A lo largo de toda la noche, Cathy rezó para que lloviera. Lo último que quería en el mundo era pasarse el día en un pequeño bote con Jared Parsons y su «secretaria». Sin embargo, el cielo decidió no concederle aquel deseo y el día amaneció perfecto para ir a marisquear. El sol estaba realizando la promesa de un hermoso día y lanzaba sus rayos rojizos por el horizonte. Una fina bruma se estaba disipando gracias al calor y a una ligera brisa que mecía con suavidad las copas de los pinos.
Mientras Cathy se levantaba de la cama, Bismarc le empezó a pedir que lo sacara.
– Tranquilízate, Bismarc. Déjame que abra los ojos, ¿vale? -dijo ella. Sin embargo, el perro ladraba con estrépito-. ¡De acuerdo, de acuerdo! ¡Ya me doy prisa!
Con gran prisa, se quitó el pijama azul y se puso el traje de baño. Después, se vistió también con unos vaqueros y una camiseta.
– ¿Crees que puedo lavarme los dientes si me doy prisa?
Con sus zapatillas náuticas, especiales para andar por la cubierta de un barco, salió con Bismarc por la cocina hasta llegar al muelle. El rocío de la mañana hizo que los pies se le quedaran algo fríos. Sin embargo, el sol ya estaba muy alto en el horizonte y coloreaba el paisaje marino.
Antes de que pudiera llegar al final del muelle, escuchó el potente motor de la lancha de Jared. El alma se le cayó a los pies. Dado que no había tenido éxito en su deseo de pedir mal tiempo, había empezado a esperar que Erica y él se hubieran dormido y que su padre y ella pudieran salir en la trainera sin ellos.
Bismarc le dedicó una ruidosa bienvenida. Jared lanzó el amarre con una puntería perfecta y aseguró el barco a los pilares del muelle. Al verla, saludó con la mano.
– ¿Tienes el café preparado? -le preguntó.
Cathy se rebeló de inmediato. Era un ser insufrible… Además, Erica iba sentada en la proa del barco, vestida como si acabara de salir de la portada del Vogue. El muy caradura le estaba preguntando a ella si tenía el café preparado… Sabía que todos los de su tripulación habían ido a por el motor para el yate, así que eso había dejado a Erica y a Jared solos. Pero, si Erica no sabía preparar café… ¿qué hacía? Cathy tragó saliva y se ruborizó. Prefería no pensar en lo que hacía la supuesta secretaria.
– ¡Eh! ¿Es que estás todavía dormida? Te he preguntado si habías preparado ya el café. ¿Es que no me has oído?
– Te he oído -replicó Cathy entre dientes-. Sabía que papá os había invitado a venir a pescar con nosotros, pero lo que no sabía era que también os había invitado a desayunar.
– No, a desayunar no. Yo sólo te he preguntado si habías preparado ya el café -dijo Jared con una sonrisa.
Entonces, se volvió para ayudar a Erica a bajar al muelle tras advertir a Bismarc que no se acercara. Cathy observó al perro, sentado y esperando paciente, cuando lo que le apetecía era salir corriendo para saludar a Jared. Miró los pantalones cortos de Erica, de color amarillo, y la minúscula camiseta que dejaba poco a la imaginación. Cathy no pudo evitar esbozar una sonrisa. Incluso la «piel perfecta» de Erica notaría los efectos de la larga exposición al sol en la trainera. Los reflejos del sol sobre el agua del mar y el hecho de no tener ningún sitio en el que refugiarse hacían estragos.
– ¿Está Lucas levantado? -le preguntó Jared.
– Supongo que sí. Todavía no lo he visto esta mañana, pero es más que probable que esté trayendo la trainera del puerto.
Con eso, Cathy se dio la vuelta y se golpeó el muslo para llamar a Bismarc, que estaba saludando afectuoso a Jared.
– ¿Dónde vas?
– Parece que te mueres por tomar una taza de café, así que voy a casa para prepararlo. También tengo que preparar el almuerzo para hoy. El trabajo duro hace que el apetito sea muy grande, y no hay lugar en una trainera para quien no tenga la intención de trabajar su parte -añadió, con una mirada intencionada a Erica, aunque ella no pareció darse cuenta.
– No te preocupes por el almuerzo -dijo él-. Erica ha preparado ya algo -añadió, mostrándole una cesta de mimbre.
Cathy miró la cesta con recelo y se encogió de hombros. No dijo nada, pero pensó que probablemente había metido sándwiches vegetales y yogures.
Minutos más tarde, Jared y Erica estaban sentados en la cocina tomando café. Mientras tanto, Cathy se puso a preparar la comida.
– ¿Qué estás haciendo? -le preguntó Jared.
– El almuerzo.
– Ya te he dicho que no es necesario porque Erica ya había preparado algo…
– Mira, déjame que te lo diga claro. Voy a preparar mi almuerzo. Cuando trabajo me entra mucha hambre. Tan sencillo como eso.
Cathy sintió que él no dejaba de mirarla, lo que la azoró un poco. El cuchillo, lleno de mantequilla de cacahuete, se le cayó al suelo. No parecía poder controlar las manos, que no dejaban de temblarle, e incluso hizo que el café con el que estaba llenando un termo se derramara por la encimera. Los huevos duros que había preparado el día anterior se le escurrieron entre los dedos y la manzana parecía resistirse a entrar en la bolsa.
– Hay que ver la que estás armando, señorita Bissette. ¿Qué vas a hacer de bis? -preguntó, en tono muy divertido.
Tras reprimir una mala contestación, Cathy limpió la mantequilla del cuchillo para que Bismarc no pudiera lamerlo.
– Creo que ya oigo el barco de mi padre -comentó. En efecto, se escuchaba el sonido de un motor desde el muelle-. Si estáis listos, es mejor que nos vayamos.
Erica, que había estado en silencio desde que llegaron, llevó la taza de café al fregadero. Jared hizo lo mismo, aunque él al menos la enjuagó y la dejó en el escurreplatos. Cathy hizo un gesto de desaprobación. Si la falta de hábitos domésticos de Erica era indicación del almuerzo que había preparado, se alegraba de haberse preparado el suyo.
– Vamos, Bismarc. Papá ya está aquí y nos está esperando para marchamos.
– No te irás a llevar a ese… ese perro, ¿verdad? -preguntó Erica, con el rostro lleno de preocupación.
– Claro que sí -la espetó Cathy-. Bismarc siempre se viene con nosotros. Se le rompería el corazón si lo dejáramos en casa. Vamos, chico, papá nos está esperando -añadió mientras abría la puerta para que salieran todos.
Lucas los saludó desde la proa de la trainera y luego volvió a su tarea de preparar las redes que soltarían en el agua.
Jared se adelantó con la cesta de mimbre en la mano y el perro pisándole los talones.
– ¿Quieres que te eche una mano, Lucas? -le dijo.
Cathy observó los ágiles movimientos de Jared y admiró, aunque muy a su pesar, su gracia atlética. Por el contrario. Erica estaba teniendo algunos problemas para avanzar con las sandalias de altísimos tacones que llevaba puestas.
– No creo que mi padre te deje subir a bordo con esas cosas -le dijo Cathy-. No son nada seguras y mucho menos en cubierta.
– Oh, en cubierta no las llevaré puestas. Iré descalza.
– Mira, Erica, creo que debería advertirte. Las cubiertas de una trainera no están tan bien moquetadas como las de un yate. Y los pies descalzos pueden resultar peligrosos cuando la cubierta está mojada. ¿Es que no tienes un par de zapatillas como éstas?
– ¿Te refieres a esos deportivos? -replicó Erica, con desagrado.
– No son zapatillas deportivas. Son zapatillas náuticas -observó, mostrándole la suela-. ¿Ves? Estas hendiduras de goma actúan como ventosas aunque el suelo esté mojado.
– Oh, ¿no me digas? -se burló Erica, sin mostrar interés alguno. Seguramente no pensaba ponerse zapatillas a no ser que fuera a jugar al tenis.
– Como quieras -replicó Cathy. Entonces, se adelantó y dejó que Erica fuera tropezando por la cuesta de hierba que llevaba al muelle.
A pesar de que las poleas y los cabos realizaban la mayor parte del trabajo pesado a la hora de sacar las redes del agua, resultaba tedioso y agotador vaciar las redes y separar el pescado, de los cangrejos y las preciadas gambas.
Erica lanzaba pequeños grititos cada vez que un pez saltaba de la red y empezaba a dar tumbos por la cubierta. También solía arrugar la nariz al ver las gambas. Sin embargo, eran los cangrejos lo que menos le gustaban. Cathy no pudo evitar fingir que se le caían por accidente algunos y Erica, incapaz de controlarse, gritaba y les pedía a todos que hicieran algo antes de que esos monstruos le picaran los dedos de los pies.
A causa del miedo, Erica quiso buscar la seguridad necesaria al lado de Jared, pero antes de que pudiera llegar hasta donde él estaba, se escurrió en la cubierta y se cayó al suelo. Lucas la ayudó a ponerse de pie.
– Ten cuidado, señorita -le dijo, en un tono muy suave-. Los pies descalzos y una cubierta húmeda son muy peligrosos. Te podrías caer al agua -añadió. Erica le sonrió con dulzura, lo que hizo que el pobre hombre tragara saliva-. Cathy, ¿por qué no le prestas tus zapatillas a Erica? Tú conoces mejor este barco que ella. ¿Qué te parece?
Ella se quedó sin palabras. ¡Su propio padre! Como respuesta, lo miró con frialdad. Por supuesto, tendría que prestarle sus zapatillas a Erica para quedarse ella descalza. Sin embargo, dudó. Entonces, vio la súplica en los ojos de su padre y no le quedó más remedio que quitarse los zapatos y tirárselos a Erica.
Regresó a su trabajo en la popa del barco. Por desgracia, sus tareas la mantenían muy cerca de Jared.
– Ha sido muy amable de tu parte, Cathy -le dijo él-. Erica no ha estado antes en un barco como este. Supongo que no sabía lo que esperar o cómo vestirse. Parte de la culpa es mía porque ni siquiera me di cuenta de lo que llevaba puesto.
Cathy optó por guardarse las mordaces palabras que se le vinieron a la cabeza. ¡Que no había notado lo que la hermosa Erica llevaba puesto! Supuso que aquello servía para demostrar que cualquier hombre puede llegar a ser insensible a los encantos de una mujer cuando se ofrecen de forma tan descarada. Además, después de haber alabado su generosidad, ¿cómo podría decirle lo mucho que lamentaba haberle dado las zapatillas? No le gustaba Erica y tampoco le gustaba tener que compartir sus cosas con ella.
Parte de la amargura de Cathy por tener que pasarse el día trabajando en la trainera con Jared Parsons se disolvió. Empezó a fijarse en cómo trabajaba con los cabos. Era muy hábil en todo lo que hacía, por lo que ella empezó a sospechar de un modo casi inconsciente, que el trabajo físico no le era extraño. Había algo en el modo de utilizar los cabos y en la manera en que su bronceada espalda se flexionaba cuando hacía esfuerzo que parecía confirmar que no siempre había vivido como los playboys.
Mientras Cathy trabajaba a su lado, creó un ritmo que encajaba a la perfección con el de él. De vez en cuando, sorprendía a Jared mirándola y le parecía que lo hacía con aprecio por el modo en que se desenvolvía en aquella dura jomada de trabajo.
– ¿Te has dado cuenta de que trabajamos muy bien juntos? -le preguntó él, con voz cálida y afectuosa.
Cathy no estaba del todo segura, pero creía haber notado una cierta nota de admiración. En cualquier caso, aquello significaba que los intereses de Jared Parsons no radicaban solo en las hermosas mujeres de largas piernas, que se pasaban los días tomando el sol y viendo cómo les crecían las uñas. Con renovado vigor, Cathy se puso de nuevo a trabajar, admirando la cercanía de aquel alto y bronceado hombre, cuyos ojos tenían algo que hacía que el corazón se le acelerara.
Lucas salió de la cámara del timonel con una expresión en el rostro que parecía estar felicitando a la tripulación por una buena mañana de trabajo.
– Estaba pensando en llevar el barco hacia la isla India. Podríamos comer allí y luego ir a Bellhaven para ver lo que nos dan por nuestra captura.
Bajo los altos árboles de aquella isla solitaria, la sombra era fresca y la brisa refrescante. Jared vadeó la distancia que los separaba de la playa con la cesta de mimbre que Erica había preparado. Cathy iba detrás de él, con mucho cuidado de no meter su bolsa de papel en el agua. Bismarc iba saltando de un lado a otro.
Erica, que había visto a los cangrejos en su estado activo, se negó a seguirles. Entonces, con una sonrisa indulgente, Jared tuvo que regresar y llevarla en brazos hasta la isla.
– ¿Qué es eso, Cathy? -le preguntó Lucas, señalando la bolsa.
– Es mi almuerzo.
– Pero esa cesta que Erica ha preparado es muy pesada…
– No, gracias. Los sándwiches vegetales y los yogures no son la idea que yo tengo de un buen almuerzo. Bismarc y yo compartiremos lo que yo he traído.
Se dejó caer en la arena y sacó un bocadillo. Entonces, abrió el termo y se sirvió una taza de café. Estaba a punto de ofrecerle a Lucas cuando Erica abrió la cesta. Jared extendió un alegre mantel de cuadros para que Erica pudiera proceder a vaciar el contenido de la cesta. Vino, quesos, caviar Beluga, pan tostado, fiambres… ¡Un festín para reyes!
– ¿Estás segura de que no quieres nada de esto, Cathy? -le preguntó Lucas, guiñándole el ojo.
Estaba desafiándola a tirar su simple sándwich de mantequilla de cacahuete y a unirse a ellos.
– No, gracias -insistió la joven-. Todo eso es un poco pesado para mí. Bismarc y yo… ¡Bismarc! ¡Vuelve aquí!
Demasiado tarde. Cathy observó cómo su perro husmeaba junto a Lucas y Jared y les pedía trocitos de queso. Incluso probó el caviar. Parecía que estuviera acostumbrado a aquel tipo de comestibles en vez de a la comida de perro.
Cathy nunca se había alegrado tanto de regresar al barco como lo estuvo cuando terminaron de comer. Había sido un día muy largo e iba a serlo aún más cuando llegaran a casa esa tarde. Habían llegado muy rápidos a Bellhaven, pero todavía faltaba mucho para que regresaran a Swan Quarter. Se había humillado a sí misma a la hora del almuerzo. Había tratado de dejar en ridículo a Erica, esperando lo peor, y había sido ella la que había quedado en evidencia. Estaba claro para todo el mundo, incluso para Bismarc, que su sándwich no podía compararse con lo que Erica había llevado. ¿Por qué no había podido ceder y aceptar el almuerzo? ¿Por qué era tan testaruda?
Lucas estaba muy contento por la cantidad de peces y marisco que habían capturado. Alabó el trabajo de Jared y prometió que trabajaría muy duro para que su yate pudiera navegar lo antes posible.
La cubierta estaba muy resbaladiza por el aceite del pescado y el agua. A Cathy le estaba costando mucho mantenerse de pie. Lanzó una mirada asesina a Erica y vio que estaba, sentada a la sombra de la cámara del timonel, con los pies apoyados en el mamparo. Y en aquellos pies estaban sus zapatillas.
Su ira fue en aumento. Cada vez le costaba más concentrarse lo suficiente como para trabajar con los cabos. Estaba inclinada sobre la barandilla cuando Erica se le acercó por detrás y la sobresaltó. Sin poder evitarlo, se resbaló. Aunque trató de agarrarse a los cabos, no pudo evitar caerse al agua.
Para cuando salió a la superficie, la trainera estaba casi a veinte metros de distancia. Vio la ansiedad que tenía reflejada su padre en el rostro. Jared estaba a su lado, pero, cuando la vio, se lanzó sin dudarlo al agua.
– Oh, no -aulló Cathy.
Era perfectamente capaz de ir nadando al barco. ¿Por qué creía Jared que tenía que salvarla? Lo último que quería en el mundo era que él la rescatara.
Empezó a nadar, pero Jared se acercaba a toda velocidad hacia ella. ¡Dos veces en una semana! Era demasiado. Oyó que Lucas había apagado el motor del barco y que Erica y él estaban apoyados en el costado de la barca, observando.
Podría haber llegado al barco en cuestión de segundos. Incluso Bismarc parecía saber que su ama no estaba en peligro. Lo oyó ladrar y vio que el animal se tiraba también por la borda. Seguramente creía que estaba jugando y no quería perdérselo.
Jared se acercó a ella.
– Regresa al barco. Estoy bien. No necesito tu ayuda.
– Ésta es la segunda vez que has dicho que venía el lobo, señorita Bissette. Creo que va siendo hora de que te den una azotaina. Y creo que yo soy el más indicado para hacerlo.
De repente, Cathy vio que él estaba enfadado. La preocupación por ella le había desaparecido del rostro. Pensaba que ella se había tirado a propósito por la borda para que él fuera a salvarla. Recordó la primera vez que había ido a salvarla, cuando ella había fingido tener problemas para poder ir a la costa y vestirse. El rostro de Cathy ardía de la vergüenza. Era inútil tratar de explicarle nada a aquel hombre insufrible y arrogante. Se alejó de él nadando, en dirección hacia la trainera.
– ¿Me has oído? He dicho que te mereces una azotaina.
– Sí, te he oído, pero, ¿qué te hace pensar que eres lo suficiente hombre como para hacerlo?
En vez de responder, Jared se acercó nadando a ella y la adelantó.
– Esto.
Entonces, la agarró por el hombro y la hundió en el agua. Entonces, se sumergió y la tomó entre sus brazos de un modo muy íntimo. Bajo las aguas, la besó sin que ella pudiera hacer nada.
A su pesar, Cathy le rodeó el cuello con los brazos. Sus labios le devolvieron el beso. Se sintió flotando en un mundo de sensualidad que nunca había conocido antes, hasta que Jared la condujo a un lugar en el que las pasiones estaban a flor de piel y el deseo era alimento para el espíritu.
Cuando salió a la superficie, Cathy luchó por respirar. Jared la tenía agarrada por la cintura y la sujetaba con firmeza, negándose a soltarla. Los rayos del sol brillaban sobre sus oscuras pestañas y una sonrisa iluminaba su rostro, aunque aquella vez no había señal de que estuviera mofándose de ella.
– ¿Estáis bien? -dijo Lucas desde el barco.
Jared hizo una indicación de que así era, aunque nunca dejó de mirar a Cathy, de fijarse en sus labios. La joven se sonrojó.
– Es mejor que regresemos.
– Sí, es mejor -repitió él, aunque con cierta pena en la voz.
Ella sentía la excitación de las emociones que Jared podría causarle. Quería que volviera a zambullirla bajo el agua, volver a experimentar la presión de los labios de él contra los suyos, sentirse presa de sus brazos y dueña de sus deseos.
La llegada de Bismarc la sacó de su ensoñación. Los tres juntos volvieron nadando hasta la trainera. El sol se estaba poniendo ya y la oscuridad estaba cayendo sobre el río. Lucas encendió las luces de la barca y dejó a Jared al timón. La noche era suave y cálida. La brisa parecía fresca y los sonidos que hacía el motor de la trainera resultaban monótonos, pero en cierto modo relajantes. Lucas estaba encantado por el dinero que habían conseguido con la venta del pescado y estaba de un humor especialmente jovial.
– Sí, señor. He vivido toda mi vida en este río y sigo queriéndolo. Es un río bonito. Además, muchas personas muy importantes han venido aquí. Lefty Rudder, por ejemplo.
Cathy estaba sentada en la fresquera, tomando café. Sonrió al oír que su padre mencionaba a Lefty Rudder. Sabía que empezaría un largo monólogo sobre el famoso escritor que duraría hasta que llegaran a Swan Quarter, para lo que faltaban todavía unas dos horas.
– ¿Conoces a Lefty Rudder? -le preguntó Erica.
– ¿Que si lo conozco? Era el mejor hombre que ha pisado la tierra. Éramos los dos muy jóvenes cuando lo conocí. Acababa de empezar su carrera como escritor, pero seguía siendo una buena persona.
Cathy notó que Jared, que atendía al timón, estaba muy atento a la conversación, a pesar de que no apartaba la vista del río.
– Si eras tan buen amigo de Lefty Rudder -prosiguió Erica, con cierta incredulidad-, entonces sabrás que Jared…
Él se dio la vuelta y le advirtió con la mirada. Erica comprendió lo que le había querido decir y guardó silencio. Cathy observó la escena con curiosidad. ¿Qué había estado Erica a punto de decir sobre Jared y el venerado Lefty Rudder que no había querido que ella revelara?
Lucas se volvió para mirar a Jared y le dedicó una mirada de entendimiento muy significativa. Fuera cual fuera el secreto Cathy supo que su padre lo conocía. Parecía que todo el mundo, excepto ella, lo sabía. Sin embargo, estaba más que decidida a no preguntarle a ninguno de ellos qué era lo que estaba pasando.