CAPÍTULO 03

– ¿Claire Dalton? -su ceño se profundizó- ¿Qué sabes de ella?

– Más de lo que querías que supiera, diría yo -Antonia sonrió débilmente-. Ella fue -y tal vez sigue siendo- tu amante.

Richard liberó sus hombros y dio un paso atrás. Entrecerró los ojos, y él habló muy intencionadamente.

– Lo fue. Sin embargo, ya que mi… acuerdo con ella terminó antes de que te pidiera que fueras mi esposa, me cuesta ver por qué eso sería de tu incumbencia.

– Si se hubiera terminado, tendrías toda la razón. Pero no terminó.

– Toni, te estoy diciendo que sí terminó.

Antonia sabía que dolería oírlo mentir, y no se había equivocado. Dolía terriblemente. Ella medio se apartó de él, de espaldas al fuego, y pudo sentir su propio rostro endureciéndose con aversión.

– Por supuesto que sí -dijo con voz apagada-. Después de todo, ninguna dama jamás debe reconocer la existencia de tal criatura. Vuelve la cabeza, o se hace ciega a esa… realidad insoportable.

– Toni…

– Por favor, no más mentiras.

– No te estoy mintiendo.

– ¿No? -lo miró-. ¿Me puedes decir que no las has visto desde que nuestro compromiso se anunció?

Vaciló y luego maldijo rudamente por lo bajo.

– No, no puedo decir eso. Si debes saber la verdad, nuestra relación se reanudó brevemente después de que rompiste nuestro compromiso. Pero te juro, no la vi mientras eras mi prometida, ni habría ido con ella después de nuestro matrimonio. No deseaba ninguna amante, Toni, sólo a ti.

– No te creo -sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa dolida-. ¿Lo ves? Tú me juras, y yo no lo puedo creer. Me juras que dices la verdad, y yo oigo mentiras. No confío en ti, Richard. Imagínate el infierno que sería vivir con una esposa que te cree un mentiroso.

Él movió la cabeza lentamente, un músculo saltando en su mandíbula apretada.

– ¿Por qué no me crees? ¿Quién te contó acerca de Claire?

– Ella lo hizo.

– ¿Qué? -él dio un paso y la agarró por los hombros de nuevo, girándola para que lo enfrente completamente-. ¿Cómo llegaste incluso a hablar con ella?

– ¿Preocupado por mi delicada sensibilidad? -ella se echó a reír sin diversión-. Debo admitir que mi madre hubiera considerado esa visita muy escandalosa. Pero la señora Dalton me encontró sola cuando vino a verme por la mañana. Yo te estaba esperando en la sala. Una criada abrió la puerta, y me temo que no tenía idea de que la dama vestida muy a la moda que deseaba verme, no era nada de eso.

Sus manos apretaron sus hombros.

– ¿Qué te dijo?

– ¿Qué crees? Me felicitó por nuestro próximo matrimonio. No necesitaba preocuparme por ella, dijo. Ella ocuparía muy poco de tu tiempo. Tal como lo había hecho durante los últimos meses.

– ¿Y tú le creíste? Toni, ¿cómo pudiste creer la palabra de una mujer rencorosa por sobre la mía?

Antonia se apartó de él. Fue a su tocador y abrió la caja de la joyería de encima. Al encontrar lo que buscaba, regresó a Richard y le tendió la mano. La luz del fuego se reflejaba en el objeto que sostenía, el oro brillando intensamente.

– Porque tenía pruebas -dijo Antonia con la voz entrecortada.

Él levantó el objeto de su mano temblorosa. Era un reloj de bolsillo, fabricado sencillamente, su único adorno era un botón de oro grabado con las letras AW.

– Me has recordado a menudo ese día en el establo -dijo ella, su voz todavía temblorosa-. ¿Te acuerdas? ¿Te acuerdas de cómo… en nuestra prisa… un botón se salió de mi traje de montar? Nos reímos de ello más tarde. Dijiste que lo conservarías como un recuerdo preciado de nuestra primera vez juntos. Tenías este reloj, y lo llevabas a menudo. Tu amante tuvo la amabilidad de devolvérmelo.

– ¿Ella tenía esto? -su rostro estaba extrañamente pálido-. ¿Ella te dijo que yo se lo había dado? Toni, mintió, te lo juro. Ella debe haber… Robaron mi casa mientras estuvimos juntos en el teatro la noche anterior, ella debe haber contratado al ladrón…

– ¡Por favor, no! He escuchado suficientes mentiras.

Él cerró la mano con fuerza sobre el reloj, y sus ojos se oscurecieron casi hasta el negro.

– Te estoy diciendo la verdad. Si no hubieras salido de Londres con tanta rapidez, seguramente habrías oído hablar del robo, la noticia estuvo por toda la ciudad.

– ¿Y fue por toda la ciudad que eran amantes? -las lágrimas quemaban sus ojos, y ella no luchó para contenerlas-. Ella me dijo además como vosotros dos os reías de mi… mi inocencia. Cómo me comparabas con ella… y me encontrabas muy deficiente.

– No -él alzó bruscamente su mano hacia su cara-. ¡Dios, Toni, nunca habría hecho una cosa así! Tienes que creerme.

Ella retrocedió, sus movimientos tan bruscos como los de él.

– Ojalá pudiera. Yo-yo de verdad quisiera. Pero no puedo. Por favor, déjame sola.

Él bajó su mano a un costado, y la miró fijamente durante mucho tiempo en silencio.

– No vas a creerme, no importa lo que diga, ¿verdad? Ella te envenenó totalmente en mi contra.

Los ojos de Antonia se movieron rápidamente hacia reloj de bolsillo que él aún tenía en la mano, y luego volvieron a su rostro.

– Buenas noches, Richard.

Él se debería haber dado cuenta de que estaba a un suspiro de derrumbarse, o tal vez, como había dicho, sabía que ella era simplemente incapaz de escuchar nada más, al menos por el momento. Sin soltar el reloj, se dirigió a la puerta abierta. Vaciló allí brevemente, volviendo la vista hacia ella con una expresión sombría, a continuación, salió de la habitación y cerró la puerta sin hacer ruido detrás de él.

El control de Antonia no duró mucho después de eso. Encontró su camino a la cama, aunque era imposible ver a través del torrente de lágrimas, y se sentó antes que las piernas ya no pudieran sostenerla. Sentía que había dado la espalda a algo infinitamente precioso, y la pena y el dolor la desgarraban como si fueran seres vivos con garras.

Pero no podía haber actuado de otra manera, lo sabía. Sin confianza, no había posibilidad de felicidad; al final, su amor se destruiría por la desconfianza, y un matrimonio con Richard terminaría peor incluso que las relaciones huecas que eran tan a menudo en los matrimonios.

No tenía idea de cuánto tiempo permaneció sentada allí, pero poco a poco las lágrimas se redujeron al mínimo y luego cesaron. El fuego se estaba muriendo, la habitación enfriándose, o tal vez era sólo el frío miserable causado por el vacío en su interior. De cualquier manera, se dio cuenta vagamente de que debía ir a la cama, y trató de reunir la energía para hacerlo.

Levantó la cabeza inclinada, y luego se quedó inmóvil mientras miraba a través del cuarto. Estaba tan insensible que lo único que sintió fue una débil sorpresa y una vaga curiosidad.

Esta joven fantasma no era ni la hechicera con el cabello de fuego ni la malévola mujer más morena. Ella se parecía en algo al hombre, con su cabello castaño y rostro delgado, sensible, pero su estilo de ropa parecía indicar que había vivido al menos una veintena de años después que él: su vestido era más simple en diseño, con una falda más completa más corta, que no se arrastraba por detrás de ella, y no llevaba gorra. Estaba de pie en el centro de la sala, y sus ojos suaves y trágicos se fijaron en Antonia.

– Sabes que estoy aquí -dijo Antonia lentamente, un pequeño escalofrío de miedo recorrió su columna-. Tú eres… consciente de mí.

La mujer sonrió y asintió con la cabeza, y luego dio un paso atrás e hizo un gesto para que la siguiera.

Antonia quiso negarse, pero nuevamente se sintió incapaz de hacerlo, parecía estar en las garras de una compulsión. Se levantó y la siguió mientras la mujer la guiaba fuera de la habitación y un poco por el pasillo. Girando para mirarla, la mujer hizo un gesto de nuevo, hacia la puerta de Lyonshall. Fue un simple gesto, una invitación a entrar.

El deseo de obedecer, en combinación con los propios deseos de Antonia, fue tan fuerte que realmente dio un paso en esa dirección. Pero entonces se detuvo y sacudió la cabeza.

– No puedo -dijo en una voz que apenas fue más fuerte que un susurro-. No puedo ir con él.

La mujer hizo un gesto más insistente, claramente muy angustiada, sus ojos tristes, casi suplicantes.

A pesar de que había pensado que se había quedado sin lágrimas, Antonia sintió que le ardían los ojos de nuevo.

– No, no puedo. Me dolió mucho cuando me mintió, tengo miedo de confiar en él otra vez.

Después de un momento de indecisión obvia, la mano de la mujer cayó a su costado. Ella se alejó de la puerta del duque y le hizo una seña de nuevo.

Con una sensación de irrealidad, Antonia la siguió. No sabía donde la llevaba, a pesar de que había explorado el castillo un par de veces durante su infancia, había sido hace muchos años cuando el ala sur se había cerrado, y no había hecho ningún intento de explorar el ala durante esta visita. Los amplios pasillos estaban completamente en silencio, el suelo de piedra frío bajo sus pies calzados con zapatillas, pero ella mantuvo su mirada fija en la forma un poco confusa de su guía.

Los apliques estaban alineados sólo en el pasillo principal, donde Antonia y el duque estaban alojados, los otros numerosos pasillos y galerías, no ocupados, estaban a oscuras. Cuando su guía dejó atrás el pasillo principal, Antonia tuvo la extraña sensación de ser tragada por la oscuridad y el silencio.

– ¡Espera! No puedo ver! -dio varios pasos apresurados, más por instinto que por la vista, luego, se desaceleró con el alivio de ver a su guía esperándola.

La mujer se había detenido a la entrada de un corto pasillo que conducía a una ventana, e hizo un gesto hacia una mesa contra la pared. Agradecida, Antonia encendió la lámpara de aceite, luego caminó un poco más rápido para mantener a su guía dentro del círculo de luz amarilla mientras continuaban por el pasillo. La mujer se detuvo a mitad de camino, y se volvió para indicar un gran retrato que colgaba entre dos puertas.

Antonia se acercó, sosteniendo la lámpara en alto, y jadeó audiblemente. Uno de los amantes estaba representado muy bien, su pelo brillante de fuego y su delicado rostro radiante de vida. Formalmente vestida, con su pelo recogido en lo alto de su pequeña cabeza, parecía casi real. Su vestido era de terciopelo verde, el color resaltando las tenues motas de verde de sus grandes ojos. Había una cantidad de encajes en sus muñecas y en su garganta, un parche en forma de corazón en una esquina de sus labios sonrientes, y un enorme anillo de esmeralda brillaba en el dedo índice de su mano derecha.

Antonia podía ver el parecido de ella misma con más claridad en la pintura, y por un momento tuvo la extraña idea de que era la reencarnación de esta criatura frágil, condenada al fracaso.

Había una placa de bronce en el marco, y la leyó en voz alta.

– Linette Dubois Wingate -miró la cara otra vez, luego se volvió a encontrar a su guía que apuntaba a otro cuadro al otro lado del pasillo. Cuando Antonia se movió a pocos pasos en esa dirección, la luz de la lámpara reveló el retrato del hombre.

Al igual que Linette, estaba vestido formalmente, aunque su pelo era oscuro sin empolvar. Su abrigo era un brocado atravesado por hilos dorados, y los puños y el pañuelo tenían un borde de encaje. Había fuerza en su cara delgada, honestidad en la directa mirada de sus ojos, y la sensualidad de la que Antonia lo sabía capaz era evidente en la curva de sus labios. De acuerdo con la placa de identificación, su nombre había sido Parker Wingate.

Después de un momento, siguió a su guía de señas unos pocos pasos más por el pasillo, y se encontró mirando un retrato de la propia guía. Había sido, obviamente, pintado cuando era una niña al borde de la feminidad, aunque los ojos en aquel rostro gentil ya estaban ensombrecidos por el dolor.

– Mercy Wingate -dijo Antonia en voz alta. Estudió el retrato durante varios minutos, luego se volvió a mirar la forma vaga de Mercy a pocos pasos de distancia-. ¿Eres la hija de ellos dos?

Mercy asintió con la cabeza. Ella le hizo otra seña, regresando por donde habían venido, y Antonia la siguió obedientemente. Cuando llegaron a la entrada del corredor, mantenía la lámpara, en parte porque Mercy pasó sin detenerse. Al parecer, se dirigía al área central del castillo. Antonia fue guiada a la biblioteca de la planta baja, y a cierta zona de los estantes.

Su guía señaló un libro en particular, entonces se retiró cuando Antonia fue al estante y colocó su lámpara en una mesa cercana. Tenía que estirar la mano por encima de su cabeza, pero logró conseguir el libro.

Era un grueso volumen encuadernado en cuero fino y con un sello de oro. Un libro que había sido impreso en privado el mismo año del nacimiento de Antonia. Tocó el título estampado simplemente en la cubierta.

– Historia de la Familia Wingate. Pero… -se volvió para hablar con su guía, y se encontró sola en la enorme y silenciosa habitación.

Por unos momentos, Antonia se quedó allí cuestionándose a sí misma. Había sido real, no un sueño, estaba segura de ello. Lo sentía. No había caminado en su sueño, no sabía de la existencia del libro, así que ¿por qué -y cómo- habría soñado con él? Ni había sabido de los retratos, ya que nunca los había visto antes, sino que debían haber sido almacenados en el ala Sur, o bien habían estado colgados en las paredes todo el tiempo que el ala había estado cerrada.

No, Mercy había sido tan real como las presentaciones fantasmales de sus padres, que Antonia y Richard habían visto durante las últimas dos noches. Misteriosa y extrañamente convincente en su dolor y dulzura había salido del pasado, porque… ¿Por qué? A diferencia de los otros, ella había sido plenamente consciente de Antonia, incluso se comunicaba con ella, aunque fuera en silencio. Evidentemente, se había angustiado por la negativa de Antonia de entrar a la habitación de Richard, y tenía que creer que Mercy había estado, de alguna manera, tratando de ayudarlos.

Antonia tenía muchas preguntas, sólo esperaba que el libro le diera por lo menos algunas respuestas. Cogió la lámpara y, llevando el pesado volumen, se dirigió lentamente hacia el ala sur y a su dormitorio.

A pesar de estar cansada, los acontecimientos dolorosos y sus caóticas emociones le hacían imposible dormir, así que se llevó el libro a la cama y comenzó a leer. El que había recibido el encargo de escribir la historia conocía bien su trabajo, con hechos concisos obtenidos de los registros, cartas y diarios familiares, tejió un relato sencillo que resultó ser interesante, a menudo divertido y trágico a veces, mientras exploraba siglos de la existencia de una familia.

Había incluso un árbol genealógico, y Antonia lo estudió durante mucho tiempo antes de continuar. Encontró dos sorpresas allí. La fecha de una muerte fue una. El otro era su propio linaje: ella era una descendiente directa de la guía triste y de los amantes. Con una mejor comprensión ahora de su parecido con Linette, Antonia dejó el árbol y comenzó a leer.

Al verse atrapada en la historia de los primeros Wingates, se encontró con dificultades para obligarse a saltar al siglo anterior, pero su curiosidad e inquietud por la joven pareja eran demasiado poderosas como para rechazarlas. Encontró la sección correcta que trataba de los padres de Parker Wingate, y comenzó a leer desde allí.

El de ellos fue un momento interesante, lleno de acontecimientos históricos, así como de los detalles habituales de la vida familiar. Antonia disfrutó de la lectura. Tal como había sucedido la noche anterior, permaneció despierta hasta casi el amanecer, rindiéndose por fin al sueño todavía medio sentada sobre las almohadas con el pesado libro sobre sus rodillas.

El agotamiento físico y emocional había cobrado su cuota. Se durmió profundamente.


Antonia durmió toda la mañana y hasta bien entrada la tarde, despertando por fin para ver a su doncella sentada pacíficamente frente al fuego con una pila de ropa para remendar en su regazo.

– Dios mío -murmuró Antonia, incorporándose-. ¿Qué hora es? Siento como si hubiera dormido durante días.

– No, milady, sólo por horas. Son después de las tres.

Mientras Antonia hacía frente a esa leve conmoción, Plimpton fue a la puerta, abriéndola sólo un poquito para hablar con alguien de afuera. La conversación fue breve, y Plimpton pronto regresó a la cama.

– Una de las chicas fue tan amable como para esperar hasta que se despierte, milady, ya que yo no quería dejarla. Traerá café, y lo tomará en la cama.

– He estado en la cama tiempo suficiente -protestó Antonia.

– Milady, ayer usted estuvo ocupada hasta el cansancio, y pasó la mayor parte de la noche, en mi opinión, leyendo ese enorme libro. Su señoría ha estado aquí, y ella está de acuerdo conmigo en que no debe levantarse antes de la cena.

– Pero…

– Ella insiste, milady. Al igual que yo -vigorosamente, Plimpton ayudó a Antonia a acomodar sus almohadas y le ofreció un paño húmedo para lavarse la cara y las manos. Para el momento en que el café llegó, Antonia estaba más despierta, y parecía lo suficientemente presentable como para recibir visitantes, aunque no esperaba ninguno.

Plimpton, siempre buena compañía, le sirvió a su señora el café y luego regresó a su remiendo, dispuesta a permanecer en silencio a menos que Antonia deseara conversación.

Era raro para Antonia permanecer en cama por alguna razón, pero se alegró bastante de obedecer esta tarde. Sin necesidad de mantener la compostura en beneficio de ojos escrutadores, se sintió mucho menos tensa, y se alegró de la oportunidad de seguir leyendo la historia de la familia, tanto por interés real como por un deseo de mantener sus pensamientos alejados de Richard.

Este deseo, sin embargo, resultó inútil. Antonia se había dormido la noche anterior en medio del relato de los primeros años de Parker Wingate, y pronto llegó a la sección relativa a su compromiso con una joven francesa. Linette Dubois era, de hecho, una prima lejana, y había llegado para quedarse en el castillo la primavera anterior.

El autor había encontrado, obviamente, la historia de los jóvenes amantes conmovedora. Parecía que había descubierto diarios escritos por ambos y que le proporcionó una gran riqueza de detalles. Ninguna otra sección del libro estaba tan laboriosamente relatada como la historia de este breve y trágico amor.

Antonia no podía dejar de pensar en Richard mientras leía. No podía evitar el dolor mientras las propias palabras de los amantes acerca del uno y del otro relataban una emoción profunda que era tan poderosa e íntima que había trascendido el tiempo mismo. Tenían la intención de casarse justo después del nuevo año, pero su pasión había sido demasiado intensa para contenerla. Se habían convertido en amantes -como se señalaba en sus diarios- la semana antes de Navidad.

Como Antonia y Richard habían sido testigos, Linette y Parker se habían encontrado a la medianoche después que el resto de los miembros de la familia estaban durmiendo en sus habitaciones, pasando la mayor parte de la noche en la habitación de ella porque, como Parker había anotado concisamente en su diario, era una cuestión mucho más simple para un hombre ponerse su bata y deslizarse al otro lado del pasillo en las horas de silencio antes del amanecer, que para una mujer.

Antonia tuvo que sonreír ante eso, pero luego dio la vuelta la página y descubrió un final abrupto, frío, e inexplicable a la felicidad de los amantes. A medida que leía los párrafos restantes, compartía la sensación de desperdicio dolido y trágico del autor, así como su evidente desconcierto.

Sólo los hechos eran conocidos. Las acciones y los resultados sin motivaciones ni causas.

– ¿Milady? ¿Se siente mal?

Levantó la vista para encontrar a Plimpton cerniéndose con ansiedad, y suponía que debió haberse puesto pálida.

– Sé lo que pasó, y cuándo -murmuró-, pero no sé por qué.

– ¿Milady?

Antonia negó con la cabeza.

– Nada. Estoy muy bien, de verdad. ¿Qué hora es? Debería vestirme para la cena.

– Podemos subir una bandeja, milady…

– No. No, mejor bajo, o mamá se convencerá de que estoy enferma.

– Muy bien, milady -dijo Plimpton, claramente no muy convencida-. Traeré su baño.

Un poco más de una hora más tarde, Antonia encontró a Richard esperando en su puerta para acompañarla, y sintió una punzada al ver que llevaba el reloj de bolsillo. Sus ojos eran ilegibles cuando se encontraron con los de ella.

– Buenas noches, Toni -dijo en voz baja, ofreciendo su brazo.

Por un instante, vaciló, pero ella parecía no tener más poder sobre su deseo de estar cerca de él que el que había tenido sobre la compulsión de seguir a un fantasma por los pasillos oscuros del castillo.

– Confío en que te sientas mejor -dijo mientras caminaban por el pasillo juntos.

– No estaba enferma, simplemente cansada -de repente, Antonia tuvo una visión de los próximos años, de conocerlo y de comportarse socialmente con esta horrible cortesía artificial, y su mismo corazón pareció retorcerse de dolor.

¿Cómo pudo todo haber salido tan mal?

Él podría estar pensando ideas similares. Su voz sin inflexión, cuando dijo: -Tan pronto como el tiempo mejore lo suficiente, me iré. Estoy seguro de que no crees esto, pero no tengo ningún deseo de angustiarte más.

No confiando en sí misma para hablar, Antonia se limitó a asentir. Caminaba a su lado, con la cabeza un poco inclinada, y se preguntó vagamente si los Wingates siempre habían tenido mala suerte en el amor. Parecía ser así. Parecía ser así en realidad.

Nunca fue capaz de recordar después cómo se las arregló para terminar la noche. No recordaba nada de las conversaciones, aunque sabía que debía haber hablado, porque ni su abuela ni su madre parecieron encontrar nada raro. Recordaba sólo la caminata larga y lenta con Richard a su habitación al final de la noche, y un rígido y cortés buenas noches a su puerta.

Se puso su ropa de dormir y envió firmemente a Plimpton a la cama. Esperando otro encuentro fantasmal, ella misma no se fue a la cama, sino que se sentó junto al fuego a leer el relato de la infancia de Mercy Wingate, su matrimonio y su muerte trágicamente joven. No fue la mejor de las historias para leer mientras estaba a solas, y en realidad se sintió un poco aliviada cuando un suave golpe cayó sobre su puerta un poco antes de la medianoche.

Era Richard, por supuesto, y su voz tenía la misma nota tranquila de antes.

– Dudo que ninguno de nosotros esté de humor para observar otro apasionado abrazo en el pasillo, aunque sea fantasmal.

Sin ni siquiera pensar en sugerirle que esperara en otra parte, Antonia asintió y dio un paso atrás, dejando abierta la puerta al entrar. Regresó a su silla junto al fuego, dividida entre su deseo de estar con él y el dolor que le causaba. Lo que debería haber hecho, lo sabía, era haberse mudado a otra habitación desde hace mucho tiempo, pero eso sólo recién se le había ocurrido.

– Creo que ambos estarán en este cuarto esta noche, al menos por un tiempo -dijo ella-. Si es que claro, están volviendo a representar los acontecimientos de sus vidas.

– ¿Cómo sabes eso? -preguntó Richard cuando se acercó a la chimenea.

Antonia tocó el libro que había dejado sobre una pequeña mesa junto a su silla.

– He estado leyendo sobre ellos en este libro de la historia familiar. Su historia se basa en gran parte en sus propios diarios -ella frunció el ceño brevemente-. Debo preguntarle a la abuela si los diarios todavía existen, me gustaría leerlos.

– Yo haría lo mismo -él vaciló, y luego agregó-: Aunque, por supuesto, me habré ido antes.

Antonia experimentó otro destello de un recuerdo. Era a principios de su compromiso, cuando él la había llevado a visitar el Museo Británico, y habían escandalizado a muchos otros visitantes al tomarse de las manos y sin piedad criticar las distintas obras de arte. Dado que ambos se dedicaban alegremente a tratar de superarse el uno al otro, sus observaciones se habían hecho tan desvergonzadas que una señora de mediana edad se había derrumbado sentada en un banco y declarado que nunca había estado más escandalizada en su vida.

Recordando sus risas ahora, Antonia sintió un latido de dolor agridulce.

– Richard -comenzó impulsivamente, entonces se interrumpió cuando alcanzó a ver un movimiento cerca de la cama.

Era Parker Wingate, nerviosamente esperando la hora de su cita con Linette. Ellos lo observaron mientras él se movía por la habitación. Richard asintió con la cabeza cuando Antonia lo identificó por su nombre.

– ¿Quién es la dama? -murmuró.

– Linette Dubois, una prima lejana. Y su prometida.

Antonia apenas había hablado cuando Linette entró en la habitación. Parker se volvió, obviamente sorprendido, y ella se llevó un dedo a sus labios en una manera cómplice, su delicado rostro iluminado de malicia y de amor.

– Supongo -comentó Richard-, que ambos consideraban menos impropio que un hombre visite el dormitorio de una dama que a la inversa.

Él había leído sus expresiones con precisión, pensó Antonia, y asintió con la cabeza. Luego se olvidó de todo, excepto de la dulce ternura de la escena que estaban presenciando.

Linette fue a su prometido y levantó una de sus manos entre las suyas. Ella frotó brevemente esa mano contra su mejilla y la besó, mientras él se quedaba mirándola con la cabeza inclinada, con una expresión tan llena de amor y deseo, que la garganta de Antonia se apretó. Él le dijo algo a ella, y ella alzó la mirada con una sonrisa suave antes de meter su mano en el bolsillo de su bata.

Un momento después, ella puso un medallón de oro, en forma de corazón, en la palma de él. Ella lo abrió y le mostró el rizo de sus cabellos de fuego extendido en el interior, a continuación, volvió a cerrarlo y se puso de puntillas para poner la cadena alrededor de su cuello. Lo besó con mucha ternura. Él la abrazó durante un largo rato, luego la alzó en sus brazos y se la llevó fuera de la habitación.

– Toni, amor, no -dijo Richard con voz ronca, y sólo entonces Antonia se dio cuenta de que estaba llorando.

– Tú no entiendes -Acurrucada en su sillón, se sentía dominar por el dolor, por ellos y por todos los amantes destrozados-. Mañana es Nochebuena. Es entonces cuando sucede, mañana por la noche -se cubrió la cara con las manos, incapaz de reprimir un sollozo entrecortado-. Oh, Dios, ¿cómo pudo salir tan mal para ellos? ¿Cómo pudo salir tan mal… para nosotros?

Él hizo un sonido áspero y se acercó a ella, sujetando sus brazos y levantándola de la silla.

– Por favor, no, cariño, no puedo soportarlo. Nunca te he visto llorar antes -su voz era ronca todavía, y los brazos que la sostenían eran gentiles, pero curiosamente fieros.

Antonia no podía parar; sollozó contra su ancho pecho en una tormenta de dolor. Poco a poco, sin embargo, se dio cuenta de sus murmullos, del calor duro de su cuerpo, y de la fuerza de sus brazos a su alrededor. Todavía estaba dolida, pero el instinto le advirtió que tenía que retirarse de él antes de que sus caóticas emociones provocaran otro tipo de tormenta.

Finalmente, fue capaz de levantar la cabeza, pero antes de que pudiera hablar, él rodeó su rostro con las manos, sus dedos pulgares suavemente borrando la última de sus lágrimas.

– Toni…

Él estaba demasiado cerca. Su rostro llenaba su visión, su corazón, su alma. La ternura en sus ojos fue su perdición. Ella trató, pero no había fuerza alguna, ninguna certeza, detrás de su petición murmurada.

– Por favor… por favor, sólo vete.

Al principio, pareció que él lo haría. Pero entonces su rostro se endureció, y su cabeza se inclinó hacia la de ella.

– No puedo -susurró justo antes de que sus labios tocaran los de ella-. No puedo alejarme de ti otra vez.

Antonia no pudo pedírselo una segunda vez. El primer contacto de su boca trajo todos sus sentidos a la vida, y aunque una parte pequeña de su conciencia le susurraba que después se arrepentiría, ella no la escuchó. La tristeza de la tragedia que esperaba a los amantes fantasmas había hecho el dolor de su propio amor más agudo que nunca. Tomaría lo que pudiera, aunque sólo fuera por una noche.

La besó como si sintiera la misma necesidad desesperada, su boca inclinada sobre la de ella para profundizar el contacto y sus brazos atrayéndola aún más cerca hacia su cuerpo duro. Sintió la seda gruesa de su pelo bajo sus dedos, y sólo entonces se dio cuenta de que ella había deslizado sus brazos alrededor de su cuello. Una fiebre de deseo surgió desde el centro de ella, extendiéndose hacia el exterior, hasta que todo lo que sentía era calor y deseo.

Ella le estaba devolviendo los besos y, al igual que en ese cómodo establo tantos meses atrás, se olvidó de que era una dama y sólo sabía que era una mujer.

Ella murmuró una protesta sin palabras cuando sus labios abandonaron los suyos, pero se estremeció de placer ante su tacto aterciopelado en el cuello. Las manos de Richard desataron la cinta de su bata, y ella ciegamente se encogió de hombros para deshacerse de la prenda.

– Toni… déjame amarte, cariño…

Ella no le respondió en voz alta, pero cuando sus labios volvieron a los de ella, no tuvo que volver a preguntar. Su lengua se deslizó en su boca ávida acariciando la de ella, y sus manos se movieron por su espalda para abarcar su trasero, la batista de su camisa de dormir proporcionando una fricción suave entre su carne y la de él. Antonia podía sentir todo su cuerpo moldeándose contra el suyo, como si no tuviera huesos, y la dureza de su excitación la hacía dolorosamente consciente del vacío en su interior. Sus pechos se presionaban contra su torso y se sentían palpitantes, hinchados por la necesidad de su contacto.

Ella quería tocarle, quería sentir sus manos sobre su piel desnuda. Era un deseo irresistible, una necesidad tan intensa que nada más importaba, excepto satisfacerla de una vez. Sintió que él la levantaba, cargándola un par de pasos, y luego la suavidad de la cama estaba debajo de ella.

Con sus ojos aún cerrados y su boca fiera bajo la de él, tiró con impaciencia de su bata hasta que él tuvo que forcejear para sacarse la prenda. Durante un tiempo, entonces, ella no supo quien estaba haciendo qué, sólo que su camisón desapareció y ella sintió el impacto sensual de su cuerpo contra el suyo.

En el establo, no se habían desnudado por completo, la brevedad de su tiempo juntos y su prisa por tenerse el uno al otro, habían hecho de ello un lujo que no podían permitirse. Pero ahora tenían toda la noche y una asegurada privacidad, y Antonia quería llorar o reír en voz alta ante esa gloriosa libertad.

Un pequeño gemido se le escapó cuando él hizo con sus labios un camino descendente por su garganta, y eso la obligó a abrir los ojos. Él estaba mirando su cuerpo desnudo, sus ojos oscurecidos, y en su rostro duro una expresión de maravilla que ella le había visto sólo una vez antes.

– Toni… Oh, Dios, eres tan bella…

Antonia no sintió timidez, ni siquiera una pizca de vergüenza, no importaba lo que esa voz susurrante propia de la educación de una dama insistiera. Se alegró de que la encontrara hermosa, contenta de que su cuerpo le gustara. Sus manos tocaron sus anchos hombros, la columna fuerte de su cuello, y luego sus dedos se deslizaron entre su cabello cuando su cabeza se inclinó hacia ella de nuevo.

Sus labios se perdieron en la pendiente satinada de su pecho, y luego sintió el placer ardiente de su boca cerrándose sobre un endurecido pezón. Ella gritó de sorpresa, su cuerpo arqueándose por su propia voluntad, aturdida por las oleadas de sensaciones que la inundaban. Su mano fue acariciando y amasando su carne, su boca hambrienta sobre su pezón, y ella supo que él podía sentir, tal vez incluso oír, el atronador latido de su corazón.

El calor fue acumulándose dentro de ella, ardiendo, y ella parecía no poder mantener su cuerpo quieto. Sintió que su mano se deslizaba lentamente por su vientre, haciendo temblar todos sus músculos, y cuando tocó los rizos de color rojo bruñido sobre su montículo, todo su cuerpo se sacudió ante la descarga de placer. Sus piernas se apartaron para él, y su mano la cubrió, un dedo sondeando suavemente.

Antonia gemía salvajemente, toda su conciencia centrada en su mano y en su boca, y en la creciente respuesta de su cuerpo ante su toque experto. Él la estaba acariciando su insistencia, tocando su carne húmeda e inflamada hasta que no creyó que pudiera soportar otro momento de esa tensión en espiral. Era dolor y placer, y ella se estremeció ante las gigantescas sensaciones que la asaltaban.

– Richard… por favor… no puedo…

Ella oyó su propia voz débil como de muy lejos. Sin decir una palabra, tiró de su hombro, y casi lloró cuando él inmediatamente cambió su peso para cubrir su tenso y tembloroso cuerpo. Ella sintió el empuje duro, contundente de su virilidad, y luego la sensación sorprendentemente íntima de su canal extendiéndose para admitirlo.

No fue… del todo… doloroso. Ella lo había tenido en su interior una sola vez, meses antes, y él era un hombre grande. Fue casi como la primera vez. Se sintió abrumada por un instante, y unos temblores la sacudieron cuando su cuerpo lo aceptó. La cruda cercanía era impactante, pero su intensa satisfacción cuando se instaló plenamente en la cuna de sus muslos hizo a un lado todo lo demás. Podía sentirlo, en lo profundo de su interior, y su peso sobre ella era un placer más allá de las palabras.

Él puso sus brazos por debajo de sus hombros para acercarla más aún y ella pudo sentir cómo se estremecía todo su poderoso cuerpo.

– Se siente tan bien, cielo -susurró, y su mandíbula se endureció cuando ella se movió ligeramente por debajo de él-. Dios, Toni -su boca tomó la de ella con avidez, y él comenzó a moverse.

Antonia se perdió, y no le importó. Lo sostenía, moviéndose con él, su cuerpo acoplándose a su ritmo con unos instintos femeninos tan antiguos como las cavernas. La tensión se retorcía con más y más fuerza, agarrando todos sus músculos, mientras el fuego creciente incendiaba sus sentidos. Era como estar en alguna desesperada carrera que tenía que ganar sin importar lo que le costara a su corazón palpitante y al esfuerzo de su cuerpo.

Oyó su propia voz gimiendo el nombre de él, y pensó que le estaba diciendo que lo amaba una y otra vez, pero lo estaba besando tan salvajemente que no estaba segura de que las palabras estuvieran en alguna parte, excepto en su mente febril. Hubo un instante de algo parecido al terror cuando perdió todo el control de la estela vulnerable de sentimientos. Entonces se sumergió bajo oleadas y oleadas de pulsante éxtasis. Gimió en su boca, sus ojos abriéndose mientras su cuerpo la llevaba mucho, mucho más allá de sí misma, y el placer estalló por todas partes.

Llorando, lo besó salvajemente y lo sostuvo con lo último de sus temblorosas fuerzas cuando él gimió y se estremeció con la fuerza de su propia liberación.


En el establo, los momentos posteriores a haber hecho el amor habían sido interrumpidos por el esperado regreso del mozo de cuadras, pero no había ninguna necesidad de apresurarse ahora. Antonia estaba junto a él, en sus brazos, las colchas arrimadas sobre sus cuerpos, que ya iban perdiendo el calor. El fuego se estaba muriendo en la chimenea, pero las lámparas seguían encendidas, y un suave resplandor llenaba la habitación.

Ella miró su propia mano descansando posesiva, confiadamente, sobre su pecho duro, vio sus propios dedos moviéndose en una caricia sobre la gruesa mata de suave vello negro, y ella nunca se había sentido tan confusa en su vida. ¿Qué había hecho? Arrastrada por el deseo por segunda vez en su vida…

– ¿Toni?

– ¿Hmmm?

– Te amo.

Ella inclinó la cabeza hacia atrás y lo encontró mirándola fijamente, sus ojos tan tiernos que le hicieron doler el corazón. Sólo había una respuesta que le podía dar, porque no quedaba nada salvo la verdad.

– Yo te amo, también -dijo simplemente.

Él le tocó la mejilla, y luego se movió un poco, alzándose sobre un codo para poder ver su rostro con más claridad.

– No lo digas así, cielo, como si te doliera amarme.

El conflicto dentro de ella fue evidente en su voz.

– Me dolió una vez. Me dolió tanto que todavía puedo sentir el dolor. Eso no ha cambiado, Richard. Tengo miedo de confiar en ti.

Había algo un poco triste en sus ojos ahora.

– Todo lo que puedo hacer es darte mi palabra de que ella mintió, Toni.

– Ya lo sé -ella no tenía que decirlo en voz alta, que la palabra de él ya no era suficiente. Ambos lo sabían. Tenía que sentir confianza, y nada que él pudiera decir repararía lo que se había hecho añicos.

Richard se quedó en silencio, mirándola, acariciándole la mejilla.

– Cuando me dijiste esa mañana que todo había terminado, todo lo que podía pensar, todo lo que podía sentir era el shock y el dolor. De repente eras una extraña, tan llena de odio y amargura, que cada palabra que decías era como un cuchillo. No sabía lo que había pasado, pero podía ver que no estabas dispuesta a hablar de ello. Así que hice lo que exigiste -su boca se torció-. No esperaba que abandonaras Londres de inmediato, ni que te mantuvieras alejada tanto tiempo. Y cuando te negaste a verme, cuando mis cartas fueron devueltas sin abrir… ¿Qué iba a hacer, Toni? ¿Hacer el ridículo persiguiéndote como un muchacho enfermo de amor?

– No, por supuesto que no -murmuró ella, admitiendo que lo había puesto en una situación imposible. Con los ojos atónitos de la sociedad fijos en él, difícilmente podría haber hecho otra cosa que lo que había hecho: comportarse como un caballero.

Inclinó la cabeza y la besó, muy lenta y cuidadosamente, hasta que ella se sintió más que un poco mareada. Cuando él se retiró al fin para mirarla, ella tuvo que luchar contra la tentación de atraerlo hacia sí. Los primeros hormigueos de esa necesidad febril se agitaban en su cuerpo una vez más, y era difícil pensar en otra cosa.

– Me evitaste durante tanto tiempo -dijo él con voz ronca-. Entonces mi padre murió menos de dos meses después, y apenas tuve tiempo para pensar durante casi un año. Arreglar las cosas de la finca parecía requerir todo mi tiempo y energía. Por lo menos me mantuvo muy ocupado para sentir demasiado. Pero no podía olvidarte, cielo. El escándalo había muerto, y todavía esperaba que hubiera una oportunidad para nosotros. No me atreví a intentar verte a solas, pero sabía que íbamos a asistir a muchas de las mismas fiestas. Así lo hicimos, a principios de esta temporada. Tú, al menos me hablaste, por más forzadas y formales que fueron esas conversaciones. Y supe entonces, que habías rechazado varias ofertas tras terminar nuestro compromiso. Pero me tratabas como un extraño. Nunca estuvimos solos el tiempo suficiente como para que yo empezara a preguntarte qué había salido mal.

– ¿Es por eso que aceptaste la invitación de la abuela para venir aquí? -preguntó.

Él dudó, claramente tratando de decidir algo. Eligió sus palabras cuidadosamente.

– Vine aquí porque me pareció la última oportunidad para cerrar la brecha entre nosotros. Y porque Lady Ware estaba segura de que aún me amabas.

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