Claire permanecía tumbada en la cama, intentando imaginar siluetas de animales a partir de las grietas de la escayola. Había pasado allí casi toda la mañana y gran parte de la tarde, intentando evitar otra conversación con Eric. Se había duchado, se había depilado y se había pintado las uñas. Y ya no sabía qué hacer.
¿Por qué habría ido Eric hasta allí? ¿Y cómo habría llegado a convencerse de que estaría dispuesta a trabajar con él? Tenía que reconocer que también ella había llegado a Irlanda intentando recomponer su relación, pero ésa había sido una reacción histérica a una situación realmente terrible.
En cuanto había tenido oportunidad de tranquilizarse y analizar las cosas con cierta perspectiva, se había dado cuenta de que Eric era la última persona que le apetecía que formara parte de su vida. Claire gimió para sí, dio media vuelta en la cama y enterró la cabeza en la almohada. Porque aquella conclusión la obligaba a enfrentarse a un nuevo dilema. Un dilema que se llamaba Will Donovan.
Se suponía que acostarse con Will tenía que haber sido una diversión. Estaba convencida de que podría separarse de él sin arrepentimientos. Pero cuando estaba a punto de llegar el momento de marcharse, se daba cuenta de que le resultaría imposible abandonar Irlanda sin una maleta llena de dudas y arrepentimientos.
Una llamada a la puerta la hizo levantarse precipitadamente de la cama.
– Vete. Eric -gritó-. No quiero hablar contigo.
– Soy Will.
Profundamente aliviada. Claire abrió la puerta, arrastró a Will al interior de la habitación y volvió a cerrarla.
– ¿Todavía está abajo?
– Acaba de marcharse a almorzar. Me ha pedido que te diera esto cuando bajaras -le tendió una cajita.
– ¿Qué es?
– No lo sé. Está cerrada y no me he tomado la molestia de preguntárselo.
Hablaba con voz fría, distante. Aquél no era el hombre divertido y cariñoso con el que Claire se había acostado la noche anterior.
– Yo no le he pedido que venga. No quiero que esté aquí -le explicó a Will.
– Entonces dile que se vaya.
Claire vaciló y vio inmediatamente la sombra de recelo que asomaba a los ojos de Will.
– Me ha ofrecido un puesto de trabajo en una agencia muy importante de Nueva York y no estoy segura de que deba rechazarlo.
– Parece unan gran oportunidad. Deberías aceptarlo.
– No pareces muy convencido -bromeó Claire, esperando arrancarle una sonrisa. Dejó la caja en la cama.
– ¿No vas a abrirla?
– No me importa lo que pueda haber dentro. Pero Will se acercó a la cama, recuperó la caja y se la tendió.
– Ábrela.
Claire suspiró, abrió la caja y se quedó helada. En el interior había una bolsita de terciopelo con el nombre de una importante joyería de Chicago.
– No necesito abrirla.
Fue Will el que lo hizo por ella, y sacó una bonita sortija con un zafiro rodeado de diamantes.
– Bueno, supongo que ésta es una buena manera de enmendar lo de la nota del espejo.
Claire se quedó mirando el anillo fijamente.
– Iba a proponerme matrimonio…
Will le agarró la mano y le deslizó el anillo en el dedo.
– ¿Es esto lo que quieres? Porque si es así, estupendo. Pero si ese tipo te dejó como tú me contaste, serías una estúpida si consideraras siquiera su ofrecimiento. Te mereces algo mejor, mucho mejor.
– No. claro que no es eso lo que quiero -replicó Claire, quitándose el anillo y guardándolo de nuevo en la bolsa-. Pero no tengo trabajo y dentro de unos meses me quedaré sin casa. ¿Qué voy a hacer? ¿Quedarme aquí contigo?
En cuanto pronunció aquellas palabras, deseó no haberlo hecho. O. quizá, haberle dado otro tono a la frase para que no pareciera tan sarcástica. La verdad era que le resultarla muy fácil quedarse con Will, continuar lo que habían empezado. Pero sabía que su atracción se basaba solamente en el deseo, que no la sostenía nada más sustancial.
– Lo siento -musitó-. Has sido muy generoso conmigo, y no quiero que pienses que no he disfrutado de cada minuto que hemos…
– No sigas -le pidió Will y alzó la mano-. Ven, tenemos que salir de aquí. Prepara equipaje para un par de días.
– ¿Adónde vamos?
– No lo sé, pero quiero sacarte de esta isla, alejarte de tu prometido. En cuanto hagas el equipaje, baja por la escalera de servicio. La puerta está al final del pasillo da directamente a la cocina.
– Pero tú no puedes dejar la posada. Tienes huéspedes.
– Lo hago constantemente. Katie se encargará de atenderla.
En el fondo. Claire sabía que debía negarse. Ya iba a ser suficientemente doloroso marcharse de Irlanda como para profundizar en su relación con Will. Pero aun así, estaba dispuesta a aceptar las consecuencias de pasar unas noches más a su lado.
– De acuerdo -dijo.
Will la abrazó entonces y la besó. Se apartó ligeramente, le apartó el pelo de la cara y le dio un beso en la nariz. Claire le miró a los ojos y vio cómo iba desapareciendo de ellos el enfado.
– Dame un minuto -le pidió-. Terminaré de hacer las maletas y bajaré.
– Date prisa, tenemos que llegar al último ferry.
Cuando la puerta se cerró tras Will. Claire se llevó la mano el corazón. Le latía con una fuerza extraordinaria. ¿Cómo era posible que aquel hombre la hiciera sentirse tan viva sólo con tocarla?
Se volvió hacia la cama y comenzó a hacer el equipaje. La anticipación crecía con cada prenda de ropa que guardaba. Cuando terminó, se vistió, eligiendo como ropa interior un sujetador negro y un tanga.
– Siempre conviene estar preparada -musitó para sí con una sonrisa.
Pasarían la noche juntos, en la misma cama. Y procuraría disfrutar como nunca.
En cuanto terminó, agarró la bolsa y la chaqueta y se asomó a la puerta antes de salir al pasillo. Cuando llegó a la cocina. Will estaba esperándola con las llaves del coche en la mano.
– ¿Ya estás lista?
– Sí, ¿adónde vamos?
Will sonrió. Era la primera vez que Claire le veía hacerlo desde que había llegado Eric.
– Es una sorpresa -contestó.
Minutos después, subían en el coche a la cubierta del ferry.
Claire recordó su viaje de ida a Trall en el barco del correo. Recordó lo decidida que estaba a encontrar la manera de recuperar a Eric. Y en menos de una semana, estaba escapando de su lado para estar con otro hombre.
Cuando el ferry comenzó a alejarse de la isla. Will salió del coche y lo rodeó para abrir la puerta de Claire. Le pasó el brazo por los hombros y caminaron juntos hacia la popa del barco para ver cómo iba alejándose la isla en la distancia.
– ¿Qué era lo que te gustaba de él? -preguntó Will.
Claire alzó la mirada hacia él.
– Cuando era joven, hice una lista con todas las cosas que me gustaban en un hombre. Y él encajaba en esa lista.
– ¿Y qué escribiste en aquella lista?
– Quería un hombre alto, guapo, educado, inteligente, con un buen trabajo y buenas perspectivas profesionales. Hasta hace una semana, pensaba que Eric tenía lodo lo que podía esperar en un hombre.
– ¿Y ahora?
– Ahora no sé lo que quiero. Y la verdad es que me asusta un poco.
Will la estrechó contra él y le dio un beso en la frente.
– No siempre hace falta tener un plan -le dijo-. A veces sólo hay que dejar que las cosas sucedan.
– ¿Es eso lo que estamos haciendo nosotros?
– Por lo que yo sé, sí -contestó Will-. Pero si vamos a empezar a hablar tan en serio, éste terminará siendo un viaje muy aburrido.
– ¿Y qué crees que podemos hacer para que sea más divertido?
– Mmm, se me ocurren muchas ideas -se inclinó como si fuera a susurrarle algo al oído, pero lo que hizo fue mordisquearle la oreja-. Y te prometo que vamos a divertirnos.
El ferry llegó hasta el puerto de Fermoy, un pueblo situado en la península de Dingle. Para cuando salían del ferry en el coche, ya era casi de noche.
– Me temo que no vas a poder disfrutar del paisaje durante el camino, pero te prometo ensenarte mañana los rincones más bonitos de la península.
– La verdad es que tampoco le presté mucha atención al paisaje cuando llegué. Estaba agotada. ¿Adónde vamos, exactamente?
– No muy lejos.
– Estoy muerta de hambre. No he querido bajar a almorzar, así que no he comido nada en todo el día.
– Podremos cenar en cuanto lleguemos.
Will se conocía aquellas carreteras de memoria, sabía exactamente cómo llegar desde el ferry a Castlemaine y desde allí a una antigua casa de piedra situada junto al río Maine que todavía conservaba. Cuando llegaron a la zona del río, se alegró de ver que habían encendido las farolas.
– Es preciosa -exclamó Claire al verla.
– Me alegro de que te guste.
Aparcó el coche junto a la casa y se acercaron a la puerta principal. Will marcó su código personal en un teclado y, en cuanto la cerradura cedió, empujó la puerta. La casa llevaba tres meses cerrada, pero el encargado de atenderla había conseguido quitarle el frío encendiendo la chimenea del salón principal. A excepción del salón, el resto de las habitaciones del primer piso estaban vacías. Durante los años anteriores, Will había ido vendiendo los muebles a medida que había ido desprendiéndose de su antigua vida.
Claire miró a su alrededor con el ceño fruncido.
– ¿Vamos a quedamos aquí?
– Sí, ésta es mi casa. No es gran cosa, pero es acogedora y tenemos todo lo que necesitamos. En el segundo piso hay un dormitorio amueblado y la cocina está perfectamente equipada.
– ¿Esta casa es tuya? -Claire comenzó a recorrer lentamente las habitaciones, encendiendo luces a lo largo del camino.
Will se había comprado aquella casa cuando había ganado su primer millón. Y había gastado otro millón en restaurarla y amueblarla.
– ¿Vivías aquí? -le preguntó Claire.
– Y todavía vivo aquí de vez en cuando, cuando tengo que trabajar en Killarney. Antes estaba amueblada, pero he ido vendiendo los muebles poco a poco. El director comercial de mi empresa pensó que sería una buena inversión. Ahora alquilo la casa para fiestas, a veces para alguna boda. Los jardines son preciosos, dan directamente al río.
Claire alzó la mirada hacia la ararla de cristal del salón.
– Es muy raro, no te pega mucho. Will se echó a reír.
– Yo pensaba que era esto lo que quería -dijo-. Era como si necesitara demostrarle a todo el mundo el éxito que había tenido, demostrar que tenía dinero suficiente como para permitirme estos lujos. Pero cuando me mudé a esta casa, me pareció enorme, vacía. Era como una metáfora de mi vida.
– Pero habías triunfado.
– Creo que no se debería alcanzar tan pronto el éxito. Sólo tenía veinticinco años y nada me parecía real. Se supone que el dinero y las cosas que el dinero puede comprar deben hacerle a uno feliz. Pero yo estaba decepcionado, y no podía comprender por qué.
– ¿Ganaste todo ese dinero con un programa de ordenador? -Claire sonrió-. Annie Mulroony me lo contó. Decía que no era un cotilleo porque había aparecido en los periódicos.
– Un programa de ordenador, sí. Era un programa de reconocimiento facial capaz de convertir una fotografía en un rostro en tres dimensiones.
Claire continuó su recorrido por la cocina. Will abrió el refrigerador y comenzó a sacar cajas. Tal como había encargado, les habían llevado la cena de uno de los restaurantes favoritos de Will y habían metido en la nevera una de las botellas de champán de la bodega.
Will sacó la botella, buscó un par de copas en un armario y se acercó a la mesa de la cocina.
– La cena es de encargo -le dijo-, pero tenemos muy buen champán -descorchó la botella, llenó una copa para Claire y se la tendió.
– ¿Estamos completamente solos? -le preguntó ella.
– Completamente.
Claire se quitó la chaqueta, la dejó caer al suelo y se quitó también los zapatos. Will sintió la cálida corriente del deseo fluyendo por sus venas. Le gustaba estar con Claire en aquella casa, en su casa.
Él también se quitó la chaqueta y la dejó en el respaldo de la silla.
– ¿Brindamos?
Claire asintió y Will alzó su copa y recitó un brindis irlandés.
– Por que se cumplan tus deseos -acercó su copa a la de Claire y bebió un sorbo de champán-. Si no te gusta el champán, puedo prepararle un martini.
Claire gimió.
– No volveré a tomarlo en mi vida. Aunque no fue tanto la bebida como el juego al que estábamos jugando. Siempre me tocaba beber a mí.
– ¿A qué estuvisteis jugando?
– A «yo nunca…». Es curioso, porque no debería haber perdido. Pero no dejaban de decir cosas que yo nunca había hecho, así que tenía que beber.
– En realidad no se juega así. Una persona dice algo que no ha hecho nunca, y si tú lo has hecho, entonces tienes que beber. Así es como se juega. Como cuando dijiste que nunca habías hecho el amor fuera de casa. Si yo lo hubiera hecho, habría tenido que beber.
– ¿Y lo habías hecho alguna vez?
– No. Si dejamos de lado la época de la adolescencia, la de ayer por la noche fue la primera vez.
– Curioso. Sería una buena forma de llegar a conocernos. Creo que deberíamos jugar.
– ¿Quieres que juguemos ahora? No es bueno beber champán con el estómago vacío.
– Es igual. Empecemos -dijo Claire-. Yo nunca me he tirado en paracaídas.
– Yo tampoco, así que no tengo que beber. Yo nunca he subido a una montaña.
Claire frunció el ceno y bebió un sorbo.
– Eric me arrastró una vez hasta una montarla de Colorado. Me pareció insoportable. Yo nunca he estado en Francia.
Aquella vez fue Will el que bebió.
– Yo nunca… he conocido a una mujer tan guapa como tú.
Claire se echó a reír.
– Muy gracioso. Si no bebo, pareceré una creída, y si bebo, parecerá que no me creo guapa.
– Eres muy guapa.
– Pero conozco muchas mujeres que son mucho más guapas que yo. Creo que voy a tener que beber -bebió un largo sorbo y sonrió.
– Yo no -dijo Will, bebiendo también-. No conozco a ninguna mujer más guapa que tú.
Claire le sonrió y Will sintió que algo se transformaba en su interior. A veces tenía la sensación de que era imposible desearla más.
– Eso no era parte del juego, pero me gusta que me lo hayas dicho -Claire se interrumpió un instante para pensar su siguiente frase-. Yo nunca he hecho el amor en la cocina. He estado a punto, pero no he llegado a hacerlo.
– ¿Te refieres a ayer por la mañana? -Will arqueó una ceja y bebió un sorbo-. ¿Y qué tal yo nunca he lamido champán de los senos de una mujer?
Claire se llevó la mano a los labios con expresión de sorpresa.
– Yo tampoco -se agarró la camiseta por el dobladillo y se la subió lentamente-. ¿Por qué no le ponemos remedio ahora?
Cuando se subió a la mesa. Will no pudo evitar una carcajada. Claire se tumbó frente a él y arqueó la espalda. Will se inclinó sobre ella y le desabrochó el sujetador.
Entonces, Claire tomó una copa de champán y la derramó sobre sus senos y su vientre. Gimiendo suavemente. Will se inclino y comenzó a lamerla hasta que el champán desapareció.
– Para no haberlo hecho nunca -susurró Claire-, lo has hecho muy bien.
– Ahora le toca a ti. Y será mejor que sea buena.
Claire se sentó en la mesa.
– Muy bien. Nunca he hecho un striptease para un hombre.
– Yo tampoco. Además, nunca me han hecho un striptease.
– Pues eso también habrá que remediarlo.
Claire se echó a reír, saltó al suelo, se quitó el sujetador y se lo lanzó a Will a la cara mientras tarareaba una canción. Se desabrochó después el botón de los vaqueros y comenzó a bajarse lentamente la cremallera.
– Yo no soy la única que tiene que terminar desnuda -se quejó.
– Pero eres la única a la que merece la pena ver desnudarse -replicó Will.
Claire le agarró el borde de la camisa y comenzó a quitársela por encima de la cabeza.
– Permíteme discrepar. Si trabajaras en uno de esos clubs para mujeres, ahora mismo tendrías ya cientos de dólares colgando de tu ropa interior. Vamos, desnúdate.
Will se quilo los zapatos y los calcetines y comenzó a desprenderse también de los vaqueros. Claire retrocedió, aplaudió y corrió a por su bolso a sacar un billete. Le hizo un gesto con el dedo para que se acercara y cuando estuvo a su lado, le metió el billete en los calzoncillos.
Will la agarró por la cintura, la estrechó contra él y besó la curva de su cuello.
– Nunca he deseado a una mujer como te deseo a ti.
– Renuncio -dijo Claire-. Tú ganas. Juego terminado.
– ¿He ganado yo y tú eres el premio? -preguntó Will.
– No, el premio eres tú.
La boca de Claire estaba tan dulce por el champán… Will lamió su labio inferior hasta hacer desaparecer de él toda gota de champán. Después, buscó su hombro y lamió aquella piel tan suave como la seda. Claire echó la cabeza hacia atrás y suspiró mientras él continuaba besándola.
Cada uno de los rincones del cuerpo de Claire le parecía perfecto, como si estuviera hecho para sus manos. Siempre le había fascinado el cuerpo de las mujeres, pero con Claire, se había convertido en una obsesión conocer cada detalle, cada centímetro de su piel, cada una de sus cunas.
Extendió las manos en su espalda y las deslizó hasta la cintura de los vaqueros. Al encontrar el elástico del tanga, gimió. Era evidente que Claire había elegido cuidadosamente su ropa interior.
Claire se apartó ligeramente de sus brazos, posó la mano en su pecho y presionó hasta hacerla sentarse en el borde de la mesa. Con la mirada fija en sus ojos, continuó el striptease. Después, se colocó de espaldas a él, se inclinó hacia delante y comenzó a quitarse los vaqueros. Will suspiró. No estaba seguro de cuánto tiempo iba a poder aguantar. Los dedos le temblaban de ganas de tocarla.
Cuando Claire se enderezó y se volvió hacia él. Will le tendió las manos, pero ella se limitó a tomarlas y a hacer que las apoyara en el borde de la mesa. Y cuando Claire comenzó a bajarle los calzoncillos, él ni siquiera se movió.
Claire deslizó la mano por su pecho, jugueteando con las uñas sobre los pezones hasta hacerlos erguirse. Will cerró los ojos mientras ella saboreaba sus pezones con los labios. Aquello era una tortura, se dijo él. Le tocara donde le tocara, parecía enviar una corriente de deseo a todo su cuerpo. Era tal su necesidad de liberarse, que resultaba casi dolorosa y temía que, en el instante en el que Claire le acariciara su sexo, todo terminara.
– ¿Por qué me haces esto? -musitó.
– ¿Preferirías que estuviera haciendo otra cosa?
– Oh, no.
– Entonces, deja de quejarte -se incorporó lentamente, restregando su cuerpo contra el de Will, de manera que sus senos frotaran su pecho desnudo y su vientre presionara su firme erección.
Will se inclinó hacia delante y le besó el hombro. Claire tembló y Will advirtió que le castañeteaban los dientes.
– Tienes frío -susurró.
Le tomó la mano y la condujo hasta la chimenea del salón. Una vez allí, echó un tronco al fuego y le frotó después los brazos a Claire.
– ¿Estás mejor?
– Mmm.
Will le dio un beso en la frente.
– Espérame aquí.
Fue al vestíbulo, regresó con su bolsa y sacó una caja de preservativos. Después, tomó una manta del sofá y se la echó a Claire por los hombros.
– Tampoco había estado nunca con una mujer desnuda en esta casa, así que no estoy preparado. Pero en la cama hay un edredón.
– Prefiero quedarme aquí. Nunca he hecho el amor delante de una chimenea.
Se arrodilló en el suelo, tomó su mano y le hizo agacharse junto a ella. Will le acarició la cara mirándole a los ojos y preguntándose cómo habría sido capaz de vivir hasta ese momento sin ella. En solo una semana, aquella mujer le había cautivado por completo.
Will le tomó las manos y la besó, regodeándose en el sabor de su boca. ¿Era eso lo que había estado esperando durante todo aquel tiempo?
Se tumbaron en el suelo, sobre una mullida alfombra. Will enredó las manos en su pelo, un pelo que resplandecía como el oro a la luz del fuego.
– ¿Podrías llegar a amarme, aunque sea sólo durante esta noche? -susurró.
Claire sonrió y deslizó la mano por su barbilla.
– Te amo. Sólo por esta noche.
Y cuando Will se hundió en ella y comenzó a moverse. Will dejó que fueran aquellas palabras las que lo guiaran. Aunque sólo fuera durante aquella noche. Claire lo amaba. Y lo que compartieron en aquella ocasión no fue sólo sexo, sino una conexión emocional mucho más profunda. Por primera vez en toda su vida de adulto, el vacío que sentía en su interior comenzaba a desaparecer. Claire le había cambiado para siempre, y no estaba seguro de que pudiera permitir que eso ocurriera.
Claire había estado de vacaciones en lugares preciosos pero mientras contemplaba el lago Learie, pensó que jamás había visto un lugar más hermoso.
– ¿Alguna vez llega uno a acostumbrarse a tanta belleza? Esto parece un paraíso.
– Estamos en uno de los lugares más bonitos de Irlanda -admitió Will-, pero seguro que en Chicago también hay lugares preciosos.
– Chicago es todo cemento y acero. También tenemos un lago, pero es frío y gris.
Will le tomó la mano.
– Vamos a comer. Quiero llevarte a un restaurante de Killarney. Además, compraremos algunos recuerdos.
Le tomó la mano y la condujo hasta el coche. Una vez dentro. Claire se recostó en el asiento y alargó la mano para tomar la de Will. Éste entrelazó los dedos con los suyos y se llevó su mano a los labios.
– ¿Te estás divirtiendo?
– Todo es maravilloso. ¿Cómo es posible que alguien dejara un lugar como éste?
– Hubo una época en la que no había trabajo. El país ha cambiado mucho en estos últimos diez años. Y el turismo ha llegado a convertirse en una de las industrias más importantes del país.
– No sé por qué, pero siento una conexión especial con este lugar. Es como si formara parte de mí.
– Eres irlandesa.
– Pero mi madre es noruega. Por eso tengo el pelo tan rubio.
– Me gusta tu pelo.
Continuaron hablando del paisaje mientras conducían hasta Killarney. Después de desayunar, habían dado una vuelta por la ciudad. Will le había dicho que era un lugar excesivamente turístico, pero a ella le había parecido precioso, con sus calles estrechas y las casas de todos los colores. Respondía exactamente a la imagen que se había hecho de Irlanda.
Una vez en Killarney, Will dejó el coche en el aparcamiento de una calle muy transitada y recorrieron andando las dos manzanas que les separaban del restaurante.
– Aquí sirven comida tradicional irlandesa, he pensado que te gustaría probarla.
La camarera los condujo hasta una mesa con vistas al jardín. Claire pidió un té y, cuando se lo sirvieron. Will se levantó.
– ¿Adónde vas?
– No tardaré mucho, te lo prometo.
Claire le observó cruzar el restaurante. Más de una mujer se fijó en él y Claire no pudo evitar una punzada de celos. Le resultaba difícil imaginárselo con otra mujer, pero si ella se marchaba. Will tendría que continuar viviendo y no tardaría en encontrar a alguien que la sustituyera.
Bebió un sorbo de té. ¿Sentiría Will el mismo deseo y la misma pasión que ella?
Sacudió la cabeza, intentando apartar aquellos pensamientos de su cabeza. La camarera le llevó la carta y Claire la estudió. La verdad era que habría preferido regresar a casa y comer lo que había sobrado de la noche anterior a tener que estar sentada en aquel restaurante sin poder tocarle ni besarle.
A los diez minutos. Will regresó a la mesa y colocó una cajita en frente de Claire.
– Ábrela -le dijo.
– No tenías por qué comprarme nada.
– Claro que sí. Adelante, ábrela. Y no te preocupes, no es un anillo de diamantes.
Claire abrió la caja, conmovida por aquel gesto. Will parecía tan satisfecho de sí mismo que Claire no pudo evitar echarse a reír.
– Ahora no saldrá una de esas serpientes de broma de la caja, ¿verdad?
– Claro que no. No tienes nada que temer. No es ninguna broma.
Claire desenvolvió el regalo con mucho cuidado y abrió la caja. En el interior había una cadena de oro con un colgante. Claire la lomó y la sostuvo frente a ella. El colgante tenía en el medio una piedra preciosa.
– Es precioso. Lo he visto en otras ocasiones, pero no sé lo que significa. ¿Es un símbolo religioso?
– No, es un claddagh, un anillo tradicional irlandés, y tiene un sentido más romántico. Es un corazón sostenido por un par de manos sobre una corona. El corazón representa el amor, las manos la amistad y la corona la lealtad. Así te acordarás de mí.
– ¿Crees que podría olvidarte?
– No lo sé, intento no pensar en ello.
– Han sido unos días maravillosos -dijo Claire, fijando la mirada en el colgante-. Creo que jamás volveré a tener unas vacaciones como éstas.
Will le lomó la mano a través de la mesa y comenzó a besarle las yemas de los dedos.
– Vas a marcharte, ¿verdad?
– Sí, mi vida está allí, Will. En Chicago tengo a mis amigos, a mi familia. Si me quedo, no podré encontrar trabajo. Pero eso no significa que no pueda volver de visita. O que no puedas venir tú a Chicago -sugirió.
– Sí, es una posibilidad.
– ¿Y lo harías?
Will negó con la cabeza.
– Dejar que te vayas una vez ya está siendo suficientemente difícil. No quiero pasar dos veces por lo mismo. Es como clavarle una astilla en un ojo. La primera vez puede ser un accidente, pero la segunda ya es masoquismo.
Claire se echó a reír.
– Me alegro de que podamos hablar de esto -dijo-, no quiero marcharme triste y llena de arrepentimientos -se puso la cadena alrededor del cuello-. Gracias.
Will se inclinó sobre la mesa para darle un beso.
– De nada. Y ahora, vámonos de aquí. Ya no tengo hambre y tengo muchas más ganas de besarte de las que están permitidas en este restaurante.
Dejó un billete sobre la mesa para pagar el té, la tomó de la mano y se dirigió con ella hacia la puerta, rodeándole la cintura con el brazo y acercando los labios a su boca.
Una vez fuera, deslizó la mano bajo el jersey, posó la mano sobre su seno y le acarició el pezón con el pulgar.
– Creo que ya no quiero seguir haciendo visitas turísticas.
– Hay muchas más cosas que ver -le advirtió Will.
Claire alargó la mano y comenzó a acariciarle la parte delantera de los pantalones.
– Muy bien, en ese caso, vayamos de compras.
– No, será mejor que volvamos a mi casa.
Corrieron hasta el coche entre risas. Mientras salían de Killarney, Claire continuó acariciándole, pero Will mantenía los ojos fijos en la carretera. Al llegar a la casa, casi salieron del coche antes de haber apagado el motor.
Will marcó con dedos torpes el código de entrada mientras Claire prácticamente le desgarraba la ropa. Entraron abrazados en la casa y Will cerró la puerta con el pie.
– ¿Sabes lo feliz que me haces? -preguntó Claire mordisqueándole el cuello.
– ¿Locamente feliz? ¿Maravillosamente feliz?
– Sí. ¿Y a ti qué te hace feliz?
– ¿Ahora mismo? Estar aquí contigo. Enseñarte una pequeña parte de Irlanda. Pensar que estoy a punto de acostarme contigo.
– ¿El sexo te hace feliz?
– Sí.
– Es curioso que funcione de esa manera -dijo Claire.
Se desasió de sus brazos y salió corriendo las escaleras. Cuando llegó al final, esperó a que Will la alcanzara. Entraron juntos en el dormitorio. Will la agarró entonces por la cintura y se tumbó con ella en la cama.
– ¿Podemos quedarnos aquí para siempre? -preguntó Claire.
– Podemos quedarnos durante todo el tiempo que quieras -contestó Will.