Capítulo Cinco

Cathy estaba furiosa aunque trataba de no demostrarlo. Descargó su ira con los cacharros de cobre de la cocina, a los que vapuleaba sin piedad. Sus hermosos rasgos estaban tensos y sombríos, dado que sabía que su padre estaba a sus espaldas, sonriendo.

– ¿Por qué no lo dices? Sé justo lo que estás pensando, pero te equivocas. No, lo repito, no me caí del barco a propósito para que Jared Parsons pudiera salvarme. ¡No me he caído de un barco en toda mi vida y lo sabes! -añadió mientras se daba la vuelta para mirar a su padre y se ponía las manos en las caderas-. Erica me asustó y perdí el equilibrio.

– Cálmate y ponte a cocinar. Tienes que estar en la caseta de los jueces a las tres, por lo que no te queda mucho tiempo -comentó Lucas-. Dime, ¿vas a participar en alguno de los otros concursos?

Cathy echó la carne de cangrejo en la cazuela de cobre más grande, deseando que fuera Jared Parsons al que estaba echando el agua hirviendo. No podía seguir pensando en él ni en su hermosa acompañante. Tenía que concentrarse en lo que estaba haciendo o nunca ganaría el primer premio ni ningún otro.

– Voy a participar en el concurso de baile con Dermott McIntyre.

– ¿Que tú qué? -explotó Lucas-. Dermott tiene dos pies izquierdos y la cabeza no mucho más diestra -añadió, en tono paternal, mientras golpeaba con cariño a su hija en el hombro-. Mira, ¿por qué no te sientas para que podamos tener una charla entre padre e hija? Estás muy equivocada en todo este asunto. En mis tiempos, cuando una jovencita quería conquistar a un hombre, lo hacía de una manera sutil. Te has estado comportando como un elefante en una cacharrería. Fíjate en lo que hizo tu madre. Me cazó con el truco más viejo del mundo. Me dejó pensar que era yo el que estaba conquistándola cuando en realidad ella me estaba manejando como a una marioneta. Nunca se movía del balancín que tenía en el porche, pero me guiñaba un ojo, me mostraba un poco de pierna y yo ya estaba enganchado. No tuvo que irse cayendo de ningún barco ni bañarse desnuda. ¡Ay, los jóvenes!

– ¡Ya está! -lo espetó Cathy, tras dar un buen golpe con la cuchara al lado de la cocina-. ¡Me marcho a Nueva York!

– Gallina. Solo los cobardes se largan cuando las cosas se ponen feas. Cortar y salir corriendo. ¿De qué tienes miedo? -le preguntó Lucas, mientras rellenaba su pipa de fragante tabaco-. Si te marchas ahora, le estarás haciendo el juego a la señorita Erica.

– Sigues sin entenderlo, ¿verdad? ¡No quiero a Jared Parsons! ¡No lo necesito! Y también apreciaría mucho que no me volvieras a mencionar su nombre. Yo me ocuparé de este asunto a mi manera, sin que tú me ayudes.

Las lágrimas le abrasaban los ojos. Mientras removía el guiso de la cazuela, sintió que la mano le temblaba. Jared Parsons la había dejado en ridículo. ¿Cómo iba a mirarlo y a no recordar que había dicho que aparentaba dieciséis años? Cathy decidió que se iba a ocupar del asunto. Lucas tenía razón. Regresar a Nueva York no iba a resolver nada. Ella era lo que era. No había modo alguno en que se pudiera comparar con la hermosa Erica. En aquel momento, daría todo lo que tenía si pudiera hacer que los ojos de Jared se iluminaran. Se sentía atraída por él, pero aquel era su secreto. Si respondía a sus besos, ése también era su secreto. Si su cuerpo vibraba de deseo, nadie lo sabría más que ella misma. Jared Parsons nunca lo sabría. La vida tenía que seguir. Su abuelo siempre le había dicho que, cuando no había otro sitio al que ir, uno debía armarse de valor y buscar otra dirección. Cathy se miró los pies y sonrió. Entonces, se inclinó para subirse los calcetines y le guiñó un ojo a su padre. Lucas asintió a través de una nube de aromático humo que le salió de la pipa.

Como el guisado de cangrejos estaba saliendo tal y como ella esperaba, Cathy se marchó a su dormitorio y se puso a ordenarlo. Con mucho cuidado, recogió las galeradas de Teak Helm y las miró. ¿Sería capaz de llamar a su jefe en Nueva York para decirle lo decepcionante que era el manuscrito? Los lectores de Teak Helm sabrían de inmediato que aquella novela no era del nivel que su autor favorito solía ofrecerles. Su carrera podría verse arruinada. ¿Cómo había podido llegar hasta el punto de imprimir las galeradas? ¿Por qué no le había pedido nadie que volviera a escribirla? Un periodista en el primer año de sus estudios se habría dado cuenta de lo que había que hacer para mejorarla. La regla de oro de Cathy había sido siempre que no se podía defraudar a un lector que se había gastado dinero en comprar una novela Y Teak Helm estaba a punto de defraudar a sus lectores.

Cathy suspiró. No había nada que ella pudiera hacer. No era la editora de Teak Helm y tenía poco que decir en el asunto.

Había demasiados personajes, demasiadas inconsistencias como para que la novela funcionara.

Metió las hojas de papel en un cajón de su cómoda. Se sentía traicionada, furiosa porque un autor al que no conocía, pero adoraba, la hubiera desilusionado de aquel modo. Las reseñas serían horribles. Bueno, no era problema suyo. Tenía que seguir con su día.

El baño de esencia de albaricoque resultaba tan atrayente, que Cathy se deslizó entre la espuma y se relajó lentamente. No se había dado cuenta de lo tensa que estaba. Si se paraba a pensarlo, no había estado tranquila desde que puso los ojos por primera vez en Jared Parsons. ¿Cómo podría un hombre, del que no conocía nada, tener aquel efecto en ella? ¿Por qué se echaba a temblar cada vez que estaba a su lado o se le aceleraba el corazón cuando pensaba en él, como le estaba ocurriendo en aquellos momentos? Nadie la había besado nunca del modo en que lo había hecho Jared Parsons. No podía evitar sonrojarse cuando pensaba en cómo se había sentido desnuda contra él. Volvió a experimentar el deseo y el vacío de siempre. Se agitó dentro del agua y se obligó a pensar en Dermott y en el concurso de baile. Por una vez, le gustaría ganar algo que no fuera un concurso de cocina. Bailaba bastante bien y, si tenía un poco de suerte, los dos pies izquierdos de Dermott se moverían con la coordinación suficiente para que pudieran ganar el concurso. Sería una noche divertida aunque no ganaran. El cuatro de julio era el mayor acontecimiento anual en Swan Quarter. Siempre había esperado con impaciencia que llegara aquel día para poder disfrutar de las celebraciones. Jared Parsons estaría allí aquel año, gracias a la invitación de su padre. Cathy pensaba marcharse antes que Lucas, para no tener que estar sentada al lado de Jared y Erica. Con la mala suerte que tenía, derramaría el guisado delante de Jared y Erica chasquearía la lengua de impaciencia. Ella se echaría a llorar y volvería a quedar en ridículo una vez más.

Salió de la bañera y se puso su albornoz. Entonces, oyó que Bismarc estaba rascando y arañando la puerta, por lo que no le quedó más remedio que volver al presente.

– Un minuto, muchacho.

Tras enjuagar la bañera, colgó la toalla con cuidado en el toallero. Miró el pequeño cuarto de baño y se sintió satisfecha por haberlo dejado del modo en que lo había encontrado, limpio y ordenado. Además de ser una chica de campo, era también limpia y ordenada, cualidades que seguramente la ayudarían a atraer a un hombre

– ¡Ja! -exclamó mientras abría la puerta para ver a Bismarc-. Seamos sinceros con uno mismo. Soy limpia, ordenada y del montón. Y muy aburrida. Me sonrojo cuando un hombre me mira y me pongo muy nerviosa si me besa. No, eso no es del todo cierto. Me pongo nerviosa y me tiemblan las rodillas cuando Jared Parsons me mira y me besa. En eso hay una diferencia.

El perro inclinó la cabeza a un lado y gruñó. Era evidente que al animal no le preocupaba aquel tono de voz tan autocompasivo. Cathy le tiró de las orejas y lo echó del cuarto de baño. Bismarc se lo tomó como una indicación de que ella quería jugar y saltó a la cama. Cathy se echó encima de él y empezaron a pelearse. El perro le tiró del albornoz. Ella se echó a reír y tiró del cinturón, lo que la hizo caer de espaldas. De repente, Bismarc se puso alerta y soltó el albornoz para empezar a gruñir.

– Siempre te encuentro en las situaciones más extrañas, Cathy. Me disculpo por haber interrumpido tus juegos, pero tu padre me dijo que te encontraría aquí, leyendo. Necesita la llave del barco y pensó que tal vez la tenías tú.

Sonrió y admiró los abultamientos de sus pechos, que quedaban casi al descubierto a través del albornoz abierto. Además, se le veía una larga porción de muslo. Cathy parpadeó y apretó los dientes.

– Debería haber una ley que prohibiera a los hombres como tú entrar en las habitaciones de las mujeres. No tengo esa llave, pero, aunque la tuviera, no te la daría -lo espetó mientras se levantaba de la cama y se ataba el cinturón con tanta fuerza que se le cortó ligeramente la respiración.

– Tu padre parecía estar muy seguro de que la tenías. Dijo que vio cómo la metías en la bolsa de lona.

Antes de que Cathy tuviera la oportunidad de responder, Jared había abierto la bolsa y estaba sacando la segunda mitad de las galeradas de Teak Helm de su interior. Para alguien que estaba interesado sólo por una llave, se fijó demasiado en las páginas que tenía en la mano. Sin embargo, se limitó a dejarlas encima de la cómoda sin decir ni una sola palabra. Entonces, siguió rebuscando en la bolsa y sacó una llave.

– No te creía capaz de mentir, Cathy -dijo con frialdad, mientras la miraba muy fijamente.

– Y no lo he hecho. Mi padre ha debido de meter esa llave ahí. Ahora, si no te importa salir de mi habitación, me gustaría vestirme.

– Por alguna razón -replicó él, en tono frío e irónico-, me da la impresión de que no sientes mucha simpatía por mí. Eso me resulta algo raro, ya que en dos ocasiones arriesgué mi vida para salvarte. Creía que, por lo menos, me estarías agradecida.

Estaba haciéndolo otra vez y ella se lo permitía. ¿Cuántas veces había hecho el ridículo delante de él? Debería responderle, decir algo, plantarle cara. Sin embargo, las palabras no le salían de la garganta. «Déjale que piense lo que quiera», pensó, muy rebelde.

De repente, vio que Jared la estaba mirando de un modo diferente. El aliento se le atascó en la garganta y el pulso empezó a latirle a toda velocidad. Dio un paso atrás, y luego otro. El pánico se abrió paso a través de ella cuando recordó que no llevaba nada debajo del albornoz. Al mirar a su alrededor, vio que Bismarc estaba ocupando lamiendo una zapatilla de Jared. Tragó saliva y se alejó del hombre que tanto la inquietaba.

Al notar su pánico, él se echó a reír.

– Relájate, Cathy. No ando buscando tu virtud. Cuando decido hacer el amor a una mujer, suele ser una decisión mutua. Además, no creo que este sea ni el momento ni el lugar -añadió, mientras le rascaba la cabeza al perro-. Nunca he atacado a una mujer, por lo que estás totalmente segura. Gracias por la llave y perdona por haberte molestado -concluyó, con la voz fría como el hielo.

Cathy se dejó caer en la cama, sollozando. ¿Había oído bien las palabras que él había musitado justo cuando salía por la puerta? ¿Acaso había dicho de verdad que habría otro momento y otro lugar, o aquello era solo lo que ella quería escuchar?

– No puedo más -susurró-. Ven, aquí, Bismarc -añadió, necesitando el cariño de su perro. Necesitaba algo a lo que abrazar-. ¡Bismarc!

Cathy se sentó en la cama y respiró un poco angustiada mientras se secaba los ojos. Menuda cara tenía aquel hombre. Le había robado también su perro.

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