Era verdaderamente notable, pensó Antonia mucho más tarde esa noche mientras se paseaba por su alcoba, como los modales sociales inculcados a uno desde la infancia tenían el poder de ocultar hasta las emociones más intensas. En el momento en que Lyonshall había declarado sus pasmosas intenciones, la máscara se había reconstruido casi por arte de magia, y ella había sido capaz de comportarse como si nada fuera de lo común hubiera sucedido.
Sabía que había permanecido en calma, que había seguido tocando el piano, aún podía recordar que había respondido a varios de sus comentarios más casuales. Pero las emociones salvajes que se agitaban bajo su máscara, le habían permitido ignorar -casi hasta el punto de, literalmente, no oír- las cosas sorprendentemente íntimas que le había murmurado al amparo de la música.
Quizás sus intenciones, si él había querido decir lo que dijo sobre desear casarse con ella, deberían haber hecho su comportamiento más soportable, pero para Antonia, no fue así. El dolor amargo que la había llevado a poner fin a su compromiso era todavía fuerte en ella, a pesar de los meses que habían transcurrido, pero aunque su mente rechazaba ferozmente la idea de casarse con él, tanto el deseo doloroso de su corazón como el poderoso deseo que él había reavivado susurraban seductoramente.
Habían pasado casi dos años. Quizás ella ya no era una parte de su vida ahora. Quizás él había decidido -esta vez- que podía contentarse con una esposa, y no sentir la necesidad de una amante también. O quizás la señora Dalton se había vuelto demasiado exigente para su gusto, y él todavía no había encontrado una sustituta. Y quizás Antonia pudiera perdonar, incluso olvidar el terrible dolor…
Quizás. Quizás. Quizás.
Antonia se arrojó en un sillón cómodo junto al fuego, ajustándose la bata de manera ausente. La tormenta de la tarde había continuado en la noche, añadiendo su helada amenaza a las frías paredes y pisos de piedra. Fuera, el viento gemía impacientemente, el aguanieve golpeaba las ventanas con una susurrante cadencia. Los sonidos lúgubres eran un complemento perfecto a su miserable estado de ánimo. Sus pensamientos perseguían sus propias colas, y sus sentimientos permanecían en una maraña dolorosa.
Su madre, ella lo sabía, nunca lo entendería, por eso Antonia nunca le había confiado la razón para romper su compromiso. Su propio padre había mantenido una amante. De acuerdo a los chismes, la mayoría de los caballeros lo hacía. Se esperaba que sus esposas pretendieran que tales criaturas simplemente no existían. Pero Antonia se conocía demasiado bien como para creer que podía ser feliz con un acuerdo como ése.
Peor aún, él le había mentido. A principios de su compromiso, con la franqueza que él había afirmado que admiraba, ella le había dicho que creía que la pareja en un matrimonio debía ser fiel. Él había estado de acuerdo con ella, diciendo con la misma franqueza que, aunque había disfrutado de varias relaciones agradables en el pasado, después de todo, tenía treinta y tres años en ese entonces, ella era la única mujer en su vida, y tenía la firme intención de que siguiera siendo así.
Que hubiera estado tan claramente dispuesto a empezar su matrimonio con una mentira, la había herido más aún que el pensamiento de otra mujer. Había roto su confianza en él.
Incluso ahora, ella no sabía por qué no le había dicho la verdad. Tal vez porque no podía soportar la idea de que le mintiera de nuevo. Y a pesar de que le había dicho en la sala que tenía la intención de saber la verdad acerca de su separación, ella no quería decirle. Tenía miedo de que hubiera alguna respuesta al problema, y que se permitiera a sí misma creerla incluso si se trataba de una mentira.
Era casi medianoche, y aunque la habitación estaba bastante cómoda con el calor del fuego, ella se estremeció un poco. Se sentía tan sola. El pensamiento apenas había cruzado por su mente, cuando se dio cuenta de una ligera agitación del aire, como si alguien hubiera pasado cerca de ella, y todos sus sentidos de pronto se avivaron y tensaron. Volvió la cabeza lentamente, y jadeó en voz alta.
Él estaba parado junto a una de las ventanas mirando hacia afuera, frunciendo el ceño como si la tormenta le molestara. Vestía una bata, de colores apagados. Era moreno, con un perfil de halcón, y por un instante Antonia pensó que era Lyonshall. De hecho, ella casi emitió una fuerte exclamación exigiendo saber lo que estaba haciendo en su dormitorio.
Sin embargo, su ira desconcertada desapareció rápidamente, para ser reemplazada por una punzada de miedo helado cuando se dio cuenta que ella podía ver claramente el tapiz que colgaba justo más allá de él… a través de su cuerpo.
Incapaz de creer sus propios ojos, Antonia tragó saliva y logró mantener su voz firme, lo suficiente como para preguntar:
– ¿Quién eres tú?
Él no respondió. De hecho, parecía ignorarla totalmente, como si para él, ella ni siquiera estuviera en la habitación. Dando la espalda a la ventana, él sacó un reloj del bolsillo de su bata y lo estudió, aún con el ceño fruncido. Devolviendo el reloj al bolsillo, se trasladó unos pasos más cerca de Antonia y pareció recoger algo como de una mesa desde hace mucho tiempo desaparecida. Un libro apareció en sus manos, no más sólido de lo que él era, aunque ella casi podía oír el susurro de las páginas cuando las hojeaba.
Antonia todavía tenía miedo, pero también estaba fascinada. Se sentía casi entumecida, su mente trabajando con extraña claridad. Acurrucada en su sillón, lo miró, viendo que, efectivamente, se parecía a Lyonshall. Su altura y estructura eran muy similares, al igual que el pelo oscuro y apostura como de halcón. Pero el cabello de este hombre era más largo, atado en la nuca de su cuello con un lazo negro, y ella reconoció vagamente el estilo como el de hace un siglo. Su rostro era más delgado, sus ojos más profundos que los del duque, y ella pensó que era -había sido- un poco más joven.
No estaba soñando; Antonia lo sabía. Podía sentir el calor del fuego y escuchar su energía crepitante, escuchar el gemido de la tormenta exterior, y sentir su propio corazón latiendo rápidamente. Se obligó a moverse, levantándose lentamente de su sillón. Una vez más, él no reaccionó a su presencia.
– ¿Quién eres tú? -repitió en voz más alta. Se sorprendió cuando él se movió de repente, pero de inmediato quedó claro que no tenía conciencia de su presencia. Tenía la extraña sensación de que ésta ya no era su habitación, que se había convertido en la de él. Incluso le parecía sutilmente diferente a ella, como si estuviera atrapada entre el tiempo y casi pudiera ver la habitación como lo había sido en su tiempo. Casi. Pero era más un sentido emocional que uno real, pensó. Ella se fijó en su propio tiempo, sólo se permitió una especie de puerta de entrada para ver dentro del de él.
Por la fracción de un momento, un terror supersticioso provocó que el hielo recorriera las venas de Antonia. Ella no podía atraerlo al mundo de los vivos, ¿pero él la podría empujar al mundo de los muertos? El temor fue breve, pero suficientemente fuerte como para dejarla estremecida. Su mente racional se reafirmó y se recordó que él la había ignorado. Obviamente, no era un peligro para ella.
Sin embargo, se sobresaltó un poco cuando él dejó caer el libro -se desvaneció en el instante en que abandonó sus manos- y consultó su reloj por segunda vez. Una sonrisa curvó sus labios cuando el reloj volvió a su bolsillo. Luego se dirigió hacia la puerta.
Antonia no tenía ninguna intención de seguirlo, pero se encontró haciendo precisamente eso, como obligada a hacerlo. Se sentía casi como un títere, impulsada hacia adelante como si no tuviera voluntad propia, y esa sensación, sumada a la aparición del hombre, hizo el impacto de estos eventos no naturales aún más fuerte.
Fascinada, entumecida de miedo, inexorablemente atraída, lo siguió.
Tuvo un mal momento cuando él atravesó la puerta cerrada como si hubiera estado abierta, pero se obligó a girar la manija, abriéndola para su propio paso, y salir al pasillo. Él se había detenido justo en la puerta, y por un momento ella no fue consciente de nada, salvo de él. Luego él prosiguió. Fue fácil para Antonia, ver al hombre en el pasillo; apliques colocados en lo alto de la pared que separaba cada puerta cubrían todo el corredor, y se mantenían encendidos durante toda la noche.
El hombre se encontraba a varios metros de distancia, en el pasillo, junto a una delgada mujer muy joven, vestida con una vaporosa bata, su rostro hermoso, delicado y con una cosecha de desordenados rizos rojos dejados libremente. Sus ojos grandes, brillantes se alzaron para encontrar los de él, sus labios se separaron, y ella estuvo en sus brazos como si fuera el único lugar en todo el mundo donde debía estar.
Antonia sintió una vaga conmoción cuando vio a la joven, pero no estaba segura de la causa. ¿Sin duda, dos fantasmas no son más impactantes que uno? No, era otra cosa. Una sensación de familiaridad, tal vez, aunque no tenía idea de por qué debería ser así, porque ella no podía recordar haber visto un retrato de esta joven y no sabía su identidad. Antes de que pudiera reflexionar sobre el asunto, se dio cuenta que ella no estaba sola en la observación de los amantes.
Lyonshall estaba parado en la puerta abierta de su habitación, observando al igual que ella. Podía verlo vagamente a través de los amantes. Era un espectáculo extraño y misterioso, evocando una sensación de irrealidad aún mayor dentro de Antonia, aunque estaba más afectada por el apasionado abrazo que por los fantasmas de dos personas ya muertas y enterradas.
Esa pasión del uno por el otro era tan poderosa, que Antonia literalmente, podía sentirla. Se besaron con el placer doloroso de dos personas profundamente enamoradas, sus rostros transformados por la ternura y el deseo. Sus labios se movieron en un discurso que sólo ellos oían, aunque era obvio que eran palabras de amor y necesidad. Ella enroscó con fuerza sus brazos alrededor de su cuello, y él la estrechó contra su cuerpo. Ella inclinó la cabeza hacia atrás mientras él la besaba en la garganta, su expresión llena de tanta voluptuosidad, que Antonia deseó apartar los ojos de un momento tan íntimo.
Pero no pudo. Tal como se había sentido obligada a seguir al hombre desde su habitación, ahora estaba obligada a permanecer allí y mirar. Se sentía atrapada, atrapada en un hechizo de sensualidad que despertaba todos sus sentidos. Su corazón latía más rápido, y ella se sentía caliente, su cuerpo febril y tenso. Parecía no terminar nunca, pero en realidad no fueron más que unos minutos más tarde cuando la pareja se volvió con un mismo propósito y se dirigió hacia la habitación del duque.
Antonia se sentía bastante aturdida, pero una risa entrecortada se le escapó cuando Lyonshall automáticamente dio un paso al costado para que entraran a su habitación. Él contempló sus espaldas un momento, luego cogió la manija y cerró la puerta. Caminó por el pasillo hasta llegar junto a Antonia.
Con calma absoluta, dijo: -Creo que prefieren estar solos.
– ¿Cómo puedes estar tan tranquilo? – preguntó ella, su mirada se paseó entre él y la puerta cerrada por el pasillo. Su voz temblaba y se sentía terriblemente insegura-. Sabía que el castillo se suponía que estaba embrujado, pero no era algo que creyera. Yo… yo nunca estuve más asustada en mi vida.
Él deslizó las manos en los bolsillos de su bata y sonrió débilmente.
– Lyonshall no es tan antiguo como Wingate, pero tiene unos cuantos siglos. Y unos cuantos fantasmas. En la galería de retratos, es muy habitual ver a un caballero con una capa moviéndose constantemente en noches de tormenta como ésta. Yo mismo lo he visto. De hecho, él se quitó el sombrero cortésmente al verme una noche -hizo una pausa y añadió-: Me pregunto por qué la mayoría de los espíritus eligen aparecer a menudo cuando hay mal clima. Y por qué la medianoche parece ser su hora preferida.
Antonia no tenía ninguna respuesta, y, en todo caso, él no esperaba una.
– Bueno, tal y como parece, mi habitación estará ocupada por algún tiempo, y puesto que hay algo de corrientes de aire en este pasillo, sugiero que esperemos en tu habitación.
Demasiado asustada para expresar un rechazo instantáneo, Antonia encontró su brazo tomado en un firme agarre mientras era guiada de vuelta a su dormitorio. Cuando llegaron, se apartó de él, su voz aún más temblorosa cuando dijo:
– ¡Nosotros ciertamente no podemos esperar aquí! Me sorprende que sugieras algo tan impropio.
– No seas mojigata, Toni. No te favorece -fue hasta la chimenea y se quedó mirando las llamas-. He dejado la puerta abierta, como ves. En todo caso, excepto por nuestros amigos fantasmas, estamos muy solos en esta ala, así que no tienes que temer por algún escándalo. A propósito, por casualidad, ¿sabes quién era la dama?
– No.
– Sin lugar a dudas un antepasado tuyo, tú eres la viva imagen de ella.
Eso sorprendió Antonia tanto que se olvidó de estar ofendida por su presencia en su habitación.
– ¿Yo?
Lyonshall la miró.
– ¿No te diste cuenta? El mismo pelo rojo y ojos azules, por supuesto, pero hay una semejanza mucho más fuerte que el mero colorido. Compartes la misma delicadeza de facciones, los ojos grandes y el arco de las cejas. Ella era menos terca, me imagino, su mandíbula es más aguda. Y aunque la forma de sus bocas es muy parecida, tú tienes más humor de lo que ella pudiera atribuirse, creo -sonrió levemente, su intensa mirada sobre ella-. En cuanto a… otros atributos, yo diría que eres muy superior a tu antepasada. Ella parecía muy frágil, casi enfermiza. Tú, sin embargo, posees un cuerpo magnífico, maravillosamente voluptuoso sin un gramo de carne en exceso. Un cuerpo hecho para la pasión de la que ambos sabemos que eres capaz.
Antonia sintió un calor casi febril apoderándose de su cuerpo una vez más, y maldijo en silencio sus artimañas seductoras. Tenía que recuperar el control de esta situación, antes de… antes de que algo irrevocable se dijera. O se hiciera.
– Por favor, vete de una vez -dijo con frialdad.
– ¿Y adónde voy a ir? -él alzó una ceja.
– ¡Debe haber treinta habitaciones en esta ala!
– Ninguna de los cuales ha sido preparada para un invitado. ¿Chimeneas frías y sábanas sin ventilar? ¿Y los muebles probablemente cubiertos con telas de Holanda? Por no hablar de la dificultad que mi ayuda de cámara tendría para localizarme por la mañana. ¿Realmente vas a ser tan cruel como para enviarme a tal incomodidad sólo para satisfacer las nociones aburridas de la propiedad, Toni?
Ella luchó por mantener la calma.
– No hay ninguna razón para que no vuelvas a tu habitación. Los… los fantasmas probablemente desaparecieron en el momento que entraron. Estoy segura que encontrarás que se fueron si…
– No. Iban hacia la cama cuando cerré la puerta -su voz se había profundizado a una nota ronca.
Recordando los besos apasionados que habían observado, Antonia se sonrojó. La escena la había inquietado profundamente. Ella parecía no poder sacudirse el raro hechizo sensual que la había envuelto cuando los había visto, sobre todo porque Lyonshall parecía empeñado recordárselo.
No podía dejar de pensar en los dos amantes felizmente juntos en la cama del duque, o en una cama fantasmal de su propio siglo, supuso, y esa imagen mental llevó a otras. Un silencioso establo, lleno del dulce aroma del heno fresco. Su boca sobre la de ella, despertando emociones y sensaciones que nunca había conocido antes. El ardiente, punzante deseo de su cuerpo por el de él. El placer increíble, impactante de yacer en sus brazos y el descubrimiento de su propia pasión…
Antonia, parada con los brazos cruzados por debajo de sus pechos, trató de empujar los recuerdos inquietantes de su mente. Resultó imposible. Estaba vívidamente consciente de lo solos que estaban, de la cercanía de la cama y la escasa protección de su ropa de dormir. Poco a poco, en su mente, el enrarecimiento del encuentro fantasmal fue totalmente sobrepasado por su sensualidad, y por la agitación de la carne y de la sangre de su cuerpo mientras todos sus sentidos respondían al hombre que estaba a sólo unos pasos de distancia.
– Siéntate, Toni. Tenemos que estar aquí mucho tiempo.
– Prefiero estar de pie -tenía miedo de moverse, de que si lo hacía, sería para echarse en sus brazos. Dios mío, apenas la tocó cuando había entrado a la habitación, y casualmente, sin embargo, todo su cuerpo anhelaba su contacto tan intensamente que resistir la atracción hacia él era como luchar contra una fuerza incontrolable de la naturaleza. Ni siquiera sus recuerdos más amargos y dolorosos de lo que él había hecho, podía detener el edificante deseo.
Él negó con la cabeza.
– Tan terca. ¿Esperas que intente violarte, es eso?
Ella alzó la barbilla y lo miró, tratando de recurrir a la dignidad, a la altivez ofendida, a algo para combatir el enfrentamiento entre deseo y la amargura dentro de ella.
– Espero que recuerdes que eres un caballero. Aunque, dada tu conducta de hoy, debo admitir que mis esperanzas no son altas.
– ¿De veras? Muy sabio de tu parte. Porque no quiero fingir contigo, cielo. No voy a jugar el caballero, felizmente complacido con un ligero flirteo y unos cuantos besos castos. Hay sangre en mis venas -y en las tuyas- no agua. Me niego a comportarme como si mi deseo por ti fuera fácil de dominar. No lo es. Me niego a olvidar que ya te has entregado a mí, incluso si decides ignorar este hecho.
– Basta.
– ¿Por qué? ¿Porque un caballero no te lo recordaría? ¿Porque la sociedad insiste en que si algo tan escandaloso llegara a suceder, todo recuerdo al respecto debe ser borrado? Eso no es tan fácil, ¿verdad, Toni? Olvidar. ¿Es por eso que no aceptaste ninguna de las ofertas de matrimonio que te hicieron el año pasado, porque no podías olvidar? ¿O fue porque tu novio sabría que él no fue el primero en tu cama?
– ¿Por qué me provocas con eso? -susurró, deseando poder odiarlo. Cualquier cosa sería mejor que esta necesidad terrible, dolorosa por su toque.
Su rostro duro se suavizó.
– No es una provocación, cielo. ¿Cómo iba a menospreciar un recuerdo tan hermoso? Sé que sentiste lo que yo, ese día, que nuestro amor estaba destinado. No podrías haberte entregado a mí tan libremente si hubieras creído otra cosa.
Antonia no podía moverse o hablar mientras él se acercaba lentamente hacia ella. Sólo podía esperar, su corazón bombeando, su cuerpo temblando. Se sentía en suspensión, en equilibrio sobre al borde de algo que quería desesperadamente aunque una gran parte de su mente luchaba por no rendirse.
– No, Richard -dijo con voz ahogada cuando llegó hasta ella, de repente demasiado temerosa que si él la tocaba ahora, se perdería.
– Sí -dijo con voz ronca, sus manos alzándose poco a poco para enmarcar su rostro-. Lo que causó que me odiaras no cambia esta situación. Los dos lo sabemos. Tú me deseas, Toni, tanto como yo te deseo. Y si el deseo es todo lo que puedo demandar de ti, demandaré eso. Los matrimonios han comenzado con menos.
Incluso si se hubiera concedido un momento para prepararse, ninguna barrera que pudiera haber erigido podría haber resistido contra él. Tomó su boca con toda la intensidad apasionada que ella recordaba tan vívidamente, y todo su cuerpo respondió. Sus brazos se alzaron a su cuello, mientras los de él la rodearon en un abrazo. Sintió el calor duro de él contra ella, y rápidamente la fuerza abandonó sus piernas.
Ella había olvidado cómo se sentía… No, no había olvidado nada. El calor recorriendo su cuerpo, la naciente tensión de necesidad, el hambre que la hacía perderse, hasta que se encontró devolviendo sus besos con una pasión que sólo él era capaz de encender en ella. Todo era dolorosamente familiar. Tal como había ocurrido en el establo, su respuesta hacia él expulsaba todo lo demás de su mente, hasta que sólo ellos dos existían en un mundo de sensualidad.
Apenas tuvo conciencia de ser alzada y cargada unos pocos pasos, para luego sentir la suavidad de la cama a su espalda. Jadeó cuando sus labios abandonaron los suyos, abriendo sus ojos para mirar su rostro tenso. Él estaba sentado a su lado, inclinado sobre ella, sus manos apartando con gentileza las guedejas sueltas de su cabello de su cara. Bajó la cabeza y la besó con tanta fiereza que era como una marca de posesión, y ella se oyó a sí misma emitir un pequeño sonido apagado de placer.
Era como si la hubieran privado durante mucho tiempo de algo que su cuerpo y espíritu anhelaban, y su hambre hubiera aumentado más y más, más allá de su capacidad de controlarla. Así como había ocurrido antes, ella no pensó en el precio a pagar o en el dolor potencial, sólo en la necesidad irresistible de pertenecerle.
Sus labios trazaron un camino descendente por su garganta, luego más abajo mientras sus dedos desataban la cinta de su bata de dormir. Presionó un beso caliente en el valle entre sus pechos, y las vibraciones de sus palabras fueron una caricia adicional.
– Dime que me deseas, Toni.
No fue la demanda lo que envió una oleada fría de cordura a través de Antonia, fue su voz. Había algo en ella que nunca le había oído antes, una nota de manipulación, implacable. Y cuando él levantó la cabeza para mirarla, sus ojos eran del plano gris de un cielo tormentoso. Enojado. Estaba enojado.
Se preguntó de repente, con dolor, si realmente tendría la intención de casarse con ella. Ella no lo creía. Pensó que él quería su entrega física, quería demostrarles a los dos que ella no se le podía negar, en esto al menos.
Si quería vengarse porque había terminado su compromiso con él, difícilmente podría haber elegido un medio mejor. Porque si ella se entregaba a él ahora, sabiendo que no tenía ningún futuro juntos, en su propia mente -y, sin duda, en la suya- sería poco más que una ramera.
Tenía la garganta dolorida, pero su voz fue firme cuando dijo:
– No -sus brazos alrededor de su cuello cayeron a sus costados, y ella cerró los ojos-. No.
Se quedó completamente quieto, entonces sintió el cambio de la cama cuando él se alejó. Unos momentos más tarde, la puerta se cerró en silencio, y ella supo que estaba sola.
Antonia abrió los ojos y se incorporó lentamente. Sus labios palpitaban por sus besos, y todo su cuerpo se sentía febril y tenso. Hasta ese momento, no se había dado cuenta de lo mucho que aún lo amaba. Lo suficiente para que deseara llamarlo, o ir tras él. Lo suficiente como para que si él la hubiera besado una vez más, habría sido incapaz de decir no nuevamente.
Lo amaba tanto que ella misma se hubiera hecho una ramera sin dudarlo un instante, si sólo le hubiera dicho que la amaba.
Pero no lo había hecho.
Eso, más que cualquier otra cosa, llevó a Antonia a creer que no quería saber nada de ella, salvo la satisfacción de saber que no podía resistirse a su seducción.
La habitación estaba muy silenciosa, enfriándose a medida que el fuego se apagaba. Antonia se sentía sola, y esta vez ni siquiera un fantasma vino a demostrar que estaba equivocada.
El día siguiente fue extraño e inquietante. Antonia no había dormido bien, entre la visita de los fantasmas y la casi seducción de Lyonshall, se había quedado en un estado poco propicio para el sueño, y había sido cerca de la madrugada cuando había conseguido por fin cerrar los ojos. Cuando Plimpton la había despertado tan sólo unas horas más tarde, la falta de descanso y su confusión emocional la hizo sentirse malhumorada y tensa. No le contó nada acerca de los fantasmas a su doncella, y ciertamente nada sobre la presencia del duque, a medianoche, en su dormitorio, pero bebió su tibio café de la mañana en silencio.
Cuando bajó, lo hizo con cierto temor, pero sólo encontró a su madre en la sala de desayunos. Lady Sophia no era una mujer observadora en particular, pero cuando su única hija estaba involucrada, el afecto le prestaba agudeza.
– Cariño, ¿te sientes bien? -preguntó de inmediato, sus grandes ojos llenos de preocupación-. Pareces cansada y muy pálida.
Antonia ya había preparado a su mente para no mencionar los fantasmas a su madre, Lady Sophia tenía un temperamento nervioso, y sin duda sería incapaz de pegar ojo si se le contara que unos espíritus vagaban por el castillo por la noche.
Sirviéndose unas tostadas y más café del atestado aparador, Antonia contestó con calma.
– La tormenta no me dejó dormir, mamá. Sólo estoy un poco cansada, nada para preocuparse.
Lady Sophia esperó hasta que su hija estuvo sentada en la mesa, y luego miró a su alrededor para asegurarse de que estuvieran solas. Bajando la voz, le dijo a su manera nerviosa.
– Querida, confío en que cerraras tu puerta anoche. ¡Nunca estuve más escandalizada! Tenía la intención de hablar con tu abuela por la situación, pero… pero ella la mira a una de tal manera, que me sentí incapaz de hacer el intento.
Le llevó un momento a Antonia darse cuenta que su madre se refería a la disposición de las alcobas.
– Estoy segura de que no debes temer, mamá -dijo ella, haciendo a un lado el recuerdo de los besos ardientes-. Recuerda, por favor, que el duque y yo estuvimos de acuerdo en que no congeniábamos.
Mirándola, Lady Sophia dijo: -Bueno, fue lo que dijiste en su momento, pero… Perdóname, Toni, pero me pareció que anoche Lyonshall se estaba comportando con mucho más… más calidez de lo decoroso. La forma en que te hablaba y miraba… -ruborizándose ligeramente, añadió-: Querida, aunque te creas muy madura, hay algunas cosas que simplemente no puedes saber acerca de los hombres. Incluso el mejor de ellos puede encontrarse a merced de sus instintos más bajos y… y para ti estar a solas con el duque en esa ala tan grande y vacía… y tú tan bonita como eres… apenas te pareces a mí…
Rescatando a su madre del pantano de su enredada sentencia, Antonia dijo un poco secamente: -¿Te refieres a la pasión, mamá?
– ¡Antonia!
Sintió una punzada de triste sabiduría. No debería conocer la pasión, como su madre creía tan evidentemente. Para una joven soltera de veintiún años tener el conocimiento que Antonia poseía era sorprendente y debía ser una fuente de angustia. Pero la vergüenza de haberse entregado a un hombre antes del matrimonio no era tan terrible porque lo había hecho enamorada. Sin importar lo que hubiera sucedido después, y a pesar de sus palabras a Lyonshall sobre el "error", Antonia no se arrepentía de lo que había hecho.
En voz baja, ella dijo: -Mamá, el duque es sin duda un caballero y no haría nada contra mi voluntad -no lo había hecho, después de todo. Cuando lo había rechazado, la había dejado sola, sin una palabra.
Lady Sophia vaciló, mordiéndose el labio.
– Querida, he pensado a menudo que no eres… no eres tan indiferente a él como has insistido. En realidad, pareces muy consciente de él cuando está en la habitación. Si tus sentimientos por él son confusos, podrían nublar tu juicio. Y su comportamiento de anoche…
– Él se estaba divirtiendo con un ligero coqueteo, nada más -dijo Antonia-. En cuanto a mí, estoy segura de mis sentimientos por el duque, y muy capaz de ejercer mi buen juicio. Te aseguro, mamá, que no tengo intención de seguir deshonrando mi buen nombre al hacer algo que no debiera -las palabras tendrían que haber quemado su lengua, pensó ella con ironía, o por lo menos aguijonearle la conciencia, teniendo en cuenta lo que ya había hecho.
La conversación podría haber continuado, pero la condesa entró entonces a la habitación. Lady Sophia parecía tan afectada, que Antonia se sorprendió ligeramente que su abuela no exigiera inmediatamente saber lo que habían estado discutiendo, pero se hizo evidente que tenía otra cosa en su mente.
– Antonia, ya que el clima hace imposible diversiones al aire libre, creo que ustedes, jóvenes, pueden encontrar cierta diversión arreglando las decoraciones de Navidad. Un árbol fue cortado hace unos días, y Tuffet lo está trayendo a la sala ahora, junto con ramas de muérdago y el acebo. Las doncellas han pasado la última semana o algo así encadenando bayas y haciendo otras decoraciones, por lo que sólo necesitan ponerlos en su lugar.
Antonia se habría opuesto, pero antes de que pudiera hacerlo, el duque entró en la habitación.
– Un plan excelente, madam. Me alegro de que hayan adoptado la reciente costumbre de traer un árbol adentro, es especialmente agradable en un clima como éste.
Con el asunto resuelto a su satisfacción, Lady Ware asintió con la cabeza.
– Ya que Nochebuena es el día después de mañana, deberían tener un montón de tiempo para colocar las decoraciones en su lugar.
Así que Antonia se encontró una vez más arrojada a la compañía del duque. Su abuela se llevó a su madre inmediatamente después del desayuno, obviamente con la intención de ocuparla en otra parte del castillo, e incluso los sirvientes se esfumaron en cuanto la pareja se fue a la sala para encontrar el árbol y las decoraciones prometidas.
Lyonshall se comportaba como si nada hubiera sucedido la noche anterior. Fue muy casual, ni de cerca tan intenso como lo había sido durante la noche previa.
Antonia no pudo evitar sentirse agradecida por ello, ya que no podía ponerse su máscara social en su compañía. Si hubiera tratado de hacerle el amor, o incluso coquetear, sabía que se habría traicionado a sí misma. En su lugar, porque él estaba relajado y despreocupadamente encantador, ella fue capaz de mantenerse calmada.
El carácter alegre de las fiestas tenía su propio efecto, también. El olor fuerte de acebo y del gran árbol de abeto mezclado con el aroma picante de popurrí de los cuencos de las criadas, había invadido casi todas las habitaciones, e incluso tan vasto como era el castillo, el aroma tentador del pudín de ciruela y otros platos que se preparaban para la cena de Navidad flotaba desde la cocina.
El árbol de navidad fue preparado, las velas puestas en su lugar, y las ramas de acebo dispuestas para agradar a la vista. Las criadas habían colgado bayas de diferentes colores para el árbol, y Antonia se sorprendió al encontrar entre las otras decoraciones bolsitas pequeñas, exquisitamente cosidas de varias formas, obviamente, labor de su abuela.
– No me daba cuenta que le importaban tanto las fiestas -murmuró Antonia mientras colgaba una bolsita preciosa, llena de popurrí, en la forma de una estrella-. Debe de haber cosido estas bolsitas todos los años desde hace mucho tiempo. Mira cuántas son.
– Hermoso trabajo -observó el duque-. Va a ser un árbol muy hermoso.
Antonia estuvo de acuerdo con él. De hecho, tuvo que admitir que el castillo lucía y se sentía muy diferente una vez que estuvo decorado para las fiestas. Ya el gran salón parecía más cálido, más brillante, los adornos de colores añadían luz y alegría.
Ella estaba empezando a ver por qué su familia había amado el castillo. Había algo de majestuoso en el tamaño del lugar, y una sensación de permanencia en las paredes y en los suelos de piedra maciza. Este lugar, se dio cuenta, había rodeado a la familia Wingate durante siglos. Los había abrigado y protegido, ocultado sus secretos, albergado sus alegrías, sus iras, y sus lágrimas.
Desde que los amantes fantasmales habían aparecido la noche anterior, Antonia había sido consciente de un sentimiento creciente de que el castillo en sí era un ser vivo. Que a lo largo de los siglos, había absorbido tanto de las emociones de la familia Wingate, que también se había convertido en parte de la familia. Casi le contó a Lyonshall de este sentimiento, pero finalmente lo guardó para sí misma. Sonaba muy fantasioso, decidió.
Ella y Lyonshall trabajaron juntos en armonía, y por un tiempo, Antonia casi olvidó todo, excepto el placer de estar en compañía de un hombre que hablaba con ella de igual a igual. Pero incluso cuando colgaban adornos en el árbol y discutían amigablemente sobre su ubicación, no podía dejar de ser cautelosa ante su cambio de actitud. Más de una vez, lo sorprendió observándola, y la mirada sombría que vio tan fugazmente provocó que la tensión se apoderara de ella.
Para su sorpresa, él continuó comportándose casualmente por el resto del día, y ella culpó a su imaginación por la expresión oscura que había visto. Él no dijo ni hizo nada para alterarla o confundirla. Fue agradable y encantador en la cena, incluso sacándole una sonrisa a Lady Sophia, y cuando la noche había terminado, acompañó a Antonia a su puerta y la dejó allí con un compuesto y bien educado buenas noches.
Antonia se dijo que era lo mejor. Obviamente, había aceptado su negativa, o al menos se había dado cuenta que era más caballero de lo que él había creído, y había renunciado a la idea de la seducción. Pero el aparente final de su breve cortejo no hizo nada para tranquilizar sus caóticas emociones.
Una vez más, no podía dormir, y aunque su mente marcó automáticamente la aproximación de la medianoche con anticipación y ansiedad, se sorprendió igualmente al volverse de la chimenea y ver que su visitante fantasma había vuelto. Su miedo de la noche anterior estuvo ausente, pero lo espeluznante de lo que observaba mientras lo veía moverse por la habitación tenía un efecto decidido sobre ella. Se sentía casi como una intrusa, mirándolo sin su conocimiento, pero no podía obligarse a mirar hacia otro lado.
Al igual que la noche anterior, se paseó por la habitación sin descanso por un tiempo antes de que finalmente se dirigiera a la puerta. Lo siguió sin tomar una decisión consciente de hacerlo. En la puerta abierta de su habitación, vio una repetición de la escena de la noche anterior desarrollada en el pasillo, y la misma conciencia sensual se apoderó de ella.
El hombre moreno y su dama de cabellos de fuego compartían un amor que había vivido más allá de su tiempo, sobreviviendo a la muerte de la carne mortal para aparecerse en este silencioso pasillo de piedra. Nadie, pensó Antonia, podría ser testigo de tales emociones inextinguibles y no sentir el poder de ellas. Hizo que le doliera la garganta, la hizo peculiarmente consciente de su propio cuerpo mientras su corazón latía y la sangre corría por sus venas. Y la hizo sentir una profunda sensación de pérdida, porque una vez había creído que un amor como el de ellos había estado a su alcance. El dolor se hizo aún más agudo cuando vio a Lyonshall a través de los amantes entrelazados. Era como si el destino se estuviera burlando de ella.
Se quedó inmóvil en la puerta mientras la pareja de fantasmas entraban a la habitación de él. Al igual que la noche anterior, Lyonshall cerró la puerta y llegó hasta ella, pero antes de que pudiera hablar, ella captó un atisbo de movimiento más allá de él en el pasillo.
– Mira -murmuró.
Una tercera forma fantasmal había aparecido al final del pasillo cerca de las escaleras. Ella se acercó a ellos, una hermosa mujer, que había pasado los primeros rubores de la juventud, pero aún no cerca de la mediana edad, su vestido de colores oscuros y a la moda de un siglo antes. Ella dio una idea más clara del tiempo que los otros dos, ya que estaba completamente vestida. Llevaba una rígida gorra alta con volantes de lino y un velo corto sobre su cabello oscuro perfectamente arreglado; una prenda sobrepuesta se arrastraba a la espalda, con mangas semi largas y puños de lino, la llevaba abierta por delante sobre un corpiño acordonado y falda de volantes.
Era una mujer atractiva de una forma insípida, pero parecía mucho más sin vida que los otros dos. Al igual que los amantes, no hizo caso de los dos vivientes espectadores. Se movía a lo largo del pasillo, pero se detuvo cuando llegó a la puerta del dormitorio del duque.
Como una persona atraída por algún sonido, se detuvo con la cabeza vuelta un poco hacia la puerta y su mirada fija en ese cuarto. Se quedó muy quieta durante un largo momento, la expresión de su rostro curiosamente atenta, hasta estática. Luego sus labios se torcieron en una horrible mueca, y siguió su camino.
Antonia sintió frío mientras observaba a la mujer. Era una sensación muy diferente a lo que había experimentado primero al ver al fantasma en su habitación. Esto era algo mucho más grave y muy preocupante. Tenía el impulso extraño y poderoso de correr hasta los amantes y advertirles que tuvieran cuidado, porque alguien en el castillo tenía la intención de hacerles daño. Sabía que de alguna manera, lo sentía con cada fibra de su ser. Los amantes se encontraban en peligro.
Su mente racional le recordó que estas personas habían estado muertas durante cien años, pero parecía no poder deshacerse de la sensación opresiva de temor o de su ansioso deseo de evitar una tragedia.
Parada junto a Lyonshall, mientras observaba a la mujer avanzando por el pasillo y desvanecerse en una de las habitaciones. Poco a poco, Antonia se volvió y entró en su habitación, sus emociones tan perturbadas que no se dio cuenta de inmediato que Lyonshall la había seguido.
– ¿Toni?
Antonia fue a la chimenea, aún sintiendo frío, y estiró las manos hacia las llamas.
– Esa otra – murmuró-. Tiene la intención de hacerles daño.
– Sí, lo vi.
– Me siento tan impotente. Es como ver los primeros segundos del accidente de un carruaje en las calles y sentirte incapaz de detener lo que sabes que viene a continuación.
Él se quedó varios pasos de distancia, mirándola, y su voz siguió siendo baja.
– Lo que va a suceder, ya sucedió, Toni. Hace cien años.
– Es lo que mi mente me dice. Pero lo que siento… es difícil de vencer. Parecían tan felices juntos, con toda la vida por delante, aunque, tengo la terrible certeza que no vivieron mucho más de lo que ya hemos visto -Antonia meneó ligeramente la cabeza, tratando de alejar el temor-. Me pregunto quiénes eran.
– ¿No sabes?
– No, yo… yo sé muy poco de la historia de mi familia en este lugar. Eso es una cosa terrible de decir, ¿no?
– Es natural, si no has vivido aquí. La mayoría de nosotros tiende a vivir en el presente.
– Supongo.
– ¿Le has preguntado a Lady Ware acerca de los fantasmas? -preguntó-. Es muy probable que ella conozca la historia del castillo y de la familia.
– No -respondió ella. Cuando continuó mirándola con una ceja alzada, ella se encogió de hombros-. La abuela es una persona brusca y realista, no tengo ninguna duda de que me diría que imaginé todo.
Él se quedó en silencio por un momento, una extraña mirada de duda en sus ojos.
– De alguna manera estoy seguro de que no te diría eso. Creo que sabe de los fantasmas. Mi ayuda de cámara me dice que sólo el ala sur del castillo se considera embrujada. Tal vez Lady Ware nos puso aquí por esa razón.
– ¿Debido a los fantasmas? -Antonia frunció el ceño-. ¿Por qué haría tal cosa?
Una vez más, Lyonshall vaciló.
– Si ella quiere que nos reconciliemos, pudo haber creído que un par de jóvenes amantes puede empujarnos en la dirección correcta, incluso si son amantes fantasmas.
Antonia sentía cautelosa, preocupada por la forma en que había llevado la conversación de nuevo a ellos. No estaba en condiciones de soportar otra discusión como la de la noche anterior, y se sorprendió de que él deseara hablar sobre el tema una vez más. Había aceptado su petición de poner fin a su compromiso con pocos intentos de convencerla de que cambiara de opinión, sin embargo, ahora parecía casi obsesionado. Ella habría pensado que el golpe a su orgullo, si no otra cosa, habría hecho todo el tema insoportable.
Evitó sus ojos girando de vuelta al fuego.
– Tengo serias dudas de que ella crea tal cosa. Ella misma me dijo que sería absurdo suponer que me harías una proposición una segunda vez, y ella sabe muy bien que la idea es…
– ¿Es qué? ¿Repugnante para ti? -le exigió cuando se interrumpió bruscamente.
– ¿Tenemos que discutir esto de nuevo?
– Sí. Porque todavía tienes que decirme la verdad -su voz era un poco dura ahora.
Antonia se negó a mirarlo.
– Pensé que habías aceptado mi deseo de acabar con esto. Tu comportamiento de hoy me llevó a creer que era así.
Él emitió una risa dura.
– ¿De veras? Mi comportamiento de hoy, Toni, se debió a tu negativa de anoche. Ningún hombre con alguna sensibilidad puede aceptar con gusto la mirada de angustia enfermiza que vi en tu cara la noche anterior. Si deseabas hacerme daño una vez más, ciertamente lo conseguiste.
– Esa no era mi intención -se oyó decir, y se preguntó por qué no podía permitirle creer lo peor de ella si sólo aquello lo alejaría.
– Entonces, ¿cuál fue tu intención? Estabas dispuesta, Toni, ambos lo sabemos. Cobraste vida en mis brazos con toda la pasión que recuerdo tan bien, y por un momento esperé… Pero luego me rechazaste, con una voz tan fría que congelaste mi corazón. ¿Qué he hecho para ganarme eso de ti? ¿Cómo puedo aceptar tus deseos cuando no entiendo las razones? ¿Mi deseo de hacerte mi esposa es tan insoportable para ti?
Tratando de aparentar serenidad, incluso si la máscara había desaparecido, Antonia mantuvo su voz firme.
– Si debes escucharlo de nuevo, no tengo ningún deseo de casarme contigo, Richard. Supongo que te sientes con todo el derecho a la venganza, pero…
– ¿Venganza? -él cruzó la habitación rápidamente y la agarró del brazo, girándola de cara hacia él-. ¿Es por eso que me rechazaste anoche? ¿Porque crees que quiero venganza? ¿Qué te puso esa idea tan loca en la cabeza?
Ella miró sus ojos sombríos tan directamente como podía, aunque requirió un enorme esfuerzo.
– Parece obvio para mí. En todos los meses transcurridos desde que terminó nuestro compromiso, no has hecho esfuerzo alguno por cerrar la brecha, ni siquiera expresaste tu interés en hacerlo, ¿por qué ahora? ¿Porque de repente te encuentras prácticamente a solas conmigo y varado por la tormenta? No, no lo creo. Me quieres castigar por terminar nuestro compromiso. Me di cuenta de eso la noche anterior. ¿Por qué si no ibas a llegar a tales extremos para recordarme que te di lo que cualquier mujer debe dar solamente en su noche de bodas? ¿Por qué si no, me atormentas con el conocimiento de lo… lo fácil que es manejarme cuando me tocas?
Una sonrisa torcida curvó sus labios brevemente.
– Por lo menos lo admites. Así que no me equivoqué, después de todo. Tú todavía me deseas, ¿no?
– ¿Debería negarlo? -dijo con amargura-¿De qué serviría? Sabes la verdad.
– Sé otra verdad, Toni -su voz era tan implacable como lo había sido la noche anterior-. No podrías sentir deseo… si no sintieras amor también. No me odias. Es posible que quieras odiarme, pero no puedes.
Era como estar siendo pateada en el estómago, y por un momento, Antonia no pudo respirar. La última de sus defensas se derrumbó en escombros dolorosos. Se sentía terriblemente impotente, y su corazón dolía con cada latido. Amar un hombre en el que no podía confiar era bastante malo, saber que él estaba seguro de su amor era aún peor. Era por lo que había luchado por esconderse de él, todo para nada. Mentir ahora era algo que ella no tenía la fuerza o la voluntad por hacer.
Finalmente, en poco más que un susurro, dijo: -Entonces parece que tu venganza es completa, ¿no?
Él alzó la mano libre para tocar su cara, y su voz se suavizó con una nota profunda, ronca.
– No quiero venganza, quiero que seas mi esposa. Debemos estar juntos, Toni, ¿no ves? ¿No puedes sentir eso tan cierto como yo? Dame tu amor y tu pasión. Podemos dejar el pasado atrás y empezar de nuevo.
Se dio cuenta entonces de que el gris de tormenta de sus ojos era una señal de la determinación en lugar de ira, que en realidad quería casarse con ella. Pero ese conocimiento no hizo mucho para aliviar su dolor. Lo amaba, y lo deseaba, pero no confiaba en que él no la heriría otra vez.
No se atrevía a confiar en él.
– Gracias por el honor -dijo amablemente-, pero debo rechazarlo.
La expresión suave abandonó su rostro, sustituida por una máscara dura de resolución. Sus grandes manos la agarraron por los hombros, sus dedos casi dolorosos mientras la sostenían.
– ¿Por qué? Esta vez tengo la intención de obtener una respuesta, Toni, y no voy a rendirme hasta que lo haga. ¿Por qué no quieres casarte conmigo?
Estaba demasiado cansada de evitar la respuesta, incluso de reservar para sí misma el dolor de sus mentiras.
– Tal vez realmente no significó nada para ti, siempre es la defensa que oigo de los caballeros. Pero significó algo para mí. Y aún más que la traición, has destruido mi confianza en ti con tus mentiras. ¿Cómo iba a casarme con un hombre en el que ya no confío?
Un ceño rápido juntó sus cejas, y ella podría haber jurado que su voz estaba sinceramente desconcertada cuando dijo:
– ¿Mentiras? ¿De qué estás hablando?
– De la Señora Dalton -respondió rotundamente.