Capítulo 7

ZARA pensó que no podía ser cierto que Rafe la estuviera besando, e intentó mantener la calma. Pero aquello era un beso, no había duda alguna, y tan maravilloso que se sintió desfallecer.

Sus labios estaban muy calientes. Se abrazó a él con fuerza, saboreándolo, y entreabrió la boca para sentir el íntimo contacto de su lengua. Rafe, por supuesto, no la decepcionó. Y mientras la besaba, comenzó a acariciar su cuerpo.

Zara notó que sus pezones se endurecían. Sus senos podían ser pequeños, pero también eran increíblemente sensibles al contacto, y la combinación de tensión y de placer resultaba tan desconocida y nueva para ella, que se sentía a punto de perder el control. Deseaba que le bajara la cremallera del vestido y que le acariciara los pechos desnudos. Necesitaba que la tocara.

Entonces, él dejó de besarla en la boca y comenzó a descender por su cuello, poco a poco, hasta llegar a la parte superior de sus senos. Sin embargo, no hizo exactamente lo que Zara había deseado: en lugar de bajarle la cremallera, tiró del vestido hacia abajo, hasta la cintura. Luego, se inclinó sobre ella y comenzó a succionar uno de los pezones.

Aquello era como un sueño. Zara cerró los ojos, dominada por un intenso fuego interior, y se estremeció. No podía pensar. Apenas podía respirar. Sólo sabía que la enorme cama estaba muy cerca.

Pero Rafe no tenía intención de ir tan lejos. Volvió a tomar el vestido, y aunque ella esperaba que se lo quitara del todo, la cubrió de nuevo y la besó una vez más en la boca.

En ese momento, Zara sintió la dureza de su erección y no pudo creer que le hubiera provocado semejante reacción. Por desgracia, Rafe se apartó enseguida, caminó hacia el balcón y se quedó mirando el horizonte.

– Esto no debería haber pasado -se lamentó.

– Pero ha pasado -comentó ella-. Rafe… ¿estás armado?

– ¿Cómo?

– Que si llevas pistola.

– No.

– Ah… Entonces, ¿es que sientes verdadero interés por lo que hacíamos?

Rafe no entendió la pregunta y entrecerró los ojos.

– ¿Se puede saber de qué estás hablando?

– Bueno, ya sabes. Es que he sentido… algo.

Rafe lo comprendió entonces.

– No puedo creer que preguntes semejante cosa. Sí, estoy excitado. Eso es lo que has sentido. Y es lógico que lo esté, porque te deseo.

Zara se sintió la mujer más feliz de la tierra.

Él avanzó hacia ella, le puso las manos sobre los hombros y dijo:

– No me mires con esa cara de sorpresa. En tu cuerpo no hay nada malo. De hecho, creo que todo es perfecto. Te deseo, sí, es verdad. Y también es verdad que quiero hacerte el amor.

Aquello era lo más bonito que le había dicho un hombre en toda su vida. Además, ella también deseaba acostarse con él. Y por otra parte, imaginaba que Rafe tenía la experiencia suficiente como para conseguir que su primera vez fuera inolvidable.

– No sé en qué estás pensando -continuó él-, pero olvídalo.

– ¿Cómo?

– Lo digo en serio, Zara. Entre nosotros no puede haber nada. No he debido besarte… Tú eres una princesa y yo soy tu guardaespaldas temporal. Mi trabajo consiste en mantenerte a salvo de cualquier amenaza, incluida las sexuales y aunque procedan de mí.

– ¿Por qué? Es obvio que a los dos nos ha gustado. ¿Qué hay de malo en ello?

– Ambos sabemos dónde acabaríamos si siguiéramos adelante.

– No lo entiendo, la verdad. En todas las películas que he visto, el guardaespaldas siempre se acuesta con su cliente.

– Sin embargo, yo tengo muchos motivos para no caer en la tentación -insistió él-. Mira, yo no soy ningún príncipe azul. No creo en los compromisos ni en los para siempre. Vivo el momento y sigo adelante. De hecho, soy muy poco apropiado para ti. De modo que mantente alejada.

– Yo no he dicho nada de compromisos. Hablaba de sexo.

– Dudo que seas capaz de separar las dos cosas.

– En cualquier caso, así no podré saberlo nunca, ¿no te parece? Para una vez que encuentro un hombre a quien le gusto, resulta que no quiere acostarse conmigo porque es mi guardaespaldas -se quejó.

Zara se alejó de él y caminó al otro extremo de la habitación. Pero Rafe la siguió.

– Hay otra razón por la que no puedo ceder al deseo -le explicó-. Necesito mantener la cabeza sobre los hombros.

– No te entiendo…

– Eres la hija del rey. Y te aseguro que Hassan no sería precisamente indulgente con alguien que se atreviera a robarle la virginidad a su hija, sobre todo si sólo es un empleado como yo. El castigo sería muy severo.

– Eso es una estupidez. Dudo que te cortara la cabeza.

Rafe se encogió de hombros.

– Si no me crees, pregúntaselo tú misma.

Entonces, Rafe se dio la vuelta y salió de la habitación.


– ¿Todavía siguen cortando cabezas en este país? -preguntó Cleo un buen rato más tarde, cuando Zara le contó su conversación-. Qué alucinante…

– A mí no me parece tan divertido. Siempre he tenido mala suerte con los hombres. Tanta, que ahora corren el riesgo de perder literalmente la cabeza si se acercan a mí. Dudo que eso sirva para atraerlos…

– Bueno, no tienes que contarle a todo el mundo que eres la hija del rey…

– Pero si me conocen aquí, ¿cómo podré disimularlo?

– No sé, pero algo me dice que tu mala suerte con los hombres no puede durar mucho más. A fin de cuentas, tu situación no puede empeorar.

– No tientes al destino. Además, mi vida se ha complicado tanto… Rafe me ha advertido que muchos hombres querrán acercarse a mí sólo porque soy la hija del rey.

– Sí, seguro que sí, pero ya te las arreglarás. Eres una mujer inteligente.

– De todas formas tendré que tener cuidado, porque nunca estaré segura de si me quieren por mí o por mi dinero. Y en lo relativo a Rafe, sospecho que sé lo que quiere de mí -declaró con amargura.

Cleo la acarició en un brazo.

– No seas tan dura contigo. Que hayas conocido a unos cuantos estúpidos en el pasado, no quiere decir que no haya muchos hombres que no te encuentren increíble. Algún día conocerás al hombre adecuado para ti, a uno a quien no le importe perder la cabeza.

Zara rió.

– Sí, claro… ¿Quién se arriesgaría a morir sólo por acostarse conmigo?

– Pasará, ya lo verás.

Zara apreciaba el apoyo de su hermana, pero no la creyó. Rafe había conseguido volverla loca y resultaba más que evidente que se sentía atraído por ella. Pero al parecer, no lo suficiente: había hecho lo posible y lo imposible por alejarla de él.


Zara ya estaba preparada cuando llamaron a la puerta. Marie y sus socias la habían arreglado y maquillado una hora y media antes y habían hecho un gran trabajo. Casi no se reconocía a sí misma. Había sufrido una transformación completa que culminó con un elaborado peinado y un precioso collar de diamantes y zafiros.

Nerviosa, abrió la puerta. Rafe se encontraba en el pasillo. Se había cambiado y lucía un esmoquin que le quedaba muy bien.

– Estás perfecta -dijo él, con una sonrisa.

– Gracias. Tú también lo estás.

Rafe entró en el salón y miró la hora.

– Tenemos que estar en la antesala del comedor dentro de diez minutos.

– Si estás insinuando que lleguemos tarde, olvídalo. Siempre llego a tiempo a mis citas -intervino Cleo, que también estaba presente-. Sobre todo, si voy a tener ocasión de conocer a varios príncipes de carne y hueso.

– Está bien. Si ya estáis preparadas, vámonos…

Zara miró a su hermana y le pareció tan arrebatadora y bella con aquel vestido azul que no pudo creer que Rafe se sintiera atraído por ella y no por Cleo. Pero no tuvo ocasión de pensar más en ello, porque en ese momento las tomó del brazo a las dos.

Cleo se pegó a él de inmediato. Pero Zara, siempre más tímida, se mantuvo a cierta distancia mientras avanzaban por el corredor.

– Rafe, vas armado… -comentó Cleo.

– Soy un hombre cauto.

– Este hombre se toma su trabajo muy en serio, hermanita. Deberías advertirle que se mantenga alejado si alguien te pide bailar con él.

– Zara puede hacer lo que desee -comentó Rafe.

– Ah, sí, ya me lo han contado. Puede hacer lo que quiera siempre que se limite a mirar. Caramba, Rafe… No pensaba que fueras de esa clase de hombres -dijo Cleo, en tono de recriminación-. Había pensado que te gustaba la acción, que no permanecías al margen de las cosas.

Zara se sintió profundamente avergonzada por el comentario de su hermana y deseó que no lo hubiera hecho. Intentó cambiar de conversación, pero no fue necesario porque justo entonces llegaron a la antesala.

Alrededor de una docena de personas se encontraban charlando animadamente en pequeños grupos. Sin embargo, todos quedaron en silencio cuando la vieron.

Sabrina estaba allí, junto con un hombre alto y atractivo que supuso sería su marido. Todos los hombres llevaban esmoquin y algunos lucían condecoraciones y bandas. Y en el centro se encontraba el rey, que sonrió al verla.

– Querida Zara, estás preciosa esta noche -dijo Hassan-. Me alegra mucho que te hayas puesto ese collar. Se lo regalaron a mi bisabuela cuando cumplió veinte años y siempre ha sido mi joya preferida.

El rey se inclinó sobre ella y la besó en una mejilla antes de volverse hacia Cleo para saludarla.

Zara notó que todo el mundo la estaba mirando. Y también notó que Rafe se había alejado para hablar con el marido de Sabrina y que la princesa no parecía precisamente contenta.

Después, el rey le presentó a sus cuatro hijos. Todos eran encantadores, pero resultó evidente que estaban más interesados en Cleo.

Al cabo de un rato, el rey se acercó a ella y le dijo en voz baja:

– Sé que estás nerviosa, pero tranquilízate. Sólo es un acto sencillo, sin demasiada relevancia.

– Ten en cuenta que no estoy acostumbrada a estas cosas…

– Tonterías. Además, esta noche sólo vendrán unos cuantos cientos de personas.

– ¿Unos cuantos cientos? No pensarás decir nada sobre mí, ¿verdad? -preguntó, aterrorizada.

– Por supuesto que no. Primero quiero que te acostumbres a la vida en palacio.

– No sé si conseguiré acostumbrarme. Además, creo que deberíamos esperar a que me hiciera unas pruebas para saber si efectivamente soy tu hija.

Hassan rió.

– Querida mía, no necesito ninguna prueba. Sé que lo eres.

A lo largo de los siguientes minutos le presentaron a todo tipo de personas, incluido el príncipe Kardal, que resultó ser bastante más amable y agradable que su esposa. Y ya casi se había convencido de que conseguiría sobrevivir a la velada cuando apareció un mayordomo y anunció que era hora de pasar al salón.

Hassan fue el primero en entrar. Por desgracia, Zara no tuvo más remedio que abrir la marcha con él porque el rey la tomó del brazo. Pero unos segundos más tarde se acercó un hombre para hablar con el monarca y ella aprovechó la ocasión para apartarse unos metros.

Rafe se dio cuenta, se acercó a ella y murmuró:

– Simula que te estás divirtiendo.

– ¿Mi incomodidad es tan evidente?

– Bueno, los invitados del rey no suelen comportarse como si estuvieran apunto de matarlos.

– Preferiría ir al dentista antes que estar aquí.

– Pero no tienes elección. Así que prepárate: estás a punto de conocer a las personas más importantes del país.

– Oh, Dios mío… No podré hacerlo. Siempre olvido los nombres.

– Prueba a asociarlos con algo, con algún detalle distintivo. Por ejemplo, si algún conde tiene nariz de gancho, piensa en él como conde Gancho.

– ¿Es que hay alguno que se llame así?

– No, sólo era un ejemplo…

– ¿Y si me da un ataque de risa?

– Me veré obligado a lanzarte un vaso de agua a la cara.

– En tal caso, intentaré controlarme.

– Piensa en el rey. Está muy contento y dudo que pretendas herir sus sentimientos.

Hassan volvió entonces a su lado y comenzó a presentarle a los invitados. Intentó aplicar la técnica que le había recomendado Rafe para recordar los nombres, pero todos ellos le parecieron perfectos y, en cierto sentido, iguales.

Entonces se detuvieron ante un hombre joven, de treinta y pocos años, alto y de ojos azules.

– Zara, me gustaría presentarte al duque de Netherton.

– Alteza, siempre es un honor encontrarse con usted. Señorita Paxton…

Zara deseó salir corriendo y esconderse. Pero en lugar de huir, se obligó a sonreír e intentó ser espontánea y sincera hasta cierto punto.

– Es la primera vez que me presentan a un duque. ¿Cómo debo llamarlo?

– Byron, por favor. Y le ruego que no haga bromas al respecto. Digamos que mi madre es una fanática de Lord Byron…

Tras el encuentro con el duque, Zara se sintió más animada. Lo estaba haciendo mejor de lo que habría imaginado.

Poco después se les unió otro hombre, llamado Jean Paul. No tenía título, pero no tardó en mencionar que su familia poseía un castillo desde hacía quinientos años, así como infinidad de viñedos y de obras de arte que naturalmente le invitó a ver.

– ¿Quieres una copa de champán? -preguntó Jean Paul en determinado momento.

Byron, con quien ya había empezado a tutearse, intervino.

– Lo siento, pero Zara ya me había dicho que me acompañaría al bar.

Hassan sonrió.

– Está bien, os dejaré a solas. Así podréis competir tranquilamente por el afecto de Zara.

Zara miró a Rafe como pidiéndole que la ayudara, pero Rafe se mantuvo alejado. Sin embargo, los siguió a cierta distancia cuando se dirigieron al bar.

– Sólo tomaré agua con gas -comentó ella.

– ¿No prefieres champán? -preguntó Jean Paul.

– Esta noche no, gracias.

Ya habían servido las copas cuando Jean Paul dijo:

– Tengo entendido que has conocido recientemente al rey…

– Sí. Mi hermana y yo llevamos poco tiempo en Bahania.

– ¿No lo habías visto antes? -preguntó Byron, sorprendido-. ¿No habíais tenido ningún tipo de contacto?

– No.

Jean Paul asintió.

– Eres tan encantadora, Zara… Dime una cosa: ¿qué haces cuando no te dedicas a volver locos a los hombres?

– Soy profesora en una universidad de Washington.

– ¿Y hay alguien especial en tu vida? -preguntó Byron.

– Ahora ya lo hay -dijo Jean Paul, molesto.

Byron no hizo caso alguno a su rival e insistió:

– Suelo visitar a menudo tu país. Viví allí casi un año, cuando terminé la carrera en Oxford.

Jean Paul no tardó en contraatacar.

– Lo único tan bello como tú es la visión de los viñedos en el verano, después de la lluvia. Las uvas brillan bajo el sol y no sería capaz de describir la inmensa belleza de los olores… Como Bahania, Francia es un festín para los sentidos. No como esa fría y oscura isla de la que procedes, Byron.

– ¿Has estado alguna vez en Inglaterra? -preguntó Byron a Zara-. Nuestro palacio está abierto al público de miércoles a sábado. Nuestra residencia londinense, en cambio, es privada. Pero si quisieras venir alguna vez…

Los dos hombres siguieron con su particular competición hasta que Zara se cansó y decidió cortar por lo sano.

– Si me perdonáis, tengo que dejaros. He de hablar con mi hermana.

Zara giró en redondo y se perdió entre la multitud.

– Si estás buscando a Cleo, está al fondo.

Al oír la voz de Rafe, se sorprendió. Siempre se las arreglaba para aparecer a su lado.

– Ha sido terrible. No puedo creer que esos dos sean tan maleducados.

– No han sido maleducados. Les gustas, nada más.

– Oh, vamos. Seguro que han sabido la verdad de algún modo y que sólo intentaban acercarse a mí porque soy la hija del rey.

– Dudo que el duque necesite más dinero y poder del que ya tiene.

– Entonces querrá otra cosa.

– No. Tanto él como el francés son muy ricos y están solteros. Te dije que tuvieras cuidado, no que fueras demasiado desconfiada. Sencillamente les has gustado, como acabo de decirte.

Zara lo miró y se sintió molesta por la actitud de Rafe. Se lo tomaba con tal naturalidad que casi parecía que estaba deseando que mantuviera una relación con otro hombre.

– Pues bien, no me interesan -espetó.

Entonces, se alejó de él y caminó hacia su hermana, Cleo, que estaba hablando con uno de los príncipes. Le bastó mirarlos para saber que se lo estaban pasando en grande.

– Hola -dijo Cleo al verla-. ¿Te acuerdas del príncipe Sadik?

El hermanastro de Zara la saludó y dijo:

– Me alegro de verte. Quería tener la ocasión de charlar contigo y conocerte un poco. ¿Te apetecería bailar más tarde?

– Claro, por qué no.

Zara se alejó. Y cuando se encontraba a cierta distancia, se volvió hacia Rafe y preguntó:

– ¿Es que hay baile después de la cena?

Rafe rió.

– Oh, sí. Y sospecho que Byron y Jean Paul no permanecerán muy lejos de ti. Estoy deseando verlo.

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