Capítulo Cinco

Más tarde, esa noche, mientras Ned encontraba consuelo en una copa de brandy en la tranquilidad de la, escasamente poblada, biblioteca de Hugh Thornton, no podía sacudirse la impresión de que estaba a punto de saltar por un precipicio.

El sabía, por supuesto, que entraba en un matrimonio sin amor. Pero pensaba que ya se había hecho a la idea de ello. Sólo recientemente, de hecho durante esta semana, se había empezado a dar cuenta de que estaba a punto de sentirse desgraciado, o por lo menos, bastante descontento, durante el resto de su vida.

Y no había nada que pudiera hacer para evitarlo.

Quizás en otro tiempo, en otro lugar, un hombre podía retractarse de un matrimonio apenas unas horas antes de la ceremonia, pero no en 1824, y no en Inglaterra.

¿En qué había estado pensando? El no amaba a la mujer con la que se iba a casar, ella no lo amaba a él, y francamente, no estaba muy seguro de que se conocieran el uno al otro.

El no sabía, por ejemplo, que Lydia era tan aficionada a la poesía, hasta que Charlotte no se lo había contado durante el Juego de la Búsqueda (en el que ganaron, por supuesto, ¿cuál era, si no, el encanto de participar en ese tonto juego?)

¿Y no era eso, una de esas clases de cosas que un hombre debía saber sobre la que iba a ser su esposa? Especialmente si ese hombre se había negado siempre a incluir ningún volumen de poesía en su propia biblioteca.

Y eso le hacia preguntarse qué se escondía detrás de los bonitos ojos grises de Lydia. ¿Le gustaban los animales? ¿Era una reformadora, dada a las causas de caridad? ¿Hablaba francés? ¿Sabía tocar el piano? ¿Sabía cantar?

No sabía porque esas preguntas no lo habían preocupado antes de esta noche; ciertamente, parecía que debían haberlo hecho. Seguramente un hombre sensible debería querer saber más acerca de su futura esposa, además del color de su pelo y de sus ojos.

Así que estaba sentado en la oscuridad, sopesando su futura vida. No lo ayudaba, pero pensaba que eso era lo que Belle había intentado decirle durante todos esos meses.

Suspiró. Belle podía ser su hermana, pero, por mucha pena que le causara admitirlo, eso no significaba que en ocasiones no tuviera razón.

El no conocía a Lydia Thornton.

No la conocía y se iba a casar con ella de todas formas.

Pero, pensó con un suspiro, mientras sus ojos contemplaban distraídamente el montón de libros encuadernados en piel que había en una esquina, eso no significaba que su matrimonio tuviera que ser un fracaso. Muchas parejas encontraban el amor después de la boda, ¿no? Y si no amor, satisfacción y amistad. Lo era todo, tuvo que admitir, lo que el ambicionaba en principio.

Y era, reconoció, con lo que tendría que aprender a vivir. Porque tendría que haber intentado conocer a Lydia Thornton un poco mejor durante la pasada semana. Lo bastante para darse cuenta de que nunca podría amarla, no de la manera en que un hombre debe amar a su esposa.

Y allí estaba Charlotte.

Charlotte, a la que probablemente nunca habría mirado dos veces en Londres. Charlotte que lo hacia reír, con la que podía intercambiar tontos juegos de palabras sin sentirse avergonzado.

Y, se recordó a si mismo, que sería su hermana en siete horas, más o menos.

Bajo la mirada hacia la copa de brandy vacía en su mano, asombrado de haberse acabado la bebida. Estaba considerando seriamente servirse otra cuando oyó un sonido a través de la puerta.

Que curioso, pensaba que todo el mundo se había retirado a su habitación. Eran -echó un vistazo al reloj de la chimenea-casi las dos de la madrugada. Antes de abandonar la fiesta oyó a los Thornton expresar su intención de finalizar la velada a la inusual hora de las once, indicando su deseo de que todos los huéspedes estuvieran bien descansados par la ceremonia de la mañana siguiente.

Ned no había cerrado del todo la puerta de la biblioteca, así que se deslizó hasta la apertura, y miró fijamente hacia fuera. No hubo ningún ruido de cerradura, ni chirrido de apertura de puertas que alertaran a nadie de su presencia, y así pudo satisfacer su curiosidad de saber quién estaba rondando por la casa.

“¡Shhhh!”

Definitivamente era una mujer quien había susurrado.

“¿Tenías que empaquetar tantas cosas?”

Frunció el ceño. Sonaba un poco como la voz de Charlotte. Había pasado bastante tiempo con ella los dos días anteriores, por lo que probablemente conocía su voz mejor que la de Lydia.

¿Qué demonios hacia Charlotte rondando por allí abajo en medio de la noche?

Ned repentinamente se sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estomago. ¿Tenía un amante? Seguramente Charlotte no sería tan insensata.

“¡No puedo marcharme sólo con un vestido!” se oyó una segunda voz femenina. “¿Quieres que parezca una pobretona?”

Hmmmmmm. Ned supuso que conocía la voz de Lydia mejor de lo que pensaba, porque la había reconocido.

Sus oídos zumbaron. Olvidando a Charlotte -¿qué hacía Lydia bajando las escaleras? ¿Dónde demonios pensaba que iba la noche antes de su boda?

Acercó el rostro a la abertura de la puerta, agradecido de que hubiera salido la luna esa noche. Entraba suficiente luz a través de las ventanas, por lo que había decidido no encender ninguna vela cuando se sentó con la copa de brandy. Sin ninguna luz en la habitación, nadie sospecharía que estaba habitada. A menos que Charlotte y Lydia se pararan a investigar en la biblioteca, no lo verían.

Manteniendo los ojos fijos en la escalera, las vio descender, llevando cada una de ellas una gran bolsa de viaje. La única luz procedía de la vela que Charlotte sujetaba en su mano libre. Lydia vestía obviamente ropa de viaje y Charlotte usaba un vestido de diario de un color oscuro que no pudo discernir en la semipenumbra.

Ni una ni otra vestían como uno podía esperar que lo hiciera una mujer a media noche.

“¿Estás segura de que Rupert te está esperando al final del camino?” preguntó Charlotte.

Ned no pudo oír lo que Lydia contestó; ni siquiera sabía si había contestado o tan sólo movió la cabeza. El rugido que sentía en sus oídos bloqueaba todo sonido, eliminando todo pensamiento, excepto el más obvio.

Lydia iba a darle calabazas. Fugándose en medio de la noche, apenas unas pocas horas antes de que él planeara encontrarla en la iglesia del pueblo.

Se estaba fugando.

Con el idiota de Marchbanks.

El había estado sentado allí, durante horas, resignándose a la idea de un matrimonio que no quería, y su ruborosa novia, mientras, había estado planeando dejarlo tirado durante todo ese tiempo.

Quería gritar. Quería estrellar sus puños contra la pared. Quería…

Charlotte. Charlotte la estaba ayudando.

Su rabia se triplicó. ¿Cómo podía ella hacerle eso? Maldita sea, eran amigos. Amigos. La había tratado durante pocos días, pero en ese tiempo el la conoció, realmente la conoció. O eso pensaba. Supuso que Charlotte no era tan leal y tan honesta como el había imaginado.

Charlotte. Su cuerpo se tensó aun más, cada músculo tirante de furia. El había pensado que ella era mejor que esto.

Ella tenía que saber lo que le estaba haciendo al ayudar a Lydia a escapar. ¿O no había dedicado un pensamiento a lo que él sentiría a la mañana siguiente, plantado el altar, frente a cientos de invitados, esperando a una novia que no llegaría?

Las dos jóvenes se movían lentamente, obstaculizadas por las dos enormes bolsas de viaje. Lydia estaba arrastrando la suya, obviamente no tan fuerte como Charlotte, quien, al menos, se las arreglaba para avanzar pulgada a pulgada. Ned esperó hasta que se aproximaron, su mandíbula tornándose más rígida por segundos, y entonces, justo cuando ambas alcanzaron el tirador de la puerta principal…

Apareció de golpe.

“¿Van a algún sitio?” preguntó, sorprendido por el desdeñoso y sereno tono de su voz. Estaba absolutamente seguro de que la pregunta le saldría como un rugido.

Lydia pegó un salto, y Charlotte dejó escapar un pequeño grito, que aumento de intensidad cuando soltó la bolsa de viaje y cayó sobre su pie.

Ned apoyó un hombro en el marco de la puerta de la biblioteca mientras cruzaba los brazos sobre su pecho, consciente de que necesitaba mantener firmes las riendas de sus emociones. Una chispa, y estallaría.

“Es un poco tarde para andar correteando por ahí, ¿no creen?” les preguntó, manteniendo un tono de voz deliberadamente suave.

Las dos hermanas Thornton permanecieron mirándolo fijamente, temblando.

“Son las dos pasadas, diría yo,” murmuró Ned. “Uno pensaría que estarían en sus camas a estas horas.”

“Esto no es lo que parece,” balbuceó Charlotte.

Ned miró a Lydia, a ver si había encontrado su lengua, pero parecía demasiado aterrorizada para hablar.

Bien.

Se giró hacia Charlotte, ya que, obviamente, ella era un oponente más digno. “Interesante,” dijo, “porque no estoy seguro de lo que parece esto. ¿Quizás podría aclarármelo?”

Charlotte tragó juntando las manos, y apretándolas fuertemente. “Bien,” dijo, tratando evidentemente de ganar tiempo. “Bien…”

“Si yo fuera un hombre menos inteligente,” musitó Ned, “podría pensar que estoy viendo como mi querida novia se fuga la noche antes de nuestra boda, pero entonces me he dicho ‹‹seguramente no es eso, las hermanas Thornton nunca serían tan locas para intentar hacerme esa faena››”

Lo había conseguido. Las había silenciado. Charlotte parpadeaba furiosa, y él casi podía ver en sus ojos como su cerebro trabajaba frenéticamente para encontrar una respuesta, sin conseguirlo. Lydia parecía haber sido alcanzada por un rayo.

“Así que,” continuó él, gozando del momento de una forma un tanto enrevesada y estúpida, “puesto que obviamente Lydia no se está fugando, y usted,” se giró hacia Charlotte, lanzándole una mirada de hostilidad, “obviamente no la estás ayudando, quizás podrían decirme que están haciendo.”

Lydia miró a Charlotte con ojos implorante. Esta tragó varia veces con dificultada antes de decir: “Bien, de hecho, yo…”

Ned la miró.

Charlotte lo miró con ojos vacilante.

Ned continuó mirándola fijamente, sin vacilar.

“Yo… yo…”

Finalmente cerró los ojos.

“Se está fugando,” susurró, bajando la mirada al suelo.

“¡Charlotte!” exclamó Lydia, perforando con su voz el silencio de la noche. Se volvió hacia su hermana con expresión irritada e incrédula. “¿Cómo has podido hacerlo?”

“¡Oh, por el amor de Dios, Lydia!” exclamó Charlotte, “obviamente él ya lo sabía.”

“Quizás…”

“ ¿Cúan estúpido piensa que soy?” preguntó Ned a Lydia. “Dios bendito, ¿se iba a casar con un hombre que pensaba que no era lo suficientemente inteligente para imaginar lo que esto” -abarcó con un gesto de la mano toda la escena-“significa?”

“Te dije que no lo hiciéramos,” dijo Charlotte a su hermana, con voz acuciante y apenada. “Te dije que no estaba bien. Que no lo conseguiríamos.”

Lydia se volvió hacia Ned. “¿Va a golpearme?”

El la contemplo perplejo. Bueno, por todos los infiernos. Ahora ella se las había arreglado para dejarlo sin palabras a él.

“¿Lo hará?” repitió.

“Por supuesto que no,” le espetó. “Aunque puede estar segura de que si alguna vez considerara la posibilidad de pegar a una mujer, usted sería la primera en la que pensaría.”

Charlotte asió el brazo de Lydia y tiró de ella hacia las escaleras. “Regresamos,” dijo apresuradamente, sus ojos se cruzaron con los de él durante lo que le pareció un segundo eternamente largo. “Lydia lo lamenta. Yo lo lamento. Ambas lo lamentamos.”

“¿Y piensa que con eso es suficiente?” exigió Ned.

Ella tragó convulsivamente, y su piel se veía muy pálida, incluso bajo la vacilante luz de la vela. “Tenemos que prepararnos para la boda,” dijo, cogiendo de un tirón las bolsas de viaje. “Me aseguraré de que esté a tiempo en la iglesia. Puede confiar en mí.”

Y eso había hecho. Puede confiar en mí. ¿Cómo se atrevía a ni siquiera a pensara esas palabras?

“No tan rápido,” la contradijo, deteniendo su lento progreso.

Charlotte se dio la vuelta, sus ojos brillando con desesperación.

“¿Qué quiere?” exclamó. “Le he dicho que estaría preparada. Que me cercioraría de que estuviera en la iglesia a tiempo. Nadie sabe lo que ha sucedido esta noche, así que no sufrirá ninguna vergüenza por la locura de Lydia.”

“Muy generoso de su parte,” dijo Ned, “pero a la luz de los recientes acontecimientos, el matrimonio con Lydia no me parece lo más apetecible.”

La boca de Lydia se abrió ante tamaño insulto, y Ned tuvo que mirar hacia otro lado, disgustado por su reacción. ¿Qué demonios esperaba ella?

Así que su mirada recayó sobre Charlotte, quien de repente parecía alarmantemente encantadora a la luz de la vela, su pelo capturando el matiz rojizo de la llama. “¿Qué es lo que quiere?” susurró, temblándole los labios al pronunciar las palabras.

Parecía extenuada, los labios entreabiertos, sus ojos se habían vuelto de plata en la penumbra. Ned había querido bailar con ella entonces.


Y ahora -ahora que todo había cambiado, ahora que Lydia casi había cruzado la línea, finalmente podía admitir que había querido más.

Su cabeza se llenó de pensamientos eróticos y sensuales y algo más, algo a lo que no supo poner nombre.

Miró fijamente a Charlotte, directamente dentro de esos mágicos ojos grises y dijo: “Te quiero a ti.”


Por un momento nadie habló.

Ni siquiera respiró.

Y finalmente Charlotte consiguió decir: “Estás loco.”

Pero el vizconde simplemente cogió las bolsas de viaje de Lydia y las levantó como si sólo estuvieran llenas de plumas.

“¿A dónde va con ellas?” chilló Lydia en voz baja (si eso era posible, lo que aparentemente podía ser, pues no apareció nadie corriendo escaleras abajo para investigar después de la conmoción).

El dio un par de zancadas hasta la puerta principal y las echó fuera. “Váyase,” dijo ásperamente. “Y llévese sus malditos bultos.”

Los ojos de Lydia se salían de sus orbitas. “¿Me deja marchar?”

Su respuesta fue un gruñido impaciente, mientras se dirigía hacia ella a zancadas, la agarraba de un brazo y comenzaba a arrastrarla hacia la puerta. “¿Realmente piensa que deseo casarme con usted después de esto?” masculló Ned, con voz que gradualmente aumentaba de volumen. “Ahora, fuera.”

“Pero hay un cuarto de milla hasta donde he quedado con Rupert,” protestó Lydia, girando rápidamente la cabeza entre su hermana y Ned. “Se suponía que Charlotte iba a ayudarme con el equipaje.”

Charlotte vio con horror como Ned se giraba hacia Lydia con la expresión más malvada imaginable. “Usted es una chica fuerte,”dijo. “Ya se las arreglará.”

“Pero yo no puedo…”

“¡Por el amor de Dios, mujer!” explotó Ned. “Haga que Marchbanks regrese a por ellas, si la quiere lo suficiente le conseguirá su maldito equipaje.”

Y entonces, mientras Charlotte observaba toda la escena con la boca abierta, Ned empujó a Lydia a través de la puerta y la cerró tras ella de un golpe.

“¡Lydia!” consiguió exclamar, antes de que él se girara hacia ella.

,” dijo él.

Sólo era una palabra, pero todo lo que Charlotte pudo pensar fue, Gracias a Dios no ha dicho más.

Pero…

“¡Espera!” gritó Charlotte. “Tengo que despedirme de mi hermana.”

“Harás lo que yo diga que puedes…”

Ella lo esquivó y corrió hacia la puerta. “Tengo que decirle adiós,” repitió con voz rota. “No sé cuando volveré a verla de nuevo.”

“Rezo para que no sea pronto,” murmuró él.

“Por favor,” rogó Charlotte. “Tengo que…“

Ned la agarró por la cintura, y entonces la volvió a soltar. “Oh, por el… vale,” murmuró. “Ve. Tienes treinta segundos.”

Charlotte no se atrevió a discutir. El era la parte agraviada en esta terrible escena, y por mucho que le molestara su ira, también sabía que tenía derecho a sentirla.

¿Pero en qué demonios había él estado pensando cuando dijo que la quería a ella?

Basta. No podía pensar en eso ahora. No cuando su hermana estaba a punto de marcharse en medio de la noche.

No cuando el mero recuerdo de su rostro la hacia temblar. Sus ojos tan azules, tan intensos, cuando había dicho, Te quiero a ti.

“¡Lydia!” llamó ella con voz desesperada. Empujó la puerta abierta y corrió como si los fuegos del infierno le pisaran los talones.

Y no estaba muy segura de que no fuera así.

“¡Lydia!” llamó de nuevo. “¡Lydia!”

Lydia estaba sentada bajo un árbol, sollozando.

“¡Lydia!” exclamó horrorizada mientras corría a su lado. “¿Qué ocurre?”

“No pensé que sería así,” dijo Lydia, mirándola con ojos acuosos.

“Bien, no,” convino Charlotte, echando un nervioso vistazo hacia la puerta de la mansión. Ned había dicho treinta segundos, y pensó que seguramente los estaría cronometrando. “Pero esto es lo que hay.”

Aunque no pareció convencer a Lydia. “Se suponía que no me encontraría,” protestó. “Se suponía que estaría disgustado.”

“Ciertamente lo está,” replicó Charlotte, preguntándose qué es lo que disgustaba a su hermana. ¿No quería casarse con Rupert? ¿No iba a conseguir exactamente lo que deseaba?

¿Por qué, por todos los santos, estaba compadeciéndose?

“No,” jadeó Lydia, limpiándose las lágrimas con las manos. “Sólo suponía que sucedería después de que yo me hubiese marchado. No pensé que tendría que enfrentarme a ello.”

Charlotte apretó con fuerza los dientes. “Bien, eso es bastante egoísta, Lydia.”

“¡Y no creí que parecería tan contento al e-e-echarme!”. Y comenzó a llorar de nuevo.

“Levántate,” dijo Charlotte, tirando de Lydia y poniéndola en pie. De verdad, que esto era demasiado. Tenía a un vizconde furioso esperándola dentro para hacerla pedazos, ¿y Lydia se quejaba?. “¡Ya he tenido suficiente!”estalló. “Si no querías casarte con el vizconde, no tenías que haberle dicho que sí.”

“¡Ya te dije por qué acepté! Lo hice por ti, y por Caroline y Georgia. El prometió proveeros de una dote.”

Bien, eso era un punto a su favor, pero por mucho que Charlotte apreciara el favor que Lydia casi le había hecho, no se sentía demasiado inclinada a felicitarla por ello. “Bien, si ibas a fugarte,” dijo Charlotte, “deberías haberlo hecho unas cuantas semanas antes.”

“Pero el Banco dijo…“

“No me importan las precarias finanzas de Rupert,” dijo Charlotte con la mandíbula apretadaza. “Te has estado comportando como una niña malcriada.”

“No me hables así,” dijo Lydia, soltándose y enderezando los hombros.”Soy mayor que tú.”

“¡Entonces actúa como tal!”

“¡Lo haré!” Y efectivamente, levantó sus dos bolsas de viaje y comenzó a caminar alejándose. Dio seis o siete pasos antes de murmurar, “¡Maldita sea!”, y dejó caer las bolsas al suelo. “¿Qué demonios he metido en ellas?” preguntó, poniéndose las manos en las caderas, y mirando las bolsas con expresión ofendida.

Entonces Charlotte sonrió. “No lo sé,” dijo sorprendida, sacudiendo la cabeza.

Lydia echó un vistazo con expresión suave. “Seguramente necesitare más de un vestido”

“Seguramente,” convino Charlotte.

Lydia bajó la mirada a las bolsas y suspiró.

“Rupert las recogerá para ti,” dijo Charlotte suavemente.

Lydia se giró y capturó la mirada de su hermana. “Sí,” dijo, “él lo hará.” Entonces sonrió. “Es el mejor.”

Charlotte agitó una mano en despedida. “Sé feliz.”

A lo que Lydia respondió con una mirada de temor hacia Ned, que había salido por la puerta principal y se acercaba a grandes zancadas hacia ella. “Ten cuidado.”

Y escapó corriendo en la oscuridad.

Charlotte vio a su hermana desaparecer corriendo camino abajo y respiró profundamente, mientras intentaba prepararse para la batalla que, con certeza, se avecinaba. Podía oír a Ned aproximándose, sus pasos sonaban profundos y pesados en el silencio de la noche.

Para cuando ella se dio la vuelta él ya estaba a su lado, tan cerca, que Charlotte no pudo hacer nada, excepto contener la respiración.

“Adentro,” dijo él desagradablemente, haciendo un seco gesto con la cabeza hacia la mansión.

“¿No podría esperar hasta mañana?” preguntó Charlotte. Le había concedido bastante más de treinta segundos para despedirse de Lydia; quizás se sintiera generoso.

“Ni lo pienses,” contestó Ned con un ominoso tono de voz.

“Pero…“

“¡Ahora!” gruñó él, tomándola del codo.

Y aunque prácticamente la estaba arrastrando hacia la casa, su toque era sorprendentemente gentil, y Charlotte se encontró trotando detrás de él, forzando sus pasos para acomodarse a sus largas zancadas. Antes de darse cuenta estaban en la biblioteca de su padre, con la puerta firmemente cerrada tras de ellos.

“Siéntate,” le gruñó, señalando con la mano un sillón.

Ella se agarró fuertemente las manos. “Prefiero estar de pie, si no le importa.”

“Siéntate.”

Ella se sentó. Parecía una tontería luchar esta batalla, cuando la guerra definitiva asomaba en un futuro inmediato.

Por un momento él no hizo nada, excepto mirarla fijamente, y Charlotte, realmente, deseaba que simplemente abriera la boca y le gritara. Cualquier cosa sería mejor que ese silencio. La luz de la luna apenas bastaba para iluminar el azul de sus ojos y ella se sentía perforada por su inclemente mirada.

“¿Milord?” dijo finalmente, rompiendo el silencio.

Eso pareció incitarlo. “¿Tiene alguna idea de lo que ha hecho esta noche?” exigió Ned, pero su tono era suave y de forma extraña, resultaba peor que si hubiese gritado.

Charlotte no contestó de inmediato. Pensó que él realmente no esperaba una respuesta, y tres segundos después quedó confirmado cuando Ned continuó preguntando. “¿Sigue planeando lucir su traje de dama de honor? ¿Sentarse frente al altar, mientras yo espero, allí, de pie, a que Lydia llegue a la Iglesia?”

Charlotte retrocedió en el sillón ante la expresión de su rostro. Parecía furioso, pero también… dolido. Y estaba clarísimo que intentaba ocultarlo a toda costa.

“Iba a contárselo,” susurró ella. “Se lo juro por lo…”

“Oh, ahórreme el melodrama,” le espetó Ned rígidamente, empezando a caminar por la habitación con tal agitación, que a Charlotte no le hubiese extrañado ver que las paredes retrocedían ante su furia.

“Iba a contárselo,” insistió. “Justo después de asegurarme de que Lydia estaba a salvo, iba a buscarlo y a contárselo.”

Sus ojos brillaron. “¿Iba a ir a buscarme a mi habitación?” preguntó.

“Bueno…” empezó ella evasivamente. “De hecho, estaba en la biblioteca.”

“Pero usted no lo sabía.”

“No,” admitió ella, “pero…” se tragó el resto de sus palabras. Ned acortó el espacio entre ellos en un segundo y plantó las manos en los brazos del sillón.

Su rostro estaba muy cerca.

“Iba a ir a mi habitación,” repitió él. “habría sido muy interesante.”

Charlotte no contestó.

“¿Me habría despertado?” susurró Ned. “¿Rozando suavemente mi frente?”

Charlotte se miró las manos. Temblaban.

“¿O quizás,” continuó Ned, acercándose un poco más, hasta que ella pudo sentir su respiración en sus labios, “me habría despertado con un beso?”

“Pare,” dijo Charlotte en voz baja. “Esto es impropio de usted.”

Ned se enderezó de inmediato. “A duras penas está en posición de juzgar el carácter de otros, señorita Thornton.”

“Hice lo que creí correcto,” dijo Charlotte, irguiéndose en el sillón.

“¿Cree que esto es correcto?” preguntó Ned, evidenciando su disgusto en cada silaba.

“Bien, quizás correcto no,” admitió ella, “pero era lo mejor.”

“¿Lo mejor?” repitió Ned, casi escupiendo la palabra. “¿Es mejor humillar a un hombre frente a cientos de personas? ¿Es mejor escapar en medio de la noche que hacer frente…?”

“¿Qué quería que hiciera?” le exigió ella, interrumpiéndolo.

Ned guardó silencio durante un largo momento, y, finalmente, intentando recuperar el control de sus emociones, se dirigió hacia la ventana y se inclinó pesadamente contra el marco. “No hay nada en este mundo,” dijo, con voz extremadamente solemne, “que valore más que la lealtad.”

“Yo también,” dijo Charlotte.

Los dedos de él apretaron tan fuertemente la madera del marco, que sus nudillos se tornaron blancos. “¿De verdad?” preguntó, no confiando en girarse, ni siquiera para dirigirle una mirada. “¿Entonces cómo explica esto?”

“No entiendo lo que quiere decir” la escuchó contestar tras de él.

“Usted me traicionó.”

Silencio. Y entonces…

“¿Perdón?”

El se giró tan velozmente, que Charlotte se aplastó contra el respaldo del sillón. “Me traicionó. ¿Cómo pudo hacerlo?”

“¡Estaba ayudando a mi hermana!”

Sus palabras reverberaron en el silencio de la habitación, y por un momento Ned no pudo ni siquiera moverse. Por supuesto, pensó, casi desapasionadamente. ¿Por qué había esperado que ella hiciera otra cosa? El había cabalgado una vez, como si lo persiguieran todos los demonios del infierno, desde Oxford hasta Londres, para evitar que su hermana contrajera un desafortunado matrimonio. El, como todo el mundo, entendía la lealtad entre hermanos.

“Lamento muchísimo lo que hemos hecho,” continuó Charlotte, con voz suave y digna, en la semipenumbra. “Pero Lydia es mi hermana. Tenía que ayudarla a ser feliz.”

¿Por qué había pensado él que Charlotte le debía su lealtad a él? ¿Por qué había soñado nunca que ella pudiera considerar su amistad más importante que los lazos que la unían a su hermana?

“Iba a contárselo,” continuó ella, y Ned oyó como se ponía en pie. “Nunca habría permitido que se quedara esperando inútilmente en la iglesia, pero…pero…”

“¿Pero qué?” preguntó Ned, con voz cruda y desigual. Se giró. No sabía por qué, de repente, era tan importante ver su rostro; era casi como si un imán tirase de su interior, y tenía que ver sus ojos, saber lo que había en su corazón y en su alma.

“No habrían encajado bien,” dijo Charlotte. “Eso no excusa el comportamiento de Lydia, ni el mío, supongo, pero ella no habría sido una buena esposa para usted.”

Ned sacudió la cabeza, y, entonces, todo encajó en su lugar. Algo empezó a burbujear en su interior, algo ligero, y delicioso, casi vertiginoso. “Lo sé,” dijo inclinándose cerca de ella, tanto que casi podían respirar el mismo aire. “Y por eso me casaré contigo en su lugar.”

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