Capítulo 14

ZARA se acomodó en la silla. Era relativamente temprano en la isla, pero casi mediodía en Spokane.

– Te extraño -dijo cuando Cleo atendió el teléfono-. ¿No puedo convencerte para que vuelvas?

– Creía que estabas demasiado ocupada como para extrañarme -protestó su hermana-. ¿O es que ya te has aburrido de ser princesa?

Zara trató de sonreír.

– No es eso. Es que estoy tan confundida… Además, tú siempre sabes lo que hay que hacer.

– Y pensar que la gente cree que tú eres la inteligente…

Zara sabía que Cleo estaba bromeando, pero notó que había algo raro en el tono de su voz.

– ¿Estás bien? -preguntó- ¿Estás enfadada conmigo?

– No, nada de eso. Es que no pertenezco a ese lugar, Zara. Lo sabes. La forma en que crecí, lo que hago para vivir… No sé, creo que soy la última persona que encajaría en la realeza.

– Pero los príncipes estaban encantados contigo. Sadik, en especial.

– Eso no fue más que algo circunstancial.

Aunque Zara se preguntaba qué había pasado entre ellos, no quería entrometerse en los asuntos de su hermana. A veces, Cleo hablaba de su vida privada, y otras veces, se resistía a soltar prenda.

– Además -continuó Cleo-, eres tú la que has llamado, así que eres la que tiene el problema. No puedes darle la espalda al rey. Es tu padre, Zara, tu familia. Ahora que Fiona se ha ido, es todo lo que tienes.

– Te tengo a ti.

– Es distinto.

Zara había estado considerando su situación desde que Rafe había sacado el tema la semana anterior. Le había estado dando vueltas a lo que él le había dicho una y otra vez. Sin embargo, oír a su hermana diciéndole lo mismo la convencían de que en realidad no tenía opción.

– No quiero estar aquí sin ti.

Cleo soltó una carcajada.

– ¿Qué dices? Si cuando estaba allí ni siquiera notabas mi presencia porque estabas pendiente de tu guardaespaldas. Hablando de eso, ¿dónde está el apuesto jeque?

– Leyendo en el patio -contestó Zara, con una sonrisa de oreja a oreja-. Rafe es maravilloso. No puedo creer que me desee, pero lo hace. Varias veces al día. Me gusta de verdad, Cleo.

– Yo diría que no sólo te gusta.

– Es verdad. Lo amo. Jamás había sentido algo así por nadie. Quiero pasar el resto de mi vida con él.

– Pero no sabes cómo quebrar sus barreras, ¿no es así?

– Exactamente. ¿No tendrías alguna de tus ideas brillantes para ayudarme?

Cleo permaneció en silencio unos segundos y luego dijo:

– Por lo que me has dicho, supongo que Rafe desconfía de la gente que se interesa por él. Quizás, desde que sus padres murieron, nadie se preocupó por su suerte. Así que, ¿por qué debería confiar en ti?

– Coincido contigo. ¿Pero cómo hago para convencerlo de que no lo voy a dejar solo, como sus padres?

– Tendrás que probarlo tú misma.

– ¿Cómo?

– No lo sé.

– ¿Debería arrodillarme ante él y suplicarle que se case conmigo?

– Ésa no sería mi primera opción -declaró Cleo-. Sospecho que cualquier declaración romántica lo incomodaría.

– Estoy de acuerdo.

– Debo recordarte que existen muchas posibilidades de que las cosas no terminen bien entre vosotros -dijo Cleo-. ¿Crees que podrás soportarlo?

– Me partirá el corazón. Lo amo. No puedo imaginarme un mundo sin él.

– Entonces tienes graves problemas.

– Lo sé. Pero prefiero sufrir por él antes que no sentir nada por otro.

– Eso es una locura -le dijo Cleo-. Llámame en un par de días para contarme cómo siguen las cosas.

– Lo haré, lo prometo. Deséame suerte.

– Cariño, necesitarás mucho más que eso. Necesitarás un milagro.


Rafe sabía que estaba jugando con fuego. Podía leer la verdad en los ojos de Zara. Ella no había dicho nada, pero lo haría de un momento a otro y, entonces, él no sabría cómo reaccionar.

Se preguntaba qué debía hacer. No podía decirle que no creía en ella ni en los finales felices. Él solo se había metido en una trampa infernal. No podía tenerla porque nunca se permitiría amarla, pero tampoco podía dejarla ir porque el saber que estaba con otro hombre lo destrozaría.

Nada en el mundo lo había preparado para esa situación. Había pensado en el riesgo que corría Zara al acostarse con él y aun así, lo había hecho. Lo que no había calculado era el riesgo que significaba para él.


Cuando Rafe la besó, ella sonrió de forma pícara y dijo:

– Cada día lo haces mejor.

– ¿Tú crees? Podría decir lo mismo de ti, pero lo has hecho muy bien desde el principio.

Zara dejó escapar una risita nerviosa.

– Sé que has sido muy paciente conmigo, aunque debes reconocer que también he sido paciente con tus vacilaciones.

– Muy paciente -murmuró él antes de lamerle el pezón derecho-. Increíblemente paciente. Debería recompensarte.

A pesar de que habían hecho el amor cinco minutos antes, Zara estaba excitada de nuevo. Tener a Rafe cerca era suficiente para que sus hormonas se descontrolaran. Se dijo que era un buen momento. Tanto, tal vez, como para confesarle que lo amaba. Pero tenía miedo de hacerlo.

En ese momento oyeron un ruido extraño.

– Es un helicóptero -dijo Rafe-. Probablemente se trate de tu padre.

– ¿De mi padre?

– Sí, supongo que se habrá cansado de esperar…

– Pero si estoy desnuda…

Zara se vistió a toda prisa, nerviosa. Y cuando terminó, dijo:

– Espero que el otro día bromearas con eso de que te cortaría la cabeza…

– Sí, pero puedes estar segura de que no le hará ninguna gracia.

Segundos después, el rey Hassan entró en el salón. Detrás se encontraban el secretario del rey, Sabrina y el príncipe Kardal.

Pero sorprendentemente, el rey se limitó a avanzar hacia ella y besarla en la mejilla.

– Hija mía… El palacio ha sido un sitio muy aburrido y solitario sin ti.

– Necesitaba tiempo para acostumbrarme a los cambios. Gracias por haberlo comprendido.

Entonces, Hassan volvió la mirada hacia Rafe y declaró:

– Estás despedido. Pensé en matarte, pero Kardal me ha convencido de lo contrario.

– ¿Cómo? -preguntó Zara, irritada-. ¿Qué es eso de que está despedido?

– Tú no tienes la culpa de nada, Zara. No eras consciente de la situación, pero él sí lo era y a pesar de ello ha traicionado mi confianza. Será expulsado de Bahania y de la Ciudad de los Ladrones y no podrá volver a verte en toda su vida.

Rafe reaccionó de forma inesperada para todos. Se levantó una manga y les enseñó el tatuaje que llevaba.

– Lo siento, pero no será tan fácil. Como veis, tengo la marca del príncipe. Además, cuando me nombraron jeque me ofrecieron una mujer y no quise ninguna. Pues bien, ahora quiero a una. Y elijo a la princesa Zara.

– ¡Cómo te atreves! -exclamó el rey, con ira.

– ¿Tiene que ser precisamente Zara? -preguntó Kardal.

– Sí.

– Esto es culpa tuya, Kardal -lo acusó Hassan-. Has permitido que pueda apelar a la marca del príncipe.

Kardal se encogió de hombros.

– Me salvó la vida. Pero ya que te pones así, debo recordarte que has sido tú quien los ha dejado dos semanas a solas en la isla. Al parecer, no estás siendo mejor padre con Zara de lo que lo fuiste con Sabrina.

Zara decidió intervenir para intentar salvar la situación.

– ¿Qué es eso de la marca del príncipe? -preguntó.

– La tradición dice que quien lleva esa marca puede pedir a la mujer que quiera -explicó Sabrina-. A cualquier mujer soltera, para ser más exactos. Aunque sea la hija de un rey.

– Pero este hombre no te quiere de verdad -declaró el rey -. Te ofende a ti, ofende a Bahania y ofende al propio príncipe de los ladrones.

– ¿Y no puedes hacer nada por evitarlo?

– No, no puede -respondió Rafe-. Si lo hiciera, desafiaría las leyes del desierto. Ahora está atrapado entre sus responsabilidades, su lealtad a Kardal y su deseo de matarme con sus propias manos. Te lo dije, Zara. Te dije que no podríamos mantener esto en secreto.

– ¿Y es cierto que me reclamas como tu mujer? -preguntó ella.

– ¡No puede ser! Es mi hija, la princesa Zara de Bahania -exclamó el rey.

– ¿Y si yo acepto su propuesta?

Todos la miraron, asombrados.

– No puedes hacer eso -dijo Sabrina-. Como miembro de la familia real, perderías tus privilegios al casarte con él.

– No permitiré que cometas ese error -declaró Hassan.

– La decisión es mía, padre.

– Pero te llevará lejos de mí… Te llevará lejos de tu familia -protestó el rey, con tristeza-. No podré protegerte si estás con él.

Hassan la acarició en la mejilla y ella lo besó.

– Me alegro muchísimo de haberte encontrado, papá, pero debo tomar mis propias decisiones. Y acepto el honor de ser la mujer de Rafe.

– No puedes hacer eso. Eres una princesa real. No puedes marcharte a vivir con un hombre así como así… No puedes, a menos que te cases.

– Me estás pidiendo que elija entre él y tú, papá. Siempre quise tener familia, echar raíces… Pero ahora, empiezo a pensar que en realidad no estoy hecha para esas cosas.

Entonces, Zara se volvió hacia Rafe y añadió:

– Te amo. Sé que no debería haberme enamorado de ti y que me advertiste sobre todo esto, pero te amo. También sé que no quieres sentar la cabeza, pero no me importa. Iré a donde vayas y estaré siempre contigo. Ya no tengo miedo.

– Zara, no puedes hacer eso… Zara…

Rafe ya no pudo soportarlo por más tiempo. La tomó entre sus brazos, la besó y dijo:

– Yo también te amo, mi vida.

Los ojos de Zara se llenaron de lágrimas.

– Sin embargo, no tenemos por qué marcharnos -continuó-. Aquí tienes tu familia, tu mundo…

– Aprecio mucho tu gesto, pero iré contigo.

– No, Zara. Estoy hablando en serio. Deberíamos quedarnos.

– Todo esto es muy emocionante -intervino el rey, carraspeando-. Pero si quieres a mi hija, tendrás que casarte con ella.

Rafe tomó a Zara de las manos e hizo lo que nunca habría pensado que llegaría a hacer.

– Zara, te amo y quiero pasar el resto de mi vida a tu lado. ¿Quieres casarte conmigo?

Zara no lo dudó.

– ¡Sí! Quiero casarme contigo y estar siempre contigo.

– Muy bien, ahora ya sabemos que los dos os queréis casar -comentó el rey-. ¿Pero qué os hace pensar que daré mi aprobación?

– Vamos, papá… ¿Qué otra cosa podrías hacer?

– Sí, supongo que tienes razón. Además, me encanta que me llames papá -dijo Hassan, sonriendo-. Pero tendrás que cuidar de ella, Rafe. Es carne de mi carne.

– Te doy mi palabra.

Hassan suspiró.

– Bueno, esto no es lo que había planeado. Podrías haberte casado con el duque…

– No, prefiero un jeque.

– Está bien, pero tendrás que esperar unos meses antes de casarte. Quiero asegurarme de que este tipo no te rapta y te lleva a la Ciudad de los Ladrones.

– Me parece razonable. ¿Cuánto tiempo tendremos que esperar?

– Un año.

– Dos meses -dijo Rafe.

Seis.

– Cuatro.

– Trato hecho, cuatro meses -dijo el rey-. Pero cuatro meses de castidad absoluta.

– Ni lo sueñes -comentó Rafe.

– Podría ordenar que te cortaran la cabeza sólo por hacer ese comentario.

Zara estaba tan contenta que tenía la impresión de que podía empezar a volar en cualquier momento. Se iba a casar y todos sus sueños se habían hecho realidad.

– No se le cortará la cabeza a nadie más -declaró ella-. Ésa será mi primera decisión como princesa.

– Me parece una decisión excelente -dijo Rafe.

Y acto seguido, la besó.

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