Cuando por fin regresaron a la sala de espera, Tess no podía mantenerse despierta. Estaba en el sofá, cabeceando, cuando se oyó a una voz masculina decir:
– ¿Señoras? Soy el doctor Palmer.
Se estiró y se levantó cuando él entró en el salón, vestido con las ropas azules de cirugía, y les estrechó la mano.
– Nuestra estrella local -expresó al soltar la mano de Tess-. Gusto en conocerla -le dijo a cada una de ellas-. Su madre reacciona de maravilla. La operación fue todo un éxito y no encontramos nada extraño. Según entiendo, una de ustedes se hará cargo de ella por un tiempo.
– Sí, yo -dijo Tess.
– Queremos levantarla mañana y ponerla a caminar al día siguiente. Es mejor comenzar a usar la cadera de inmediato. Le daremos terapia física aquí y usted la ayudará con la terapia en casa. El terapeuta le dará algunas instrucciones.
– ¿Cuándo podrá regresar a casa?
– La daremos de alta en cinco o seis días, dependiendo de su recuperación.
– ¿Cuándo podremos verla?
– Apenas la están trasladando a su cuarto. Denle tiempo para que se acomode… unos diez minutos, más o menos… luego pueden subir a verla.
Cuando las hermanas decidieron ver a Mary, la encontraron medio dormida, con la cabecera de la cama enderezada. Abrió los ojos y les dirigió una sonrisa lánguida. Renee se acercó a la cama.
– Ya terminó. El doctor dice que todo salió muy bien.
Mary asintió débilmente. Tenía un par de mangueras de oxígeno en la nariz, una venoclisis en la mano y un catéter que asomaba debajo de las sábanas.
– Estoy tan cansada… -murmuro, y cerró poco a poco los ojos.
Una enfermera entró, les sonrió y comenzó a tomarle el pulso. Después de anotarlo en el expediente, dijo:
– Dormirá durante un rato. Les avisaremos cuando despierte, si prefieren esperar en la sala.
Así que regresaron a beber más café y a pasar las horas, turnándose para vigilar a su madre. Todavía estaban en la sala esa tarde cuando una adolescente metió la cabeza por la puerta.
– ¡Hola a todas! ¿Cómo va todo?
Judy levantó la cabeza de su revista.
– ¡Ah! ¡Hola, Casey!
– Bueno, Casey, ¿qué haces por acá? -preguntó Renee,
– Andaba por aquí, montando un rato a caballo. ¿Cómo está Mary? -era más linda que una flor, con una rubia trenza francesa suelta y un desaliñado sombrero de paja, una camisa desteñida y pantalones vaqueros azules con enormes agujeros en las rodillas. Cuando entró en la habitación, el olor a caballos la acompañó.
– La verdad es que muy bien. La cirugía fue perfecta y ha estado descansando mucho -respondió Renee.
– ¡Bueno! ¡Eso suena estupendo! -le tendió la mano a Tess-. No creo que nos hayamos visto antes. Soy Casey Kronek. Vivo frente a su madre, al otro lado del callejón.
– Hola, Casey. Soy Tess.
– Lo sé. ¡Diablos! Todo el mundo lo sabe. Le dije a mi padre tan pronto como supe que vendría a casa: "¡Oye, tengo que conocerla!" Su madre es una mujer adorable. Siempre ha sido como una abuela para mí -de pronto se volvió hacia Judy-. Entonces, ¿Tricia ira a la universidad el próximo otoño?
– La aceptaron en Southeast Missouri. ¿Y tú?
– ¡Oh, Dios, no! -Casey levantó ambas palmas-. Nada de universidades para mí, gracias. No tengo suficiente cerebro para eso. La cría de caballos es más mi estilo.
– ¿Todavía cantas con esa pequeña banda? -preguntó Renee.
– No. Nos separamos. Por aquí no hay ningún sitio en el que se pueda encontrar trabajo como cantante, y además, papá dijo que me estaba desvelando mucho, y aun si no quiero ir a la universidad en septiembre, tengo que acabar el bachillerato. Dijo que la banda me distraía mucho.
Renee se volvió hacia Tess.
– Casey es como tú, Tess. Siempre está cantando.
– ¡Shh! -la regañó Casey-. Pensará que vine hasta aquí buscando su ayuda o algo así. De verdad sólo vine a ver cómo estaba Mary. Y a darle esto -le entregó algo a Renee-. Es un trébol de cuatro hojas. Lo encontré en la llanura. Dáselo y dile que la quiero mucho, ¿de acuerdo?
– Por supuesto que lo haré, Casey. Sé que te lo agradecerá.
– Bueno… -Casey se quedó un momento más, luego, abruptamente, le tendió la mano a Tess-. Me dio mucho gusto conocerla, señorita McPhail… eh, Tess… Mac. No sé como llamarla.
– Por estos rumbos todos me dicen Tess. En otras partes -hizo un gesto que comprendía al resto del mundo- soy Mac. Escoge el nombre que gustes.
– Entonces te diré Mac – Casey sonrió, soltó la mano de Tess y dio un paso atrás-. Sí hay algo que quisiera pedirte, si es posible. Como vamos a la iglesia metodista a la que va tu madre… bueno, mi papá es el director del coro… ¿Crees que puedas venir a cantar con nosotros un domingo? Realmente sería grandioso. ¡Tess McPhail y el coro de la Primera Iglesia Metodista de Wintergreen! ¡Sí que tendríamos casa llena ese día!
La idea de subir a la galería del coro y que la dirigiera Kenny Kronek le parecía tan atrayente como masticar vidrio.
– Déjame pensarlo, ¿de acuerdo?
– Claro -Casey le sonrió a Tess-. Bueno, es mejor que me vaya. Mucho gusto en conocerte.
– Lo mismo digo.
Cuando se fue, Tess comentó con amargura:
– ¿San Kenny dirige el coro de la iglesia? ¿Y desde cuándo califica para hacerlo?
– No califica -respondió Renee-, pero cuando la señora Atherton enfermó no había nadie que se hiciera cargo, y Casey lo convenció de que lo hiciera. Eso fue hace como seis meses, y nadie más se ha ofrecido como voluntario, así que sigue de director.
– ¿San Kenny? -intervino Judy.
– Bueno, ¿y acaso no lo es? Parece que mamá ya lo canonizó.
– Él es muy bueno con ella.
– ¡Muy bueno con ella! Pues, bien podría mudarse a la casa. Planta su jardín, llena su suavizador del agua, le instala la puerta de la cochera. Me sorprende que no haya venido a hacerle la operación de prótesis de cadera esta mañana. Quiero decir, ¿qué está pasando aquí?
Judy y Renee intercambiaron mira das de perplejidad.
– Tal vez sea mejor que tú nos digas lo que sucede -respondió Renee-. El ayuda a mamá. ¿Qué tiene eso de malo?
Tess quedó atrapada en un arranque de furia sin sentido. ¿Cómo confesarles que Kenny la había enfurecido porque la desairó? Si eso no la hacía parecer como una estrella con un gran ego, ¿entonces qué podría ser?
– Yo siempre le envío dinero. Suficiente dinero. ¿Qué hace con él? Pudo haber pagado para que le instalaran la puerta y contratar a alguien que podara el césped, pero en vez de ello deja que Kenny Kronek lo haga. Me exaspera, es todo. ¿Y saben qué otra cosa me duele? El hecho de que ofrecí comprarle una casa, la que ella quisiera, una casa nueva, pero se negó. Por el amor de Dios, ¿ya vieron cómo están las alacenas de su cocina? Los escalones del frente están todos desalineados y la vereda se está desmoronando. Le envío ropa hermosa de buenas tiendas, y ella usa esos viejos pantalones verdes de poliéster que quizá compró hace quince anos. Sencillamente ya no la entiendo.
Cuando Tess terminó, un silencio profundo y lleno de cavilaciones reinó en la habitación. Judy y Renee intercambiaron miradas de nuevo antes de que esta última hablara.
– Se está haciendo vieja, Tcss. No quiere cambios. Quiere lo que le es familiar. Tiene toda una vida de recuerdos en esa casa. ¿Por qué querría cambiarse de ahí?
– Muy bien, de acuerdo, tal vez no quiera dejar la casa; pero ¿no podría modernizarla un poco?
– ¿Sabes cuál es tu problema? -intervino Judy-. No has estado aquí para verla envejecer. Vienes a casa una vez al año y exiges que sea la misma que siempre fue, pero no lo es. Si así es feliz, será mejor que la dejes en paz.
Tess miró a Judy y luego a Renee.
– ¿Está bien mamá?
– Básicamente, sí. Y ya que estamos en eso, deja que Kenny Kronek haga lo que quiera por ella -añadió Renee-. La verdad es que él parece ser el único capaz de convencerla de hacer algunos cambios. Jim le ofreció, no sé cuantas veces, instalarle una puerta automática para la cochera, pero ella siempre se negó.
Luego, un día, así nada más, nos dice que Kenny le instaló una. No pretendo comprenderlo; sólo agradezco que esté cerca.
CUANDO TESS y sus hermanas entraron esa tarde por última vez en la habitación de Mary, Tess miró a su madre de otra manera, tratando de asimilar el hecho de que estaba envejeciendo, de que a los setenta y cuatro años tenía el derecho de volverse un poco problemática. Tal vez Judy estaba en lo cierto. Quizá venir tan pocas veces a casa la dejaba con la ilusión de que el tiempo no avanzaba.
Renee puso el trébol de cuatro hojas en la palma de Mary.
– Te lo envía Casey Kronek. Vino a ver cómo estabas y me pidió que te lo diera. Regresará a visitarte mañana.
– ¡Ah! Qué linda. Casey es una chica muy dulce.
– Oye, mamá -Tess tomó la otra mano de Mary-. Ya me voy, pero volveré mañana.
– También nosotros nos vamos -dijeron Judy y Renee.
Todas la besaron, y cuando la dejaron tenía un aspecto adormilado y pálido.
Afuera, Tess aspiró profundo el aire de la calle. Cuando se alejaba en el auto, sentía como si por fin la dejaran en libertad, aun en el viejo Ford Tempo de Mary. El día de primavera era maravilloso. Tess se tomó su tiempo, se detuvo en un supermercado y compró algunas verduras frescas, aderezo para ensaladas bajo en calorías y pechugas de pollo deshuesadas antes de regresar a Wintergreen. Mientras conducía por aquellos conocidos caminos, comenzó a ordenar los confusos sentimientos que tenía respecto a estar de nuevo en casa.
Había algo extraño en el hecho de vivir lejos de la familia. En Nashville podía olvidar los diarios recordatorios acerca de la salud de su madre, la envidia de Judy y el resto de los pequños conflictos que habían surgido en las últimas veinticuatro horas. Estar ahí la forzaba a reflexionar lo diferente que era de la chica que salió de Wintergreen. Sus valores y prioridades habían cambiado. Su ritmo había cambiado. ¿Acaso era necesariamente algo malo? Ella no lo creía así. Lo que había logrado hacer con su vida requirió de gran cantidad de energía y dedicación.
Eran las seis de la tarde cuando se estacionó en el callejón; Kenny Kronek podaba el césped de su madre; llevaba pantalones vaqueros, una camiseta blanca de cuello en V y una gorra de béisbol azul y rota de los Cardenales. Alzó la vista, pero siguió podando mientras ella se detenía en el callejón y abría la puerta de la cochera. Una vez que el vehículo de su madre estuvo guardado y su propio auto estacionado afuera, Tess tomó sus provisiones y se dirigió a la casa. Ella y Kronek se encontraron de frente, a medio camino de la acera. El se detuvo y disminuyó la potencia de la podadora.
– ¿Cómo salió todo? -preguntó él sin sonreír.
– Perfecto -replicó ella de manera tajante-. No surgió ninguna complicación.
– Vaya, ésas son buenas noticias.
– Conocí a tu hija hoy -le comentó con diplomática amabilidad-. Es natural y auténtica.
Él se inclinó, tomó una pequeña vara que estaba frente a la podadora y la lanzó a un lado.
– Con eso quieres decir que olía a caballo, ¿verdad?
Si se hubiera tratado de cualquier otra persona, Tess se habría reído a carcajadas; pero como era Kenny, hizo un esfuerzo supremo por contenerse.
– Un poco. Ella me pidió que algún día fuera a cantar al coro de la iglesia.
Él le dirigió un rápido vistazo y murmuró algo por lo bajo, como si maldijera; luego se rascó la nuca.
– Le dije que no te molestara con eso. Espero que no creas que fue idea mía.
Tess recordó la atracción que él sentía por ella en el bachillerato y dijo con el sarcasmo suficiente para irritarlo:
– Bueno, ¿y por qué iba yo a pensar semejante cosa?
El se enderezó la gorra de béisbol y le dirigió una mirada de disgusto bajo la visera.
– Tengo que volver al trabajo.
Aceleró el motor hasta que el ruido retumbó en los oídos.
Ella se inclinó cerca de él y gritó por encima del estruendo:
– No tenías por qué podar el césped, ¿sabes? Iba a llamar a mi sobrino para que lo hiciera.
– No te preocupes -replicó él también a gritos.
– Con gusto te pagaré.
Él la miró de tal modo que la hizo sentirse del tamaño de un microbio.
– Por aquí no acostumbramos pagar a los demás cuando nos hacen un favor, señorita McPhail.
– Yo nací por aquí, en caso de que lo hayas olvidado. Así que no me hables en ese tono, ¡señor Kronek!
Él levantó los ojos apenas lo suficiente para mirar la silueta del rostro de Tess y dijo:
– ¡Ah! Discúlpame… Mac, ¿No es así?
– Dime Tess, cuando por fin te dignes bajar de tu nube particular y hablar conmigo.
– ¿Sabes? Siempre tuviste mal genio.
– ¡Yo no tengo mal genio!
Él dejó escapar un bufido y comenzó a empujar la podadora; luego le gritó por encima del hombro:
– Te equivocas, Mac -pronunció el nombre en un tono tan provocador que ella deseó correr tras él y tirarlo al piso. En vez de hacerlo, entró a toda prisa en la casa y dejó caer la bolsa con los comestibles en la mesa, preguntándose cuándo, en los últimos dieciocho años, se había sentido tan furiosa.
Para distraerse decidió llamar a su productor, Jack Greaves, que le informó que Carla Niles iba a grabar una nueva pista armónica para Oro ennegrecido, y que se la enviaría al día siguiente. Mientras estaba en el teléfono de la cocina, llegó un auto que se estacionó tras la cochera de los Kronek, el mismo que vio el día anterior, un Plymouth Neon blanco. Una mujer bajó de él y cruzó el callejón hacia Kenny. Tendría unos cuarenta años, usaba finas zapatillas de tacón bajo y un traje de calle para el verano, de color durazno pálido. Conforme se acercaba, él detuvo la podadora y avanzó un par de pasos a su encuentro. Kenny señaló con el pulgar la casa de Mary, y la mujer le echó un vistazo rápido. Luego sonrió y regresó por el callejón mientras él seguía podando el césped.
Media hora más tarde, Tess estaba lavando una lechuga cuando se asomó por la ventana y vio a la mujer, que se había puesto unos pantalones, salir con una bandeja por la puerta trasera y colocarla en la mesa para días de campo de Kenny. Un momento después, Casey salió con otra bandeja. La mujer llamó a Kenny, que entonces ya había terminado de podar el jardín de Mary y llevaba la mitad del suyo, y los tres se sentaron a cenar.
“¿Quién será?", se preguntó Tess. Se contuvo y se alejó de la ventana. "A quién le importa", pensó al poner a cocer a fuego lento una pechuga de pollo. Luego fue a la sala para hacer lo que había estado ansiando todo el día. Para ella componer era como jugar… siempre fue así. Algunas veces le parecía ridículo que le pagaran por hacer algo que le daba tanto placer. De hecho, las regalías por sus canciones originales le redituaban varios cientos de miles de dólares al año.
Tomó una pequeña grabadora, papel pautado y lápiz y se sentó al piano para trabajar en la idea de la canción que había tenido la noche anterior.
El tránsito del pueblo se arrastra por la plaza,
hace dieciocho años que se marchó de casa
recorrió el mundo y ahora regresa…
La última línea del verso seguía eludiéndola. Le llegaban ideas, pero las descartaba una tras otra. Estaba concentrada por completo en su composición cuando una voz dijo:
– ¡Oye! ¿Mac? Soy yo, Casey.
Eso hizo que Tess girara en el banco del piano.
Casey estaba a la mitad de la habitación, desenvuelta y sonriente. Ya no iba con su atuendo de montar, sino con pantalones vaqueros azules, limpios y una camiseta amarilla de algodón, metida bajo la pequeña cintura del pantalón.
– Te escuché tocar -dijo.
– Estoy trabajando en una canción que se me ocurrió anoche cuando estaba en la bañera.
– ¿De qué se trata?
– Es acerca de lo que se siente volver aquí después de haber estado fuera tanto tiempo. El pueblo, mi madre, esta casa. Cómo nada cambia.
– ¿Puedo escucharla?
Tess rió entre dientes.
– Bueno, generalmente no toco mi material frente a nadie hasta que lo haya registrado en derechos de autor y esté grabado.
– ¡Oh! ¿Temes que pueda robártela o algo así? Vaya, ésa sí que es buena -Casey soltó una carcajada-. Anda, por favor, déjame oírla -insistió. Se lanzó sobre un sillón mullido y colocó una pierna sobre el enorme brazo del mueble, tan cómoda como si se encontrara con un viejo amigo.
Tess se volvió hacia el piano; a pesar de todo, la chica le caía bien. Casey tenía una naturalidad que no llegaba a ser presuntuosa. La verdad era que, debido a la ajetreada vida de Tess, tenía pocos amigos fuera de la industria de la música. Esta muchacha parecía querer serlo, y Tess la aceptó.
– Muy bien. Esto es lo que tengo hasta ahora.
Tocó las primeras tres líneas y luego trató una cuarta opcional. Era fácil ver que no encajaba.
– Tócala de nuevo -pidió Casey. Tess tocó y cantó una vez más.
El tránsito del pueblo se arrastra por la plaza,
hace dieciocho años que se marchó de casa,
recorrió el mundo y ahora regresa…
"Pero ha visto mucho y el pueblo le pesa", añadió Casey en una aterciopelada voz de contralto perfectamente afinada. "No puede volver. Sabe demasiado."
Las últimas dos líneas que Casey introdujo creaban una hechizante reflexión. Tess le puso música y enseguida cerró los ojos mientras el último acorde disminuía en el silencio como una perezosa columna de humo sobre las cabezas.
La habitación quedó en silencio durante diez segundos.
Entonces Tess dijo:
– Perfecto.
Se inclinó hacia el frente y escribió las palabras y la melodía en el papel pautado. Cuando terminó, dejó el lápiz y dijo:
– ¡Hagámoslo de nuevo!
Mientras cantaban, Tess reconoció una voz única y especial. Tenía un toque de determinación y aspereza. Además iba acompañada de un buen oído musical, pero lo más importante era su arrojo. No muchas chicas de diecisiete años podían cantar al lado de alguien tan famoso como ella sin amedrentarse. Casey lo hizo con la pierna sobre el brazo del sillón y los ojos cerrados.
Cuando los abrió, la estrella de música country que estaba al pilano la miraba por encima del hombro, divertida.
– Así que dime, ¿acaso viniste hasta acá para demostrarme tus habilidades?
– En parte -admitió la chica.
– Bueno, pues en realidad estoy muy impresionada. Podrías lijar una tabla con la aspereza de tu voz -Tess se volvió y miró a Casey-. Me gusta.
– El problema es que siempre destaca.
– Quieres decir en un grupo, como el coro de la iglesia.
– Ajá. ¡Ah! Eso me recuerda. A mi papá no le gustó que te molestara al pedirte que cantaras en el coro. Dijo que estaba siendo impertinente y me ordenó que me disculpara. Esa es la verdadera razón por la que estoy aquí. Así que lo siento. Es sólo que no lo pensé -Casey se encogió de hombros-. Debes poder venir a casa y sentirte en libertad de ir y venir en paz, sin que la gente te importune como en otras partes.
– ¿Eso te dijo tu padre?
– Ajá.
Tess lo pensó un momento.
– Es toda una sorpresa -se levantó-. Puse a cocer una pechuga de pollo. Es mejor que vaya a ver cómo está.
Casey la siguió a la cocina y se apoyó contra la puerta para observar a Tess levantar la tapa de la olla, picar la pechuga de pollo y comprobar que estaba cocida. Tess apagó el fuego y sacó el aderezo de ensalada del refrigerador.
– ¿Qué se siente estar allá, frente a toda esa gente? -preguntó Casey-. Quiero decir, debe ser impresionante.
– Es lo único que siempre quise hacer. Me encanta.
– Sí, sé a lo que te refieres. Yo he cantado desde que tenía tres años -Tess puso su comida en la mesa. Casey se alejó de la puerta-. Creo que es mejor que te deje comer.
– No. Siéntate y conversemos. Tengo un poco de tarta de pacana que puedo ofrecerte.
– ¿De la que hace Mary?
– Por supuesto.
– Oye, eso suena maravilloso.
Cuando Tess iba a tomarla, Casey le ordenó:
– Tú siéntate a comer. Me serviré yo misma -sabía muy bien dónde encontrar plato, tenedor y espátula.
– Así que… ¿dónde vives en Nashville? -preguntó Casey mientras llevaba la tarta a la mesa.
– Tengo una casa propia, pero sólo vivo ahí parte del tiempo. El resto lo paso en giras de conciertos.
– ¿Es malo estar tanto tiempo fuera?
– Era peor cuando viajaba por autobús. Era como estar atascados todos juntos, viviendo en sitios muy pequeños con la misma gente día tras día. Pero ahora es mucho más fácil, porque tengo mi propio avión.
– ¿Tu propio avión? ¡Vaya!
Tess rió entre dientes ante la enorme inocencia de la chica.
– Ahora bien, cuéntame, ¿cómo se hace una grabación? -preguntó Casey.
Tess aún se lo estaba explicando cuando oyeron la voz de Kenny desde la puerta trasera.
– Casey, ¿qué estás haciendo ahí todavía, molestándola? -Ya estaba oscuro y tenían encendidas las luces de la cocina.
Tess se inclinó para mirarlo por la puerta más distante.
– No me molesta. Yo le pedí que se quedara.
– Sólo estamos conversando, papá, es todo -dijo Casey.
Él entró sin que lo invitaran. Colocó una mano a cada lado del marco de la puerta y metió la cabeza en la habitación.
– Casey ya vámonos. Te dije que volvieras de inmediato.
– ¿Puedo terminar mi tarta primero? -preguntó ella con cierta parsimonia.
– ¿Estás segura de que no te molesta? -preguntó él, dirigiéndose a Tess.
– Déjala que termine.
– Muy bien. Tienes diez minutos -respondió y se fue. Cuando la puerta de malla se cerró tras él, Casey dijo:
– No sé por qué me vigila tanto hoy. Nunca lo hace.
– ¿A qué se dedica tu papá? -Indagó Tess.
– Es contador público con cartera. Tiene su propio negocio en el centro del pueblo, a un lado de la plaza, a tres puertas de la tienda de ropa en la que trabaja Faith.
– ¿Faith?
– Faith Oxbury, su novia.
– ¿Es la que cenó con ustedes hoy?
– Ajá -Casey lamió la cuchara-. Viene a cenar casi todas las noches. Han estado juntos desde siempre.
Tess se preguntó cuánto significaría "desde siempre” pero no iba a preguntarle.
Casey dejó la cuchara en la mesa e hizo a un lado el plato.
– Mi papá y Faith han salido juntos tanto tiempo que la gente los trata ya como si estuvieran casados. Juegan juntos al bridge y los invitan a fiestas juntos. Bueno, ella incluso envía nuestras tarjetas de Navidad a nombre de los tres.
– Entonces, ¿por qué no se casan?
– Se lo pregunté una vez a mi papá. Me dijo que es porque ella es católica, y si se casa con un hombre divorciado ya no podría recibir los sacramentos en su iglesia; pero si me lo preguntas, pienso que es una excusa muy tonta para no casarte con un hombre con el que has estado saliendo durante ocho años.
– Ocho años. Es mucho tiempo.
– Tú sabes cómo es eso. Y te diré algo más. Quieren que piense que no sucede nada entre ellos… me refiero a que ella nunca duerme en casa y él nunca se queda toda la noche con ella; pero si ellos creen que yo me trago eso, son mucho más tontos de lo que consideran que soy yo. Aunque, ¿sabes? en el fondo tengo que aceptar el hecho de que a mi papá le importe tanto el respeto que siento por él, como para no arriesgarse a perderlo. Así que ella viene, prepara la cena y se queda hasta las nueve; luego él la acompaña a su auto y le da las buenas noches. Y los domingos ella va a su iglesia y nosotros a la nuestra; al menos todos nos llevamos bien. Faith es muy buena conmigo.
Casey se detuvo y aspiró profundo.
– Bueno. Ya se acabaron mis diez minutos -se levantó y llevó sus platos sucios al fregadero, seguida de Tess. Una vez que dejó correr el agua sobre el plato, se volvió y dijo-. Gracias por dejarme escuchar la canción que estás componiendo, y por la tarta, y dejarme hacerte preguntas. ¿Puedo darte un abrazo?
Tess acababa de dejar sus platos sucios cuando Casey la abrazó con fuerza y ella le correspondió.
Mientras Tess estaba entre los brazos de Casey, la chica exclamó:
– ¡Oh! ¡Eres genial! Y creciste aquí mismo, al otro lado del callejón. Quisiera ser exactamente igual a ti.
Después de aquellas palabras tan emotivas, la impetuosa chiquilla se lanzó a la puerta.
– Buenas noches, Mac. Dile por favor a Mary que mañana iré a verla por la tarde.