El fin de semana pasó para Cathy en un completo estado de confusión. Iba de ataques de depresión a momentos en los que no dejaba de comer. Dormir era algo imposible y le dolían todos los huesos del cuerpo por el cansancio. El lunes por la mañana parecía estar todavía muy lejos.
Cuando llegó por fin, Cathy dio las gracias, a pesar de que empezó a llover cuando salía del edificio en el que estaba su apartamento. Encajaba a la perfección con su estado de ánimo, gris y apagado. Para cuando llegó a su oficina, tenía los zapatos empapados y el pelo le caía a ambos lados de la cara, chorreando, lo que le daba el aspecto de una niña de dieciséis años.
Tras encontrar una nota en la puerta de Walter Denuvue, en la que informaba que no iba a regresar al despacho hasta el miércoles, Cathy sintió que caía en un estado de frenesí. ¿Qué iba a hacer?
No tenía a nadie con quien hablar, nadie con el que quejarse ni que le dijera lo que había que hacer. Siempre parecía estar sola cuando más le importaba.
Se sentó ante su escritorio durante una hora. Por fin, tomó el teléfono y marcó el número que la secretaria de Teak Helm le había dado.
Rápida y concisa, resumió el problema. Terminó con la frase:
– Debo hablar con el señor Helm. Es muy importante. Si no está disponible en estos momentos, por favor dígale que me gustaría hablar con él sobre la palabra «plagio» y su significado. Lo antes posible.
– ¿Está usted diciendo que el señor Helm ha plagiado a otro escritor? -le preguntó la secretaria, escandalizada.
Cathy estaba harta, harta de Teak Helm y de que nunca estuviera disponible. La intimidad era una cosa, pero aquel aislamiento que le proporcionaban sus secretarias era otra cosa muy distinta. A su modo, el famoso escritor era casi como Jared Parsons, que seguía siendo un enigma para ella. «Cortados por el mismo patrón», pensó.
– Esa palabra, señorita, significa lo que el señor Helm quiera que signifique -replicó, con la voz fría como el hielo-. Estaré en este despacho hasta las tres y luego me marcharé. Si el señor Helm quiere hablar conmigo, dígale que me llame hasta entonces, o que lo haga mañana a este número. No hablo con mis clientes desde casa. Asegúrese de que se lo explica.
– ¡Dios Santo, cielo! No se sulfure tanto. Le pasaré el mensaje al señor Helm, pero, mientras tanto, ¿por qué no se lo pone todo por escrito y se lo envía a él?
Cathy no se molestó en responder. ¿De qué servía? Le estaba empezando a doler la cabeza y tenía un largo día por delante. Sin embargo, había hablado muy en serio cuando dijo lo de las tres de la tarde. Iba a irse de compras. Quería comprarse un vestido nuevo para el día siguiente, cuando iba a cenar con Jared Parsons. Teak Helm no le importaba en absoluto. Dadas las circunstancias, había hecho todo lo que había podido.
La mañana pasó sin novedad. Cathy se tomó un bocadillo de atún y una taza de café muy cargado para comer. Ya eran las tres y todavía no había tenido noticias de Teak Helm. Además, había repasado el correo cien veces y todavía no se había recibido el sobre que contuviera el manuscrito de la novela.
Por fin, cubrió su máquina de escribir, limpió la mesa con un pañuelo de papel y sacó punta a sus lápices. No le gustaba que todas las cintas de goma estuvieran esparcidas por la mesa, así que las recogió y las metió en una cajita. Eran las tres y diez. Era evidente que a Teak Helm no le importaba lo que ella pensara. Si se atrevía a llamarla a su casa aquella noche, estaba dispuesta a colgar el teléfono. Si no podía mostrar la cortesía de hablar con ella durante el horario de trabajo, no lo haría en otro momento. No le debía nada. ¿Quién se creía que era? Decidió marcharse.
No encontró nada en las tiendas que le gustara. Miraba prendas y las rechazaba casi de inmediato. O el color no era el adecuado, o el estilo la hacía parecer demasiado joven o demasiado mayor…
Siempre terminaba buscando algo que se pusiera Erica. Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, se puso a buscar ropa para ella misma, para Catherine Bissette. Al fin, se decidió por un vestido sencillo de color lavanda. Además, compró también un pañuelo del mismo tono, aunque en un tono más fuerte, que se pudiera colocar en el cuello, y un cinturón a juego.
Cathy se quedó atónita cuando la dependienta le dijo la cantidad de dinero que debía. Era escandaloso gastarse tanto en un vestido. Sin embargo, lo pagó encantada.
Decidió no tomar un taxi. El precio del vestido la estaría acechando en los días venideros, así que ir andando para ahorrarse aquel dinero no le vendría nada mal. Casi no se dio cuenta de que llovía a cántaros, pero apretó la bolsa del vestido contra su pecho para evitar que se le mojara.
A medida que fue pasando la tarde, empezó a desear que el teléfono sonara y que fuese Teak Helm para poder decirle lo que pensaba de él. Sufrió con la protagonista de una película que echaban por televisión. A continuación, empezó a ver las noticias, dado que había decidido esperar a que pasara la media noche antes de irse a la cama. A Teak Helm no parecía importarle mucho el tiempo. La última vez que la llamó, lo hizo a medianoche. De todos modos, no creía que pudiera dormir.
La presentadora de las noticias consiguió que cayera rendida. Cuando se despertó eran las cuatro y media de la mañana y la espalda le dolía por haber dormido en mala postura. Bostezó y se dirigió hacia su dormitorio.
La nota que encontró en su escritorio el martes por la mañana no contribuyó a mejorar su humor. No tenía el valor de hablar con ella.
– ¡Ja! -exclamó mientras rasgaba el sobre.
La frase era breve, casi obscena por su escasez de palabras.
Esta vez te equivocas.
La leyó en voz alta. La firma no era más que un garabato. Cathy recorrió su despacho con la mirada.
– Me niego a enfadarme. No gritaré ni lloraré. Me doy cuenta de que hay muy buenas personas en el mundo, pero yo no soy una de ellas. Seré sensata, tranquila y esperaré a que regrese el señor Denuvue para cargar este asunto a sus espaldas.
Con expresión dramática, hizo un gesto como si se lavara las manos para demostrar que ya había tenido más que suficiente. Y se sintió mejor.
– Ojos que no ven, corazón que no siente, señor Helm -musitó mientras metía una hoja de papel en la máquina de escribir. Veloz, redactó una breve nota a su padre, en la que lo ponía al día y le explicaba que no iba a llamarlo durante una temporada, hasta que no compensara sus gastos por el carísimo vestido que se había comprado el día anterior. Con mucho cuidado, decidió no mencionar que el hombre con el que iba a salir era Jared Parsons. Justo en el momento en el que sacaba el papel de la máquina, el teléfono empezó a sonar. Era Megan White, la secretaria de Teak Helm, para preguntarle si había recibido su carta.
– Por supuesto -replicó Cathy-. Los mensajeros son muy rápidos.
– ¿Y?
– Y nada. Dígame, ¿cómo lleva trabajar para una persona tan perfecta? -le preguntó después de pararse a pensar durante unos segundos.
Una pequeña carcajada resonó en el oído de Cathy. De repente, desapareció la voz de la típica secretaria algo boba.
– No es fácil. La paga es estupenda y el resto de los beneficios son enormes. ¿Tiene usted algún mensaje para el señor Helm?
Cathy lo pensó durante un minuto y entonces sonrió.
– Por supuesto. Dígale al señor Helm que se pierda.
– Entendido. Literalmente, ¿verdad?
– Lo ha entendido a la perfección.
En el momento en que Cathy colgó el teléfono, el mundo pareció haberse iluminado. Por primera vez desde que regresó de Swan Quarter, sentía que tenía el control de la situación. Había resuelto el problema y tenía una cita con el hombre del que estaba enamorada. ¿Qué más podía pedir? El sol brillaba y se sentía fenomenal. De hecho, le parecía que nunca se había sentido mejor.
Paso el resto del día con una permanente sonrisa en los labios. Su estado de ánimo pareció contagiarse al de sus compañeros y, casi sin darse cuenta, estaban todos riendo y charlando, aunque trabajando a toda velocidad para terminar temprano y poder marcharse a una buena hora.
Cathy sintió que el corazón se le salía del pecho al escuchar el sonido de la puerta. ¿Debería esperar a que sonara una segunda vez? Tonterías. No podía esperar para poner los ojos en el guapísimo Jared Parsons. Quería rodearlo con sus brazos y estrecharlo contra su cuerpo. En vez de eso, se echó a un lado, aunque no dejó de notar que él la miraba con aprobación. Pensó que habría sido capaz de pagar el doble de dinero por aquel vestido. Solo por vivir aquel momento.
– Veo que estás lista. Eso me gusta. No me sienta muy bien tener que esperar a que una mujer se empolve la nariz -dijo Jared, guiñándole un ojo.
Ya en el restaurante, Cathy se sintió muy relajada en compañía de Jared. Ella tomaba un margarita mientras que Jared se deleitaba con un whisky escocés como si se estuviera muriendo de sed. Se lo terminó de un trago y pidió otro.
– He tenido un día algo duro -dijo, a modo de explicación.
– ¿De verdad? Yo he tenido un día maravilloso -le confesó-. He solucionado un problema y ya no llevo el peso del mundo sobre los hombros. Para decirlo más claro, ya no me importa.
Jared dejó el vaso encima de la mesa.
– Háblame de tu día. Cuéntame en qué trabajas exactamente.
Ella lo miró profundamente y, de repente, sintió que deseaba que él lo supiese todo sobre Cathy Bissette.
– Yo trabajo como editora para Harbor House Publishing. Me acaban de nombrar editora del señor Helm. No te impresiones demasiado. No es más que un nombre lleno de gloria. En realidad, es un hombre insufrible. Tuvo las agallas de llamarme a mi casa una noche y esperaba que me creyera que acababan de darle el alta en el hospital y que por eso me llamaba tan tarde. No parece tener ninguna consideración por nadie. Me dijo que no iba a hacer ningún cambio en su manuscrito. Bueno, te explico. Yo estaba convencida de que la novela no era lo suficientemente buena, que había perdido el espíritu de su estilo y no quería engañar a los lectores. De algún modo, se despistó un poco en este libro en particular. Yo me mostré muy objetiva, al menos eso creí yo, cuando le hice mis sugerencias. A la mañana siguiente, me envió un jardín completo de flores junto con dos revisiones de las que yo le había sugerido. Lo más extraño era que decía que aceptaba todas mis sugerencias. Sin embargo, tenía que enviar un manuscrito a los dos días, pero todavía no lo ha hecho. Me temo que no va a entregar la novela. Si el señor Helm decide irse con otra editorial, Harbor House Publishing iría a la quiebra. Las novelas de Teak Helm han estado manteniendo la editorial a flote. Mucha gente se quedaría sin trabajo y algunos de ellos son demasiado mayores como para encontrar otro, a pesar de que todavía no están en edad de jubilarse. Sería su fin -añadió en un hilo de voz. Tomó un trago de su bebida, deseando no haber hablado tanto.
– Parece que no aprecias mucho al señor Helm. ¿Por qué aceptaste el trabajo? Además, ¿qué te hace dudar de su afirmación de que acababa de salir del hospital?
– No conozco al señor Helm. Solo he hablado con él una vez. Hemos estado en contacto a través de sus secretarias y del correo. Es el hombre más aislado y cerrado que he tenido la suerte de no conocer -bromeó-. No creo que haya estado en el hospital porque ningún médico daría el alta a una persona que tosiera y estornudara del modo en que lo hacía él por teléfono. Parecía muy enfermo. Supongo que lo que no comprendo es por qué un hombre tan famoso como Teak Helm necesita tanta intimidad. Es casi como si se estuviera escondiendo. Tal vez tenga miedo de la gente. No sé cuál es su problema y en estos momentos no me importa.
– ¿Y cuál es el problema del que te has deshecho hoy? -le preguntó él en un tono casi íntimo.
– Me he librado de Teak Helm -respondió Cathy. Estaba bebiendo ya su segundo margarita. Tenía que andar con cuidado porque ya se estaba empezando a sentir algo mareada-. Verás… Mi padre me envió… -añadió. ¿Por qué la miraba Jared con tanta intensidad?-… me envió un viejo libro, escrito hace muchos años por Lefty Rudder. ¿Te dijo mi padre que Lefty solía ser uno de sus mejores amigos? Bueno, lo leí anoche y no te lo vas a creer, pero el señor Helm ha plagiado una aventura completa de las páginas del libro de Lefty Rudder, Gitano del mar.
Esperó expectante para ver cuál era el comentario de Jared y, cuando lo escuchó, se desilusionó mucho con su respuesta.
– Esa es una acusación muy seria, Cathy. ¿A quién más se lo has dicho? -le preguntó él con una gran intensidad en la mirada.
– El señor Denuvue está fuera de la ciudad, pero se lo contaré mañana cuando regrese.
– ¿Siempre tratas el buen nombre de un hombre tan a la ligera, Cathy?
– Claro que no. Le envié una carta, tal y como me pidió su secretaria. El señor Helm me contestó diciéndome que estaba equivocada. Ahí se acabó todo.
Cathy se arrepintió de habérselo dicho. Se sentía muy incómoda bajo aquella mirada tan penetrante.
– Mira -prosiguió-. Mi lealtad está con mi editorial.
Cathy se puso a agitar los brazos en el aire. Cuando los dejó encima de la mesa, se sintió perdida en la mirada de Jared y, como siempre, empezó a comportarse con torpeza y tiró su bebida. Con prisa, trató de enjugar el líquido con la servilleta.
Una amarga sonrisa apareció en el rostro de él.
– Confío en que puedas ocuparte del asunto con tu peculiar estilo -comentó mirando significativamente el mantel. ¡Había vuelto a hacerlo!
La cena se desarrolló en silencio. Cathy mantuvo los ojos bajos mientras cenaba, respondiendo solo cuando Jared le hacía alguna pregunta. Sabía que se estaba comportando de un modo muy infantil, pero no podía enfrentarse a su mirada, temerosa de que dejara traslucir de algún modo sus sentimientos.
Oyó que Jared suspiraba. Estaba harto de su actitud. Ella estaba segura de ello.
– Mírame, Cathy -le ordenó. Obediente, levantó la cabeza y miró al hombre que estaba sentado al otro lado de la mesa-. ¿Qué pasa? ¿Por qué no te puedes divertir cuando estás en mi compañía?
– Me siento muy incómoda contigo. No es algo malo, sino la sensación de que, de un modo u otro, vas a… Lo que quiero decir es que soy muy consciente de tu presencia y de lo que me haces sentir. No te mentiré. No soy tan sofisticada como tu secretaria o las otras mujeres con las que hayas podido estar… o estés. Esos sentimientos me resultan tan ajenos. He salido con otros hombres y estuve a punto de comprometerme antes del verano, pero cambié de opinión. Él no era la persona con la que yo quería pasar el resto de mi vida.
– ¿Y con qué clase de hombre te gustaría pasar el resto de tu vida? -preguntó él con una sonrisa.
– Tal vez con alguien como tú, pero solo después de que te conozca mejor -contestó ella con total sinceridad.
– Creo que este momento es tan bueno como cualquier otro para que me conozcas mejor -dijo Jared poniéndose de pie-. Voy a llevarte a dar un paseo por el parque en un coche de caballos. ¿Te gustaría?
– Me encantaría, Jared. Llevo dos años viviendo en Nueva York, dos años, y todavía no me he montado en uno de esos carruajes. ¡Qué maravilloso que se te haya ocurrido! -añadió poniéndose de pie, mientras él le retiraba la silla.
– Tengo una confesión que hacerte. Yo vengo a Nueva York al menos cuatro veces al año y tampoco lo he hecho nunca.
Era una noche de verano digna de mantenerla en la memoria. El aire llevaba ya matices del otoño y el cielo era negro como el terciopelo. Había un cierto ambiente de celebración, y las personas que paseaban por la calle parecían envueltas en la conspiración de una noche romántica.
Jared detuvo un taxi y le dio al conductor instrucciones para que los llevara al parque. Entonces, se recostó en el asiento, muy cerca de Cathy. Ella pudo aspirar su aroma y sentir la presión de sus hombros contra los de ella.
Como dos niños, fueron corriendo desde el taxi hasta la calesa. Jared la ayudó a subir al carruaje y, cuando el cochero tiró de las riendas, el caballo echó a andar. Ambos se acomodaron en el asiento.
Central Park mostró toda su magia aquella noche mientras paseaban por los senderos a un ritmo muy lento. Cuando Jared le rodeó los hombros con el brazo, como si aquello fuera lo más natural del mundo, Cathy conoció la felicidad de estar con el hombre que amaba.
– Esto es casi como un mundo completamente diferente, ¿verdad? -comentó él.
Ella asintió. No se atrevía a hablar por miedo a que se rompiera el hechizo. Jared la estrechó un poco más contra su cuerpo e hizo que ella le apoyara la cabeza en el hombro. Cathy sintió que le rozaba las sienes con los labios, para luego hacer lo mismo con el pelo.
– Eres una chica muy especial, Cathy Bissette, y me gusta estar contigo -susurró. El sonido de su voz le produjo a ella un escalofrío por la espalda.
Con delicadeza, como si tuviera miedo de que ella se rompiera, hizo que se girara un poco, muy tiernamente.
– Voy a besarte, Cathy, porque una chica como tú debería ser besada en una noche tan romántica como esta, paseando a caballo por Central Park en una calesa. Sin embargo, voy a besarte porque, en estos momentos, es lo que más deseo en el mundo. Llevo observándote toda la noche. El modo en que te brillan los ojos y parecen cambiar de azules a verdes, en el que sonríes… Entonces, te salen unos hoyuelos, justo aquí… -susurró, tocándole la comisura de los labios con el dedo-, pero a quien estaré besando será a ti, a Cathy, la mujer que eres. No porque creo que seas hermosa en el exterior, sino porque sé lo bella que eres ahí dentro -añadió, tocándola en el pecho, justo debajo del cuello.
Suavemente, con una ternura que le rindió el corazón, Jared bajó la cabeza y apretó sus labios contra los de ella. Saltaron chispas en su interior y se convirtieron en una llama que se le abrió paso por las venas. Una voz en su interior no hacía más que repetir Jared, Jared…
Aquello era lo único que Cathy quería, lo que necesitaba. Todas las preguntas que sentía sobre él desaparecieron. No había nada ni nadie más. Jared Parsons era el hombre que amaba, con el que quería pasar el resto de sus vida. No le importaba quién era o lo que era. En su corazón sabía que solo podía tener cosas buenas y maravillosas. Cuando llegara el día en que quisiera responder a sus preguntas, lo escucharía sabiendo que había estado en lo cierto sobre él desde un principio.
Cathy fue la primera en llegar a la editorial. Por lo menos, eso era lo que creía, hasta que se dio cuenta de que Walter Denuvue estaba al teléfono. A través del cristal, le dijo que quería hablar con él. Walter le indicó con un gesto que se sentara y esperase en la pequeña recepción.
Ella llevaba en una mano la novela de Lefty Rudder y en la otra las galeradas de Teak Helm. Cuanto más esperaba, más furiosa se ponía. En el momento en que vio que Walter colgaba el teléfono, entró por la puerta. Su voz era casi incoherente cuando trató de explicarle lo que había ocurrido. A mitad de camino en su monólogo, se dio cuenta de que Walter seguía mirándola, impasible. Estaba demasiado tranquilo, demasiado frío. ¡No le importaba! Dejó de hablar y miró con fijeza a su jefe, esperando.
– Cathy, no te preocupes.
– Señor Denuvue, no puedo creer que me acabe de decir esto. ¿Cómo puede quedarse ahí sentado, tan tranquilo, y decirme que no me preocupe sobre un clarísimo caso de plagio? Está aquí, no hay posibilidad de error. Teak Helm sacó esta novela de otra de Lefty Rudder. No copió las palabras. Ha sido demasiado inteligente como para eso, pero robó la idea y ni siquiera ha tenido la decencia de hacer un buen trabajo. ¡Lo dejo! -gritó con dramatismo-. Voy a regresar a Swan Quarter, donde la gente sabe lo que son la decencia y la integridad. Me avergüenzo de usted. Sé que a usted no le importa, pero a mí sí. Y también me avergüenzo de personas como Teak Helm. No quiero formar parte de todo esto. Considere esta conversación como mi dimisión.
Walter Denuvue encendió su pipa. Ni su voz ni sus ojos parecían mostrar preocupación alguna.
– Cathy, te quedan dos semanas de vacaciones. No tienes por qué dimitir. Puedes marcharte hoy mismo si quieres.
Ella se quedó boquiabierta. Walter se mostró frío y distante, pero muy seguro de sí mismo. Aquello no era lo que la joven había esperado. Además, resultaba insultante que la despidiera así de fácil.
– Si eso es lo que siente, Walter, será justo lo que voy a hacer. Prefiero dedicarme al marisqueo para ganarme la vida y que me salgan callos en las manos por ganarme la vida. Al menos, no sufriré de indigestión cada dos por tres. Lo siento mucho por usted, Walter. Creía que era un hombre de principios y que conocía el significado de la palabra integridad.
Él se encogió de hombros.
– Y llévate esa floristería que tienes en tu despacho. Yo no voy a regarlas.
– Quédeselas, Walter. El señor Helm cometió un error cuando me las envió a mí. Debería haber sido usted el destinatario. A mí no me compra nadie -replicó con amargura.
Cathy tardó solo diecisiete minutos y medio en recoger su escritorio y marcharse de su despacho. Nadie le prestó atención, aunque, de todos modos, no estaba de humor para dar explicaciones. Cuando bajaba por el ascensor, no sintió nada. Su breve carrera en el mundo editorial había llegado a su fin.
Se pasó el resto del día recogiendo sus cosas en cajas para llevárselas a Swan Quarter. Alquilaría un coche para poder llevárselo todo. Así se tomaría el largo viaje con tranquilidad, aunque aquello significara pasar la noche en un motel. Le resultó muy divertido pensar que llegaría a su casa al mismo tiempo que la carta que le había enviado a su padre.
Era probable que a Lucas lo sorprendiera mucho ver que su hija regresaba para quedarse. Sin embargo, en lo que a ella concernía, no iba a echar nada de menos lo que había en Nueva York…
¡Jared! El corazón se le detuvo en seco. Él no vivía en Nueva York. Le había dicho que solo iba a la gran ciudad unas cuatro veces al año. No importaba. Si decidía que quería seguir viéndola, sabría dónde encontrarla.
Aquella noche iba a llevarla a un concierto en el parque. Parecían gustarle mucho las actividades en el parque o, ¿es que acaso era un romántico empedernido? ¿La besaría aquella noche? ¿Qué pensaría de ella, después de que Cathy hubiera sido tan sincera sobre lo que sentía? Lo más seguro que nada. Tenía tiempo de sobra mientras estaba en Nueva York y, sin duda, estaba saliendo con ella porque creía que le estaba haciendo un favor a Lucas. Así demostraba al marinero que le estaba muy agradecido por el trabajo que había realizado en su yate. Fuera lo que fuera, Cathy había decidido que iba a disfrutarlo, sin importarle lo que él fuera a ofrecerle. Cuando se marchara de su lado, lo afrontaría, pero estaría segura de que él había sido la mejor persona con la que disfrutarlo.
Ella sacó un calendario del cajón del escritorio y decidió que se marcharía el sábado. Así no tendría que meterse prisa. Había hecho un listado de las cosas que tenía que hacer: realizar un cambio de dirección para que le enviaran las cartas, desconectar todos los servicios, transferir sus escasos ahorros al banco de Swan Quarter y alquilar un coche. Por último, debía decirle a la portera que no iba a seguir arrendando el apartamento. Si hacía todo aquello con rapidez, le quedaría algo de tiempo para hacer algunas compras y también para compadecerse.
No sabía si decirle a Jared que se marchaba o no. No estaba huyendo de él, ni de nada. Estaba avanzando hacia algo. Hacia su hogar, el único que había conocido nunca. Su lugar estaba en Swan Quarter, con o sin Jared Parsons. Como no estaba huyendo, no había razón alguna para decirle nada. Cuando llegara el sábado, metería todas sus cosas en el coche alquilado y se marcharía. Tan sencillo como eso.
Eran las siete y media cuando sonó el timbre y Jared entró en el apartamento quince minutos tarde. No se disculpó, sino que sólo esperó a que ella recogiera un jersey. En el ascensor, hablaron de cosas sin importancia. Mientras iba a Central Park en el coche de Jared, a Cathy le pareció que él disfrutaba de su compañía. Le comentó, en voz muy baja, que le gustaba la música casi tanto como leer.
– Es cierto -dijo ella-. Me dijiste en Swan Quarter que te gustaba mucho leer a Teak Helm. Y también que habías leído todas las novelas de Lefty Rudder. Dijiste que preferías a Helm, ¿no?
– Sí. Sus novelas me resultan muy emotivas. Casi me imagino a mí mismo en algunas de las escenas. Para mí, sus personajes están muy vivos.
– Me pregunto lo que habrías dicho si hubieras leído las galeradas de su última novela antes de que yo hiciera las correcciones. ¿Crees que te habrías percatado, como lector y fan incondicional, la misma falta de espíritu que yo noté?
Jared apartó los ojos de la carretera y miró a Cathy durante un breve momento, antes de volver a concentrarse en el tráfico.
– Creo que sí. Últimamente soy un lector muy crítico. No estoy seguro de si eso es bueno o malo. ¿Qué te parece a ti?
– Creo que es bueno, Jared. Cuando un lector hace eso, significa que el autor ha conseguido lo que buscaba. La emoción sea buena o mala, es siempre buena. No hay dos personas que lean o miren nada bajo la misma perspectiva. ¿Entiendes lo que te digo?
– Claro. Dime. ¿Ha llegado ya el manuscrito del señor Helm? Ayer dijiste que todavía no lo había hecho.
– Me temo que no.
Cathy impidió que la conversación siguiera por aquellos derroteros pidiéndole a él que estuviera atento a la entrada a Central Park. Jared se distrajo de la conversación y se centró en la carretera. Ella lo observó de soslayo. El gesto que tenía en el rostro la intrigaba mucho. ¿En qué estaría pensando? ¿Por qué tenía que ser un enigma para ella? Tenía que sentir algo, por pequeño que fuera…
Cuando volvió a hablar, no fue su tono lo que la sorprendió, sino las palabras y el modo de preguntar, casi como si conociera la respuesta.
– ¿Qué tal te ha ido el día?
– Ha sido algo difícil -replicó Cathy con brevedad. Entonces, recordó su decisión de no decirle a Jared nada sobre su decisión de marcharse a Swan Quarter ni sobre su despido. No quería dar explicaciones, ni siquiera al hombre que amaba. Sabía, en el fondo de su corazón, que él tendría algo inteligente y sensato que decirle. Pero, aunque no se burlara de ella con palabras, lo haría con la expresión de su rostro.
– No parece muy positivo -dijo con frialdad.
Cathy no comprendió. ¿Qué había querido decir con aquellas palabras? Era imposible que lo supiera. ¿Cómo iba a saberlo? Sintió ciertos remordimientos, pero decidió que no tenía por qué sentirse culpable al no decirle la verdad.
Jared aparcó el coche y apagó el motor. Entonces, se volvió para mirarla.
– No has contestado a mi pregunta.
– No sabía que me hubieras preguntado nada -dijo Cathy, algo cohibida por su habitual tono de sorna-. Lo único que recuerdo es que dijiste que no parecía muy positivo.
– Sí, eso fue lo que dije, pero cualquiera hubiera hecho algún comentario a una frase como esa.
– Yo no soy como el resto de la gente -replicó ella, mientras salía del coche.
– En eso tienes razón -comentó Jared bajándose también a su vez-. Te encuentro muy refrescante, Cathy. Creo que puedo decir, sin temor a equivocarme, que no he conocido nunca a nadie como tú.
– Yo tampoco he conocido nunca a nadie como tú. Algún día, Jared, me gustaría saber lo te hace vibrar -dijo sin poder evitarlo.
El roce de su brazo, mientras caminaban juntos, le resultaba muy familiar. Cathy saboreó aquella sensación. Le encantaba. ¿Se daría cuenta? ¿Le importaría? ¿Cómo podía una persona amar tanto a otra y sobrevivir por no verse correspondida?
El concierto fue muy largo, pero maravilloso. Ella disfrutó cada segundo y sintió que se hubiera terminado. Jared también parecía haberse dejado llevar por la música. La había agarrado la mano y, de vez en cuando, se la apretaba como si quisiera demostrarle que todavía seguía a su lado. No trató de acercarse a ella, ni de abrazarla ni mucho menos de besarla, como hacían las otras parejas en la oscuridad. Cathy se sintió muy resentida por tanto distanciamiento. No sabía lo que pensar.
Jared aparcó el coche en doble fila delante de su apartamento. Ella le entregó la llave y él abrió con destreza la puerta.
– Buenas noches, Cathy -le dijo con suavidad, dándole la llave-. ¿Te gustaría ir a ver una obra en Broadway mañana por la noche? Mi hermano me ha dado dos entradas y pensé que te gustaría.
– Me encantaría. Gracias por invitarme.
– De nada, Cathy. Me gusta mucho tu compañía… Bueno, te recogeré a las siete y media.
– Estaré lista. Buenas noches, Jared -dijo ella, mirándolo con expresión ferviente a los ojos.
Deseaba que al menos le diera un beso en la mejilla, pero él sonrió y se marchó sin decir nada más.
Cathy pasó una noche muy inquieta. Unos sueños muy intranquilos la invadían una y otra vez. En ellos aparecía un hombre alto y fuerte, que la perseguía por la orilla del río. Por la constitución, se parecía mucho a Jared, pero su rostro era un enigma. Llevaba en la mano un libro.
Se despertó con la frente empapada de sudor. No sabía interpretar los sueños, pero sabía que el hombre que la perseguía era una mezcla de Jared y Teak Helm, los dos hombres que habían puesto su mundo patas arriba.
Tras abrir la ventana del dormitorio, empezó a hacer la cama sin dejar de pensar en la noche anterior. ¿Por qué no la habría besado Jared? ¿Cuál era el motivo de tanta formalidad? ¿Es que estaba tratando de abotagarle los sentidos hasta comunicarle una cierta sensación de seguridad para que, cuando estuviera desprevenida, pudiera lanzarse sobre ella? Eso era lo que hacían siempre los hombres, sobre todo en las películas.
Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero, aquella vez, no pudo contenerlas. ¿Quién podía ver si tenía los ojos rojos o hinchados? Nadie.
Cathy se preparó un ligero desayuno, pero por desgracia, quemó el bollito en el tostador y el té estaba muy flojo. Vaya desayuno… Se sonó la nariz con un pañuelo de papel y se sentó en uno de los taburetes de la cocina. ¿Qué iba a hacer para pasar el día? No estaba engañando a nadie, tan solo a sí misma. Al cabo de una hora, tendría todas sus cosas en una caja de cartón y estaría de camino. ¿Por qué las dudas? Por Jared, por supuesto y porque, secretamente, había esperado que Teak Helm se pusiera en contacto con ella. Cuando el teléfono estuviera desconectado, aquella esperanza se terminaría. Sabía que no iba a llamar de todos modos, así que no importaba. Walter Denuvue se lo había dejado muy claro. Tan claro que, de hecho, le parecía que las palabras todavía le resonaban en los oídos.
¿Qué hacer? Podía ir a las Torres Gemelas para echar un último vistazo a Nueva York. ¿Por qué no? Se vistió y salió a la calle. Se sentía como si acudiera a algo muy importante. La gente no importaba. Saludaba con la cabeza a algunas y sonreía a otras.
Cathy pagó la entrada y esperó al siguiente ascensor. Le pareció que aquel edificio era una estupenda obra de ingeniería. Debería sentirse impresionada, pero no era así. Cuando llegó al mirador, con mucho cuidado miró por la ventana. Aquella era la última vez que veía Nueva York. ¿Se marchaba dejándose algo allí? ¿Qué le había dado Nueva York a ella? ¿Qué se llevaba de vuelta a Swan Quarter? Decidió que las respuestas indicaban un empate. No se le había dado nada ni se llevaba nada. Era libre de marcharse. Libre para volver a casa.
El tiempo que tardó en bajar le pareció una eternidad. Sentía una gran impaciencia por regresar a su apartamento, por lo que, a pesar de que sabía que no se lo podía permitir, paró un taxi.
Cuando llegó, su apartamento le parecía el mismo. No había mensajes para ella ni correo. El teléfono estaba en un completo silencio. Se sentía perdida, olvidada.
Para comer, se preparó unas rebanadas de pan tostado con queso y un zumo de manzana. Se obligó a comer, a pesar de que el pan tostado se le pegaba al paladar. El queso no le apetecía, por lo que lo dejó en el plato hasta que empezó a resecarse.
La televisión la animó un poco. Los actores de los seriales siempre tenían tantos problemas que tal vez se podría identificar con alguien, al menos durante un rato. Vio varios culebrones y se tragó todos los anuncios hasta que llegó la película de las cuatro y media. Entonces, la estuvo viendo un rato hasta que pudo poner las noticias de las cinco en otro canal.
Cuando terminó el noticiario, decidió que iría a darse un baño y prepararse para su cita con Jared.
Como en los dos días anteriores, cuando Jared llegó, ella ya le estaba esperando. Él sonría y la alabó por su aspecto. Cathy gozó en silencio, feliz por la mirada tan íntima que le había dedicado. Era probable que aquella noche la besara o le declarara sus intenciones. Eso era lo que ella quería, lo que le gustaría que ocurriera, pero no creía que fuera a ser así. El se estaba comportando tan cortés y formal como lo había hecho la noche anterior. Sintió una ligera sensación de pánico cuando vio que él se fijaba en las cajas. Por suerte, no hizo ningún comentario.
Durante el intermedio de la obra, Jared se levantó para ir a por un vaso de zumo de naranja para Cathy. Ella lo tomó ávidamente, deseando que la noche no terminara nunca. Le encantaba que Jared se preocupara tanto por ella. El corazón pareció adquirir alas, pero no pudo echar a volar. No iba a ocurrir nada, así que no había por qué fingir que así podía ser. Los hombres como Jared Parsons no permanecían mucho tiempo al lado de mujeres como Cathy Bissette. Durante un rato, parecía estar disfrutando de su compañía, pero en otros momentos no sabía si fingía. Por el momento, con eso le bastaba.
– Me marcho mañana por la mañana -dijo él, de repente.
Cathy abrió mucho los ojos. Debería decir algo, pero no encontraba las palabras. ¿Dónde iba? ¿Por qué se iba? Tragó saliva para tratar de deshacerse del nudo que sentía en la garganta. Con mano temblorosa, le entregó el vaso. La expresión del rostro de Jared era inescrutable. Cathy se dio cuenta de que, después de aquella noche, no volvería a verlo. El nudo que tenía en la garganta se iba haciendo cada vez mayor ¿Cómo iba a poder soportar estar allí, viendo la segunda parte de aquella obra? Lo único que quería hacer era salir corriendo, muy, muy rápido, y no volver la vista atrás.
– ¿Estás lista?-le preguntó él.
Cathy asintió y él la tomó del brazo. Le parecía que estaba agarrándola con demasiada fuerza, como si se hubiera dado cuenta de que estaba temblando como un flan.
Cathy dio gracias por la oscuridad que reinaba en el teatro. Sintió un profundo alivio al poder relajarse y pensar. Los actores que se movían por el escenario no significaban nada para ella y casi no notaba la presencia del resto de los espectadores. Jared se marchaba al día siguiente…
Él tuvo que tirarle del brazo dos veces antes de que ella se diera cuenta de que la obra había terminado.
– ¿Te ha gustado? -le preguntó él.
– Mucho -mintió Cathy, esperando que no le pidiera opinión sobre nada más.
Por suerte, mientras regresaban a su apartamento, consiguió entablar conversación con él. Hablaron de la contaminación de Nueva York y compararon aquella vibrante metrópolis con Swan Quarter. Jared alabó su indumentaria y le dijo que era de una tonalidad muy extraña. Luego quiso saber si a las rubias les gustaba aquel color.
Cathy asintió. Odiaba aquella conversación estúpida y sin fundamento alguno. ¿Por qué no podía decir algo más interesante, como que la amaba? Ella deseaba que le pidiera que se marchara con él, que fuera suya, pero no… No hacía más que hablar de la contaminación y del color de su vestido. ¡Hombres!
Jared pagó el taxi y le dio una generosa propina. Cathy supo que así había sido por la cara de felicidad del conductor. Sin embargo, no le había dicho que esperara. ¿Qué significaba aquello?
– ¿Te importa si subo a tu apartamento durante unos minutos? -le preguntó él mientras le abría el portal, como siempre.
– Me encantaría, pero lo único que puedo ofrecerte es un poco de vino blanco o una taza de té chino.
– Una copa de vino estaría fenomenal.
Subieron juntos y Cathy entró directa a la cocina. Al abrir el armario, vio que lo único que le quedaba allí eran dos vasos decorados con los personajes de los Picapiedra. Sirvió el vino y volvió al comedor.
Jared tomó el vaso que ella le ofrecía y se fijó en Pedro Picapiedra, que parecía estar bailando alrededor del vaso.
– Muy original, Cathy -dijo señalando el vaso.
Ella tenía los nervios a punto de estallar.
– El resto de las cosas están ya empaquetadas -confesó.
– ¿Empaquetadas? ¿Es que te marchas a alguna parte? -preguntó Jared, volviéndose a fijar en las cajas de cartón.
– Regreso a Swan Quarter. Dimití el otro día.
– ¿Por qué no me lo habías dicho?
– No creía que te interesara lo que yo hacía. De hecho, estoy segura de que no te interesa ni lo que hago ni adónde voy -susurró llorando en silencio.
– ¿Es la gran ciudad demasiado para ti?
– No. La ciudad no, pero sí la gente. Si no te importa, preferiría no hablar de ello.
Jared la estrechó entre sus brazos y le tomó la barbilla en una mano.
– En ese caso, no hablaremos de ello. Tan sencillo como eso.
Entonces, la besó mientras le enredaba las manos en el cabello. Su aliento le acariciaba la mejilla como una pluma y olía a vino blanco. Cathy deslizó las manos bajo la chaqueta, para sentir una vez más sus músculos… Entonces, lo estrechó contra su cuerpo.
Jared trazó con los labios la línea de la mandíbula de Cathy y siguió marcándola hasta llegar a la suave piel de detrás de la oreja. Ella oyó que contenía el aliento y murmuraba su nombre. Los cielos parecían haber descendido sobre ellos. Estaban perdidos en un mundo compartido solo por ellos, en el que sus labios parecían establecer el vínculo necesario.
Cathy se sintió muy débil, como si estuviera disolviéndose dentro de él. De repente, Jared se apartó y la miró profundamente a los ojos. Su voz, cuando habló, estaba llena de emoción y pasión. Había un anhelo inconfundible al tiempo que sus ojos parecían haberse convertido en dos pedernales que le abrasaban el alma.
– Que Dios me ayude, Cathy… Te deseo… Algún día tengo la intención de que seas mía, pero no de este modo.
Sin dar más explicaciones, se levantó y se dirigió hacia la puerta. Salió del apartamento tan rápido que pareció que no se había abierto la puerta.