Quizás no fue una impresión tan grande como podría haber sido. Antonia hacía tiempo que había comenzado a preguntarse sobre los motivos de su abuela.
– ¿Ella te dijo eso?
Richard asintió con la cabeza.
– Su carta era… bastante extraordinaria. Muy directa y segura. Dijo que estaba convencida absolutamente que seguías enamorada de mí, y que si quería reparar -su término- nuestra relación, las fiestas ofrecían la mejor oportunidad para hacerlo.
Casi para sí misma, Antonia murmuró:
– ¿Cómo lo sabía? Ella dejó Londres poco después que yo, y la vi sólo un par de veces después. Parecía disgustada por mi… mi falta de conducta, pero nunca preguntó por mis sentimientos.
– Tal vez no era necesario. Es posible que tú misma te hayas traicionado, amor, sin saberlo. Lady Ware es muy sabia, creo, y excepcionalmente observadora.
– Así que tomó el asunto en sus propias manos -Antonia no se sentía cómoda con la idea de que la mano de otro dirigiera su destino y sus sentimientos, lo cual fue evidente en su voz.
Él sonrió.
– Me temo que sólo puedo sentir gratitud hacia ella. Ella me dio la oportunidad que tanto deseaba. Toni… corre el riesgo conmigo, por favor. Déjame demostrarte que puedes confiar en mí. Cásate conmigo.
Antonia lo miró, mordiéndose el labio inferior. Todavía temía casarse con él, huyendo de su propia desconfianza, y con ello surgió la verdadera magnitud de lo que había hecho.
– Oh, Dios -susurró.
Obviamente intentando hablar con ligereza, él le dijo: -No creo que una propuesta requiera ayuda divina.
Ella se echó a reír, pero era un sonido de controlada desesperación.
– ¿Cómo pude haber permitido que esto sucediera? Me he comportado como una golfa, como una… una ramera.
La sonrisa de Richard desapareció.
– ¿Por entregarte a un hombre que amas?
– ¡Por entregarme a un hombre con el que no me casaré! Un hombre que me mintió, que me hizo daño…
Su rostro delgado se endureció.
– Parece que siempre volvemos a eso. ¿Qué puedo hacer para expiar esta traición de la que me crees culpable? ¿Quieres escucharme rogar, es eso?
– No, no quiero escucharte rogar -hubiera vuelto el rostro, pero la mano de él la sostenía todavía-. Pero no puedo fingir una confianza que no siento. Ni puedo creer que el resultado fuera otra cosa que infelicidad, si me casara contigo sin confianza.
Él vaciló y luego dijo sin piedad: -Esta es la segunda vez que te has acostado conmigo, Toni. ¿Qué pasa si te he embarazado? ¿Todavía te negarías a casarte conmigo entonces?
Ella cerró los ojos. La posibilidad ya se le había ocurrido. No podía dejar de recordar la semana tras haber roto su compromiso como la más larga de su vida, cuando ella había esperado con ansiedad para descubrir si por haber hecho el amor, iba a tener un bebé. No había ocurrido entonces, pero existían todas las posibilidades que hubiera ocurrido ahora.
– Toni, mírame.
Totalmente en contra de su voluntad, ella se encontró con sus ojos grises.
– No lo sé -susurró. Pero sí lo sabía. Si se quedara embarazada, no tendría más remedio que casarse con él. Nunca avergonzaría a su familia al tener un hijo ilegítimo y él nunca permitiría que su hijo naciera sin su apellido.
– Yo sí lo sé -sus ojos brillaban de forma extraña, y su voz era sombría-. No quiero forzarte, y si creyera que serías verdaderamente infeliz conmigo, no te forzaría sin importar lo que pasara. Pero no creo eso, Toni. Nos amamos, y este amor puede haber creado un niño. Si nada más te convence, entonces debería hacerlo esa posibilidad. Te casarás conmigo. Si tengo que permanecer en esta cama contigo hasta que todas las almas de este castillo lo sepan, entonces lo haré.
En un movimiento instintivo, ella trató de apartarse de él, pero él la sujetó con firmeza.
– ¡No! Richard, no lo harías…
– ¿No? No hay nada que pueda decir para hacer que confíes en mí, muy bien, entonces renunciaré a la confianza por el momento. Con el tiempo, te demostraré que puedes confiar en mí, así me tome años hacerlo. Pero no sacrificaré esos años. Debemos estar juntos.
Luchar contra su determinación era una batalla perdida, y Antonia lo sabía. Quería decir lo que él dijo, ella podía verlo en sus ojos. No dudaría en comprometerla, y si lo hacía, su abuela los acompañaría hasta el altar, sin pérdida de tiempo, independientemente de los sentimientos de Antonia. Sería la Duquesa de Lyonshall antes del año nuevo.
– Desearía odiarte -susurró ella-. Sería mucho más fácil si pudiera odiarte.
Con su expresión suavizándose, él inclinó la cabeza para besarla.
– Pero no me odias, cielo -murmuró contra sus labios-. Y si sólo te dieras cuenta de ello, sí confiarías en mí. Nunca podrías haber yacido en mis brazos por segunda vez sin confianza.
Antes de que ella pudiera examinar esa teoría, su boca comenzó a trabajar su magia. Su cuerpo se calentó y comenzó a temblar, y ella le devolvió el beso sin poder hacer nada. Ella no parecía pensar en otra cosa que en el placer edificante de su toque. El pensamiento racional se desvaneció bajo esa sensación abrumadora.
Aún besándola, él encontró el extremo de su trenza y removió la cinta, y sus dedos peinaron su grueso pelo hasta que se extendió en la almohada como una lluvia de fuego.
– He soñado que te gusta esto -dijo él con voz ronca, levantando la cabeza para mirar sus ojos en llamas-. Tu hermoso cabello suelto, tu rostro suavizándose de anhelo, tu hermoso cuerpo temblando de deseo. Siempre fuimos una buena pareja, pero nunca tanto como en la pasión.
Antonia contuvo lo que le quedaba de aliento y trató de pensar con claridad.
– Tú… tú estás intentando seducirme -acusó vacilante.
Por alguna razón, eso lo divirtió. Una risa cálida iluminó sus ojos y una sonrisa torcida curvó sus labios. Gravemente, dijo: -Se necesitaría un hombre despiadado para seducir a una mujer contra su voluntad. ¿Es en contra de tu voluntad, cielo?
Podría haberse obligado a decir que sí, pero como una de sus manos ahuecó un pecho palpitante en ese momento, el único sonido que pudo emitir fue un gemido. Sus largos dedos acariciaron su piel hormigueante, acariciando y amasando, mientras su mirada permanecía fija en su rostro.
– Me gustaría que supieras lo hermosa que eres en la pasión -murmuró con voz ronca de nuevo-. Lo suave que se siente tu piel cuando la toco. Cuánto me atrae el calor de tu cuerpo -él bajó la cabeza para provocar un pezón endurecido con su lengua, retirándose antes de que pudiera hacer algo más que jadear, luego la miró de nuevo cuando su mano se deslizó hacia abajo sobre su vientre-. ¿Es en contra de tu voluntad, cariño? -repitió, mientras sus dedos inquisitivos encontraban su calor húmedo.
Antonia no podía contestarle. Miraba fijamente esos ojos feroces, sin embargo, los suyos estaban desenfocados. Su cuerpo se había acordado del placer rápidamente, y ahora exigía más de lo mismo. De él. Se arqueó, ofreciéndose, suplicando. Sentía las aceleradas oleadas de palpitante placer.
Él inclinó de nuevo la cabeza y tomó un pezón en la boca, exprimiendo un grito roto de ella. Estaba fuera de control, fuera de sí misma, perdida en algún lugar y dependiendo completamente de él para traerla de regreso de manera segura. Era la sensación más increíble que jamás hubiera conocido, una gran impotencia combinada con una extraña libertad, tan incontrolable como la pura locura.
Ella tiró de su hombro, gimiendo, pero él se resistió, levantando de nuevo la cabeza para mirarla mientras sus dedos la acariciaban con insistencia. Quería pedirle que dejara de atormentarla, pero entonces las sensaciones la arrasaron en una ráfaga, inundándolo todo, y ella gritó salvajemente. La boca de él capturó el sonido, tomando la de ella posesivamente, y un momento después, su cuerpo cubrió el de ella.
Antonia lo sintió entrar en su interior mientras los espasmos de placer aún recorrían su carne, y la sensación fue tan increíblemente erótica que gritó de nuevo. Él la llevaba de un máximo de placer a otro, a la más profunda realización que había conocido o imaginado que fuera posible.
No había ninguna abrupta línea divisoria entre el deleite sin sentido y el retorno de la cordura. Cuando volvió en sí, él todavía estaba con ella, su poderoso cuerpo sobre el de ella con un peso que trajo otro tipo de satisfacción. Los músculos de su espalda y de sus hombros estaban húmedos bajo sus manos, y ella podía sentir las débiles secuelas en sus cuerpos. También podía sentir un ligero frescor en la habitación ya que las mantas habías sido expulsadas lejos de ellos, pero ella no se hubiera querido mover incluso si se hubiera estado congelando.
Ella frotó su mejilla contra la suya sin pensar, y cuando él levantó la cabeza, ella sonreía. Se sentía extraña, esa sonrisa, desconocida y sin embargo en absoluto equivocada.
La besó con mucha ternura.
– Dios, te amo tanto -dijo en voz baja y áspera-. Seré como tu antepasado, ni siquiera la muerte hará que deje de amarte, de desearte.
Todavía había una punzada de resistencia en la mente de Antonia, pero la fuerza de él era mucho mayor, sabía que ella se había rendido. Ser su esposa podría causarle una felicidad inmensa o un dolor agonizante, pero no tenía más remedio que asumir el riesgo. No porque ella podría haber concebido a su hijo, sino porque la idea de vivir sin él era más insoportable que la posibilidad del dolor.
Ella levantó la cabeza de la almohada y lo besó. Era la primera vez que había hecho eso, y vio el destello de esperanza en los ojos de él. Ello la conmovió, y le hizo sentir una punzada de dolor. Por él. En ese momento, realmente creyó que él la amaba.
– Tú sí me sedujiste -murmuró, sonriendo.
Su boca se curvó en una sonrisa de respuesta.
– ¿Fue en contra de tu voluntad, amor?
– No -ella le apartó un mechón de pelo negro de su frente y unió los dedos detrás de su cuello-. Supongo que debo ser absolutamente desvergonzada.
– Nunca digas tal cosa acerca de mi futura esposa -él seguía sonriendo, pero ella sentía la tensión de su cuerpo.
Ella dudó.
– Richard… No puedo prometer dejar el pasado atrás. No sé si pueda hacerlo. Pero intentaré que eso no arruine el futuro…
Él detuvo sus palabras vacilantes con besos que contenían más amor y ternura que triunfo, y la miró con los ojos brillantes.
– Cielo, te juro que nunca te arrepentirás.
Ella casi le creyó.
– ¿Todavía tienes la intención de casarte conmigo antes del año nuevo?
– ¿Te importa eso? -su pregunta era seria-. Tu abuela me ha informado que hay una pequeña iglesia cerca con un vicario complaciente.
– Por supuesto -la voz de Antonia fue seca.
Él sonrió ligeramente.
– Si lo deseas, anunciaremos nuestro compromiso por segunda vez y nos casaremos en Londres con toda la pompa y la ceremonia que se requiera. Por mi parte, habría preferido una boda más discreta y una luna de miel prolongada. Podríamos viajar al extranjero, tal vez.
Inocentemente, ella dijo: -¿Cohibido, Su Gracia?
Su sonrisa se volvió un poco avergonzada.
– Bueno, admito que me resultaría menos complicado reaparecer en la próxima temporada de Londres después que la sociedad haya tenido tiempo para acostumbrarse a nuestro matrimonio. Para entonces, seguramente tendrán puesta su atención en algunos otros chismorreos.
Antonia sabía lo que su orgullo había sufrido por el escándalo que ella había causado, y estaba agradecida con él por no hacerla sentir más culpable por ello. Realmente era un caballero hasta la médula, pensó… y la primera pequeña semilla de duda se sembró en su mente.
¿Podría un hombre con esa honestidad y carácter haber sido capaz de la magnitud de su traición? ¿No sólo mantener una amante durante su compromiso, sino también hablar de ella y de su forma de hacer el amor con esa mujer? ¿Darle a su amante el reloj de bolsillo que se había tomado la molestia de hacer a partir de un botón arrancado de la ropa de su futura esposa?
¿Y ese hombre habría estado tan dispuesto, incluso decidido, a ofrecer su orgullo en un intento de cortejar a la dama que lo había rechazado?
No tenía sentido, Antonia se dio cuenta con un sobresalto desagradable. La imagen pintada de él aquel día sombrío casi dos años antes simplemente no coincidía con lo que sabía y lo que veía de él ahora.
– Toni, amor, si quieres afrontar a la sociedad con una estupenda boda en Londres, yo estoy más que dispuesto.
Ella parpadeó hacia él.
– ¿Qué? Oh, no. No, preferiría una boda discreta. En serio.
Frunció el ceño ligeramente.
– Entonces, ¿qué pasa? Por un momento, estabas muy lejos.
Antonia sabía que había una respuesta, pero tenía que encontrarla por sí misma. Sólo entonces tendría la oportunidad de reconstruir la confianza destrozada.
Ella sonrió.
– Me acabo de dar cuenta de lo fría que se ha vuelto la habitación. Uno de nosotros debe encontrar las mantas. O…
– ¿O? -sus ojos se oscurecieron.
Antonia se movió ligeramente por debajo de él, y sintió el primer y delicado impulso de renovada necesidad.
– O -murmuró, y alzó el rostro para encontrar su hambriento beso.
Fue la sensación de su ausencia, lo que despertó horas más tarde a Antonia, y durante algún tiempo yació con una soñadora sonrisa en los labios mientras la luz del sol de la mañana se inclinaba por la ventana. Al igual que Parker Wingate, Richard al parecer se había deslizado de vuelta a su alcoba a otro lado del pasillo, para preservar la reputación de su dama. Después de haber logrado la aceptación de su propuesta, fue lo suficientemente galante como para no exponer su relación íntima al castillo entero.
Lo habría hecho, sin embargo, reconoció Antonia con ironía, si hubiera servido mejor a su propósito.
Su atención fue atraída por los sonidos suaves de Plimpton al entrar en la habitación, y una súbita comprensión causó que Antonia se sentara erguida en la cama, las sábanas agarradas a la altura de sus pechos. Sus pechos desnudos. Ella miró salvajemente alrededor, y descubrió que su camisón y su bata estaban arrugados en el suelo, a varios metros de distancia. Y lejos de su alcance.
Sabía que su pelo caía desordenado, sus rizos rebeldes por los dedos apasionados de Richard. Al igual que la cama estaba tumbada, una de las mantas había sido pateada al suelo y nunca recuperada. Y ambas almohadas tenían claras impresiones, lo que hacía descaradamente obvio que Antonia no había dormido sola.
La cara de Antonia se sentía muy caliente, y no tenía la menor idea de lo que podría decir.
Plimpton se quedó inmóvil en el centro de la habitación, su forma delgada erguida y la cara inexpresiva. Ella miró la ropa abandonada, luego examinó la manta en el suelo. Entonces su mirada pensativa estudió los dos almohadas. Por último, miró a Antonia.
Para su asombro, los remilgados labios de Plimpton se curvaron en una sonrisa de inmensa satisfacción.
– He ganado cinco libras -dijo.
Antonia se quedó sin habla. Ella vio como Plimpton juntaba las ropas de dormir y las llevaba a la cama.
– ¿Perdón?
Con calma, Plimpton dijo: -El personal del castillo colocó apuestas, milady, sobre si usted y Su Gracia arreglarían las cosas. Sólo el ayuda de cámara de Su Gracia y yo fuimos de la opinión que lo harían. Él dijo que para el año nuevo. Yo dije antes de Navidad.
Antonia miró severamente a su doncella.
– Lo hiciste, ¿verdad? ¿Y qué te hizo estar tan segura, dime?
– Yo sabía que lo amaba.
Esa declaración privó a Antonia del habla por segunda vez, pero se recuperó rápidamente.
– ¡Es muy inapropiado que estés apostando sobre mi virtud!
– Lo sería si estuviéramos hablando de alguien que no fuera su prometido, milady.
Silenciada por tercera vez, Antonia decidió un tanto irónicamente que la discreción podía resultar la mejor parte del valor. En un tono altanero, dijo:
– Estaría muy agradecida si me dieras mi camisón.
– Desde luego, milady -respondió Plimpton-. Y voy a buscar un cepillo para su pelo también.
Antonia tuvo que reírse. Seguía sintiendo un gran asombro por la aprobación de Plimpton de su conducta escandalosa, pero era sin duda una reacción más tranquilizadora que una de sorpresa y desaprobación. Y ya que tenía una fe implícita en la discreción y lealtad de su criada, no estaba preocupada porque se extendieran cuentos ofensivos en la planta baja. De hecho, sabía muy bien que Plimpton no reclamaría su premio hasta que Richard y Antonia anunciaran su intención de casarse.
Mientras bebía su café y se preparaba para enfrentar el día, Antonia consideró sus dudas de la noche anterior. A la luz brillante del día, esa dudas eran aún más fuertes, pero aún no podía llegar a ninguna resolución en su propia mente.
Si, efectivamente, la señora Dalton se había propuesto destruir deliberadamente el compromiso de Richard… ¡Pero todo era tan descabellado! ¿Habría llegado al extremo de contratar a un ladrón para entrar a su casa? ¿Y cómo había sabido del reloj, si él no se lo había dicho? Por lo que Antonia sabía, sólo ellos dos habían sabido su importancia, difícilmente alguien más se habría dado cuenta de que el reloj de bolsillo se había hecho a partir de un botón.
¿Y cómo había sabido la mujer que Antonia y Richard habían sido amantes?
Ella podría haberlo imaginado, o simplemente supuesto, tal vez. Si la señora Dalton había encontrado el mismo placer en los brazos de Richard que Antonia…
Antonia empujó violentamente ese pensamiento a un lado, sintiéndose un poco enferma. Sólo la idea de otra mujer compartiendo eso con él era casi insoportable.
La mirada de Antonia cayó sobre el libro de la historia de la familia, y sintió una punzada de culpabilidad. Había olvidado lo que realmente iba a suceder esta noche, en Nochebuena. Recordándolo ahora, reflexionó sobre ello mientras Plimpton terminaba de arreglar su cabello, luego se levantó de la mesa y fue a buscar la lámpara de aceite que aún estaba en una mesa cerca de su cama.
– Tengo que regresar esto -murmuró.
– Yo puedo hacer eso, milady.
– No, yo lo haré cuando baje -quería echar otro vistazo a las pinturas.
No se encontró con nadie, y a pesar de que su vista previa de las pinturas había tenido lugar en casi total oscuridad, Antonia fue capaz de encontrar el corto pasillo. La ventana en el extremo dejaba entrar luz suficiente para ver con claridad, por lo que dejó la lámpara sobre la mesa.
Los retratos se veían diferentes a la luz natural, incluso más vivos de alguna manera. Parker y Linette parecían mirarse con nostalgia, a través del pasillo, sus ojos entrelazados. Y Mercy parecía menos atormentada y triste, más en paz que en las oscuras vigilias de la noche.
Antonia se quedó mirando los cuadros. Por primera vez en su vida, ella era consciente de su propia conexión con el pasado. Las raíces de una familia eran profundas, se dio cuenta, vinculando a cada persona con los que habían venido antes y con los que vendrían después.
Tal vez por eso Mercy se había aparecido a Antonia, pensó. Responsabilidad familiar. Tal vez había sentido de alguna manera la tristeza de su descendiente, y había buscado una forma de ayudarla. Ella podría haber creído que la historia de la tragedia de sus propios padres ayudaría a Antonia a evitar una propia.
– Pero no está completa, Mercy -murmuró Antonia mientras contemplaba aquel rostro gentil-. Todavía no sé por qué.
– ¿Toni?
Ella se dio media vuelta, un poco sorprendida, pero sonrió cuando Richard la alcanzó.
– Hola.
Con su ligera tensión desvaneciéndose, él la atrajo a sus brazos para un largo beso. Antonia respondió al instante: había quemado sus puentes, y ya no le quedaba ninguna resistencia.
– Hola -dijo, sonriéndole-. ¿Qué haces aquí sola?
– Mirándolos.
Manteniendo un brazo alrededor de la cintura de Antonia, él se volvió a estudiar las representaciones de los dos fantasmas que había visto.
– ¿Qué están haciendo en este pasillo si sus habitaciones eran las nuestras? – murmuró.
– No lo sé. Supongo que Mercy puede haberlos trasladado aquí porque su habitación se encontraba en este pasillo.
– ¿Mercy?
Antonia señaló.
– Allí. Ella era la hija de ambos. La otra noche, Mercy me guió hasta aquí, y al libro de la historia de la familia en la biblioteca.
– ¿Por qué crees que lo hizo?
– Me estaba preguntando acerca de ello ahora. Ella era… diferente, Richard. Ella me vio, e incluso logró comunicarse sin decir nada. Estaba tan triste. Pienso que tal vez sabía que yo me sentía infeliz, y quería ayudarme. Ella… eh… quería que yo fuera a tu habitación.
Él alzó una ceja, sus ojos brillantes, divertidos.
– Pero, por supuesto, te negaste obstinadamente.
– Bueno, sí. Así que me trajo hasta aquí, y señaló las pinturas. Luego me llevó escaleras abajo a la biblioteca, y me mostró el libro. Después de eso, desapareció.
Aún sosteniéndola cerca de él, volvió a estudiar la pintura de Mercy.
– Se parece a su padre más que su madre -comentó-. Así que se casaron después de todo.
Antonia vaciló de nuevo.
– En realidad, no lo hicieron.
Él la miró, luego volvió la vista al retrato.
– Mercy Wingate -leyó él.
– Se casó con un primo tercero que era un Wingate, y que finalmente heredó el título. Soy una descendiente directa -suspiró Antonia-. Su nombre de soltera era oficialmente Wingate, el padre de Parker convenció al vicario del pueblo, de alguna manera, de jurar que había habido un matrimonio en el lecho de muerte entre Parker y Linette, por lo que se registró oficialmente en los registros parroquiales. Pero nunca se llevó a cabo una ceremonia.
Llegando a una conclusión lógica, Richard dijo lentamente:
– ¿Porque Parker murió? ¿Cómo?
Antonia vaciló.
– El cómo no tiene sentido, porque no hay ninguna razón. Pero si están recreando lo que ocurrió entonces, podemos descubrir la razón esta noche. Ocurrió en Nochebuena.
Él se quedó en silencio por un momento.
– Entonces vamos a esperar hasta esta noche. ¿Veremos un misterio resuelto?
– El autor de la historia no sabía lo que pasó, y creo que la familia tampoco. El diario de Linette no tenía ninguna entrada para Nochebuena… o cualquier fecha después de eso. Según los miembros de la familia, ella nunca habló de lo sucedido. Murió cuando su hija tenía sólo unos pocos meses de edad.
– ¿Cómo murió?
– El médico lo calificó como un deterioro -Antonia mantuvo su voz firme, con esfuerzo-. La madre de Parker estaba convencida de que Linette lo sobrevivió sólo el tiempo suficiente para tener a su hijo y luego sólo se dejó morir.
– ¿Qué piensas tú?
Antonia lo miró.
– Yo también lo creo.
– El amor es… un amo muy exigente -dijo Richard en voz baja.
Ella apoyó la mejilla contra su pecho.
– Sí -concordó ella-. Lo es.
Varios miembros del personal del castillo pudieron haber quedado boquiabiertos por el anuncio de Richard durante el desayuno, de su próximo matrimonio con Antonia, y Lady Sophia estaba sin duda tan conmocionada que casi se desmayó, pero la condesa de Ware sólo ofreció una sonrisa de satisfacción.
– Usted planeó que esto sucediera -la acusó Antonia.
– Sólo el destino se encarga de los asuntos de los mortales -respondió su abuela-. Yo sólo les di a los dos la posibilidad de reconciliarse y dejé que el asunto dependiera de ustedes. Aunque estoy satisfecha de que ambos tuvieran el buen sentido de arreglar sus diferencias. Evidentemente, ustedes son el uno para el otro.
– Gracias, madam -dijo Richard cortésmente, mientras que Antonia sólo podía mirar a su abuela sorprendida.
– Oh, Dios -murmuró Lady Sophia, su expresión todavía conmocionada-. Nunca me imaginé… esto es… Por supuesto, me alegro por ti, cariño, si es realmente tu deseo de casarte con Su Gracia -le dirigió a Richard una mirada tan dudosa que él le sonrió.
– Le enviaré un recado al vicario -anunció Lady Ware-. Él se ha expresado perfectamente dispuesto para llevar a cabo la ceremonia cualquier día que yo quisiera.
Antonio la miró con ironía.
– ¿Sólo el destino se encarga de los asuntos de los mortales? ¿No se me permite elegir el día de mi propia boda?
Había un toque de genuina diversión en los ojos normalmente fríos de la condesa.
– Ciertamente, Antonia.
Antonia y su prometido habían discutido el tema mientras descendían a la planta baja, pero ella no veía la necesidad de explicar que el duque había logrado su objetivo. Él había declarado que se casaría con ella antes del año nuevo, y él no se conformaría con nada más. Así que se limitó a decir:
– Entonces el 31 de diciembre.
Lady Sophia se puso nerviosa de nuevo.
– ¿Aquí? ¿Quieres decir este año? ¡Pero cariño, el anuncio! Y las amonestaciones…
– Tengo una licencia especial, madam -le dijo Richard-. No tendrá que publicar las amonestaciones.
Después de un momento, obviamente, aturdida, dijo con severidad: -¡Usted estaba muy seguro de sí mismo!
Richard sonrió de nuevo.
– No, madam, sólo muy esperanzado.
Lady Sophia, muy agitada, se volvió hacia su divertida hija.
– Aún así, querida… ¡tan rápido!
Mirando a su prometido, Antonia dijo secamente: -Mamá, realmente preferiría no tratar de redactar un anuncio en el sentido de que el compromiso de Lady Antonia Wingate y el duque de Lyonshall se ha reanudado.
– ¡Oh, Dios! No, supongo que la gente podría pensar que es muy raro, de hecho. Pero una boda en primavera, mi amor…
Esta vez, Antonia evitó con cuidado mirarla intencionadamente. Teniendo en cuenta que eran amantes, incluso un retraso de semanas podría ser arriesgado.
– Preferiríamos no esperar tanto tiempo, mamá. Recuerda, por favor, que en realidad nos comprometimos hace más de dos años. Incluso la más crítica de nuestras amistades seguramente perdonará nuestra impaciencia ahora.
– ¡Pero si ni siquiera tienes un vestido! -se lamentó Lady Sophia.
– Sí que lo tiene -la condesa miró fijamente a su nieta a través de la mesa-. Mi vestido de novia se conserva perfectamente, Antonia, y te quedaría bastante bien, creo. Si quieres…
Antonia sonrió.
– Sí quiero, abuela. Gracias.
A partir de ahí, Antonia se encontró con el día totalmente ocupado. Con la boda fijada para sólo unos días había arreglos por hacer, los cuales requerían de largas discusiones. Antonia tuvo que gentilmente tranquilizar a Lady Sophia, y el duque ejercer su encanto, con el fin de que esta última aceptara la boda apresurada. Los esfuerzos de Antonia tuvieron poco éxito, pero cuando Richard declaró que tenía la firme intención de que la madre de Antonia viviera con ellos en Lyonshall, ella estaba tan contenta y conmovida por su obvio y sincero deseo que gran parte de su temor hacia él la abandonó.
Ya que él había encontrado un momento a solas con Antonia para hacerle esa sugerencia antes, ella estaba en perfecto acuerdo con este plan. Ella y su madre habían conseguido siempre llevarse bien, y Antonia no tenía temores acerca del arreglo.
Con los detalles de la boda más o menos acordados, la atención se dirigió a los últimos restantes preparativos para el día de Navidad. La tradición del castillo era celebrar la fiesta con un gran almuerzo y el intercambio de regalos, lo último era un problema para Antonia. Tenía regalos para su abuela y su madre, por supuesto, pero no había esperado que Richard estuviera aquí.
Así, mientras las decoraciones restantes eran puestas en su lugar y el olor apetecible de la cocina les recordaba a todos la comida por venir al día siguiente, Antonia lidiaba con su problema. Le resultaba extraordinariamente difícil concentrarse, en parte porque Richard había desarrollado el don de atraparla en las puertas por debajo del muérdago, donde se aprovechaba descaradamente de esa particular tradición navideña.
Descubrió muy pronto que su compostura era inquebrantable, sin importarle quien observara el beso o el abrazo, y sin que tampoco al parecer le importara que tan claramente llevara el corazón en la mano. También descubrió que su certeza de la traición de Richard era cada vez menos y menos segura. Él era el hombre del que ella se había enamorado en el principio, y no podía conciliar este hombre con el que la había herido tan profundamente. Podrían haber sido dos hombres completamente diferentes… o un hombre acusado injustamente.
Continuó preocupándose sobre el asunto en algunos momentos, pero no había llegado a ninguna conclusión cierta para el momento en que se retiró a su habitación esa noche. Evidentemente consciente de la presencia de Plimpton en la habitación, Richard la dejó en su puerta con un breve beso. Antonia casi le dijo que no tenía por qué molestarse en ser tan circunspecto, pero al final mantuvo el conocimiento de su sirvienta de la noche que pasaron juntos para sí misma.
– ¿Cobraste tus cinco libras? -preguntó con sequedad.
– Sí, milady.
Sonriendo, Antonia se sentó en su tocador mientras Plimpton le cepillaba el pelo largo y lo trenzaba para la noche como de costumbre. Casi ociosamente, abrió su estuche de joyas y examinó el contenido. No había sido capaz de pensar en un regalo para Richard. Él, sin duda, diría que su acuerdo para casarse con él era el regalo que deseaba, pero sabía muy bien que él tenía un regalo para ella, porque lo había visto bajo el árbol, muy bien envuelto.
Al estar varados por la nieve en un castillo en Gales, difícilmente podría conducir a la tienda más cercana para encontrarle algo apropiado. Por lo tanto, tenía que conformarse con lo que estuviera disponible.
Pensó en el medallón de Linette, un regalo del corazón. Antonia no tenía un medallón que pudiera regalarle a Richard, pero ella tenía un precioso y antiguo prendedor de rubí, que le había pertenecido a su abuelo materno, quien lo había llevado en su corbata. Richard solía llevar una joya de la misma manera para los trajes de noche, y ella sabía que le gustaban los rubíes.
Antonia usó una caja pequeña, de madera tallada, en la que normalmente almacenaba sus pendientes, aparte del resto de sus joyas, para guardar el prendedor, y con un colorido pañuelo de seda envolvió la caja.
A las once, Antonia estaba sola en su habitación y se vistió para la cama como de costumbre. Su regalo para Richard estaba en su tocador, para bajarlo en la mañana y colocarlo bajo el árbol. Con ese problema resuelto, se encontró con sus pensamientos totalmente ocupados con lo que le pasaría a los amantes esa noche.
Había estado en el fondo de su mente todo el día, produciendo una pequeña y fría ansiedad. No había nada que pudiera hacer, insistía su parte racional. Lo que iba a suceder, ya había sucedido. Sin embargo, no podía dejar de preocuparse.
Fuera del castillo, el viento frío del día y el cielo nublado había dado paso finalmente a otra sombría tormenta de invierno, y Antonia se estremeció mientras permanecía de pie junto a la chimenea y escuchaba el gemido del viento en la noche. No esperaba que sucediera nada hasta cerca de medianoche, pero a las once y cuarto comenzó.
Estaba parada junto a la chimenea cuando alcanzó a ver un movimiento cerca de la puerta, y cuando volvió la cabeza, un escalofrío bajó por su columna vertebral. Era la mujer morena con la expresión curiosamente fija, que se había mostrado sólo una vez antes. Había llegado a la habitación de Parker.
Se quedó de pie junto a la puerta, mirando hacia la cama. Cuando Antonia miró en esa dirección, sintió una leve conmoción al descubrir que la cama de Parker de un siglo antes era exactamente donde estaba actualmente la cama de Antonia, tal vez incluso era la misma cama. No podía dejar de sentirse rara ante el pensamiento de que él podría haber regresado de la habitación de Linette cada amanecer y haberse metido en la cama con ella misma.
Él yacía allí ahora, usando su bata como si tuviera la intención de descansar por unos pocos minutos. Sin embargo, parecía estar dormido. No se movió mientras la mujer morena se movía lentamente hacia la cama y se lo quedaba mirando. Estaba vestida o parcialmente vestida con un camisón tan transparente que su cuerpo era claramente visible bajo él. Miró hacia la mesa junto a la cama, y una extraña sonrisa curvó sus labios delgados.
Antonia miró también, y vio la forma vaga de una taza sobre la mesa. Volvió su mirada a la mujer, desconcertada e inquieta. ¿Cuál era la importancia de la taza? ¿Y por qué esta mujer estaba en la habitación de Parker?
Mientras miraba, la mujer se agachó hacia el hombre dormido y pareció estar buscando algo. Un momento después, se enderezó, un medallón de oro con forma de corazón colgando de sus dedos.
– No -murmuró Antonia, sobresaltada-. Linette se lo dio a él. ¡No tienes derecho!
Al igual que los amantes, la mujer no mostró ninguna conciencia de un intruso de carne y hueso. Se puso la cadena alrededor del cuello y miró el medallón, a continuación, muy deliberadamente lo abrió y sacó el rizo de cabello de fuego de Linette, dejándolo caer al suelo con una expresión desdeñosa y luego moviéndose para moler el recuerdo bajo su zapatilla. Miró a Parker por un momento, un ceño juntando sus cejas mientras él movía la cabeza sin descanso.
– Despierta -murmuró Antonia, apenas dándose cuenta que había hablado en voz alta. Sintió un frío y horrible presentimiento-. Por favor, despierta y detenla.
Él seguía moviéndose torpemente, con los ojos cerrados todavía, y Antonia estuvo repentinamente segura de que la taza contenía algo para hacerlo dormir. Ella sentía más frío por momentos, mientras observaba los dedos ágiles de la mujer desatar el lazo de su transparente camisón y abriendo los bordes de la tela para desnudar sus pechos llenos casi hasta los pezones.
Con sus ojos negros fijos en el durmiente Parker, la mujer avanzó lentamente. Soltó el pelo de su trenza y lo peinó con los dedos, deliberadamente desordenándolo. La parte superior de su cuerpo pareció balancearse, el medallón de oro se movió entre sus pechos pálidos, y ella apuntaló sus piernas un poco separadas. Sus manos dejaron su cabello para deslizarse lentamente por su propio rostro, descendiendo entonces por su garganta, hasta su cuerpo.
Antonia se sintió enferma mientras miraba, sintiendo el hambre desequilibrada de la mujer de una forma tan aguda que era como si se tratara de un ser vivo suelto en la habitación. Si las emociones de los amantes habían sido tiernas y apasionadas, la necesidad de esta mujer era una cosa oscura y retorcida. Y conmocionó a Antonia en un nivel profundo, por lo que tuvo que apartar la mirada.
No quería volver a mirar, pero después de varios minutos su mirada fue atraída totalmente en contra de su voluntad. Y ella se sentía un poco enferma, todavía profundamente conmocionada. La mujer se estaba acariciando lánguidamente su propio cuerpo ahora, e incluso tan nebulosa como era ella, estaba claro que tenía una mirada soñadora, la mirada saciada de una mujer que acababa de experimentar el absoluto placer de la liberación física. Sonriendo, aún acariciándose ella misma, se apartó de la cama.
Antonia miró a Parker una vez, viéndolo moverse aún más inquieto y abrir los ojos, pero ella no esperó a ver si se levantaba. En cambio, ella siguió a la mujer.
Eran las once y media.
La mujer hizo un movimiento como si fuera a abrir la puerta, entonces pasó a través de ella. Antonia rápidamente la abrió realmente, pero se detuvo antes de que pudiera hacer más que cruzar el umbral. La mujer estaba directamente frente a ella, medio girada hacia la habitación de Linette al otro lado del pasillo.
Su camisón transparente abierto, mostrando la mayor parte de un seno y el otro completamente, el medallón colgando entre ellos. Tenía el pelo caído, los ojos con los párpados pesados y los labios hinchados brillantes. Su sonrisa estaba llena de una satisfacción puramente femenina.
Para una chica de diecisiete años, que ella misma había experimentado la pasión, no había duda de que esta sonriente, saciada mujer acababa de salir de los brazos de un amante. Y no había manera que Linette pudiera saber que la mujer morena había sido su propia amante. Estaba de pie en el umbral de la habitación de Parker, y la conclusión era trágicamente obvia.
– No -susurró Antonia-. Oh, no, no lo creas.
Pero Linette lo hizo. Su hermoso rostro estaba aturdido de shock y agonía. Sus manos se levantaron de un modo extraño, perdido, y su boca se abrió en un grito silencioso de angustia. Luego se tropezó en una carrera inestable, avanzando, no hacia las escaleras, sino hacia el otro extremo del ancho pasillo.
Antonia echó una mirada detrás de ella y vio que Parker estaba luchando por levantarse de la cama. Entonces ella corrió tras Linette, como inconsciente de su propio grito mientras de hecho, había atravesado la forma confusa de la mujer morena.
Si hubiera podido pensar con claridad, Antonia se habría dado cuenta de la inutilidad de su acción. Lo que ella había visto suceder había ocurrido un siglo antes, y ninguna mano mortal podría cambiar el resultado. Pero estaba atrapada por completo en el trágico drama, los actores tan reales para ella como lo habían sido en realidad, y era el puro instinto lo que la llevaba a tratar de detener lo que iba a suceder.
Pensó que había oído a Richard gritar su nombre mientras corría, pero sus ojos estaban fijos en la forma de Linette delante de ella. La angustiada joven podría haber estado corriendo a ciegas, pero Antonia sabía que no era así. Estaba corriendo hacia el mirador.
Era un resto del castillo original o una fantasía de algunos distantes Wingates, Antonia no lo sabía. El muro de piedra, que se estaba cayendo a pedazos alrededor del pequeño balcón, una vez pudo haber sido un parapeto diseñado para proteger a los soldados que estaban de guardia, o simplemente podría haber sido una balaustrada bastante llana y baja, construida para evitar que un paseante casual se lanzara y cayera al patio de losas muy distante por debajo. En cualquier caso, había comenzado a deteriorarse más de un siglo antes, y aunque el ala se había renovado, el balcón exterior se había dejado para desmoronarse.
Una sólida puerta de madera, cerrada alguna vez, pero ahora con un simple barrote, daba acceso al balcón desde el pasillo. Linette se detuvo sólo un momento, aparentemente esforzándose para abrir el portal pesado, entonces lo atravesó. Antonia se detuvo apenas lo mismo, la desesperación dándole la fuerza para levantar la gruesa barra de madera y abrir la puerta.
Se había olvidado de la tormenta, y la ráfaga de viento helado fue impactante. La nieve se arremolinaba frenéticamente en el aire y crujía bajo sus delgadas zapatillas cuando Antonia salió a toda prisa y casi de inmediato perdió el equilibrio.
El balcón tenía tan sólo unos metros de ancho, a pesar de que recorría los muros del castillo por cerca de casi veinte metros. La nieve se había amontonado contra el muro del castillo en un cúmulo alto, y fue lo que causó que Antonia tropezara y perdiera el equilibrio. Dos escalones desde la puerta hasta el balcón, gracias al viento estaban despejados de nieve, pero la temprana aguanieve y la lluvia helada habían recubierto la piedra escabrosa con una capa de hielo, y porque su apoyo se había estado desmoronado durante un siglo, el borde exterior del balcón tenía una ligera inclinación hacia abajo.
Antonia trató de detenerse, pero la piedra helada no le otorgó ningún asidero. Su propio impulso la llevó en un inexorable deslizamiento hacia el muro de poca altura.
En un momento fugaz que pareció extenderse hasta el infinito, vio Linette a un lado, derrumbada contra el muro en un montón de pena y dolor. La joven podría tener la intención de arrojarse sobre el muro, era imposible saberlo a ciencia cierta. Acurrucada contra las ásperas piedras, sus frágiles hombros se sacudían mientras sollozaba.
Entonces Antonia vio a Parker tambalearse, evidenciando una clara inestabilidad por los efectos persistentes de la droga que la mujer morena le había dado. Él gritó algo, sacudiendo su cabeza mareada, y se tambaleó hacia Linette.
Debe haber habido una tormenta también esa noche. Parker pareció resbalar y deslizarse a través de los pocos metros de la piedra, moviendo sus brazos como las aspas de un molino. Era evidente que estaba tratando de alcanzar a Linette, pero ya sea debido a sus reflejos drogados o a la tormenta cegadora, calculó mal la distancia y el ángulo. Él se estaba moviendo demasiado rápido, deslizándose violentamente hacia el muro, y no pudo salvarse a sí mismo.
Linette levantó la vista en el último minuto, y lo que vio debió haberla perseguido todo los meses restantes de su vida. Su amante golpeó el muro a sólo un par de metros de ella, y éste fue demasiado bajo para salvarlo. Cayó hacia adelante, y desapareció en la oscuridad.
Antonia vio todo eso en el destello de un instante. Entonces sintió la mordedura del muro contra sus muslos, y su impulso comenzó a llevarla, también, sobre la piedra que se desmoronaba.
– ¡Toni!
Unos brazos la atraparon y tiraron de ella hacia atrás con fuerza casi inhumana. Por un momento pareció que ambos caerían, y Antonia pudo sentir el estremecimiento de la baranda cuando las viejas piedras comenzaron a ceder. Pero entonces, de alguna manera, Richard la arrastró desde el borde y a la relativa seguridad de la terraza más cercana al muro del castillo, donde los altos cúmulos los rodeaban.
La nieve soplaba furiosamente a su alrededor, pero Antonia no era consciente de nada, excepto de la amorosa seguridad de los brazos de Richard.
Y de la tragedia de dos personas destruidas por una retorcida y malvada mujer.