.

– ¿Por qué crees que debería seducirle?

Sorcha se colocó tras ella, buscó en un bote y sacó una galleta que comenzó a mordisquear.

– No estás casada, ¿verdad?

– No.

– ¿No estás comprometida?

Sorcha le tendió a Claire una galleta. Claire abrió la boca para contestar afirmativamente, pero se dio cuenta de que sería mentira.

– En realidad no, de momento.

– Bueno, entonces, ¿por qué no vas a acostarte con él? Deberías dejarte llevar por tus deseos más primarios. Yo sé todo sobre ese tipo de deseos. Si quieres, puedo echarle un hechizo. Por cien euros, podría conseguir que le resultaras irresistible -mordisqueó la galleta-. Acepto tarjetas de crédito. No me mires con esa cara de asombro. Una chica tiene que divertirse de vez en cuando, ¿no te parece?

Claire dejó la galleta en el mostrador, intentando encontrar las palabras adecuadas para formular su pregunta.

– ¿Has oído hablar alguna vez del manantial del Druida? Mi abuela me contó que había un manantial con agua mágica en esta isla.

– Por supuesto. Y sé dónde está.

– ¿Podrías enseñármelo? -le preguntó Claire.

Sorcha frunció el ceño.

– Es un secreto profesional.

– Lo primero que tienes que hacer es decirme por qué quieres el agua -le dijo Sorcha-. Y después, quizá me lo piense -se dirigió a la puerta de atrás-. Hablaremos en otra ocasión. Será mejor que me vaya antes de que regrese Will. Pasado mañana es Samhain, hasta que pase esa fecha, estaré muy liada. Pero podemos hablar al día siguiente. Si quieres, podemos quedar para comer. Puede ser divertido.

– Espera -le dijo Claire antes de que se marchara-, se supone que me voy mañana.

– No, no te irás mañana. Piensa en lo que te he dicho. Una oportunidad como ésta no se presenta todos los días -y salió.

Claire corrió hacia la puerta y la vio desaparecer en la oscuridad de la noche.

– Intenso -susurró para sí.

¿Cuándo había tenido una experiencia intensa relacionada con el sexo? Jamás.

– Lo que pase en Irlanda, se quedará en Irlanda -añadió, volviéndose hacia la puerta.

Al día siguiente, se prometió, iría al pueblo y haría todo lo que pudiera para localizar el manantial del Druida. Con un poco de suerte, conseguiría lo que había ido a buscar y podría volver a casa antes del fin de semana. Pero mientras se dirigía lentamente hacia las escaleras con un puñado de galletas y un vaso de leche, no pudo evitar preguntarse si no terminaría arrepintiéndose de salir de forma precipitada.

Al fin y al cabo, su relación con Eric había terminado. De modo que, ¿Por qué no disfrutar de la compañía de otro hombre? ¿Por qué no atreverse a hundir un pie en el estanque del deseo?

– ¿Por qué? -musitó-. Porque nunca he sido una gran nadadora y podría terminar ahogándome.

En cualquier caso, ahogarse en un torbellino de deseo no era ni de lejos la peor forma de morir.


Will saludó al camarero con un gesto al entrar en el pub y se abrió paso entre las mesas.

– Estoy buscando a Sorcha -dijo, inclinándose sobre la barra para hablar con Dennis Fraser-. ¿La has visto?

Dennis señaló con la cabeza hacia la parte trasera del bar. A través del humo. Will vio a Sorcha sentada a la mesa con dos ancianos del pueblo. Caminó hasta allí y permaneció junto a la mesa hasta que Sorcha alzó la mirada.

– Te he estado buscando por toda la isla -le dijo-. Tenemos que hablar.

– Eso he oído. Pero ahora estoy en medio de una consulta. El señor Kelly quiere saber para cuándo se espera la próxima helada.

Will agarró a Sorcha de la mano y la obligó a levantarse.

– Caballeros, ahora mismo se la devuelvo -le dijo.

La arrastró hasta la puerta y salió con ella a la calle.

– ¿A qué viene todo esto? -preguntó Sorcha.

– Quítame el hechizo. Ahora mismo. Si no me lo quitas, ya no seremos amigos.

– Eso suena como una amenaza. ¿Estás amenazándome, Will Donovan?

– Tú quítame el hechizo, ¿está claro?

Sorcha hizo un puchero y asintió.

– No entiendo porqué. Es encantadora. Will, y no tengo ninguna duda de que no te costaría nada llevártela a la cama. Hemos estado hablando un rato y creo que está bastante abierta a…

– ¿Has hablado con ella?

– Sí, he pasado por la posada. Había oído decir que estabas buscándome. Hemos tenido una conversación muy agradable y he alabado tu potencia sexual. Habrías estado orgulloso de mí.

Will apretó los dientes, intentando dominarse. Dios, lo peor de vivir en aquella isla era que todo el mundo se creía con derecho a meterse en su vida.

– Sorcha, hazlo ya. Esta noche.

Y, sin más, se volvió hacia su coche, maldiciendo entre dientes. Maldita fuera, él jamás había creído en aquella maldita magia, pero no había otra forma de explicar la atracción salvaje que sentía hacia Claire O'Connor.

Para cuando recorrió la poca distancia que le separaba de la posada, había conseguido calmar su enfado y su frustración. Era ya casi media noche y aquél había sido un día muy largo. Lo único que le apetecía era un whisky, una cama caliente y un sueño reparador. Al día siguiente se despertaría convertido en un hombre nuevo.

Pero en cuanto cruzó la puerta de la cocina, sus pensamientos volaron hacia la huésped que estaba en el piso de arriba. Su única huésped.

Cruzó la cocina, se quitó la chaqueta y la dejó en un taburete. Las luces del salón estaban encendidas y las apagó antes de dirigirse a su dormitorio, situado en la parte de atrás de la posada. Pero cuando pasó por delante de las escaleras, no pudo resistir la tentación de subir a ver a Claire.

Al rodear la esquina del pasillo, advirtió que salía luz por la rendija de su puerta. En un primer momento vaciló, diciéndose que era preferible dar media vuelta y volver a su dormitorio. Pero la curiosidad le venció y continuó avanzando. Se asomó a la puerta y vio a Claire acurrucada en una butaca en frente de la chimenea, con un libro en el regazo. Se miraron a los ojos.

– No esperaba encontrarte despierta -dijo Will suavemente.

– No podía dormir. Cada vez que lo intentaba, me tumbaba encima de la muñeca y me despertaba el dolor.

– ¿Quieres que te traiga algo?

– Si no es mucha molestia, no me importaría tomar una taza de té.

– No es ninguna molestia.

Claire se levantó, dejando el libro en la butaca. La bata se pegaba a su cuerpo como una segunda piel y Will comprendió que no llevaba nada debajo. Clavó la mirada en el nudo del cinturón, preguntándose cuánto tardaría en deshacerlo y quitarle la bata.

– Yo… iré a buscarlo -dijo con voz atragantada.

– Pensaba acompañarte.

Claire se acercó a él y Will la tomó por la cintura. Y en el momento en el que la tocó, comprendió que estaba perdido. Ella se quedó paralizada, mirándole con los ojos abiertos de par en par. Un segundo después, Will capturó sus labios y cayeron los dos junios en la cama, retomando su encuentro exactamente donde lo habían dejado.

Will estaba desesperado por volver a saborearla. Le tomó el rostro entre las manos y devoró su boca. Sin apenas respiración, trazó un camino de besos por su cuello, deslizó la bala por sus hombros y mordisqueó la suave curva de su cuello.

Claire olía al jabón de lavanda que proporcionaba la posada. En ella, aquel olor resultaba tan embriagador como una droga. Buscó de nuevo su boca y, aquella vez, la arrastró a un lento y lánguido beso, decidido a tomarse todo el tiempo que hiciera falla para estar con ella.

– ¿De verdad tenías que hacer un recado? -le preguntó ella-. ¿O sólo estabas intentando alejarte de mí?

Will se la quedó mirando fijamente, sin saber qué contestar.

– Lo de mantenerme lejos de ti parece una causa perdida -le acarició la cara y deslizó el pulgar por su labio inferior-. ¿Quieres que me vaya?

Claire se restregó contra él y comenzó a desabrocharle la camisa, plantando un beso en cada centímetro de piel que dejaba al descubierto.

– No -musitó Claire.

– ¿De verdad no te dejaba dormir el dolor de muñeca o estabas esperándome? -preguntó Will.

– No podía dormir -contestó mientras le quitaba la camisa-. Pero la muñeca va bastante bien.

Will rió suavemente. Siempre había odiado los trucos en las relaciones con las mujeres, las mentiras, los coqueteos absurdos… Con Claire todo era diferente. Ambos sabían lo que querían y no temían admitirlo.

– Quiero que sepas que no hago esto con todas las huéspedes de la posada.

– Me alegro de saberlo -respondió Claire. Se mordió el labio-. Aunque estoy segura de que, si ofrecieras tus servicios, tendrías más clientes en temporada baja.

– Déjame decirlo de otra manera: es la primera vez que hago esto con una de mis huéspedes.

– Supongo que siempre hay una primera vez para todo -respondió ella.

Will la estrechó contra él y le mordisqueó el cuello.

– ¿Hasta dónde vas a dejarme llegar?

– Creo que el home run no estaría mal -dijo Claire.

Riendo suavemente, Will la tumbó hasta colocarla a su lado. Deslizó entonces la mano por debajo de la bata para acariciar su seno y contuvo la respiración al alcanzar el pezón. Claire era suave, perfecta, y cada una de sus curvas parecía estar esperando el contacto de su mano.

Cuanto más se besaban, cuanto más se acariciaban, mayor era el deseo. La prisa los guiaba y en vez de desnudarse por completo, se limitaban a apartar la ropa que les separaba: desabrocharon botones, bajaron cremalleras, hasta que la pierna de Will descansó sobre la cintura de Claire y ésta deslizó la mano por la cintura de sus pantalones para dejarla descansando sobre su espalda.

Sólo hubo un instante de duda, un instante durante el que Will pensó que quizá fuera mejor retroceder hasta la primera base y quedarse allí durante todo el encuentro. Pero entonces Claire posó la mano sobre su pecho y descendió hasta su vientre. Envolvió su erección con los dedos a través de la tela de los boxers y comenzó a moverla lentamente hasta hacer desaparecer la última sombra de duda.

– Nunca he tenido mucho interés por los deportes estadounidenses -susurró Will, mirándola a los ojos-, pero creo que éste podría llegar a gustarme.

Comenzó a subir el dobladillo de la bata. Fue siguiendo con los dedos la parte interior del muslo hasta llegar a la humedad que descendía entre sus piernas. Una vez allí, continuó acariciándola, hundiendo la mano entre los delicados pliegues de su sexo.

– Tercera base -musitó Claire, arqueándose contra él.

Will siempre había disfrutado de todo el abanico de actividades que podían llevarse a cabo en el dormitorio con una mujer. Y aunque los preliminares eran divertidos, perderse completamente dentro de una mujer era para él el mejor de los placeres. Aun así, de momento, aquella lenta seducción en la que ambos participaban le parecía perfecta.

Se sentía como un adolescente que acabara de descubrir las maravillas del cuerpo de una mujer. Con cada caricia, aprendía a interpretar sus deseos y, a cambio, Claire aprendía lo que él necesitaba de ella.

Will no sentía ninguna urgencia y se deleitaba acariciándola, besando cada centímetro de piel que quedaba al descubierto. Sus dedos comenzaron a trabajar con el nudo de la bata y, cuando por fin cedió, la abrió de manera que quedara todo el cuerpo de Claire expuesto ante sus ojos.

– Eres preciosa -susurró, recorriéndola con la mirada. Se inclinó para acariciarle un pezón con la lengua y tiró suavemente-. Y también sabes muy bien.

Claire se echó a reír y lo empujó suavemente hasta hacerle tumbarse. Comenzó entonces con su clavícula, dibujando una línea de besos desde el centro de su pecho hasta su vientre, dejando la huella húmeda de su lengua sobre su piel. Will cerró los ojos al advertir que continuaba bajando.

Un segundo después. Claire cerraba los labios alrededor de su miembro y una ola de sensaciones fluía por todo su cuerpo.

Will no estaba preparado para la intensidad del placer que lo sobrecogió al sentir la humedad de su boca sobre su sexo. Abrió los ojos y clavó la mirada en el techo, esforzándose para no perder el control. Si la miraba, terminaría en cuestión de segundos.

Claire, consciente de su nivel de excitación, se apartó y esperó a que estuviera preparado para continuar.

Will tenía la sensación de no tener el control de su deseo. Con cada caricia. Claire le llevaba un poco más hasta el límite y, cuando estaba ya a punto de llegar, retrocedía. Si aquel juego tenía algún reglamento. Claire debía conocerlo al dedillo, porque estaba haciendo todo lo que estaba en su mano para prolongar aquel placer. Pero Will quería compartir con ella su liberación.

Con mucha delicadeza, la besó de nuevo y continuaron acariciándose el uno al otro. El ritmo se aceleraba. Claire gimió en el instante en el que Will encontró el lugar ideal para complacerla. Dejó escapar un suave gemido y Will comprendió que estaba lista. Se miraron a los ojos y vio el intenso placer que reflejaba su expresión: el deseo de Claire resultó un estímulo tan poderoso como el suyo.

Claire susurraba su nombre una y otra vez y él ya no podía contenerse. Justo en el instante en el que estaba a punto de dejarse arrastrar por el orgasmo, sintió que Claire se estremecía a su lado y Will explotó en su mano. Impulsado por ola tras ola de placer, intentó concentrarse en sentir las contracciones de Claire contra sus dedos, en el placer que él mismo le estaba dando.

Cuando todo terminó, permanecieron tumbados el uno al lado del otro con la respiración entrecortada, saciados e incapaces de moverse. Will no sabía qué decir. Jamás en su vida había experimentado nada igual.

Pero ya se preocuparía al día siguiente de lo que tenía que decir. De momento, se limitarla a disfrutar de las secuelas del sexo. Claire se acurrucó contra él y enterró el rostro en su hombro. Will alargó el brazo, tomó la manta y la estiró, envolviéndolos a ambos con ella. Cerró los ojos y se durmió.


El sol que entraba por las ventanas arrancó a Claire de las profundidades del sueño. Guiñó los ojos y los protegió con la mano mientras se acostumbraba a la luz del sol. Tenía los brazos enredados entre las sábanas y tuvo alguna dificultad para liberarlos.

A diferencia de la mañana anterior, sabía exactamente dónde estaba y qué había hecho la noche anterior. Asomó a sus labios una ligera sonrisa de satisfacción. Siembre se había dicho que el sexo, para ser realmente placentero, no tenía que ser improvisado y salvaje. Pero después de haberlo experimentado por si misma, comprendía lo equivocada que había estado. El sexo improvisado y salvaje era el mejor.

Al igual que todo lo demás en su vida, el sexo, especialmente con Eric, tenía su lugar. Lo programaba en secreto, de la misma forma que programaba una cita en la peluquería o con su preparador personal. Pero lo que había compartido con Will la noche anterior era pura lujuria, la clase de placer que hacía que una mujer olvidara todas sus inhibiciones y sus miedos.

– Intenso.

Se apoyó sobre un codo, observó el rostro de Will y alargó la mano para apartar un mechón de su frente.

¿Quién era realmente aquel hombre?, se preguntó, ¿y por qué se atraían con tanta fuerza? Bajó la mirada hacia su vientre. Tenía los vaqueros desabrochados y podía ver la línea de su pene a través de la tela de los boxers. Alargó la mano para acariciarlo, pero casi inmediatamente, la apartó.

– Abre los ojos -susurró.

Pero Will estaba profundamente dormido.

Con mucho cuidado. Claire se levantó de la cama y alargó la mano hacia la bata de seda. Y se dirigía hacia el cuarto de baño cuando oyó que alguien gritaba en la posada:

– ¡Hola! ¿Hay alguien aquí? Queremos una habitación.

Miró hacia la cama y después hacia la puerta abierta. Cuando oyó pasos en la escalera, le entró el pánico. Se pasó la mano por el pelo, corrió al pasillo y cerró la puerta tras ella. Unos segundos después, vio aparecer a una pareja de ancianos por las escaleras.

– Hola -la saludó el hombre-, ¿no será usted la encargada de la posada?

– No -contestó Claire, cerrándose la bata-. ¿No está en el piso de abajo el encargado?

– No ha contestado nuestras llamadas. Acabamos de llegar en el ferry. ¿Lo ves. Glynis? Ya te he dicho que era demasiado pronto.

– Bueno, George, tampoco nos vendrá mal saber si hay o no habitaciones.

– Seguramente habrá ido a hacer algún recado -les aseguró Claire-. Si me dicen su nombre, le pasaré el recado.

– ¿Sabe si hay habitaciones libres?

La primera idea de Claire fue decirles que no. Le gustaba tener a Will sólo para ella. Pero estaba intentando sacar adelante un negocio y no podía perjudicarle con su egoísmo.

– Yo… no estoy segura. Creo que comentó que esta tarde venía un grupo. Tendrán que preguntárselo a él.

– Humm -el hombre miró a su esposa y se encogió de hombros-. Bueno, supongo que volveremos más tarde. Vamos a dar una vuelta por la isla. Acabamos de llegar de Lincolnshire, queremos asistir a la celebración de Samhain mañana por la noche. Usted es estadounidense, ¿verdad?

– Sí, de Chicago.

– Bonita ciudad -dijo Glynis-. Estuvimos allí hace, ¿cuánto tiempo, George? ¿Tres o cuatro años?

– Creo que cinco. Subimos a las Torres Sears. Qué vista tan increíble… Bueno, ha sido un placer conocerla, querida.

Claire asintió y los vio alejarse por el pasillo.

En cuanto desaparecieron por las escaleras, regresó al dormitorio, se sentó en la cama y sacudió a Will para que se despertara.

– Will, despierta.

Will abrió los ojos y la miró con el ceño fruncido, pero aquella expresión fue sustituida gradualmente por una sonrisa.

– Buenos días.

– Ha venido una pareja buscando habitación. He estado hablando con ellos en el pasillo. Están buscándote.

Will se sentó inmediatamente y se pasó la mano por el pelo.

– ¿Qué hora es?

– Las ocho o las nueve. Les he dicho… -se interrumpió-, les he dicho que seguramente habías salido a hacer algún recado.

Will la agarró por la cintura y la colocó encima de él.

– Bien hecho. En ese caso tenemos… una hora o dos por lo menos.

– También les he dicho que creía que tenías la posada llena para esta noche. Será mejor que bajes a decirles que estaba equivocada.

– ¿Por qué voy a tener que bajar? -le preguntó-. Por mí, podemos cerrar la puerta y tirar la llave. Eres una huésped importante que requiere toda mi atención.

– Will, creo que será mejor que…

– Pasemos el resto del día juntos -respondió.

– La verdad es que estaba pensando en ir al pueblo. Ayer conocí a Sorcha y me apetece acercarme a ver su tienda.

– Sí, me comentó que había pasado por aquí -dijo Will con el ceño fruncido-. ¿Qué te dijo exactamente?

– Me dijo que habíais sido amantes hace tiempo. Y que puede lanzar hechizos. En Chicago no tenemos druidas, ¿sabes?, por lo menos que yo sepa. Así que, ya que estoy aquí, me gustaría volver a verla.

– Es un fraude, ¿sabes? Sorcha finge tener poderes mágicos, pero en realidad es una forma de sacarles dinero a los turistas.

– Lo sé, pero estoy de vacaciones, y me gustaría contribuir a la economía local.

– No creo que la tienda esté abierta. Sorcha debe estar ocupada preparando el ritual de mañana por la noche. De todas formas, te llevaré al pueblo. Hay una tetería cerca de la biblioteca en la que preparan unos bizcochos de pasas y mantequilla deliciosos. Podemos desayunar allí.

– Si no te importa, creo que me gustaría tener algún tiempo para mí. Voy a vestirme y, mientras tanto, tú podrías aprovechar para bajar a recepción a ver si puedes alcanzar a esa pareja de Lincolnshire.

Will la miró con cierto recelo.

– Muy bien, pero esta noche cenaremos juntos. Prométemelo.

– Sí -dijo Claire-. Esta noche cenaremos juntos.

Will se levantó de la cama, se abrochó los vaqueros y recorrió la habitación con la mirada, buscando su camisa. La encontró a los pies de la cama y se la puso.

– Ayer lo pasé maravillosamente -musitó mientras se la abrochaba con la mirada fija en su rostro.

– Yo también -contestó Claire sonrojada. Will pareció entonces satisfecho. Asintió antes de dirigirse hacia la puerta.

– ¿Quieres desayunar?

– Creo que bajaré a por una manzana y me iré.

Will buscó en el bolsillo de los vaqueros y le tendió unas llaves.

– Llévate la camioneta. Tengo otro coche. Dejaré el móvil en el asiento del conductor. Si te pierdes o tienes algún problema, busca en la agenda y llámame a la posada. Iré a buscarte inmediatamente.

– Estamos en una isla. No creo que sea fácil perderse.

– Bueno, en ese caso, llámame si necesitas… cualquier cosa -le dijo. Abrió la puerta para salir al pasillo, pero en el último momento retrocedió, la agarró por la cintura y la besó-. Estaré abajo.

Claire sonrió.

– Sí, lo sé.

Cuando por fin se quedó sola. Claire se sentó en el borde de la cama. Todo había sido demasiado rápido. Corría el riesgo de entregarse a aquella fantasía sexual durante el resto de sus vacaciones, lo que haría terriblemente difícil su marcha. Pero Claire no se hacía ilusiones sobre su relación con Will Donovan. Al fin y al cabo, él vivía en una isla que estaba a un océano de distancia de Chicago. Y además, ella tenía un prometido en los Estados Unidos.

Se vistió rápidamente y bajó. Will estaba en la cocina, concentrado en el periódico. Claire agarró una manzana de un frutero que había en el mostrador, le prometió a Will que volvería antes de la cena y se permitió un largo y apasionado beso de despedida. Él hizo todo lo posible para convencerla de que le dejara acompañarla, pero Claire se mostró tajante. Necesitaba encontrar ese manantial y no quería discutir con él.

Conducir un vehículo con el volante a la derecha no fue fácil al principio. Pero Claire se las arregló para llegar hasta el pueblo. Una vez allí, decidió aparcar en el primer hueco que encontró y continuar caminando.

No tuvo ningún problema para encontrar la tienda de Sorcha, con un dragón tallado en madera encima de la puerta. Aunque Will le había dicho que estaría cerrada, intentó abrir la puerta. Sí, estaba cerrada. Miró por la ventana, pero era imposible ver nada en el interior, que estaba completamente a oscuras.

– Está en el círculo de piedras -le dijo alguien.

Claire dio media vuelta y vio a la enfermera del pueblo. Annie Mulroony, que se acercaba con dos bolsas de la compra.

– ¿La ayudo con las bolsas? -se ofreció Claire.

– No, no. Tengo el coche aquí al lado. ¿Cómo tienes la muñeca?

– Mucho mejor -contestó Claire, extendiendo la mano y moviendo los dedos-. Apenas me duele.

– Sorcha se está preparando para la celebración Samhain. Organiza un espectáculo en el círculo de piedras. Es mañana a las ocho, todo el mundo va. Se canta, se baila y se encienden hogueras.

– Quería ver su tienda.

– Seguro que viene antes de la cena -Annie se interrumpió-. ¿Cómo es que has decidido quedarte tanto tiempo? Supongo que Will te estará tratando bien.

– Sí, claro que sí.

– Es un hombre muy atractivo, ¿verdad?

Claire miró nerviosa a su alrededor. ¿Todo el mundo sabía lo que había pasado la noche anterior? ¿O serían imaginaciones suyas?

– Sí, es un hombre atractivo.

– Es un buen partido para cualquier jovencita. Yo llegué a pensar que haría una buena pareja con Sorcha. Pero mi hija es un poco… temperamental. Es un hombre muy rico, ¿sabes? Aunque no lo parezca -Annie se inclinó hacia ella-. No me gustan los cotilleos, pero en realidad esto no lo es, puesto que apareció en publicado en todos los periódicos. El caso es que Will es millonario.

– ¿Will? ¿Se ha hecho millonario con la posada?

– Inventó un programa de ordenador. Tenía una empresa en Killarney y la vendió antes de volver a la isla. Creo que esto es como un escondite para él. Supongo que se cansó de tener a todas esas mujeres detrás de él.

Claire asintió, incómoda con el rumbo que estaba tomando la conversación. Si Will tenía tantas mujeres tras él, ¿qué estaba haciendo con ella? ¿Sería para él una muesca más en el cabecero de su cama? Claire desvió la mirada hacia la biblioteca del pueblo.

– Creo que pasaré por la tienda más tarde -se despidió de Annie y continuó avanzando hasta la biblioteca.

Una vez allí, entró. Pasó por delante de la zona de los libros de ficción y de autoayuda, pero tardó varios minutos en encontrar la sección que estaba buscando.

– Historia local -dijo mientras sacaba un libro de la estantería.

– ¿Puedo ayudarte? -una mujer regordeta y pelirroja entró en aquel momento en la habitación, secándose las manos en un delantal-. Estaba preparándome una taza de té. ¿Le importaría…? Ah, eres la norteamericana. Te llamas Claire, ¿verdad? Yo soy Beatrice Fraser.

– Sí, soy Claire O'Connor, la estadounidense. Y por lo visto han debido publicar mi llegada en el periódico del pueblo. Todo el mundo parece saber quién soy.

– Bueno, no es difícil reconocerte con ese acento tan marcado. Y. créeme, la llegada de una joven atractiva a la isla nunca pasa desapercibida. ¿Te han hecho ya alguna propuesta de matrimonio? Porque si te interesa quedarte en la isla, yo soy la casamentera del pueblo, además de la bibliotecaria.

– Estás de broma, ¿verdad?

– La población de Trall lleva treinta años reduciéndose, no bromeamos con ese tipo de cosas. Pero bueno, supongo que no te dejarás impresionar por ninguno de nuestros solteros, sobre todo después de haber visto a Will Donovan. Es un hombre muy guapo, ¿verdad?

Claire se sonrojó violentamente. Necesitaba cambiar de lema cuanto antes.

– Estaba… estaba buscando una guía sobre la isla.

– Las guías están en la mesa de al lado de a puerta. Cuestan tres euros veinte.

Claire había hojeado la guía de la isla la noche anterior en la posada mientras esperaba a Will, y en ella no decían nada del manantial.

– En realidad, estaba buscando información sobre el manantial del Druida. Mi abuela me ha hablado de él. Estuvo en la isla hace cincuenta años y bebió agua de ese manantial.

– Ah, ese manantial es el principal atractivo para los turistas.

– Esperaba poder encontrarlo, pero nadie sabe dónde está.

– ¿Y eso te sorprende? Aquellos que odian ver a los turistas por toda la isla preferirían que la leyenda se olvidara. Y los que dependen de la leyenda prefieren mantener el misterio. Si todo el mundo supiera dónde está el manantial, irían hasta allí, llenarían sus cantimploras y se marcharían.

– Entonces, ¿no vas a decirme dónde está?

– Por supuesto que no. Pero en la biblioteca hay una gran colección de guías antiguas. También puedes consultar los libros de viaje -Beatrice le guiñó el ojo-. Y ahora, creo que voy a tomarme ese té. ¿Quieres una taza?

– Sí -contestó Claire con una sonrisa-, me encantaría.

Una hora y dos tazas de té después. Claire tenía la respuesta o al menos, las pistas que podían llevarla basta el manantial. Se guardó el mapa que había garabateado precipitadamente y volvió al coche. Llevaba consigo una botella por si encontraba el manantial. En cuanto hubiera conseguido llenarla, habría completado su misión.

Claire se sentó en el coche, aferrándose con fuerza al volante. Conseguiría lo que había ido a buscar y podría marcharse. Pero el caso era que no quería irse. Todavía no. Pensar en regresar a Chicago le hacía sentir un extraño vacío.

Gimió suavemente, se inclinó hacia delante y apoyó la cabeza en el volante. Las imágenes de Will Donovan inundaban su mente e intentó apartarlas. Había ocurrido algo extraño entre ellos la noche anterior, una especie de conexión mágica que Claire todavía no estaba dispuesta a olvidar.

Suspiró. ¿De verdad había estado enamorada de Eric? Porque la verdad era que le había olvidado muy rápidamente. Le bastaba pensar en el atractivo irlandés al que había conocido la noche anterior para gemir de placer. Y si encontraba el manantial, ya no tendría ninguna excusa para quedarse y disfrutar de los placeres que Will le ofrecía.

Una llamada a la ventanilla del coche la sobresaltó. Claire se volvió en el asiento y descubrió a un joven que la saludaba y sonreía mostrando todos sus dientes. Claire pulsó el botón para bajar la ventanilla.

– Hola -le saludó.

– ¿Tú eres la estadounidense?

– Sí.

– ¿Te gustaría cenar conmigo esta noche?

– Yo… no te conozco.

El joven le tendió la mano a través de la ventanilla.

– Derrick. Soy Derrick Doly, el encargado de la gasolinera de la isla. Si necesitas que te arreglen el coche, yo soy tu hombre. Me gano bien la vida. Y te sería fiel.

Claire abrió los ojos como platos.

– Yo… agradezco la invitación. Derrick, pero… -tomó aire-, la verdad es que me iré de la isla dentro de unos días y no me gustaría… romperte el corazón.

– Oh, no me lo romperás. Tengo un corazón muy duro.

– Bueno, quizá podría cenar contigo, pero con una condición. ¿Sabes dónde está el manantial del Druida?

– Claro que sí, casi todo el mundo en la isla lo sabe. O dice que lo sabe.

– ¿Y te importaría enseñármelo? Derrick frunció el ceño.

– Bueno, yo… No estoy seguro de que deba. Es un secreto muy buen guardado. Y no me gustaría ser el primero en sacarlo a la luz.

– Y yo no tengo planes para esta noche -dijo Claire, suspirando con dramatismo.

– Bueno, supongo que no tiene por qué hacer ningún daño, siempre y cuando me prometas no decírselo a nadie.

Claire sonrió.

– Prometido.

Cenar con Derrick era un precio muy bajo a pagar a cambio de encontrar el manantial. Comería algo con él a primera hora y después volvería a la posada para cenar con Will. Y no se marcharía de Trall sin el agua.

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