EPÍLOGO

– Aquí está -sentándose en el borde de la cama donde estaba Antonia, por fin, abrigada y con calor, Richard sostenía, abierto en su regazo, el libro de la historia familiar. Había estado buscando una referencia en particular, y finalmente la había localizado.

– ¿Quién era ella? -preguntó Antonia en voz baja.

Él leyó en silencio por unos momentos, luego la miró. Su rostro estaba aún un poco demacrado, el peligro que Antonia había corrido en el balcón lo había afectado profundamente. Pero su voz fue firme cuando respondió a su pregunta.

– Su nombre era Miriam Taylor. Está incluida en el libro sólo porque creció en el castillo, y porque era la pupila del padre de Parker. Tenías razón, el autor de esta historia no tenía idea de que ella era responsable de lo que sucedió con Parker y Linette. Al parecer, nadie lo sabía. Linette debe haberse llevado ese secreto a la tumba.

– Y Miriam no se lo hubiera contado a nadie, incluso si creía que era su culpa -recordando lo que había visto, Antonia se estremeció-. Ella estaba… enferma, Richard. Si pudieras haberla visto en esta habitación, lo que hizo…

– Yo ni siquiera vi a Linette en mi habitación, no esta vez. Todavía no era medianoche, pero estaba a punto de venir aquí porque no podía soportar no estar contigo un momento más. Luego te oí gritar. En el momento en que llegué al pasillo, estabas casi en el mirador. Y Parker estaba sólo a unos pasos detrás de ti.

– ¿No viste a Miriam?

– No. Y, hasta que me contaste, no tenía ni idea de lo que había pasado allá afuera. Todo lo que vi fue a ti.

Su voz se mantenía firme ahora. Pero él le había jurado frenéticamente cuando la había llevado de vuelta a su habitación, hace poco más de media hora. Había estado demasiado ansioso por sus escalofríos para estar interesado en otra cosa que no fuera conseguir calentarla otra vez. Pero una vez que estuvo metida en la cama y ya no tan pálida, había escuchado toda la historia de ella.

Antonia sacó a tientas una mano de debajo de las colchas y la extendió hacia él, sonriendo cuando sus dedos se cerraron sobre los de ella al instante.

– Me salvaste la vida -dijo con gravedad.

Su voz fue áspera.

– No me recuerdes lo cerca que estuve de perderte. Nunca, en toda mi vida, voy a olvidar el terror que sentí cuando te vi precipitarte hacia ese muro.

– Sé que era una tontería -admitió ella-. Pero de alguna manera no podía pensar en eso. Todo era tan desgarrador y un desperdicio tan trágico para todos ellos. Deseaba tanto detenerlo, cambiarlo…

– Sí, lo sé. Pero sucedió, cielo. Nadie puede cambiarlo ahora.

– Si sólo Linette no hubiera huido. Si tan sólo se hubiera enfrentado a Parker y le hubiera pedido una explicación.

Richard vaciló, luego habló muy deliberadamente.

– Si lo hubiera hecho, Parker podría no haber muerto. Pero su amor hubiera cambiado para siempre por la sospecha. Era, después de todo, su palabra contra la de Miriam, que lo que Linette vio era una mentira. Él no tenía ningún testigo, nadie que diera un paso adelante y la llamara mentirosa. Linette nunca hubiera sido capaz de perdonar a Parker. Por su traición.

Los ojos graves de Antonia examinaron cada una de sus rasgos como si nunca los hubiera visto antes. Todavía estaba tratando de conciliar dos hombres diferentes y la única manera que podía hacerlo era aceptar la posibilidad de que uno de esos hombres había sido una mentira, una creación.

¿Quién iba a decir que una mujer no podía ir a los extremos con el fin de conseguir -o mantener- al hombre que ella quería? Miriam lo había hecho. Y al hacerlo, había causado la muerte de Parker.

Claire Dalton bien podría haber hecho todo lo que estaba en su poder para mantener a Richard Allerton para sí misma. Podría haber contratado un ladrón para entrar su casa, por codicia o venganza porque él se había alejado de ella. Encontrar el reloj de bolsillo podría haber sido pura casualidad, y ya que el botón había sido grabado con las iniciales de Antonia, no habría sido difícil darse cuenta de que Richard había fabricado él mismo un recuerdo.

Una mujer incluso podría haber adivinado la forma en que ese botón había llegado a perderse.

Después de todo, la Señora Dalton ¿qué tenía que perder con sus mentiras? Si Richard realmente hubiera terminado su compromiso, podría haber creído que había una posibilidad que regresaría a ella una vez que su prometida estuviera fuera del camino… y podría haber imaginado que una joven como Antonia probablemente rompería el compromiso en una explosión de emoción y huir. Richard podría haber vuelto a su amante por la ira.

No había realmente, Antonia se dio cuenta de repente, otra razón lógica por las cuales la señora Dalton la hubiera visitado, o dicho las cosas que había dicho, a excepción del rencor o el deseo de recuperar algo que había perdido. Si su relación con Richard hubiera sido tan sólida como había dicho que era, nunca la habría puesto en peligro por ir donde Antonia. El resultado, como cualquier persona razonable podría haber adivinado, había sido un escándalo y un duro golpe al orgullo de Richard, ninguno de los cuales era una cosa que algún hombre agradecería que su amante invitara a entrar en su vida.

– ¿Toni?

Se dio cuenta de que había estado en silencio durante mucho tiempo, y que él la miraba fijamente.

– He dicho mucho sobre la confianza rota, ¿no? -dijo ella-. Pero la verdad es que si yo hubiera confiado en ti como yo decía, al menos habría escuchado tu versión de los hechos. Lo siento, Richard. Debería haberte escuchado y debería haberte creído.

– ¿Me crees ahora?

Antonia asintió con la cabeza, y la resistencia dentro de ella desapareció tan fácil como eso. Ella le creía porque lo amaba y aceptaba su honestidad. Y porque, después de lo que había sido testigo esta noche, ella sabía la locura de confiar en sus propios ojos y oídos para decirle… toda la verdad. A veces, sólo el corazón puede saber eso.

– Sí. Sí te creo.

Fue a sus brazos con entusiasmo, empujando las voluminosas colchas para poder sentir la fuerza dura de su cuerpo contra el suyo. La besó con intenso deseo, un poco rudamente porque el temor de haber estado a punto de perderla todavía estaba con él, y ella respondió a su pasión como siempre lo había hecho.

Fue mucho tiempo después, que Antonia yació junto su duque en la cama caliente. Cuando el sueño tiró de ella, pensó en una pregunta sin respuesta.

– ¿Richard? En el libro, ¿dice lo que le pasó a Miriam?

La atrajo un poco más cerca y suspiró, acariciándole el pelo caído.

– Sí, sí. Seis meses después de la muerte de Parker, se tiró del mirador.

Antonia no se sorprendió por la información, y le prestó poca atención. Sus pensamientos se dirigieron a Linette y Parker, y a su hija Mercy. Tal vez los tres habían sido condenados a unas vidas breves y a la angustia, pero todos ellos habían conocido el amor. Y todos ellos se negaron a dejar completamente de lado la vida. ¿Era eso una prueba de amor? ¿De tragedia? ¿De familia?

Ella no lo sabía. Pero estaba profundamente agradecida de que le hubieran dado la oportunidad de aprender algo de una antigua tragedia, y aún más agradecida de que su propia creencia errónea de una traición no hubiera exigido un precio tan alto del hombre que amaba.

A diferencia de Linette, le habían dado una segunda oportunidad. Y tenía la intención de sacar el máximo partido de ella.

– Feliz Navidad, amor -dijo Richard, presionando un tierno beso en su frente.

Antonia tuvo una visión intermitente de futuras fiestas llenas de felicidad, de risas, de deliciosos gritos de niños. Tal vez, pensó, sonidos de vida y amor llenarían este castillo un día. Ella tenía la intención de asegurarse de eso, porque ahora el castillo se sentía como un hogar para ella. Además, ella y Richard tenían una deuda que pagar. Tal vez sólo la satisfacción de sus descendientes pondría a los espíritus inquietos de la familia Wingate a descansar.

Tal vez.

Acurrucándose contra su prometido, Antonia se preguntó soñolienta cuántos Wingates habrían ocupado esta cama en los últimos años, y si alguno de ellos los visitarían de vez en cuando. Sería desconcertante despertar con un fantasma en la propia cama. Pero Antonia no le inquietaba en particular esa posibilidad, y parecía demasiado problema preocuparse por ello… o advertir a Richard.

– Feliz Navidad, querido -murmuró ella.


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