Capitulo Tres

“¡Ah! – ¡Ah! – ¡Ah!-“

“¿Está enferma?” oyó decir a una amable voz femenina, a cuya dueña Charlotte no podía identificar, y tampoco lo haría jamás, ya que sus ojos estaban cerrados en intensa concentración.

Sin mencionar que también los había cerrado para fingir un estornudo convincente.

“¡Ah – CHOOO!”

“¡Salud!,” dijo Rupert Marchbanks en voz alta, sacudiendo la cabeza de modo que los rubios mechones de su melena volaron fuera de sus ojos.” Me parece que la estoy haciendo estornudar.”

“¡Ah – CHOOO!”

“Dios mío,” dijo Lydia con preocupación, “no pareces estar bien.”

Charlotte deseaba, más que ninguna otra cosa, fulminar a su hermana con una sarcástica mirada, pero era imposible delante de tanto publico, así que en su lugar se lanzó a otro…

“¡Ah – CHOOO!”

“Estoy seguro, la hago estornudar,” anunció Rupert. “Tengo que ser yo. Comenzó a estornudar tan pronto me acerqué a su lado.”

“¡Ah – CHOOO!”

“Véis,” agregó Rupert, sin dirigirse a nadie en particular. “Está estornudando.”

“Eso,” dijo con tono cansino una voz masculina que sólo podía pertenecer a Ned Blyton, “es indiscutible.”

“Bueno, pues entonces ella no puede ser mi pareja en el Juego del Buscador,” dijo Rupert. “Probablemente acabaría con la diversión.”

“¡Ah – CHOOO!” Charlotte estornudó más suavemente esta vez, sólo por darle variedad.

“¿Utiliza alguna colonia exótica?,” preguntó Lydia a Rupert. “¿O quizás un jabón nuevo?”

“¡Una nueva esencia!,” exclamó Rupert, sus ojos brillaron, como si acabara de descubrir la causa de la situación. “Estoy usando un nuevo perfume. Me lo hice enviar de Paris, por supuesto.”

“¿Paris?,” preguntó Lydia delicadamente. “¿Dice usted de Paris?”

Charlotte se preguntó si podría dar a Lydia un codazo en las costillas sin que nadie lo notara.

“Sí,” continuó Rupert, encantado, como siempre, de tener una audiencia para pontificar sobre moda o perfumes. “Es una encantadora combinación de sándalo y caquis.”

“Caquis. ¡Oh, no!,” se lamentó Charlotte, procurando regresar al tema principal. “Los caquis me hacen estornudar.” Intentó que sonara como si un torrente de lágrimas fuera a derramarse de sus ojos. Lo cual, por supuesto no era cierto, porque hasta ese día ella no sabía ni que los caquis existieran.

Lydia miró hacia Ned, y abatió sus ojos. “Oh, milord,” le rogó, “tendrá usted que cambiar su lugar con Rupert en el Juego del Buscador. No podemos esperar que Charlotte pase toda la tarde en su compañía.”

Ned miraba a Charlotte con una ceja enarcada. Ella se giró hacia él y estornudó.

“No,” dijo Ned, sacando delicadamente un pañuelo de su bolsillo y secándose la cara, “no podemos.”

Charlotte estornudó una vez más, mentalmente enviando una breve súplica de perdón, que iba a tener que alargarse hasta el sábado en la iglesia. Lo que Lydia sabía, y de hecho todas las hermanas Thornton sabían, era que nadie podía fingir un estornudo como Charlotte. Las chicas Thornton siempre se habían divertido enormemente con los falsos estornudos de Charlotte. Afortunadamente su madre nunca lo había descubierto, si no, estaría observando la escena con gran sospecha.

Ya que, como de costumbre, estaba ocupada con un huésped u otro, solamente dio a Charlotte unos golpecitos en la espalda, y le ordenó beber un poco de agua.

“¿Entonces está de acuerdo?,” le preguntó Lydia a Ned. “Nos volveremos a encontrar después del juego, por supuesto.”

“Por supuesto,” murmuró él. “Estoy encantado de formar pareja con su hermana. No podría rechazar a una dama en tales a…”

“¡Ah – CHOOO!”

“…puros.”

Charlotte le dirigió una brillante sonrisa de agradecimiento. Le parecía lo apropiado.

“¡Oh, gracias milord!,” dijo Lydia con efusión excesiva. “Todo está arreglado entonces. Debo alejar a Rupert de delante de Charlotte inmediatamente.”

“Oh, sí,” dijo Ned suavemente. “Debe.”

Lydia y Rupert se marcharon de inmediato, dejando a Charlotte a solas con Ned. Ella levantó la mirada vacilante. El estaba apoyado contra la pared, observándola con los brazos cruzados sobre el pecho.

Charlotte estornudó de nuevo, esta vez de verdad. puede que sí fuera alérgica a Rupert. El cielo sabía, que cualquiera que fuera la esencia con la que se había empapado a si mismo, todavía flotaba nocivamente en el aire.

“Quizás,” dijo Ned, elevando las cejas, “le sentaría bien un poco de aire fresco.”

“Oh, sí,” dijo Charlotte impacientemente. Si estuvieran en el exterior, habría un montón de cosas que sería lógico que ella mirara: árboles, nubes, piedrecillas… Cualquier cosa, con tal de no tener que mirar al vizconde a los ojos.

Porque tenía la secreta sospecha de que él sabía que todo había sido una farsa.

Le había dicho a Lydia que no iba a salir bien. Ned Blydon, obviamente, no era bobo. El no se iba a dejar engañar por una par de pestañeos y unos cuantos estornudos falsos. Pero Lydia había insistido en que necesitaba desesperadamente tiempo para estar a solas con Rupert, y planear su fuga. Y por ello era necesario que formaran pareja en el Juego del Buscador.

Su madre, desafortunadamente, ya había formado las parejas para el juego, y por supuesto había emparejado a Lydia con su prometido. En cuanto supo que Charlotte sería la pareja de Rupert, Lydia ideó el maldito plan de tener a Charlotte estornudando como si le hubieran dado cuerda. Charlotte pensó que no serían capaces de engañar a Ned, y de hecho, en cuanto se hallaron en el exterior, y tomaron una cuantas profundas bocanadas del cristalino aire primavera, él sonrió (pero muy poco) y dijo: “Ha sido toda una actuación.”

“¿Perdón?,” dijo ella, intentando ganar tiempo, porque no sabía que otra opción tenía.

El se miró las uñas con indiferencia. “Mi hermana siempre ha fingido unos estornudos impresionantes.”

“Oh, milord, le aseguro…”

“No,” dijo él, clavando sus ojos azules directamente en los de ella. “No me mienta y haga que deje de respetarla, señorita Thornton. Ha sido una demostración excelente. Y convencería a cualquier persona que no conociera a mi hermana. O a usted, supongo.”

“Engañó a mi madre,” murmuró Charlotte.

“Lo hizo, ¿no?,” contestó mirándola…bueno, cielos,…parecía que orgulloso de ella.

“Y podría haber engañado a mi padre también,” añadió. “Si hubiera estado aquí.”

“¿No quiere contarme el porqué de todo esto?”

“No especialmente,” dijo ella brillantemente, aprovechándose de la oportunidad de poder contestar simplemente con un sí o un no.

“¿Cómo está su tobillo?,” le preguntó Ned. El repentino cambio de tema la hizo parpadear.

“Mucho mejor,” dijo irónicamente, insegura de por qué le concedía un indulto temporal. “Apenas me duele ya. Sólo debe haber sido una torcedura.”

El indicó el camino que conducía lejos de la mansión. “¿Paseamos?,” murmuró.

Ella asintió vacilante, porque en realidad no podía creer que efectivamente hubiera abandonado el tema.

Y por supuesto, no lo había hecho.

“Debo decirle algo sobre mí,” dijo Ned, mirando hacia las copas de los árboles con engañosa indiferencia.

“Er, ¿qué es?”

“Generalmente consigo lo que me propongo.”

“¿Generalmente?”

“Casi siempre.”

Ella tragó con dificultad. “Ya veo.”

El sonrió suavemente. “¿De verdad?”

“Acabo de decir que sí,” murmuró.

“Por lo tanto,” continuó él, haciendo caso omiso de su último comentario, “es bastante seguro suponer que antes de que finalicemos el Juego del Buscador, que tan amablemente su madre ha organizado como entretenimiento, me contará por qué se ha esforzado tanto en asegurarse de que éramos hoy pareja en el Juego.”

“Er, ya veo,” volvió a decir ella, pensando que sonaba como una tonta. Pero su otra alternativa era el silencio, y, a tenor de la conversación, no parecía la mejor elección.

“¿Lo hace?,” preguntó él, con voz terriblemente suave. “¿Realmente lo hace?”

Ella enmudeció; no podía imaginar ninguna respuesta para esa pregunta.

“Podemos hacerlo de forma fácil,” dijo Ned, prosiguiendo como si estuviera hablando de algo poco más interesante que el tiempo, “y aclararlo ahora. O…,” agregó significativamente, “hacerlo de forma difícil, verdaderamente muy, muy difícil.”

“¿Nosotros?”

“Yo”

“Eso pensaba,” masculló ella.

“Así que,” dijo él, “¿estás preparada para contármelo todo?”

Ella lo miró directamente a los ojos. “¿Es usted siempre tan calmado y controlado?”

“No,” replicó él. “Para nada. De hecho, me han asegurado que mi genio es bastante violento.” Devolviéndole la mirada, le sonrió. “Pero por lo general me las arreglo para perderlo sólo una o dos veces por temporada.”

Ella tragó nerviosamente. “Eso está muy bien por su parte.”

El continuó hablando de la misma forma, horriblemente controlada. “No veo ninguna razón para que pierda el genio ahora, ¿no?. Usted parece una joven razonable.”

“Muy bien,” dijo Charlotte, pensando que ese sanguinario hombre probablemente la ataría a un árbol (con expresión absolutamente calmada, por supuesto), si ella no le ofrecía algún tipo de explicación. “Lo que ha ocurrido no tiene nada que ver con usted.”

“¿De verdad?”

“¿Es tan difícil de creer?”

El ignoró el sarcasmo. “Continúe.”

Ella pensó rápidamente. “Es Rupert.”

“¿Marchbanks?,” inquirió él.

“Si. No puedo soportarlo.” Lo que no estaba muy lejos de la verdad. Charlotte había pensado en más de una ocasión que podría enfermar en su compañía. “Pensar en pasar una tarde entera en su compañía me hizo tener un ataque de pánico. Aunque debo decir que no esperaba que Lydia se ofreciera a cambiarme la pareja.”

El parecía muy interesado en su primera afirmación. “¿Pánico, dice?”

Ella plantó una expresión de franqueza en su rostro. “Intente pasar tres horas escuchándolo recitar su poesía, y entonces sabrá lo que es el pánico.”

Ned hizo una mueca. “¿Escribe poesía?”

Parecía dolido.

“Y cuando no lo está haciendo,” dijo Charlotte, consiguiendo hacerse con las riendas de la conversación, “está hablando acerca del análisis de la poesía, y de por qué la mayoría de la gente carece de las capacidades intelectuales apropiadas para entender la poesía.”

“¿Pero él si las posee?”

“Por supuesto.”

El asintió lentamente. “Tengo que confesar algo sobre este punto. No hay demasiada poesía en mí.”

Charlotte no lo sentía; se alegraba. “¿No?”

“No es como si habláramos en rima en las conversaciones cotidianas,” dijo él, haciendo un giro excluyente con la mano.

“¡Yo siento lo mismo!,” exclamó ella. “¿Cuándo,” le preguntó, “ha dicho usted ‘mi amor es como un ardor’?.”

“¡Dios bendito! Espero que nunca.”

Charlotte estalló en carcajadas.

“¡Ya sé!,” exclamó él de repente, señalando hacia las ramas de los árboles que formaban un techado de hojas por encima de su cabeza. “Esa hoja es roja.”

“¡Oh, por favor!,” dijo ella, intentando sonar desdeñosa, pero riendo todo el tiempo. “Incluso yo puedo hacerlo mejor.”

El hizo una mueca diabólica, y Charlotte, de repente, entendió porque tenía fama de romper tantos corazones en Londres. Por Dios, debería estar prohibido por ley ser tan guapo. Una sonrisa, y ella se estremecía hasta los dedos de los pies.

“Oh, ¿de verdad?,” se burló él. “Mejor que ‘Yo vi a mi hermana, y yo…’ “

“¿Y usted qué?,” lo incitó ella, al ver que luchaba por encontrar las palabras. “Ha hecho mal en escoger una palabra tan difícil de rimar.”

“¡La saludé en la mañana!,” finalizó él triunfantemente. “ ‘En la mañana y la envié…,’ bien, no sé dónde pero no al infierno. Su rostro lucía una expresión descarada. No sería de buena educación, ¿no cree?”

Charlotte no pudo contestar, porque las carcajadas no la dejaban.

“Bien,” dijo él mirándola muy satisfecho de sí mismo. “Bien, una vez que ha quedado claro que soy un extraordinario poeta, ¿cuál es el siguiente punto de nuestra lista?”

Charlotte echó un vistazo al arrugado trozo de papel que había olvidado que llevaba en la mano. “Oh, sí,” dijo. “El Juego del Buscador. Humm, déjeme ver, es una pluma, aunque no creo que sea necesario que encontremos las cosas en el orden en que están escritas.”

El inclinó la cabeza hacia un lado mientras intentaba descifrar la inclinadísima letra de la madre de Charlotte. “¿Qué más necesitamos? Un ladrillo rojo, un capullo de jacinto -eso es fácil, sé exactamente en qué parte del jardín se encuentran -; dos pliegos de papel de cartas que no pertenezcan al mismo juego, una cinta amarilla y un trozo de cristal.”

“ Un trozo de cristal,” repitió ella. “¿Dónde se supone que vamos a encontrar eso? No creo que mi madre esté de acuerdo conque rompamos una ventana.”

“Podría sustraerle los anteojos a mi hermana,” dijo él improvisadamente.

“Oh, eso es muy ingenioso.” Le dirigió una mirada de admiración. “Y astuto.”

“Bueno. Ella es mi hermana,” dijo modestamente. “Aunque no puedo enviarla al infierno. Pero ella no se quedara ciega sin ellos, y uno debe ser astuto en todo trato con los familiares, ¿no cree?”

“Ciertamente en tratos de esta naturaleza,” dijo Charlotte. Ella y sus hermanas se llevaban bien por lo general, pero siempre se tomaban el pelo y se gastaban jugarretas las una a las otras. Robar los anteojos a la hermana de Ned, para ganarles en el juego, bien, eso era algo que ella podía apreciar.

Ella observó su rostro, mientras él dejaba perder la mirada pensativo, su mente, al parecer, lejos de allí. No podía ayudarlo, pero reflexiono sobre qué buen tipo había resultado ser.

Desde que accediera a ayudar a Lydia a dejarlo plantado, se había sentido un poco culpable por ello, pero hasta ahora no se había sentido verdaderamente horrible.

Tenía la sensación de que el vizconde no amaba a su hermana; de hecho estaba segura de que no lo hacía. Pero él le había propuesto matrimonio, así que debía querer a Lydia como esposa por una razón u otra. Y como todos los hombres, tenía su orgullo. Y ella, Charlotte Eleanor Thornton, a quien le gustaba pensar en ella misma como en una persona honesta y de principios, estaba, de hecho, ayudando a orquestar su caída.

Charlotte sospechaba que debían existir cosas en esta vida más embarazosas que ser dejado plantado en el altar, pero en ese momento era incapaz de imaginar alguna.

El iba a sentirse humillado.

Y herido.

Por no mencionar furioso.

Y probablemente la mataría.

Lo peor, era que Charlotte no tenía ni idea de cómo detenerlo todo. Lydia era su hermana. Ella tenía que ayudarla, ¿no?. ¿No le debía ella su primera lealtad a su carne y su sangre? Y, además, si había algo que esta tarde le había quedado demostrado, era que Lydia y el vizconde realmente no encajaban. Lydia esperaba de sus pretendientes que le recitaran poesía. Charlotte no podía creer que pasara más de un mes desde su matrimonio antes de que intentaran matarse el uno al otro.

Pero aun así…, no estaba bien. Ned -¿cuándo había empezado a pensar en él llamándolo por su nombre de pila?- no se merecía el lamentable tratamiento que estaba a punto de recibir. El podía ser un poco presuntuoso, y ciertamente era arrogante, pero, a pesar de todo ello, parecía un buen hombre – sensible y divertido, y un verdadero caballero de corazón.

Y fue entonces cuando Charlotte se hizo una solemne promesa. Ella no permitiría que se quedara plantado, esperando, en la iglesia el sábado por la mañana. Puede que ella no pudiera detener la fuga de Lydia y Rupert -incluso puede que los ayudara- pero haría todo lo que estuviera en su mano por ahorrar a Ned un bochorno de la peor clase.

Tragó nerviosamente. Eso significaba buscarlo a altas horas de la noche, tan pronto como se asegurara de que Lydia estaba a salvo, lejos, pero no tenía otra opción. No, si quería vivir con la conciencia tranquila.

“Parece un poco seria de repente,” comento Ned.

Ella dio un respingo sorprendida ante el sonido de su voz. “Sólo absorta,” dijo rápidamente, complacida de que sobre esto, al menos, no mentía.

“Su hermana y el poeta parecen estar en una conversación bastante profunda, “dijo Ned reservado, señalando con la cabeza hacia la izquierda.

Charlotte giró rápidamente la cabeza alrededor. Ciertamente Rupert y Lydia estaban a unos treinta metros, hablando con expresión seria y rápidamente.

Gracias a Dios, ellos estaban bastante lejos para oír nada.

“Son buenos amigos,” dijo Charlotte, esperando que el calor que sentía en las mejillas no significara que estaba ruborizándose. “Conocemos a Rupert desde hace años.”

“¿Significa eso que mi futura esposa es una gran aficionada a la poesía?”

Charlotte sonrió tímidamente. “Eso me temo, milord.”

Cuando Ned la miró, sus ojos brillaban. “¿Su afición hará que espere que yo le recite poesía?”

“Probablemente,” replicó Charlotte, dirigiéndole una mirada de simpatía, que no era del todo falsa.

El suspiró. “Bien, supongo que ningún matrimonio puede ser perfecto.” Irguió la espalda y dijo: “Vamos allá, entonces. Si tenemos que participar en este absurdo juego, más vale que lo ganemos.”

Charlotte enderezó los hombros y camino hacia delante. “En efecto, milord. Pienso exactamente lo mismo.”

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