Suzy se acercó a la barandilla donde Way estaba apoyado con las manos en los bolsillos, mirando el horizonte de San Antonio. Manteniendo una distancia prudencial entre a ellos, se colocó a su lado.
– Todo se seca rápidamente aquí arriba -dijo él sin mirarla-. Es realmente necesaria la irrigación.
Ella recorrió con la vista las macetas de terracota que contenían árboles ornamentales y plantas de brillantes colores. Una de flores amarillas de hibisco rozaba un lado de su falda. Prefería hablar de jardines que de cualquier otra cosa más amenazadora.
– Tengo el mismo problema con algunos de mis maceteros colgantes. Cuelgan de los aleros, por lo que no les llega el agua de lluvia.
– ¿Por qué no las pones en otro sitio?
– Me encanta verlas por la ventana de mi dormitorio.
Ella inmediatamente lamentó mencionar el dormitorio y apartó la vista de él.
– Para ser tan mayor te sonrojas como una adolescente. -Su voz era suave y vagamente ronca. Se tensó cuando él se volvió hacia ella y ahuecó la parte superior de sus brazos con la palma de sus manos. El calor de sus manos traspasó la delgada seda de su vestido. Él inclinó la cabeza.
Separó los labios en señal de protesta cuando su boca cubrió la de ella. Se puso rígida y se preparó para un asalto violento, pero su beso fue sorprendentemente suave. Rozó sus labios sobre los de ella que no esperaba que se sintieran tan suaves y cálidos. Cerró los ojos y se dejó llevar.
Él cambió de posición y presionó ligeramente sus caderas contra las de ella. Ella se tensó al sentir su deseo. Él lentamente se apartó de ella, y, cuando lo miró, fue incapaz de ocultar su confusión. ¿Le había respondido aunque fuera unos breves segundos? Seguramente no. Seguramente estaba sintiendo repulsión. A pesar de su poder y su dinero, ese era todavía Way Sawyer, el mayor matón del Instituto de Telarosa.
Él rozó un mechón de pelo que caía sobre su mejilla.
– Pareces una chica a la que acaban de dar su primer beso.
Su comentario la puso casi tan nerviosa como su beso.
– No tengo demasiada experiencia.
– Estuviste casada treinta años.
– No es eso lo que quería decir. Quería decir… con otros hombres.
– ¿No has estado nunca con alguien que no fuera Hoyt?
– Supongo que te parecerá raro, ¿no?
– Lleva muerto cuatro años.
Ella bajó la cabeza y oyó el murmullo de sus palabras en la brisa de la noche.
– Lo sé.
El silencio se extendió entre ellos, y cuando él habló, ella oyó algo de incertidumbre en su voz.
– Creo que necesitamos algo de tiempo para conocernos antes de que esto vaya más allá, ¿estás de acuerdo?
Dentro de ella brotó la esperanza y abrió los ojos mientras lo miraba.
– ¿No vas a… no vas a presionarme?
La boca que había besado momentos antes se endureció.
– ¿Tengo que presionarte?
Se desvaneció su esperanza siendo reemplazada por una terrible cólera.
– Estás jugando conmigo otra vez. ¿Cómo puedes ser tan cruel?
Ella le dio la espalda y se apresuró hacia las puertas de la terraza. Él la cogió por los hombros en ese punto, justo donde se entraba al dormitorio principal y ella ocultó la desolación de sus ojos.
– Tú no sabes lo que es la crueldad -dijo él-. Has estado entre algodones desde el momento en que naciste.
– ¡Eso no es cierto!
– ¿No lo es? ¿Sabes lo que es ir a la cama con hambre? ¿Sabes lo que es ver como lentamente tu madre se muere de vergüenza?
Nunca lo había visto tan duro. Girando abruptamente hacia las puertas del dormitorio, tomó el pomo entre las manos.
– Terminemos con esto.
Cuando entró en la habitación, lo oyó maldecir suavemente por lo bajo. Sientiendose prisionera, miró alrededor percibiendo las paredes granates como si fueran murallas. Una enorme cama de caoba maciza, cubierta de almohadones oscuros, estaba situada a sus espaldas. Temblando se giró hacia él.
– No quiero las luces encendidas.
Otra vez, él pareció indeciso.
– Suzy…
Ella lo interrumpió.
– No lo haré con las luces encendidas.
– ¿Quieres fingir que soy Hoyt? -dijo él con cólera.
– Nunca te podría confundir con Hoyt Denton.
Él contestó tan fríamente como ella.
– Vamos abajo. Puedes pasar la noche en la habitación de invitados.
– ¡No! -Cerró las manos en puños a los costados-. No dejaré que me hagas esto. ¡No más juegos mentales! Los dos sabemos que me has comprado y pagado. Así que supongo que sabes exactamente como funciona esto. Lo has debido aprender de tu madre. -Se giró, dirigiéndose al baño; se quedó consternada cuando comprendió lo que había dicho. A pesar de las circunstancias, no debería haber dicho algo tan odioso.
– Llena la bañera mientras estás allí.
Ella tembló aunque su voz fue de una calma mortífera.
– No quiero hacerlo.
– Hazlo -dijo él sin ningún tipo de inflexión-. Apaga las luces si quieres, pero llena la bañera.
Con un siseo consternado, ella escapó al cuarto de baño y cerró la puerta. Apoyándose contra ella, se le oprimió el corazón y se dejó caer pesadamente mientras sus ojos se llenaban de las lágrimas por la desagradable escena. Había pensado que simplemente podría meterse bajo las sábanas del dormitorio a oscuras, abrirse de piernas y dejar que él hiciera, rápida y eficientemente, lo que quisiera hacer, mientras ella se sumía en una bendita inconsciencia. No quería bañarse con él ni mantener juegos sexuales. Ella quería hacerlo esa primera vez y salir de todo el asunto tan poco afectada como fuera posible.
Se dijo a sí misma que su manera de hacer el amor sería mecánica, tan fría y desapasionada como era el propio hombre, pero cuando encendió nerviosamente el interruptor, la imagen de un niño de ojos enojados y una boca ansiosa apareció en su mente. Se estremeció y la rechazó con fuerza.
Mientras se desvestía, evitó mirar su reflejo en los espejos que cubrían las paredes. El baño era opulento, con sus grifos dorados y la bañera de marmol negro, de forma cuadrada y tan espaciosa como para contener a dos personas. Se demoró todo lo que pudo, doblando pulcramente sus ropas y colocándolas en el taburete de tapicería situado cerca de la bañera. Colocó sus zapatos debajo, uno al lado del otro como buenos soldaditos. Después de envolverse en una toalla negra gruesa, abrió el grifo de la enorme bañera. Mientras se llenaba, ella trató de relajarse pensando en su jardín y en lo que plantaría, pensando en cualquier cosa excepto en Hoyt y en que estaba a punto de cometer adulterio.
Cuando la bañera estuvo llena, activó el jacuzzi, el agua comenzó a agitarse por infinidad de burbujas, luego apagó la luz. No había ventanas en el cuarto de baño, por eso estaba dichosamente a oscuras, así no tendría que observar sus ojos explorando un cuerpo que sólo su marido había acariciado. ¿Por qué la deseaba todavía? Su piel ya no era tersa; su estómago hacía años que no era plano y llevaba un parche de estrogenos en la cadera. Deshaciéndose de la toalla, entró en el agua burbujeante.
No tuvo que esperar demasiado antes de que él llamara a la puerta.
– ¿Si? -Respondió ella, educada como siempre, porque la habían enseñado a ser cortés. Porque las mujeres de su edad habían crecido obedeciendo reglas, siempre dispuestas y anteponiendo sus necesidades ante las de los demás.
Abrió la puerta, rasgando levemente la oscuridad del baño. Él no encendió la luz, pero tampoco cerró la puerta y a pesar de lo dicho anteriormente, se sintió agradecida por la débil incandescencia de la otra habitación. Aunque no quería que la viera claramente, temía estar sola con él en la densa oscuridad.
Ella estudió la silueta de su cuerpo mientras se acercaba a la bañera. Si no fuera tan atractivo, entonces no parecería una traición. Era un hombre fuerte, no tan alto como Hoyt, pero igual de imponente aunque de otra manera. No veía ni la tela, ni el color de la bata que llevaba puesta, pero sí como sus manos iban a la cintura; supo que se estaba desatando el cinturón y apartó la vista. ¿Cuántos hombres adultos había visto desnudos? Había conocido el cuerpo de Hoyt casi tan bien como el suyo, y cuando era niña, ocasionalmente había visto a su padre. Cuando Bobby Tom se quedaba en su casa, algunas veces vagaba en ropa interior, pero eso no contaba. Tenía muy poco con lo que comparar.
El agua se agitó cuando él entro en el jacuzzi y acomodó su cuerpo en la esquina opuesta a donde ella se encontraba. El suave zumbido del jacuzzi ocultaba los sonidos exteriores de tal manera que parecían estar solos en medio de ninguna parte. Él apoyó los codos en el borde y sus piernas rozaron las de ella cuando las estiró. Ella se tensó cuando sintió su mano en el tobillo colocando su pie encima de su muslo.
– Relájate, Suzy. Puedes salir de la bañera cuando quieras.
Si lo dijo para que se tranquilizara, sus palabras consiguieron el efecto contrario porque ella supo que no tenía escapatoria. Si no lo hacía esa noche, seguramente se volvería loca.
Él dibujó lentamente un círculo en el empeine de su pie con el pulgar y todo su cuerpo se estremeció en respuesta.
– ¿Sensible? -La cólera que lo había dominado antes parecía haber desaparecido. Dibujó un ocho en el mismo sitio.
– Tengo los pies sensibles.
– Mmm. -En vez de soltarla, comenzó a masajear los dedos del pie, frotándolos entre el pulgar y el índice mientras continuaba acariciando su empeine con la otra mano. A pesar de todo, ella comenzó a relajarse. Ojalá todo pudiera terminar ahí, con un baño caliente y un masaje reconfortante.
Un silencio sorprendentemente acogedor cayó sobre ellos, y los exquisitos movimientos de sus manos en su pie, combinado con el hecho de que él no mostrara intención de atacar, comenzaron a calmarla. Se hundió más profundamente en el agua.
– Deberíamos haber traído aquí una botella de champán. -Él sonó tan relajado como se sentía ella-. Esto es agradable.
Mientras mantenía su sensual juego de cosquilleos, ella supo que tenía que disculparse por el desagradable comentario que había hecho sobre su madre. Nunca había creído que el grosero comportamiento de otras personas sirviera de excusa para abandonar su código moral.
– Lo que dije sobre tu madre fue cruel e inmerecido. Lo siento.
– Te provoqué.
– Eso no me excusa.
– Eres una buena mujer, Suzy Denton -dijo él suavemente.
Una pesada languidez se deslizó sobre sus músculos convirtiéndolos en gelatina. Hacía mucho que nadie la había tocado. Mientras estuvo casada había dado por supuesto disponer de ese tipo de caricias sensuales, pero ya no lo hacía.
Él alcanzó su otro pie. Las puntas de su pelo se hundieron en el agua cuando se sumergió más en la bañera, pero se sentía demasiado relajada como para mantenerse en guardia. Otra vez, él comenzó con sus masajes lentos y profundos. Ella se dijo que era simplemente por el cansancio que la sensación le parecía tan deliciosa.
Él llevó el pie a sus labios y ella sintió el agradable mordisqueo de sus dientes cuando suave y rápidamente fue a la yema de su dedo gordo.
– Supongo que no tengo que preocuparme por que te quedes embarazada.
Su declaración la despertó de su letargo. Trató de incorporarse, pero él mantuvo agarrado su pie, movió la mano a la parte superior de su muslo, donde siguió acariciándola.
– No, no tienes que hacerlo.
– Por cierto, tú tampoco tienes que preocuparte por mi -dijo él.
¿De qué se suponía que no tenía que preocuparse? Se preguntó ella. Seguro que no era de no dejarlo embarazado.
– Suzy, son los años noventa. Se supone que debes preguntar a tus potenciales amantes sobre sus precauciones sexuales y adicción a las drogas. -Se percíbía la diversión de su voz.
– Válgame Dios.
– Es un mundo nuevo.
– Y no muy agradable.
Él se rió entre dientes.
– Lo tomo como que no voy a tener que responder preguntas.
– Si tuvieras algo que esconder, no habrías sacado el tema a colación.
– Es cierto. Ahora date la vuelta y deja que te frote los hombros.
Cansado de esperar a que ella se moviera, tiró con fuerza y suavidad de sus muñecas y la giró hasta que ella se deslizó entre sus piernas abiertas. Ella sintió los músculos de su pecho contra su espalda. Al cambiar de posición sus caderas, se percató de que estaba bastante excitado. Una chispa de excitación la recorrió de pies a cabeza, seguida inmediatamente por una sensación de culpabilidad.
– Dame el jabón -murmuró él, su voz fue tan suave como una caricia, mientras sus pulgares trabajaban los músculos de sus hombros-. Está a tu derecha.
– No, yo…
Para su sorpresa, él hundió los dientes en la curva de su cuello. La mordió allí, sin dolor, pero con la suficiente fuerza como para recordarle quien tenía el mando. Ella recordó que los sementales frecuentemente mordían a las yeguas que cubrían, a veces incluso hacían sangre a su pareja. Al mismo tiempo, una voz oscura le susurraba que ella sólo tenía que levantarse del agua para que la dejara ir. Pero la voz era demasiado lejana como para que le hiciera caso mientras Way recorrían sus hombros y sus pechos con las palmas de sus manos.
– Reclínate -murmuró él-. Déjame tocarte.
Había debido de coger el jabón él mismo porque sus manos estaban resbaladizas y las sensaciones que despertaba era tan exquisita que le escocieron los ojos por las lágrimas. No quería traicionar a Hoyt. No quería que fuera tan bueno, pero hacía demasiado tiempo y cuando sus manos calientes y jabonosas rodearon sus pechos, no se pudo resistir. Se permitiría disfrutar de la íntima caricia por un momento, luego se distanciaría.
Su mano fue de un lado a otro, acercándose más y más a los núcleos de su pasión. Su respiración se hizo ligera. Él rozó sus pezones, luego los apretó con fuerza entre sus dedos y empezó a masajearlos como había hecho con sus pies. La sensación fue deliciosa y familiar, como si oyera su canción favorita después de mucho tiempo. Se había olvidado de lo maravilloso que era. Su cuerpo se volvió más pesado y lánguido hasta que pareció fusionarse con el de él.
Él abandonó sus pezones y volvió a hacer perezosos círculos alrededor de sus pechos, bromeando suavemente hasta que otra vez llegó a las puntas, para apretarlas con fuerza y soltarlas. Ella se retorció contra él. Él rodeó los pechos otra vez. Esta vez ella gimió cuando alcanzó sus pezones y los apretó entre sus dedos.
Su respiración era ahora más pesada, y sentía como su cuerpo se hinchaba de deseo. Besando su oreja, la elevó sobre sus muslos, con la espalda todavía contra su pecho. Sintió como sus labios tiraban con fuerza de la oreja. Comenzó a lamerla allí, en la piel de detrás del pendiente y tembló ante la sensación poco familiar. No podía acordarse si Hoyt había hecho eso alguna vez, pero cuando trató de recordar, sus pensamientos se perdieron.
Él separó sus piernas e introdujo sus rodillas entre ellas. Sus manos jabonosas pasaron de sus pechos al interior de sus muslos. Ella no entendió lo que él pretendía cuando movió sus cuerpos, abriendo más sus muslos y acercando sus caderas al borde de la bañera. Entonces, sintió el chorro de agua cayendo sobre ella a borbotones.
Se quedó sin aliento y casi saltó de su regazo, tratando de escaparse del chorro de agua que salía de una de las boquillas de un lateral de la bañera.
Ella escuchó su risa diábolica en su oreja, suave y seductora.
– Relájate, Suzy. Goza.
Y, Dios la perdonara, ella gozó.
Él jugó con sus pechos, mordisqueó sus orejas y hombros con sus dientes, chupó suavemente el tierno músculo de su cuello. Cambió su cuerpo de posición a fin de que el chorro de agua, la golpeara a ella o a él. Ella perdió todo control de sí misma y ni siquiera se le ocurrió protestar cuando él se introdujo dentro de ella desde atrás y dejó que el agua cayera donde estaban unidos. Ella trató de moverse sobre él, pero no se lo permitió. Y cada vez que estaba a punto llegar al clímax, él se detenía lo suficiente para que no ocurriera.
Ella comenzó a sollozar.
– Por favor…
– ¿Qué quieres? -murmuró él mientras se introducía más profundamente.
– Por favor, deja… déjame…
– ¿Quieres que se repita, Suzy? ¿Es lo qué quieres? ¿Quieres más?
Su tierno canturreo avivó su excitación.
– Sí… sí… -Ella le rogaba, pero lo necesitaba tanto que no se podía detener.
Su voz era suave, ronca y tierna.
– Todavía no, amor. Todavía no.
Ella sollozó cuando él la elevó apartándola de él. Ella trató de volver a sus brazos, pero él se levantó. A la luz tenue, ella podía ver su silueta y su miembro duro y grueso. Instintivamente, ella se puso de pie y le abrazó, desvergonzada y descarada, olvidando que ese hombre no era su marido y ella no había deseado eso.
Él gimió y cogió su muñeca.
– Un momento. Sólo un momento.
Él salió del agua y puso la bata sobre su cuerpo mojado. Sin molestarse en atarla, la sacó de la bañera y la envolvió en una toalla. Entonces la tomó entre sus brazos y la llevó al dormitorio como si ella fuera una virgen yendo al lecho nupcial.
Ella apretó la cara contra su hombro cuando él entró en la habitación débilmente iluminada. No quería verlo, no quería recordar quien era él ni quien era ella ni que estaba a punto de traicionar a su marido. ¿Qué hacía ella a punto de perderse en la inconsciencia sexual en brazos de un desconocido?
– No enciendas la luz. -Necesitaba que la oscuridad ocultara la vergüenza de lo que ese hombre despertaba en ella, sobre todo cuando no era capaz de resistirse.
Él se detuvo. Ella levantó la cabeza para mirarlo y vio que su pelo estaba mojado y su expresión era insondable.
Esperaba que la dejara sobre la cama, pero en lugar de eso, la llevó en la dirección opuesta, hacia una puerta que no había advertido antes. Ella lo observó inquisitivamente, pero no la miró. Él empujó la puerta entreabierta con el pie y entró.
Para su sorpresa, la había metido en un gran vestidor. Había filas de trajes caros y camisas a medida, botas y sombreros ordenados, un montón de vaqueros y de camisas vaqueras. Intoxicantes aromas masculinos la envolvieron: colonia, cuero y el olor a limpio que desprendía la ropa lavada. La dejó sobre el suelo enmoquetado e inmediatamente cerró la puerta a sus espaldas. Rápidamente descendió entre ellos una oscuridad tan espesa que ella contuvo el aliento.
Su voz llegó a ella ronca y peligrosa:
– Sin luz.
Cuando él tiró de la toalla, esta cayó. Luego él se debió echar hacia atrás, porque ya no la tocaba.
Pasaron los segundos. Su corazón comenzó a latir a toda velocidad. Ella permaneció desnuda en la oscuridad, sin saber con certeza lo cerca que él estaba. Incluso el sonido de su respiración era sofocado por el distante zumbido del aire acondicionado. La oscuridad la desorientaba. Era demasiado densa y absoluta. Pensó en muerte y tumbas. Se giró y luego se giró otra vez, pero el movimiento fue un error porque perdió la orientación. Se llevó la mano a la garganta luchando contra la histeria creciente.
– ¿Way?
Nada.
Dió un paso involuntario hacia atrás. La ropa rozó su cuerpo desnudo. Se esforzó en oír el sonido de su respiración, cualquier movimiento, cualquier chasquido, cualquier cosa.
De la nada, surgió una mano que tocó su muslo. Dio un salto del susto. Porque no podía ver ni oír nada y la mano pareció incorpórea, como si proviniera de un amante obsesivo, que no fuera humano, sino demoníaco. Rozó sobre el parche en su cadera, y ella se tensó. Siguió, tocándola en la cintura, subiendo hacia su pecho, acariciándola hasta torturar sus pechos.
Ella ya no podía permanecer sumisamente delante de este amante demoníaco. Teniéndolo al alcance de sus manos, sabiendo donde estaba. Tocó su pecho y se dio cuenta de que se había quitado la bata. El vello de su pecho era suave bajo sus dedos. El pecho de Hoyt no había sido tan peludo y la extrañeza ante ese cuerpo aumentó su oscura fantasía de que estaba con un diablo. La forma de sus músculos bajo sus manos se sentía extraña, diferente a lo que había tocado durante tres décadas. Estaba sola en ese espacio cerrado y oscuro con un amante demoníaco y su decadente cuerpo suplicaba silenciosamente su contacto.
A pesar de la amenaza de la condenación eterna, sus manos comenzaron a vagar por él, conociendo el cuerpo de ese diablo por el tacto. Su piel ya no debería estar húmeda del baño, pero lo estaba, húmeda y caliente. Bajo las yemas de sus dedos, se contrajeron sus músculos y, por primera vez pudo oír la pesadez de su respiración. Ella dejó vagar sus manos, tocándole allí, donde no lo había hecho antes, recorriéndolo, ávida de deseo. Comprobó su peso y su espesor, acariciándolo.
Abruptamente, él la separó con fuerza, y otra vez estaba sola en la oscuridad impenetrable.
Sintió su respiración en el oído.
Le dio la vuelta. Sintió la palma de sus manos en las nalgas, amasándola, acariciando entre ambas. Otra vez, sintió sólo sus manos en la oscuridad, nada más, ninguna otra parte de su cuerpo. El demonio que acechaba su cuerpo le separó las piernas, abriéndolas hasta que gimió y se estremeció. Bruscamente la derribó sobre la gruesa y suave moqueta.
Ella yació allí esperando.
Nada.
La espesa oscuridad mortal. La tumba. La obsesiva imagen de condenación. Ella sintió todo eso.
Una fuerza -¿humana, animal o demoníaca?- la cogió por las rodillas y las abrió. Ningún otro roce. Sólo una exigente presión la obligaba a ofrecerse abierta al sacrificio ante el ángel oscuro.
Y entonces nada.
Ella esperó, incapaz apenas de respirar. Maldito fuera, su cuerpo ya ardía de pasión pagana.
Luego lo sintió. El suave cosquilleo en el interior de sus muslos. Cómo los separaba. El roce caliente y húmedo de su lengua.
¡Oh, Eso! ¡Eso! Lo había echado tanto de menos. Había soñado con eso. Ese roze y ese empuje, esa ruda y suave sensación, succionando, una ávida boca comiéndola entera, una sensación maravillosa acrecentada por la oscuridad del averno. Su amante demoníaco la devoró hasta que se perdió. Con un grito se dejó llevar, girando y girando, cayendo en un profundo foso.
Él estaba dentro de ella antes de que se pudiera recuperar. Su cuerpo cubrió el de ella y la llenó. Ella envolvió su piernas alrededor de sus caderas, su brazos rodearon su cuello. Sus pechos ardieron al rozarse contra el grueso vello de su pecho. Él se sumergió en su centro, se retiró, se sumergió una y otra vez, llevándola con él en su vertiginoso viaje hacia el éxtasis.
Su grito fue bajo y ronco, el de ella era un gemido cuando cayeron juntos en el mismo corazón de la oscuridad.
Nunca había querido tanto no sentir nada.
Después, ella comenzó a llorar. La luz cayó sobre ella cuando él abrió la puerta del vestidor. Ella se puso en posición fetal, escondiendo la cara entre los brazos. La culpabilidad y la vergüenza la invadieron. Mi amor, mi amor. Había traicionado a su marido, había traicionado al hombre que quería con todo su corazón. Había prometido amarle para siempre, hasta que la muerte los separara. Pero ella no estaba muerta. Y él era todavía el marido de su corazón, su muy querido amor, y le había traicionado.
No debería haber ocurrido eso. ¡Se suponía que estaba haciendo un sacrificio! Ella había ido para que Way no arruinara al pueblo. En vez de eso, había terminado por suplicarle, y durante el proceso, se había perdido.
– Basta, Suzy. Por favor. -Su voz era desdichada, como si estuviera sufriendo.
Ella cogió la toalla que había caido a su lado y la utilizó para cubrir su vergüenza mientras se cubría. Ella miró hacia arriba y lo vio, cerniéndose amenazador, todavía desnudo y mojado por ella.
Las lágrimas surcaban sus mejillas.
– Quiero ir a casa.
– Estás demasiado alterada -dijo él quedamente-. No puedo dejar que te vayas.
Ella bajó la mirada de su regazo, estudiando sus rodillas que se doblaron hacia ella.
– ¿Por qué me hiciste esto? -lloró ella-. ¿Por qué no me dejaste en paz?
– Lo siento -dijo con voz queda-. No supuse que ocurriría esto. Lo siento.
Él recogió la bata del suelo y se la puso. Era verde oscuro y ricamente bordada. Suavemente la cogió del brazo y la levantó de la moqueta. Cuando se puso de pie, cogió un albornoz blanco del colgador de la puerta y la ayudó a ponérselo, aunque era demasiado grande para ella. Way posó la mano en la espalda de Suzy para empujarla fuera del vestidor donde habían entrado tanto tiempo atrás. Ella se movió automáticamente. ¿Qué más daba donde la llevara? ¿Qué le importaba?
Él la condujo como si fuera una niña, a un confortable sillón, situado cerca de la ventana.
– Deja que me marche ahora. -Le suplicó con los ojos y otra vez comenzó a llorar.
Él la tomó entre sus brazos y se sentó en el sillón con ella en su regazo. Acercándola contra su pecho, acarició su pelo.
– No llores -murmuró él-. Por favor no llores. -Sus labios rozaron su frente y su sien-. No es culpa tuya. Es mia. Yo hice esto.
– Te dejé. ¿Por qué te dejé?
– Porque eres una mujer cálida y sensual, cariño, y había pasado demasiado tiempo.
Ella se dijo a sí misma que no se dejaría convencer. Su traición había sido tan profunda que no debía encontrar consuelo. Pero él acarició su pelo y la abrazó con fuerza. Al fin cesaron sus lágrimas y pasó la noche entre sus brazos.
Cuando Way finalmente oyó el sonido profundo y relajado de su respiración, presionó los labios contra su frente y cerró los ojos con fuerza. ¿Cómo había dejado que todo se escapara de su control? Suzy Denton nunca le había hecho daño y no se merecía lo que le había hecho. No era culpa suya haber sido el centro de sus fantasías de adolescente, el blanco de todos sus ceños hoscos y sus comentarios gruñones, como si hubiera sido un solitario James Dean tratando de impresionar a Natalie Wood.
Cuando ella había entrado en su sala el mes anterior llevando en la cara la misma expresión de espanto que había puesto de adolescente cuando la miraba, algo se había roto en su interior. Todo su dinero y poder se habían evaporado, y sólo había sentido la furia impotente y familiar que había sido su constante compañera cuando era niño. La había invitado a su casa con la inconsciente intención de que ella cayera ante sus pies por su encanto y viendo como era en ese momento, y no como había sido treinta años antes. En lugar de eso, la había insultado más allá de todas sus creencias.
A pesar de la forma en que la había presionado, no se le había ocurrido que ella pensara que trataba de chantajearla para que fuera a su cama. Había salido con muchas mujeres durante años y ciertamente no había tenido nunca que recurrir al chantaje para acostarse con ellas. Pero ella eso no lo sabía. Su propuesta de que fuera su pareja y anfitriona había sido un acto impulsivo, nacido de la cólera. Había esperado que le dijera que se fuera al infierno, pero en vez de eso, se había quedado allí parada en su rosaleda y lo había mirado como si la hubiera abofeteado.
Durante el mes que había estado lejos de Telarosa, su vergüenza ante lo que había insinuado no había sino aumentado. Al regresar al pueblo, ya había tomado la decisión de telefonearla y disculparse, esperando todavía poder solucionar la situación. Pero en el momento en que se identificó, había oído el temblor de la voz de Suzy y había perdido el control. En vez de pedirle perdón, la había intimidado obligándola a ir con él, haciéndola creer que su aceptación estaba unida al futuro de Tecnologías Rosa.
Incluso esa noche, podía haberse explicado. Esa noche, cuando ella había entrado en su dormitorio, le podía haber dicho la verdad. ¿Por qué no lo había hecho?
Él miró ciegamente delante de él, mientras la conciencia lo golpeaba con una fuerza brutal. Él había hecho esa cosa tan horrible porque se había enamorado de Suzy Denton. Si había ocurrido esa noche, el mes pasado, o treinta años antes, no lo sabía. Sólo sabía que la amaba y no había encontrado voluntad suficiente para detenerse.
Era un hombre que presumía siempre de mantener el control, sin actuar nunca impulsivamente, ni reaccionar emocionalmente. Cuando había tomado la decisión sobre Tecnologías Rosa, por ejemplo, lo había hecho con la cabeza fría. Incluso había experimentado un indicio de cínica diversión pues todavía quería vengarse por la manera en que el pueblo había tratado a su madre. Pero nunca se había involucrado emocionalmente. El dolor era demasiado antiguo, aunque el deseo de igualar las cosas nunca había desaparecido.
Había sido él quien había esparcido el rumor sobre el cierre de Tecnologías Rosa -incluso había barajado la posibilidad de hacerlo realmente- pero a pesar de todos los rumores que deliberadamente había dejado caer en todos lados, no tenía estómago para destruir tantas vidas inocentes. Sin embargo, sí lo tenía para hacer que todos los habitantes del pueblo se retorcieran de incertidumbre y por eso los había dejado creer que cerraba la planta. Había disfrutado al ver sus expresiones de fatalidad y sus penosos intentos de castigarle excluyéndolo de la sociedad, como si a él le preocupara su opinión. Incluso se daba cuenta de que su deseo de venganza era una niñería.
Niñería, sí. Pero también era satisfactorio. ¿Qué sentido tenía haber acumulado poder y riqueza si no podía aprovecharse un poco de ello? Observar el miedo sobre el pueblo que había matado a su madre no cambiaría el pasado, pero al menos finalmente había ajustado cuentas con Telarosa por haber dado la espalda y haber destrozado el espíritu de Trudy Sawyer.
Esa noche había acabado en el punto de partida. Esa noche, en una de las pocas acciones impulsivas de su vida, el hijo de Trudy Sawyer había hecho que la mujer más respetable del pueblo se sintiera una puta. Lo primero que tenía que hacer por la mañana era decirle la verdad. Luego la mandaría de regreso a Telarosa y nunca la molestaría más.
Él la miró. Jesús. Era todavía tan bella. Tan dulce y sensible. ¿Sería tan terrible si esperase un día más antes de hacerlo? No la tocaría. La trataría con cortesía. ¿Era tan terrible? Sólo un día más para ganarse el afecto de Suzy Denton.