CAPÍTULO 01

El verdadero amor es como los fantasmas,

todo el mundo habla al respecto,

y pocos lo han visto.

FRANÇOIS, DUC DE LA ROCHEFOUCAULD

(1613-1680)


En la enorme y fría sala, además de con corrientes de aire, había un intenso y profundo silencio, el tipo de silencio, reflexionó Antonia con amargura, que su abuela había perfeccionado durante cincuenta años de metódica práctica. Como la helada mirada azul de su cara, envejecida, pero aún hermosa, el silencio indicaba una ofensa extrema.

– Le pido perdón, abuela -dijo Antonia rígidamente, sus propios ojos azules aún tan fieros como cuando ella había dicho las palabras ofensivas, pero ahora su rostro estaba educado con una máscara de arrepentimiento y disculpas-. El Castillo Wingate es su hogar, no el mío, yo no tenía derecho a cuestionar la elección de invitados.

– ¿Cuestionar? -la voz de la condesa de Ware fue contenida-. Yo más bien lo habría llamado un ataque, Antonia.

Aún más rígida, Antonia dijo: -Me encontró con la guardia baja, y hablé sin pensar, abuela. Una vez más, le pido perdón.

Ablandándose muy ligeramente, Lady Ware inclinó la cabeza con aire regio.

– Observo que Sophia por lo menos se ha encargado que tus modales no sean totalmente deficientes.

Antonia enrojeció, sintiendo el leve sarcasmo.

– Si me falta algo con respecto a la gracia social, no es culpa de mamá, abuela, y no le permitiré abusar de ella.

Esta declaración directa, si bien podría calificarse de grosera, provocó una chispa de aprobación en los ojos de Lady Ware. En un tono más suave, dijo: -Muy bien, Antonia, no hay necesidad de armar un segundo ataque contra mí en nombre de tu madre. Siempre he pensado en Sophia como un ganso tonto, pero ni tú ni nadie puede afirmar que no aprecio su valor real, y ella tiene un buen corazón y una disposición generosa, y lo sé muy bien.

Contemplando a su nieta con severidad, Lady Ware continuó: -Sin embargo, eso no tiene nada que ver. Me gustaría saber, Antonia, por qué te opones con tanta violencia a la presencia de Lyonshall aquí. Después de todo, han pasado casi dos años desde que finalizó vuestro compromiso, y me atrevo a decir que se han encontrado en innumerables ocasiones en Londres desde ese episodio vergonzoso.

Antonia apretó los dientes. A los ojos de su abuela -y, de hecho, a los ojos de la sociedad- el rompimiento de Antonia con el duque de Lyonshall había sido sin duda una acción vergonzosa e inexplicable. Incluso su madre no tenía idea de qué había salido mal; Lady Sophia había sufrido más terriblemente con los chismes consiguientes, y casi se había desmayado cuando, unos meses más tarde, se había visto obligada a saludar al duque en público.

En cuanto a ella misma, Antonia se había encontrado con él en varias fiestas de sociedad. Incluso había bailado con él en Almack al comienzo de la presente temporada. Después de todo, era vital mantener una apariencia de fría cortesía. Nada ofendía tanto las sensibilidades como un desacuerdo privado desfilando ante los ojos atónitos del público; Antonia podría haber cometido un solecismo social, pero no había perdido todo el sentido de la propiedad.

– Me he encontrado con el duque -respondió ella en tono mesurado-, y espero encontrarlo de nuevo ya que a menudo somos invitados a las mismas fiestas. Pero tiene que ver, abuela, que al haberlo invitado a la casa de mi familia durante las fiestas de Navidad, dará lugar a la clase de rumores que he pasado unos cuantos dolores para silenciar. Además, no entiendo por qué me puso en una posición como ésa. Tampoco entiendo por qué ha elegido que ambos, el duque y yo, ocupemos el ala sur de la casa… solos.

Lady Ware le ofreció una sonrisa helada.

– Dado que ha sido recientemente renovada, después de haber sido cerrada desde hace cincuenta años, el ala sur es la parte más cómoda del castillo, Antonia, con apartamentos mucho más grandes que el resto, incluso que mis propias habitaciones. ¿Te estás quejando por tu alojamiento?

Por primera vez, Antonia tuvo la incómoda sospecha de que su abuela, célebre tanto por sus ladinas maquinaciones como por sus desastrosas gracias sociales, tenía un motivo ulterior, cuando había organizado este pequeño grupo de invitados. ¡Pero era absurdo! ¿Qué podía esperar lograr?

Ignorando la pregunta, Antonia dijo: -Abuela, confío en que entienda que la mera idea de… de alguna forma de reconciliación con Lyonshall es muy desagradable para mí. Si usted tiene esa idea en la cabeza…

Lady Ware dejó escapar un sonido que, en cualquier persona menos digna, habría sido definido como un bufido.

– No seas absurda, Antonia. ¿Supones que yo por un momento creo que Lyonshall sería capaz de darte una segunda oportunidad después de tu vergonzosa conducta? Ningún hombre con su orgullo y educación podría considerar tal cosa.

Antonia había enrojecido vivamente, y luego se había puesto pálida ante las aplastantes observaciones, y sus labios estaban apretados cuando se encontró con esa mirada de lince.

– Muy bien, entonces. Esta es su casa, y es usted quien decide donde dormirán sus invitados. Sin embargo, abuela, a riesgo de ofenderla una vez más, debo pedir que me traigan el carruaje, voy a regresar a Londres de inmediato.

La expresión de Lady Ware fue una de leve sorpresa.

– Parece que nos has mirado hacia afuera en la última hora, hija. Empezó a caer aguanieve y a nevar desde entonces; difícilmente podrías partir a Londres con un tiempo como éste. De hecho, sólo puedo esperar que Lyonshall no se haya visto obligado a hospedarse en alguna modesta posada en su viaje hasta aquí.

Enojada, -la verdad sea dicha-, intensamente incómoda ante la idea de pasar varios días en compañía de su antiguo prometido, Antonia sólo podía esperar que él se hubiera visto obligado por las inclemencias del tiempo a retrasar -indefinidamente- su llegada al castillo. Pero dudaba de que fuera así. Lyonshall no sólo poseía los mejores sementales de Inglaterra, sino que también era famoso por su desprecio ante cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino, y si tenía la intención de llegar al castillo, lo haría.

Impedida en su determinación de evitar la situación, Antonia sólo pudo hacer una reverencia y salir airadamente de la habitación con la cabeza en alto.


Lady Ware, ahora a solas en la gran habitación y cómodamente sentada en su silla ante un fuego ardiente, se rió en voz baja. Se las había arreglado para desviar los pensamientos de su nieta de lo que era realmente muy impropio: la asignación de las habitaciones, lo cual había sido su primera intención. Sophia, sin duda, protestaría por el acuerdo, con sus modos nerviosos, pero Lady Ware estaba totalmente confiada en poder manejarla.

Y puesto que el "grupo de invitados" consistía de sólo el duque, Antonia y su madre, y la propia condesa, no habría nadie para contar cuentos de lo que pasara aquí de regreso a Londres.

Lady Ware se felicitó. Siempre y cuando Lyonshall llegara al castillo, su plan debería funcionar bastante bien, pensó. El tiempo serviría para explicar por qué la fiesta en su casa no era más grande, ya que el castillo, situado en las montañas de Gales del norte, había visto un clima glacial durante cada Navidad desde hace décadas. Lady Ware había tomado en cuenta ese factor en su plan cuidadosamente diseñado. Sólo se había sentido dudosa de su capacidad de lograr que Lyonshall viniera aquí. Habitualmente, él pasaba las fiestas en su propia residencia campestre, y era notoriamente reacio a responder favorablemente a una invitación de quien, aunque en menor grado, disponía de un poder social considerable.

Siendo la mejor, cuando se requería de astucia, Lady Ware había estado maniobrando durante meses para encontrar la manera de conseguir que el duque aceptara venir. Después de estudiar la situación -y al hombre- había llegado finalmente a una solución escandalosa.

Sonriendo para sus adentros mientras estaba sentaba en su silla, la condesa reflexionó que una lección por esa tragedia de errores les haría bien tanto al duque como a Antonia. De hecho, si conocía Antonia, y la conocía mucho más de lo que esa jovencita podía imaginar -la lección tendría un profundo efecto.

El escenario estaba listo. Ahora bien, si sólo los actores que habían interpretado sus papeles durante tantos años prestaran su apoyo a este aniversario tan importante, la obra podría comenzar.


Ya que su padre había sido un hijo menor del Conde de Ware, Antonia no había crecido en el Castillo Wingate, y nunca había puesto demasiada atención a los cuentos de sus seres embrujados. Sin embargo, cuando se dirigía rápidamente a lo largo del pasillo del segundo piso del ala Sur, admitió en silencio que nunca había visto una habitación más adecuada para espíritus de difuntos.

El castillo original databa de antes de la conquista normanda, aunque naturalmente había sido renovado e incluso reconstruido en numerosas ocasiones durante los siglos. En el camino, su aspecto y propósito había cambiado, de fortaleza a residencia, aunque la familia Wingate había vivido y muerto aquí desde el principio.

Si los fantasmas caminaban por las razones comunes al folclore, por ejemplo por tragedias y muertes prematuras, numerosos Wingates podrían afirmar que cumplían con los criterios requeridos. La historia de la familia tenía su buena dosis de lucha, enfermedades y violencia, así como los pequeños problemas habituales que todas las familias heredaban. Había registros de por lo menos media docena de asesinatos, dos suicidios, y una veintena de brutales accidentes, todos teniendo lugar ya sea dentro de las murallas del castillo o en la finca.

Antonia estaba sólo vagamente familiarizada con la mayoría de larga y colorida historia de su familia, y había considerado siempre al Castillo Wingate una reliquia antigua y mohosa. Pero uno no podía dejar de ser consciente de siglos de existencia, pensó, cuando uno estaba rodeada de gruesos muros de piedra, cortinas de terciopelo, y largos corredores llenos de puertas inmensas.

La restauración del ala sur había regresado esta parte del castillo a la gloria de un siglo antes, pero Lady Ware se había negado a modernizarla en forma alguna, excepto para la instalación de calefacción a vapor. Ahora el corredor, que hacía eco con los sonidos de los pasos de Antonia, era sólo frío en lugar de congelado, y su dormitorio, mientras que no era precisamente acogedor, por lo menos sí bastante cómodo.

Antonia pasó un dormitorio a dos puertas del suyo y al otro lado del pasillo, y notó que dos de las sirvientas seguían trabajando para prepararlo para la llegada prevista del duque. Había sido esa visión temprana, y la explicación de las criadas sobre la identidad del huésped que esperaban, lo que la había llevado a enfrentarse a su abuela. El resto provocó un ceño en su cara, y la expresión le valió una severa reprimenda de su criada al entrar en su propio dormitorio.

– ¿Qué pasa si su rostro se congelara así, milady? ¡Eso es bastante probable aquí!

Antonia se echó a reír. Plimpton había sido su criada desde que había abandonado el salón de clases, y a pesar de las frecuentes y contundentes reprimendas de la mujer mayor, Antonia no se ofendía. A menudo pensaba que ni siquiera su propia madre la conocía tan bien como Plimpton.

– Oh, no hace tanto frío aquí -dijo ella, viendo como Plimpton continuaba desempacando sus baúles-. Y puedes colgar los vestidos de seda en el fondo del armario, porque ciertamente no los usaré. Hace demasiado frío para vestidos de noche escotados.

Plimpton miró directamente a su señora con sus ojos astutos.

– Lady Ware exige que sus invitados se vistan por las noches.

Antonia alzó la barbilla.

– Tengo los dos vestidos de terciopelo, y el merino…

– De cuello alto y poco elegante, milady, y ¡bien lo sabe! Incluso Lady Ware no es tan rigurosa en cualquier caso. ¡Es del duque que quiere esconderse, no de la condesa o del frío!

Antonia fue a su tocador y se ocupó del ya exquisito arreglo de su cabello de fuego, evitando obstinadamente los ojos de su doncella en el espejo.

– Estás diciendo tonterías, y lo sabes. Me he encontrado en compañía de Lyonshall un sinnúmero de veces, y tengo plena confianza en seguir haciéndolo en el futuro.

Plimpton se quedó en silencio por unos momentos mientras continuaba desempacando los baúles de Antonia, pero pronto se hizo evidente que no tenía intención de dejar el tema. Con casual inocencia dijo:

– Debe haber una docena de alcobas en esta planta, y ocupada sólo dos de ellas. Y esta ala tan lejos del resto de la casa. Curioso cómo Lady Ware la puso a usted y al duque tan lejos de los demás. Solos.

Antonia fue consciente de otra punzada de incertidumbre, pero la echó decididamente a un lado. Como su abuela había indicado con tanta precisión, sólo una tonta podría tener la más remota esperanza de gozar de una segunda oportunidad de poner a Lyonshall en el mercado del matrimonio, cuando la dama en cuestión le había dado calabazas tan vergonzosamente… y Dorothea Wingate no era tonta.

Antonia respondió con serenidad: -Lyonshall tendrá su ayuda de cámara, y yo te tendré a ti, por lo tanto, no estaremos solos…

– Mi habitación, milady, se encuentra en el ala este. Otra habitación está preparada en esa ala para el ayuda de cámara de Su Gracia.

Antonia se estremeció ante la información, pero trató de no demostrarlo. También se abstuvo de decir inmediatamente que ella había traído una cama pequeña en el vestuario para que su doncella pudiera dormir allí. Se negó a parecer tontamente nerviosa o demasiado preocupada por su reputación. Podría haber protestado en Londres ante un arreglo tan impropio, pero esto no era Londres. Y nadie en la ciudad probablemente escucharía la noticia de lo que pasara en esta parte aislada de Gales.

Su voz, por lo tanto, fue una obra maestra de la despreocupación.

– En cuanto a la elección de que nosotros dos nos acomodáramos en esta ala, la abuela sólo desea mostrar su renovación, eso es todo.

– Entonces, ¿por qué la habitación de Su Señoría está ubicada en el ala norte?

Cuando Plimpton utilizaba el título: "Su Señoría" siempre se refería a la madre de Antonia, Lady Sophia Wingate.

– Porque la abuela quería a alguien cerca de su propia habitación -dijo Antonia.

Plimpton bufó.

– Me atrevería a decir. Y me atrevo a decir que Lady Ware nunca pensó en el frío de su café de la mañana y que el agua de la bañera le llegará después de haber sido arrastrada por tres tramos de escaleras y a lo largo de dos corredores. Usted no está acostumbrada a un servicio tan vejatorio y tampoco, me atrevo a decir, el duque.

Lo hacía sonar un poco complicado, pensó Antonia.

– Tendremos que sacar el mejor provecho posible de esta situación -dijo ella finalmente-. Es sólo por unos cuantos días, después de todo.

– Unos cuantos días, ¿no? Estuve hablando con el señor Tufffet justo después de que llegamos, milady, y él ha servido aquí en el castillo cerca de cuarenta años, dice que cuando llega el invierno, como hoy, viajar es impensable por varias semanas.

La mera posibilidad de estar encerrada en el castillo, sin importar lo grande que fuera, con el duque durante semanas, provocó que la recorriera un escalofrío de nervioso pavor. Era al menos soportable encontrarlo socialmente en breves intervalos, cuando era capaz de mantener su máscara fríamente agradable sin esfuerzo, pero dudaba de su capacidad para sostener la ficción por un período de días, mucho menos semanas. Lo dudaba mucho.

Tarde o temprano, se traicionaría. Tarde o temprano, Richard Allerton, el duque de Lyonshall, se daría cuenta de que la mujer que lo había dejado todavía estaba locamente enamorada de él.


Dorothea Wingate, condesa de Ware, mantenía todo el personal del Castillo Wingate, a pesar de que era la única ocupante la mayor parte del año. Otros residentes con propiedades tan apartadas e inconvenientes como la de ella se preguntaban cómo demonios se las arreglaba para mantener a los criados, sobre todo porque la suya tendía a ser una vida tranquila, con pocos visitantes y menos eventos sociales. Pero la verdad era que Lady Ware le pagaba muy bien a la gente. El mayordomo, cuatro lacayos, seis criadas, tres ayudantes de cocina, y la cocinera, así como numerosos jardineros y encargados de los establos, eran compensados con creces por los inconvenientes de servir en el castillo.

La condesa rara vez visitaba Londres, su más reciente viaje había sido dos años antes, cuando se había anunciado el compromiso de Antonia. Había regresado a Wingate varios meses más tarde, cuando el compromiso se terminó, y después que Antonia se había negado a discutir la situación con nadie. El escándalo, obviamente, la había angustiado, pues Antonia sabía que su abuela había tenido su corazón puesto en ese matrimonio.

Su hijo mayor, el actual conde de Ware, era un solterón dedicado, que pasaba su tiempo en Londres y en otra de sus propiedades fuera de la ciudad, y no estaba muy preocupado por la continuación de su línea familiar, con toda probabilidad, el título perecería con él. La familia se había reducido en los últimos años, y desde que el hijo menor de la condesa, el padre de Antonia, murió sin dejar descendencia masculina, sólo quedaba Antonia para continuar la línea familiar, si bien no el nombre de la familia en sí. Y puesto que el castillo no era vinculante, lo más probable es que se lo dejara a Antonia.

Se preguntó si eso era parte de la razón de su abuela para realizar esta fiesta. Antonia no había hecho ningún secreto de su aversión hacia el castillo, que era todo demasiado grande, demasiado húmedo, demasiado frío y demasiado lejos de Londres. Ella no lo quería. A pesar de la soltería determinada de su tío Royce, ella continuaba acariciando la esperanza de que se fuera a enamorar locamente y comenzar su cuarto de niños antes que la gota o una apoplejía se la llevara.

Sin embargo, parecía posible que Lady Ware estuviera tratando de despertar en el seno de su nieta un destello de sentimiento por el hogar ancestral, así como un recordatorio de lo que le debía a su familia, y había elegido esta visita con motivo de las fiestas, como un primer paso hacia esa meta.

Antonia examinó la situación mientras se vestía para la cena de esa noche, luchando con toda su voluntad por colocar en su lugar su máscara social de distante cortesía. No había nada que pudiera hacer, salvo mantener su ingenio y su calma. Haciendo caso omiso de las miradas significativas de Plimpton y sus comentarios entre dientes, ella eligió un vestido de terciopelo de color verde oliva. Ni el estilo de cuello alto, ni el color gris era especialmente favorecedor, lo cual satisfizo Antonia desmesuradamente.

Lady Ware era una fanática de la puntualidad, y la cena en el castillo se servía a las seis, una hora que no se estilaba en absoluto. Así que era justo después de las cinco cuando Antonia dejó su habitación para dirigirse a la sala en la planta baja. Había esperado que al bajar temprano, podría evitar un encuentro casual con Lyonshall. Pero el destino estaba en contra de ella.

Él salió de su habitación cuando ella aún estaba a varios metros de distancia, lo que le permitió un poco de tiempo para serenarse. Normalmente, en situaciones sociales, ella lo veía primero en una habitación llena de gente y se le concedía una amplia oportunidad para el apuntalamiento de sus defensas, ahora, a pesar de que había tratado de prepararse, su aparición repentina la sorprendió con la guardia baja.

Evidentemente no era así con él. Hizo una reverencia con la gracia exquisita por la cual era famoso y le ofreció su brazo. Esa voz grave con un deje arrastrado y acariciante, no se la había escuchado en casi dos años.

– Toni. Te ves encantadora, como siempre.

Decir que Antonia se quedó desconcertada habría sido un considerable eufemismo. Esperando la cortesía distante que él le había demostrado desde que su compromiso había terminado, no tenía idea de cómo reaccionar ante su voz, el elogio o la calidez inquietante en sus ojos grises. Ella tenía la pequeña sensación de que su boca estaba abierta, pero aceptó su brazo de forma automática.

A medida que comenzaron a caminar por el pasillo largo y silencioso, trató de calmarse, y no pudo evitar echarle algunas miradas furtivas. Dotado de un título antiguo y honorable, así como de una considerable fortuna, Richard Allerton también había sido bendecido con una figura alta y poderosa resaltada admirablemente por su habitual estilo deportista al vestir, y un rostro apuesto que había roto muchos palpitantes corazones femeninos.

Había sido llamado un parangón por su habilidad con los caballos y su inigualable destreza atlética, muy poco común en alguien de su rango. Él no se consideraba un libertino, ya que no jugaba con el afecto de inocentes señoritas, ni escandalizaba a la sociedad al caer abiertamente en indiscreciones. No tenía ningún problema en ser agradable compartiendo con un grupo de personas, y cualquier anfitriona podría contar con él para bailar con la más sencilla doncella o pasar media hora ejerciendo su encanto y entreteniendo hasta a la más ruda o más franca de las matronas.

Él era un dechado de virtudes.

Al menos así lo había creído Antonia cuando se había enamorado de él durante su primer baile juntos. Él no tenía necesidad de la fortuna de ella, y parecía interesado en sus puntos de vista y opiniones, animándola a compartir sus pensamientos en lugar de aceptar los tópicos habituales tan comunes entre las personas de su círculo social.

Había sido una experiencia mágica, vertiginosa para Antonia el ser amada por él. La había tratado como una persona por derecho propio, una mujer cuya mente le importaba. Antonia había estado durante mucho tiempo consternada por los "civilizados" acuerdos que se suscribían para los matrimonios. Ella había deseado un socio, un igual con quien compartir su vida y había creído, con todo su corazón y alma, que Richard era ese hombre. Hasta que se enteró de lo contrario.

Ahora, caminando junto a su ex prometido, sus pensamientos enmarañados y confundidos, luchó por levantar sus defensas de nuevo de cara a su cambio de actitud.

– Este es un buen lugar -dijo él, mirando a su alrededor. Su voz todavía tenía esa nota arrastrada y acariciante, aunque las palabras eran casuales-. Lady Ware ha hecho un excelente trabajo con las renovaciones.

Consciente de la fuerza de su brazo por debajo de su mano, Antonia espetó: -No esperaba verle aquí, Su Gracia.

– Sabes muy bien cómo me llamo, Toni… no uses mi título -dijo él con calma.

Antonia capturó el brillo en sus ojos grises y a toda prisa apartó la mirada.

– Eso no sería apropiado -dijo con frialdad.

– ¿No lo sería? -Su mano libre cubrió la de ella, los dedos largos curvándose bajo los suyos en un toque extrañamente íntimo-. Me llamaste Richard muchas veces. Incluso lo susurraste, por lo que recuerdo. ¿Recuerdas ese viaje a Lyonshall a principios de la primavera? Quedamos atrapados en una tormenta inesperada, y tuvimos que refugiarnos en un antiguo establo, mientras que el mozo de cuadras montaba de vuelta en busca de un carruaje. Susurraste mi nombre, entonces, ¿verdad, Toni?

Quiso mostrarse dignamente ofendida ante el recuerdo de una escena que cualquier caballero habría borrado de su memoria, pero se encontró incapaz de pronunciar una palabra. Él estaba acariciando el hueco sensible de su palma en una caricia secreta, y un calor dolorosamente familiar se estaba apoderando de su cuerpo.

– Lo encantado que estuve ese día -reflexionó él, una nota ronca entrando en su voz profunda-. Había creído que eras todo lo que deseaba en una mujer, con tu mente excelente y tu fuerte espíritu. Pero ese día además descubrí una pasión maravillosa en ti. Me respondiste con tanta dulzura, sin esa alarma o consternación afectada que nuestra sociedad erróneamente insiste que debe ser la respuesta de una dama a la pasión. Tuve una mujer cariñosa y generosa en mis brazos, y agradecí a Dios por haberla encontrado.

– Detente -logró decir por fin, sus mejillas ardiendo mientras hacía un intento inútil por quitar su mano de su agarre-. Recordarme un… un episodio vergonzoso…

– Si pensara que realmente crees eso, te daría un mamporro -dijo, y entonces sus ojos eran un poco fieros-. No hay nada vergonzoso en el deseo que dos personas sienten el uno por el otro. Nos íbamos a casar…

– Pero no nos casamos, no entonces, ni después -dijo Antonia vacilante, agradecida de ver el primer tramo de escaleras, justo por delante, pero dolorosamente consciente de que aún estaba a cierta distancia de la planta baja del castillo, donde la presencia de otras personas sin duda frenaría la conversación impactante de su compañero. No sabía cuánto más de esto podría soportar.

– Soy consciente de eso -dijo sin alterar la voz-. Lo que no sé es por qué no nos casamos después. Nunca me diste una razón, Toni. Dijiste muchas tonterías, diciendo que te habías dado cuenta de que no congeniábamos…

– ¡Es cierto!

– Tonterías. Estuvimos juntos casi todos los días durante meses, y era espléndido. En fiestas, en el teatro, montando o conduciendo por el parque, pasando una noche tranquila en tu casa o en la mía, congeniábamos admirablemente, Toni.

Ella se quedó en silencio, mirando al frente.

– Tengo la intención de descubrir el motivo de que me dejaras. Sé que hay una razón. Distas mucho de ser tan frívola como para hacer tal cosa por capricho.

– Han pasado casi dos años -dijo al fin, negándose a mirarlo-. Pasado. Hazme la… la cortesía de permitir que todo el incidente quede tal cual.

– ¿Incidente? ¿Es así como recuerdas nuestro compromiso, como un incidente banal en tu pasado? ¿Es así como recuerdas la vez que hicimos el amor?

Requirió de un esfuerzo enorme, pero Antonia consiguió que su voz sonara fría.

– ¿No es así cómo se debe llamar a cualquier error?

Lyonshall no se tomó como una ofensa lo que era, en esencia, un insulto, pero él sí frunció el ceño.

– Tan fría. Tan implacable. ¿Qué hice para ganar eso, Toni? He estrujado mi cerebro, pero no puedo recordar un solo momento en el que no estuviéramos en armonía, con excepción de esa última mañana. Habíamos ido al teatro la noche anterior, junto con un grupo de amigos, y parecías de excelente humor. Entonces, cuando vine a verte a la mañana siguiente, como de costumbre, me informaste que nuestro compromiso se había terminado, y que estarías… agradecida si enviaba una notificación a la Gaceta. Te negaste a explicarte, más allá de la ficción obvia que no congeniábamos.

Estaban descendiendo hacia el vestíbulo de entrada ahora, y Antonia alcanzó a ver uno de los lacayos, espléndido y robusto en su librea, estacionado cerca del pie de la escalera. Nunca se había sentido tan aliviada de ver a otra persona en su vida, y un matiz de que esa emoción se filtró en su voz cuando le respondió a Lyonshall.

– Accediste a mis deseos y enviaste la notificación, ¿por qué me preguntas ahora? No hay ninguna razón para hacerlo. Es pasado, Richard. Pasado, y mejor lo olvidamos por el bien de todos.

Él bajó la voz, al parecer por el lacayo, pero el tono más callado no disminuyó en absoluto la inexorabilidad de sus palabras.

– Si fuera tan sólo mi orgullo el que hubiera sido herido, estaría de acuerdo contigo; tales heridas son superficiales y mejor se echan a un lado y se olvidan. Pero el golpe que me diste fue mucho más profundo que al orgullo, cielo, y en todos los meses desde entonces, no lo he olvidado. Esta vez, habrá un fin para las cosas entre nosotros. De una forma u otra.

El término cariñoso la sorprendió, era uno que él había utilizado sólo en la pasión, y gatilló una abrasadora oleada de recuerdos que desgarró su compostura duramente ganada. Pero esa conmoción fue pequeña en comparación con lo que sintió ante la clara amenaza de sus palabras. Dios mío ¿Él había esperado dos años para castigarla por dejarlo? ¿O la invitación de Lady Ware le había presentado la oportunidad, de la que intentaba tomar ventaja, simplemente para animar unas fiestas aburridas?

Nunca había creído que fuera un hombre cruel, al menos no intencionadamente, y le resultaba difícil creerlo ahora. ¿En realidad lo había herido tan profundamente? ¿Y qué intentaba ahora? Un fin para las cosas…

Fueron sólo los años de práctica los que permitieron a Antonia que sus facciones enseñaran una expresión de calma mientras caminaba al lado de Lyonshall por el enorme salón. Él le soltó la mano para saludar a su madre y a su abuela, pero no fue más que un breve respiro, ya que le ofreció un vaso de jerez y se quedó cerca de su silla mientras hablaba con su habitual encanto a las dos damas mayores.

En cualquier otro momento, Antonia habría encontrado difícil no reírse. Su madre, una mujer todavía hermosa, con grandes, sobresaltados ojos azules y descolorido pelo rojo, estaba claramente confundida y desconcertada por la presencia de Lyonshall, y no sabía qué decirle. Lady Sophia había estado encantada con el compromiso, tanto por la mundana razón de la posición asegurada de su hija en la sociedad como porque sabía que Antonia estaba enamorada de su prometido. Pero ella era, por naturaleza, una mujer tímida, y una situación como ésta seguramente agudizaría sus nervios.

Lady Ware, en cambio, estaba totalmente tranquila y, obviamente, satisfecha de sí misma. No era de las que ejercía su encanto, pero era más cortés con Lyonshall de lo que Antonia nunca le había visto ser con otra persona. Parecía tener un excelente entendimiento con él.

– Creo que podemos hacer de sus fiestas una experiencia memorable, Duque -dijo en un momento dado, su tono más de certeza que de esperanza, y el uso de su título una sutil indicación que ella los consideraba iguales a pesar de la diferencia en sus rangos-. Aquí, en el castillo, observamos la mayor parte de las habituales tradiciones navideñas, así como algunas de las cuales son únicamente nuestras. Tendremos tiempo suficiente para discutir aquello en la mañana, por supuesto, cuando usted se haya instalado completamente. Pero sí confío en que quiera ser un participante y no sólo un observador.

Él inclinó la cabeza cortésmente.

– Trato siempre de ser un participante, madam. ¿Cuál es el sentido de un día de fiesta si uno no puede disfrutar, después de todo? Tengo muchas ganas de tener un recuerdo de Navidad muy especial del Castillo Wingate.

Antonia tomó un sorbo de su jerez, sintiéndose peculiarmente distante. ¿Navidad? Esa era la razón por la que estaban todos aquí. Era difícil pensar en la parafernalia habitual de Navidad, cuando su mente estaba tan llena de él. Este iba a ser un interludio de paz y de buen humor y ánimo, de alegría y satisfacción.

Pero todo lo que Antonia podía pensar era en los recuerdos que Lyonshall había sacado de las habitaciones cerradas de su mente. Recuerdos secretos. Para algunos, incluso podrían ser recuerdos vergonzosos.

Cuando se sentaron en el comedor, miró a su madre y a su abuela, preguntándose. ¿Qué pensarían si supieran acerca de ese lluvioso día de primavera? Ellas, sin duda, la condenarían por lo que había hecho. Era suficiente conmoción que se hubiera entregado a un hombre, aunque fuera su prometido, sin la santidad del matrimonio, pero luego poner fin a su compromiso una semana después, aparentemente sin razón…

Lyonshall podría haberla arruinado por completo si hubiera querido con sólo unas pocas palabras a las personas adecuadas. Antonia sabía que se había quedado callado. Por su propio bien, tal vez, el cuento no lo habría arruinado, pero se hubiera empañado su excelente reputación de caballero. Por extraño que pareciera, nunca se le había ocurrido entonces que él pudiera hacerlo. Se le ocurrió ahora sólo debido a su amenaza implícita de poner "fin para las cosas" entre ellos.

Pero seguramente él no…

– Estás muy callada, cielo.

Ella levantó la vista a toda prisa de su plato, sus mejillas ardiendo. Él no se había molestado en bajar la voz, y cada uno desde Tuffet y el lacayo que los servía hasta su madre y su abuela habían oído el término cariñoso.

Lady Sophia casi dejó caer su tenedor, pero Lady Ware, imperturbable, encontró los ojos de su nieta con una débil y suave sonrisa.

Sombríamente aferrándose a su compostura, Antonia dijo: -No tengo nada que decir, Su Gracia.

Él estaba sentado a la derecha de su abuela, con Antonia a su derecha, y su madre al otro lado de la mesa. La silla de Antonia estaba cerca de la del duque, tan cerca, de hecho, que para él fue fácil alcanzar su mano, que estaba apoyada sobre la servilleta de su regazo. Una vez más, sus largos dedos se curvaron alrededor de los de ella en un toque familiar, secreto.

– Eso, sin duda, es un evento raro -dijo con una sonrisa tan privada que era como si la tocara.

Antonia no pudo recuperar su mano, sin una indigna -y obvia- lucha, por lo que se vio obligada a permanecer inmóvil. Sin embargo, sus mejillas ardieron aún más cuando Tuffet dio la vuelta para servirles. Naturalmente, el mayordomo no traicionó ni siquiera con un parpadeo que vio las manos entrelazadas, pero sin duda él las vio.

– He aprendido a controlar mi lengua -dijo Antonia con un significado propio-. Ya no suelto todos mis pensamientos en voz alta.

– Pero tus pensamientos son parte de tu encanto -dijo Lyonshall suavemente-. Generalmente, siempre he encontrado tu lenguaje claro muy refrescante. Por favor, di lo que quieras. Nadie aquí, ciertamente, te censurará.

Antonia apretó los dientes. Muy lentamente, dijo: -Si fuera a decir lo que quiero decir, Su Gracia, mucho me temo que mi madre y mi abuela me encontrarían lamentablemente carente de modales.

– Estoy convencido de que estás equivocada.

Antonia no sabía qué pensar, y su breve indiferencia de antes se había esfumado. ¡Cómo se atrevía él a hacerle esto a ella! ¿Qué quería decir con eso? Podía sentir el calor y el peso de su mano incluso a través de su ropa, sentir uno de sus dedos acariciando su palma en una caricia lenta, y un calor hormigueante extendiéndose lentamente hacia afuera desde el mismo centro de su cuerpo en una respuesta indefensa.

Quería estar enojada. Quería eso tan desesperadamente. Pero lo que sentía era principalmente un deseo demasiado fuerte para negarlo y casi más allá de su capacidad de luchar.

Lady Sophia, mirando con ansiedad las mejillas encendidas y los ojos brillantes de su hija, e inquieta por la conversación extrañamente íntima entre Antonia y el duque, comenzó a hablar a toda prisa.

– Confío, Su Gracia, que este clima miserable no lo mantendrá atado aquí y causará que se pierda muchos de… de sus usuales placeres. Usted prometió asistir al cotillón de Lady Ambersleigh dentro de una quincena, ¿no?

Era una esperanza tan transparente de que la presencia inquietante del duque no se prolongara innecesariamente, que en realidad era más bien cómica. Antonia se encontró mirando a Lyonshall, y sintió una racha de reacia diversión cuando vio la risa brillando en sus ojos. Su voz, sin embargo, fue perfectamente seria.

– Lo estaba, señora, pero envié mis disculpas -su mirada parpadeó hacia el rostro impasible de Lady Ware-. Después de haber sido advertido que era probable que me encontrara aquí varado por la nieve.

Con su diversión desvanecida, Antonia miró a su abuela también.

– A mí no se me advirtió -dijo.

– No preguntaste, Antonia. Lyonshall, siendo un hombre de buen sentido, sí preguntó -colocando la servilleta al lado de su plato, la condesa miró a su noble huésped con un alzamiento interrogante de sus cejas-. Las damas nos retiramos. ¿Lo dejamos disfrutar de su oporto en solitario esplendor?

Él inclinó la cabeza cortésmente.

– Prefiero renunciar a esa costumbre, madam, con su permiso.

Si Antonia había acariciado la esperanza que Lyonshall la soltara cuando se levantaran de la mesa, esa esperanza se desvaneció rápidamente. Él metió su mano en el hueco de su brazo y la mantuvo allí mientras regresaban al salón.

Él estaba, en definitiva, comportándose ¡como si él y Antonia aún estuvieran comprometidos! Ella no entendía qué estaba pensando…

– Toca para nosotros, Antonia -ordenó su abuela con una leve inclinación hacia el piano-. Estoy segura de que Lyonshall estaría encantado de dar vuelta a la partitura para ti.

Antonia consideró rebelarse, pero entonces al menos él se vería obligado a soltarla ya que necesitaba sus dos manos para realizar la tarea. Se sentó en el banco, y se turbó aún más por la rápida punzada de pérdida que sintió cuando él liberó su mano. Automáticamente, comenzó a tocar la pieza ya puesta delante de ella, dándose cuenta demasiado tarde de que era una canción de amor suave y tierna.

Lyonshall se apoyó en el piano, listo para pasar las páginas. Su voz fue baja.

– He echado de menos oírte tocar, Toni.

Mantuvo los ojos fijos en la partitura, agradecida únicamente porque su madre y su abuela no pudieran escuchar ninguna de las cosas chocantes que él dijera mientras tocaba.

– Soy sólo aceptable, Su Gracia, y usted lo sabe muy bien -dijo terminantemente.

Él volteó la primera página para ella.

– Si utilizas mi título una vez más, cielo, tomaré mi venganza de una manera calculada para conmocionar a tu madre con creces.

Antonia golpeó una nota equivocada, y sintió que sus mejillas se encendían de nuevo. Con su practicada máscara astillada, su voz fue mucho más natural y, para su ira, impotente, cuando dijo: -¿Qué estás tratando de hacerme, Richard?

– ¿No lo has adivinado, amor? Estoy haciendo mi pobre mejor esfuerzo para cortejarte. Nuevamente. De hecho, tengo una licencia especial, y toda la intención de casarme contigo antes del año nuevo.

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