GENIAL! Una limusina…
Cleo no pudo evitar el comentario de asombro cuando salieron del palacio y se encontraron ante el vehículo que los estaba esperando. Hasta Zara intentó animarse, porque a fin de cuentas era la primera vez que iba a subir a un coche tan lujoso, pero no lo consiguió; Rafe Stryker seguía muy cerca y ella apenas tenía energías para concentrarse en respirar.
Su propia reacción la tenia perpleja. No sabia por qué actuaba de ese modo. Ciertamente acababa de pasar por una situación impactante que habría puesto nerviosa a cualquier persona, pero ya había pasado un buen rato y no podía creer que su alteración se debiera sólo a eso. De hecho, estaba tan desesperada por encontrar una respuesta fácil que pensó que el golpe había sido más fuerte de lo que había imaginado y que tal vez tuviera una conmoción.
Cleo fue la primera en subir al vehículo; por desgracia para su hermana, se sentó junto al conductor y Zara no tuvo más remedio que compartir la parte de atrás con Rafe. Como el habitáculo era enorme, se apartó tanto como pudo. Necesitaba poner espacio entre los dos.
– Debería haberme quedado en casa -dijo en voz alta, antes de darse cuenta de lo que hacía.
Rafe la miró y dijo:
– Ahora es demasiado tarde.
Cuando el coche arrancó, Cleo se asomó por la ventanilla y dijo:
– Es verdad, es de color rosa. Cuando investigué sobre tu país, leí que lo llamaban el palacio rosa por esa razón, pero al llegar no le presté atención…
– No es que no le prestaras atención, es que no es de ese color -explicó él-. Es un efecto del mármol de las paredes; con determinadas condiciones de luz, se ve rosa en la distancia.
– Pues me gusta mucho -dijo Cleo-. Es una lástima que no haya podido ver a ninguno de los famosos gatos de palacio… ¿Es verdad que el rey tiene decenas?
Rafe asintió.
– Sí, es cierto. Se los considera una especie de tesoro nacional.
– Qué afortunados…
– Y dime, ¿dónde te informaste sobre Bahania? -preguntó el hombre.
Cleo se encogió de hombros.
– Sobre todo en Internet. Zara trabaja en la universidad y consiguió varios libros, pero el resto lo sacamos de la Red. Hay un montón de información sobre la historia del país y sobre la familia real. Incluso descargamos fotografías y cosas así.
Zara lamentó el comportamiento de su hermana porque pensaba que sólo serviría para empeorar las cosas. Después de su explicación, Rafe pensaría sin lugar a dudas que estaban allí para sacar dinero y que habían consultado la información de Internet para mejorar su plan. En realidad no le extrañaba demasiado, porque de haberse encontrado en su lugar, ella habría pensado lo mismo.
Cada vez estaba más convencida de que la mejor opción era volver a casa. Ya no tenia esperanza alguna de ver al rey, y por otra parte, se dijo que si había sobrevivido veintiocho años sin un padre, podía seguir viviendo en las mismas condiciones.
La limusina aparcó minutos después frente al hotel. Zara cayó en la cuenta de que ni su hermana ni ella le habían dado el nombre del establecimiento, así que supo que Rafe había obtenido la información por otros medios. Aquel hombre tenía tanto poder que se estremeció al pensarlo.
Rafe fue el primero en salir del vehículo. Se hizo a un lado y les abrió las portezuelas, educadamente.
– Has sido muy amable al acompañarnos -dijo Zara-. No te causaremos más problemas.
Sin embargo, Rafe no volvió a entrar en el coche. Lejos de eso, tomó del brazo a Zara y la llevó hacia la entrada.
– Me parece que tenemos más cosas de las que hablar.
Zara quiso protestar, pero sabía que no lograría convencerlo y decidió esperar hasta que se encontraran a solas. Entonces insistiría en que no tenía motivos para preocuparse por ellas y le aseguraría que volverían a Estados Unidos tan pronto como les fuera posible.
Entraron en el vestíbulo y se dirigieron al ascensor. La decoración del hotel era escasa, con apenas unos cuadros en las desvencijadas paredes y algunas plantas en las esquinas. No se podía decir que fuera un hotel precisamente elegante, pero estaba limpio.
Zara adivinó enseguida los pensamientos de Rafe y declaró:
– Que andemos escasas de presupuesto no significa que hayamos venido para sacar dinero. No tienes derecho a juzgarnos a la ligera.
Los ojos azules de Rafe se clavaron en ella y una vez más se sintió hechizada. Pero las puertas del ascensor se abrieron en aquel instante y la magia desapareció.
Cuando entraron, Cleo preguntó:
– ¿Conoces al rey?
– Sí.
La joven rió.
– Ya veo que no eres muy conversador… bueno, da igual que estés enfadado. Zara es realmente su hija. Tiene carras que lo demuestran y un anillo. Si quieres, puedes intentar demostrar que son falsos. Pero fracasarás y después no tendrás más remedio que aceptar la verdad.
Por primera vez desde que se habían separado del grupo de turistas, Zara se relajó un poco. Incluso pensó que la idea de marcharse no era tan buena como le había parecido.
– Tienes toda la razón, hermanita – dijo Zara.
– Por supuesto que la tengo. Ya sabes que soy algo más que una cara bonita.
Zara se volvió entonces hacia el hombre y preguntó:
– ¿Estás dispuesto a comprobar mi historia? ¿Lo harás a pesar de que ya has sacado tus propias conclusiones?
– Desde luego.
– ¿Y qué pasará cuando descubras que te has equivocado?
– Si eso sucede, ya hablaremos.
Treinta minutos más tarde, Rafe había empezado a cambiar de opinión. Había tenido ocasión de leer alrededor de una docena de cartas, y aunque estaban llenas de datos que cualquiera podía haber sacado de los libros o de una simple guía turística, la letra parecía realmente la del rey Hassan y su vocabulario era típicamente regio.
Sin embargo, el motivo de sus crecientes dudas era otro. Con el paso del tiempo había aprendido a confiar en su instinto, que no en vano le había salvado la vida en más de una ocasión. Y en aquel momento, a pesar de haber pensado que Zara y su hermana eran unas buscavidas, comenzaba a considerar la posibilidad de que dijeran la verdad.
– ¿Hay algo más? -preguntó él.
Zara estaba sentada en la cama de la habitación. Metió la mano en el bolso y sacó una nota de papel.
– Es una lista de las joyas que mi madre vendió a lo largo de los años. Además, también está esto…
Acto seguido, le enseñó un anillo de diamantes con la inscripción «Por siempre» en la parte interior.
La sensación de Rafe empeoró en aquel momento. Miró a Zara, que estaba sentada ante él con las manos en el regazo; llevaba un vestido de algodón, de color naranja, y sandalias. Su largo cabello le caía sobre la espalda y sin duda alguna se parecía mucho a la única hija del rey, la princesa Sabra, a quien también llamaban Sabrina.
Ciertamente, Sabrina no llevaba gafas y por lo demás mostraba una seguridad de la que Zara carecía. Pero la combinación de su parecido físico y de las pruebas que acababa de ver lo convencieron de que aquella mujer era, exactamente, quien decía ser. No quería ni pensar en lo que podría suceder cuando el rey lo supiera.
– ¿Tu madre te contó algo sobre tu padre?
– No gran cosa. Cuando preguntaba, se limitaba a contestar que estuvieron muy poco tiempo juntos, que él no llegó a conocerme y que ella no tuvo ocasión de hablarle de mí -respondió Zara-. En alguna ocasión le pregunté si me admitiría como hija si llegara a saber de mi existencia y ella contestó que sí, pero pensé que lo decía por animarme.
– ¿Y tú, Cleo? ¿A ti tampoco te contó nada?
Cleo sonrió.
– Me temo que yo no estoy emparentada con la realeza…
– Cleo y yo no somos hermanas de sangre, aunque nos sentimos como si lo fuéramos. Cleo es adoptada -explicó Zara.
– Es cierto. Fiona me llevó a casa cuando tenía diez años. Yo había perdido a mis padres, así que decidió adoptarme.
Cleo lo dijo con absoluta normalidad, pero Rafe supo, por el brillo de sus ojos, que aquella historia le dolía. En cualquier caso, era evidente que había dicho la verdad porque no se parecía nada a Zara.
– En realidad no fue así -le contradijo Zara-. Más que una adopción, fue amor a primera vista. En cuanto llegó, se convirtió en miembro de la familia.
– Comprendo -dijo Rafe.
Zara se levantó y caminó hacia el balcón.
– No puedo seguir con esto, no tiene sentido -dijo.
Cleo suspiró.
– Mi hermana se está comportando así desde que salimos de Spokane. Una cosa es decir que quieres conocer a tu padre, y otra bien distinta es conocerlo. Además, a ella no le agrada la idea de pertenecer a la realeza.
Rafe se levantó también y salió al pequeño balcón desde el que se contemplaba gran parte del centro de la ciudad. Estaban a finales de mayo y hacía un calor terrible, pero Zara se había apoyado en la barandilla, completamente ajena a ello, con la mirada perdida.
– No quiero que le digas nada al rey – dijo ella.
– No tengo elección -dijo él.
– ¿Por qué? Ya tiene una hija y no necesita otra -declaró, mirándolo-. Además, dudo que yo fuera una buena princesa.
– Lo harías bien, no te preocupes.
Rafe no sabía qué decir. Tenía la impresión de que Zara estaba a punto de romper a llorar.
– Entonces, ¿ahora crees que soy hija del rey?
– Sí, Zara. Creo que es muy posible que lo seas.
– Nunca pensé que pudiera ser así… sólo quería tener una familia de verdad, con primos y tíos y esas cosas -declaró, mientras contemplaba la ciudad-. Pero había imaginado una familia normal, no esto.
Rafe la miró y pensó que su perfil era precioso. Sin poder evitarlo, clavó la mirada en sus labios y en la curva de su cuello. Y en ese momento, sintió un estremecimiento que iba mucho más allá de un simple interés profesional por aquella mujer.
– Si quieres, podría facilitarte las cosas actuando como intermediario -se ofreció él-. Podría llevar las cartas y el anillo al rey y enseñárselos en privado. Tú no tendrías que estar presente y nadie mis lo sabría.
Ella se mordió el labio inferior.
– Supongo que ahora ya no puedo dar marcha atrás, ¿verdad?
– No habrías venido aquí si en el fondo no hubieras tomado ya una decisión -comentó él-. Tú misma has desencadenado los acontecimientos al presentarte en palacio.
– Sí, pero desear algo y hacerlo son dos cosas bien diferentes. Tal vez sería mejor que Cleo y yo nos marcháramos.
– Si haces eso, te arrepentirás el resto de tu vida.
– Puede que eso no sea tan malo. Aunque sé que tienes razón… Estoy aquí y quiero saber la verdad, así que acepto tu ofrecimiento. Si puedes llevarle las cartas y el anillo, te lo agradecería. Creo que no podría soportar que me rechazara en persona. Además, tampoco creo que fuera capaz de hablarle a un rey.
Rafe no tenía la menor idea de cómo reaccionaría el rey al saberlo, pero ahora estaba convencido de que Hassan era el padre de Zara, lo que podía implicar muchas complicaciones.
– ¿Y cómo sabes que te devolveré las cartas y el anillo?
Zara le sorprendió con una respuesta increíblemente ingenua:
– ¿Para qué los querrías tú?
– Oh, vamos, Zara… Eres tan confiada que no deberías viajar sola.
– No viajo sola, viajo con mi hermana.
– Ah, sí. Es como un ciego guiando a otro ciego.
Zara lo miró con cara de pocos amigos y se puso tan derecha como pudo, pero no le impresionó en absoluto. A fin de cuentas, él media más de un metro ochenta y cinco y era mucho más alto que ella.
– Cleo y yo nos las hemos arreglado perfectamente bien sin tu ayuda -le recordó.
– Ya lo veo. Y supongo que el detalle de que os atacaran en el palacio también formaba parte de vuestro plan -se burló.
– Eso ha sido culpa tuya, no mía.
– En una situación como la vuestra, hay que estar preparado para cualquier contingencia -observó.
Zara pensó que tenia razón, pero había una cosa que quería preguntarle y decidió hacerlo.
– ¿Es verdad que me parezco a la princesa Sabra?
– Tanto como para confundir a un guardia nuevo.
– Pero no a ti…
– No, no a mí. Siento haberte atacado, por cierto.
– Descuida, es lógico que lo hicieras. Pensaste que yo era una amenaza.
Al mirarla, Rafe se preguntó cómo era posible que hubiera pensado que aquella mujer podía suponer algún tipo de amenaza. Pero eso era lo que había hecho.
– Entonces, crees que existe la posibilidad de que sea la hija del rey, ¿no es cierto? -preguntó de nuevo, como para asegurarse.
– Si, eso creo. Por cierto, ¿qué sabes de tu nombre?
– No gran cosa, al margen de que es poco habitual en mi país. Pero si hubieras conocido a mi madre, no te sorprendería. No se puede decir que fuera la persona más convencional del mundo, ni mucho menos.
– Tu nombre no es simplemente original. Zara también era el nombre de la madre del rey Hassan.
Zara se estremeció como si de repente hiciera frío y Rafe lo comprendió de sobra. Había ido a Bahania para conocer a su padre e iba a recibir mucho más de lo que había imaginado.
Cuando Rafe se marchó, Zara comenzó a caminar de un lado a otro, nerviosa.
– Ha dicho que llamará en cuanto hable con el rey y que tal vez pueda verlo esta misma tarde. Pero, ¿qué clase de hombre podría ver a un rey con tanta facilidad?
– Un hombre con muchos contactos -dijo Cleo, sonriendo-. Pero no entiendo que te lo tomes a la tremenda… ¿Qué podría pasar? Si resulta que no eres hija del rey, disfrutaremos de unas vacaciones y volveremos tranquilamente a casa.
Zara sabía que su hermana tenía razón, pero en el fondo detestaba la idea de volver a casa sin padre.
– No pensé que pudiera ser tan complicado.- confesó.
– Si lo piensas bien, no es tan complicado. No ha cambiado nada.
Zara se sentó en la cama y pensó que Cleo se equivocaba en muchos sentidos. La vida no le parecía la misma desde que Rafe Stryker se había arrojado sobre ella. Ahora no podía dejar de pensar en sus preciosos ojos ni en lo que había sentido con su leve contacto.
– ¿Quién crees que es Rafe? Al principio vestía como un jeque, pero obviamente es de Estados Unidos.
– Da igual quién sea mientras haga lo que ha prometido. Olvídate de él y piensa en el palacio… ¿No te gustaría vivir en él? Es precioso.
– Es demasiado grande -dijo Zara.
Cleo suspiró.
– ¿Qué voy a hacer contigo? Tienes la oportunidad de tu vida y no dejas de poner pegas. Estamos hablando de convertirte en princesa, algo que no pasa todos los días… Y por supuesto, estamos hablando de no tener que volver a preocuparnos por el dinero -le recordó su hermana-. Hasta hace poco tiempo, éramos tan pobres que vivíamos al día.
– Lo sé.
– Podrías ser rica…
– No quiero ser rica, sólo quiero tener una familia.
– Bueno, puedes tener una y ser rica además.
Zara rió.
– ¿Es que no puedes pensar en otra cosa?
Cleo sonrió.
– Sí, pero los diamantes llaman mucho la atención…
– Di lo que quieras. Sé que en el fondo quieres lo mismo que yo: una familia de verdad.
– Es posible. Pero la realeza tampoco me sentaría mal.
– ¿Crees que Rafe trabaja para el rey? -preguntó, mientras se cruzaba de piernas.
– Eh, deja de pensar en ese tipo… En primer lugar, estás a punto de saber si el hombre más rico del país, un rey de carne y hueso, es tu padre. Y en segundo lugar, debo recordarte que tienes muy mala suerte con los hombres.
– Lo sé, lo sé… Pero a pesar de eso, me pregunto si estará libre.
Cleo le arrojó una almohada a la cabeza.
– Basta ya, hermanita. Olvídate de eso y piensa en la posibilidad de ser una princesa.
– Está bien.
Sin embargo, Zara no siguió el consejo de Cleo. En cuanto se tumbó en la cama, su imaginación voló a un hombre alto, de aspecto peligroso y con una mirada que llegaba al alma.