1234Bobby Tom se preparaba para dejar el plató ese día cuando Connie Cameron se dejó caer en su caravana con dos botellas de cerveza fría en las manos. Era sábado, esa semana ya no rodarían nada más y esperaba el día libre con ilusión.
– Hoy ha hecho calor; Pensé que te gustaría compartir una cerveza fría.
La observó mientras terminaba de abotonarse la camisa. Se había pasado toda la semana o torturado por Paolo Méndez, el actor que hacía el papel de malo, o saltando al río con Natalie con la dinamita explotando a sus espaldas y no estaba de humor para ser seducido por nadie que no fuera Gracie. Sólo pensar en su dulce cuerpecito se ponía duro. Aunque ya había pasado un mes desde la primera vez que habían hecho el amor, no tenía bastante de ella.
– Lo siento, cariño, pero mi mujercita me espera en casa.
– Ojos que no ven, corazón que no siente. -Quitó las chapas de las dos botellas y le ofreció una.
Él la colocó sobre el mostrador mientras se metía la camisa por los vaqueros. La faldita elástica se subió por sus muslos cuando se apoyó en el respaldo del sofá. Tenía las piernas morenas, pero no parecían tan bien proporcionadas como las de Gracie.
– ¿Dónde se ha metido ella estos días? -Connie se abrió un boton de la blusa, como si tuviera mucho calor.
– Pues al teléfono o poniendo orden en el asilo. Está organizando el torneo de golf en mi lugar. Es un trabajo muy pesado.
– Te aseguro que lo puede manejar. -Tomó un sorbo de cerveza, luego levantó un pie y lo colocó bajo su trasero. En esa postura, le mostraba una buena vista de sus bragas púrpuras.
Ya que se exhibía, él miró, pero se sintió más irritado que excitado.
– Connie, ¿qué intentas? ¿Si estás comprometida con Jimbo, por qué andas revoloteando a mi alrededor?
– Me gustas. Siempre me has gustado.
– También me gustas. O por lo menos me gustabas.
– ¿Eso qué significa?
– Quiere decir que ahora mismo soy un hombre de una sola mujer. Y mientras lleves el anillo de Jimbo, pienso seriamente que deberías considerar ser mujer de un solo hombre.
– Tengo intención de ser una esposa buena y fiel, pero eso no significa que desperdicie una última oportunidad antes de caminar hacia el altar.
– No conmigo.
– ¿Desde cuando eres un jodido puritano?
– Desde que conocí a Gracie.
– ¿Qué le ves, Bobby Tom? Nadie lo entiende. Quiero decir, a todo el mundo le gusta y todo eso. Es simpática y la gente aprecía la manera en que se interesa por esos viejecitos de Arbor Hills. Siempre ayuda a todo el mundo. Caramba, incluso me ayudó a mi la semana pasada cuando Louann no apareció y eso que sabe que no la puedo ver ni en pintura. Pero baila de pena. Y aunque es mona, a ti siempre te han gustado las mujeres más exuberantes.
Ella mostró su cuerpo exuberante para asegurarse que sabía a que se refería. Se le ocurrió que Gracie tenía algo que Connie no tenía. Tenía escrúpulos.
Y tambien era terca como una mula y lo estaba volviendo loco. El dinero que ella guardaba en el cajón de su escritorio era un ejemplo. No era más que calderilla en su bolsillo, pero con ella era imposible tratar ese tema. Él ya sabía que no era como todas esas sanguijuelas que se aprovechaban de él, ¿por qué no dejaba que le regalara cosas? A pesar de lo bien que lo conocía, no parecía entender que él era siempre quien daba, y que cualquier otra cosa lo hacía sentir incómodo. El desasosiego lo embargó cuando recordó que ella no sabía quien pagaba su sueldo, pero se dijo a sí mismo que eso no era motivo de preocupación. Debería asegurarse que nunca se enteraba, eso era todo.
Connie lo miró con suspicacia.
– Otra cosa que mosquea a la gente… Gracie no parece saber demasiado de fútbol para ser alguien que se supone que pasó tu examen de fútbol.
– Hice algunas concesiones.
Ella se levantó de un salto del sofá ante la afrenta.
– ¡Eso no es justo! Las mujeres siempre han contado con tu imparcialidad cuando haces el examen.
Él se percató demasiado tarde que había cometido un error táctico.
– He sido justo. Eso fue porque llevaba tiempo bajando el nivel.
Eso pareció tranquilizarla. Él observó con recelo cómo ella posaba la cerveza sobre el suelo y con pasos lentos se aproximaba hacia él, apresándolo con sus ojos oscuros. Puede que fuera la mujer más bella de Telarosa, pero en ese momento no la encontraba ni la mitad de atractiva que a Gracie.
Un recuerdo particularmente tentador de los sonidos que Gracie había hecho en su oído la noche anterior surgió en su mente. Estaba seguro que sin lugar a dudas se lo había pasado tan bien en la cama con alguna otra mujer, pero aunque su vida dependiera de ello, no se acordaba de cuándo o con quién. Gracie estaba llena de sorpresas. Mostraba una irresistible combinación de pasión e inocencia, reticencia e intrepidez. Cuando hacían el amor, ella era tan innovadora que tenía que recordarse constantemente que era una novata en las artes amatorias y que era su primer amante. Sospechaba que no tendría esa reacción tan fuerte ante ella si no hubiese padecido tal abstinencia sexual después de su lesión, y más de una vez se había recordado que probablemente habría pasado lo mismo con cualquier otra mujer para retomar el control otra vez.
Cuando Connie envolvió los brazos alrededor de su cuello y presionó su boca contra la de él, tuvo la oportunidad de probar esa teoría, pero no le llevó más de diez segundos darse cuenta de que Connie no lo encendía. La agarró por los hombros y la separó firmemente de él.
– Cuando lo sepas, me dices que queréis de regalo de boda, ¿vale?
Contrajo los rasgos y supo que se sentía insultada, pero él no la había invitado y no le importó demasiado. Cogió las llaves del coche y el sombrero y se dirigió a la puerta que abrió para que ella saliera primero. Ella lo hizo sin chistar. Él se puso rápidamente el stetson y la siguió al exterior.
El jefe de policía, Jimbo Thackery, esperaba apoyado en el coche patrulla a no más de seis metros.
Connie no perdió el tiempo.
– Hola, Jim, cariño. -Se dirigió hacia él con la blusa desabotonada y le echó los brazos al cuello.
Jimbo se liberó de ella y le dirigió a Bobby Tom una mirada llena de celos.
– ¿Qué demonios sucede aquí? ¿Qué hacías con él?
Connie curvó los dedos posesivamente sobre su brazo.
– No te enfades, Jim. Bobby Tom y yo sólo estábamos tomando una cerveza. No pasó nada más, ¿no es verdad Bobby Tom? -Y le dirigió a Bobby Tom una sonrisita lenta y taimada que sugería que había ocurrido algo.
Bobby Tom los miró a los dos con cara de asco.
– Creo que nunca conocí a dos personas que se merecieran tanto la una a la otra.
Él se dirigió hacia su camionera. Jimbo se dirigió a él mientras se sentaba tras el volante. Los pequeños ojos del jefe de policía eran duros y significativos.
– Te estoy esperando, Denton. En el momento en que tires el papel de un chicle o escupas en la acera, yo estaré ahí.
– No escupo, Jimbo -dijo Bobby Tom-. A menos que te tenga delante.
Mientras se marchaba, miró el retrovisor y vió como Jimbo y Connie discutían a gritos. No sabía por cual de los dos sentía más pena.
Algo despertó a Gracie. Incluso tras un mes, aún no se había acostumbrado a pasar la noche en la cama de Bobby Tom y por una fracción de segundo, no supo dónde estaba. El destello de luz que llegaba desde el vestíbulo captó su atención al tiempo que se daba cuenta de que estaba sola en la cama.
Mientras colocaba los pies sobre el suelo y se ponía una bata, vio que eran las tres de la mañana. Ya era domingo y Bobby Tom y ella volarían a San Antonio con Natalie y su marido Anton, que estaba en el pueblo ese fin de semana, a primera hora de la mañana.
Pasó al vestíbulo y vio que la luz provenía del estudio. Se detuvo en la puerta. Bobby Tom estaba tumbado en un sillón situado de tal manera que no la podía ver cuando entró. Estaba despeinado y llevaba puesta una bata de seda marrón con antiguas monedas españolas impresas. La luz plateada provenía de la tele, donde él miraba un partido de fútbol sin voz.
Él pulsó un botón del mando a distancia y la imagen retrocedió, se dio cuenta de que lo que mantenía su atención era una cinta de video. Centró su atención en la pantalla y lo vio vistiendo el uniforme de los Stars.
El juego de luces y sombras se reflejaron sobre su rostro y marcaron sus pómulos mientras progresaba el juego. Bobby Tom corría hacia la línea de fondo. La pelota iba hacia él, pero parecía estar demasiado alta como para que la pudiera coger. Dio un salto en el aire con facilidad y pareció levitar allí, con cada músculo de su cuerpo estirado.
Se quedó sin respiración cuando vio como un jugador contrario cargaba hacia él. Bobby Tom estaba totalmente estirado y completamente vulnerable.
El golpe fue brutal. Al cabo de unos segundos, él yacía sobre el campo retorciéndose de dolor.
Él presionó el botón de rebobinado y cuando lo soltó comenzó de nuevo la jugada. Ella se tambaleó cuando se dio cuenta de que eso era lo que él había estado haciendo la noche que ella había visto luz en su estudio. Había estado sentado en la oscuridad volviendo a revivir la jugada que había acabado con su carrera.
Ella se debió mover o hacer algún tipo de ruido, porque él se giró hacia ella. Cuando la vio allí de pie, presionó otro botón para detener la cienta. La pantalla se volvió borrosa.
– ¿Qué quieres?
– Me desperté y no estabas.
– No quiero que me hagas preguntas. -Se levantó del sillón y lanzó el mando sobre el asiento.
– Me rompe el corazón pensar en ti aquí sentado, noche tras noche, viendo esa cinta.
– No sé de dónde sacas esas ideas. Ésta es la primera vez que he visto esa cinta desde que me lesioné.
– Eso no es cierto -dijo ella suavemente-. Puedo ver la luz desde la ventana de mi dormitorio. Sé que la miras muchas veces.
– Mejor ocúpate de tus propios asuntos.
Los tendones de su cuello sobresalían por la tensión, pero ella no podía echarse atrás en algo que era tan importante para él.
– Todavía eres joven. Es hora de que mires hacia delante en vez de mirar hacia atrás.
– Tiene gracia. No recuerdo haberte pedido consejo.
– Déjalo, Bobby Tom. -Impulsivamente, ella tendió la mano-. Me gustaría que me dieras esa cinta.
– ¿Por qué debería hacerlo?
– Porque te hace daño verla y es el momento de que dejes de hacerlo.
– No sabes lo que dices.
– Por favor dame la cinta.
Él señaló con la cabeza la televisión.
– Si tanto la deseas, coge esa maldita cosa, pero no comiences a actuar como si supieras lo que pienso, porque no lo sabes.
– Pero no te importará si te la guardo, ¿verdad? -Se dirigió a la tele y quitó la cinta del reproductor de video.
– Sólo porque llevemos acostándonos juntos algún tiempo no te da derecho para empezar a meterte en mi vida. Cuando una mujer se mete donde no le importa, la pongo de patitas en la calle, no te olvides. Voy a creer que esta conversación es el resultado de tu inexperiencia con los hombres.
Ella se negó a dejarse intimidar por su beligerancia porque entendía la causa. Había atisbado en lo más profundo de su alma y quería hacerla pagar. Le palmeó el brazo.
– Esto no ha sido una conversación, Bobby Tom. No has dicho nada importante.
Se deslizó tras él para entrar en el dormitorio y recoger su ropa, pero aún no había metido el video en el bolso cuando él apareció por la puerta.
– Quizá sea porque no he dicho nada sucio.
Tenía una sonrisa amplia y perezosa en la boca que no se correspondía con la mirada calculadora de sus ojos. Reconoció el esfuerzo que él estaba haciendo para que dejara de ver su yo interior utilizando su arma favorita, su calculado encanto.
Por un momento ella vaciló, indecisa sobre qué dirección tomar. ¿El que lo amara le daba derecho a romper los muros que protegían su privacidad cuando él estaba tan decidido en dejarlos en su lugar? Lo quería, pero el sentido común le dijo que él había erigido esos muros hacía mucho tiempo y ella no iba a derribarlos en una noche.
– No hables más, Gracie. -Se quitó la bata y luego se la quitó a ella. Esperaba que la llevara a la cama, pero la llevó de nuevo al estudio, donde se dejó caer en el gran sillón y la atrajo encima de él. Al cabo de unos minutos, le enseñaba otra manera más de hacer el amor. Pero ella no disfrutó tanto como lo habría hecho normalmente. Había demasiadas cosas entre ellos.
A la mañana siguiente, su vuelo a San Antonio resultó sin incidentes, y con Bobby Tom de guía, la primera parada fue naturalmente El Alamo. El santuario más importante de Texas se asentaba en medio de hamburgueserías y heladerías en el centro de la bulliciosa San Antonio. Mientras cruzaban la plaza hacia la misión de piedra, un predicador callejero anunciaba el fin del mundo al tiempo que grupos de turistas agarraban firmemente sus cámaras de video para filmar la fachada del edificio.
– Estás preciosa -murmuró Bobby Tom-. Lo digo en serio, Gracie. Tendré que encerrarte si te pones más bonita.
El calor se extendió por su cuerpo cuando él se inclinó y depositó un ligero beso sobre sus labios. Su manera de hacer el amor esa madrugada había sido carnal y sudorosa y de ninguna manera educada. No la había dejado llegar al orgasmo hasta que había murmurado una sarta de ordinarieces en su oído. En venganza, ella había esperado hasta a que se duchara y vistiera, y entonces lo había obligado a realizar el striptease más lento del mundo. Después de todo, ¿qué sentido tenía ser la amante de Bobby Tom Denton si no podía disfrutar mirando ese maravilloso cuerpo?
Delante de ellos, Natalie iba de la mano de su marido, Anton. La primera vez que Gracie vio a Anton Guyard, se sorprendió por el contraste entre el hombre de negocios de cara redonda que acababa de llegar de Los Angeles y su bella esposa, estrella de cine. Pero Anton era encantador e inteligente, aparte de estar profundamente enamorado de Natalie y ella obviamente adorarlo.
Bobby Tom apretó la mano de Gracie y apartó la vista del rebaño de turistas que habían comenzado a clavar los ojos en él. Era muy reconocible con una camisa del Oeste rosa con botones de perla y su omnipresente stetson. Gracie llevaba puesto un top en tonos ocres y una falda corta a juego, sandalias y dorados pendientes colgantes.
Delante de ellos, Natalie se volvió con expresión preocupada.
– ¿Estás seguro de que el busca que me diste funciona, Bobby Tom?
Gracie sabía que Natalie estaba nerviosa por la primera separación de Elvis, a pesar de que confiaba en Terry Jo, que se había convertido en su niñera irregularmente. Durante toda la semana, había ido extrayéndose leche y congelándola para tenerla preparada para ese día.
– Lo probé yo mismo -dijo Bobby Tom-. Si Terry Jo tiene cualquier problema con Elvis, te llamará de inmediato.
Anton se lo agradeció por tercera vez.
A partir de esa mañana, Bobby Tom todavía se quejaría más de lo duro que era para él mirar al marido de Natalie después de todo lo que Natalie y él habían estado haciendo a sus espaldas. Natalie podía no tener ninguna dificultad para las escenas de amor, pero Bobby Tom no era un profesional y sentía que violaba de alguna manera su personal código de honor.
A pesar del inconsistente trasfondo urbano, Gracie disfrutó de la excursión al Alamo. Junto a docenas de turistas, escuchó atentamente como el guia relataba los dramáticos trece días que llevaron a la independencia de Texas y sintió que sus ojos se empañaban al final.
Bobby Tom la observó con diversión mientras se los secaba suavemente con un kleenex.
– Para ser una yanqui que no sabe quien es George Strait ni Waylon Jennings, has tenido una actitud muy correcta.
– ¡Oh, Anton, Mira! ¡El rifle de Davy Crockett!
Gracie sintió una punzada de envidia al mirar como Natalie reclamaba la atención de su marido hacia los contenidos de una gran urna de cristal. Su intimidad era evidente en cada roce que intercambiaban, en cada mirada. Natalie había podido atravesar la fea fachada exterior de su marido hasta llegar al hombre que había debajo. ¿Sería posible que Bobby Tom pudiera hacer eso con ella algún día?
Se obligó a no seguir con esa fantasia. No tenía necesidad de torturarse con lo imposible.
Después de la visita al Alamo, caminaron por Riverwalk algunas manzanas. Allí, dieron un paseo en uno de los barcos de turistas que recorrían el río bajo los puentes de piedra, luego vagaron por los sinuosos senderos de losetas. Terminaron en un centro comercial conocido como La Villita, donde Bobby Tom le compró a Gracie unas gafas de sol color lavanda con cristales con la forma de Texas y Gracie le compró a cambio una camiseta en la que se podía leer: “No soy muy listo, pero puedo levantar cosas pesadas”. Natalie y Gracie se rieron por la camiseta hasta que les cayeron las lágrimas, mientras Bobby Tom fingía una gran indignación. Al mismo tiempo que se detenía otra vez delante del espejo y se admiraba.
Después, pararon en el restaurante más conocido del Riverwalk, Zuni Grill. Mientras comían pollo frito y frijojes negros con queso de cabra, disfrutaron de la vista de la gente que pasaba ante ellos.
Bobby Tom acababa de tomar una cucharada del postre de Gracie, un crepé dulce de crema al whiskey, cuando ella sintió que se ponía tenso. Siguió la dirección de sus ojos hacia la calada escalera metálica que conducía a la planta de arriba del restaurante para ver como Suzy Denton bajaba los escalones.
Way Sawyer descendía justo detrás de ella.