Capítulo 4

Will había estado esperando a Claire durante casi tres horas. Como no había vuelto tras la puesta del sol, había llamado al pub. Allí le habían dicho que llevaba una hora en el pub, tomando una copa con Sorcha, Derrick Dooly y un puñado de solteros de la isla.

Will había decidido continuar esperándola, pero a medida que avanzaba la noche, aumentaba su preocupación al imaginarla conduciendo por los estrechos caminos de la isla.

Así que al final, agarró unas llaves del mostrador de recepción y se dirigió a la parle posterior de la casa, donde tenía aparcado un Mercedes. Aquel coche era una de las pocas cosas que había conservado de su antigua vida: el coche, la cama y una casa a las afueras de Killarney.

Había habido una época en la que se había considerado a sí mismo el más afortunado de los hombres. Su interés por los ordenadores se había convertido en pasión por el desarrollo de nuevos programas: había conseguido elaborar un programa de reconocimiento facial y había creado una empresa que le había hecho millonario de un día para otro. Durante tres años, había sido el niño prodigio de los ordenadores en Irlanda. La gente había comenzado a llamarle el Bill Gates de Irlanda, una referencia que había llegado a odiar.

Y un buen día, había recibido una llamada de un gigante empresarial interesado en quedarse con su empresa. Cuando le habían ofrecido la cantidad que él consideraba suficiente, había vendido su empresa. En un primer momento, había pensado en fundar una nueva empresa, más grande y mejor que la primera. Pero tras pasar unos meses alejado de la responsabilidad de dirigir un negocio, había comenzado a darse cuenta de que no quería regresar a esa vida. Cuatro años después de la venta de la empresa, vivía en una tranquila isla, dirigiendo un negocio familiar y aceptando de vez en cuando algún contrato como asesor.

Tenía dinero suficiente para vivir, pero había dejado su vida en espera, aguardando a que sucediera algo interesante. Y de pronto, por primera vez desde hacía arios, volvía a sentir algo… Aunque no estaba seguro de lo que era.

Encontró la camioneta aparcada cerca del pub. Entró y buscó con la mirada en aquel ambiente cargado de humo. No tardó en ver a Claire jugando a los dardos y rodeada de un grupo de hombres, Sorcha estaba cerca, bromeando con ella.

Will esperó un rato antes de abrirse paso entre la multitud que abarrotaba el pub para acercarse a Sorcha.

– ¿La has emborrachado?

– ¡William! Así que has decidido venir a apoyar a Claire, Derrick está dispuesto a hacerte sudar tinta. Y no seas tonto. No la he emborrachado. Se ha emborrachado ella sola.

– Voy a llevármela ahora mismo a la posada.

Sorcha se encogió de hombros.

– Sí, probablemente sea lo mejor. Un martini más y tendrás que llevártela en brazos.

Will se acercó a Claire y le agarró la mano.

– Hora de marcharse.

– ¿Ya? -preguntó Claire.

Los hombres gimieron disgustados mientras Will dejaba diez euros en la mesa.

Claire se volvió hacia Derrick y le dio un fuerte abrazo.

– Gracias por la cena -le dijo-. Y no te preocupes. Estoy segura de que encontrarás una chica encantadora con la que casarte.

Will la agarró de la mano y tiró de ella hacia la puerta. Claire se volvió para despedirse de sus nuevos amigos y, a los pocos segundos, estallan los dos de nuevo en la calle. Will la ayudó a sentarse en la camioneta y se colocó después tras el volante.

– Son encantadores -dijo Claire-. ¿Por qué no pueden ser todos los hombres tan encantadores como los de aquí? He recibido tres propuestas de matrimonio y Beatrice Fraser ha dicho que podía conseguirme tres más -suspiró con dramatismo-. Cuánto me gustaría casarme algún día.

Will frunció el ceño mientras ponía el coche en marcha. Obviamente, el alcohol le había soltado la lengua. Y las emociones, pensó al ver el brillo de las lágrimas en sus ojos.

– ¿Estás llorando?

– No -musitó.

– ¿Qué le pasa? ¿Sorcha te ha dicho algo que te haya hecho daño?

– Me ha dicho que me merezco algo mejor -respondió Claire, secándose las lágrimas con la manga de la chaqueta.

– ¿Mejor que yo?

– No. Mejor que él.

– ¿Mejor que quién?

– Que Eric. Mi prometido.

– ¿Estás prometida? -había estado a punto de quedarse sin respiración.

– Sí. Quiero decir, no. Pensaba que lo estaba, pero… Oh. Dios mío, no me encuentro bien -abrió la puerta del coche y salió tambaleándose…

Will la vio inclinarse a un lado de la carretera y vomitar. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que él se había emborrachado y se preguntaba hasta qué punto sería Claire capaz de recordar su conversación al día siguiente.

Claire se apoyó en el coche, respiró el aire fresco de la noche y regresó de nuevo al interior.

– ¿Te encuentras mejor?

– Mucho mejor.

Will volvió a poner el coche en marcha y salió a la carretera. Hicieron el resto del trayecto en silencio. Will iba pensando en lo que Claire acababa de contarle sobre su vida en Chicago. ¿Qué clase de estúpido habría dejado pasar a una mujer como aquélla? Tenía que estar loco. Claire era una mujer sexy, dulce e inteligente. No se encontraban mujeres como Claire O'Connor lodos los días.

Cuando llegaron a la posada, dejó el coche en la puerta principal y ayudó a Claire a entrar. Claire avanzó tambaleante hacia las escaleras y en cuanto llegó a su habitación, comenzó a desnudarse.

– Ni siquiera sé por qué me he tomado la molestia de venir hasta aquí. ¿De verdad quiero volver con ese hombre? Pero si es evidente que ni siquiera me quiere.

Empezó a quitarse el jersey por la cabeza, pero se le quedó enganchado allí. Will se acercó a ayudarla a quitárselo. Al ver que le costaba mantener el equilibrio, la sujetó por la cintura y le quitó la camiseta.

– ¿Todavía le quieres? -le preguntó. Claire arrugó la nariz y pensó en la pregunta durante largo rato antes de mirarle.

– ¿Has estado enamorado alguna vez?

– No -contestó Will.

– Pues considérate afortunado -musitó Claire, señalándole con el dedo.

Se desabrochó el cierre del sujetador y lo dejó caer al suelo antes de comenzar a desabrocharse los vaqueros.

Will no podía evitar deleitarse en aquella visión. Pero Claire no era consciente de lo que estaba haciendo. Tragó saliva. Desgraciadamente, él era dolorosamente consciente de lo que Claire le estaba haciendo a él.

– Pero éramos perfectos el uno para el otro. Nos gustaban las mismas cosas. Compartíamos los mismos intereses. Teníamos todo el futuro planeado y de pronto… ¡plaf!

Abrió los brazos con un gesto dramático y comenzó a tambalearse. Si Will no la hubiera sujetado, habría terminado en el suelo.

– ¿Y quieres volver con ese hombre?

– Por supuesto -dijo, caminando hacia el baño-. O eso creo -frunció ligeramente el ceño-. ¿Tú no querrías?

Will la observó lavarse los dientes. Y le resultó fascinante verla realizar aquella tarea tan rutinaria. Incluso dedicada a la higiene dental le resultaba sexy. Sobre todo con los senos al descubierto.

Claire se secó la boca con una toalla y regresó al dormitorio.

– Por eso he venido aquí.

– Por el agua… -musitó Will.

– Mi abuela me habló de ese manantial. Me dijo que podía utilizarlo para hacerle regresar a mi lado. Y hoy he descubierto el manantial. Derrick Dooly me ha enseñado dónde estaba -se llevó la mano a la boca-. Vaya, se suponía que no tenía que decírselo a nadie.

Will estuvo a punto de decirle la verdad. Que el manantial del Druida sólo era un engaño inventado por su bisabuelo para atraer más turistas a la isla. Con los años, se había olvidado el origen de aquella leyenda.

– Tengo una botella de agua -Claire miró a su alrededor-. La he dejado en la camioneta.

– ¿Y cómo es que has terminado en el pub?

– Después de cenar con Derrick, me he encontrado con Sorcha y nos ha invitado a una copa. Y después hemos tomado otra, y otra. Hemos pasado la noche tomando martinis.

– ¿Y estás borracha?

– No, no estoy borracha -dijo Claire, bajándose la cremallera de los vaqueros. Comenzó a quitárselos, pero de pronto, alzó la mirada hacia Will y le rodeó el cuello con los brazos-. ¿Vamos a pasarnos toda la noche hablando o vas a llevarme a la cama?

Will gimió para sí. Se había pasado el día pensando en la próxima vez que hiciera el amor con ella y en ese momento Claire se le estaba ofreciendo. El único problema era que ella no se acordaría de nada a la mañana siguiente. Así que el dilema era satisfacer sus deseos o comportarse como un caballero… otra vez. Will sabía cuál era la decisión final antes de planteárselo siquiera, pero eso no hacía que le resultara más fácil rechazarla.

– ¿Por qué no te metes en la cama? Voy a bajar a buscarte algo que te ayude a asentar el estómago.

Claire obedeció, pero le agarró del brazo y tiró de él. Will fijó la mirada en su boca y no fue capaz de resistirse a besarla, sólo una vez. Claire entreabrió los labios y le acarició la lengua con la suya, invitándole a explorar su interior.

Continuaron besándose durante largo rato, disfrutando de aquel dulce placer. Will habría sido capaz de pasarse cuarenta y ocho horas besándola y aun así no se habría cansado de hacerlo. Eran muchas las cosas que no sabía sobre ella y Will quería aprenderlas todas, muy lentamente.

Claire alargó la mano hacia sus pantalones. Will ya estaba excitado y bastó aquella fricción para hacerle desear desprenderse de su ropa y hundirse en ella. ¿Retomaría el juego que habían comenzado la noche anterior? ¿O Claire se levantaría a la mañana siguiente, haría las maletas y regresaría con el hombre al que realmente quería?

Ningún hombre debería verse obligado a tomar una decisión como aquélla, se dijo Will mientras le mordisqueaba el cuello. Maldita Sorcha. Si no hubiera invitado a Claire al pub, habría pasado la noche con ella en la cama. Se apoyó en un codo y le apartó un mechón de pelo de los ojos.

– Voy a prepararte una taza de té -le dijo.

– No quiero té -protestó Claire.

– Con un poco de leche y azúcar, te asentará el estómago. Mañana me lo agradecerás.

– Pero prométeme que volverás. Porque el té no es lo único que te quiero agradecer mañana por la mañana -sonrió-. No sé si entiendes lo que quiero decir.

Will se echó a reír.

– Sí, claro que lo sé. Ahora mismo vuelvo -se levantó de la cama y la arropó-. Cierra los ojos y descansa.

Claire gimió suavemente y enterró la cara en la almohada. Will permaneció en la habitación hasta que la vio dormirse. Entonces, agarró el vaso de la mesilla de noche, lo llenó de agua en el cuarto de baño y lo dejó en la mesilla. En cuanto se aseguró de que Claire estaba profundamente dormida, se inclinó sobre ella y le dio un beso en la frente.

No sabía qué recordaría Claire al día siguiente, pero se asegurarla de que, cuando volvieran a disfrutar del sexo, el recuerdo quedara grabado para siempre en su memoria.

Cuando bajó al piso de abajo, en vez de meterse en la cama, tomó las llaves y salió por la puerta principal de la posada. El Mercedes estaba donde lo había dejado. Se metió en el coche, lo puso en marcha y regresó al pueblo.

Aparcó en frente de la camioneta, salió y se acercó hasta ella. Encontró la botella de agua del manantial en el asiento de pasajeros. La agarró, desenroscó el tapón y se dispuso a vaciarla… Si Claire tenía que regresar al manantial al día siguiente, no se iría de la isla y podría pasar otra noche con ella.

Pero antes de que hubiera comenzado a volcar la botella, decidió que podría darle un mejor uso al agua. Él nunca habla creído en la magia, pero no podía hacerle ningún daño intentarlo. Al día siguiente prepararía un té con esa agua, o un zumo de frutas. Esperaría a que Claire lo tomara y después se serviría él mismo una taza o un vaso. Y si el agua tenía algún componente mágico, él serla el primero en comprobarlo.


Claire fijó la mirada en los ojos irritados que le mostraba el espejo del cuarto de baño. Desde que había llegado a Irlanda, no habla vuelto a ser ella misma. Apenas reconocía a la mujer que la miraba desde el espejo. Había cruzado un océano para buscar un manantial. Y se había enredado con el primer hombre que había encontrado en la isla. Después, se había emborrachado no una, sino dos veces, algo que no había hecho jamás en su vida.

Apenas se acordaba de lo ocurrido la noche anterior. Se recordaba vomitando a un lado de la carretera, subiendo después a la habitación con Will e intentando seducirle. Y también creía haber mencionado a su prometido, aunque no sabía si había nombrado a Eric en voz alta o si sólo había estado pensando en él.

Cuando bajó a la cocina, encontró a Will sentado a la mesa, con el periódico frente a él. Llevaba una camiseta vieja y unos vaqueros. Como siempre, tenía el pelo revuelto, pero se había afeitado y a Claire le sorprendió lo joven que parecía sin barba.

Entró en la cocina y le sonrió.

– Buenos días.

Él alzó la mirada y le devolvió la sonrisa.

– No tienes muy mal aspecto después de la velada del pub. ¿Cómo te encuentras?

– Todavía no estoy segura. ¿Cómo crees que debería sentirme?

– ¿Cansada?

– ¿Qué tal avergonzada?

– ¿Quieres saber si hiciste algo de lo que debas avergonzarte?

– ¿Lo hice? No recuerdo haber hecho nada humillante.

– No, no hiciste nada humillante, salvo vomitar en la carretera. Y el striptease del club. Pero yo no diría que fue humillante. A los hombres pareció gustarles.

Claire soltó una exclamación y Will alzó la mano.

– Sólo era una broma. Lo de vomitar no, lo del striptease.

– Martini -Claire sacudió la cabeza-. No es una gran opción, sobre todo después de una pinta de cerveza.

– Y después, por supuesto, intentaste seducirme.

Claire abrió los ojos como platos.

– ¿Y lo conseguí?

– No. Pensé que era preferible dejarlo para cuando estuvieras sobria. Esta tarde tengo unas horas libres -bromeó-. Me encantaría que volvieras a intentarlo.

Claire se puso roja como la grana.

– Si me apetece, te lo haré saber -se frotó las sienes-. ¿Tienes aspirinas? Me duele terriblemente la cabeza.

– Tengo algo mejor. Imaginé que tendrías resaca esta mañana y te he preparado el remedio especial de Trall.

Abrió la nevera, buscó algo en su interior y se volvió hacia ella con una jarra en la mano. Dejó la jarra en el mostrador y le sirvió un vaso a continuación.

– Para que funcione, tienes que tomártelo todo ahora mismo.

Claire olió el contenido del vaso.

– ¿Zumo de tomate y cerveza? Si llevara vodka, sería un Bloody Mary. ¿Quieres emborracharme otra vez?

– Los irlandeses tenemos grandes remedios para las resacas -respondió-. Además, esa bebida lleva otros ingrediente secretos que te ayudarán a sentirte mucho mejor.

Se sirvió un vaso y lo chocó con el de Claire antes de darle un largo sorbo. No muy convencida. Claire levantó su vaso y bebió. Por un instante, pensó que estaba a punto de vomitar otra vez. Pero pocos segundos después, experimentó una sensación extraña. El estómago dejó de darle vueltas y la cabeza de dolerle.

– ¿Te encuentras mejor?

– Sí. Vaya, realmente funciona. Me encuentro muy bien.

Will colocó una fuente de bizcochos de pasas y mantequilla delante de ella.

– ¿Qué planes tienes para hoy?

– Pensaba dormir un rato -mordió un bizcocho-, pero ahora ya no estoy segura. Me gustaría ir a la celebración de Sorcha esta noche. Y quizá también acercarme a la península y dar una vuelta por allí antes de marcharme.

Sus ojos se encontraron durante unos instantes, pero Will desvió rápidamente la mirada.

– Le prometí a Sorcha que la ayudaría a llevar algunas de las cosas que necesita para la celebración de esta noche. Y a la una llegan unos huéspedes en el ferry. Pero podríamos ir mañana, o pasado mañana.

Claire continuó mordisqueando el dulce.

– ¿Qué hace Sorcha en su ritual?

– Hay música, danzas. Y también sacrifican una virgen -respondió mientras doblaba el periódico.

– ¿Una virgen?

– No tienes por qué preocuparle, tú estás a salvo, ¿verdad?

Le gustaba bromear con ella. Y la verdad era que también a Claire le gustaba que lo hiciera. Eric siempre había sido tan serio… No tenía sentido del humor. Curiosamente, aquélla no era una de las cualidades que había puesto en su lista y, sin embargo, empezaba a darse cuenta de lo importante que era.

– No estoy segura. Ayer, mientras recorría la isla, creo que conocí a todos los solteros de Trall, incluyendo algunos que podrían haber sido mis abuelos. ¿Cómo es posible que todo el mundo sepa de mi existencia?

– Si a Sorcha se le diera tan bien la brujería como los chismes, ahora mismo todos nosotros seríamos sapos y ella la reina de Inglaterra. Lo que pasa es que te has convertido en un tema interesante. Eres guapa, soltera y vienes sin pareja. No hay muchas mujeres solteras en Trall -la miró a los ojos-. Así que te encontramos fascinante.

– ¿De verdad?

Will dio un paso hacia ella y le hizo apoyarse contra el mostrador mientras posaba las manos en su cintura.

– ¿Ahora te encuentras mejor?

Claire asintió mientras recorría con la mirada sus facciones perfectas. Will le dio un beso en la sien y ella suspiró suavemente, disfrutando al sentir el calor de sus labios sobre su piel.

– Podría llegar a acostumbrarme a desayunar esto todos los días -dijo Will.

– Tú decides -bromeó ella-. O yo, o los bizcochos de pasas y mantequilla.

– Tú -respondió Will sin vacilar.

– ¿Yo o un bizcocho recién salido del horno?

Aquella vez Will se lo pensó durante varios segundos.

– Es una elección difícil. ¿Has dicho recién salido del horno?

Claire le golpeó el hombro suavemente. ¿Cómo era posible que se sintiera tan cómoda con un hombre al que sólo hacía un par de días que conocía? ¿Sería porque no tenían ningún futuro del que preocuparse?

– Si eso es lo que has decidido, entonces te dejo con tus bizcochos.

Will tensó la mano sobre su cintura cuando Claire intentó alejarse. La alzó, la sentó en la encimera, se colocó entre sus piernas y comenzó a desabrochar lentamente los botones de la blusa.

– No puedo tomar una decisión sin haberte probado antes -dijo.

Posó los labios en la base del cuello y fue descendiendo a medida que iba desabrochándole la blusa hasta llegar al sujetador. Una vez allí, desabrochó el sujetador y continuó bajando hasta el último botón de la blusa. Cuando terminó, estrechó a Claire contra él.

– Te prefiero a ti -susurró.

– Me alegro de saberlo -respondió Claire.

– Ahora mismo, no se me ocurre nada que pueda gustarme más.

Con una risa ronca. Will la tumbó en la mesa y se tumbó encima de ella de manera que sus caderas quedaran en contacto.

Claire se olvidó inmediatamente del estómago revuelto y del dolor de cabeza. Aunque el remedio de Will había sido en gran parte responsable de su mejoría, aquel encuentro le devolvió el color a las mejillas.

Él posó las manos a ambos lados de su cabeza y se inclinó como si pretendiera besarla. Pero se limitó a deslizar la lengua a lo largo de sus labios y a retroceder. Todos los esfuerzos de Claire por capturar su boca en un beso fueron en vano, hasta que, desesperada, hundió la mano en su pelo y le obligó a acercar sus labios.

Will gimió mientras la besaba, la conexión entre ellos fue tan inmediata e intensa que Claire se quedó sin respiración. Quería desnudarse y entregarse a todas sus fantasías sexuales. Sólo era capaz de pensar en acariciar a Will mientras tiraba frenéticamente de sus ropas.

El hecho de que estuvieran en medio de la cocina añadía un peligro a la situación que Claire descubrió excitante.

Deslizó las manos bajo la camiseta de Will para acariciarle los músculos de la espalda. Pero para Will no fue suficiente y, rápidamente, se arrodilló y se quitó la camiseta.

Claire ya le había acariciado en otra ocasión, se había perdido en la belleza de su cuerpo y se preguntaba por lo que sentiría al rendirse por completo a su deseo.

Y surgió entonces una duda. ¿De verdad estaba preparada para aquello? Si hacían el amor, podría cambiar definitivamente su relación. Podría querer de Will algo más que una o dos noches de pasión. Claire decidió ignorar el primer pensamiento práctico que la había asaltado desde que había llegado a Irlanda. Deseaba a Will y en aquel momento no le importaba lo que pudiera ocurrir después.

– Tengo que reconocer -musitó Will- que cuando compré esta mesa no imaginaba que la usaría de este modo. Pero esto sí lo he imaginado -deslizó la mano desde sus senos hasta su vientre.

– ¿Habías imaginado esto?

– Desde que te vi entrar empapada en la pensión.

– Demuéstrame cómo lo imaginabas.

Will se tumbó a su lado, apoyando la cabeza en la mano, y deslizó los dedos sobre sus senos en una tentadora caricia. Volvió a besarla, se levantó de la mesa y le tendió la mano.

– Ven conmigo.

– ¿Adónde vamos?

– A un lugar mucho más cómodo que esta mesa -la agarró de la cintura, la deslizó al borde de la mesa y la colocó de nuevo entre sus piernas.

Deslizó las manos por sus muslos, le hizo rodearle la cintura con las piernas y la levantó en brazos.

Se dirigió entonces hacia una puerta que había en la cocina con un letrero en el que decía «privado». La abrió de una patada y accedieron a un cómodo cuarto de estar, perfectamente amueblado, con un aparato de música y estanterías llenas de libros.

– Me preguntaba dónde vivirías -dijo Claire, mirando a su alrededor.

Will cruzó la habitación para acceder a otra ocupada en gran parte por una enorme cama.

– Esto fue lo que me imaginé. A ti en mi cama.

Claire enterró la cabeza en el cuello de Will. Estaba con Will y aquél era el lugar en el que él vivía. Allí pasaba las noches, solo en una enorme cama.

Una cama casi tan alta como la mesa de la cocina, de modo que cuando Claire se sentó en el borde del colchón, las piernas le quedaban a la altura del torso de Will.

Le rodeó el cuello con los brazos y él besó sus senos, acariciando con la lengua cada pezón.

Aunque con el pulso acelerado. Claire se sentía envuelta en una agradable languidez. Era como si Will y ella estuvieran solos en la isla. Sabía que el mundo real se interpondría entre ellos en cuanto llegaran los huéspedes. Pero, de momento, lo tenía para ella sola.

Le quitó la blusa y el sujetador y se deshizo rápidamente de los vaqueros. Claire cerró los ojos y dejó que la sensación de sus manos sobre su piel inundara sus sentidos.

Parecía fascinado con su cuerpo, dispuesto a memorizar cada centímetro de su piel, cada una de sus cunas. Sus labios seguían los caminos que abrían sus manos y, cuando llegó a su vientre, la tumbó en la cama y deslizó los dedos por la cintura de las bragas. Se las quitó también, pero él no parecía tener ninguna prisa en desnudarse. Aun así, llevaba desabrochados el bolón de los vaqueros y la cremallera, de modo que Claire podía ver su erección presionando la tela.

Will continuó besando la parte interior de sus muslos. Ella sentía el calor de sus labios sobre su piel, la huella de fuego que dejaba su lengua. Cuando Will le alzó las piernas. Claire supo inmediatamente lo que quería. Pero todavía no estaba preparada para soportar el impacto de sus labios sobre su sexo.

En el instante en el que Will comenzó a saborearla con la lengua. Claire gimió. Al principio, ni siquiera era capaz de respirar. La intensidad de su reacción le robaba el aire de los pulmones. Mecida en las comentes de placer que atravesaban su cuerpo, alargó las manos para hundirlas en el pelo de Will.

Éste sabía exactamente lo que estaba haciendo, sabía cómo buscar el máximo efecto. Claire intentaba continuar aferrándose a la realidad, pero no tardó en descubrirse completamente perdida en la niebla del deseo. Anhelaba sentir a Will dentro de ella, pero no tenía control alguno sobre la situación.

Will controlaba su pulso y su respiración, sus estremecimientos y temblores. Claire jamás había sentido nada tan intenso como aquella lenta seducción. Y cada vez que llegaba al límite, al borde del orgasmo, Will retrocedía.

Pero entonces, volvió a acariciarla, y el deseo estalló con toda su fuerza. Claire musitó su nombre, suplicándole en silencio la satisfacción completa. En aquella ocasión, Will no se detuvo y cuando notó que estaba a punto de desbordarse, la ayudó a llegar hasta al final, dejando que la arrastraran olas de intenso placer…

Cuando cedió el orgasmo, Will se tumbó con ella en la cama y la estrechó contra él. Claire cerró los ojos, completamente saciada, adormilada casi por el placer. Will la había tocado de la manera más íntima, pero ella no había sentido inhibición alguna. De hecho, le había gustado que Will tomara de esa forma su cuerpo.

¿Tendría ella el mismo poder sobre él? Acababan de dar un paso más hacia un acto que en aquel momento parecía casi inevitable. Claire sabía que no podía permitirse el lujo de enamorarse de Will, y hacer el amor podría significar el final definitivo de su resolución.

No sabía si podía confiar en sí misma, en su capacidad para controlar su corazón. Ni si podía confiar en él. Ni lo que Will esperaba de ella. Suspiró suavemente cuando sintió sus brazos alrededor de la cintura. Era tan fácil olvidarse de Eric cuando estaba con Will, imaginar que podrían llegar a compartir un futuro.

A lo mejor había llegado el momento de regresar a casa, antes de que le resultara imposible marcharse de la isla. Claire hundió los dedos en el pelo de Will. Ya pensaría en ello al día siguiente. Aquel día, se entregaría completamente a él.


Will miró el reloj de la mesilla de noche. Eran casi las doce y los huéspedes comenzarían a llegar en menos de una hora. Si se levantaba en aquel momento, tendría tiempo de ayudar a Sorcha y de regresar para recibir a los huéspedes.

Tomó aire y cerró los ojos. Cuando había mezclado el agua del manantial con el remedio para la resaca, no esperaba que funcionara. Había sido un experimento estúpido. Pero después de lo que había pasado entre Claire y él, estaba empezando a creer en la magia de Sorcha.

Maldijo para sí. No, era absurdo. Desde que Claire había llegado a la posada había habido química entre ellos. No era magia, sino pura y simple lujuria. Y Will no estaba seguro de que debieran seguir avanzando en su relación.

No había nada que deseara más que hacer el amor con ella, que perderse en su interior. Pero no podía olvidarse del mundo real. Durante los últimos días, había estado viviendo una fantasía. Pero Claire se marcharía antes o después.

Era tan fácil desearla… Cuando le miraba, no veía en él dinero, poder, o la posibilidad de una vida cómoda. Le veía tal y como era. Con Claire, no tenía que cuestionarse sus intenciones y por eso le resultaba tan fácil estar a su lado.

Le apartó un mechón de pelo de la mejilla y la besó en la frente. Claire se estiró en la cama y abrió los ojos.

– Tengo que irme -susurró Will-. Si no me voy ahora, Sorcha me matará. Y quiero volver a tiempo de recibir a mis huéspedes.

Claire asintió y se levantó de la cama.

– Podría ayudarte -dijo mientras se ponía la camisa-. O ayudar a Sorcha, mejor dicho. ¿Cuánto tiempo nos ahorraríamos si fuera yo a ayudarla?

Will sonrió.

– Media hora, cuarenta y cinco minutos como mucho.

– Podemos hacer muchas cosas en cuarenta y cinco minutos.

Will gimió suavemente mientras la tumbaba de nuevo en la cama, excitado ante la posibilidad de pasar varios minutos más besándola y acariciándola. Pero cuando Claire deslizó la mano desde su pecho hasta su vientre, sospechó que no bastaría con unos cuantos minutos.

Claire introdujo la mano en la cintura de sus vaqueros y rió suavemente al sentir cómo se erguía su sexo ante su contacto.

– ¿Qué haces? -preguntó Will.

– ¿Necesito explicártelo? Después de todo lo que me has hecho, pensaba que tenías mucha experiencia con las mujeres.

– Nunca había estado con una mujer como tú.

– ¿Con una estadounidense?

– No, no es eso -Claire le rodeó el miembro con la mano y Will contuvo la respiración-. Yo… yo, lo que quiero decir… Es que no había estado nunca con una mujer que me hiciera… -se interrumpió cuando Claire comenzó a acariciarle- que me hiciera sentir lo mismo que tú.

Claire se deslizó a lo largo de su cuerpo y, cuando llegó a su cintura, le bajó los pantalones y comenzó a besarle y a mordisquearle las caderas.

Will se estiró y se aferró a los postes del cabecero de la cama, dispuesto a disfrutar todo lo que pudiera. Cuando Claire le tomó por fin con los labios, cerró los ojos y tuvo que hacer un enorme esfuerzo para controlar la necesidad de liberarse.

En el pasado. Will siempre había disfrutado de aquella práctica. En ocasiones, le gustaba incluso más que la penetración. Pero, por alguna razón, en aquel momento no era en su placer en lo que pensaba. Estaba pensando en Claire, en su capacidad para ofrecerse, para pensar en sus deseos sin ocuparse de los suyos. Estaba decidida a complacerle, y no había nada que Will deseara más que demostrarle que lo estaba consiguiendo.

Aunque sabía que había otros hombres en su vida, incluso un prometido, continuaba creyendo que lo que compartían era único para los dos.

Claire tiró de los pantalones, los bajó hasta debajo de sus caderas y, cuando no pudo seguir avanzando. Will la ayudó. Pero aquello sólo sirvió para minar todavía más su control. Claire continuaba acariciando su sexo, hundiéndolo y sacándolo del calor de su boca. Will sintió que comenzaba a tensarse la energía que se concentraba en su vientre y supo que estaba cerca del orgasmo. Claire también lo notó, porque, poco a poco, comenzó a aumentar el ritmo de sus caricias.

Y justo cuando Will estaba a punto de dejarse llevar. Claire se detuvo bruscamente. Will abrió los ojos y la miró.

– ¿Has oído eso?

– ¿Si he oído qué?

– Ha llegado alguien. Creo que George y Glynis han vuelto -era la pareja del día anterior.

– Diablos -musitó Will-. A lo mejor se van -esperaron en silencio, pero cuando Will oyó que le llamaban, soltó una maldición-. Supongo que no.

Claire sonrió y se levantó de la cama.

– Siempre podemos retomar esto más tarde.

– Para ti es fácil decirlo -bajó la mirada hacia su erección-. Me pondré un delantal en la cocina. Tú quédate aquí.

Se puso rápidamente los vaqueros y agarró una camiseta limpia. Claire parecía estar divirtiéndose con la situación.

– Lo retomaremos más tarde -le advirtió Will antes de marcharse.

Corrió a la cocina, tomó un trapo y se lo colocó en la parte delantera de los vaqueros. Encontró a la pareja de ancianos esperándole en recepción.

– Lo siento -les dijo-, no les he oído llegar. ¿Qué puedo hacer por ustedes?

– Necesitamos un cubo y una pala -dijo George.

– Hemos estado en la playa y hemos visto esos cristales pulidos por el mar. Tengo un amigo que hace joyas con ellos -añadió Glynis.

– Bueno, pueden buscar en el garaje, seguro que allí encuentran todo lo que necesitan.

– De acuerdo, lo haremos.

Will los observó marcharse, corrió a la cocina y desde allí a su dormitorio. Encontró a Claire sentada en la cama, mirando una foto enmarcada.

– Es una chica muy guapa -dijo, enseñándole la foto.

– Es mi hermana -le explicó Will-. Maureen.

Le hicieron esa foto antes de casarse. Ahora tiene tres hijos.

– ¿Sólo tienes una hermana?

– Sí, ¿y tú?

– No tengo hermanas, aunque siempre deseé tener una. Pero tengo cinco hermanos.

– ¿Cinco?

– Sí, cinco chicos -le tendió la foto-. ¿Tienes más fotografías de personas que para ti sean especiales?

– Espera.

Will se acercó al salón, regresó con la cámara digital, le hizo una fotografía y se la mostró.

– Mira.

– Yo no soy tu novia ni nada parecido. Will Donovan.

– Ah, ¿quieres ver fotografías de mis antiguas amantes? Bueno, tengo un montón de cajas -bromeó.

La verdad era que no guardaba ningún recuerdo de sus relaciones anteriores. No creía que tuviera sentido una vez terminadas. Pero en aquel momento tenía una fotografía de Claire, algo que conservar cuando ella dejara Irlanda.

– ¿Qué se supone que puedo hacer por Sorcha? -preguntó Claire.

– Vuelve a la cama -le pidió Will-. George y Glynis se han ido y tenemos cincuenta minutos para terminar lo que has empezado.

– No, eso puede esperar, di me qué hay que hacer.

Will gimió.

– Hay que llevarle unas cajas que están en el garaje. Pesaban mucho, así que te ayudaré a cargarlas. Tienes que llevarlas hasta el círculo de piedras. Allí habrá gente que te ayudará a descargarlas.

Claire le tomó la mano.

– Y ahora, sigamos.

Will volvió con ella a la cama, la colocó a horcajadas sobre él y le rodeó la cintura con las manos.

– Dime una cosa -comenzó a decir-, ayer por la noche dijiste que tenías un prometido. ¿Es eso cierto?

Claire contuvo la respiración.

– Sí, lo tenía, y lo digo en pasado. Me dejó. La verdad es que no estábamos prometidos de manera oficial, pero yo estaba convencida de que iba a pedirme que me casara con él. Y me había comprado el anillo o, por lo menos, eso era lo que yo pensaba. Lo tenía todo planeado y de pronto… -se interrumpió.

– Así que eso forma parte del pasado -repitió Will aliviado-. Pero hay otra cosa que necesito saber.

– La respuesta es que no lo sé -dijo Claire.

– Todavía no te he hecho ninguna pregunta.

– Pero sé cuál va a ser. Vas a preguntarme si todavía le quiero. Y mi respuesta es que no lo sé.

– Lo que iba a preguntarte es cuánto tiempo piensas quedarte aquí -la contradijo Will.

– Vaya -se sonrojó ligeramente-. Según mi billete, tendría que marcharme hoy, pero me temo que eso no va a ser así.

Will sacudió la cabeza.

– Podías quedarte todo el fin de semana.

– No lo sé…

– No te cobraré la habitación, siempre y cuando duermas conmigo -dijo con una sonrisa-. Y si tienes que pagar más dinero por cambiar la fecha de la vuelta, también me haré cargo de ello.

– Me he quedado sin trabajo, Will. Tengo que volver y empezar a buscar. Y quieren vender el bloque en el que tengo alquilado mi apartamento, así que tendré que buscar casa y…

– No te estoy pidiendo que te quedes a vivir aquí. Sólo unos cuantos días más. No le hará ningún darla prolongar tus vacaciones.

– De acuerdo -dijo Claire no muy convencida-. Pero pagaré mi habitación.

– Sólo si duermes sola.

– ¿Y quién ha dicho que vaya a dormir contigo?

– Nunca se sabe lo que puede pasar.

Tenía tres noches más que, en aquel momento, le parecían una eternidad. Ninguno de los dos sabía lo que podría llegar pasar, y eso hacía que todo resultara mucho más excitante.

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