Capítulo Seis

Cathy aceptó con cortesía el premio por su guisado de cangrejos y sonrió a los jueces. Luego, hizo lo mismo con su padre, que la miraba orgulloso. El rostro de Jared Parsons presentaba también una sonrisa y Erica parecía un felino, con los ojos entornados. Cathy se sintió muy incómoda bajo su mirada y tropezó cuando se alejaba de la mesa de los jueces. Se metió la cinta azul en el bolsillo de los pantalones, pensando que la sonrisa de Jared la había hecho desear que nunca hubiera ganado. ¿Quién era aquel hombre que había llegado a Swan Quarter para molestarla de aquel modo? ¿Por qué lo hacía y por qué era todo tan secreto? Lo único que sí sabía era que Erica estaba implicada en el asunto. Cathy sentía que, si supiera a lo que se dedicaba Jared, podría hacer algunas investigaciones propias y, al menos, se sentiría mejor. A menudo se le había pasado por la cabeza que él estaba relacionado con algo ilegal. Eso explicaría, al menos, su aparente riqueza.

De algún modo, Cathy no podía resignarse a aceptar que Jared estaba ligado al mundo de la delincuencia. Había un aura casi tangible de respetabilidad, con sus ojos grises y su abierta sonrisa. No, no podía considerar aquello. Algo se rebelaba dentro de ella, algo a lo que no podía ponerle nombre. Tal vez Jared había heredado aquella riqueza. Cathy solo deseaba conocer la respuesta. Así la ayudaría a levantar sus defensas contra él.

Sin embargo, por el momento, tenía que ir a recoger a Bismarc a la perrera.

Había demostrado su valía en la competición de perros, en la que había quedado segundo.

Al ver a su ama, el animal saltó de alegría y meneó la cola con energía.

– Eres tan inconstante como ese tipo de ahí. Si hubiera venido él a sacarte de aquí, no me harías ni caso -dijo, recordando la fidelidad que Bismarc parecía sentir por Jared.

En el momento en que abrió la puerta de la jaula, el perro echó a correr. «Sin duda para ir a buscar a su nuevo amigo», pensó Cathy, muy desilusionada. Ella tendría que recorrer el polvoriento terreno que ocupaba la feria para ir a buscar al perro.

Enojada consigo misma y con el mundo, Cathy se sentó en un banco y retiró el envoltorio de una barra de chocolate. Masticó la golosina y recorrió el terreno buscando a Bismarc. Entonces, vio que el perro se dirigía directo a ella a plena carrera. Esperó hasta que estuvo lo suficientemente cerca como para poder extender la mano y agarrarlo por el collar. El animal dio un paso atrás y empezó a ladrar. Entonces, trató de zafarse de ella. Volvió a ladrar y sacudió la cabeza, consiguiendo soltarse en esa ocasión. De nuevo, empezó a ladrar como loco.

– Quieres que te acompañe a algún sitio, ¿es eso?

Bismarc ladró de nuevo y echó a correr. Cathy salió detrás de él, pisándole los talones. Comprendió a la perfección lo que ocurría cuando llegaron a una orilla aislada del río, detrás de las casetas en las que se envolvían los cangrejos. Se veían los trozos de una balsa flotando cerca de la orilla y, a cierta distancia, se distinguían unos brazos agitándose y unos débiles gritos. No lo dudó. Con gran velocidad, se quitó los zuecos de madera que llevaba puestos y los pantalones. Se lanzó al agua al mismo tiempo que Bismarc. Sus movimientos eran firmes y poderosos: la acercaban al bañista que estaba en peligro. Una vez que levantó la cabeza, vio que la figura se hundía en el agua. El frenesí se apoderó de ella y rezó porque no fuera demasiado tarde. Debía de ser un niño, un crío sin experiencia que hubiera decidido participar en el concurso de balsas caseras. Los gritos eran cada vez más débiles, lo que la apresuraron más aún. Bismarc iba ladrando detrás de ella, nadando con habilidad en el agua.

– Aguanta un poco -exclamó Cathy-. Ya voy, ya voy

Por fin, consiguió llegar hasta el lugar donde se encontraba el niño.

– ¡Chunky Williams! -exclamó, muy preocupada.

Era imposible que pudiera remolcarlo a la orilla. Estaba muy cansada y el niño era demasiado pesado, ya que estaba algo obeso. Lo único que podía hacer era sujetarlo y esperar que no hubiera tragado demasiada agua.

– ¡Bismarc! -le ordenó al perro-. ¡Vuelve a buscar a papá! ¡Ve a buscar a alguien y date prisa!

El perro permaneció en el agua, esperando, sin saber qué hacer. No estaba seguro de si debía dejar a su dueña y al niño u obedecer su orden.

– ¡Vete! -reiteró ella.

Por fin, el perro pareció comprender y Cathy vio cómo se daba la vuelta y se dirigía hacia la orilla.

– ¡Nada más rápido! -le dijo, aunque sabía que el perro estaba haciendo todo lo que podía.

– Gr… gracias, señorita señorita Bissette -susurró Chunky-. Tengo tengo tanto frío

– ¿Qué te ocurrió? -le preguntó ella, tratando de mantener la cabeza del niño a flote y de no hundirse ella.

Chunky trató de sonreír, pero fracasó.

– Yo no usé tiras tiras de cuero cuando até la balsa. Utilice una cuerda vieja que tenía mi madre y se rompió cuando se mojó todo se deshizo Mi papá me va me va a matar…

– No, vas a ver que no -le aseguró Cathy, temblando-. Estará tan contento de ver que estás bien que no te hará nada.

– Vaya ¿de verdad lo cree así?

– Tienes mi palabra. Los padres son así. Lo que has hecho ha sido una tontería Venir al río tú sólo después de la carrera -murmuró, tratando de mantener al niño a flote, aunque le estaba costando mucho.

– No me gusta entrar el último -musitó Chunky-. Mi mamá me dijo que no tenía ninguna oportunidad porque todos los demás niños eran mucho más delgados y ligeros que yo, pero no le hice caso. ¿Vamos a morir, señorita Bissette?

– No -replicó Cathy, apretando los dientes-. Mira, Bismarc acaba de llegar a la orilla. En cualquier momento, mi padre llegará con su barca y tú podrás ir a abrazar a tu padre. Venga, no te rindas, Chunky -añadió tratando de colocarse el peso del niño en el lado izquierdo.

Los brazos se le estaban quedando dormidos. Cathy sabía que estaban en peligro, aunque no podía creer que fueran a morir en el río que había sido su amigo desde que era una niña. El sol brillaba en el cielo y relucía sobre las tranquilas aguas como diamantes. La gente se ahogaba en lugares oscuros, con aguas turbulentas que los envolvían con avaricia, no en la gloriosa brillantez del cuatro de julio.

– ¿Crees que podrías flotar un poco sobre la espalda, Chunky?

– No, comí demasiada pizza y helados antes de venir aquí. Me duele muchísimo el estómago.

Cathy gruñó al tiempo que examinaba la orilla para ver que alguien había acudido a ayudarlos. Incluso desde la distancia, supo que era Jared Parsons el que se había lanzado al agua del río. Bismarc se quedó en la orilla, ladrando con fuerza. Otras personas empezaron a acudir, animando al nadador con entusiasmo.

– ¡Aguanta, Chunky, que ya vienen a salvarte! -dijo Cathy, animando al muchacho a pesar de lo furiosa que se sentía-. Ya verá ese perro cuando lo agarre -añadió en voz baja.

– ¿Qué ha dicho, señorita Bissette? Ya no puedo aguantar más -susurró el niño mientras se iba deslizando entre los ya débiles dedos de Cathy por el continuado esfuerzo.

Ella se zambulló en el agua y buscó al niño frenética. Lo tenía agarrado por las axilas cuando se sintió ella misma izada hasta la superficie. Cuando logró emerger, se sacudió el agua de la cara y vio que Jared sujetaba al niño sin ningún esfuerzo y que la miraba con una expresión profunda en los ojos.

– A pesar de que es loable, lo que hecho ha sido una tontería -la espetó-. ¿Por qué no has buscado ayuda antes de meterte en el agua sola? ¿Cómo pudiste creer que una chica tan delgada como tú iba a poder salvar a este niño? Os podríais haber ahogado los dos y, además, ese perro tuyo es un inútil. ¿Puedes regresar a la orilla o quieres que llame a alguien para que venga a ayudarte?

– Puedo llegar yo sola -replicó ella con amargura-. Y te equivocas, Jared Parsons, mi perro no es ningún inútil. Si no fuera por Bismarc, Chunky estaría muerto. Si no cuenta con tu aprobación, es es una pena. De ahora en adelante, mantente alejado de mi perro -añadió mientras utilizaba cada gramo de las fuerzas que le quedaban para volver a la orilla.

Aunque tenía que remolcar al pesado Chunky, Jared llegó a la orilla antes que ella. Los hombres le dieron palmadas en la espalda y las mujeres suspiraban por él cuando colocó al niño en el suelo. Alguien le cubrió los hombros con una manta mientras Bismarc le lamía los dedos por haber completado la operación de rescate.

Al ver aquello, Cathy no pudo contener las lágrimas. Nadie le prestaba ninguna atención. El niño que había mantenido a flote en el agua, su estúpido perro y su padre estaban rodeando a Jared Parsons. Nadie le ofreció a ella una manta. Nadie le preguntó si se encontraba bien.

– ¡Ya está! -gruñó-. Me vuelvo a Nueva York.

Fue sollozando hasta el aparcamiento donde había dejado la furgoneta. Tras sentarse detrás del volante, se marchó a casa entre lágrimas.


Tras darse su segundo baño del día, Cathy se volvió a vestir y se secó el cabello. ¿Debería volver a las celebraciones o quedarse en casa? Dermott la estaría esperando. Así que, lo menos que podía hacer, era decirle que ya no le interesaba nada que estuviera relacionado con el festival del cuatro de julio. Estaba tan cansada Era casi seguro que Dermott no esperaría que participara en el concurso de baile. Además, ¿a quién le importaba?

Se sirvió una taza de café bien cargado y se lo tomó de un trago al sentir que los ojos volvían a llenársele de lágrimas. Por suerte, el café le produjo el efecto deseado y le cortó de raíz las ganas de llorar.

Se sentía furiosa. Quería gritar y pegar patadas, herir como la habían herido a ella. Era una mujer adulta y se esperaba de ella que se comportara como tal ¡Ja! Por lo que a ella le parecía, era la única que se había estado comportando como una adulta. El estúpido y misterioso Jared, la infantil Erica y Lucas, que parecía estar viviendo una segunda infancia ¿A quién le importaba lo que hacían ni lo que pensaban? «A mí no, de eso estoy segura», pensó.

– Me voy a volver a Nueva York en cuanto pueda encontrar un billete de avión -dijo.

Jared sería ya casi un héroe nacional. «El hombre misterioso salva a un niño. Todos los habitantes de Swan Quarter están en deuda con él. El hombre misterioso también roba el afecto de un perro». Cathy esbozó una expresión de tristeza. Tenía que admitir que aquello era lo que le dolía más. Bismarc solía adorarla. Eran inseparables y que él le diera su afecto a a aquel playboy era más de lo que podía soportar.

Aquella vez, las lágrimas sí consiguieron deslizársele por las mejillas. Cuando se las secó con el reverso de la mano, solo hizo que se le derramaran más.

De repente, sintió que alguien más estaba en la habitación. Vio una sombra al otro lado de la mesa que la sobresaltó. Cathy levantó los ojos.

– Te he estado buscando, pero ya te habías ido. Lo siento mucho si te parecí algo brusco en el río, pero sabía que necesitabas algo que te hiciera enfadar lo suficiente como para que pudieras regresar nadando hasta la orilla. Parecías tan agotada como el niño -dijo Jared con suavidad-. Por alguna extraña razón, sólo verme parece enfadarte y yo creí es decir

Estaba mirándola de un modo tan extraño que Cathy se sintió muy débil. Debería estar gritándole, diciéndole lo que pensaba de él, pero no podía hacer otra cosa que mirarlo. Asintió y aceptó así su disculpa. Estaba segura de que se trataba de una disculpa, o al menos lo más cercano que él podría estar a aceptar la culpa de algo. Tomó el pañuelo que él le ofreció y se sonó la nariz. Olía a Jared, por lo que no pudo evitar tener junto a la nariz la suave tela un segundo más de lo que era necesario, saboreando aquel aroma tan masculino. Cuando consiguió reunir la fuerza necesaria para hablar, la sorprendió la tranquilidad con la que lo hizo.

– ¿Dónde está mi perro?

– Aunque no te lo creas, está sentado en la orilla del río, guardando tus pertenencias. No creo que puedas culparme a mí porque le caiga simpático a tu perro. ¿Qué quieres que haga? ¿Que le dé una patada o que le pegue? Me gustan mucho los animales, y los perros en particular. Supongo que Bismarc lo presiente -añadió. Cathy asintió y se dio la vuelta-. Voy a regresar al festival. ¿Quieres que te lleve?

– No, gracias.

– En ese caso, supongo que te veré más tarde en el concurso de baile. Erica y yo vamos a participar. Ella es una bailarina estupenda. Según tengo entendido, tú vas a hacerlo con uno de los chicos del pueblo. Al menos, eso fue lo que me dijo Lucas.

– ¿Y te dijo también mi padre que ese muchacho del pueblo tiene dos pies izquierdos?

Jared Parsons miró a Cathy, con la cabeza un tanto inclinada.

– No, no me lo ha dicho. No parece que tengas una alta opinión de tu valía, Cathy. Si no la tienes tú, ¿cómo esperas que la tengan los demás?

– No es eso lo que me importa -lo espetó ella-. Son las comparaciones a lo que me opongo.

Jared pareció entender a la perfección, tal y como ella había deseado. Salió de la habitación y cerró la puerta detrás de él. Para Cathy, aquel fue el sonido más desolador que había escuchado nunca.


Cathy esperaba en silencio al lado de Dermott McIntyre en la improvisada sala que iba a utilizarse para el concurso de baile. Sabía que Erica estaba muy cerca porque podía oler el aroma de su perfume. La mirada miope de Dermott era lo único que necesitaba para estar segura. Se sentía algo hortera al lado de la esbelta rubia, que la estaba sonriendo.

– No he ganado una copa en toda mi vida. Jared dice que está seguro de que ganaremos. Hemos bailado en los mejores clubes de Nueva York en más de una ocasión. ¿Y tú, Cathy?

– No Te deseo suerte.

– La suerte no tiene nada que ver con esto. Jared y yo hemos perfeccionado nuestro modo de bailar a lo largo de los últimos meses. Bailamos muy bien y, por lo que he visto por aquí -comentó, mirando a su alrededor con desdén-, no veo competencia alguna. Tú no vas a participar, ¿verdad?

– No, claro que no -replicó Cathy, dándole un codazo a Dermott para que no la contradijera.

Sin embargo, aunque la vida le hubiera dependido de ello, Dermott no habría podido responder. Estaba demasiado ocupado mirando la falda de raso, con una profunda raja en un lateral y los zapatos de tacón algo que Erica lucía a la perfección.

– Bueno, aquí viene Jared -ronroneó Erica.

Cathy ya no podía aceptar la idea de bailar.

– Había creído que tú querías participar en este concurso -se quejó Dermott-. Me he limpiado los zapatos para nada. ¿Por qué? Sólo dime por qué.

– Porque no somos lo suficientemente buenos y no tengo deseo alguno de ver cómo haces el ridículo. No tenemos ninguna oportunidad contra ellos -dijo Cathy, señalando a Jared y a Erica con la cabeza.

Admiró la camisa de seda blanca, abierta casi hasta la cintura, su torso bronceado y aquellos pantalones hechos a medida. Era el centro de atención de todas las mujeres que había allí y la envidia de todos los hombres. Era evidente, por el modo en que ellos las estrechaban contra su cuerpo. Dermott no parecía inmune a la amenaza de los encantos de Jared. Agarró a Cathy por la cintura.

– Ese tipo es un chulo -dijo, sin apartar los ojos de Erica.

– Si él es un chulo, ¿qué es Erica? -replicó Cathy. Dermott se sonrojó-. ¿No me digas? -añadió, tomando el rubor de su compañero como respuesta.

– Pues claro. Los tipos como ese relamido las aman y las dejan Sé la clase que son. Yo soy un hombre -comentó muy orgulloso.

Cathy quería decirle a Dermott que, al lado de un hombre como Jared Parsons, él no era más que un muchacho, pero se contuvo. Dermott era agradable, tal vez demasiado para ella. Quizá tuviera dos pies izquierdos, pero tenía otras cualidades espléndidas que lo harían merecedor de otra mujer.

De repente, a Dermott no pareció importarle que no fueran a participar en el concurso de baile. Tenía los ojos pegados a la voluptuosa figura de Erica, que llevaba extendida la mano para que le dieran la tarjeta con el número de su participación. Jared, como siempre, tenía un aspecto dispuesto y preparado. Cathy estuvo segura en aquel momento de que los dos ganarían el concurso de baile.

– ¿Quién decoró el salón? ¿De dónde ha venido esa orquesta? -le preguntó Dermott.

Cathy miró a su alrededor y tuvo que admirar la decoración. Las luces multicolores y la música ambientaban una noche de fiesta, cuya recaudación iba a ir a parar al orfanato de la ciudad.

– Pat Laird y John Cuomo son los responsables. Al menos eso es lo que me ha dicho mi padre. Al Anderson ha preparado las luces. Esa es la orquesta de Billy Tensen, que ha estado tocando por todo el sur, así que espero que se vaya a recaudar mucho dinero. Son muy buenos, ¿verdad?

– Sí, geniales -replicó él sin apartar la mirada de la larga pierna de Erica.

«Espero que le dé un calambre», pensó Cathy. De inmediato, sintió haberle deseado mal a la joven. «Solo estoy celosa», admitió.

– ¿Qué número tenéis Dermott y tú? -quiso saber Lucas, acercándose a Cathy.

– No vamos a participar -respondió ella. Su padre se colocó delante de ella y la miró directamente a los ojos.

– No lo puedes soportar, ¿verdad, Cathy?

Las palabras necesarias para responder a su padre se le formaron en la garganta, pero decidió no utilizarlas. ¿Qué demonios le pasaba cuando no podía soportar las bromas de su padre? Cathy tragó saliva y habló con mucha suavidad.

– Eso es, papá. No puedo soportarlo. Y creo que este es un momento tan bueno como cualquier otro para decirte que me marcho a mediados de semana. Piensa lo que quieras.

Lucas golpeó cariñoso a su hija en el hombro y luego la abrazó.

– Hagas lo que hagas está bien hecho en lo que a mí respecta. Eso ya lo sabes, Cathy. Sin embargo, tú eres la que tiene que vivir tu vida -añadió antes de marcharse.

– ¿Qué te ha dicho tu padre? -preguntó Dermott mientras no dejaba de moverse de un lado a otro.

– Me ha dicho que yo soy una princesa y que me merezco un príncipe y que, dado que no hay ninguno disponible, comprendía por qué no iba a participar en el concurso -replicó ella.

– ¿De verdad? -comentó Dermott mientras observaba cómo los concursantes saltaban a la pista de baile.

Cathy observó a las primeras cuatro parejas con una objetividad clínica. Eran buenos, pero les faltaba la habilidad que sabía que iba a ver cuando Erica y Jared salieran a la pista de baile. Se sintió indefensa, vulnerable al ver cómo la quinta pareja se colocaba en el centro de la pista. Recorrió con la mirada el círculo de personas que observaban sin aliento a los bailarines. En aquel momento, decidió que necesitaba un poco de protección paterna. Dermott ni siquiera se dio cuenta de que se había alejado de él. Al llegar al lado de Lucas, él miró y sonrió. Cuando Cathy suspiró, su padre comprendió.

– Cathy, me voy a llevar a Erica al pueblo después del concurso. Le mencioné por casualidad que el Nido de Langostas era propiedad de un amigo mío y

– Papá No tienes que explicarme nada de lo que hagas. A cambio, yo espero la misma cortesía por tu parte.

– Sólo quería que supieras dónde estaba por si

– Por si te necesitaba. Y eso significa también que el señor Parsons está disponible, ¿verdad?

Los dos concursantes terminaron su número y aplaudieron. Cathy hizo lo mismo, aunque la mente no dejaba de darle vueltas por la excitación.

Su padre iba a llevarse a Erica al Nido de Langostas. Jared la llevaría a ella a casa porque aquello era lo que su padre se habría preocupado de organizar. Seguramente, Lucas no tendría el descaro de llevar a la bella Erica al restaurante en la furgoneta, lo que significaba que se llevaría el coche. A las chicas como ella no les gustaba montar en furgonetas. Eran las muchachas como Cathy Bissette, que ganaban concursos de cocina, las que iban en furgonetas.

Cathy apretó los puños al ver que Erica llevaba a Jared al centro de la pista. Todo estaba mucho más silencioso que cuando el resto de los concursantes habían bailado. Ellos eran forasteros de Nueva York, personas sofisticadas con dinero Cathy miró a su alrededor y se quedó asombrada al ver los gestos que había en los rostros de todos los asistentes. Las mujeres, jóvenes y maduras, los observaban con admiración. Los hombres miraban a Erica con lujuria. De repente, se dio cuenta de que Jared la estaba mirando sin recato alguno. Pensó que seguramente habría creído, por cómo estaba mirando a Erica, que estaba celosa. Era probable que así fuese si era sincera consigo misma. Entonces, se sorprendió cuando le deseó buena suerte con un sutil movimiento de labios. Jared dejó de sonreír y la miró como si ella le hubiera dicho algo obsceno. A continuación, Cathy se sorprendió aún más al levantar la mano y sonreír y saludar a la pareja.

– Buena chica, Cathy. Sabía que podrías manejar esta situación -susurró Lucas.

– ¿Sabes una cosa, papá? Tal vez tengas razón. La música está empezando. Aquí está tu oportunidad para ver lo que se hace en la Gran Manzana.

Sus movimientos eran fluidos, perfectos Los dos se movían como si estuvieran perfectamente compenetrados el uno con el otro. En aquellos momentos, Cathy no sintió envidia, sino admiración por los bailarines. Cuando terminó el baile, aplaudió entusiasmada. Era evidente que ellos habían sido los ganadores, porque el presentador se dirigió de inmediato al centro de la pista para entregar la copa a Erica, que la aceptó muy cortés. Jared sonreía y aceptaba las felicitaciones de todo el mundo. Dedicó una sonrisa a una ancianita y luego, de manera inesperada, la besó en la mejilla. La mujer, asombrada, se llevó una mano al rostro y sonrió llena de felicidad.

Cathy sintió que una ira irracional se abría paso a través de ella. Sintió que le había robado el perro, a su padre y que, además, se estaba ganando el afecto de la comunidad entera.

– Sería un político excelente. Me apuesto algo a que también besa a los niños -le susurró a su padre.

– No tiene nada de malo besar a los niños. Yo he besado a unos cuantos en mis tiempos -bromeó Lucas con una sonrisa.

– Tengo hambre, papá. Creo que me voy a ir a comprar un perrito caliente o algo por el estilo. Ya no veo a Dermott por aquí, así que, si te encuentras con él, dile dónde estoy.

– Vale. Bueno, ha llegado la hora de reclamar mi premio. ¿Quieres que te lleve una langosta del restaurante?

– No, gracias, me vale con un perrito caliente. Supongo que no te veré hasta mañana. Que te lo pases bien, papá -comentó Cathy antes de perderse entre la multitud.

Cuando hubo terminado el perrito caliente, no pudo ver a Dermott por ninguna parte. Esperaba sinceramente que hubiera encontrado algo con lo que ocuparse y que la hubiera olvidado. Empezó a comer patatas fritas y contempló a la multitud. No se veía por ninguna parte a Jared Parsons. Se sentía algo enojada. Le daría unos minutos más y, si no aparecía, se iría a casa y dejaría que encontrara el camino de vuelta a su barco solo. Si se iba a casa en aquel mismo instante, se perdería los fuegos artificiales. Sonrió secretamente y luego se echó a reír. Si Jared se presentaba, era capaz de hacer sus propios fuegos artificiales, solo que sería Cathy Bissette quien explotara, no el fino y gallardo Jared Parsons. Sí, y en aquellos momentos parecía que hubiera muchas posibilidades de que así ocurriera, aparecía y la llevaba a casa, no se comportaría como una niña. Esa clase de comportamiento era lo que la había hecho perder a Marc en Nueva York. Actuaría como la moderna neoyorquina que su padre le decía que era.

Pasaron quince minutos y luego otros quince más y Jared seguía sin aparecer. La pareja que trabajaba en el puesto de perritos calientes estaban empezando a mirarla con sospecha. Era hora de marcharse. De irse a casa. Sola. ¿Y qué había esperado? ¿Que Jared iba a caer rendido a sus pies y le iba a declarar amor eterno?

Sí, en efecto. En algunos momentos, sería incluso capaz de aceptar una mentira. Las lágrimas se le acumularon en los ojos, por lo que se alegró de que ya estuviera oscureciendo. Regresó al lugar en el que estaba aparcada la furgoneta y se encontró a Bismarc tumbado allí, esperándola. Se colocó tras el volante y sintió que las lágrimas que se le habían estado acumulando en los ojos empezaban a resbalarle por las mejillas. Se las limpió con el reverso de la mano, como una niña, pero un sollozo le ahogó la garganta. Trató de serenarse y suspiró. Entonces, decidió que necesitaba sonarse la nariz. El hecho de que alguien le ofreciera un inmaculado pañuelo la sobresaltó.

– Tu padre me ha pedido que te lleve a casa y he estado recorriendo esta maldita feria durante una hora, buscándote. Lo menos que podías haber hecho era haberte quedado en un sitio -le dijo Jared, frío, mientras le indicaba que se sentara en el otro asiento para que él pudiera ponerse al volante.

Cathy lo miró con fijeza. Deber. Solo la llevaba a casa porque su padre se lo había pedido y necesitaba que alguien lo llevara al barco. Por fortuna, no podía leer la expresión de su rostro.

– No tienes por qué hacerme favores -le dijo justo en el momento en el que el primer cohete explotaba en el cielo en medio de un caleidoscopio de color y sonido.

Jared no prestó ninguna atención a los fuegos artificiales y sacó la cabeza por la ventana para sacar la furgoneta marcha atrás del lugar en el que estaba aparcada. Cuando volvió a mirar hacia delante, tenía una ligera sonrisa en los labios.

– Los fuegos artificiales siempre me recuerdan a las emociones de una mujer. Arriba y abajo, explosivas y luego se evaporan.

– Eres insoportable. Sin embargo, estoy segura de que si alguien sabe algo de las mujeres, supongo que un hombre como tú debe de ser un experto -replicó Cathy, consciente del efecto que la cercanía de Jared estaba produciendo en ella.

La voz de él fue dura, aunque contenía también algo de ternura cuando habló.

– ¿Qué se supone que significa eso?

– Significa lo que tú quieras que signifique -afirmó Cathy, contenta por haber derrotado a Jared, aunque solo hubiera sido una vez.

– Me da la impresión de que no te caigo muy bien. ¿Por qué es eso, Cathy?

Ella no supo lo que hacer. Podía negarlo o no hacer caso de la pregunta. Al final, optó por la verdad.

– No sé si me caes bien o mal. Lo único que sé es que me siento muy incómoda a tu lado. No me gusta ese sentimiento. Si eso significa que me caes mal, lo siento.

Jared se echó a reír y detuvo la furgoneta en el arcén de la carretera.

Los cantos de las aves nocturnas eran música para los oídos de Cathy y la oscura noche era un terciopelo en el que ella descansaba esperando sus propios fuegos artificiales, aquellos que los llenaran a ambos de nuevas emociones. Al ver que él le extendía los brazos, se echó a temblar, ¿Cómo podía un hombre, cualquier hombre, tener aquel efecto sobre ella? Quería sentir el calor de sus brazos casi tanto como necesitaba respirar. Lo que no quería era que Jared supiera lo que ella sentía. Sin duda, estaba más que acostumbrado a las mujeres que temblaban entre sus brazos y no quería ser una más de ellas, de las que se rendían a sus pies para luego caer derrotadas cuando las abandonaba por otra nueva. Sin embargo, casi sin que se diera cuenta, comprendió que se estaba dejando llevar por el momento.

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