Al caer la tarde siguiente, Gracie y Bobby Tom estaban sentados en la última fila de las gradas de madera del Instituto de Telarosa, mirando el campo vacío de fútbol.
– No me puedo creer que nunca fueras a un partido de fútbol en secundaria -dijo él.
– Había mucho que hacer en Shady Acres por las tardes. Era difícil poder salir. -Incluso a sus oídos, sonaba tensa. El día anterior, en el cañón, él había dicho que esa noche sería la noche en que acabarían lo que habían comenzado y ella estaba tan nerviosa que apenas podía soportarlo. Al mismo tiempo, él estaba tan frío y controlado como siempre. Quería matarlo.
– Parece como si no te hubieras divertido demasiado de niña. -Rozó el costado de su pierna y ella dio un brinco. La miró con aire inocente, luego se estiró para coger un muslo de pollo del envase que había comprado para comer, junto con patatas fritas, ensalada y pan de ajo.
Quizá su roce había sido accidental. Por otra parte, conociéndolo como lo conocía, era muy posible que él deliberadamente la estuviera distrayendo. Debía saber que ella estaba impaciente desde que había abierto la puerta de su pequeño apartamento y lo había visto de pie al otro lado con unos vaqueros, el stetson, y una camiseta descolorida de los Titans del Instituto de Telarosa que podía tener sus buenos quince años, y que en aquel tiempo podría haber quedado perfecta sobre sus espectaculares pectorales, pero ahora, definitivamente le apretaba. Como Bobby Tom siempre llevaba la ropa impecable, supo que vestir la desgastada camiseta era intencionado. Formaba parte de su intento de recrear una cita de secundaria.
Ella mordisqueó una patata frita y cuando él apartó la mirada, la metió por la abertura debajo de sus piernas y la dejó caer al suelo bajo las gradas, su estómago estaba demasiado agitado para comer.
– Lo echas de menos, ¿verdad?
– ¿El instituto? Para nada. Fueron los deberes lo que puso en un serio aprieto mi vida social.
– No hablo de deberes. Hablo del fútbol.
Él se encogió de hombros y lanzó el hueso de pollo al envase, rozándola con el brazo de camino. Ella sintió como si una onda expansiva la atravesara.
– Tarde o temprano, tenía que dejarlo. Un hombre no puede jugar siempre a la pelota.
– Ya, pero tú no habías planeado dejarlo tan pronto.
– Quizá me dedique al entrenamiento. Aquí entre nosotros, he hablado con un par de personas. Entrenar será probablemente el paso siguiente.
Ella esperaba oír algún entusiasmo en su voz, pero no oyó ninguno.
– ¿Qué piensas de tu carrera como actor?
– Tiene partes buenas. Me gustan las escenas de acción. -Torció su boca irritado-. Pero te aseguro que me alegraré mucho cuando acabemos con la escena de amor. ¿Sabes que hoy esperaban en serio que me quitara los pantalones?
Ella sonrió a pesar de su agitación.
– Estaba allí, ¿recuerdas? Y también cuando acabaste con toda la cara roja, sacudiendo la cabeza y atragantándote. Creo que ni Willow, ni el director, ni nadie, tenía la más leve idea de lo que decías.
– ¿Tendría que haberme quitado los pantalones?
– Lo hizo la pobre Natalie.
– Desnudarse forma parte de la vida de una mujer. Cuanto antes lo aceptan, más felices son. -Palmeó su rodilla desnuda, haciendo que una oleada de deseo la atravesara cuando dejó la mano allí un segundo más de lo necesario.
Le costó todo su autocontrol no responder al cebo que le puso. No era que ella no tuviera los nervios de punta por todos esos jueguecitos, pero se sentía notablemente tolerante con él, a pesar de su tortura sensual. La había emocionado su comportamiento con Natalie durante los últimos dos días, cuando habían rodado la escena de amor. Natalie había seguido teniendo subidas de leche, la mayoría de las veces encima de él, hasta el punto que Natalie habia pasado tanta vergüenza que había estallado en lágrimas. Bobby Tom había sido un perfecto caballero, bromeando con ella hasta conseguir que se relajara y haciéndola sentir como si ese tipo de cosas pasara cada dos por tres, como si cualquier día no estuviera completo sin eso, como si él encontrara agradable que le mojaran el pecho con leche materna.
Algunas veces su habilidad para disfrazar sus verdaderos sentimientos la asustaba. Nadie debería tener tanto autocontrol. Ella ciertamente no lo hacía. Ahora mismo, sólo pensar en hacer el amor con él convertía sus entrañas en papilla.
Él dio ligeros toquecitos en su muslo desnudo con la servilleta, aunque ella no había dejado caer nada allí. Su pulgar pasó rozando el interior y ella contuvo el aliento.
– ¿Pasa algo?
Ella rechinó los dientes.
– No… No… eh…, absolutamente nada. -La estaba reduciendo a ser una piltrafa emocional, con sus toquecitos, rozando la pierna cuando se movía, acariciando su pecho con el brazo cuando se inclinaba a coger un trozo de pollo. Cada uno de los contactos podía haber sido accidental, pero Bobby Tom no hacía nada por accidente, así que dedujo que estaba jugando con ella. Si por lo menos sacara el tema de lo que les depararía la noche, podría aclarar las cosas entre ellos y dejaría de estar tan a la expectativa. Lo sacaría ella misma, pero no tenía ni la más remota idea de cómo hacerlo.
Sacudió algunas migas de pan de sus blancos pantalones cortos para hacer algo con las manos. Había sido él quien le dijera que se pusiera pantalones cortos esa noche, y aunque no los veía demasiado apropiados, había accedido al recordar sus lisonjeros comentarios sobre sus piernas. También llevaba un jersey corto de algodón color turquesa que dejaba al descubierto la espalda en cuanto se inclinaba un poco hacia delante, algo, pensó, que no iba a escapar a la atención de Bobby Tom.
– Desearía que empezaras a ir a ver la proyección de los rodajes diarios -dijo ella, tratando de alejar su mente de su cuerpo caliente-. Quizá así, te entusiasmarías más con la película. Todos sabían que serías fotogénico, pero creo que nadie esperaba que actuaras tan bien como lo haces.
Varias veces ella había tenido oportunidad de sentarse con Willow, el director, y otros miembros de producción de Luna Sangrienta para previsualizar el rodaje del día. Bobby Tom tenía una presencia bastante tranquila en pantalla, parecía incluso como si no estuviera actuando. Actuaba de una manera sólida y comedida, a pesar del predecible guión.
En lugar de sentirse halagado por su alabanza, él frunció el ceño.
– Por supuesto que soy bueno. ¿Acaso piensas que me habría prestado a algo así si creyera que lo podía hacer mal?
Ella lo observó con suspicacia.
– Desde el principio, has estado sorprendentemente confiado para no haber actuado nunca. -Entrecerró los ojos ante una idea repentina-. No sé de qué me extraño, era de suponer. Es otro de tus trucos, ¿no?
– No tengo ni la más remota idea de lo que me hablas.
– Has tomado lecciones de interpretación.
– ¿Lecciones de interpretación?
– Ya me has oído. Has tomado lecciones de interpretación, ¿no es cierto?
Él se puso hosco.
– Puede que haya hablado con uno de mis colegas de golf mientras jugamos, pero nada más. Un par de conversaciones no son precisamente lecciones. Un par de ideas entre hoyo y hoyo. Eso es todo.
No había desviado sus sospechas ni un poquito y le lanzó su mirada acerada.
– ¿Y quién es ese misterioso colega de golf?
– ¿Qué más da?
– Bobby Tom…
– Puede que haya sido Clint Eastwood.
– ¡Clint Eastwood! ¡Te ha dado lecciones de interpretación Clint Eastwood! -Ella puso los ojos en blanco.
– Eso no significa que tome en serio este asunto. -Caló el sombrero unos centímetros más en la frente-. Hacerle el amor a mujeres que no me atraen no es la idea que tengo de cómo pasar el resto de mi vida.
– Me gusta Natalie.
– Está bien, supongo. Pero no es mi tipo.
– Quizá sea porque es una mujer y no una chica.
Su expresión se volvió beligerante.
– ¿Y eso que se supone que significa?
Su crispación la molestó.
– El hecho indiscutible es que no tienes el mejor de los gustos en lo que a mujeres se refiere.
– Eso es mentira.
– ¿Alguna vez has salido con una mujer que tenga más coeficiente intelectual que talla de sujetador?
Los ojos de Bobby Tom bajaron hasta sus pechos.
– Puede que algo más grande.
Ella pudo sentir como sus pezones se tensaban.
– Yo no cuento. Oficialmente no estamos saliendo.
– Te olvidas de mi relación con Gloria Steinem.
– ¡Jamás has salido con Gloria Steinem!
– Eso tú no lo sabes. Y el hecho de que estemos comprometidos no te da derecho a decir que tipo de mujeres me atraen.
Él contestaba con evasivas. Rozó su pantorrilla desnuda con su pierna, y a Gracie se le puso la piel de gallina. Ya que no iba a llegar más lejos por ese camino, optó por atacar desde otro frente.
– Parece que tienes cabeza para los negocios. Quizá serías más feliz dedicándote a eso en vez de actuar. No sabía que habías emprendido varios negocios con éxito. Jack Aikens me ha dicho que naciste con una especie de don.
– Nunca me costó ganar dinero.
Ella nunca había oído menos entusiasmo, y mientras tiraba otra patata frita bajo las gradas, intentó descubrir por qué. Bobby Tom era inteligente, guapo, encantador y parecía poder realizar con éxito cualquier cosa que se le pasara por la cabeza. Excepto lo único que quería, jugar al fútbol. Le vino el pensamiento que desde que lo conocía, nunca lo había oído quejarse de la manera brutal en que había acabado su carrera. No era quejica por naturaleza, pero sospechaba que se sentiría mejor si pudiera desahogarse.
– Parece que te guardas demasiado las cosas. ¿No sería mejor que hablases de lo que te sucedió?
– No me psicoanalices, Gracie.
– No lo pretendo, pero terminar tu carrera tan repentinamente ha debido de ser muy duro para ti.
– Si estás esperando que comience a quejarme porque ya no puedo jugar, ya puedes olvidarte. Tengo más de lo que la mayor parte del mundo podría soñar y la autocompasión no entra en mi lista de virtudes.
– Nunca he conocido a alguien menos propenso a la autocompasión que tú, pero tu vida siempre ha girado entorno al fútbol. Es natural que tengas un sentimiento de pérdida. Realmente tienes derecho a estar amargado por lo que sucedió con tu carrera.
– Díselo a alguien que no tenga trabajo, o que no tenga hogar. Te apuesto algo que se cambian por mi sin dudar.
– Si sigues esa lógica, entonces nadie que tenga comida y casa debería sentirse infeliz por nada. Pero la vida es algo más que eso.
Él se pasó una servilleta por los labios, rozando su pecho con el codo al hacerlo y provocando una reacción en cadena de sensaciones en su interior.
– Gracie, no te ofendas, pero vas camino de matarme de aburrimiento con este tema.
Ella le lanzó una mirada de reojo, tratando de saber si la caricia había sido deliberada o no, pero no le dio ninguna pista.
Él estiró la pierna para meter la mano en el bolsillo de sus vaqueros, y la tela se tensó sobre sus caderas. Sintió el pulso latiendo en la garganta.
– Me has entretenido tanto que casi olvidaba algo que quería hacer esta noche. -Sacó algo en el puño cerrado-. Para reconstruir desde el principio tu relación con el otro sexo, tendríamos que empezar por jugar a los médicos detrás del garaje, pero creí que era mejor que nos saltasemos esa parte y empezaramos por secundaria que es cuando las cosas se ponen más interesantes. Sherri Hopper nunca me devolvió mi anillo de secundaria tras terminar nuestra relación, así que tendremos que arreglarnos con esto. -Abrió su mano.
En la palma reposaba el anillo más grande que había visto nunca. Rodeadas de llamativos diamantes blancos y amarillos, brillaban tres estrella azules. El anillo estaba ensartado en una pesada cadena de oro que él pasó por su cabeza.
El anillo cayó con un ruido sordo entre sus pechos. Ella lo cogió, y bizqueó ligeramente al mirar hacia abajo.
– ¡Bobby Tom, éste es tu anillo de la Super Bowl!
– Buddy Baines me lo devolvió hace un par de días.
– ¡No puedo llevar tu anillo de la Super Bowl!
– No veo porqué. Uno de los dos tiene que hacerlo.
– Pero…
– La gente del pueblo va a sospechar si no tienes un anillo. Así todos lo verán. Aunque vete con tiempo cuando bajes al pueblo. Todos se lo van a querrer probar.
¿Cuántos golpes había recibido para ganarlo? ¿Cuántos huesos se habría roto o cuantos tirones musculares habría resistido? A los treinta, finalmente llevaba el anillo de un hombre. Y menudo anillo.
Como se recordó a sí misma sólo lo tenía por ahora. Recordó las sensaciones que había experimentado de adolescente, cuando las chicas de su clase llevaban colgando de una cadena el anillo de un chico. Cuánto había deseado uno.
Luchó por contener la emoción. Esto sólo era una farsa y no debía de dejar que significara tanto para ella.
– Gracias, Bobby Tom.
– Por lo general, en un momento como este, un chico y una chica sellarían el acontecimiento con un beso, pero, hablando con franqueza, te excitas demasiado rápido como para hacerlo en público, así que lo pospondremos hasta que tengamos un poco más de privacidad.
Ella lo apretó firmemente en la palma de su mano.
– ¿Fuiste dando tu anillo de secundaria sin ton ni son?
– Sólo dos veces. Creo que ya mencioné a Sherri Hopper, pero Terry Jo Driscoll fue la primera chica que amé. Ahora es Terry Jo Baines. Por cierto estás a punto de conocerla; le dije que trataríamos de pasar por su casa esta noche. Su marido, Buddy, era mi mejor amigo en secundaria, y Terry Jo se pondrá realmente pesada si no te conoce de una vez. Por supuesto, si tienes algún motivo para no querer ir… -la miró de reojo-…podemos posponer la visita hasta mañana.
– ¡Esta noche es perfecto! -Tenía la garganta seca y la voz sonó aguda. ¿Por qué él estaba prolongando su agonía de esa manera? Tal vez había cambiado de idea y no quería hacer el amor con ella. Quizá sólo trataba evadirse de ella.
Su brazo rozó la piel desnuda justo encima de su cintura cuando se estiró hacia la bolsa que habia había dejado sobre el asiento detrás de ella. Ella dio un salto.
La miró, sus ojos azules eran inocentes como los de un bebé.
– Te ayudaré a recoger esto.
Sonriendo con picardía, él empezó a recoger los restos de su cena y a meterlos en la bolsa, tocándola aquí y allí durante todo el proceso hasta que ella tuvo toda la piel de gallina. Se dio cuenta de que él sabía exactamente lo que estaba haciendo. Deliberadamente la estaba llevando a la locura.
Diez minutos más tarde, estaban siendo conducidos a la desordenada sala de estar de una pequeña casa de una planta por una mujer gordita, pero aún guapa, con la cara lavada y el pelo rubio teñido, que vestía una malla roja, un top blanco y un par de sandalias gastadas. Parecía alguien que había sido golpeada por la vida pero que no había permitido que eso la afectara, además su afecto por Bobby Tom era tan transparente y honesto que a Gracie le gustó de inmediato.
– Ya era hora de que Bobby Tom te trajera a conocernos. -Terry Jo apretó la mano de Gracie-. Joder, todos los del pueblo se quedaron muertos cuando oyeron que finalmente lo habían cazado. ¡Jo-leen! ¡Te he oido, deja los Little Debbies [16] en este mismo momento! -Señaló desde la sala de estar, limpia pero desordenada, hacia la cocina-. Esa es Joleen, nuestra hija mayor. Su hermano Kenny está con sus amigos esta noche. ¡Buddy! ¡Bobby Tom y Gracie están aquí!¡Buu-ddyyy!
– Deja de gritar, Terry Jo. -Buddy entró tranquilamente en la sala de estar desde la cocina, pasándose una servilleta sobre la boca, haciendo que Gracie sospechara que había sido él, y no su hija, quien había ido por los Little Debbies.
Ella había conocido brevemente a Buddy Baines cuando llevó el Thunderbird al taller a poner ruedas nuevas. Como la casa donde vivía, estaba un poco dejado. Con su pelo negro y la piel morena, todavía era un hombre de buen ver, pero algo de grasa se había acumulado en su cintura y formaba una doblez. Bueno, lo podía imaginar en secundaria, totalmente opuesto a Bobby Tom, moreno en vez de rubio. Los tres -Bobby Tom, Buddy y Terry Jo- debían haber sido algo digno de ver.
Después de que Joleen hubiera entrado corriendo para darle un húmedo y entusiasmado beso a su Tío Bobby Tom, Terry Jo llevó a Gracie a la cocina para que la ayudara a llevar unas cervezas y patatas fritas. A Gracie no le apetecían, pero no tuvo corazón para negarse a la alegre hospitalidad de Terry Jo. Se había metido el anillo de Bobby Tom bajo el jersey y anidaba entre sus pechos. Lo tocó mientras estudiaba la cocina. Estaba tan limpia y desordenada como la sala, con los dibujos de los niños pegados a la nevera por imanes con versos de la Biblia y un montón de periódicos apilados en el suelo al lado de un cuenco de perro con agua.
Terry Jo mantuvo abierta la puerta de la nevera con la cadera mientras comenzaba a coger latas de cerveza y se las pasaba a Gracie.
– El alcalde Luther Baines es el padre de Buddy y me ha dicho que te diga que tienes un puesto en el comité de “la casa de Bobby Tom”. Tienes una reunión el lunes a las siete. Si quieres pasar por aquí y recogerme, podemos ir juntas.
Gracie la observó con alarma mientras apretaba cuatro latas frías de cerveza contra su pecho.
– ¿El comité de “La casa de Bobby Tom”?
– Para el Festival de Heaven. -Cerró la puerta del refrigerador, tomó una bolsa de patatas fritas del mostrador, y las vertió en dos tazones de plástico azul-. Sé que Bobby Tom te ha dicho que el pueblo compró la casa donde creció. Estará dedicada a él, pero aún necesitamos algo de ayuda para que esté lista a tiempo.
Gracie recordó la opinión de Bobby Tom sobre convertir la casa de su infancia en una atracción turística.
– No sé, Terry Jo. A Bobby Tom no le gusta eso demasiado.
Terry Jo tomó dos de las cervezas y le dio a Gracie uno de los tazones de patatas fritas.
– La inaugurará. Es sobre Bobby Tom. Y sabe todo lo que le debe al pueblo.
Gracie no creía que Bobby Tom debiera nada al pueblo, pero como ella era de fuera, tenía un punto de vista diferente al de los residentes allí.
Cuando las mujeres regresaron a la sala de estar, Buddy y Bobby Tom discutían sobre las posibilidades de los Chicago Stars de ganar otra Super Bowl. Bobby Tom cruzó un tobillo sobre la rodilla contraria y descansó su stetson sobre la pantorrilla. Gracie se dirigió al sofá y le dio una cerveza. Sus dedos rozaron los suyos y sintió un hormigueo subiendo por el brazo. La miró con esos ojos azul oscuro y se le aflojaron las rodillas.
Cuando colocó el tazón de patatas fritas sobre la mesa de café y tomó asiento al lado de él, se dio cuenta que Buddy la observaba con abierto interés. Ella sintió sus ojos moviéndose sobre sus pechos y bajando por sus piernas desnudas. Cuando Bobby Tom la miraba así, se le ponía la piel de gallina, pero el escrutinio de Buddy la avergonzó. Si hubiera sabido que iban a detenerse allí, habría ignorado la petición de Bobby Tom y se habría puesto otra ropa.
Buddy tomó la cerveza que le ofrecía su esposa y, reclinándose en el sillón de vinilo miró a Bobby Tom.
– ¿Cómo llevas no jugar la pretemporada? Es la primera vez en… ¿cuántos años?
– Trece.
– Debe ser duro. Batiste algunos records, pero si hubieras continuado, podrías haber hecho alguno más.
Buddy estaba vertiendo sal deliberadamente en las heridas de Bobby Tom, y Gracie esperó que Bobby Tom saltara con uno de sus comentarios sarcásticos. Pero se encogió de hombros y tomó un sorbo de su cerveza. Se sintió extrañamente protectora con él. Aquí, entre sus amigos de infancia, parecía vulnerable.
Impulsivamente, se inclinó y palmeó el muslo de Bobby Tom sobre los vaqueros. Los músculos bajo su palma se sentían duros y tensos.
– Estoy segura que la mayor parte del pueblo agradecen que haga la película en vez de estar en la pretemporada. Windmill está inyectando mucho dinero en la economía local. Pero, no sé ni por qué te digo esto, Buddy. Tu taller recibe todos los vehículos de Windmill, ¿no es cierto?
Buddy se ruborizó. Bobby Tom la miró evaluándola. Ella palmeó su muslo otra vez como si tuviera derecho a tocarle cualquier parte del cuerpo cuando quisiera. Terry Jo rompió lentamente el silencio informando sobre el progreso de los diversos comités del Festival de Heaven y acabó anunciando que Gracie había sido incluida en el comité de “La casa de Bobby Tom”.
Bobby Tom entrecerró los ojos.
– Dije a Luther que no se le ocurriera contar conmigo, ni tampoco con Gracie. Es una idea estúpida y a quien quiera que se le ocurrió debería ir a que le examinaran la cabeza.
– Fue idea de Luther – dijo Buddy agresivamente.
Bobby Tom miró su lata de cerveza.
– Es lo mismo.
Gracie esperó que Buddy saliera en defensa de su padre, pero en vez de hacerlo, gruñó y tomó un montón de patatas fritas del tazón que tenía más cerca. Con la boca llena, miró a Gracie.
– En el pueblo se sorprendieron cuando oyeron lo vuestro. No eres el tipo de Bobby Tom.
– Gracias -contestó Gracie cortésmente.
Bobby Tom se rió entre dientes.
Buddy la estudió más estrechamente, luego se volvió a Bobby Tom.
– ¿Cómo ha tomado Suzy tu compromiso? ¿O está demasiado ocupada con su nuevo novio para prestar atención?
– ¡Buddy, cállate! -exclamó Terry Jo-. No lo sabes con certeza. Y no hay necesidad de decir nada que probablemente no sea más que un chisme.
– ¿Qué sucede? -preguntó Bobby Tom-. ¿De qué habláis?
Buddy se llenó la boca con otro puñado de patatas fritas.
– Díselo tú, Terry Jo. A mi no me creerá.
La lata de la cerveza de Terry Jo sonó al chocar con su anillo de boda mientras la rodaba entre las palmas de sus manos.
– Es simplemente un rumor. Probablemente no es nada.
– Si tiene que ver con mi madre, quiero saberlo.
– Bueno, Angie Cotter habló con Nelly Romero, ya sabes como es, no se podría callar aunque su vida dependiera de ello. Pero la mitad de lo que dice no es cierto. El mes pasado me vio ir a la panadería con una camisa vieja de Buddy y lo siguiente que supe fue que le había dicho a medio pueblo que estaba embarazada otra vez. Así que seguro que es algo por el estilo.
Bobby Tom la miró con gravedad.
– Dime lo que dijo.
– Bueno, el rumor dice que Suzy anda con Way Sawyer.
– ¿Qué? -Bobby Tom se rió-. Este pueblo es increíble. Algunas cosas no cambian nunca.
– Ves, Buddy, te dije que era mentira.
Buddy se inclinó hacia delante.
– Angie dice que vio al chófer de Way Sawyer recogiendo a Suzy en su casa hace algunas semanas. Si eso es cierto, a tu madre no le quedará ni un amigo en el pueblo.
– Yo -dijo Terry Jo-. Quiero a Suzy, y estaré de su lado, pase lo que pase.
Gracie se dio cuenta que se había olvidado mencionarle a Bobby Tom su encuentro en la carretera con Way Sawyer, pero ahora no parecía ser el momento adecuado para hacerlo. Le había gustado el Sr. Sawyer. No todo el mundo se habría detenido para ver si necesitaba ayuda y la incomodaba oírles hablar así de él.
Bobby Tom estiró el brazo sobre el respaldo del sofá, tocando los hombros de Gracie, luego lentamente metió el pulgar por el cuello de su jersey y lo movió sobre su clavícula. Se erizó la piel de su pecho y ella temió que la reacción de los pezones la delataran, la tela del jersey era sumamente reveladora para todos. El rubor cubrió sus mejillas.
Bobby Tom continuó acariciándola.
– Estoy seguro que ella apreciaría tu lealtad, Terry Jo, pero no será necesaria. Mi madre adora este pueblo, y te puedo ga-ran-ti-zar que ni pensaría en estar en compañía de ese hijo de puta.
– Eso es lo que dije a todo el mundo -dijo Terry Jo-. Honestamente, Bobby Tom, yo no sé cómo nos mantendremos después de que Tecnologías Rosa se vaya del pueblo. Son el pueblo. Si el Festival de Heaven no nos incluye en el mapa del turismo, podemos cerrar la calle Mayor.
Bubby se limpió las migas de patatas.
– Luther dice que Michael Jordan jugará en el torneo de golf de las estrellas con toda seguridad.
Los ojos de Bobby Tom tenían una expresión vaga que Gracie sospechaba que significaba que no había invitado a toda esa gente como había prometido. Mientras intentaba escaparse de su atención, pensó que no era un descuido casual. Intentó desembarazarse sin éxito de la mano que acariciaba deliciosamente su cuello.
– No con toda seguridad -dijo-. Fijo.
– Si Jordan viene, traerá un montón de turistas. ¿Cuántos de los Cowboys traerás además de Aikman?
– Aún tengo que concretarlo. -Bobby Tom sacó la mano del cuello de Gracie y cogió el stetson. Cuando se puso de pie, la arrastró con él-. Gracie y yo tenemos que irnos. Le prometí que escogeríamos los nombres de todos nuestros hijos esta noche. Ahora mismo le gusta Aloysius para nuestro primer niño y tengo que quitarle esa idea de la cabeza.
Gracie casi se atragantó con la patata frita que estaba tragando.
Terry Jo le brindó un gesto inconfundible de amistad al decirle a Bobby Tom que que consideraba Aloysius un nombre perfecto. Los buenos modales obligaron a Gracie a darle las gracias para diversión de Bobby Tom. Le palmeó el trasero y comenzó a sonrojarse otra vez. Su mano permaneció allí mucho tiempo y ella apenas pudo pensar en cómo despedirse. La poca comida que había consumido esa noche había formado una bola de nervios en su estómago.
El silencio se alargó entre ellos mientras él daba marcha atrás por el camino de acceso y enfilaba la Calle Mayor. Ella retorció las manos en su regazo. Pasaron los segundos. Él empezó a manipular la radio.
– ¿Prefieres rock o country? ¿O quizá música clásica?
– Me da igual.
– Pareces disgustada. ¿Pasa algo?
Su pregunta era tan inocente, tan completamente carente de malicia que ella supo que la provocaba deliberadamente. Rechinó los dientes.
– Música clásica estaría bien.
– Lo siento. Esa emisora no se pilla demasiado bien de noche.
Gracie explotó. Cerrando las manos en puños, comenzó a chillarle.
– ¿Qué estás tratando de hacerme? ¿Me estás sacando deliberadamente de quicio? No importa. No me contestes. Sólo llévame a casa. ¡En este mismo minuto!
Él le dirigió una sonrisa satisfecha, como si ella hubiera hecho algo que le complacía enormemente.
– Por el amor de Dios, Gracie, estás hecha un manojo de nervios. Cariño, no creo que duela, si es eso lo que te preocupa. Claro que no soy ginecólogo, pero tienes ya treinta años y puede que tu himen, aunque estuviera allí cuando eras más joven, a lo mejor a estas alturas ya se ha evaporado.
– ¡Ya basta! ¡Déjame salir de aquí ahora mismo! ¡No te aguanto un minuto más! -Aunque ella nunca había sido una gritona, se sintió muy bien al chillarle-. ¡Puede que pienses que eres gracioso, pero no lo eres! Y no eres sexy, que lo sepas, a pesar de todo lo que esas mujeres te digan. Das lástima, eso es. ¡Feo, estúpido y digno de lástima!
Él se rió entre dientes.
– Sabía que esta noche lo pasaríamos bien.
Ella apoyó los codos en sus rodillas desnudas y descansó la frente en la palma de sus manos, bajando los hombros bruscamente.
Él metió la mano bajo su jersey y palmeó su espalda.
– Está bien, cariño. Parte de la diversión es la anticipación. -Paseó las yemas de sus dedos por los nudos de su columna vertebral.
– No quiero anticipación -gimió ella-. Quiero que empecemos de una vez para poder terminar ya.
– Querida, empezamos hace un par de horas. ¿Aún no te has dado cuenta? Sólo porque llevemos puestas todavía nuestras ropas, no quiere decir que no hayamos empezado desde el mismo momento en que te subiste a la camioneta esta noche. -Dibujó círculos sobre los relieves de su columna.
Ella giró la cabeza para mirarle. Él sacó la mano de su jersey y le sonrió. Ella imaginó ver ternura en sus ojos, pero debía ser sólo porque era lo que deseaba ver. La camioneta comenzó a rebotar y se enderezó.
– ¿Dónde estamos?
– En el río. Te dije dónde iríamos, como en secundaria. Gradualmente, cariño, para que no te sientas defraudada. Aunque si fueramos estrictos en eso, primero tomaríamos un helado en el Dairy Queen, pero si te digo la verdad, creo que no puedo tener las manos alejadas de ti ni un minuto más. -Él detuvo la camioneta, apagó el motor y los faros, luego bajó la ventanilla. Entró la fresca brisa de la noche y ella oyó el sonido de agua corriendo. A través del parabrisas, la luz de la luna iluminaba las hojas de pacana y los cipreses que crecían en la ribera.
Ella tragó.
– Hemos venido aquí, para… Ya sabes… Aquí. ¿En la camioneta?
– ¿Quieres que te dé el orden del día?
– Bueno, yo…
Él sonrió y se quitó el sombrero.
– Ven aquí, Gracie Snow. Llegó el momento.