Ned Blyton dejó escapar un cansado suspiro y miró a ambos lados, antes de sacar su caballo fuera de los establos. Era un trabajo agotador evitar a tres mujeres al mismo tiempo.
Primero estaba su hermana. Arabella Blydon Blackwood tenía firmes opiniones acerca de cómo debía su hermano vivir su vida, opiniones que no tenía reparo en exponer repetidamente.
Belle era una persona perfectamente encantadora y razonable, pero parecía pensar que su status de mujer casada le daba el derecho de intentar dirigir la vida de Ned, a pesar de que él, como a menudo le recordaba Ned, era un año mayor que ella.
Después estaba su prima Emma, que era, si ello era posible, más entrometida que Belle. La única razón por la que Emma no figuraba, junto con Belle, en su actual lista de “mujeres-a-evitar-a-todo-coste”, era porque estaba embarazada de casi siete meses y no podía moverse muy rápidamente.
Si Ned era una mala persona porque corría para escapar de una tambaleante mujer embarazada, que así fuera. Su paz mental lo valía.
Finalmente, se avergonzaba de admitirlo, estaba Lydia.
Gimió. En tres días, Lydia Thornton sería su esposa. Y aunque no tenía, concretamente, ningún problema con ella, el tiempo que había pasado en su compañía era todo torpes pausas y continuas miradas al reloj.
No era lo que él había deseado para el matrimonio, pero era, lo había comenzado a aceptar, todo lo que podía esperar ahora.
Había pasado las últimas ocho temporadas sociales en Londres, un hombre encantador, un poco libertino, pero no tanto que las madres apartaran a sus hijas de él. El nunca había evitado conscientemente el matrimonio – bien, al menos no en los últimos años – pero al mismo tiempo, tampoco había encontrado nunca una mujer que inspirara amor en su interior.
¿Deseo? Sí. ¿Lujuria? Muchas, ciertamente. ¿Pero verdadero amor? Nunca.
Y conforme se acercaba a la treintena, su sentido común había tomado el control, y decidió que, si no podía casarse por amor, entonces estaría bien que lo hiciera por la tierra.
Y aquí entraba Lydia Thornton.
Veintidós años de edad, bonito cabello rubio, atractivos ojos grises, razonablemente inteligente y con buena salud. Su dote consistía en veinte acres de excelente tierra que lindaban, a la derecha, con el extremo oriental de Middlewood, una de las propiedades más pequeñas de la familia Blydon.
Veinte acres no eran mucho para un hombre cuya familia tenía propiedades a lo largo de todo el sur de Inglaterra. Pero Middlewood era la única propiedad que Ned podía llamar verdaderamente suya. El resto de las propiedades pertenecían a su padre, el Conde de Worth, y solamente cuando él falleciera pasarían a pertenecer a su hijo.
Y aunque Ned entendía que el título de conde era su privilegio y su derecho de nacimiento, no tenía ninguna prisa en asumir las obligaciones y responsabilidades que el mismo conllevaba. Él era uno de los pocos hombres, en su círculo de conocidos, que se llevaba bien con sus padres y le gustaban, y lo último que quería era que no estuvieran.
Su padre, en su infinita sabiduría, había entendido que un hombre como Ned, necesitaba algo propio; así que en el vigésimo cumpleaños de Ned, le había transferido la propiedad de Middlewood, una de fincas vinculadas al título de conde.
Quizás era la elegante mansión, quizás era el magnifico lago. Quizás era, sólo porque era suya, pero Ned amaba Middlewood; cada centímetro cuadrado de ella.
Y cuando se le había ocurrido que la hija mayor de su vecino, había crecido lo suficiente para contraer matrimonio, bien, todo le había parecido perfectamente sensato.
Lydia Thornton era perfectamente agradable, perfectamente educada, perfectamente atractiva, perfectamente todo.
Sólo que no era perfecta para él.
Pero no era justo esgrimir eso en su contra. El sabía lo que hacía cuando pidió su mano. Lo que no había esperado era que su inminente matrimonio se sintiera como una piedra atada alrededor de su cuello. Aunque, en verdad, no le había parecido una perspectiva tan desgraciada hasta esta última semana, cuando había llegado a Thornton Hall, para las celebraciones prenupciales con su familia, la familia de Lydia, y los amigos más íntimos.
Era notable la cantidad de completos extraños que parecían formar parte de ese grupo.
Era suficiente para conducir a un hombre a la locura. Ned tenía pocas dudas de que sería un firme candidato para [1]Bedlam, cuando finalmente abandonara la iglesia del pueblo, el sábado por la mañana, con el ancestral anillo de su familia firmemente engarzado en el dedo de Lydia.
“¡Ned! ¡Ned!”
Era una femenina y chillona voz. Una que Ned conocía demasiado bien.
“¡No intentes evitarme!. ¡Te he visto!”
¡Condenación!. Era su hermana, y si todo era como de costumbre, significaba que Emma la seguía tambaleante, lista para ofrecerle su propia opinión tan pronto como Belle hiciera una pausa para tomar aliento.
Y – ¡Dios bendito!- mañana llegaría su madre a Thornton Hall para completar el terrorífico triunvirato.
Ned se estremeció, física y mentalmente.
Espoleó su caballo al paso más rápido que pudo, estando tan cerca de la casa, planeando ponerlo a un raudo galope tan pronto como pudiera, sin que supusiera un peligro para nadie.
“¡Ned!” volvió a gritar Belle, claramente despreocupada por el decoro, la dignidad o cualquier peligro que pudiera correr al bajar corriendo por el camino, ignorante de la raíz de árbol, que serpenteaba sobresaliente en su trayectoria.
– ¡Plof!
Ned cerró con fuerza los ojos, agónicamente, al tiempo que detenía a su caballo. Ya no podía escapar ahora. Cuando los volvió a abrir, Belle estaba sentada en el suelo, con apariencia un tanto disgustada, pero no menos decidida.
“¡Belle! ¡Belle!”
Ned miró más allá de su hermana, para ver a su prima Emma, acercándose tan rápidamente como su voluminoso cuerpo le permitía.
“¿Estás bien?” preguntó Emma a Belle, antes de girarse inmediatamente hacia Ned y preguntarle “¿Está bien?”.
Ned miró fijamente a su hermana. “¿Estás bien?”
“¿Estás tú bien?”
“¿Qué clase de pregunta es ésa?”
“Una perfectamente pertinente” replicó Belle asiendo la mano que le tendía Emma y levantándose, casi derribándola en el proceso. “Has estado evitándome toda la semana…”
“Sólo llevamos aquí dos días, Belle”
“Bien, pues me han parecido una semana”
Ned no pudo disentir.
Belle lo miro ceñuda cuando no la contradijo.
“¿Vas a quedarte ahí sentado en tu caballo, o vas a desmontar y a hablar conmigo como lo haría cualquier humano razonable?”
Ned consideró la pregunta.
“Es una grosería” apuntó Emma, “permanecer montado a caballo mientras dos damas están de pie”
“Ustedes no son damas “ murmuró Ned “son parientes”
“¡Ned!”
El se giró hacia Belle. “¿Estás segura de que no te has lastimado?”
“Sí, por supuesto. Yo…” los brillantes ojos azules de Belle se abrieron enormemente cuando percibieron las intenciones de Ned. “Bueno, en realidad mi tobillo está un poco delicado y…,” tosió un par de veces como si eso pudiera probar su afirmación de haberse torcido el tobillo.
“Bien “ dijo Ned, sucintamente. “Entonces no necesitas mi ayuda”. Y con esto, giró el caballo hacia la izquierda y avanzó rápidamente, dejándolas atrás. Un tanto grosero, quizás, pero Belle era su hermana y tenía que quererlo a pesar de su comportamiento. Además, ella iba a intentar hablar de nuevo con Ned acerca de su matrimonio, y esto era lo último sobre lo que él quería discutir.
Ned se dirigió hacia el oeste de la propiedad, en primer lugar porque era la dirección que más fácilmente ofrecía escapatoria, pero también porque por allí esperaba encontrar las tierras que serían la dote de Lydia. Un recordatorio de porqué estaba a punto de casarse, podía ser justo lo que necesitaba para mantener su mente correctamente encaminada. Eran unas tierras verdes y fértiles, encantadoras, con un pintoresco estanque y un pequeño manzanar.
“Te gustan las manzanas”, murmuró por lo bajo. “Siempre te han gustado las manzanas”.
Las manzanas eran buenas. Sería agradable poseer un manzanar.
Casi compensaba el matrimonio.
Empanadas, continuo pensando. Tartas. Tartas y empanadas sin fin. Y compota de manzanas.
La compota de manzanas era algo bueno. Algo muy bueno. Si sólo lograra equiparar en su mente su matrimonio con la compota de manzanas, conseguiría mantener la cordura hasta la semana siguiente, por lo menos.
Escudriñó en la distancia, intentando calcular cuanto tardaría en llegar hasta las tierras de Lydia. “No más de cinco minutos”, pensó, “y…”
“¡Hola! ¡Hola! ¡Hooooooooola!”
¡Oh!, maravilloso. Otra hembra.
Ned aflojó el paso de su montura, mirando alrededor, intentando calcular de donde procedía la voz.
“¡Aquí! ¡Por favor, ayúdeme!”
Giró hacia su derecha, y después se volvió hacia atrás, e inmediatamente comprobó porqué no había visto a la chica antes. Estaba sentada en el suelo, su traje de amazona, verde, era un eficaz camuflaje entre la hierba y los arbustos que la rodeaban. Su largo cabello castaño estaba sujeto en un recogido que jamás habría pasado la inspección en un salón de Londres, pero en ella el descuidado moño resultaba atractivo.
“¡Buenos días!”, dijo en voz alta, sonando un poco incierta ahora.
Ned detuvo renuentemente la montura por completo y desmontó. Solamente deseaba un poco de privacidad, preferiblemente, cabalgando como si lo persiguieran todos los demonios por los ondulados campos, pero era un caballero (a pesar de su obviamente lamentable tratamiento a su hermana), y no podía hacer caso omiso de una dama en apuros
“¿Se ha lastimado?”, preguntó suavemente mientras se acercaba.
“Me temo que me he torcido el tobillo”, dijo ella haciendo una mueca de dolor cuando intento tirar con fuerza de su bota para quitársela. “Estaba paseando y…”
Ella miró hacia arriba, parpadeó varias veces con sus enormes ojos grises y entonces dijo: “¡Oh!”
“¿Oh?”, repitió él.
“Usted es Lord Burwick”
“En efecto”
La sonrisa de ella carecía extrañamente de calor. “Soy la hermana de Lydia”.
Charlotte Thornton se sentía como una tonta insensata, y odiaba sentirse como una tonta insensata. No era, supuso ella, que a nadie le gustara especialmente sentirse así, pero ella lo encontraba sumamente irritante, pues siempre había considerado la sensatez como el más loable de los rasgos.
Había salido a pasear impaciente por escapar de la aglomeración de los muchísimos invitados que invadían su casa durante la semana anterior a la boda de su hermana mayor.
¿Por qué Lydia necesitaba a más de cincuenta personas que no conocía para atestiguar sus nupcias?, era algo que Charlotte nunca entendería. Y eso que no le había contado a nadie lo que estaba planificando para el día de la boda.
Pero Lydia lo había querido así, o más bien, su madre lo había querido así, por lo que ahora su casa estaba llena hasta el techo, al igual que todas las casas de los vecinos y todas las posadas locales.
Charlotte se estaba volviendo loca. Y por eso, antes de que alguien pudiera encontrarla y reclamar su asistencia para algún terriblemente importante suceso, como cerciorarse de que el mejor chocolate le fuera servido a la Duquesa de Ashbourne, se puso el traje de montar y escapó.
Excepto que cuando alcanzó los establos, descubrió que el caballerizo le había dado su yegua a una de las huéspedes. Insistió en que su madre así lo había ordenado, pero eso no ayudo demasiado a mejorar el pésimo humor de Charlotte.
Así que había tenido que marcharse a pie, camino abajo, buscando un poco de paz y algo de tranquilidad, y durante el paseo metió un pie en una madriguera de topo. Se golpeó contra el suelo, antes de darse cuenta de que se había torcido el tobillo. Estaba empezando a inflamarse dentro de la bota, y en consonancia con el día que llevaba, ella se había puesto las de caña alta, en vez de las otras de cordones que podía haberse quitado ella sola mucho más rápida y fácilmente.
El único punto brillante en esa horrorosa mañana era que no llovía, pero con la suerte que últimamente la perseguía, por no mencionar el tono grisáceo del cielo, Charlotte no contaba con que no sucedería.
Y ahora su salvador no era otro más que Edward Blydon, Vizconde de Burwick, el hombre que se iba a casar con su hermana mayor. Según Lydia era un completo libertino y nada sensible con las tiernas emociones femeninas.
Charlotte no estaba muy segura de en que consistían esas “tiernas emociones”, de hecho dudaba que ella las hubiera poseído alguna vez, pero aun así, tal falta de sensibilidad ante ellas no hablaba bien del joven vizconde.
La descripción de Lydia lo hacia parecer como una mezcla de patán y déspota en un sola persona. En absoluto la clase de caballero que se sentiría impelido a salvar damiselas en apuros.
Y ciertamente, él parecía un libertino. Charlotte no era una soñadora romántica, como Lydia, pero eso no significaba que no reparara en el aspecto y apariencia de un hombre. Edward Blyton – o Ned, como oyó que lo llamaba Lydia – poseía los ojos azules, más brillantes y luminosos que ella hubiera visto jamás en una persona. En cualquier otro hombre, estos podrían haber parecido afeminados (especialmente con aquellas largas y espesas pestañas negras), pero Ned Blyton era alto y de hombros anchos, y cualquiera se daría cuenta de que bajo su chaqueta y pantalones, su cuerpo era firme y atlético, incluso alguien que no se dedicara a mirarlo, como ella no estaba haciendo en absoluto.
Oh, muy bien, si lo miraba. ¿Pero como podía evitarlo?. El se erguía por encima de ella, como un oscuro dios, sus poderosos hombros bloqueando la luz del sol.
– “¡Ah!, sí”, dijo él, algo condescendientemente, en opinión de Charlotte. – “Caroline”.
– “¿Caroline?”. Ellos sólo se habían encontrado en tres ocasiones anteriormente. – Charlotte, masculló.
– Charlotte, repitió él, teniendo el detalle de ofrecerle una sonrisa avergonzada.
– Existe una Caroline, se obligó a decir con imparcialidad. “Tiene quince años”.
“Entonces es demasiado joven para salir a pasear sola, imagino”. Implicando que ella también era demasiado joven para hacerlo.
Los ojos de Charlotte se entrecerraron ante el vago sarcasmo de su voz. “¿Me está regañando?”.
“No soñaría hacerlo.”
“Porque no tengo quince años” dijo Charlotte impertinentemente, “y salgo a pasear sola continuamente.”
“Estoy seguro de que lo hace.”
“Bueno, no paseo muy a menudo” admitió ella un poco mortificada por su amable expresión, “pero salgo a cabalgar.”
“¿Por qué no está montando a caballo ahora?” le pregunto Ned arrodillándose a su lado.
Charlotte sintió como se le torcían los labios en una expresión de extremo desagrado. “Alguien se llevó mi montura.”
Las cejas de él se alzaron. “¿Alguien?”.
“Una invitada”, gruñó ella.
“¡Ah!” dijo Ned con simpatía. “Parecen haber bastantes de ellos por los alrededores”.
“Como una plaga de langostas”, murmuró Charlotte, antes de darse cuenta de que acababa de ser imperdonablemente grosera con el hombre que, hasta el momento, no había demostrado ser el bruto insensible que su hermana Lydia había descrito. Lo que para algunos era como una plaga de langostas, para otros eran, después de todo, los invitados de su boda.
“Lo siento”, dijo en voz baja, dirigiéndole una rápida mirada con ojos vacilantes.
“No lo haga”, respondió Ned. “¿Por qué supone, si no, que salí a dar un paseo?”
Ella parpadeó. “¡Pero es su boda!”.
“Si”, dijo él irónicamente, “lo es, ¿no?”.
“Bueno, sí”, respondió Charlotte, tomando su pregunta literalmente, aunque sabía que no lo decía en ese sentido. “ Lo es”.
“Voy a confiarle un pequeño secreto”, dijo Ned, tomando la bota de Charlotte en sus manos.”¿Puedo?”.
Ella asintió, mientras intentaba no quejarse, ya que él empezó a tirar de la bota para sacarla.
“Las bodas”, declaró Ned, “son para las mujeres”.
“Uno pensaría que, después de todo, requieren por lo menos un hombre”, replico ella.
“Cierto”, accedió él, consiguiendo por fin sacarle la bota. “Pero en realidad, el novio tiene poco más que hacer que aguantar en el altar y decir “‘sí quiero’.”
“También tiene que proponerlo”
“Pffff”. Ned hizo un sonido de rechazo. “ Eso dura un segundo, y después de muchos meses de cortejo. Para cuando uno llega a la ceremonia de bodas, nadie recuerda apenas que es lo que dijo”.
Charlotte sabía que sus palabras eran ciertas. Nadie se le había declarado nunca, pero cuando pregunto a Lydia lo que el vizconde le había dicho cuando le propuso matrimonio ella sólo había suspirado y contestado: “No lo recuerdo. Algo terriblemente ordinario, estoy segura”.
Charlotte le ofreció una conmiserativa sonrisa a su futuro cuñado. Lydia nunca había hablado elogiosamente de él, pero, realmente, no parecía mala persona, después de todo. De hecho, ella sentía un poco de afinidad con él, ya que ambos habían huido de Thornton Hall buscando paz y tranquilidad.
“No creo que se lo haya roto”, dijo Ned presionando suavemente con sus dedos el tobillo lastimado.
“No, seguro que no. Estaré mejor mañana. Estoy segura”.
“¿Lo está?”, preguntó Ned elevando una de las comisuras de su boca con expresión dudosa. “Lo dudo. Me parece que pasara una semana antes de que pueda andar sin molestias”.
“¡Una semana no!”.
“Bien, quizás no. Ciertamente, no soy medico. Pero creo que cojeara durante unos días”.
Ella suspiró, un largo y sufrido sonido. “Estaré espléndida como dama de honor de Lydia, ¿no cree?”.
Ned no sabía que iba a ser la dama de honor de Lydia; en verdad, él había prestado escasa atención a los detalles de la boda. Pero era verdaderamente bueno fingiendo interés, así que cabeceó cortésmente y murmuró algo sin sentido, intentando no mirarla sorprendido cuando ella exclamó: “¡Puede que no tenga que hacerlo ahora!”. Charlotte lo miró con palpable entusiasmo, sus enormes ojos grises brillando. “Puedo cederle el puesto a Caroline y esconderme en la parte posterior”.
“¿En la parte posterior?”.
“De la iglesia”, explico Charlotte. “O en el frente. No me importa donde. Pero puede que ahora no tenga que tomar parte en esta desgraciada ceremonia. Yo… ¡Oh!”. Su mano voló hacia su boca, mientras sus mejillas se tornaban instantáneamente rojas. “ Lo siento. Es su ‘desgraciada’ ceremonia, ¿no?”.
“Tan desgraciada como puedo admitir”, dijo Ned, incapaz de ocultar una chispa de diversión en su rostro. “Sí”.
“Es que es un traje amarillo”, se quejo Charlotte, como si eso lo explicara todo.
Ned echó un vistazo a su traje de montar verde, absolutamente seguro de que nunca entendería el funcionamiento del cerebro femenino. “¿Debo pedirle perdón?”.
“Supongo, ya que llevare un vestido amarillo”, le contestó Charlotte. “Como si tener que estar sentada al lado de la novia durante toda la terrible ceremonia no fuera suficientemente malo, Lydia ha encargado para mi un vestido amarillo”.
“Er, ¿por qué la ceremonia será terrible?”, preguntó Ned, sintiéndose, repentinamente, un poco asustado.
“Lydia debería saber que pareceré demacrada y enferma de amarillo”, dijo Charlotte, ignorando completamente su pregunta. “Como si fuera la victima de una plaga. Los invitados probablemente intentaran huir fuera de la iglesia corriendo como locos”.
Ned debería haberse sentido alarmado por el pensamiento de que su boda se convirtiera en una fuga en masa, con los invitados huyendo histéricos; en su lugar encontró la imagen agradable. “¿Qué va mal con la ceremonia?”, preguntó de nuevo, sacudiendo la cabeza al recordar que ella no había contestado a su pregunta anteriormente.
Charlotte frunció los labios, y puso los dedos sobre su tobillo, tocándolo con sumo cuidado. “¿Has ‘visto’ el programa?”.
“Er, no”. Comenzaba a pensar que eso quizás había sido un error.
Ella lo miró, sus grandes ojos grises compadeciéndose claramente de él. “Deberías haberlo hecho”, fue todo lo que dijo.
“Señorita Thornton”, le dijo Ned con su voz más autoritaria.
“Es bastante extenso”, dijo ella. “Y habrá pájaros”.
“¿Pájaros?”, repitió Ned, estrangulándosele la voz al pronunciar la palabra, hasta que todo su cuerpo se estremeció en un espasmo de tos.
Charlotte esperó a que se recuperara antes de que su rostro asumiera una sospechosa expresión de inocencia, para preguntarle entonces.”¿No lo sabía?”.
Ned se encontró incapaz de contestar, pero frunció el ceño.
Charlotte se echó a reír, un, decididamente, musical y suave sonido, y entonces dijo: “No es, para nada, como Lydia lo describió”.
Bien, eso era interesante. “¿No lo soy?”, preguntó, manteniendo su tono de voz cuidadosamente superficial.
Charlotte tragó en seco y Ned intuyó que lamentaba que se le hubiese escapado. No obstante, ella, finalmente, tendría que contestar algo, así que espero pacientemente hasta que Charlotte intentó remediarlo diciendo: “Bueno, en realidad, ella no ha contado casi nada. Lo cual, supongo, me indujo a creer que usted era un poco reservado”
El se sentó en la hierba, a su lado. Era cómodo estar solo con ella, después de haber tenido la atención de todos los invitados de Thornton Hall encima de él. “¿Y cómo ha llegado a esa conclusión?”, le preguntó.
“No lo sé. Supongo… sólo imagine que si no fuera una persona distante sus conversaciones con Lydia habrían sido más…”Charlotte frunció el ceño. “¿Cómo lo diría?”.
“¿Fluidas?”.
“Exactamente:” Charlotte se giró hacia él con una sonrisa excepcionalmente cálida y Ned se encontró conteniendo la respiración. Lydia nunca le había sonreído así.
Peor, él nunca había deseado que lo hiciera.
Pero Charlotte Thornton…, bueno, era una mujer que sabía como sonreír.
Sonreía con sus labios, con sus ojos, con todo su radiante rostro.
¡Infierno!, ahora esa sonrisa estaba afectando a su zona inferior, a áreas que no debían sentirse afectadas por una cuñada.
El debía detenerlo inmediatamente, debería darle alguna excusa y llevarla de vuelta a la mansión; cualquier cosa para poner fin a su pequeña charla, porque no había nada más inaceptable que desear a una cuñada, que es en lo que ella se convertiría en apenas tres días.
Pero no podía insistir en su deseo de regresar a la mansión, puesto que acababa de decirle que no había nada que deseara más que escapar de las festividades prenupciales que se llevaban a cabo en Thornton Hall. Por no mencionar el hecho de que ciertas áreas inmencionables de su anatomía estaban inflamadas de una manera que resultaba especialmente obvia cuando se hallaba erguido.
Así que decidió, que simplemente disfrutaría de su compañía, puesto que no había realmente disfrutado con nadie desde que llegó, hacía dos días. ¡Rayos!, ella era la primera persona con la que se había cruzado que no había intentando felicitarlo, o, como en el caso de su hermana y su prima, insistir en decirle cómo conducir su vida.
La verdad es que encontraba a Charlotte Thornton bastante encantadora, y puesto que estaba convencido de que su reacción a su sonrisa no era, después de todo, tan terrible, sólo había ocurrido una vez- además, sólo era potencialmente embarazoso, no de hecho embarazoso- bien, realmente no había peligro en prolongar su encuentro.
“Bien”, proseguía Charlotte, claramente ajena a su distracción física, “y si tus conversaciones con Lydia hubieran sido más fluidas, me imagino que ella habría tenido muchas más cosas que contarme.”
Ned pensó que era bueno que su futura esposa no fuera proclive a las charlas indiscretas. Un punto para Lydia, pensó. “Quizás”, le dijo a Charlotte, tal vez un poco más cortantemente de lo que pretendía, “ella no es dada a las confidencias.”
“¿Lydia?”, dijo Charlotte con un bufido. “¡Qué va!, ella siempre me lo cuenta todo acerca…”
“¿Acerca de qué?”.
“Nada”, dijo rápidamente Charlotte, evitando sus ojos.
Ned sabía cuando presionar. Lo que fuera que ella había estado a punto de decir, no era elogioso para Lydia. Y si había algo que pudiera decir ya de Charlotte Thornton es que era leal cuando importaba. Ella no iba a revelar ninguno de los secretos de su hermana.
Divertido. Nunca se le hubiera ocurrido que una mujer como Lydia pudiera tener secretos. Ella siempre parecía tan… blanda. De hecho, había sido esa blandura la que lo había convencido de que tal vez su unión no fuera desaconsejable. Si no iba a amar a su esposa, por lo menos no debería sentirse incomodado por ella.
“¿Cree que es seguro regresar?”, pregunto Ned, indicando con su cabeza en dirección a la mansión. El estaría encantado de permanecer allí con Charlotte, pero supuso que podría resultar un poco incorrecto permanecer solo en su compañía mucho más tiempo. además, se estaba sintiendo un poco más… calmado, y pensó que podría permanecer en pie sin avergonzarla y sin avergonzarse.
Incluso alguien tan inocente como Charlotte Thornton probablemente supiera lo que significaba ese bulto en los pantalones de un hombre.
“¿Seguro?”, repitió ella.
El sonrió. “ Regresar a la plaga de langostas.”
“¡Oh!”. Su rostro adoptó una expresión abatida. “Lo dudo. Creo que mi madre había preparado una especie de almuerzo para las damas.”
El sonrió ampliamente. “Excelente.”
“Quizás para usted”, replicó ella. “Probablemente me están esperando.”
“¿La invitada de honor?”, dijo Ned, con una malvada sonrisa. “Seguro que la están esperando. De hecho, probablemente, no empiecen hasta que no llegue.”
“Muérdase la lengua. Si están lo suficientemente hambrientas, ni notaran mi ausencia.”
“Hambrientas, ¿eh?. Y yo que siempre había pensado que las damas comían como pajarillos.”
“Eso es sólo en beneficio de los hombres. Cuando ustedes no están, nos volvemos locas por el jamón y el chocolate.”
“¿Juntos?.”
Ella rió, un sonido rico y musical. “Es usted bastante divertido”, le dijo con una sonrisa.
El se inclinó hacia delante con su expresión más peligrosa.”¿No sabe que se supone que no debe decirle nunca a un libertino que es divertido?.”
“Oh, es imposible que sea un libertino”, lo contradijo ella.
“¿Y eso por qué?.”
“Va a casarse con mi hermana.”
Ned se encogió de hombros. “Los libertinos también han de casarse, finalmente.”
“No con Lydia”, contesto Charlotte con un bufido. “Ella sería la peor clase de esposa para un libertino.” Levanto la mirada hacia él, con otra de sus amplias y soleadas sonrisas. “Pero no tiene nada que temer, porque, obviamente, es usted un hombre muy sensato.”
“No sé si alguna vez he sido calificado como sensato por alguna mujer”, musito Ned.
“Le aseguro que se lo digo como el mayor de los cumplidos.”
“Ya veo que lo hace.”
“La sensatez, el sentido común, parece algo tan fácil y sencillo”, dijo ella enfatizando sus palabras con un gesto de su mano. “No puedo entender por que más gente no lo posee.”
Ned rió entre dientes, a pesar de si mismo. Era un sentimiento que compartía, aunque nunca pensó en expresarlo en esos términos.
Y entonces ella suspiró, un sonido suave y cansado que fue directo al corazón de Ned. “Será mejor que regresemos”, dijo, no sonando muy complacida con la perspectiva.
“No se ha ausentado demasiado tiempo”, preciso él, absurdamente impaciente por prolongar su conversación.
“Usted no se ha ausentado demasiado tiempo”, lo corrigió ella. “Yo llevo una hora fuera. Y tiene razón. No puedo faltar al almuerzo. Mi madre estará malhumorada, lo que, supongo, podré soportar, ya que suele estar malhumorada a menudo, pero no sería justo para Lydia. Después de todo soy su dama de honor.”
Ned se levantó de su lado y le tendió la mano. “Es una buena hermana, ¿no?”. Ella lo miró atentamente mientras posaba sus dedos en la mano extendida. Casi como si estuviera calibrando su alma. “Lo intento,” dijo reservadamente.
Ned hizo una mueca cuando recordó a su hermana caída en el suelo, gritándole mientras se alejaba. Probablemente debería buscarla y disculparse. Después de todo, ella era su única hermana.
Pero cuando regresaba hacia Thornton Hall, con Charlotte Thornton cuidadosamente acomodada tras él, en su montura, y con sus brazos alrededor de su cintura, no pensó en Belle en absoluto.
O en Lydia.