HORRORIZADA y humillada, Zara se levantó de un salto y lo miró. Su cara estaba tan roja que agradeció la oscuridad de la noche.
– No puedo creer que te hayas atrevido a hacer una pregunta así. Eso es una cuestión personal y no pienso hablar de ello ni contigo ni con nadie.
Rafe no pareció intimidado en absoluto.
– Fuiste tú quien sacó ese tema hace horas. Me lo confesaste, ¿recuerdas? Y no es algo que se olvide con tanta facilidad.
– Pues deberías olvidarlo. No es asunto tuyo.
Zara pensó que la curiosidad de Rafe era irritante. Pero acto seguido, se dijo que tal vez obedecía a una motivación oculta: tal vez le gustaba y se interesaba por ella. La idea bastó para llenar su imaginación de todo tipo de fantasías. Sin embargo, tenía los pies en la tierra y sabía que aquel hombre estaba fuera de su alcance.
– Vamos, Zara, puedes contármelo. ¿Cómo es posible que una mujer tan bella, atractiva y sexy siga siendo virgen a los veintiocho años? Seguro que has vivido muchas aventuras…
Zara se sorprendió mucho. Acababa de decirle que era sexy y le gustó tanto que tuvo que recordarse que Rafe estaba trabajando y que sólo intentaba ser amable con ella. Además, no podía creer que se interesara por ella. De las hermanas Paxton, la única que llamaba sistemáticamente la atención de los hombres era Cleo. Había sido así desde siempre.
– Muchas menos de las que crees -puntualizó ella.
– No te creo.
– ¿Pretendes humillarme de forma deliberada?
– No. Pretendo entenderte de forma deliberada.
Zara se apoyó en la barandilla del balcón, de espaldas al mar. Sabía que Rafe no intentaba humillarla y en el fondo deseaba que la encontrara atractiva de verdad, pero era demasiado insegura para creerlo.
– Nunca he tenido mucha suerte con el amor. Era demasiado alta, demasiado delgada y demasiado inteligente. Por otra parte, cambiábamos constantemente de casa y no tenía tiempo de hacer amigos. En cuanto a la universidad, ya me estaba acostumbrando cuando murió mi madre y Cleo se vino a vivir conmigo. Digamos que aquello terminó de estropear mi vida emocional.
Ella se detuvo un momento y añadió:
– ¿Seguro que quieres oír esto?
– Seguro.
– Está bien… Luego nos mudamos a Washington, donde vivo actualmente, y salí con varios hombres, aunque ninguno era especial. Entonces conocí a Jon.
Rafe estiró las piernas y dijo:
– Algo me dice que ese tipo no me caería bien.
– No sé… Era encantador. Trabajaba como administrativo en la universidad y nos llevamos muy bien desde el principio. De hecho, me cambió. Consiguió que me sintiera más atractiva con sus comentarios o incluso recomendándome la ropa que me quedaba mejor.
– ¿Un hombre hablando de ropa? Seguro que quería quitártela.
– Bueno, él nunca… No fuimos amantes, si es lo que quieres decir. Pero había otras compensaciones, y cuando me pidió que me casara con él, acepté.
– ¿Te casaste?
– No, pero estuvimos comprometidos una larga temporada.
– ¿Larga?
– Dos años.
– ¡Dos años! ¿Bromeas? ¿Estuviste saliendo dos años con un hombre y no te acostaste con él?
– Sí, bueno, es que decidí esperar…
– ¿A qué? ¿A la guerra nuclear? -se burló.
Zara suspiró.
– Está bien, te seré sincera: Jon nunca intentó hacer nada conmigo y yo no me atreví a tomar la iniciativa. Pero tres días antes de la boda, Jon me pidió que rompiéramos el compromiso. Digamos que había una cuestión importante que debía resolver.
Rafe lo adivinó en seguida.
– Era homosexual.
– ¿Cómo lo has sabido?
– Cualquiera lo habría adivinado. Estuvo dos años contigo y no intentó nada, ni una sola vez. No es lógico -respondió-. Pero, ¿qué pasó al final?
– Me hundí al saberlo. Además, la universidad es un mundo muy pequeño y todo el mundo lo supo enseguida. Cuando volví a salir con otros hombres, tenía miedo de que ellos pensaran que los iba a convertir en homosexuales.
Rafe rió.
– Qué tontería. Seguro que no pensaron eso en absoluto.
– Supongo que no, pero para entonces ya había llegado a una edad demasiado avanzada para ser virgen. Los dos últimos hombres con los que salí, salieron corriendo cuando se lo conté. Y ahora, ¿qué puedo hacer? Si soy la hija del rey, nadie querrá acostarse conmigo. Ser una princesa virgen no es mi idea de pasarlo a lo grande.
Rafe volvió a reír. Se estaba divirtiendo de lo lindo.
– Claro, para ti es fácil reír. No eres tú quien ha vivido como si estuviera en una pecera. No eres tú quien tiene que confesárselo a las personas con las que sales… Dios mío, no pido tanto -declaró-. No pretendo acostarme de una sola vez con todo un equipo de fútbol. Sólo me gustaría que un hombre me viera desnuda antes de que me muera.
Rafe no podía creer que estuvieran manteniendo aquella conversación ni que se expresara en semejantes términos. Pero fuera como fuese, se habría prestado voluntario para verla desnuda con mucho gusto. E incluso le habría dejado que lo tocara.
– Tienes una expresión muy extraña -dijo ella.
– Claro.
Empezaba a estar bastante preocupado. Mantener aquella situación bajo control iba a resultar más difícil de lo que había imaginado.
– Deberías tener cuidado -continuó él -. En cuanto se sepa que eres hija de Hassan, tu mundo cambiará por completo.
– Ni siquiera sabemos si soy su hija.
– ¿Es que todavía lo dudas?
– Bueno, me gustaría dudarlo… aunque en el fondo, sé que lo soy.
– Ten cuidado de todas formas. Los medios de comunicación se fijarán en ti y entonces aparecerán todo tipo de hombres que querrán aprovecharse de tu situación.
Zara sonrió.
– Yo no tengo nada que ofrecer. Ser hija de Hassan no cambiará eso.
– Te equivocas. Tienes contactos con la familia real. Tu padre es rey y tú serás princesa. Además, Hassan te hará rica en un abrir y cerrar de ojos.
– Si me hubieran dicho algo así cuando estaba en casa, me habría dejado llevar por la imaginación y habría pensado en todo lo que se puede hacer con dinero. Pero ahora, eso sólo me asusta. ¿Puedo hacer algo para impedir que me dé dinero?
– No lo creo. Es muy tozudo.
– Genial. Es decir, que ahora voy a empezar a ser popular por motivos equivocados… ¿Y cómo podré saber si la gente se interesa por mí o sólo por ser hija del rey?
– No tengo respuesta para esa pregunta.
Zara asintió.
– Bueno, es muy tarde y debemos dormir un poco. Has sido encantador al quedarte aquí y darme conversación, pero supongo que estarás deseando volver a la cama.
Rafe estaba deseando ir a la cama. Pero no precisamente solo.
– Buenas noches, Zara.
– Buenas noches.
Cuando Zara desapareció en el interior de su suite, Rafe se volvió a sentar en el banco y contempló las estrellas.
Estaba demasiado excitado para dormir. Y cuando por fin consiguió cerrar los ojos, faltaban pocos minutos para el amanecer.
A la tarde siguiente, poco antes de las dos, alguien llamó a la puerta de las estancias de Zara y Cleo. La mañana había transcurrido sin más sobresaltos que una intensa reunión con su padre, el rey, quien le había proporcionado libros e informes sobre diversos aspectos de la vida en Bahania. Pero Sabrina no había cumplido su promesa de prestarles algo de ropa.
Cleo abrió la puerta y enseguida entraron tres mujeres que hablaban en francés, seguidas por un tropel de criados con un montón de cajas, que dejaron por todas partes. Estaban llenas de ropa, zapatos y lencería.
– Hola, me llamo Marie -dijo una pelirroja, sonriendo a Zara-. Ya veo que eres la princesa… Te pareces mucho a Sabrina. Y ésta debe de ser tu hermana…
Marie estrechó la mano a las dos sorprendidas hermanas y acto seguido se fijó en el pelo de Cleo.
– Tienes un cabello precioso. Es natural, ¿verdad?
– Sí. Pero, ¿qué es todo esto?
– Sabrina nos llamó esta mañana y nos dijo que necesitáis ropa para la cena y que debéis estar perfectas.
Zara no había querido pensar en la cena hasta ese momento. Estaba asustada y temía hacer el ridículo.
– No lo entiendo. Efectivamente, necesitamos un par de vestidos -dijo Zara-. Pero habéis traído mucho más…
– La princesa Sabrina ha insistido en que renovemos totalmente vuestro vestuario. Me ha dicho que venís de un clima frío y que no estáis preparadas para el calor de Bahania.
Zara apretó los labios y bendijo a Sabrina por haber actuado con tanto tacto. Evidentemente, no había querido decir eso; pensaba con razón que ni Cleo ni ella sabían vestir de forma elegante, pero había buscado una excusa para no tener que dar explicaciones.
Zara se acercó a las cajas y echó un vistazo a uno de los vestidos. Todavía llevaba la etiqueta, así que miró el precio. Costaba doce mil dólares.
– No podemos aceptarlo -le dijo en voz baja a su hermana-. Es demasiado.
Cleo frunció el ceño.
– ¿Se puede saber qué te pasa? Entiendo que preferirías gastarte ese dinero en pagar el alquiler de la casa y en comida, pero no vas a pagarlo tú. Y además, necesitamos la ropa.
Marie debió notar su preocupación, porque se acercó a ellas, después de intercambiar unas palabras en francés con sus compañeras, y preguntó:
– ¿Qué ocurre? ¿No os gusta la ropa? Os aseguro que son originales de los mejores diseñadores del mundo. Si queréis que cambiemos algo, lo haremos con mucho gusto.
– No se trata de la ropa -dijo Zara-. Es que no podríamos permitírnosla y no quiero aceptar semejante regalo.
– Querida Zara… la princesa ha sido muy explícita al respecto. Ha dicho que necesitáis un vestuario nuevo. Y si rechazas la ropa, pensará que no estás satisfecha y es muy posible que nos despida a todas -explicó Marie con total sinceridad-. Sin el patrocinio de la familia real, mi boutique no sobreviviría. Así que te ruego que aceptes el regalo aunque sólo sea por hacernos un favor.
– Una argumentación indiscutible -observó Cleo.
– Pero no estoy segura de que deba creerla -comentó Zara en voz baja.
– Hagamos una cosa. Quedémonos sólo con lo necesario para esta noche y digámosle que estamos demasiado cansadas para elegir más ropa ahora mismo.
Zara asintió. La propuesta de su hermana tenía sentido.
– Está bien. Empecemos con la ropa de esta noche y dejemos lo demás para otro momento -dijo a Marie.
Marie suspiró, aliviada.
– Por supuesto.
Marie y sus ayudantes empezaron a sacar la ropa y zapatos que habían llevado. Como la princesa Sabrina les había dado sus tallas, no tuvieron problemas al respecto.
Pero Zara no tardó en descubrir que ninguna de las tres mujeres tenía sentido de la vergüenza, porque enseguida se encontró totalmente desnuda, sin más prenda que las braguitas. Y aunque ella reaccionó de forma recatada, cruzándose de brazos para que no vieran sus senos, nadie le prestó la menor atención.
– Eres muy delgada, así que deberíamos buscarte algo llamativo -dijo Marie-. En cuanto a tus pechos, son demasiado pequeños. Pero no es nada que no se pueda arreglar con un poco de relleno.
Marie le eligió un vestido morado francamente bonito, de seda, con una pronunciada abertura delantera que le llegaba casi a la cintura. Y aunque sus senos estaban perfectamente cubiertos por dos grandes tiras de tela, no podía girarse con rapidez sin que se viera demasiado.
– Vaya, tendremos que arreglarlo con papel celo…
– ¿Cómo?
– Lo pondremos por dentro para que el vestido se pegue a tu piel -explicó Marie-. Es un truco bastante habitual.
Cuando terminaron, ninguna de las dos quedó demasiado convencida. Así que optaron por buscar otro vestido.
Al final, se decidieron por uno más sencillo, también de seda, y de un tono color bronce.
– Éste me gusta mucho -dijo Zara.
– Te queda muy bien. Además, tengo zapatos a juego.
– Me encanta, pero tal vez debería preguntar a Sabrina si le parece adecuado para la cena…
– Estoy segura de que le encantará, pero pregúntaselo si quieres. Mientras tanto, me encargaré de tu hermana.
– De acuerdo.
Zara acababa de salir al corredor con intención de ir a buscar a Sabrina cuando cayó en la cuenta de que no sabía dónde ni cómo encontrarla. Justo entonces, se abrió la puerta de al lado y apareció Rafe.
– ¿Eres mago o algo así? ¿O es que tienes algún sistema para saber cuándo entro y salgo de las habitaciones? Siempre te las arreglas para encontrarte conmigo.
Rafe la miró de los pies a la cabeza.
– Estás preciosa. ¿Es el vestido para esta noche?
El cumplido de Rafe hizo que se sintiera muy bien.
– Sí, tres mujeres han aparecido con un montón de ropa para Cleo y para mí y quería preguntarle a Sabrina si este vestido es apropiado para la cena. Hay un par más que me gustan, pero éste me parece el mejor. ¿Dónde podría encontrarla?
– Está con su marido y no volverá hasta dentro de un par de horas. Pero si quieres, puedo darte mi opinión.
Zara lo miró, dubitativa.
– ¿Sabes algo de etiqueta?
– Lo sé todo. He asistido a docenas y docenas de cenas como la de esta noche. Enséñame los otros vestidos y te diré cuál me parece el más adecuado.
Quince minutos más tarde, mientras se encontraba en mitad del dormitorio de Zara, Rafe pensó que aquélla no había sido una buena idea. Aunque se había metido en el cuarto de baño para cambiarse, podía oír como se quitaba y ponía los vestidos y lo estaba volviendo loco. Habría dado cualquier cosa por poder tomarla entre sus brazos.
Sólo esperaba que la relativa oscuridad de la habitación, así como la falta de experiencia de la mujer, hicieran que no se fijara en su más que evidente erección.
Zara salió segundos después con un nuevo vestido, de color azul, y se miró en el espejo, dudando.
– No sé… Creo que el escote es demasiado pronunciado.
– Estás preciosa.
– ¿Hablas en serio?
– Por supuesto que sí. Todos los vestidos que he visto hasta ahora te quedan maravillosamente bien. De hecho, no entiendo cuál es el problema.
– No se. Es que me gustaría… parecerme a los demás. Sí. Me gustaría no llamar la atención -confesó.
– ¿Por qué?
– Porque soy una mujer normal y corriente. Mi piel es bonita, es verdad, y también lo son mis ojos. Pero mi boca es algo extraña y…
Rafe pensó que no sabía lo que estaba diciendo. Tenía una boca muy sensual, que habría besado con mucho gusto.
En ese momento se abrió la puerta del dormitorio y apareció Cleo.
– Ya lo he encontrado -dijo, sonriendo.
El vestido de Cleo era parecido al de su hermana, pero de un color azul cobalto, más intenso, que hacía juego con sus ojos. Además, la parte superior remarcaba sus generosos senos. Cleo era una especie de permanente y clara invitación a hacer el amor.
– Oh, vaya, si tú también has elegido un vestido azul, será mejor que me busque otro -dijo Cleo, al darse cuenta de la coincidencia.
– ¿Bromeas? No hagas eso. El tuyo te queda muy bien, así que seré yo quien cambie de vestido.
– ¿Estás segura?
Zara sonrió.
– Por supuesto que sí.
Entonces, Cleo se fijó en Rafe y dijo:
– ¿Qué haces aquí? ¿No te estás tomando demasiado en serio tu trabajo de guardaespaldas?
– He venido para darle mi opinión sobre los vestidos.
– Ya, claro…
Cleo lo miró con ironía y Rafe se preguntó si habría adivinado lo que sentía por su hermana. Pero la joven se marchó enseguida y no tuvo ocasión de sonsacarla.
– ¿La has visto? -preguntó Zara-. Tiene un cuerpo increíble… A su lado, parezco una judía verde.
– Eso no es verdad.
– Te agradezco que seas tan amable conmigo, pero ambos sabemos que es cierto. Me ponga lo que me ponga, nunca tendré la figura de Cleo.
Sin pensárselo dos veces, Rafe avanzó hacia ella y la obligó a mirarse en el espejo.
– Mírate bien. ¿Qué es lo que te disgusta tanto de ti? ¿Qué te gustaría cambiar?
– Todo.
– Pues yo no cambiaría nada.
Entonces, y sin considerar las consecuencias de lo que estaba a punto de hacer, la atrajo hacia sí, la tomó entre sus brazos y la besó.