Capítulo 7

– Para ser una mujer con un vestuario nuevo de última moda, no pareces muy animada -dijo Cleo a la mañana siguiente.

Emma acarició la cabeza de Calah y suspiró.

– Es por el sentimiento de culpa. Reyhan se gastó mucho dinero en mí. La ropa es preciosa, pero…

– ¿Qué? -Preguntó Cleo-. ¿Acaso no te la mereces? Emma, el coste de tu ropa es calderilla para ellos.

– No necesitaba tanta ropa.

Cleo se echó a reír.

– Estás hablando como una madre. ¿No te parece divertido comprar cosas que no necesitas sin tener que preocuparte por el precio? Considéralo como la fantasía consumista de toda mujer hecha realidad. Además, sé que hiciste muy feliz a Reyhan. A todos los príncipes les gusta cuidar de sus mujeres.

– ¿Insinúas que me fui de compras sólo para hacerlo feliz?

– Si eso te ayuda a no sentirte culpable, ¿por qué no?

Emma sonrió.

– Voy a parecer ridícula con un vestido con abalorios cuando vaya a comprar al supermercado.

– No si te limitas a la sección de productos importados. Diles a todos que eres europea.

– Sí, eso podría funcionar. ¿Se celebran muchas ceremonias en el palacio?

– Dos o tres cada mes. Yo no he asistido a muchas, debido a mi embarazo, pero ahora tengo que cumplir con mis obligaciones sociales, por no mencionar las obras benéficas.

– ¿A qué te refieres?

Cleo le dio un beso a su hija y se volvió hacia Emma.

– Estoy en una posición privilegiada para ayudar a los demás. En cierto modo, es una fantasía aún mayor que las compras. He hablado con Sadik y con el rey, y voy a trabajar con niños sin hogar. No hay muchos en Bahania ni El Bahar, pero en otros países es un problema muy grave. Sé por propia experiencia lo que es estar solo y asustado. Sabrina y Zara, las otras hijas del rey, tienen cada una sus aspiraciones. Sabrina se dedica a encontrar antigüedades y devolverlas a sus países de origen para que la gente pueda disfrutar de su patrimonio. Y Zara es profesora. Está organizando un sistema de becas para las chicas que quieren ir a la universidad pero que no pueden permitírselo.

– Parece algo muy emocionante -dijo Emma. Cleo tenía razón. La oportunidad de ayudar a los demás empleando unos recursos casi ilimitados sería una manera magnífica de pasar el tiempo.

– ¿Hasta cuándo vas a quedarte? -Le preguntó Cleo-. Esperaba que pudiéramos hacer un viaje juntas para que conocieras a Sabrina y a Zara. Viven en un sitio muy interesante.

– ¿No viven en la ciudad?

– No exactamente -fue lo único que quiso decirle Cleo.

Emma pensó en su pregunta.

– Me dijeron que estaría aquí dos semanas, pero no tengo una fecha exacta para mi regreso. Supongo que todo depende del rey. En realidad, no estaba especialmente ansiosa por marcharse. Estar con Reyhan había sido muy emocionante y divertido, y no le importaría que lo siguiera siendo. Pero ir con él de viaje… Dejó escapar un suspiro. Su vida sencilla se había vuelto muy complicada.

– ¿Cómo van las cosas con Reyhan? -le preguntó Cleo.

Emma se echó a reír.

– ¿Podemos referirnos al príncipe de Bahania como un hombre?

– Mmm… Buena pregunta. Puede que nos arriesguemos a acabar decapitadas. Por suerte, Calah es demasiado pequeña para delatarnos.

– Ella nunca nos traicionaría, ¿verdad, cariño? – Dijo Emma, colocándose a la niña en su regazo-. Es una de nosotras. Y las mujeres debemos permanecer unidas -miró a Cleo-. Y en cuanto a Reyhan… Sinceramente, todo es tan distinto ahora… Cuando nos conocimos, yo acababa de entrar en la universidad, y por primera en mi vida estaba lejos de mi casa. Él era un hombre sofisticado, mayor que yo, que me encandiló sin remedio. Pasé la mayor parte de nuestro tiempo juntos intentando no parecer demasiado joven o estúpida. Eso consumió casi todas mis energías, así que no puedo decir que llegara a conocerlo bien.

– ¿Y ahora?

– Es maravilloso. Y no sólo por su aspecto.

Cleo suspiró.

– Estoy de acuerdo. Sadik sería un rompecorazones aunque fuera un tonto sin cerebro. Podría pasarme la vida entera simplemente mirándolo. Pero en su interior hay mucho más. Y supongo que con Reyhan pasa lo mismo.

– Así es. Es listo y serio, pero también puede ser divertido.

Y endiabladamente sexy, añadió para sí misma recordando su mirada en la boutique. Habría jurado que la deseaba tanto como ella a él. Pero entonces, ¿por qué había desaparecido sin despedirse en persona?

– Así que como muchacha te quedaste impresionada la primera vez que lo viste -dijo Cleo-. ¿Y como mujer?

– Sigo impresionada -admitió Emma.

– No pareces muy impaciente por conseguir el divorcio.

– Pues claro que sí. Tal vez no esté ansiosa por divorciarme, pero es la razón por la que estoy aquí. Reyhan está dispuesto a seguir con su vida, y esa vida no me incluye a mí.

– No tienes por qué aceptar sin más, ¿sabes? Podrías darte un tiempo, ver lo que pasa…

Emma parpadeó con asombro. ¿De verdad podía?

– No creí que tuviera voz ni voto en esto.

– Los príncipes arrogantes prefieren que el mundo se someta a sus deseos, pero no siempre tiene que ser así. Tú eres la mitad de la pareja. Por supuesto que tienes voz y voto -tocó la mano de Emma-. En serio. Si no estás segura de lo que quieres, habla con el rey. Estoy convencida de que estará dispuesto a posponer el divorcio el tiempo que haga falta.

Emma pensó en la tentadora idea por unos segundos, pero negó con la cabeza.

– No. Es inútil. No pertenezco a este lugar.

– Oh, ¿y yo sí? -Preguntó Cleo alzando las cejas-. Cuando conocí a Sadik, era la encargada nocturna de una copistería. No estaba hecha precisamente para ser princesa -hizo un gesto con la mano abarcando la habitación-. No se trata de tender trampas ni de tradiciones. El rey quiere que sus hijos se enamoren. El príncipe Jefri ha decidido que su matrimonio sea concertado, pero es el único.

Cleo se equivocaba, pensó Emma tristemente. También Reyhan quería un matrimonio concertado. Él mismo se lo había dicho.

– Tal vez si las cosas hubieran funcionado cuando nos conocimos -dijo con firmeza-. Pero ese tiempo ya pasó. Ahora somos diferentes. Yo tengo mi propia vida en Texas.

– Claro -dijo Cleo-. Si no estás enamorada de Reyhan, no hay razón para que te quedes. Bueno, háblame de tu trabajo en el hospital. Trabajas en la unidad de maternidad, ¿no?

– Sí. Es genial.

Le contó cómo era un típico día de trabajo y cuánto le gustaba lo que hacía. Pero en el fondo de su mente seguía oyendo las palabras de Cleo: «Si no estás enamorada de Reyhan».

No lo estaba, se convenció a sí misma. No lo había estado y no lo estaría. Enamorarse de él después de tantos años sería una estupidez. El hecho de que hubiera disfrutado con él era interesante, pero no significativo. No permitiría que eso le importara. No podía. Porque Reyhan había dejado muy claro que sólo quería seguir adelante sin ella.


– Otra vez están amenazando -dijo tranquilamente Will O'Rourke, el jefe de seguridad.

– ¿Lo normal? -preguntó Reyhan desde su silla junto al fuego.

– Muerte y destrucción. Interrupción de la producción de petróleo… Lo normal.

Reyhan dio un puntapié a una pequeña roca frente a él.

– Esos chicos me infundirían más respeto si tuvieran algo por lo que de verdad quejarse. Nunca les hemos arrebatado sus tierras ni los hemos echado de las mismas.

– Quieren algo a cambio de nada. Un porcentaje de las ganancias por el petróleo o empezarán a crear problemas. Son unos crios… diecisiete o dieciocho años. Para ellos es como un juego.

– La extorsión es una tradición consagrada en todo el mundo -dijo Reyhan, volviendo la vista hacia el cielo. Le costó unos segundos ajustar sus ojos a la oscuridad total, y entonces vio las miles de estrellas que brillaban en el firmamento.

Qué bonito era el cosmos, pensó. Misterioso. Distante. Igual que Emma.

Sacudió la cabeza. El objetivo de aquel viaje al desierto había sido evitarla, pero si seguía pensando en ella todo el tiempo, no soportaría su ausencia.

– Dudo de que tengan un plan -dijo Will.

Reyhan tuvo que pensar unos segundos para recordar de qué estaban hablando. Los adolescentes rebeldes.

– Se ven a sí mismos como los personajes de una película -siguió Will-. Cabalgarán en sus sementales de pura sangre hacia la victoria.

A Reyhan se le había acabado la paciencia con esos crios. Había escuchado sus quejas y estudiado sus peticiones. No habían sido despojados de sus tierras ni se habían visto perjudicados en modo alguno por la producción de petróleo. Casi todos ellos provenían de familias nómadas y trabajadoras. Al no ser los primogénitos no podían heredar, y como tampoco querían trabajar, buscaban su fortuna tomando lo que pertenecía al pueblo.

– Vigílalos -dijo Reyhan-. En poco tiempo se aburrirán y volverán a casa.

– Me contrataste para mantener la paz. Y luego no me dejas hacer mi trabajo.

– Hasta ha fecha, ha habido amenazas, pero nada más. Te tienen miedo. Yo creo que estás haciendo tu trabajo.

Will era un antiguo oficial del ejército que había crecido en las plataformas petrolíferas del Golfo de México. Sus conocimientos y habilidades lo habían convertido en uno de los colaboradores más valiosos de Reyhan. Había quienes no aprobaban que un americano fuera uno de sus hombres de confianza, pero Reyhan no delegaría en nadie más la seguridad del reino ni la suya propia.

– La familia real ha mantenido relaciones con los nómadas desde hace siglos -dijo Reyhan-. En circunstancias normales, accedería a tu plan de encerrarlos y dejar que se pudran en la cárcel durante diez años. Pero la mayor parte de esos chicos son hijos de jefes, y he dado mi palabra dé que no los castigaré sin una causa justificada. Y las amenazas no son una causa.

– Como tú digas.

El americano alto y rubio se levantó y se dirigió hacia su tienda de campaña. Reyhan lo observó marcharse. Will se iba frustrado, pero no diría nada más. Se limitaría a cumplir con su trabajo y se concentraría en su tarea.

Reyhan cerró los ojos e intentó bloquear sus pensamientos, pero la imagen de Emma llenó su mente al instante. Estar separado de ella sólo le hacía desearla más. Era como el agua para un hombre muerto de sed. Su luz iluminaba el día y la noche de Reyhan, y sin ella estaba ciego.

No por mucho tiempo más, se dijo a sí mismo para intentar consolarse, sin éxito. Sólo unos días más y Emma se iría. Y él sería libre para casarse con otra mujer. Una mujer sensata que le diera hijos. Una mujer a la que podría respetar pero nunca amar. Una mujer que no sería Emma.


Emma encontró una ocasión para ponerse uno de sus elegantes vestidos nuevos dos noches después, cuando recibió una invitación para cenar con el rey, Cleo y su marido, el príncipe Jefri y Murat, el príncipe heredero de Bahania. Los nervios le revolvían el estomago mientras se maquillaba, y deseaba fervientemente que Reyhan estuviera con ella. Con él a su lado le resultaría mucho más fácil entablar una conversación con los demás presentes en la mesa. Pero no había sabido nada de él desde que se marchó, y empezaba a temer que no volvería a verlo antes de irse de Bahania.

Cerró los ojos y se obligó a no pensar en ello. Si tenía que irse sin verlo, lo soportaría. Tal vez incluso así lo superara más rápidamente.

¿Recuperarse de qué?, se preguntó. ¿Acaso estaba enamorada de él? De ningún modo.

Tras mirarse una última vez en el espejo y alisar la parte frontal del vestido color melocotón, salió de la suite y se dirigió hacia los aposentos de Cleo. Su amiga y Sadik se habían ofrecido a acompañarla a la cena para que no se extraviara en el camino.

– Éste es Sadik -le presentó Cleo minutos después. Emma no sabía si debía hacer una reverencia o qué. Extendió la mano e intentó mostrarse más impresionada que nerviosa.

– Alteza…

Sadik sonrió. Era alto, atractivo y su aspecto intimidaba bastante.

– Siendo un miembro de la familia real, creo que podemos llamarnos por nuestros nombres de pila -dijo él, inclinándose ligeramente y besándole la mano-. Bienvenida, Emma. No sé cómo has podido soportar a mi hermano estos últimos días, pero que lo hayas conseguido dice mucho en tu favor.

Emma se sorprendió al recibir el beso. ¿Serían todos los príncipes igual de encantadores, además de atractivos y poderosos?

– Ha sido muy amable -murmuró.

– Pero es un idiota. Ningún hombre que abandone a una mujer hermosa sabe el riesgo que corre.

Cleo lo miró arqueando las cejas. Estaba espléndida en su vestido azul oscuro.

– Sadik, no estarás coqueteando con ella, ¿verdad?

– Sólo intento que nuestra nueva hermana se sienta como en casa -dijo él-. Sabes muy bien que sólo hay una mujer en mi vida.

Hablaba en un tono tan intenso y sensual que Emma sintió que estaba interrumpiendo un momento íntimo. Se apresuró a darse la vuelta, pero no antes de ver cómo Cleo le sonreía a su marido. Era una sonrisa de felicidad y seguridad, y en aquel momento Emma deseó encontrar a un hombre que la amara como Sadik amaba a su mujer.

Los tres se dirigieron al comedor.

– Jefri es muy divertido -dijo, entrelazando el brazo con el de Emma-. Es el más joven y el que tiene más sentido del humor. Murat es mucho más rígido. Supongo que será por ser el heredero.

– Murat tiene muchas responsabilidades -explicó Sadik-. El peso del país recae sobre sus hombros.

– Y aún está soltero -añadió Cleo-. ¿Te imaginas casándote con él?

– No, gracias. Ya tengo bastantes problemas con ser una princesa, aunque sea temporalmente. No quiero ni imaginarme siendo reina.

– Alguien tiene que hacerlo -dijo Cleo-. El rey ha empezado a hablar sobre la necesidad de que Murat tenga un heredero. Y hay cientos de mujeres esperando.

– Esa mujer será la madre de sus hijos -dijo Sadik-. No puede escogerla a la ligera.

– Exacto -corroboró Cleo con una sonrisa-. Pero si sólo va a tener hijas, puede casarse con cualquiera.

Sadik suspiró.

– No te burles de mí, mujer.

– Lo hago siempre que puedo -le confesó Cleo a Emma-. Es mi pasatiempo favorito.

Emma estuvo riéndose hasta que llegaron al comedor principal. No era el mismo en el que había estado durante su segunda noche en Bahania. Aquél le había resultado impresionante, pero era pequeño y acogedor. Éste era mucho mayor, con grandes ventanales ajimezados y elegantes tapices.

La mesa extensible podía acoger a más de doce personas. La madera relucía a la luz de los candelabros y arañas doradas. El suelo era de mármol, los cubiertos de oro y los platos parecían ser muy antiguos y pintados a mano. Y, lo más sorprendente, no había ningún gato a la vista.

A pesar de la calurosa temperatura exterior, en el interior hacía bastante fresco. Lo suficiente para que el fuego crepitara en la gran chimenea de madera tallada.

El rey estaba de pie junto al fuego, con una copa en la mano. A su lado había dos hombres, ambos altos y morenos, con rasgos fuertes y cuerpos esbeltos.

Emma intentó no sucumbir a los nervios y al pánico. Sólo tenía que cenar con ellos y luego podría refugiarse en su habitación. Además, si Jefri y Murat eran tan educados como Reyhan y Sadik, la velada sería incluso agradable. No tenía nada que temer.

Casi se había convencido a sí misma cuando el rey se giró y los vio. A medida que se aproximaban, Emma sintió cómo las rodillas empezaban a flaquear. No la ayudó en absoluto repetirse una y otra vez que el rey Hassan era sólo un hombre.

– Emma -la saludó el monarca-. Es un placer volver a verte.

Le apretó ligeramente el brazo y se volvió hacia Cleo, a quien besó, y luego le estrechó la mano a Sadik.

– He oído que esta semana has visitado nuestro zoco -le dijo a Emma mientras la llevaba hacia los otros príncipes-. ¿Te gustó?

– Mucho. La gente fue muy cortés y amable.

– Es un rasgo del pueblo de Bahania -respondió el rey, y le presentó a sus hijos.

Se parecían mucho a Reyhan, y al mismo tiempo eran muy distintos. Murat era más alto y mucho más serio, mientras que Jefri sonreía con facilidad. Los dos le dieron la bienvenida.

Un criado se acercó para preguntarle qué deseaba beber. Emma eligió vino blanco porque no quería quedar fuera de lugar, pero no tenía intención de beber alcohol en una situación como aquélla. Bastaba una copa para hacerle perder la cabeza.

– Es una lástima que Reyhan no pueda acompañarnos -dijo Murat unos minutos después.

Emma observó que el rey estaba enfrascado en una conversación con Sadik y con Cleo, mientras que Jefri se había ausentado para atender una llamada telefónica de América. Algo sobre la Fuerza Aérea de Bahania.

– Otro rostro familiar sería de ayuda -admitió, sonriéndole al príncipe heredero-. Pero tiene responsabilidades que atender, y lo entiendo.

– Muchas mujeres no lo entienden.

– No me imagino por qué no.

– Siempre encuentran razones -tomó un sorbo de su copa y la observó-. ¿Es cierto que no sabías nada de él ni quién era?

– Completamente cierto. Ni siquiera pude creérmelo cuando me trajeron aquí. Todo esto de la realeza no forma parte de mi vida normal.

– ¿La vida a la que vas a volver en unos días?

Ella asintió.

– ¿Lo lamentas? -preguntó él.

– Un poco -hizo un gesto abarcando el comedor-. Esto está a años luz del mundo al que pertenezco. Reyhan necesita encontrar a una esposa que encaje en su mundo.

– Renuncias con mucha facilidad.

¿Estaba Murat criticándola o simplemente comentando lo que era obvio?

– Es lo que él quiere -respondió ella.

– ¿Y qué quieres tú?

Emma pensó en el tiempo que había pasado con Reyhan. En cómo él la había hecho reír y arder de deseo. En cómo su corazón se desbocaba cada vez que lo veía. En lo inocente que había sido seis años atrás y en cómo lo había perdido.

– Me gustaría retroceder en el tiempo y hacer que las cosas fueran diferentes.

– Eso es imposible -dijo él-. Hasta para un príncipe.

Jefri regresó y en ese momento anunciaron que la cena estaba servida. Emma se encontró sentada a la izquierda del rey, junto a Jefri. Murat estaba enfrente de ella, y Emma sintió la penetrante mirada del príncipe heredero en más de una ocasión mientras servían los aperitivos. Ansiaba preguntarle qué estaba pensando y si le diría algo a Reyhan cuando éste volviera. ¿Estarían muy unidos los dos hermanos? ¿Confiarían el uno en el otro? ¿Sabía Murat algo de los sentimientos de Reyhan?

– Los aviones serán entregados la próxima semana -anunció Jefri, complacido.

– ¿También les serán entregados a El Bahar? – preguntó el rey. Jefri asintió.

– La gente de Van Horn estará aquí a final de mes para iniciar el proceso de formación. Cleo se inclinó hacia Emma.

– Pareces confundida. El Bahar y Bahania están organizando una fuerza aérea conjunta para proteger los yacimientos de petróleo. Jefri es quien está a cargo de la operación, y ha comprado un puñado de aviones supersónicos F no sé qué. Y Van Horn Enterprises es una compañía privada que entrena a pilotos de combate.

La conversación giró en torno a temas de actualidad internacional y cómo afectaban éstos a Bahania. Emma sabía que el país era un aliado de Estados Unidos, pero la sorprendió enterarse de las relaciones tan estrechas que existían entre el rey Hassan y Murat y el presidente y varios miembros del Senado.

Acababan de servirles un plato de pollo de aspecto delicioso, cuando uno de los criados se acercó al rey y le susurró algo al oído. El monarca le respondió algo y miró a Emma.

– Parece que hay un problema con las cañerías en tu habitación. Una tubería ha reventado y ha inundado el suelo. Tus cosas no han sufrido daños, pero tendrás que pasar la noche en otro sitio -sonrió-. Supongo que podremos encontrar una cama libre. Después de la cena te acompañaré a tus nuevos aposentos.

– Muchas gracias.

La cena se alargó durante dos horas más. Al acabar, Emma estaba tan llena que apenas podía moverse. El rey cumplió con su palabra y la acompañó a su habitación.

– Espero que estés disfrutando de tu estancia en mi país -le dijo mientras caminaban por un largo pasillo.

– Mucho. Me ha encantado todo lo que he visto. Y la gente es muy simpática.

– ¿Incluso mi hijo?

Emma lo miró. Era alto y tenía algunas canas en las sienes. Con su traje negro parecía regio y poderoso.

– Especialmente Reyhan.

– Lamento que no haya podido cenar con nosotros esta noche.

Emma también lo lamentaba, pero no quería decirlo.

– Tiene otras responsabilidades.

– Y se las toma muy en serio -dijo el rey-. Igual que todos mis hijos. Pero en el caso de Reyhan, quizá demasiado en serio.

Emma no supo a qué se refería, pero antes de que se le ocurriera un modo cortés de preguntarlo, se detuvieron delante de una puerta grande y maciza.

– Te quedarás aquí -le dijo su anfitrión-. Espero que encuentres esta habitación a tu gusto -le sonrió y se marchó.

Emma abrió la puerta y entró. Eran unos aposentos más grandes que los suyos, pero más espartanos. El mobiliario era sencillo y predominaban los tonos pardos.

Encendió varias lámparas y se paseó por el salón.

Algo la hacía sentirse… extraña. La estancia le resultaba casi familiar, aunque no recordaba haberla visto cuando Reyhan le enseñó el palacio.

Entró en el dormitorio. La inmensa cama descansaba sobre una plataforma. A pesar del tamaño de los muebles, el espacio no resultaba agobiante. Las tonalidades eran tan apagadas como las del salón, pero no…

Se quedó de piedra. Había un libro en la mesilla. Un libro abierto. Se acercó rápidamente al armario y abrió las puertas. Los trajes oscuros se alineaban a un lado, y los estantes estaban llenos de camisas, jerséis y zapatos. Su propia ropa ocupaba el otro lado del armario. Pasó un dedo por la manga del traje más cercano y supo exactamente a quién pertenecía.

Reyhan.

El rey la había trasladado a esa habitación con su marido.

Dejó escapar un suspiro de confusión. ¿Estaría el rey poniéndola a prueba? ¿A los dos? Nunca habían vivido como marido y mujer. Eso era demasiado… íntimo.

En el cuarto de baño encontró sus cosméticos junto a la maquinilla de afeitar de Reyhan. Dos albornoces colgaban junto a la ducha. Como si siempre hubieran estado juntos.

Sin saber qué hacer, decidió que pasaría allí la noche y que hablaría con Cleo por la mañana. Tal vez su amiga supiera lo que estaba pasando y lo que debería hacer al respecto. Mientras tanto, fingiría que todo aquello era real y que aquél era el lugar al que pertenecía.


Reyhan llegó al palacio poco después de medianoche. Los mismos demonios que lo habían hecho marcharse lo obligaban a regresar. Tenía que ver a Emma, tocarla, respirar el mismo aire que ella… El deseo había crecido hasta impedirle comer o dormir. Solamente podía desearla.

Subió los escalones de dos en dos y se dirigió hacia el ala de invitados. Pero a medida que se acercaba a la puerta, ralentizó el paso hasta detenerse, a un metro de distancia.

¿Qué iba a hacer? ¿Irrumpir en su habitación y tomarla? Cerró los ojos y negó con la cabeza. Tenía que ser fuerte. Unos días más y ella se habría marchado. Tenía que volver a la seguridad de sus aposentos y pensar en un modo de sobrevivir hasta entonces.

Una vez en sus aposentos, se quitó la chaqueta y la dejó sobre el respaldo del sofá. Entró en el dormitorio mientras se aflojaba la cortaba… y se detuvo en seco. No estaba solo.

Una mujer yacía en su cama. A la luz de la luna que entraba por las puertas abiertas del balcón, distinguió un brazo desnudo, la curva de una mejilla y los cabellos oscuros desparramados sobre la blanca almohada.

El corazón se le detuvo por un segundo y reanudó sus latidos a un ritmo frenético. Una corriente de calor lo recorrió, concentrándose en la ingle. Su cuerpo se endureció al instante, dispuesto para tomar. Emma estaba en su cama

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