Capítulo siete

Kenny y Tess se sentaron en el mismo lado del pasillo, pero a ella la llevaron a las bancas del frente, con el resto de la familia. Él estaba a unas cuantas bancas de distancia, con Casey y Faith.

Fue una típica boda de pueblo pequeño: el órgano sonaba muy fuerte, la cantante proyectaba una penetrante voz de soprano, y el portador del anillo, de cuatro años de edad, abandonó el centro del corredor en cuanto vio a su madre. Después, Mary formó parte de la línea de recepción en el atrio, dejando que Tess se uniera a la multitud que estaba afuera. Soplaba un viento que alivió el calor de la tarde, y grandes nubes blancas y algodonosas se escabullían por el fondo azul del cielo. Todos miraban a Tess, pero nadie se atrevía a acercársele.

Al menos hasta que Casey salió de la iglesia. Fue donde estaba Tess y exclamó:

– ¡Vaya! ¡Te ves sensacional!

Cuando el último de los invitados a la boda salió de la iglesia, Tess vio que Kenny bajaba a Mary en su silla de ruedas por la rampa que iba a la puerta lateral del atrio. Los novios salieron y las campanas de la iglesia resonaron sobre las cabezas. Tess avanzó hacia el estacionamiento, donde encontró a Kenny, de pie junto al automóvil de Mary, esperándola. Mary ya estaba instalada en la parte trasera del automóvil.

– Gracias por hacerte cargo de mi trabajo.

– No hay problema.

Tess se inclinó y sonrió a través de la ventanilla.

– ¿Cómo estás, mamá? ¿Ya estás cansada?

– Estoy muy bien, pero no me vendría mal comer algo. En realidad, no me molestaría si me llevas a esa recepción antes de queme muera de hambre.

Por un momento, Kenny y Tess se quedaron solos.

– Lo digo en serio, Kenny. Gracias por cuidar a mamá una y otra vez -le tocó la manga y dejó que la mano se deslizara mientras se alejaba. Los dedos se tocaron sólo un instante; luego Tess subió al auto.

La recepción se llevaba a cabo en el campo, en Current River Cove, el salón de fiestas más hermoso del condado de Ripley. Cuando llegó la comitiva de la boda, una banda estaba acomodándose en un rincón, y su cinta para ambientar hacía que sonara una mezcla de música country por todo el salón.

Poco más de doscientos invitados se arremolinaban y charlaban en espera de la llegada de los novios. Aunque muchos de ellos se habían mantenido alejados de Tess en el atrio de la iglesia, la presencia de los cocteles pareció ser la señal de que ya podían acercarse. Casi todos le preguntaron por qué no había cantado en la boda y si pensaba hacerlo en el baile.

– No -respondió ella una y otra vez-. Aquí, soy invitada. Las estrellas son los novios.

Cuando los novios llegaron y se sirvió la comida, Tess y Mary se sentaron a una mesa redonda para ocho personas, y Judy, Ed y Tricia se les unieron. Tan pronto estuvieron sentados, se aproximó Faith y preguntó:

– ¿Están ocupados estos lugares?

– No -respondió Judy-. Siéntate. Mis otros dos hijos fueron pajes, así que están sentados en la mesa principal.

– ¡Ah, bueno! Voy por Kenny -cuando se alejó de ahí, llegó Casey y tomó asiento junto a Tess. Faith regresó con Kenny a rastras, y los dos se sentaron en las sillas que estaban desocupadas.

La cena resultó ser una deliciosa combinación de espárragos cubiertos de pollo y queso con hierbas y horneados en hojaldre. El vino era excelente: nada menos que un exquisito Pinot noir, que se hizo circular entre todas las mesas cuando los invitados comenzaron a brindar.

Faith comentó acerca de los hermosos aretes de Mary y se acercó a mirarlos.

– Son legítimos -reveló Mary-. Tess me los obsequió esta misma tarde.

Seis personas los admiraron. La séptima apretó los labios y codeó a su esposo.

– Sírveme un poco más de vino, Ed.

A la mitad de la cena, Tricia sacó a relucir que Tess llevaría a Casey a Nashville.

– ¿No es maravilloso? -Casey le sonrió a Tess-. Está haciendo realidad todos mis sueños.

Mary acababa de terminar su segunda copa de vino y parecía muy satisfecha con todo. Faith dijo:

– Creo que sería apropiado hacer un brindis por nuestra famosa estrella -todos levantaron sus copas… también Judy, que no tuvo más remedio para no quedar mal ante todos; pero en el momento en que el brindis terminó, miró a su hermana menor y escapó al tocador de damas.

Tess la vio partir; con cuidado hizo a un lado su servilleta y se excusó con cortesía:

– Por favor, discúlpenme. Tengo que hablar con Judy.

Una vez dentro del tocador, cerró la puerta con seguro. Judy había dejado su bolso sobre una mesa y, en ese momento, estaba cepillándose su cabello.

Tess miró el perfil de Judy en lugar de ver su imagen reflejada en el espejo.

– Muy bien, Judy, hablemos.

– Déjame en paz.

– No. Porque ya no puedo soportar tus celos. He estado en casa tres semanas y cada vez que te veo siempre hay algo que logra sacarte te de tus casillas.

– Te encanta echárnoslo en cara, ¿verdad? -la acusó Judy-. "Mírenme, soy la estrella rica y famosa que viene a casa para demostrarles a ustedes, ignorantes, lo aburrida que es su vida".

– Eso no es justo. Nunca he presumido de mi fama y mi dinero frente a ti, y lo sabes.

Judy miró a su hermana menor.

– ¿Por qué no regresas al sitio del que viniste? -dijo con malevolencia-. Nosotras podemos hacernos cargo de mamá, y mucho mejor que tú -quitó el seguro y cerró de golpe la puerta contra la pared de losetas cuando salió hecha una furia.

Tess se quedó atrás, mientras trataba de reponerse. Cuando regresó a la mesa, la banda había comenzado a tocar, y Judy y Ed ya no estaban. Un momento más tarde, Renee llegó, sin aliento, de la pista de baile. Lucía radiante: llevaba un vestido color durazno con el talle de encaje.

– ¿Qué pasó con Judy y Ed? -preguntó.

– Es mi culpa -confesó Tess-. Hablé con Judy en el baño ya sabes de qué.

– ¿Y se fue corriendo a casa?

– Sí, además, se llevó a Ed y a Tricia. Lo siento, Renee.

– Oye, ¿sabes algo? Es problema de Judy, no nuestro. Ahora escucha: los novios me enviaron a hablar contigo. Están recibiendo tantas peticiones de sus invitados que me pidieron que te preguntara si podrías cantar una canción con la banda. Significaría tanto para ellos, Tess. Vamos -insistió Renee.

Tess miró hacia la pista de baile. Rachel y Brent pretendían hablar, pero miraban a Tess con una expresión esperanzada en el rostro. Tess sabía que si cantaba haría que su boda fuera el tema de la brevísima temporada social del condado de Ripley.

– ¿Estás segura de que a la banda no le molestará?

– ¿Bromeas? ¿A qué banda no le gustaría decir que tocaron acompañando a Tess McPhail?

– Muy bien. Sólo una canción.

Renee hizo a los novios una seña con el pulgar hacia arriba y ellos se abrazaron jubilosos; entonces Rachel le lanzó un beso a Tess y se dirigió al borde del escenario para hablar con el guitarrista principal.

En el siguiente cambio de canción, de inmediato la banda hizo el anuncio:

– Todos saben que esta noche tenemos entre nosotros a una famosa estrella de Nashville. Es la tía de la novia y ha accedido a cantar una canción con nosotros. ¡Demos una calurosa bienvenida a Tess McPhail!

La multitud se hizo a un lado para dejarla pasar, y ella se dirigió hacia el escenario con paso firme. Enseguida le pidió a la banda:

– ¿Pueden tocar Cattin en sol?

– Por supuesto, Mac -respondió el percusionista. Y les marcó un compás de cuatro tiempos en el aro de su tambor.

Cuando se inició el ritmo y ella tomó el micrófono, cautivó doscientos corazones de golpe. Le dio a Wintergreen algo de qué hablar durante los siguientes diez años, al plantarse con sus brillantes zapatillas de tacón alto tan separadas como el vestido recto se lo permitía, llevando el ritmo con la pierna derecha y lanzando destellos azules con sus lentejuelas. Se hizo una con su público, dándoles una representación llena de energía y cadencia. Cattin tenía un ritmo similar al rock, y una letra ligeramente pícara. Tess usaba las manos y sus largas uñas como una hechicera, para poner al público bajo su embrujo. Tenía un sentido innato del drama y actuaba frente a la multitud como una actriz de cine, usando el contacto ocular y un leve coqueteo para dar a cada uno la sensación de que cantaba en exclusiva para él o ella.

Cuando la canción terminó, Renee gritó:

– ¡Así se hace, hermanita!

Los novios aplaudieron y comenzó un griterío general:

– ¡Mac! ¡Mac! ¡Mac!

Retumbó por todo el salón.

Al inclinarse para saludar al público, Tess se aseguró de ver a su madre a los ojos. Mary aplaudía con orgullo. Luego, Tess agradeció a la banda, se despidió con un gesto elegante, colocó el micrófono en su sitio y volvió a su mesa.

Un montón de amigos de Mary se acercaron, y ella se convirtió de pronto en el centro de atención; era la madre de aquella chica que había triunfado.

Sin embargo, nadie se atrevía a invitar a la famosa cantante Tess McPhail a bailar.

Una canción terminó, otra comenzó y Kenny regresó de la pista de baile solo; tomó la silla al lado de Tess, se sentó y la miró. Se veía acalorado. Puso un codo sobre la mesa y dijo:

– Gran boda.

– Parece que te estás divirtiendo. ¿Dónde dejaste a Faith?

– Bailando con su cuñado. ¿Tú no bailas?

– Nadie me lo ha pedido.

Él miró a su alrededor y luego volvió a verla a ella.

– Vaya, no podemos permitirlo, ¿verdad? -dijo, mirándola-. ¿Te gustaría bailar conmigo?

– Me encantaría.

La tomó de la mano y la condujo hasta la pista de baile. La banda estaba tocando La Silla , y ella se meció suavemente entre los brazos de Kenny.

– ¿Qué sucede con los hombres en esta fiesta?

– Creo que los asusto un poco. Sucede todo el tiempo. Eres un buen bailarín.

– Gracias. También tú.

La estrechó hasta que sus cuerpos se rozaron, y la sien de Tess descansó en la mandíbula de Kenny. Ella recordó el consejo de Renee de mantenerse alejada de él, pero aquello parecía ser lo correcto.

Cuando la canción terminó, se separaron de inmediato, conscientes de que la gente a su alrededor probablemente los estaba mirando. Tess se volvió como si fuera a marcharse de la pista; sin embargo, él la tomó de la mano y dijo:

– Quédate Tess. Una pieza más.

No le respondió; sólo se movió para acercarse a su lado y esconder las manos unidas hasta que comenzara la siguiente melodía.

El ritmo cambió. La banda tocó Adelina, de George Stralt; Tess y Kenny sonrieron y luego rieron con más fuerza, celebrando lo bien que bailaban juntos. Cuando la canción terminó, regresaron a la mesa de Mary sonrojados y acalorados.

– Vaya, parece como si ya lo hubieran hecho antes.

– Pero, no juntos -replicó Tess.

Los amigos de Mary se habían marchado, y ella tenía el bolso en el regazo.

– Sé que es temprano, pero debo ir a casa, Tess. Odio tener que sacarte del baile, aunque puedes regresar después, ¿no es cierto?

– Por supuesto, mamá. Te llevaré de inmediato.

– Yo iré con ustedes para ayudarlas -ofreció Kenny.

Tess tuvo buen cuidado de no mirarlo.

– ¡Oh, gracias, Kenny! -respondió Mary-. Eso estaría muy bien. Esa horrible silla es muy pesada.

– Sólo permítanme avisarle a Faith que iré con ustedes, ¿de acuerdo? Ahora vuelvo.


TARDARON quince minutos para regresar al pueblo, y otros quince para que Tess ayudara a Mary a irse a la cama. Mientras lo hacía, Kenny se sentó en la cocina y esperó con paciencia a Tess, y el encuentro que habían estado anticipando todo el día.

Ella entró en la cocina y él, a su vez, se levantó de su silla y preguntó en voz baja:

– ¿La dejaste bien instalada?

– Sí.

Él se hizo a un lado y Tess lo guió hacia afuera. El jardín de atrás estaba a oscuras. Ni siquiera el de Kenny tenía luz. Cuando salieron era de día y a nadie se le ocurrió dejar encendidas las luces exteriores. Tess lo precedió al bajar los escalones del porche y él la siguió por la estrecha vereda hasta que estuvieron a medio camino hacia el callejón.

– Espera Tess -dijo él y la tomó del brazo.

Ese simple toque fue toda la invitación que ella necesitó. Giró hacia él, rápida y segura de lo que quería. Él sabía lo que deseaba, y unos brazos la esperaban para atraerla hacia él; los labios de Kenny aguardaban para reclamar los de ella. Se quedaron de pie, a mitad de la vereda, y permitieron que la oscuridad los ocultara. Los labios de los dos se humedecieron mientras respiraban entrecortadamente; la espalda del vestido de Tess se retorció bajo las manos de Kenny.

Ella le echó los brazos al cuello y él la levantó, la tomó en brazos, apretándola, y siguió besándola mientras la llevaba por el pasto al rincón más oscuro, cerca de los escalones de la puerta posterior. Ahí, entre los grillos y los arbustos de hortensias, se besaron durante un rato más.

Luego, él tiró de ella y ambos cayeron sobre el césped fresco y suave. El cabello de Tess se enredó y le cubrió el rostro; él se lo retiró cuando giró y quedó casi encima de ella. Llegaron al punto en que el delicado equilibrio entre la indulgencia y la negación contendían por la supremacía. Y cuando parecía que iba a ganar la indulgencia, él rodó sobre la espalda en el césped, al lado de ella.

Ahí se quedaron, con la música de los grillos pulsando en los oídos.

Transcurrió una larga pausa antes de que ninguno de los dos hablara. Por fin él exclamó:

– ¡Vaya!

– ¡Sí, vaya! -logró decir ella.

– Pero, ¿qué estamos haciendo?

Kenny siguió mirando las estrellas.

– Creo que le decían besuqueo; solía ser popular en la década de los cincuenta.

Ella se sentó y se hizo el cabello a un lado. Él también se sentó. Tess le acarició la mano por encima de la manga, llegó hasta el dorso y metió los dedos entre los de él.

– Oye, si vamos a hacer cosas como ésta, creo que tengo derecho a saber. ¿Faith y tú duermen juntos?

– Sí.

Los dedos de Tess se detuvieron de pronto, y ella se quedó muy quieta. Luego volvió a tenderse sobre el césped y se puso las manos en la cintura.

– Bueno, debo decir que es muy afortunada -comentó, mirando las estrellas.

Él se recostó a su lado, con la cabeza apoyada contra el puño y con la otra mano en el centro de las costillas de Tess.

– Mira -dijo-. No estoy casado con Faith. He sentido esto por ti desde que estábamos en el bachillerato y no iba a dejar pasar la oportunidad. Los dos sabíamos que sucedería.

– Pero no se lo dirás, ¿verdad?

– No.

– Esto es sólo una loca aventura. Probablemente muchas personas tienen aventuras como ésta durante las bodas.

– Tal vez.

Ella dejó su mente en blanco, y los dedos recorrieron el cabello de la sien de Kenny. Se dio cuenta de cuánto extrañaba tener un hombre a quién tocarle el cabello siempre que lo deseara, un hombre que la besara y la hiciera sentirse mujer; que la quisiera por ella misma y no por su talento como cantante. Tess tiró de la cabeza de Kenny y susurró:

– Bésame un poco más.

Él se inclinó y concedió lo que le pedía. Minutos más tarde, retiró la boca y retrocedió para mirarle el rostro.

– Creo que ya tenemos que volver al baile.

Ella suspiró.

– Tienes razón.

Kenny la tomó de la mano, la ayudó a levantarse, y ambos se detuvieron para un último y perezoso beso. Luego sacudieron sus ropas, las acomodaron y se volvieron hacia el auto.

En el trayecto a Current River Cove, pensaban en el futuro, cuando Tess volviera a Nashville y Kenny reanudara su vida al lado de Faith. ¿Recordarían esa noche y sonreirían en su interior? Llegaron a Current River Cove y el auto saltó al entrar en el estacionamiento cubierto de grava. Ella se detuvo frente a la entrada.

– ¿No te quedarás? -preguntó él.

– Creo que es mejor que regrese. Si alguien pregunta, di que pensé que era mejor quedarme en casa con mamá.

– Muy bien. ¿Cuándo te irás a Nashville?

– El martes.

– ¿Volveré a verte?

– Estoy segura de que nos encontraremos en elcalljón.

Algunos invitados a la boda salieron riendo del salón y pasaron a su lado, en dirección del estacionamiento.

– Es mejor que me vaya -dijo Tess.

Un beso de despedida parecía lo indicado, pero los invitados estaban demasiado cerca para ver el interior del auto.

– Bueno, fue divertido -dijo Kenny-. Te veré luego, Tess.

Él bajó del auto, y ella lo miró caminar hacia el edificio. Cuando abrió la puerta del salón, se detuvo un momento y la miró. Tess podía oír la música de la banda. Luego, la puerta se cerró y él desapareció. Había vuelto con Faith.


EL DOMINGO, para evitar a Kenny, Tess asistió al servicio religioso más temprano. Por la tarde, ella y Mary fueron a la casa de sus Renee, donde los novios estaban abriendo sus regalos de boda. Terminaron quedándose a cenar y regresaron tarde a casa.

El lunes por la mañana, poco después de las diez, la productora comercial de Tess la llamó.

– Tess, he estado tratando de comunicarme contigo todo el fin de semana.

– Estaba en la boda de mi sobrina. ¿Qué sucede?

– "Papá John" murió. El funeral es mañana.

– ¡Oh, no! -Tess se apoyó contra el gabinete de la cocina, con los dedos sobre los labios. Papá John Walpole era un viejo promotor de cara agria y corazón de azúcar, con el rostro curtido, que había administrado un pequeño lugar llamado Mudflats durante más de treinta años. Se decía que en los últimos veinte, todos los artistas de éxito que triunfaban en Nashville, incluyendo a Tess, habían pasado por el Mudflats antes de firmar con alguna compañía disquera de renombre. Hasta entonces, siempre que tenia una noche libre, Tess iba al Mudflats para cantar… siempre gratis, siempre sin anunciarse.

Se limpiaba las lágrimas del rostro cuando preguntó:

– ¿Qué sucedió?

– Un tipo entró por la puerta posterior cuando Papá contaba los ingresos del día, le apuntó a la cabeza con un arma y le exigió que le entregara el dinero. Papá John lo mandó a freír espárragos.

A pesar de las lágrimas, Tess dejó escapar una risita.

– Así era él. ¡Oh, Dane! No puedo creer que haya muerto.

– Todos en Nashville se sienten igual. Van a cremarlo, pero mañana a las diez habrá un servicio religioso en su memoria, y todos aquellos a quienes alguna vez ayudó cantarán ahí. ¿Crees que podrás venir?

– Tengo que hacerlo.

Llamó a Renee.

– ¡Oh, Tess! Lo siento tanto. Adelante, vete. Si no estoy ahí cuando te marches, llegaré pronto. Y no te preocupes por mamá.

Mary estaba muy afligida. Había pensado que Tess se quedaría un día más y se decepcionó cuando le dijo que tenía que marcharse. Cuando Tess bajó por última ocasión, con su bolsa de lona y su enorme bolso de cuero gris, Mary la esperaba al pie de las escaleras, con un gesto de auténtica tristeza. Habían quitado los puntos de la incisión hacía una semana y ya había cambiado las muletas por los bastones, lo que le permitía mucha más movilidad. Sin embargo, parecía que la pena la había inmovilizado cuando Tess la abrazó para despedirse.

– Promete que llamarás a mis hermanas siempre que necesites algo, ¿de acuerdo?

– No soy un bebé. No es por mí por quien estoy preocupada, sino por ti. Vas a conducir todo el camino con los ojos llenos de lágrimas.

– No lloraré todo el camino. Estaré bien.

– ¿Estás segura? -Mary la siguió pesadamente hasta la cocina y tomó una bolsa con un sándwich que estaba sobre la mesa-. Toma. Es sólo de jamón y queso, pero tal vez se te antoje comerlo en el camino.

"Son como doscientas calorías", pensó Tess; sin embargo, se dio cuenta de que lo que llevaba no era un sándwich de jamón y queso sino uno de amor.

– Gracias, mamá. Eso haré. Oye, no tienes que salir a despedirme -añadió Tess.

– Por supuesto que sí.

Mary siguió a Tess hasta la entrada de cemento. Ahí se quedó, equilibrándose con ayuda del bastón de aluminio mientras Tess guardaba su maleta, se colocaba los anteojos de sol, subía al automóvil y lo encendía.

– Te quiero, mamá -le gritó desde la ventanilla abierta.

– No tardes tanto en volver esta vez.

– No lo haré.

Tess pisó el acelerador, retrocedió por el callejón y se alejó.

No era nada más que un kilómetro y medio desde la casa de su madre hasta el centro del pueblo. Tess lloró todo el camino… en parte por la madre amorosa que dejaba atrás, en parte por la muerte de Papá John, pero también por ella misma, porque iba a dejar a Kenny Kronek.

La idea de marcharse sin decirle adiós hizo que Tess sintiera un dolor en el pecho. Se detuvo enfrente de su oficina, se quitó los anteojos de sol, se miró los ojos en el espejo y descubrió que el llanto había diluido su maquillaje. Se ocultó de nuevo tras los lentes oscuros, bajó del auto y se detuvo un momento para observar el edificio. La fachada era de madera pintada de gris, con una puerta de cristal que decía KENNETH KRONEK, CONTADOR PÚBLICO, y a cada lado había una ventana blanca con un macetero lleno de geranios rojos. Éstos parecían ser el toque de Faith.

Entró, y ahí se encontraba él, trabajando en un escritorio, más allá de la puerta abierta de una oficina privada que se extendía en la mitad trasera del estrecho edificio. En el frente, la secretaria no estaba en el escritorio de una pequeña recepción, lo que mostraba a las claras que Kenny se hallaba solo en el lugar.

Él levantó la mirada y los dedos se quedaron quietos sobre los botones de la calculadora. Ella se quitó lentamente los anteojos y lo miró mientras el tiempo se detenía. Por fin, él hizo el sillón hacía atrás, caminó hasta la puerta y se detuvo detrás de la silla vacía de su secretaria.

– Hola -dijo ella.

– Hola -respondió él, y ella se dio cuenta, por el tono grave con que pronunció aquella palabra, de que su presencia había generado en Kenny la misma inquietud que en ella-. ¿Qué pasa?

– Tengo que regresar a Nashville hoy. Sucedió algo imprevisto.

– Has estado llorando.

– Sí, pero ya estoy bien.

– Pasa a mi oficina.

– No -comenzó a revolver su bolso, en busca de algo que la distrajera de aquel terrible y absoluto dominio que él ejercía sobre ella-. Sólo quería que supieras que me marcho, para que se lo digas a Casey. Y quería darte mi tarjeta, para que…

El rodeó el escritorio y la sujetó de los brazos.

– Pasa a mi oficina, Tess.

Kenny prácticamente la arrastró hasta su dominio privado, cerró la puerta y quedaron uno frente al otro.

– ¿Qué sucedió?

– Han matado a un hombre que me ayudó a comenzar en este difícil negocio.

– ¿Quién era?

– Se llamaba John Walpole. Lo llamábamos Papá John.

– Lo siento, Tess.

– Mira, Kenny, tengo que irme -dijo ella en voz baja, tratando de evitar que se le quebrara-. Sólo quiero que le digas a Casey que lamento no haber podido hablar con ella antes de partir, pero aquí tienes mi tarjeta. Tiene mi teléfono privado, así que puede llamarme cuando guste. Y también quería decirte que cuando ella vaya a Nashville, la voy a cuidar muy bien. Siempre estaré cuando me necesite, Kenny, así que no tienes de qué preocuparse, de veras.

Ella vio la emoción reprimida en el rostro de Kenny, similar a la que Tess sentía. De pronto, se encontró entre los brazos de él… sin besarlo, pero recargada en el pecho de Kenny en un doloroso adiós.

– Voy a extrañarle -susurró él.

Tess cubrió los labios de Kenny con la mano.

– Esto fue sólo… una loca aventura en la recepción de una boda. Los dos estuvimos de acuerdo, ¿no es cierto?

Él la sujetó por la muñeca y bajó la mano para liberar la boca. Colocó la palma de Tess sobre su dolorido corazón mientras se miraban y se daban cuenta de que no había otro final posible.

– Sí -susurró él con tristeza-. Lo estuvimos.

Cuando se besaron, ella lloraba, y a Kenny le dolía tanto el pecho como si se hubiera roto una costilla.

Ella dio un paso atrás y el contacto se rompió, dejando que los brazos extendidos de Kenny cayeran inertes a los costados.

Ella abrió la puerta de la oficina y lo miró una vez más antes de marcharse de su vida para regresar a Nashville.

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